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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Juan»
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Mensaje 47

LA VIDA EN RESURRECCIÓN

(2)

  Este mensaje es una continuación del anterior.

3. El Consolador

  El Espíritu impartido como aliento en los creyentes era el Consolador (Jn. 14:16, 26; 15:26; 16:7). Este Consolador es el “Paracleto”, el que está a nuestro lado y se encarga de nuestro caso y de nuestros asuntos. La palabra griega que se traduce “Consolador” es la misma palabra traducida “Abogado” en 1 Juan 2:1. Si unimos 1 Juan 2:1 y Juan 14:16, veremos que hoy en día el Señor Jesús es nuestro Abogado que está a la diestra de Dios en los cielos y, al mismo tiempo, es el Consolador que está en nuestro espíritu. En los cielos, Él es el Abogado que está con el Padre; en nuestro espíritu, Él es el Consolador. Ésta es la razón por la que Él es la escalera sobre la cual los ángeles de Dios ascienden y descienden (Jn. 1:51). Como el Señor ascendido, Él es nuestro Paracleto que está con el Padre, el que se encarga de nuestro caso en los cielos. Como el Espíritu que mora en nosotros, Él es el “Paracleto que está con nosotros” (Jn. 14:16-17), Aquel que está a nuestro lado y nos cuida. ¡Cuánto le aprecio como el Consolador! Él está tanto aquí en nosotros como en los cielos.

4. El Espíritu de realidad

  El Espíritu es el Espíritu de realidad (Jn. 14:17; 15:26; 16:13). El Hijo es la corporificación del Padre y de toda Su plenitud (Col. 2:9), y el Espíritu es la realidad del Hijo y de toda Su plenitud (Jn. 16:13-15; 1:16). El Padre con toda Su plenitud está corporificado y expresado en el Hijo. Aparte del Hijo, ningún hombre puede ver ni puede tener contacto con el Padre. El Hijo con toda Su plenitud es revelado y hecho real a los creyentes como Espíritu. Aparte del Espíritu, ningún hombre puede recibir ni experimentar al Hijo. El Espíritu es la realidad del Dios Triuno para que le experimentemos.

5. El Espíritu del Jesús glorificado

  El Espíritu infundido como aliento en los discípulos era también el Espíritu del Jesús glorificado (7:39). Antes de la resurrección de Cristo, el Espíritu era solamente el Espíritu de Dios que tenía sólo el elemento divino, pero después de la resurrección, llegó a ser el Espíritu del hombre glorificado Jesús con el elemento divino y el elemento humano. Así que, el Espíritu de Dios llegó a ser este maravilloso Espíritu todo-inclusivo.

  Hoy nuestro Dios es el Dios que se ha “procesado”; ya no es lo mismo que era al principio. Antes de Su encarnación Él era solamente Dios con Su divinidad, pero al dar los pasos de encarnación, crucifixión y resurrección, llegó a ser el Dios “procesado”. Por favor, no rechace este concepto ni intente argumentar contra él. En la eternidad pasada Él era Dios, pero un día se encarnó como hombre y vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, pasando por las experiencias de la vida humana. ¿No fue esto un proceso? Luego fue llevado a la muerte al ser clavado en la cruz. Él entró a la muerte, la visitó, pasó por ella y finalmente salió de ella. ¿No es esto un proceso? Ciertamente lo es. Consideremos el proceso por el cual pasaba el cordero de la Pascua. Cristo, el verdadero Cordero de la Pascua, también pasó por un proceso. Mediante la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, Dios llegó a ser diferente de lo que era antes de encarnarse. Nunca más será el mismo que era cuando hizo la creación. En ese tiempo Él era solamente Dios, el Ser Divino. Mas ahora después de pasar por el proceso de encarnación, el vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión, ¡qué maravilloso Dios ha llegado a ser! Ahora Dios no sólo tiene divinidad, sino también la humanidad, el vivir humano, la muerte todo-inclusiva, la resurrección y la ascensión. Él es ahora una Persona tan maravillosa que posee divinidad, humanidad, y muchas virtudes, atributos y logros. Éste es el Dios que hoy en día nos alcanza y entra en nosotros como el Espíritu todo-inclusivo. Éste es el Dios procesado para nuestro disfrute. Hoy estamos disfrutando al Dios procesado. Aunque algunos cristianos me critiquen por usar el término procesado, cuanto más intenten escribir libros criticando este término, más luz recibirán. La verdad es la verdad. Hoy disfrutamos al Dios procesado quien ahora es la vida en resurrección, y la realidad misma de esta resurrección es el Espíritu vivificante. Por lo tanto, el Espíritu vivificante es la vida en resurrección. Alabado sea el Señor porque después de Su resurrección Él llegó a ser la vida en resurrección, la cual es el Espíritu del Jesús glorificado.

6. “El Espíritu de Jesús”, “el Espíritu de Cristo” y el “Espíritu de Jesucristo”

  Este Espíritu también es el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Cristo y el Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de Jesús principalmente se refiere al Espíritu del Señor, quien como hombre vivía en la tierra y pasaba por todos los sufrimientos humanos para llevar a cabo nuestra redención (Hch. 16:7). El Espíritu de Cristo principalmente se refiere al Espíritu del Señor resucitado, quien como la Persona divina con la humanidad elevada mora en nuestro espíritu como nuestra vida (Ro. 8:9). El título “el Espíritu de Jesucristo” indica que el Espíritu hoy es el Espíritu todo-inclusivo del Señor, quien es Dios y hombre, e incluye Su divinidad, Su humanidad, Su vivir humano, Su crucifixión, Su resurrección y Su ascensión, junto con todos Sus atributos divinos, Sus virtudes humanas, y todo lo que consiguió y logró. Por lo tanto, este Espíritu tiene una “abundante suministración” (Fil. 1:19). No importa la situación en que nos encontremos ni la necesidad que podamos tener, este Espíritu todo-inclusivo, el Espíritu de Jesucristo, es capaz de suministrarnos la provisión adecuada para suplir todas nuestras necesidades. Mientras el apóstol Pablo escribía Filipenses 1:19, sufría la aflicción del encarcelamiento. En tales circunstancias experimentaba la abundante suministración del Espíritu todo-inclusivo del Jesús que sufrió y del Cristo que resucitó.

7. “El postrer Adán” fue hecho “Espíritu vivificante”

  Como ya vimos, 1 Corintios 15:45 dice que el “postrer Adán” fue hecho “Espíritu vivificante”. La carne fue Su primera forma (1:14), y el Espíritu, la segunda. Por lo tanto, ahora el Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17). El Señor dio dos pasos con el fin de que le pudiéramos experimentar. En el primero, en la encarnación, Él tomó la forma de carne y sangre para realizar nuestra redención. En el segundo, en la resurrección, Él fue transfigurado en el Espíritu para impartirse en nosotros como nuestra vida. Por medio de estos pasos fuimos redimidos y regenerados para participar de Él como nuestra vida y nuestro todo.

8. El Espíritu de vida

  Romanos 8:2 nos dice que el Espíritu es el Espíritu de vida, el cual es el aliento de vida que se impartió en los discípulos y que permanece en ellos (14:16-17). Esto está relacionado con la línea del Evangelio de Juan, la cual es la vida. Con respecto a la línea de Lucas, la cual es el poder, el Espíritu es comparado con un viento recio (Hch. 2:2-4) que sopla sobre los discípulos. Conforme a la línea de Juan, el Espíritu es comparado con el aliento de vida infundido en los discípulos (Jn. 20:22) que permanece en ellos como su vida. Este Espíritu de vida no es nada menos que el Cristo resucitado quien ahora es el Espíritu vivificante.

F. El Señor da autoridad a los discípulos

  Después de soplar en los discípulos, el Señor les dijo: “A quienes perdonáis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retenéis, les son retenidos” (20:23). Aquí vemos que el Señor les dio autoridad a Sus discípulos de representarlo al perdonar a la gente, y les concedió autoridad para atar y desatar. Ésta es la autoridad para perdonar a los pecadores o para mantenerlos bajo condenación. Aunque los discípulos tenían esta autoridad, no debían ejercerla en sí mismos, sino en el Espíritu Santo. Cuando estamos en el Espíritu Santo y somos llenos de Él, tenemos la autoridad para decidir si alguien ha sido perdonado por Dios o no. Si decimos que ha sido perdonado, así debe ser. Sin embargo, esta autoridad sólo puede ser ejercida cuando estamos en el Espíritu Santo y somos llenos de Él. Además, tal autoridad debe llevarse a cabo en la comunión del Cuerpo y por el bien del Cuerpo. En la comunión del Cuerpo tenemos la autoridad para representar al Señor y así perdonar a otros. Esto también es por el bien del Cuerpo en el sentido de que nosotros, como representantes del Señor, podemos recibir a los que Dios ha perdonado en la vida de iglesia, que es Su Cuerpo.

G. La primera reunión de la iglesia antes de Pentecostés

  La reunión de los discípulos en Juan 20:19, la noche misma del día de la resurrección del Señor, puede considerarse como la primera reunión de la iglesia antes de Pentecostés. Esta reunión fue para que se cumpliese lo dicho en Salmos 22:22 en conformidad con Hebreos 2:10-12, donde dice que el Hijo anunciará el nombre del Padre a Sus hermanos y cantará alabanzas al Padre en medio de la iglesia. Anunciar el nombre del Padre es dar a conocer el Padre como fuente de vida a los discípulos, a fin de que ellos participen de Su naturaleza divina. Alabar al Padre en la iglesia es alabarlo en las alabanzas de Sus creyentes en las reuniones de la iglesia. Según Salmos 22:22 y Hebreos 2:10-12, el Señor resucitado hizo ambas cosas en la primera reunión de la iglesia el día de Su resurrección.

  El Señor, después de Su resurrección, vino para reunirse con Sus discípulos la noche misma de ese primer día. De manera que, en la resurrección del Señor, es crucial reunirse con los santos. María la magdalena se encontró con el Señor personalmente en la mañana y obtuvo la bendición (20:16-18), pero aun así necesitaba estar en la reunión con los santos en la noche para reunirse con el Señor de manera corporativa, a fin de obtener más abundantes y mayores bendiciones (20:19-23). En esta primera reunión que celebraron el Señor y Sus discípulos después de Su resurrección, tenemos la presencia del Señor, la paz, el hecho que el Señor los envía, el soplo del aliento y la autoridad para atar y desatar. Éstas son las bendiciones que el Señor trajo a Sus discípulos en esa reunión de iglesia. Por muy buena que fuese la comunión que María tuvo con el Señor durante la vigilia matutina, ella necesitaba asistir a la reunión de esa noche para obtener todas estas bendiciones, pues son mayores y más importantes. Podemos recibir algo del Señor durante nuestra vigilia matutina, pero esto satisface solamente nuestra necesidad personal e individual. Por lo tanto, debemos también asistir a las reuniones corporativas para recibir algo más importante. La vigilia matutina y las reuniones de la iglesia son dos aspectos diferentes. Necesitamos la bendición personal que corresponde al primer aspecto, pero también la bendición corporativa que corresponde al segundo aspecto.

  Tomás faltó a la primera reunión que el Señor tuvo con Sus discípulos después de resucitar. Sin embargo, él fue compensado de lo que se había perdido en esa reunión al asistir a la segunda (20:25-28). ¡Oh, no debemos perdernos ninguna de las reuniones de la iglesia! No debemos pensar que no tienen importancia ni debemos quedarnos a descansar en casa, pues si el Señor viene a la reunión, es posible que nosotros, como Tomás, perdamos Su presencia. Tomás pasó por alto la manifestación del Señor. Debido a que no asistió a esa reunión de la iglesia, en realidad sufrió una gran pérdida. Este capítulo está lleno de revelación, pero Tomás la perdió por completo. No recibió la revelación ni el descubrimiento o la experiencia de la resurrección del Señor, debido a que se perdió la vigilia matutina y no asistió a la reunión de la iglesia. No recibió la revelación de que los discípulos son los hermanos del Señor y los hijos de Dios. También se perdió de recibir la paz, la impartición del Espíritu Santo, la comisión divina y la autoridad. Ciertamente era salvo y era un hermano, pero debido a que no asistió a esa reunión él perdió mucho.

  Cada mañana debemos tener una vigilia matutina de forma personal e individual, pero por las tardes debemos asistir a las reuniones de la iglesia. ¡Cuánto necesitamos reunirnos con los hermanos y hermanas! Entonces el Señor vendrá con algo más, con algo diferente y más grande. No se enorgullezca de las maravillosas experiencias que tenga durante su vigilia matutina, ni diga que ésta en sí misma es suficiente. Usted también necesita asistir a las reuniones de la iglesia para reunirse con los santos. Algunos de nosotros dejamos de tener la vigilia matutina, y otros no asisten a las reuniones de la iglesia por las noches. Sin embargo, debemos guardar una vigilia matutina personal y además asistir a las reuniones corporativas de la iglesia por las noches. La vigilia matutina no puede reemplazar las reuniones corporativas, ni éstas pueden sustituir a la vigilia matutina. Necesitamos las dos. Con respecto a Dios, todo tiene dos aspectos. Aun nuestro contacto con el Señor tiene dos aspectos, el personal y el corporativo. Ésta es la razón por la cual tenemos la vigilia matutina por la mañana y la reunión corporativa por las tardes. Así que, no debemos descuidar ni la vigilia matutina ni las reuniones de la iglesia. María recibió algo nuevo, fresco, y directo en la mañana, y nada podía reemplazarlo. Sin embargo, necesitó algo más: la paz, el ser enviado, el soplo del aliento divino y la comisión. Se puede recibir todo esto solamente en la vida de iglesia. El Señor da Su comisión a la iglesia y no a individuos. Así que, para ser enviados, debemos estar en la iglesia. Puesto que la comisión está relacionada con el Cuerpo, debemos ser enviados por el Señor en la iglesia y por medio de la iglesia.

  Es extraño que este capítulo ni siquiera menciona que el Señor haya partido. Nunca nos dice que Él dejó a Sus discípulos. Y es muy extraño que el Señor, con un cuerpo físico que podía ser tocado, entrara al lugar atravesando una puerta cerrada. Esto significa que después de Su resurrección el Señor era el Espíritu. Ya que el Señor resucitado es ahora el Espíritu, Él puede estar con los discípulos todo el tiempo y en todo lugar. Desde Su resurrección Él no ha tenido problema con el tiempo ni el espacio. El Señor puede estar con nosotros en cualquier circunstancia. Aunque cerremos la puerta, Él permanece con nosotros. Según este capítulo, no sabemos de dónde viene, ni cuándo viene o cuando se va. He leído este capítulo muchas veces y aún no puedo encontrar ningún indicio que nos diga adónde el Señor se fue. Esto significa que después de la resurrección Él es el Espíritu y que en todo momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia está con nosotros como el Espíritu. El Señor está siempre con nosotros; la única diferencia radica en que a veces sentimos Su presencia y a veces no. Aun cuando no estemos conscientes de Su presencia, Él está con nosotros. Según nuestra experiencia, hoy Su presencia no depende de Su venida o de Su ida, ni de que se manifieste o se desaparezca. Cuando Él viene, significa que aparece; cuando Él se va, significa que desaparece; pero en realidad siempre está con nosotros. Ya sea que sintamos Su presencia o no, el Señor está aquí. Ahora el Señor no se va ni viene; sólo se aparece o se desaparece. Ya que Él lo ha realizado todo, Él se ha hecho uno con los discípulos, y ahora ellos son uno con Él.

IV. SE REÚNE CON LOS CREYENTES

A. “Ocho días después”

  Juan 20:26 dice: “Ocho días después, estaban otra vez Sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros”. Ésta puede considerarse la segunda reunión de la iglesia, la cual se llevó a cabo con la presencia del Señor antes de Pentecostés. Las palabras “ocho días después” indican que esta reunión tuvo lugar en el segundo primer día de la semana, el segundo día del Señor después de Su resurrección. Alabado sea Dios porque no hubo solamente un día del Señor, sino también un segundo día del Señor, y Tomás estaba allí. Como veremos después, el Señor vino adrede esta vez por causa de Tomás, y fue directamente a él para verlo y corregirlo.

  El Señor, después de resucitar, se apareció primeramente a María la magdalena, quien le buscaba. Luego Él ascendió secretamente al Padre, presentándole la frescura de Su resurrección para Su satisfacción. Después de esto, regresó como Espíritu para impartirse como aliento en Sus discípulos y para reunirse con Sus hermanos. Nunca debemos pensar que reunirnos con los creyentes es algo insignificante. En realidad, es sumamente importante, algo que nunca deberíamos desaprovechar. Aprecio lo que María experimentó en la madrugada del día de la resurrección. Ella ciertamente tuvo la mejor vigilia matutina. Esa vigilia matutina hizo que asistiera a la reunión de la noche.

B. Su venida es Su manifestación

  En el libro de Juan, después de que el Señor se apareció por primera vez, según registra el versículo 19, y luego ocho días después, según registra el versículo 28, no encontramos ningún indicio de que el Señor hubiera dejado a los discípulos. De hecho, de allí en adelante Él permaneció siempre con ellos, aunque éstos no estuvieran conscientes de Su presencia. Después de que el Señor se impartió en Sus discípulos al soplar, permaneció en ellos y estuvo con ellos. Debido a que los discípulos no siempre estaban conscientes de Su presencia, era necesario que se les apareciera. Su venida en este versículo no fue en realidad Su verdadera venida, sino una manifestación de Su presencia. Antes de morir Él estaba en la carne y Su presencia era visible. Pero después de Su resurrección llegó a ser el Espíritu y Su presencia era invisible. Las manifestaciones o apariciones que hizo después de Su resurrección tenían como fin adiestrar a Sus discípulos para que se percataran de Su presencia invisible, la disfrutaran y vivieran en ella. Esta presencia es más accesible, prevaleciente, preciosa, rica y real que Su presencia visible. En resurrección Su adorable presencia es simplemente el Espíritu, el cual Él había impartido al soplarles para que estuviera siempre con ellos.

C. Trata con la incredulidad de Su discípulo mostrando las marcas de Su muerte, las cuales quedaron en Su cuerpo resucitado

  En Juan 20:27 el Señor dijo a Tomás: “Pon aquí tu dedo, y mira Mis manos; y acerca tu mano, y métela en Mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Debido a que Tomás se había perdido la primera reunión que hubo con el Señor resucitado, se había atrasado mucho. Por eso, el Señor se apareció para resolver la incredulidad de este discípulo mostrando las marcas de Su muerte, las cuales quedaron en Su cuerpo resucitado. Como mencioné antes, no sé cómo las marcas de Su muerte podían aún permanecer en Su cuerpo resucitado. Aunque Tomás era el más atrasado de todos los discípulos, después de la segunda reunión de la iglesia sobrepasó a todos ellos, ya que fue el primero que dijo: “¡Señor mío, y Dios mío!” (20:28). Tomás fue el primero en reconocer que el Hijo del Hombre es el Señor (Hch. 2:36; 10:36; Ro. 14:9; 10:12-13; 1 Co. 12:3; 2 Co. 4:5; Fil. 2:11) y Dios (Jn. 1:1-2; 5:17-18; 10:30-33; Ro. 9:5; Fil. 2:6; 1 Jn. 5:20). Tomás no sólo fue el primero en reconocer que el Hijo del Hombre es el Señor y Dios, sino también en proclamar que Jesús es el Señor y el mismo Dios.

D. Entrena a los discípulos

  En Juan 20:29 el Señor dijo a Tomás: “Porque me has visto, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. El Señor no sólo se apareció para encargarse de la incredulidad de Tomás, sino también para entrenar a los discípulos a que creyeran sin necesidad de ver. El Señor estaba entrenándolos a acostumbrarse a Su presencia invisible. Debido a que hoy la presencia del Señor en resurrección no es visible, debemos creer en Él aun sin verlo. Si esperamos ver para creer, estamos equivocados. Debemos ejercitarnos en creer sin necesidad de ver, porque la presencia del Señor hoy en día es diferente de lo que fue cuando estaba en la carne. Aquella era Su presencia visible, pero ahora que Su presencia es invisible debemos ejercitar nuestra fe para hacerla real. Aunque no podamos verlo, tenemos la plena certeza de que Él está con nosotros. Según Hechos 1:3-4, el Señor permaneció con los discípulos durante cuarenta días para entrenarlos a percatarse de Su presencia invisible y acostumbrarse a Su presencia invisible.

E. El propósito del Evangelio de Juan

  Los versículos 30 y 31 dicen: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de Sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en Su nombre”. Estos versículos indican que el propósito del Evangelio de Juan es dar testimonio de que Jesús es el Cristo (1:41; 4:25, 29; 7:41-42; Mt. 16:16; Lc. 2:11) y es el Hijo de Dios (1:34, 49; 9:35; 10:36; Mt. 16:16; Lc. 1:35). Juntamente con Juan 21:25, estos versículos afirman que este evangelio es el relato de una selección de asuntos que sirven para dar testimonio de la vida y la edificación.

  El Cristo es el título del Señor según Su oficio, Su misión. El Hijo de Dios es el título que hace referencia a Su Persona. Ésta tiene que ver con la vida de Dios, y Su misión se relaciona con la obra de Dios. Él es el Hijo de Dios para ser el Cristo de Dios. Él obra para Dios por medio de la vida de Dios, para que los hombres, al creer en Él, tengan la vida de Dios a fin de llegar a ser Sus muchos hijos y obren mediante la vida de Dios a fin de edificar al Cristo corporativo (1 Co. 12:12), cumpliendo así el propósito de Dios acerca de Su edificio eterno.

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