Mensaje 5
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Lectura bíblica: Mr. 1:14-45
Si examina el bosquejo del Evangelio de Marcos que aparece en el Nuevo Testamento Versión Recobro, se dará cuenta de que este evangelio consta de seis secciones principales: el comienzo del evangelio y la iniciación del Salvador-Esclavo (Mr. 1:1-13); el ministerio del Salvador-Esclavo tiene como fin propagar el evangelio (1:14—10:52); la preparación del Salvador-Esclavo para Su servicio redentor (11:1—14:42); la muerte y la resurrección del Salvador-Esclavo para cumplir la obra redentora de Dios (14:43—16:18); la ascensión del Salvador-Esclavo para Su exaltación (Mr. 16:19); y la propagación universal del evangelio de parte del Salvador-Esclavo por medio de Sus discípulos (Mr. 16:20). En los mensajes anteriores examinamos el comienzo del evangelio y la iniciación del Salvador-Esclavo. En este mensaje empezaremos a estudiar el ministerio del Salvador-Esclavo, que tiene como fin propagar el evangelio.
Ya vimos que el Salvador-Esclavo fue iniciado en Su ministerio mediante dos pasos: el bautismo y la prueba. Ahora, en 1:14—10:52, el Salvador-Esclavo lleva a cabo el ministerio en el cual fue iniciado, y cuyo fin es propagar el evangelio.
En el tercer mensaje del Estudio-vida vimos que el evangelio es el cumplimiento de las promesas, las profecías y los tipos del Antiguo Testamento, y la eliminación de la ley. Tanto el cumplimiento de las promesas, las profecías y los tipos como la eliminación de la ley se hallan en una Persona viva, Jesucristo. El mismo es tanto el cumplimiento como la eliminación de la ley. Entonces, ¿en qué consiste el comienzo de este evangelio? El comienzo del evangelio en realidad es la introducción de esta Persona viva. Cristo lo es todo para nosotros hoy. Si le tenemos a El, lo tenemos todo. No tenemos las promesas; tenemos a Cristo. No tenemos las profecías; tenemos a Cristo. No tenemos los tipos; tenemos a Cristo. Puesto que Cristo ya vino y le poseemos, no nos afanamos por guardar la ley. Cristo es la única palabra que existe en nuestro diccionario espiritual.
Ya que hemos visto lo que es el evangelio, es necesario examinar el contenido del servicio evangélico como se revela en 1:14-45. Según esta sección del Evangelio de Marcos, el contenido del servicio evangélico incluye cinco aspectos: proclamar el evangelio (vs. 14-20), enseñar la verdad (vs. 21-22), echar fuera demonios (vs. 23-28), sanar a los enfermos (vs. 29-39), y limpiar al leproso (vs. 40-45). En palabras sencillas, el contenido del servicio evangélico del Salvador-Esclavo consiste en proclamar, enseñar, echar fuera demonios, sanar y limpiar. Es posible leer 1:14-45 varias veces sin darse cuenta de que estos versículos presentan el contenido del servicio evangélico. A continuación estudiaremos lo que se narra en 1:14-20 respecto a la proclamación del evangelio.
Marcos 1:14 dice: “Después que Juan fue entregado, Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios”. El encarcelamiento de Juan era señal de que el evangelio había sido rechazado, especialmente en la región ilustre. Así que, el Salvador-Esclavo abandonó esa región y volvió a la región menospreciada para llevar a cabo Su servicio evangélico.
A pesar de que Juan el Bautista ministraba en el desierto, y no en el templo santo, ubicado en la ciudad santa, su ministerio se desarrollaba en Judea, no muy lejos de las cosas santas. Puesto que el pueblo había rechazado a Juan, el Señor Jesús se retiró a Galilea para comenzar Su servicio evangélico, muy lejos del templo santo y de la cuidad santa. Esto ocurrió bajo la soberanía de Dios para que se cumpliera la profecía de Isaías 9:1-2. Galilea era un lugar que tenía una población mixta de judíos y gentiles. Por esta razón se le llamaba “Galilea de los gentiles”, y era menospreciada por los judíos ortodoxos (Jn. 7:41, 52).
El servicio evangélico se inició en Judea, la región ilustre, con el ministerio de quien fue precursor del Salvador-Esclavo (1:1-11); pero continuó en Galilea, la región despreciada, con el ministerio del Salvador-Esclavo por un período de unos tres años (1:14—9:50). En contraste con el relato del Evangelio de Juan (Jn. 1:29-42; 2:13—3:36; 5:1-47; 7:10—11:57), Marcos no incluyó nada de lo que el Salvador-Esclavo realizó en Jerusalén ni en Judea durante ese tiempo. Sólo escribió acerca de la última vez que el Señor salió de Galilea para ir a Jerusalén (Mr. 10:1) a realizar Su obra redentora. Entonces el servicio evangélico continuó con el ministerio que el Señor llevó a cabo camino a Jerusalén, en Jerusalén y en sus alrededores (10:1—14:42), y concluyó con Su muerte redentora, Su resurrección que imparte vida y Su ascensión por la cual fue exaltado. Luego, los discípulos continuaron el servicio evangélico predicando el evangelio a toda la creación. Sin embargo, el apóstol Juan escribió en su evangelio acerca de eventos que ocurrieron en Jerusalén y en Judea antes de los tiempos de Marcos 10, los cuales no se mencionan en el Evangelio de Marcos (véase Jn. 1:29-42; 2:13—3:36; 5:1-47; 7:10—11:57).
Según Marcos 1:14, Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios. La proclamación del Salvador-Esclavo tenía como fin anunciar las buenas nuevas de Dios a las personas miserables que estaban cautivas. El propósito de Su enseñanza (vs. 21-22) era iluminar con la luz divina de la verdad a los ignorantes que estaban en tinieblas. Su proclamación supone una enseñanza, y Su enseñanza implica una proclamación (Mt. 4:23). Esto fue lo primero que hizo en Su ministerio, y también era la estructura total de Su servicio evangélico (Mr. 1:38-39; 3:14; 6:12; 14:9; 16:15, 20).
Lo primero que hizo el Salvador-Esclavo en Su servicio evangélico fue proclamar el evangelio. Como ya dijimos, Su proclamación siempre incluía enseñanza, y Su enseñanza implicaba la predicación, lo cual muestra algo importante respecto a la actual predicación del evangelio. Muchos santos tienen el deseo de predicar; anhelan presentarle el evangelio a sus familiares, vecinos, amigos, compañeros de clase y colegas. Pero muchos han tenido la experiencia de no saber qué decir en el momento de predicar. Esto se debe a que no han desarrollado la destreza de enseñar el evangelio, a pesar de tener el deseo de predicarlo. Si no sabemos enseñar, no podremos predicar eficazmente. La predicación del evangelio depende de la enseñanza.
Insto a todos los santos que son fieles al Señor en Su recobro, a que no sólo aprendan a predicar el evangelio, sino que también aprendan a enseñar el evangelio. Por ejemplo, tal vez haya personas que hablen de Dios de la siguiente manera: “Amigos, en el universo existe un solo Dios verdadero; y no hay dios aparte de El. Todo lo que afirme ser Dios, es falso. El Dios que nosotros adoramos es el Dios verdadero”. Esta manera de hablar de Dios es muy limitada. Predicar así no enseña a los demás acerca de Dios. Presento esto como ejemplo de lo necesario que es desarrollar la destreza de enseñar el evangelio y predicarlo. Así que, me gustaría animar a los ancianos de las iglesias a dedicar tiempo y energía para profundizar en la Palabra y ayudar a los santos a que aprendan las verdades del evangelio y cómo presentarlas a los demás. Primero, los santos mismos deben aprender las verdades; luego, necesitan adquirir la destreza para presentárselas a otros.
Las reuniones de la iglesia local deben ser todo-inclusivas. La iglesia, hablando espiritualmente, es un hogar, un restaurante, un hospital, un hotel, un gimnasio y también una escuela. En cuanto a la necesidad de desarrollar la destreza de enseñar el evangelio, algunas reuniones de la iglesia deben ser clases de instrucción. En estas reuniones los santos puedan ser ayudados a conocer la verdad y a presentarla.
Acerca de esta necesidad, me gustaría dirigirme a los ancianos. Ser anciano en una iglesia local es muy difícil, pues debe ejercer diversas funciones. Puesto que la iglesia es un hogar, el anciano debe saber cómo criar hijos espirituales; puesto que la iglesia es un restaurante, un anciano debe saber preparar alimentos espirituales y nutritivos para los santos; puesto que la iglesia es un hospital, un anciano debe aprender a cuidar a los hermanos y a las hermanas como si fuera un médico espiritual; puesto que la iglesia es un hotel, un anciano debe aprender a servir a los santos y a ponerse a su disposición; puesto que la iglesia es un gimnasio, un anciano debe aprender a ser un entrenador que adiestra a los miembros del “equipo” en el ejercicio espiritual corporativo; puesto que la iglesia también es una escuela, un anciano debe saber enseñar a los santos. Dicha enseñanza se debe llevar a cabo en diferentes niveles: el nivel de párvulo, de escuela primaria, de secundaria, el nivel universitario e incluso el de estudios superiores. Un anciano debe ser apto para enseñar a los santos las cosas espirituales en estos diferentes niveles. Pese a que esta responsabilidad es muy pesada, los ancianos, por la misericordia del Señor, deben aprender a realizarla.
El camino del recobro del Señor es angosto, y puesto que es angosto no debemos esperar que muchos lo tomen. No obstante, si los santos que actualmente están en el recobro del Señor son adiestrados debidamente, podrán presentar la verdad en su vida cotidiana, en la escuela, en el trabajo y en sus vecindarios. Serán aptos para predicar al enseñar y podrán enseñar al predicar donde sea que se encuentren. Si hacemos esto, nuestra predicación será muy eficaz.
La mayor parte de nuestra predicación no ha sido efectiva ni fructífera. Esto se debe a que la predicación de algunos santos carece de contenido. Al hablar con las personas, debemos tener algo rico que presentarles. Por ejemplo, obviamente no es correcto ofrecer a una persona un vaso que contenga sólo unas gotas de agua. Usted debe darle un vaso lleno hasta el borde. Este ejemplo nos muestra que necesitamos ser llenos de las riquezas divinas a fin de que al hablar con las personas podamos impartírselas.
Supongamos que usted se encuentra con alguien que afirma que la iglesia local es una herejía o una secta. En lugar de ponerse a discutir y a desmentir lo que se afirma, debe aprovechar la oportunidad y darle un “diamante” de la verdad. Por ejemplo, puede hablarle de la promesa hecha por Dios en Génesis 3:15, la promesa que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. En seguida puede decirle que el Señor Jesús, como simiente de la mujer, es el cumplimiento de esa promesa, y que en la cruz, le aplastó la cabeza a Satanás, destruyendo así al enemigo de Dios. Cuando tenga otra oportunidad, podrá hablarle de otro aspecto de la verdad. Es posible que después de algún tiempo la persona exprese el deseo de asistir a una reunión con usted. La manera correcta de enfrentarse a los que nos acusan de ser una herejía o una secta es hablarles de las preciosas verdades de la Palabra de Dios.
A pesar de tener las riquezas, muchos no sabemos cómo presentarlas a los demás. Nuestra intención no es venderlas, sino ofrecerlas gratuitamente; pero es posible que no sepamos cómo hacerlo. Si usted se pone a discutir con alguien, negando las falsas acusaciones de que somos una secta, es posible que no logre darle ningún “diamante”. En lugar de discutir con las personas, debemos entregarles los diamantes de la verdad, uno tras otro.
Estoy consciente de que a muchos santos les encantan los entrenamientos y que disfrutan los mensajes de estudio-vida, pero es posible que sólo tengan una idea general de lo que contienen dichos mensajes y que el contenido verdadero no esté forjado en ellos. Vamos a emplear el ejemplo de la promesa de Génesis 3:15 una vez más. Si la verdad acerca de la simiente de la mujer está forjada en nosotros, seremos aptos para presentarla en una breve conversación, quizás durante el descanso de cinco minutos en el trabajo.
Actualmente hay aproximadamente siete mil quinientos santos en el recobro del Señor en los Estados Unidos. Aunque este número es bastante pequeño, imagínense cuál sería el efecto si todos los santos fueran adiestrados día tras día a presentar la verdad. Creo que después de algunos años se vería un impacto en todo el país. Así que, si bien tenemos el deseo de predicar el evangelio, necesitamos la debida aptitud para enseñar la verdad. La enseñanza debe formar parte de nuestra predicación.
En el mismo principio, cuando enseñamos la verdad, también debemos predicar. No debemos enseñar conforme a la letra muerta, o sea, presentar meras doctrinas. Nuestra enseñanza debe llevarse a cabo de manera viviente. Por ejemplo, si estudiamos el nacimiento virginal de Cristo sólo doctrinalmente, este estudio impartirá muerte; primero a nosotros mismos y después a los demás. Nuestra enseñanza debe incluir una predicación viviente. Cada vez que enseñemos a otros un versículo de la Biblia, debemos también predicarles. Al mismo tiempo que enseñamos la Palabra santa, también debemos proclamar el evangelio. Esto mismo hacía el Señor en el Evangelio de Marcos. Siempre que predicaba, enseñaba, y cada vez que enseñaba, predicaba. Combinar la enseñanza y la predicación es maravilloso.
Los seres humanos caídos necesitan oír la predicación del evangelio y la enseñanza del mismo. ¡Qué terrible es la ignorancia que existe entre las personas caídas acerca de Dios y Sus intereses! A pesar de que nuestra sociedad da énfasis a la importancia de la educación, las personas permanecen ignorantes en cuanto a la verdad divina; no conocen a Dios, no saben el significado de la vida humana ni saben de dónde vienen ni a dónde van. En su ignorancia, se entregan a las lujurias de la carne y a los placeres mundanos. Por esta razón, las personas necesitan la enseñanza apropiada de la Palabra de Dios, la enseñanza que las iluminará.
El Señor Jesús, como Esclavo que servía a Dios, predicaba el evangelio y enseñaba la verdad a las personas que yacían en la ignorancia y en tinieblas. La iglesia, como continuación del Señor, como Su aumento, debe hacer lo mismo hoy. Debe predicar el evangelio y enseñar la verdad a las personas caídas que yacen en tinieblas. Espero que todos los santos que están en el recobro de Señor lleguen a ser buenos predicadores del evangelio y buenos maestros de la Biblia.
Si todos nos convertimos en buenos predicadores y maestros, el Señor podrá apresurar Su regreso. La situación actual no permite que el Señor regrese; pues no hay nada preparado para Su venida. Por consiguiente, necesitamos ser fieles en seguir los pasos del Señor en lo que se refiere a la predicación del evangelio y a la enseñanza de la verdad. El fue un buen predicador y un buen maestro, y nosotros debemos aprender de El y ser también buenos predicadores y maestros. Con relación a esto, tengo la esperanza de que especialmente los jóvenes serán fieles al Señor en Su recobro. Jóvenes, les espera mucho por delante. Les insto a ser fieles en el recobro del Señor con respecto a predicar el evangelio y a enseñar la verdad.
Según 1:14, el Señor predicó el evangelio de Dios. Algunos manuscritos insertan “del reino”, y por consiguiente hablan del evangelio del reino de Dios. El evangelio de Jesucristo (v. 1) es el evangelio de Dios (Ro. 1:1) y el evangelio del reino de Dios (véase Mt. 4:23). En 1:15 el Señor Jesús dijo: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. El reino de Dios es el gobierno, el reinado de Dios con todas las bendiciones y un disfrute completo. Es la meta del evangelio de Dios y de Jesucristo (véase las notas 32 y 263 del capítulo 4). Para entrar en el reino, las personas deben arrepentirse de sus pecados y creer en el evangelio para que sus pecados les sean perdonados y Dios les regenere, impartiéndoles la vida divina, la cual corresponde a la naturaleza divina de este reino (Jn. 3:3, 5). Todos los que creen en Cristo pueden participar del reino en la era de la iglesia para disfrutar a Dios en la justicia, la paz y el gozo que tenemos en el Espíritu Santo (Ro. 14:17). Este reino llegará a ser el reino de Cristo y de Dios, y los creyentes que venzan lo heredarán y lo disfrutarán en la era del reino venidero (1 Co. 6:9-10; Gá. 5:21; Ef. 5:5) para reinar con Cristo por mil años (Ap. 20:4, 6). Luego, como el reino eterno, será la bendición eterna de la vida eterna de Dios que todos Sus redimidos podrán disfrutar en el cielo nuevo y en la tierra nueva por la eternidad (Ap. 21:1-4; 22:1-5, 14, 17). El reino de Dios se había acercado, y en tal reino el evangelio del Salvador-Esclavo introduciría a los creyentes. Con miras a este reino, el Salvador-Esclavo decía a las personas que se arrepintieran y creyeran en el evangelio. (Véase las notas 33 de Juan 3, 281 de Hebreos 12, y 33 de Mateo 5).
Según se emplea en Marcos 1:15, la palabra arrepentíos significa “cambiar de modo de pensar”, es decir, cambiar de modo de pensar. Arrepentirse es tener tal cambio, sintiendo pesar por el pasado y tomando un nuevo camino para el futuro. Por un lado, el arrepentimiento ante Dios no sólo consiste en arrepentirnos de nuestros pecados y errores, sino también arrepentirnos del mundo y su corrupción, que usurpan y corrompen al hombre que Dios creó para Sí mismo; también es arrepentirnos de habernos olvidado de Dios. Por otro lado, arrepentirnos es volvernos a Dios completamente y en todo aspecto para que se cumpla el propósito que El tenía al crear al hombre. Es un “arrepentimiento para con Dios”, y significa arrepentirse y convertirse a Dios (Hch. 20:21; 26:20).
El Señor en Su predicación decía a la gente que se arrepintiera y creyera en el evangelio. El arrepentimiento se produce principalmente en la mente, mientras que la acción de creer sucede principalmente en el corazón (Ro. 10:9). Creer es unirse al objeto en el que se cree y recibirlo. Creer en el evangelio es creer principalmente en el Salvador-Esclavo (Hch. 16:31), y creer en El equivale a entrar en El por la fe (Jn. 3:15-16) y recibirle (Jn. 1:12) para entrar en una unión orgánica con El. Tal fe (Gá. 3:22) en Cristo nos la da Dios (Ef. 2:8) por la palabra de la verdad del evangelio que escuchamos (Ro. 10:17; Ef. 1:13). Esta fe nos introduce en todas las bendiciones del evangelio (Gá. 3:14). Por lo tanto, es preciosa para nosotros (2 P. 1:1). El arrepentimiento debe preceder a esta fe preciosa.
Creer es recibir al Salvador-Esclavo, no sólo para obtener el perdón de los pecados (Hch. 10:43), sino también para ser regenerados (1 P. 1:21, 23) a fin de que los que así creen llegan a ser hijos de Dios (Jn. 1:12-13) y miembros de Cristo (Ef. 5:30) en una unión orgánica con el Dios Triuno (Mt. 28:19).
En Marcos 1:15, el Señor específicamente predicó que debemos creer en el evangelio. Este es el evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios (v. 1), el evangelio de Dios, y el evangelio del reino de Dios. Jesucristo, el Hijo de Dios, con los procesos por los cuales pasó (tales como la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión) y con Su obra redentora completa, es el contenido del evangelio (Ro. 1:2-4; Lc. 2:10-11; 1 Co. 15:1-4; 2 Ti. 2:8). Por consiguiente, el evangelio gira en torno a El. El evangelio fue planeado, prometido y llevado a cabo por Dios (Ef. 1:8-9; Hch. 2:23; Ro. 1:2; 2 Co. 5:21; Hch. 3:15), y es el poder de Dios para salvación a todos los creyentes (Ro. 1:16) a fin de que sean reconciliados con Dios (2 Co. 5:19) y regenerados por El (1 P. 1:3) para ser Sus hijos (Jn. 1:12-13; Ro. 8:16) y disfrutar todas Sus riquezas y bendiciones como herencia (Ef. 1:14). Por lo tanto, es el evangelio de Dios, el cual introduce a los creyentes en la esfera del gobierno divino para que participen de las bendiciones de la vida divina en el reino divino (1 Ts. 2:12). Por consiguiente, también es el evangelio del reino de Dios. Por eso, su contenido es el mismo que el del Nuevo Testamento con todos sus legados. Cuando creemos en este evangelio, heredamos al Dios Triuno como nuestra porción eterna, que incluye la redención, la salvación y la vida divina con todas sus riquezas.