Mensaje 6
(2)
Lectura bíblica: Mr. 1:14-45
Las primeras dos secciones del Evangelio de Marcos tratan del comienzo del evangelio y la iniciación del Salvador-Esclavo (Mr. 1:1-13) y del ministerio del Salvador-Esclavo, cuyo fin es propagar el evangelio (1:14-10:52). En el mensaje anterior empezamos a examinar el contenido del servicio evangélico revelado en 1:14-45. Vimos que dicho servicio incluye cinco asuntos: predicar el evangelio (vs. 14-20), enseñar la verdad (vs. 21-22), echar fuera demonios (vs. 23-28), sanar a los enfermos (vs. 29-39) y limpiar al leproso (vs. 40-45). Habiendo examinado con cierto detalle la predicación del evangelio, en este mensaje hablaremos de enseñar la verdad, echar fuera demonios, sanar a los enfermos y limpiar al leproso.
Marcos 1:21-22 dice: “Y entraron en Capernaum; e inmediatamente, el sábado, entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y se admiraban de Su enseñanza; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. El versículo 21 habla de la sinagoga. Una sinagoga es un lugar de reunión donde los judíos leen y aprenden las santas Escrituras (Lc. 4:16-17; Hch. 13:14-15).
En la sinagoga, el Señor Jesús enseñaba al pueblo con autoridad. Cuando el hombre cayó en pecado, rompió la comunión que tenía con Dios, y como resultado, quedó sumido en la ignorancia respecto al conocimiento de Dios, lo cual primeramente produjo las tinieblas y luego a la muerte. El Salvador-Esclavo vino, como luz del mundo (Jn. 8:12; 9:5), a Galilea, tierra de las tinieblas, a fin de alumbrar al pueblo asentado en sombra de muerte (Mt. 4:12-16). Su enseñanza liberó la palabra de luz para alumbrar a los que estaban en la oscuridad de la muerte, a fin de que recibieran la luz de vida (Jn. 1:4). Ya vimos que lo primero que hizo el Salvador-Esclavo en Su servicio evangélico fue predicar el evangelio. Lo segundo que hizo el Esclavo de Dios en Su servicio a los hombres caídos como Salvador-Esclavo fue llevar a cabo tal enseñanza (Mr. 2:13; 4:1; 6:2, 6, 30, 34; 10:1; 11:17; 12:35; 14:49) para hacer que el pueblo saliera de las tinieblas satánicas y entrara en la luz divina (Hch. 26:18).
Por la soberanía de Dios, el Señor Jesús fue criado en la región de Galilea y comenzó a predicar y a enseñar no en Judea, sino en Galilea. Según el relato bíblico, Galilea no sólo era una región despreciada, sino también un lugar de tinieblas. Acerca de esto, Mateo 4:15-16 dice: “Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles; el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región y sombra de muerte, luz les amaneció”. Esto muestra que cuando el Señor Jesús anduvo por Galilea, El era una gran luz que resplandecía en las tinieblas e iluminaba a los que estaban asentados en región y sombra de muerte. En particular, lo que brillaba como una gran luz era la enseñanza del Salvador-Esclavo. Cada palabra que salía de Su boca era iluminadora. Así que, mientras enseñaba a la gente, la luz los iluminaba. De esta manera, los que yacían en tinieblas fueron iluminados por la enseñanza del Señor.
Según Marcos 1:22, los que estaban en la sinagoga se admiraban de la enseñanza del Señor y decían que enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Los escribas, quienes se habían nombrado a sí mismos y quienes por sí mismos enseñaban conocimiento vano, no tenían ni autoridad ni poder. Pero el Esclavo autorizado por Dios, quien por medio de Dios mismo enseñaba realidades, no sólo tenía poder espiritual para sojuzgar al pueblo, sino también la autoridad divina para someterlo al reinado divino.
En Mr. 1:23-28 encontramos el caso de una expulsión de demonios. Un hombre con espíritu inmundo gritaba, y el Señor Jesús le reprendió, diciéndole: “¡Cállate, y sal de él!” (vs. 23-25). Este espíritu inmundo no era un ángel caído sino un demonio (vs. 32, 34, 39; Lc. 4:33), un espíritu incorpóreo de uno de los seres vivientes que existieron en la era preadamítica y que fueron juzgados por Dios cuando se unieron a la rebelión de Satanás (véase Estudio-vida de Génesis, mensaje 2). Los ángeles caídos obran con Satanás en el aire (Ef. 2:2; 6:11-12), y los espíritus inmundos, los demonios, se mueven con él en la tierra. Ambos operan en el hombre de modo maligno a favor del reino de Satanás. El hecho de que los demonios posean a las personas significa que Satanás usurpa al hombre, a quien Dios creó para Su propósito. El Salvador-Esclavo, quien vino para destruir las obras de Satanás (1 Jn. 3:8), expulsó estos demonios de las personas poseídas (Mr. 1:34, 39; 3:15; 6:7, 13; 16:17) para que fueran libradas de la esclavitud de Satanás (Lc. 13:16), de la autoridad de tinieblas de Satanás (Hch. 26:18; Col. 1:13), y puestas en el reino de Dios (Mr. 1:15). Esto fue lo tercero que cumplió el Salvador como parte del servicio que rindió a Dios. En este evangelio se relatan cinco casos que muestran esto (1:23-27; 5:2-20; 7:25-30; 9:17-27; 16:9).
Marcos 1:27 dice: “Y todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva! El manda con autoridad a los espíritus inmundos, y le obedecen”. Este versículo no habla del poder del Señor, sino de Su autoridad, por la cual echó fuera al demonio. Al llevar a cabo el servicio evangélico, el Salvador-Esclavo tenía la autoridad divina no sólo para enseñar (v. 22), sino también para echar fuera demonios.
Hace muchos años, un misionero llamado el Dr. Nevius, escribió un libro donde describía muchos casos de posesión de demonios que sucedieron en China. En aquel entonces se daban casos de posesión demoniaca por toda la China, y este libro presentaba los detalles. Hoy, en un país tan culto y civilizado como los Estados Unidos, aparentemente ya no ocurren casos de posesión de demonios. No obstante, Satanás es insidioso, y procura poseer a las personas de diferentes maneras. Puede poseer a personas de países altamente civilizados, así como de países incultos. Por consiguiente, Satanás utiliza diferentes medios para poseer a la gente, incluso en la nación más culta de la actualidad. Por esto, al predicar el evangelio no sólo debemos enseñar debidamente, sino que también debemos echar fuera los demonios, es decir, las cosas que Satanás usa para poseer a las personas. Si queremos hacer esto, tenemos que aprender a orar para recibir el poder, incluso la autoridad, para echar fuera el elemento poseedor. Una vez que recibimos el poder y la autoridad, nuestra predicación y enseñanza conllevarán el poder que echará fuera el elemento con el cual el enemigo posee a las personas.
Necesitamos el poder para echar fuera el elemento satánico que usa el enemigo para poseer a las personas en los países modernos de la actualidad. Satanás, la serpiente insidiosa, es muy astuto, y sabe usar métodos modernos para poseer a la gente. En un país inculto quizás use un método inculto. Pero en un país culto y moderno, usará medios modernos y cultos para usurpar a las personas. Por ejemplo, en las universidades más prominentes, Satanás posee a las personas por medio del intelecto. Si simplemente predicamos y enseñamos de manera ordinaria, no podremos liberar al género humano de la posesión del enemigo. Si queremos echar fuera los demonios actuales, tenemos que enseñar y predicar con el poder y la autoridad divinos. Este poder y esta autoridad se pueden ejercer solamente en el nombre de Jesús. Por lo tanto, necesitamos invocar el nombre del Señor y ejercer la autoridad divina en Su nombre y por medio de éste. Si hacemos esto, entonces en nuestra predicación y enseñanza habrá poder y autoridad para echar fuera el elemento maligno del enemigo, el cual posee a las personas. Echar fuera demonios, por tanto, es el tercer aspecto del contenido del evangelio.
En 1:29-39 vemos la sanidad de los enfermos efectuada por el Señor. El versículo 30 dice: “Y la suegra de Simón estaba acostada, con fiebre; y en seguida le hablaron de ella”. La fiebre puede referirse al mal genio desenfrenado, el cual es anormal.
En el versículo 31 vemos que el Señor se acercó a la suegra de Simón y la levantó, y la fiebre la dejó. Según el versículo 34, El “sanó a muchos que padecían diversas enfermedades”. La enfermedad resulta del pecado y es una señal de la condición anormal del hombre delante de Dios a causa del pecado. La cuarta cosa que hizo cl Salvador-Esclavo, como parte de Su servicio evangélico para rescatar a los pecadores, fue sanar física y espiritualmente su condición enferma y restaurarlos a la normalidad para que le sirvieran a El (1:34; 3:10; 6:5, 13, 56). En este evangelio se narran nueve casos que son ejemplos de tal curación (1:30-31, 40-45; 2:3-12; 3:1-5; 5:22-43; 7:32-37; 8:22-26; 10:46-52).
Todos los seres humanos caídos están enfermos; muchos lo están físicamente, pero todos están enfermos espiritualmente. Por esta razón, los que estamos en las iglesias locales debemos aprender a predicar el evangelio y enseñar la verdad como médicos, lo cual implica que al enseñar y predicar debemos prescribir a las personas una receta celestial, un medicamento divino para que sanen. Todos los santos que están entre nosotros deben aprender a predicar el evangelio y enseñar la verdad de tal manera que la gente sane. Mientras enseñamos y predicamos, debemos inyectar en las personas el medicamento espiritual que las sanará.
Actualmente, entre los que integran el movimiento pentecostal, se hace mucho hincapié en la sanidad milagrosa, la sanidad física. Pero nosotros debemos preocuparnos más por la sanidad espiritual. Los santos de las iglesias deben estar equipados de tal manera que al predicar y enseñar suministren a las personas la medicina espiritual a fin de que éstas se sanen espiritualmente.
Según Marcos 1:32, en la tarde, el Señor sanó a muchos que estaban enfermos. Luego, temprano por la mañana del día siguiente “se fue a un lugar desierto, y allí oraba”. Oraba para tener comunión con Dios, buscando la voluntad y el beneplácito de Dios con respecto a Su servicio evangélico (v. 38). El Salvador-Esclavo no desempeñó el servicio evangélico solo, independientemente de Dios ni con forme a Su propia voluntad, sino conforme a la voluntad y al beneplácito de Dios, siendo uno con Dios para cumplir Su propósito.
Según 1:37, Simón y los que estaban con él dijeron al Señor: “Todos te buscan”. El Señor les respondió: “Vamos a otro lugar, a los pueblos vecinos, para que predique también allí; porque para esto he salido”. Como Esclavo de Dios, el Salvador-Esclavo sirvió a Dios en Su evangelio, no para llevar a cabo Su propia voluntad ni lo que proponía la gente, sino la voluntad de Dios, quien lo había enviado (Jn. 6:38; 4:34).
En 1:40-45 encontramos el caso de uno que fue limpio de lepra. El versículo 40 dice: “Vino a El un leproso, rogándole; y arrodillándose, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme”. Un leproso representa a un pecador típico. La lepra es la enfermedad más contaminadora y contagiosa, mucho más grave que la fiebre (v. 30), y hace que su víctima sea aislada de Dios y de los hombres. Según la ley, un leproso debía ser aislado del pueblo a causa de su inmundicia y nadie lo podía tocar (Lv. 13:45-46). Según los ejemplos que se ven en las Escrituras, la lepra es el resultado de la rebelión y la desobediencia. Miriam quedó leprosa debido a que se rebeló contra la autoridad delegada de Dios (Nm. 12:1-10). La lepra de Naamán fue limpiada debido a la obediencia de éste (2 R. 5:1, 9-14). A los ojos de Dios todos los seres humanos caídos han quedado leprosos a causa de su rebelión. Debido a que la lepra aislaba a su víctima de Dios y de los hombres, limpiar al leproso indica restaurar al pecador a la comunión con Dios y con los hombres. Esta fue la parte culminante del servicio evangélico del Salvador-Esclavo, según consta en este capítulo.
Marcos 1:41-42 dice: “Y Jesús, movido a compasión, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio”. El Señor Jesús fue movido a compasión. La compasión y buena voluntad del Salvador-Esclavo, las cuales provenían de Su amor, eran queridas y preciosas para el leproso que estaba sin esperanza. El Señor extendió Su mano y tocó al leproso. Con esto mostró Su comprensión y cercanía para con el leproso miserable, a quien nadie se atrevía a tocar. Según el versículo 42, la lepra le dejó al instante, y él quedó limpio. Este versículo dice que el leproso no sólo fue sanado, sino que también quedó limpio. La lepra no sólo requiere sanidad como otras enfermedades, sino que también, al igual que el pecado (1 Jn. 1:7), requiere purificación debido a su naturaleza sucia y contaminadora.
Deben impresionarnos profundamente los cinco asuntos que comprenden el servicio evangélico del Salvador-Esclavo, que incluye: predicar (vs. 14-15, 38-39) para anunciar las buenas nuevas al pueblo miserable que estaba esclavizado; enseñar (vs. 21-22) para iluminar con la luz divina de la verdad a los ignorantes, los cuales estaban en tinieblas; echar fuera demonios (vs. 25-26) para acabar con la usurpación del hombre por Satanás; sanar al hombre de su enfermedad (vs. 30-31) para que sirva al Salvador-Esclavo; y limpiar al leproso (vs. 41-42) para restaurar al pecador a la comunión con Dios y con los hombres. ¡Qué obra tan maravillosa y excelente!
En nuestra predicación del evangelio, nosotros también debemos estar preparados para predicar, enseñar, echar fuera demonios, sanar y limpiar. Si nuestra predicación es débil, quizás algunos se salven, pero tal vez no sean limpios. Es posible que sean salvados al ser perdonados de sus pecados, pero quizás no sean limpios de la naturaleza contaminadora del pecado. Por lo tanto, debemos examinar detenidamente el hecho de que el servicio evangélico del Señor concluya con la limpieza de un leproso. El Señor predicó, enseñó, echó fuera demonios, sanó enfermos y por último, limpió un leproso. Esta limpieza es la máxima consumación del contenido del servicio evangélico del Señor.
El Señor Jesús, después de limpiar al leproso, le encargó rigurosamente, diciéndole: “Mira que no digas nada a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que Moisés ordenó, para testimonio a ellos”. Este mandato, dado repetidas veces en el relato del servicio evangélico del Salvador-Esclavo, es muy impresionante (5:43; 7:36; 9:9). Es semejante a lo profetizado en Isaías 42:2 respecto al carácter tranquilo del Señor. El quería que Su obra se llevara a cabo dentro de los límites de un mover que estaba en total conformidad con el propósito de Dios y que no fuera fomentada por el entusiasmo ni la propaganda del hombre. Durante todo el ministerio del Salvador-Esclavo, el Esclavo de Dios, se puede ver que El no quiso publicidad.
Según 1:45, el que había sido limpio no obedeció la palabra del Señor. Más bien, “salió y comenzó a proclamarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a El de todas partes”. En este versículo vemos que la actividad del hombre, la cual concuerda con el concepto natural, entorpece el servicio del Salvador-Esclavo, el cual concuerda con el propósito de Dios.