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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Judas»
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Mensaje 3

EXHORTACIONES A LOS CREYENTES

  Lectura bíblica: Jud. 1:20-25

  En los versículos del 20 al 23 Judas da algunas exhortaciones a los creyentes. En los versículos 20 y 21 los exhorta a edificarse sobre la santísima fe y a vivir en el Dios Triuno. Luego, en los versículos 22 y 23, los exhorta a cuidar de los demás teniendo misericordia con temor.

EDIFICARNOS EN NUESTRA SANTÍSIMA FE

  En el versículo 20 Judas dice: “Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo”. La fe aquí es objetiva, pues se refiere a las cosas preciosas del Nuevo Testamento, en las cuales creemos para ser salvos en Cristo. Sobre el fundamento de esta santa fe y en su esfera, orando en el Espíritu Santo, nos edificamos a nosotros mismos. La verdad de la fe en su aplicación a nosotros y el Espíritu Santo que disfrutamos mediante nuestra oración son necesarios para que seamos edificados. Tanto la fe como el Espíritu son santos.

  Es correcto decir que la fe del versículo 20 es la fe objetiva. No obstante, debemos comprender que esta fe objetiva produce la fe subjetiva. En primer lugar, la fe se refiere a la verdad que está contenida en la Palabra de Dios y que es transmitida por medio de ella. La palabra escrita de Dios contenida en la Biblia y la palabra hablada por medio de la predicación y enseñanza genuinas y correctas, contienen la verdad y también nos la transmiten. Cuando hablamos de la verdad nos referimos a la realidad de lo que es Dios, a la realidad del proceso por el cual Él pasó y a la realidad de lo que Él logró, alcanzó y obtuvo. Por lo tanto, la verdad como realidad incluye todos los hechos relacionados con lo que Dios es, con lo que Él experimentó, y con lo que Él logró, alcanzó y obtuvo. Todo esto es revelado en el Nuevo Testamento. Podemos leer sobre esto en la Biblia o escuchar al respecto a través de la predicación y enseñanza de alguien. Cualquiera que sea el caso, esta realidad está contenida en la santa Palabra y también nos es transmitida por la Palabra.

  Mientras oímos la palabra que contiene la verdad, el Espíritu de Cristo opera dentro de nosotros. El Espíritu de Cristo siempre opera conforme a la Palabra y con la Palabra. Esto significa que el Espíritu de Cristo coopera con la Palabra. Como resultado de esta cooperación, finalmente habrá un “clic” en nuestra experiencia, como el obturador de una cámara, y la “escena” que corresponde al contenido en la Palabra quedará impresa en nuestro espíritu y vendrá a ser nuestra fe. Como señalamos en el Estudio-vida de 2 Pedro, ésta es la fe que Dios nos asigna como porción (2 P. 1:1), y esta porción es nada menos que la herencia neotestamentaria.

  Esta fe es tanto objetiva como subjetiva. Al edificarnos en nuestra santísima fe, nos edificamos en una fe que no solamente es objetiva, sino principalmente subjetiva. La fe subjetiva proviene de la fe objetiva. En otras palabras, la fe alude tanto a lo que creemos como también a nuestra acción de creer. Ésta es la santísima fe.

  Esta fe no proviene de nosotros. En nosotros mismos no tenemos tal fe. La santísima fe es una gran bendición que recibimos de parte de Dios, la cual está constituida de Dios mismo e incluso viene a nosotros con Dios. Cuando esta fe entra en nosotros, trae consigo a Dios: todo lo que Él es, todo lo que Él experimentó, todo lo que logró en Cristo y por medio del Espíritu, y todo cuanto obtuvo y alcanzó. Todo esto, juntamente con Dios, entra en nosotros con esta fe. Mientras tengamos tal fe, tenemos al Dios procesado, la redención, la regeneración, la vida divina y todas las cosas que pertenecen a la vida y la piedad. Además, somos puestos en el lugar apropiado para participar de la naturaleza divina y disfrutarla, lo cual es un privilegio. Por lo tanto, una vez que tenemos esta fe, lo tenemos todo. Ahora lo que necesitamos es edificarnos en esta santa fe.

  ¿Con qué materiales nos edificamos en nuestra santa fe? La respuesta es que esta fe es tanto los materiales con los que edificamos como la base o fundamento sobre el cual edificamos. Si no tenemos fe, no tenemos los materiales ni tampoco tenemos la base o fundamento sobre el cual edificar. Esto significa que sin fe, no tenemos nada sobre lo cual edificar ni nada con lo cual edificar. Como creyentes, nosotros nos edificamos con el contenido de nuestra santísima fe, y sobre esta misma fe como fundamento. ¡Alabado sea el Señor porque tenemos tal fe!

  La versión china de la Biblia traduce la palabra griega que traducimos “fe” en el versículo 20 usando una palabra que significa “la palabra verdadera”. La fe en este versículo ciertamente se refiere a la palabra verdadera, pues la fe es producida por lo que se contiene en la palabra verdadera, la revelación de Dios. La palabra de la revelación divina contiene la realidad divina del ser de Dios, de Su proceso, de Su obra redentora, de lo que logró y obtuvo, y nos transmite toda esta realidad divina. Cuando oímos las palabras tocantes a esta realidad, el Espíritu Santo opera en conformidad con dichas palabras, y el resultado de ello es la fe.

  Aunque la fe alude a la palabra verdadera, en realidad alude a muchas otras cosas. Según el Nuevo Testamento, la fe es todo-inclusiva. Mientras tengamos fe, tendremos todas las cosas divinas. Por lo tanto, si poseemos estas cosas divinas como el material y el fundamento, podremos edificarnos en nuestra santísima fe.

  Edificarnos en la fe no significa edificarnos con doctrinas teológicas ni con conocimiento bíblico. La doctrina y el conocimiento por sí solos son demasiado objetivos y vacíos. Pero la verdad como la realidad de la Palabra santa no es vacía. Esta verdad es el contenido de nuestra santísima fe. Por lo tanto, en este contenido tenemos algo real y concreto con lo cual y sobre lo cual podemos edificar.

  La edificación en la santísima fe no se realiza de una manera individualista; al contrario, esta edificación se lleva a cabo de manera corporativa. Judas se dirige a los creyentes corporativamente cuando los exhorta a edificarse en su santísima fe. Si hemos de edificarnos en la fe, tenemos que hacerlo de manera corporativa, es decir, tenemos que hacerlo en el Cuerpo, en la vida de iglesia. Aparte de la vida de iglesia no podemos edificarnos en la fe. Fuera de la vida de iglesia no se puede llevar a cabo tal edificación. De hecho, edificarnos en la santísima fe equivale a edificar el Cuerpo de Cristo.

ORAR EN EL ESPÍRITU SANTO

  Según el versículo 20, si hemos de edificarnos en nuestra santísima fe, debemos orar en el Espíritu Santo. La fe está relacionada con la Palabra, y en el Espíritu Santo recibimos la vida. En este versículo, el Espíritu Santo alude principalmente a la vida, no al poder. Sin embargo, algunos cristianos hoy en día asocian al Espíritu Santo mayormente con el poder; pero en Romanos 8:2 Pablo se refiere al Espíritu Santo como el Espíritu de vida. Por experiencia sabemos que orar en el Espíritu Santo tiene más que ver con la vida que con el poder. Cuando oramos, tal vez no siempre sintamos poder; no obstante, a menudo percibimos la vida. La vida es más preciosa que el poder.

  Los creyentes pentecostales piensan que orar en el Espíritu Santo tiene que ver más con el poder que con la vida porque hacen énfasis en el poder, y no en la vida. Existe una gran diferencia entre recalcar la vida y recalcar el poder. De hecho, el verdadero poder espiritual proviene de la vida espiritual.

  El verdadero poder está relacionado con la vida. Podemos usar las semillas como ejemplo. Las semillas de toda clase son pequeñas. Yo nunca he visto una semilla que sea tan grande como una pelota de béisbol. Sin embargo, aunque es pequeña, una semilla está llena de dinamismo y de vida. Por estar llena de vida, la semilla es poderosa. Después que uno la siembra en la tierra, ella germina y crece hasta convertirse en una planta o un árbol. Aunque el retoño es muy tierno, tiene el poder para brotar de la tierra. Este poder proviene de la vida que está en la semilla. Asimismo, el hecho de edificarnos orando en el Espíritu Santo tiene que ver principalmente con la vida.

CONSERVARNOS EN EL AMOR DE DIOS

  En el versículo 21 Judas dice: “Conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”. Debemos conservarnos en el amor de Dios edificándonos en nuestra santa fe y orando en el Espíritu Santo, y de este modo esperar y buscar la misericordia de nuestro Señor, no solamente para disfrutar la vida eterna en esta era, sino también para recibirla como herencia por la eternidad (Mt. 19:29).

  Es al edificarnos en nuestra santísima fe y al orar en el Espíritu Santo que nos conservamos en el amor de Dios. Si no nos edificamos en la fe ni tampoco oramos en el Espíritu Santo, nos apartaremos con facilidad del amor de Dios. De hecho, las palabras en el amor de Dios significan en el disfrute del amor de Dios. Aquí Judas no nos habla del amor de Dios de una manera objetiva, sino de una manera subjetiva, en el sentido de disfrutar de este amor. Hora tras hora debemos disfrutar del amor de Dios. Debemos permanecer en el amor de Dios, no sólo objetivamente sino también subjetivamente. Debemos conservarnos siempre en el disfrute del amor de Dios al edificarnos y al orar. Nuestra edificación está relacionada con la Palabra santa, y la oración, con el Espíritu Santo. Por lo tanto, si la Palabra nos es aplicada y el Espíritu opera en nosotros, nos conservaremos en el disfrute del amor de Dios mientras esperamos la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna.

  En los versículos 20 y 21 Judas no solamente exhorta a los creyentes a edificarse en la santa fe, sino también a vivir en el Dios Triuno, pues los creyentes aplican y disfrutan de la bendita Trinidad al orar en el Espíritu Santo, al conservarse en el amor de Dios y al esperar la misericordia de nuestro Señor para vida eterna. En estos versículos podemos ver al Espíritu, a Dios el Padre y al Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Debemos orar en el Espíritu Santo, conservarnos en el amor de Dios y esperar la misericordia del Señor Jesucristo. Así, pues, en estos versículos vemos claramente al Dios Triuno.

  Según Judas 20 y 21, necesitamos vivir en el Dios Triuno. Pero, ¿cómo podemos vivir en Él? Vivimos en el Dios Triuno orando en el Espíritu Santo, conservándonos en el amor de Dios y esperando la misericordia del Señor Jesús.

  Es muy significativo que una vez más Judas hable de la misericordia, y no de la gracia. Pedro hace hincapié en la gracia, mientras que Judas, en la misericordia. En el versículo 2 de esta epístola, Judas dice: “Misericordia a vosotros y paz y amor os sean multiplicados”. Hemos señalado que cuando se trata de rescatar al hombre caído, el brazo de la misericordia es más largo que el de la gracia. Así que, mientras oramos en el Espíritu y nos conservamos en el amor de Dios, debemos esperar más misericordia de parte del Señor.

PARA VIDA ETERNA

  Judas concluye el versículo 21 con las palabras para vida eterna. Aquí la palabra para significa “redundando en” o “dando por resultado”. La meta de nuestra búsqueda espiritual es disfrutar y heredar la vida eterna, la vida de Dios. Puesto que ésta es la meta hacia la cual nos dirigimos, deseamos conservarnos en el amor de Dios y esperar la misericordia de nuestro Señor.

  Con esto, Judas no está diciendo que todavía no poseamos la vida eterna. Tampoco está diciendo que si continuamos orando en el Espíritu Santo y nos conservamos en el amor de Dios, esperando la misericordia del Señor, finalmente obtendremos la vida eterna. En vez de ello, nos dice que el resultado de orar en el Espíritu Santo, conservarnos en el amor del Padre y esperar la misericordia del Señor, es que podremos disfrutar de la vida eterna hoy. Nosotros ya poseemos la vida eterna en nuestro interior; pero si no oramos en el Espíritu Santo ni nos conservamos en el amor del Padre ni tampoco esperamos la misericordia del Señor, no disfrutaremos de esta vida eterna. No obstante, si hacemos todas estas cosas, la vida eterna que está en nosotros llegará a ser nuestro disfrute.

  Además, aunque ya poseemos la vida eterna, es posible que la medida que tenemos de esta vida sea un poco limitada. Pero si oramos en el Espíritu, nos conservamos en el amor del Padre y esperamos la misericordia del Hijo, la vida eterna que está en nosotros se acrecentará. Por consiguiente, las palabras para vida eterna implican que no sólo estas cosas redundan en el disfrute de la vida eterna, sino también en el crecimiento, en el aumento de la medida, de la vida eterna. Experimentar esto equivale a vivir en el Dios Triuno.

CUIDAR DE OTROS TENIENDO MISERICORDIA CON TEMOR

  En los versículos 22 y 23 Judas hace notar que mientras vivimos en el Dios Triuno, debemos cuidar de otros teniendo misericordia con temor. El versículo 22 dice: “De algunos que vacilan, tened misericordia”. Aquí el griego también se podría traducir: “A los que disputan, convencedlos”. La palabra traducida “vacilar” también significa “dudar”. Una vez que vivamos en el Dios Triuno, mostraremos verdadera preocupación por los demás. Cuidaremos de los creyentes más jóvenes y más débiles, y de aquellos que vacilan. Pero si no vivimos en el Dios Triuno, no les brindaremos este cuidado a los débiles.

  En el versículo 23 Judas continúa, diciendo: “Y salvadlos, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa manchada por su carne”. Lo que dice Judas en cuanto a arrebatarlos del fuego probablemente fue tomado de Zacarías 3:2. La palabra fuego se refiere al fuego de la santidad de Dios en la ejecución de Su juicio (Mt. 3:10, 12; 5:22). Según estas palabras, debemos procurar salvar a otros y arrebatarlos del fuego.

  En este versículo Judas nos exhorta a tener misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa manchada por la carne. Mientras tenemos misericordia de los demás, debemos temer el horrible contagio del pecado, aborreciendo aun las cosas manchadas por la concupiscencia de la carne.

  Mientras tenemos misericordia de los demás, debemos temer ser afectados por ellos. La pecaminosidad es contagiosa. Si no procedemos con temor al mostrar misericordia a los demás, podríamos contaminarnos con los “gérmenes” de ellos. Por ejemplo, supongamos que usted quisiera ayudar a alguien que participa en cierta práctica inmunda o mundana. Si no tiene cuidado, en lugar de ayudarlo, podría ser contaminado y terminar por participar con él de aquella misma práctica. Por lo tanto, si no queremos ser contaminados, debemos tener misericordia de otros con temor.

  Mientras tenemos misericordia de otros con temor, debemos aborrecer la ropa manchada por la carne. Así, pues, vemos que al tener misericordia de los débiles, debemos temer algo y aborrecer algo. Tal vez estas personas débiles estén en una condición deplorable, y ciertamente debamos mostrarles misericordia. Sin embargo, al mismo tiempo debemos tener un temor santo y un odio santo, es decir, debemos tener un temor santo de ser contaminados por cosas pecaminosas y un odio santo por ellas.

CONCLUSIÓN

  En los versículos 24 y 25 se encuentra la conclusión de esta epístola. El versículo 24 dice: “Y a Aquel que es poderoso para guardaros de tropiezos, y presentaros sin mancha delante de Su gloria con gran alegría”. En esta frase de conclusión, el escritor da a entender claramente que aunque exhorta a los creyentes a esforzarse en cuanto a lo dicho en los versículos del 20 al 23, sólo Dios nuestro Salvador es poderoso para guardarlos de tropiezos y presentarlos sin mancha delante de Su gloria con gran alegría. Aquí “gloria” se refiere a la gloria del gran Dios y Salvador Jesucristo, la cual se manifestará cuando Él aparezca (Tit. 2:13; 1 P. 4:13) y en la cual Él vendrá (Lc. 9:26). La preposición griega traducida “con” también puede traducirse “en”, y significa “en el elemento”, y “gran alegría” denota el entusiasmo de un gozo triunfal (Alford).

  En el versículo 25 Judas concluye, diciendo: “Al único Dios, nuestro Salvador, por medio de nuestro Señor Jesucristo, sea gloria y majestad, imperio y potestad, desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos. Amén”. El único Dios es nuestro Salvador, y el hombre Jesucristo es nuestro Señor. A este maravilloso Salvador, por medio del Señor Jesucristo, sea la gloria, la majestad, el imperio y la potestad por todos los siglos. La gloria es la expresión con esplendor; la majestad es la grandeza que proviene del honor; el imperio es la fortaleza que proviene del poder; y la autoridad es el poder para gobernar. Por lo tanto, al único Dios, nuestro Salvador, sea la expresión con esplendor, la grandeza del honor, la fortaleza del poder y el poder para gobernar. En las palabras de Judas, esto debe cumplirse “desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos”. “Desde antes de todos los tiempos” se refiere a la eternidad pasada; “ahora”, a la era presente; y “por todos los siglos”, a la eternidad futura. Por consiguiente, esta alabanza abarca la eternidad pasada, el tiempo presente y la eternidad futura.

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