Mensaje 9
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Nicodemo creía que nacer de nuevo era volver al vientre de su madre y nacer otra vez. No comprendía que aunque pudiera hacer eso seguiría siendo carne. No importa cuantas veces una persona pueda nacer del vientre de su madre, seguirá siendo carne, porque la carne únicamente engendra carne. De manera que, el Señor le dijo a Nicodemo: “Lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn. 3:6). La carne aquí denota al hombre natural con la vida natural. No importa cuantas veces podamos nacer de nuestros padres, seguiremos siendo personas naturales con la vida natural. Esto no cambiará nuestra naturaleza. Nacer de nuevo no es volver a nacer de nuestros padres, sino nacer de Dios el Espíritu, para tener Su vida divina con Su naturaleza divina, una vida con una naturaleza completamente diferente de nuestra vida con su naturaleza natural.
Nacer de nuevo equivale a nacer del Espíritu en nuestro espíritu. El Espíritu divino regenera a nuestro espíritu humano con la vida divina de Dios. La regeneración, esto es, recibir la vida divina, es una experiencia que ocurre en nuestro espíritu. Dios creó nuestro espíritu con este propósito. Tenemos este órgano tan especial, nuestro espíritu humano, en lo profundo de nuestro ser. Dios, nos hizo con un espíritu, con la intención de que un día pudiéramos ejercitar este espíritu para tener contacto con Él y recibirle en nuestro ser. La función del espíritu humano es tener contacto con Dios. La regeneración no es un asunto de nuestra mente, ni de nuestra parte emotiva, ni de nuestra voluntad, sino completamente un asunto de nuestro espíritu. Los versículos 12 y 13 de Juan 1 dicen: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. ¿En qué parte de nuestro ser nacemos de Dios? En nuestro espíritu. Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. Dios es Espíritu, y sólo un espíritu puede tocar al Espíritu. Sólo un espíritu puede nacer del Espíritu. Así que la regeneración es algo que ocurre exclusivamente en nuestro espíritu. No importa si usted tiene una mente sobria, una emoción apropiada, o una voluntad férrea; estas partes pertenecen a otra esfera. La regeneración se lleva a cabo en la esfera de nuestro espíritu. Para ser regenerado usted no tiene que ejercitar su mente, emoción o voluntad. Simplemente olvidándose de lo que usted es, abra su ser al Señor Jesús y desde lo profundo de su espíritu invoque el nombre del Señor, creyendo en Él. Si hace esto, inmediatamente Dios el Espíritu tocará el espíritu de usted. Esto sucederá rápidamente, tal vez en menos de un segundo. Si usted abre su ser desde lo profundo de su espíritu e invoca el nombre del Señor, en ese instante Dios el Espíritu entrará en su espíritu y usted será regenerado. El segundo nacimiento sucede muy rápido. No es necesario que esté presente una partera, una enfermera o un doctor. Cuando usted dice: “Señor Jesús, creo en Ti”, usted nace de nuevo en su espíritu.
En el versículo 6 el Señor dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. La regeneración no es un nacimiento de la carne, la cual sólo produce carne, sino que es un nacimiento del Espíritu, del Espíritu de Dios, que produce espíritu, nuestro espíritu regenerado. La carne es nuestro hombre natural, nuestro viejo hombre, o sea nuestro hombre exterior, nacido de nuestros padres, quienes son carne. Mientras que el espíritu, es decir, nuestro espíritu regenerado, es nuestro hombre espiritual, el nuevo hombre, o sea, nuestro hombre interior (2 Co. 4:16; Ef. 3:16), el cual es nacido de Dios, quien es el Espíritu. Cuando nacimos de nuestros padres nacimos como carne, pero cuando nacimos de nuevo, de Dios el Espíritu, nacimos como espíritu. La naturaleza del espíritu es diferente de la naturaleza de la carne, en el sentido de que la naturaleza de la carne nace humana, pero la naturaleza del espíritu nace divina. Antes de ser regenerados, vivíamos conforme a la carne y nuestro ser estaba centrado en nuestra carne; nuestro espíritu estaba muerto. Pero por medio de la regeneración nuestro espíritu muerto no sólo fue vivificado, sino que también recibió la impartición de la vida divina de Dios mediante el Espíritu. Ahora nuestro espíritu es un espíritu regenerado y se ha convertido en nuestro nuevo ser. Anteriormente, nuestra carne era nuestro ser, por la cual vivíamos, pero ahora nuestro espíritu es nuestro ser, por el cual debemos vivir. El primer Espíritu mencionado en el versículo 6 es el Espíritu divino, el Espíritu Santo de Dios, y el segundo espíritu es el espíritu humano, esto es, el espíritu regenerado del hombre. La regeneración se efectúa en el espíritu humano, por medio del Espíritu Santo de Dios y con Su vida eterna e increada. Ser regenerado significa recibir la vida eterna de Dios como la nueva fuente y el nuevo elemento de nuestro nuevo ser.
Una vez que nuestro espíritu ha nacido del Espíritu de Dios con la vida de Dios, el Espíritu de Dios con Su vida divina se mezcla con él y permanece en él. De esta manera llega a ser un espíritu mezclado —nuestro espíritu humano mezclado con el Espíritu divino de Dios— tal como dice Romanos 8:16: “El Espíritu ... con nuestro espíritu”. Es en este espíritu mezclado que somos “un espíritu” con el Señor (1 Co. 6:17). En numerosos pasajes del Nuevo Testamento donde aparece la palabra “espíritu”, como por ejemplo en Romanos 8:4-6, 10, en Gálatas 5:16, 25, y en Efesios 4:23 y 6:18, es difícil determinar si se refiere al Espíritu divino de Dios o a nuestro espíritu humano. Esto se debe a que ahora estos dos espíritus se han mezclado y son uno dentro de nosotros. Esta mezcla proviene de la regeneración. La regeneración da a luz en nosotros un espíritu recién nacido (Ez. 36:26), en el cual mora y se mezcla el Espíritu divino de Dios. Ahora este espíritu, que contiene la vida divina de Dios, es nuestro nuevo ser por el cual debemos vivir y andar. Ya no debemos andar más conforme a la carne (Gá. 5:16; Ro. 8:4). Es en este espíritu que somos regenerados.
También es correcto decir que hemos renacido por la Palabra de Dios. Sin embargo, debemos comprender que la Palabra impresa no puede regenerarnos. Únicamente la Palabra que es el Espíritu puede hacerlo (Jn. 6:63). Dios, la Palabra y el Espíritu deben ser el Espíritu que nos regenera. Dios mismo es el Espíritu en la regeneración, y la Palabra también debe ser el Espíritu. Siempre que prediquemos el evangelio debemos hacerlo en el Espíritu, porque es el Espíritu el que da vida a los hombres en su espíritu.
Es difícil entender plenamente la regeneración debido a que se realiza por el Espíritu Santo, con Él y en Él. También es difícil definir qué es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo está aquí. Pero, ¿puede usted definirlo? Él está presente, es constante, instantáneo, prevaleciente y está disponible. No obstante, si uno quiere nacer del Espíritu, debe cumplir algunos requisitos. El primer requisito consiste en que uno tiene que arrepentirse y confesar que es pecador. Luego necesita creer en el Señor Jesús e invocar Su nombre. No debe clamar solamente con sus labios, su boca y su garganta; también debe abrir su ser desde lo más profundo, y decir desde su espíritu: “Oh Señor Jesús, creo en Ti”. Cuando haga esto, inmediatamente el Espíritu divino entrará en usted. Cuando el Espíritu entra en uno es Cristo el que entra. Y además, es el Dios Triuno que entra en su ser. El Espíritu Santo es simplemente Cristo mismo. De hecho, el Espíritu Santo es el Dios Triuno. El Padre está en el Hijo, y el Hijo ahora es el Espíritu (2 Co. 3:17). Cuando el Espíritu entra en nosotros, entran tanto el Hijo como el Padre. Así que, desde que nacemos de nuevo, el Padre, el Hijo y el Espíritu empiezan a morar en nosotros. Este Dios Triuno es la vida divina. La vida divina no está separada del Dios Triuno. Desde el mismo momento en que somos regenerados, recibimos al Dios Triuno en nuestro espíritu como la vida divina. Ahora tenemos dos vidas: la vida humana en nuestra carne, y la vida divina en nuestro espíritu.
Juan 3:8 dice: “El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”. La palabra griega pneúma, que se traduce “viento”, es la misma que se traduce “espíritu”. Se traduce viento o espíritu según el contexto. Este versículo se refiere a algo que sopla, cuyo sonido se puede oír, lo cual indica que aquí la palabra debe traducirse viento. Una persona regenerada es como el viento, que se puede reconocer pero no se puede entender. La regeneración no es algo físico sino espiritual, como el pneúma, como el viento, el cual es intangible pero aun así se puede reconocer. El Señor le dijo a Nicodemo que el espíritu regenerado, tal como el viento, no es físico ni tangible, sino invisible y espiritual.
La regeneración se lleva a cabo en la tierra. El Señor le dijo a Nicodemo: “Si os he dicho las cosas que están en la tierra, y no creéis, ¿cómo creeréis si os digo las que están en el cielo?” (Jn. 3:12). En este versículo “las cosas que están en la tierra” no se refiere a las cosas de naturaleza terrenal, sino a cosas que suceden en la tierra, incluyendo la redención y la regeneración. Asimismo, “las cosas que están en los cielos” tampoco se refieren a cosas de naturaleza celestial, sino a cosas que ocurren en el cielo. En el siguiente versículo el Señor dijo que Él es Aquel que descendió del cielo, pero que aún está en el cielo. Esto indica que Él conoce las cosas que se llevan a cabo en el cielo, porque Él está en el cielo todo el tiempo. A la vez Él está en la tierra hablándole a la gente las cosas de la tierra, a las cuales pertenece la regeneración.
En el versículo 3 el Señor dijo: “De cierto, de cierto te digo: Él que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Y en el versículo 5 añadió: “De cierto, de cierto te digo: Él que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Lo dicho por el Señor aquí revela claramente que la regeneración es la única entrada al reino de Dios. Para entrar en el reino de Dios, necesitamos nacer de nuevo. No existe otra manera de entrar al reino de Dios. El reino de Dios es Su reinado. Es una esfera divina a la que tenemos que entrar, una esfera o dominio que requiere la vida divina. Sólo la vida divina puede comprender las cosas divinas. Por esto, para ver el reino de Dios, o sea para entrar en el reino, se requiere la regeneración con la vida divina.
Un reino siempre está relacionado con la vida. El reino vegetal está relacionado con la vida vegetal, y el reino animal, con la vida animal. Si usted quiere participar en cierta clase de reino, primero necesita obtener la vida de ese reino. Solamente las aves pueden participar del reino de las aves, porque sólo ellas tienen la vida de un ave. De igual manera, únicamente los hombres pueden participar del reino humano, porque sólo ellos tienen la vida humana. Por consiguiente, sin la vida de Dios, ¿cómo podríamos participar del reino de Dios?
El reino de Dios no es solamente Su reinado, sino también la esfera divina. Para participar en el reinado de Dios y estar en la esfera divina, necesitamos la vida divina de Dios. Sólo los que tienen la vida divina pueden estar en la esfera divina y participar del reino divino. Por esta razón necesitamos ser regenerados para obtener la vida divina, la cual nos capacita para que entremos en la esfera divina y participemos del reino divino. Aun si no hubiéramos caído o no fuéramos pecadores, necesitaríamos nacer de nuevo, porque por muy buena, pura y limpia que sea nuestra vida humana, no es capaz de comprender las cosas de la esfera divina ni está calificada para entrar en el reino divino. Sólo la vida divina está calificada para estar en la esfera divina. Únicamente la vida de Dios satisface los requisitos de Su reino. ¿Cómo puede nuestra vida humana conocer las cosas divinas del reino de Dios? ¿Cómo puede corresponder al reino divino? Es imposible. Necesitamos la vida divina. Necesitamos nacer de nuevo. La regeneración es el único camino, la única entrada, al reino de Dios.
La vida divina nos introduce en el reino de Dios. Todos nosotros nacimos en el reino humano. Nadie jamás se ha naturalizado en el reino humano. Por ejemplo, cuando nace un perro, de inmediato se encuentra en el reino de los perros. Él sabe todo acerca de cómo ser un perro. No es necesario que nadie le enseñe cómo debe ser un perro, diciendo: “Escucha perrito, debes saber que tú eres un perro, que perteneces al reino de los perros, y que de ahora en adelante debes ladrar diariamente”. Un perro pertenece al reino de los perros y sabe por nacimiento cómo ser un perro. Ésta es la razón por la cual el Señor Jesús le dijo a Nicodemo que tenía que nacer en el reino de Dios. No podemos entrar en el reino de Dios por medio de enseñanzas o por que nos naturalizamos. Aunque uno pueda naturalizarse como ciudadano de cierta nación, nunca podrá naturalizarse en un reino diferente al suyo. Un perro no puede naturalizarse en el reino de los gatos. Supongamos que alguien le dice a un perro: “Perrito, me gustas mucho y deseo cambiar tu identidad. Tú naciste en el reino de los perros, pero yo quiero naturalizarte en el reino de los gatos”. Si tratara de hacer esto, causaría un grave problema al reino de los gatos. La forma correcta de introducir a un perro en el reino de los gatos es regenerar al perro con la vida de los gatos. Si un perro pudiera renacer con la vida de un gato, sería espontáneamente trasladado del reino de los perros al reino de los gatos.
Cuando fuimos regenerados, fuimos trasladados al reino de Dios. Colosenses 1:13 dice que Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de Su amor”. Fuimos trasladados al ser regenerados y ahora estamos en el reino de Dios. Cuando invocamos el nombre del Señor, el Espíritu divino entró en nosotros, regenerándonos y llevándonos a nacer en el reino de Dios. Aunque tal vez sepamos muy poco acerca del reino de Dios, nuestro espíritu, el cual está en nuestro interior, sí conoce este reino. La vida divina en nuestro espíritu conoce el reino de Dios.
Muchos cristianos dependen demasiado de las enseñanzas. Muchos jóvenes han venido a preguntarme acerca de cosas como fumar, ir al cine, comer, vestirse y casarse. Los jóvenes tienen una gran cantidad de preguntas acerca de estos asuntos. Cada vez que un joven viene a mí con tales preguntas, siempre le devuelvo la pregunta, diciendo: “¿Por qué me pregunta a mí si debe fumar o no? Usted debe saberlo mejor que yo. No debe venir a preguntarme porque usted ya sabe la respuesta. La razón por la que hace la pregunta es porque quiere confirmarlo, pero jamás yo le daré esa clase de confirmaciones. Dígame la verdad, ¿no sabe ya si debe fumar o no?”. Una vez que él admite que ya lo sabe, sigo adelante un poco más y le pregunto: “¿Cómo lo supo? ¿Dónde lo supo?”. Ellos me contestan que hay algo dentro de ellos que lo sabe. Nosotros lo sabemos porque hemos nacido en el reino de Dios.
No es necesario que un predicador o ministro le diga a la gente lo que tiene que hacer. ¿Acaso necesita enseñarle a un perro a ladrar? Si usted estuviera tratando de enseñarle a un perro a ladrar, y si ese perro pudiera hablar, diría: “No necesito sus enseñanzas, yo ladro espontáneamente. Nací para ladrar y pertenezco al reino de los que ladran. Ya que pertenezco a este reino y mi vida es ladrar, no necesito que me enseñen. No puedo evitarlo, yo ladro”. De la misma manera, todos nosotros hemos nacido en el reino de Dios. Como resultado, simplemente “sabemos” ciertas cosas. Si me preguntaran cómo lo sé, respondería: “Simplemente lo sé”. Yo sé que soy un hombre. No necesito que nadie me enseñe que soy un hombre. Simplemente lo soy. De la misma manera que soy un hombre en el reino de los hombres, así también, debido a que tengo la vida divina, soy un hijo de Dios en el reino de Dios. Tengo la vida de Dios, y esta vida me ubica en Su reino. De hecho, no estoy únicamente en el reino de Dios, sino también en Dios mismo.
Debido a que estamos en el reino de Dios, hay ciertas cosas que no podemos hacer, aunque tratáramos de hacerlas. Si usted a propósito trata de enojarse, se dará cuenta que no puede lograrlo. Si se propone golpear a su esposa, descubrirá que tampoco puede hacerlo. ¿Cuál es la razón de esto? La razón es que se encuentra en el reino de Dios, y que la vida de Dios lo guarda de hacer tales cosas. Esto es el reino de Dios. ¡Aleluya, estamos en él!
Nicodemo todavía se encontraba confundido y preguntó: “¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (vs. 9-10). Entonces el Señor le refirió una prefigura o tipo de la redención que se encuentra en el Antiguo Testamento.
El versículo 14 dice: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. Cuando Jesús le dijo esto, Nicodemo lo entendió claramente. Cuando los hijos de Israel hablaron contra el Señor y contra Moisés, leemos en Números 21:6 que “Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel”. Entonces el pueblo fue a Moisés y le pidió que orara para que el Señor quitara a las serpientes. Moisés oró por ellos, y Dios le mostró la manera de ser salvo, diciéndole que hiciera una serpiente de bronce y la levantara sobre un asta (Nm. 21:8-9). Cuando alguien que había sido envenenado por las serpientes ardientes miraba a la serpiente de bronce, vivía.
En Juan 3:14 el Señor Jesús aplicó esto a Sí mismo, diciendo que Él, el Hijo del Hombre, sería levantado de la misma manera que la serpiente de bronce fue levantada en el desierto por Moisés. Debemos notar que el Señor Jesús se llama aquí el Hijo del Hombre, y no el Hijo de Dios. El Señor quería decirle a Nicodemo: “Nicodemo, tú pareces ser un caballero, pero debes entender que en realidad eres una serpiente. Por muy amable que seas, tienes la naturaleza serpentina dentro de ti. Has sido envenenado. Fuiste envenenado en Adán, porque tú estabas allí cuando Adán fue envenenado por la serpiente. Naciste de aquella naturaleza envenenada de modo que tu naturaleza también es serpentina”. Nicodemo nunca antes se había dado cuenta de esto. Asimismo, en la actualidad no son muchas las personas que se dan cuenta que son serpientes. ¿Le gustaría que alguien le dijera esto? Si usted le dijera a un incrédulo que no sólo es un pecador, sino que además es una serpiente, se ofendería profundamente. No, Nicodemo nunca ni siquiera había concebido que tenía una naturaleza serpentina. Sin embargo, el Señor Jesús, el mejor predicador, declaró mucho con tan sólo una corta frase, al decirle a Nicodemo que era una serpiente.
En Juan 1:29 Juan el Bautista dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios!”. En 3:14 el Señor se compara a Sí mismo no con el Cordero de Dios, sino con una serpiente de bronce. El Cordero de Dios resuelve el problema del pecado, pero la serpiente de bronce destruye a la serpiente antigua. Como personas caídas nuestro problema no es sólo con el pecado, sino también con la serpiente. Aunque los cristianos han oído muchos mensajes acerca del Cordero de Dios, no han escuchado mucho acerca de la serpiente de bronce como un tipo de Cristo.
Cuando el Señor Jesús moría en la cruz, Él estaba en la forma de una serpiente. Ésta expresión necesita ser explicada pues es una expresión muy fuerte. Romanos 8:3 dice: “Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. Este versículo nos dice que Cristo fue enviado en la semejanza de carne de pecado. En 2 Corintios 5:21 dice que Cristo fue hecho pecado por nosotros. ¡Qué palabra tan fuerte es ésta! ¿Qué es lo que significa? Cuando Satanás como la serpiente tentó a Adán para que comiera del fruto del árbol del conocimiento y para que aceptara su concepto, Satanás, como la serpiente antigua, inyectó su naturaleza en el hombre. Tal naturaleza serpentina fue inyectada en el cuerpo del hombre. Y aunque este cuerpo fue creado por Dios como algo bueno, cuando la naturaleza serpentina de Satanás fue inyectada en él, éste fue transmutado a carne. El cuerpo es algo bueno creado por Dios, pero la carne es mala, pues es el cuerpo transmutado por el veneno de la serpiente. El término cuerpo es bueno, pero carne es malo. Pero, ¿qué diríamos acerca de Juan 1:14, que dice: “El Verbo se hizo carne”? ¿Es la carne aquí algo bueno o algo malo? Cuando Cristo se encarnó, ¿se convirtió en algo bueno o en algo malo? Cuidado con su respuesta. Juan 3:14 nos muestra y garantiza que cuando Cristo se hizo carne, en realidad no llegó a ser algo malo. Además, en Romanos 8:3 leemos que Él estaba “en semejanza de carne de pecado”; esta semejanza equivale a la forma de la serpiente de bronce. Tenía la forma de serpiente, pero no el veneno de la serpiente. Cristo fue hecho a la “semejanza de carne de pecado”, pero no participó del pecado de la carne (2 Co. 5:21; He. 4:15). Él se hizo carne de pecado únicamente en forma, pero sin la realidad. Consideremos la serpiente de bronce. Si vemos su forma, apariencia y semejanza, parece ser una verdadera serpiente; sin embargo, no encontramos veneno en ella. Tiene la apariencia de serpiente, pero no tiene la naturaleza serpentina. De la misma manera, Cristo se hizo carne de pecado sólo en apariencia y en semejanza. Aparentemente Él era exactamente igual a un pecador, pero dentro de Él no existía la naturaleza pecaminosa. Aunque fue hecho pecado, Él no conoció pecado. Sólo tenía la forma y la semejanza de la carne de pecado.
Cuando Cristo fue levantado en la cruz, Satanás, el diablo, la serpiente antigua, fue juzgado (Jn. 12:31-33; He. 2:14). Esto significa que por la muerte de Cristo se puso fin a la naturaleza serpentina del hombre caído. Podemos usar el ejemplo de una ratonera. Los ratones son fastidiosos y difíciles de atrapar. Sin embargo, es posible atraparlos utilizando una ratonera con cebo. Cuando el ratón sale de su escondite a buscar comida, es atraído por el cebo y entra en la ratonera para obtenerlo, entonces es atrapado. De esta manera el ratón es atrapado y terminado. En el universo hay un pequeño “ratón”, Satanás. Y la humanidad llegó a ser la trampa en la que Satanás fue atrapado. Adán fue tanto el cebo como la trampa. Satanás tomó el cebo pensando que había ganado la victoria al inyectarse en la carne del hombre, pero no se dio cuenta de que al hacer esto quedó atrapado. Él fue atrapado, fue ubicado en la carne del hombre. Un día, el Señor Jesús tomó la semejanza de carne de pecado, llevó esa carne a la cruz, y la crucificó. Al crucificar la carne, destruyó al diablo quien se había inyectado en el hombre. Ahora podemos entender Hebreos 2:14 que dice: “Él participó también de ... carne, para destruir por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. Cristo destruyó a Satanás en la carne por medio de Su muerte. Si no entendemos todos estos versículos, nos será difícil comprender adecuadamente el significado de Hebreos 2:14. ¿Cómo destruyó Cristo a Satanás en la cruz? Al tomar la semejanza de carne de pecado y, de esta manera, llevar la carne a la cruz. Ahí, por medio de la crucifixión, Satanás fue destruido.
Ante los ojos de Dios todos llegamos a ser serpientes. Al igual que los antiguos israelitas quienes se convirtieron en serpientes y necesitaron que fuera levantada una serpiente de bronce como su substituto, así también nosotros necesitábamos que Cristo muriera en la cruz como nuestro substituto. En la cruz Cristo no fue únicamente el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29), sino que también estaba ahí en la forma de una serpiente, para que pudiese quitar nuestra naturaleza serpentina y destruir a la serpiente antigua. Cuando Cristo fue levantado en la cruz, la naturaleza serpentina que estaba dentro del hombre caído fue terminada. Cuando el hombre recibe al Cristo crucificado y resucitado para ser regenerado con la vida divina de Cristo, su naturaleza satánica necesita ser anulada. Por eso en Juan 3:14, cuando el Señor Jesús reveló a Nicodemo el asunto de la regeneración, Él mencionó específicamente este punto.
Es posible que Nicodemo se considerara un hombre moral y bueno, pero lo dicho por el Señor en el versículo 14 da a entender que por muy bueno que haya sido exteriormente, él tenía la naturaleza serpentina de Satanás interiormente. Como descendiente de Adán, él había sido envenenado por la serpiente antigua, de manera que la naturaleza de la serpiente estaba dentro de él. No sólo necesitaba que el Señor fuera el Cordero de Dios para que quitara su pecado, sino que también necesitaba que el Señor tomara la forma de serpiente, para que su naturaleza serpentina pudiera ser anulada en la cruz, y para tener así la vida eterna. Según el principio establecido en el capítulo 2, esto es convertir la muerte en vida. La muerte que produce la serpiente es tragada por la vida divina. Al decirle esto, parece que el Señor Jesús decía: “Nicodemo, tú eres una serpiente, Yo voy a morir por ti como tu sustituto en la forma de una serpiente; no sólo con el fin de quitar tu pecado, sino también para anular tu naturaleza serpentina y destruir a Satanás”.
El versículo 15 nos muestra el propósito del versículo 14: “Para que todo aquel que en Él cree, tenga vida eterna”. La palabra para en el versículo 15 indica que este versículo es un resultado del versículo 14. Cristo murió en la cruz en la forma de una serpiente como nuestro sustituto. Al hacer esto, anuló nuestra naturaleza serpentina y destruyó a la serpiente inyectada en nuestra carne y como resultado, podemos recibir la vida eterna al creer en Él. Tal como los israelitas, después de ser envenenados por las serpientes, podían vivir si miraban a la serpiente de bronce levantada en el asta, nosotros podemos experimentar lo mismo hoy en día si nos arrepentimos, levantamos nuestro corazón y contemplamos a Jesús clavado en la cruz. Cuando hacemos esto, nuestro pecado es quitado, nuestra naturaleza serpentina es anulada, Satanás es destruido en nosotros, y recibimos la vida eterna. Esto es lo que significa ser regenerados. Cuando somos regenerados, recibimos la vida divina, que es otra vida aparte de nuestra vida humana, la cual fue corrompida por la serpiente y anulada por Cristo en la cruz.
Todo hombre es condenado en Adán por su pecado. En el versículo 18 el Señor reveló a Nicodemo algo más acerca de su condición, haciéndole saber que no sólo tenía la naturaleza venenosa de la serpiente, sino que también estaba bajo el juicio de Dios. Este versículo dice: “El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”. Conforme a este versículo, Nicodemo, un buen hombre, ya había sido juzgado. ¿Y usted, cuándo fue juzgado? Usted fue juzgado el mismo día que Adán. En otras palabras, usted fue condenado antes de que naciera. Usted fue condenado hace seis mil años. Ya que usted es parte de Adán, fue condenado juntamente con él. No importa si usted es bueno o malo, se encuentra bajo la ira de Dios (3:36). Aunque Nicodemo era un caballero de alto nivel, aun así estaba condenado. Él era un buen hombre, un hombre religioso y moral, pero aun así estaba condenado. Por lo tanto, necesitaba la redención del Señor, el Señor tenía que morir por él.
La condición actual de un buen hombre no es muy buena. Su verdadera condición tiene dos aspectos: su naturaleza contiene el veneno de Satanás, y él ya se encuentra bajo la condenación de Dios. Nosotros no somos caballeros, sino serpientes. En cuanto a nuestra naturaleza, tenemos el elemento venenoso de Satanás, el diablo. Este elemento nos hace “los hijos del diablo” (1 Jn. 3:10). En cuanto a nuestra posición, ya estamos bajo la condenación de Dios. Así que, la condición de la mejor de las personas es exactamente igual a la de la peor.
El Hijo de Dios ha venido para salvar al hombre de esta condenación. El versículo 17 dice: “Porque no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por medio de Él”. Cristo, el Hijo de Dios, fue enviado para salvarnos de la condenación de Dios, la cual fue causada por el pecado de Adán. En Adán todos fuimos condenados. Pero ahora podemos ser salvos de esta condenación por medio de Cristo. En nuestro nacimiento natural fuimos condenados en Adán, pero en la regeneración somos salvos en Cristo.
¿Cuál es la manera de ser regenerados? ¿Cómo podemos recibir la regeneración? En los versículos 15, 16, 18 y 36, el Señor dijo: “Para que todo aquel que en Él cree, tenga vida eterna”; “para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna”; “El que en Él cree, no es condenado”; “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”. Estas categóricas palabras mencionadas repetidas veces por el Señor, nos dicen clara y definitivamente que la manera de ser salvos y regenerados es simplemente creer en el Señor. Creer en el Señor es la única manera en que podemos recibir la salvación y la regeneración. Éste es un asunto que depende absolutamente de la fe. No importa cuánto podamos trabajar o cuán buena sea nuestra obra, tal obra no podrá salvarnos ni regenerarnos. Nuestra obra no tiene valor en este asunto. Lo único que cuenta es la fe. La salvación y la regeneración deben ser por fe. Al tener fe en el Señor, al creer en Él, por el lado negativo recibimos el perdón y la liberación de la condenación de Dios. Y también al tener fe en el Señor, al creer en Él, por el lado positivo recibimos la vida eterna, la vida divina de Dios, para nuestra regeneración. El Señor ha cumplido la obra redentora por nosotros. Por medio de Su muerte redentora en la cruz, Él satisfizo todos los justos requisitos de Dios y cumplió por nosotros todos los requisitos de la justicia, santidad y gloria de Dios. Mediante Su muerte en la cruz en la forma de una serpiente el Señor destruyó a Satanás, el diablo, el cual nos usurpa y esclaviza, para liberarnos así de la esclavitud del maligno y del imperio de la muerte (He. 2:14). Todas las cosas negativas han sido resueltas por la muerte todo-inclusiva de Cristo en la cruz. No es necesario que hagamos nada excepto creer en lo que el Señor ha realizado. Él se ha encargado de todos nuestros problemas y los ha resuelto. Él no ha dejado campo para nuestras obras o lo que podamos hacer, sino únicamente para nuestra fe, a fin de que creamos en Su obra de redención que ya fue acabada, completada, y es todo-inclusiva.
Después de que el Señor pasó por la muerte, mediante la resurrección y en ella, Él liberó Su vida, y llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Ahora en resurrección Él es el Espíritu de vida (2 Co. 3:17) que posee todas las virtudes de Su obra redentora; y como tal, Él espera que creamos en Él. Una vez que hemos creído en Él, no sólo recibimos el perdón de los pecados y la liberación del poder maligno de las tinieblas de Satanás, sino que también recibimos al Espíritu de vida, esto es, al Señor mismo con la vida eterna de Dios. De esta manera somos salvos y regenerados. Es al creer en el Señor y en Su obra redentora y todo-inclusiva, que recibimos la vida de Dios y nacemos de Él para ser Sus hijos.
Creer en el Señor significa recibirle (Jn. 1:12). El Señor puede ser recibido. Él ahora es el Espíritu vivificante, con Su redención completa, y como tal espera que lo recibamos. Nuestro espíritu es el órgano receptor. Podemos recibir al Espíritu del Señor en nuestro espíritu al creer en Él. Una vez que creemos en Él, Él como Espíritu entra en nuestro espíritu. Así somos regenerados por Él, quien es el Espíritu vivificante, y llegamos a ser un espíritu con Él (1 Co. 6:17). La frase el que cree en en los versículos 16, 18 y 36, literalmente debería traducirse “el que cree hacia adentro de Él”. Al creer en Él, entramos en Él para ser uno con Él, a fin de participar de Él y de todo lo que Él ha realizado por nosotros. Al creer en Él, somos identificados con Él en todo lo que es y en todo lo que ha experimentado, realizado, logrado y obtenido. A medida que llegamos a ser uno con Él creyendo en Él, somos salvos y regenerados por Él como vida. Es por medio de creer en Él que participamos de Él como vida y somos regenerados en Él.
El Hijo de Dios vino como la luz para que el hombre fuese iluminado a fin de ser salvo (3:19-21). A fin de salvarnos, Cristo, el Hijo de Dios, vino primeramente como la luz con el fin de iluminarnos para salvación. Lamentablemente los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malignas. Todo el que practica lo malo, aborrece la luz y no viene a ella para que sus obras no sean expuestas. Pero todo el que venga a la luz, será iluminado, y es a través de esa iluminación que será salvo. La luz viene primero y la salvación después.
En el capítulo 3 de Juan podemos ver que incluso un hombre de alto nivel moral se encontraba también en la línea de la muerte. Aunque buscaba a Dios, lo buscaba según la línea del árbol del conocimiento. Nicodemo buscaba enseñanzas y conocimiento, los cuales pertenecen al árbol del conocimiento. Él no conocía la vida ni tenía el concepto del árbol de la vida. No obstante, el Señor lo hizo volver, llevándolo del conocimiento a la vida, del árbol del conocimiento al árbol de la vida, para que fuese regenerado y recibiera la vida divina, representada por el árbol de la vida en Génesis capítulo 2. En la conversación que el Señor tuvo con él, queda implícito que el hecho de que Nicodemo buscara el conocimiento estaba relacionado con su naturaleza serpentina. La naturaleza serpentina de nuestro ser natural nos induce no sólo a hacer cosas malignas, sino también a buscar conocimiento, y aun conocimiento acerca de Dios, de una manera que no es la de la vida. Este tipo de búsqueda por conocimiento se encuentra en la línea de la muerte y produce muerte. Todos tenemos que volvernos de la línea del conocimiento a la línea de la vida para poder recibir la vida divina para nuestro disfrute.