Mensaje 45
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Lectura bíblica: Lc. 20:1-47; 21:1-4
Lucas 19:28—22:46 narra cómo el Salvador-Hombre se entrega a la muerte para efectuar la redención. Vimos que el Señor entró en Jerusalén triunfalmente (19:28-40), se lamentó sobre la ciudad (vs. 41-44), y purificó el templo y enseñó allí (vs. 45-48). Luego, en 20:1-21:4, vemos que fue examinado por los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos (vs. 1-19), por los fariseos y los herodianos (vs. 20-26), y por los saduceos (vs. 27-38). El hizo callar a los examinadores (vs. 39-44), advirtió en contra de los escribas (vs. 45-47), y alabó a la viuda pobre (21:1-4).
Después de que el Señor entró en Jerusalén y visitó el templo, salió de la ciudad y posó en Betania. A la mañana vino otra vez al templo. Lucas 20:1 dice que El enseñaba al pueblo en el templo y anunciaba las buenas nuevas. El aún llevaba a cabo el ministerio que presenta el jubileo a los necesitados.
Mientras el Señor estaba en el templo, enseñando y anunciando, “se presentaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos, y le hablaron diciendo: Dinos con qué autoridad haces estas cosas, o ¿quién es el que te ha dado esta autoridad?” (20:1-2). Vemos que los líderes de la comunidad judía estaban preparados para probarle. En realidad, esta prueba no la iniciaron ellos, sino el Salvador-Hombre. El sabía que, según la profecía, El tenía que ser inmolado como Cordero de Dios en el día de la Pascua. Las profecías del Antiguo Testamento especificaron tanto la hora como el lugar donde le darían muerte.
El Salvador-Hombre había ministrado más de tres años en la menospreciada región de Galilea, lejos del templo santo y de la ciudad santa, el lugar donde El debía morir para que se cumpliera el plan eterno de Dios. Como Cordero de Dios (Jn. 1:29), era necesario que el Señor fuera ofrecido a Dios en el monte de Moriah, donde Abraham ofreció a Isaac y disfrutó el carnero que Dios le proporcionó como substituto de su hijo (Gn. 22:2; 9:14), y donde el templo de Jerusalén se edificó (2 Cr. 3:1). Era allí donde El debía ser entregado a los líderes judíos, según el consejo determinado por la Trinidad (Hch. 2:23), y rechazado por ellos, los edificadores del edificio de Dios (Hch. 4:11). Era también allí donde tenía que ser crucificado según el castigo romano (Jn. 18:31-32; 19:6, 14-15) para cumplir la profecía con respecto a la clase de muerte que padecería (Nm. 21:8-9; Jn. 3:14). Además según la profecía de Daniel (Dn. 9:24-26), en ese mismo año se le había de quitar la vida al Mesías (el Cristo). Más aún, El como Cordero pascual (1 Co. 5:7), tenía que morir en el mes de la Pascua (Ex. 12:1-11). Por lo tanto, debía ir a Jerusalén antes de la Pascua (Jn. 12:1; Mr. 14:1) para morir allí en el día de la Pascua (Jn. 18:28) en el lugar y a la hora designados de antemano por Dios.
Según las profecías del Antiguo Testamento, tanto el lugar como la hora de la muerte del Señor eran específicos. Daniel 9:25 y 26a dice: “Sabe, pues, y entiende que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí”. Vemos aquí que el Mesías, el Cristo, sería inmolado al final de la semana sesenta y nueve. El año en que el Salvador-Hombre subió a Jerusalén para morir era el mismo año profetizado en el capítulo nueve de Daniel. Más específicamente, sería inmolado en el día de la Pascua, es decir, en el decimocuarto día del mes. El Señor sabía que le era necesario estar en Jerusalén a tiempo a fin de morir en la Pascua. Además, según la profecía en cuanto al Cordero pascual, El tenía que ser examinado durante cuatro días. Por lo tanto, le era necesario estar en Jerusalén por lo menos cuatro días antes de Su crucifixión.
En los evangelios vemos que el Señor tuvo mucho cuidado de no ser inmolado ni antes ni después de la hora designada. Si hubiera sido inmolado antes de la Pascua, no se habría cumplido la profecía, y no habría sido el verdadero Cordero de la Pascua. Pero puesto que El era el verdadero Cordero pascual, se protegió hasta que le llegó la hora de ser ofrecido en la cruz.
Así como el Señor habría de ser inmolado a una hora específica, así también habría de morir en un lugar específico. Este lugar era el monte de Sión, el cual antes se llamaba el monte Moriah.
Si entendemos bien la hora y el lugar donde la crucifixión del Señor habrían de llevarse a cabo, sabremos por qué el Señor, estando en Jerusalén, obró con cuidado durante esos días decisivos. El sabía que si le hubieran dado muerte un día antes, habría errado el blanco en cuanto al cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. Por lo tanto, tuvo mucho cuidado cuando regresaba al templo cada día. Volvía al templo con el propósito de presentarse ante el pueblo judío a fin de que éste le examinara completamente. Vemos el relato de dicha examinación en 20:1—21:4.
En 20:1 vemos que mientras el Señor enseñaba en el templo y anunciaba las buenas nuevas, se presentaron los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos. Los sacerdotes servían en el templo; los escribas poseían un conocimiento cabal de la ley mosaica; y los ancianos eran los administradores entre el pueblo judío. Estos tres grupos eran los líderes prominentes de la comunidad judía. Vinieron preparados para examinar minuciosamente al Señor como Cordero pascual.
Lucas muestra cómo el Señor fue examinado desde una perspectiva diferente a la que se encuentra en Mateo y en Marcos. Lucas lo presenta desde la perspectiva del supremo nivel de moralidad. En el capítulo veinte del Evangelio de Lucas vemos cómo el Salvador-Hombre se conduce en el supremo nivel de moralidad. Claro está que en los mensajes anteriores vimos que el más elevado nivel de moralidad que el Señor posee es producido por Su esencia divina con los atributos de la misma y Su esencia humana con las virtudes de ésta. En el capítulo veintiuno, vemos un cuadro más detallado en cuanto al más alto nivel de moralidad que el Salvador-Hombre posee.
Los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos dijeron al Señor: “Dinos con qué autoridad haces estas cosas, o ¿quién es el que te ha dado esta autoridad?” (20:2). Pensaron que podían apresar al Señor al preguntarle de dónde provenía Su autoridad. Mientras era examinado, el Dios-Hombre, fue franco, genuino, sabio y digno. Sin embargo, los que le examinaron eran viles, astutos, insidiosos y deshonestos. No vinieron con una actitud recta ni en el debido espíritu.
El Salvador-Hombre fue sabio al contestar la pregunta suscitada por los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos. Cuando le preguntaron quién le había dado la autoridad, El no dijo: “Mi Padre me dio esta autoridad”. Contestar de esta manera sería correcto pero carecería de sabiduría. El Señor en Su sabiduría les dijo: “Os haré Yo también una pregunta; respondedme: El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?” (vs. 3-4). Esta pregunta les dejó en un dilema, y discutieron entre sí al respecto, diciendo: “Si decimos, del cielo, dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, todo el pueblo nos apedreará; porque están persuadidos de que Juan era profeta” (vs. 5-6). Finalmente, ellos careciendo de la sabiduría para resolver la situación, no pudieron hacer nada excepto mentir al decir “que no sabían de dónde fuese” (v. 7). El Señor, sabiendo que mentían, les dijo: “Yo tampoco os digo con qué autoridad hago estas cosas” (v. 8). Esto indica que el Señor sabía que los líderes judíos no le dirían lo que ellos sabían. Por lo tanto, El tampoco les diría lo que ellos preguntaron. Mintieron al decir “que no sabían”. Pero el Señor les dijo la verdad sabiamente, al exponer su mentira y al evitar su pregunta.
En este incidente podemos ver cuán viles y astutos eran los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos. Al mismo tiempo vemos cuán puro, sabio y digno es el Salvador-Hombre. ¡Qué contraste tan marcado!
Después de que el Salvador-Hombre silenció a los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos, vinieron los fariseos y los herodianos para ponerle a prueba (20:20-26). Los fariseos, un grupo religioso, eran patrióticos y fieles a la comunidad judía. Los herodianos eran partidarios del régimen del rey Herodes y le ayudaron a imponer las costumbres griegas y romanas en la cultura judía. Aunque estaban del lado de los saduceos, se oponían a los fariseos. No obstante, aquí se unieron a los fariseos para tratar de enredar al Señor Jesús. Colaboraron en una conspiración con el fin de atrapar al Salvador-Hombre en algún error.
Según los versículos 21 y 22, los herodianos y los fariseos le preguntaron al Señor: “Maestro, sabemos que dices y enseñas rectamente, y que no haces acepción de persona, sino que enseñas el camino de Dios con verdad. ¿Nos es lícito pagar impuestos a César, o no?” Esta era verdaderamente una pregunta capciosa. Los judíos se oponían a pagar impuestos a César. Si el Señor hubiera dicho que era lícito hacer esto, El habría ofendido a los fariseos, y si hubiera dicho que no era lícito, habría dado base a los herodianos, quienes apoyaban al gobierno romano, para acusarle. Al hacerle tal pregunta dejaron ver cuán astutos, deshonestos e insidiosos eran.
El Señor al enfrentarse con este dilema fue de nuevo honesto, puro y sabio. Percibiendo la astucia de ellos, les dijo: “Mostradme un denario. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción? Y respondiendo dijeron: De César. Entonces les dijo: Pues devolved a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (vs. 24-25). Devolved a César lo que es de César es dar tributos a César conforme a sus preceptos gubernamentales. Devolver a Dios lo que es de Dios es pagar el medio siclo a Dios conforme a Exodo 30:11-16, y ofrecer a Dios todos los diezmos conforme a Su ley.
En 20:20-26 vemos dos niveles de moralidad completamente diferentes. Los fariseos y los herodianos eran ruines, deshonestos e insidiosos. Pero el Salvador-Hombre era genuino, franco, honesto y sabio.
En 20:27-38 el Salvador-Hombre fue examinado por los saduceos. El versículo 27 dice: “Llegando entonces algunos de los saduceos, los cuales niegan haber resurrección, le preguntaron...” Presentaron al Señor el caso de un hombre que murió y dejó a su esposa sin hijos, diciendo: “Maestro, Moisés nos escribió: Si el hermano de alguno muere teniendo mujer, y no deja hijos, que su hermano se case con ella, y levante descendencia a su hermano. Hubo, pues, siete hermanos; y el primero tomó esposa, y murió sin hijos. También el segundo. La tomó el tercero, y así todos los siete, y murieron sin dejar descendencia. Finalmente murió también la mujer. En la resurrección, pues, ¿de cuál de ellos será mujer, ya que los siete la tuvieron por mujer?” (vs. 28-33). Los saduceos pensaron que eran sabios al presentarle dicho asunto. Ciertamente, eran muy astutos.
En los versículos del 34 al 36 el Señor les respondió: “Los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento; mas los que sean tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque ya no pueden morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección”. Aquí el Señor indica que el matrimonio es algo de este siglo. Pero los que sean tenidos por dignos de alcanzar el siglo venidero y la resurrección de entre los muertos, serán iguales que los ángeles, y no habrá casamiento entre ellos. Sin duda, los saduceos nunca se imaginaron que existiera una era de resurrección.
En 20:35 el Señor habla de los que sean tenidos por dignos de alcanzar el siglo venidero y la resurrección de entre los muertos. El siglo venidero, o sea, la era venidera del reino (13:28-29; 22:18) y la resurrección de vida (Jn. 5:29; Lc. 14:14; Ap. 20:4, 6), son bendiciones y deleites eternos en la vida eterna para los creyentes que son contados dignos (18:29-30; Mt. 19:28-29).
En 20:37 y 38 el Señor añade: “Pero en cuanto a que los muertos resucitan, aun Moisés lo dio a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para El todos viven”. Puesto que Dios es el Dios de los vivos y se le llama el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, esto indica que Abraham, Isaac y Jacob resucitarán. De lo contrario, Dios sería el Dios de los muertos. Vemos, entonces, que el título divino: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, denota la verdad en cuanto a la resurrección.
No solamente vemos la sabiduría del Señor al responder la pregunta capciosa de los saduceos, sino también al entender la profundidad de la Palabra de Dios. Se necesita sabiduría para entender las profundidades del título divino. El Salvador-Hombre ciertamente conocía la Palabra de Dios. A diferencia de los saduceos, quienes eran muy superficiales, tenía la sabiduría de penetrar en las profundidades de la Palabra santa.
Según lo narrado en Mateo y en Marcos, la pregunta que los saduceos hicieron va seguida de una cuarta pregunta, hecha por un intérprete de la ley con referencia al gran mandamiento de la ley. El hecho de que Lucas no mencione esta cuarta pregunta es otro indicio de que él se centra en el nivel supremo de moralidad del Salvador-Hombre. La pregunta en cuanto al mandamiento más importante no tiene nada que ver con la moralidad. Esta, creo yo, es la razón por la cual Lucas no incluye esta pregunta.
Lucas 20:39 y 40 simplemente añade: “Respondiéndole algunos de los escribas, dijeron: Maestro, bien has dicho. Y no osaron preguntarle nada más”. Las preguntas capciosas de los opositores y acusadores expusieron la maldad, la sutileza y la vileza de ellos, quienes eran precisamente lo opuesto a la perfección, la sabiduría y la dignidad del Salvador-Hombre. Esto le vindicó en Su perfección humana con Su esplendor divino, y les hizo callar en su detestable intriga y en la conspiración instigada por Satanás.