Mensaje 16
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En este mensaje llegamos a la segunda sección de la promulgación de la constitución del reino (Mt. :13-16), la cual trata de la influencia que el pueblo del reino de los cielos ejerce sobre el mundo, siendo sal para la tierra corrompida y luz para el mundo entenebrecido.
Después de revelar la naturaleza del pueblo del reino, esta promulgación trata de la influencia que ellos ejercen sobre el mundo. La secuencia aquí es significativa. Si los ciudadanos del reino no tuvieran la naturaleza descrita en 5:3-12, no podrían ejercer ninguna influencia sobre el mundo. La influencia que ellos tienen proviene de su naturaleza, o sea, sale de lo que son. Si nosotros, quienes componemos el reino, la iglesia, somos pobres en espíritu, el reino de los cielos tendrá lugar en las profundidades de nuestro ser. Entonces lloraremos, seremos mansos, tendremos hambre y sed de justicia, seremos misericordiosos, tendremos corazones puros, seremos pacificadores, sufriremos persecución, y seremos vituperados por causa de Cristo. Si somos tales, seguramente ejerceremos una gran influencia sobre la gente mundana que nos rodea. Espontáneamente afectaremos la tierra corrupta y el mundo entenebrecido.
Debido a que al mundo le hace falta la influencia de la vida adecuada de iglesia, todo el mundo se halla corrupto y en tinieblas. Si usted viaja por todo el mundo, observando y examinando la situación en varios países, verá que dos de los peores lugares son Francia y Suecia, países sin la influencia de la vida adecuada de iglesia. Además, en Centroamérica y Sudamérica sólo hay tinieblas debido a que el catolicismo predomina sobre todo allí. Dondequiera que el catolicismo prevalece, se encuentran las tinieblas y la corrupción. Hoy, como preparación para el regreso del Señor, hay una necesidad urgente de que todos estos países corruptos y entenebrecidos estén bajo la influencia de la vida apropiada de iglesia.
En el versículo 13 el Señor dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra”, y en el versículo 14 dijo: “Vosotros sois la luz del mundo”. Según el texto griego el pronombre traducido “vosotros” está en el plural, refiriéndose a un pueblo corporativo. [Sin embargo,] la mayoría de los lectores aplican estos versículos a individuos. Los que tienen las nueve bienaventuranzas mencionadas en los versículos del 3 al 12 componen un pueblo corporativo, y no individuos. Por consiguiente, lo dicho por el Señor respecto a la sal y a la luz no trata de individuos. Ninguno de nosotros puede ser sal ni luz por su propia cuenta. En el versículo 14 el Señor nos compara con una ciudad, no con piedras individuales. Esto claramente revela que las palabras que el Señor habló aquí no son dirigidas a individuos, sino a un pueblo corporativo edificado juntamente sobre un nivel alto. El Señor no dijo: “Vosotros sois las luces del mundo”, sino: “Vosotros sois la luz del mundo”. El plural “vosotros” es una sola luz.
No considere la influencia que el pueblo del reino ejerce sobre el mundo como si fuera un asunto individual. Si usted trata de ser espiritual individualmente, no lo logrará. Aun si usted lograra alguna espiritualidad individual, ésta sería un cáncer. Toda espiritualidad individualista es un cáncer que absorbe para sí mismo la nutrición destinada para el Cuerpo entero. El cáncer no es causado por los microbios, sino por células en el cuerpo que se aíslan del mismo y sólo cuidan de sí mismas. Si usted intenta ser espiritual individualmente, llegará a ser un cáncer. Todos necesitamos oír esta palabra de advertencia.
Durante los últimos veinticinco años he llegado a ver que la espiritualidad no es un asunto individualista; es absolutamente un asunto corporativo. Tomemos el ejemplo de la salud física. La salud de nuestro cuerpo no es cuestión de los miembros individuales, sino de la entidad corporativa. No decimos que nuestros oídos están sanos, sino que nuestro cuerpo está sano. Si sus oídos no están sanos, entonces su cuerpo no debe de estar sano tampoco. Así que, la salud es un asunto del cuerpo entero.
Cuando yo era joven, entendí lo que el Señor dijo en estos versículos acerca de la sal y la luz como si fuera algo individual, pensando que yo personalmente tenía que ser la sal y la luz. Pero ahora veo que para ser la sal se requiere la entidad corporativa. Necesitamos quedar impresionados con el hecho de que el pueblo del reino es la sal y la luz sólo como entidad corporativa. Si nos separamos de la vida de iglesia, ya no seremos ni sal ni luz.
Tanto la sal como la luz se refieren al pueblo corporativo del reino. Hoy los que practican la vida de iglesia constituyen el pueblo del reino. Con respecto a la disciplina y al ejercicio, somos el pueblo del reino. Pero en cuanto a la vida y a la gracia, somos quienes pertenecemos a la iglesia. Estos versículos tratan del ejercicio y de la disciplina; por eso, tienen que ver con el pueblo del reino. Ellos, como una sola entidad, como un cuerpo corporativo, son la sal y la luz.
En el versículo 13 el Señor habla de la tierra, y en el versículo 14 habla del mundo. Hay una diferencia entre la tierra y el mundo; las expresiones no son sinónimas. Dios creó la tierra, pero el mundo fue producido por la corrupción de Satanás. Para la tierra creada por Dios, el pueblo del reino es la sal. Pero para el mundo corrompido por Satanás, ellos son la luz. Somos la sal de la tierra y la luz del mundo.
Cuando decimos que somos la sal, esto quiere decir que ejercemos nuestra influencia sobre la tierra creada por Dios para mantenerla en su condición original. La tierra, que fue creada por Dios, entró en una condición caída. En un sentido, se estropeó y se corrompió. La sal mata los gérmenes y elimina la corrupción. Cualquier médico podría decirnos que la sal mata los microbios, elimina la corrupción, y preserva las cosas en su condición original. La sal por naturaleza es un elemento que mata y elimina los microbios de corrupción. Por lo tanto, mediante su función aniquiladora y preservadora, la sal restaura la tierra a su condición original o la preserva en su condición original. Así que, la función de la sal es preservar lo que Dios creó. Toda la tierra se va estropeando más y más. Por consiguiente, debemos ejercer nuestra influencia sobre esta tierra corrupta. Para la tierra corrupta, el pueblo del reino de los cielos es el elemento que preserva la tierra impidiendo que ésta sea totalmente corrupto.
En el versículo 13 el Señor dijo: “Pero si la sal se hace insípida, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres”. Hacerse insípido significa perder la función de salar. Si el pueblo del reino se hace insípido, esto significa que ha venido a ser como la gente terrenal, sin nada que lo distinga de los incrédulos. Hacernos insípidos es perder la distinción que existe entre nosotros y la gente mundana. Es ser lo mismo que los del mundo. Ser igual a la gente del mundo es lo opuesto a la naturaleza revelada en los versículos del 3 al 12. Quiere decir que ya no somos pobres en espíritu, no lloramos por la situación negativa, no somos mansos, no tenemos hambre y sed de justicia, no somos misericordiosos ni puros al buscar a Dios, no hacemos la paz, ni estamos dispuestos a ser perseguidos por causa de la justicia, ni estamos dispuestos a ser vituperados por causa de Cristo. Quiere decir que vivimos, andamos, y nos comportamos como la gente mundana. Si tal es nuestro caso, nos hacemos insípidos, y la sal ha perdido su función.
La esposa de Lot es un buen ejemplo de este punto (Gn. 19:26). Ella se volvió una columna de sal, la cual simboliza la sal que ha perdido su función. Cuando la sal se convierte en una columna, no puede funcionar, principalmente porque ha perdido su sabor. El hecho de que la esposa de Lot se convirtió en una columna de sal nos sirve como una fuerte advertencia, para que nosotros no perdamos la distinción que existe entre nosotros y el mundo. Nunca debemos perder nuestro sabor; más bien, debemos mantener la función de la sal, a saber, la de matar los microbios, eliminar la corrupción, y preservar las cosas en su condición original o restaurarlas a la condición en la cual Dios las creó.
Dondequiera que estén los ciudadanos del reino, deben ejercer influencia sobre los que les rodean como si estuvieran salándolos. En nuestros vecindarios debemos ejercer nuestra función de matar los microbios. Pero si venimos a ser como la gente mundana, perdemos nuestra función y sabor. Por haber perdido nuestro sabor, ya no tenemos la habilidad de salar y por eso no podemos realizar nuestra función de salar. Si tenemos la naturaleza del pueblo del reino revelada en las nueve bienaventuranzas, verdaderamente tendremos la función de salar. Seremos sal para nuestros familiares y parientes políticos. Si somos pobres en espíritu, si lloramos por la situación negativa, si somos mansos, justos, misericordiosos, y puros al buscar a Dios, tendremos la función de salar. No será necesario reprender a otros ni señalarles sus errores ni sus malos hechos. Serán salados simplemente por nuestra presencia. A veces ciertas personas malas se nos retirarán porque somos muy salados. Esto es lo que significa matar los microbios de esta tierra corrupta.
La intención del Señor es restaurar la tierra a su condición original. Aunque no lo podemos ver en la edad actual, lo veremos en la era venidera. Cuando llegue el reino milenario, toda la tierra será salada. Todos los gérmenes en esta tierra serán totalmente exterminados, y toda la tierra no sólo será poseída de nuevo por Cristo, sino que también será restaurada a la condición en la cual Dios la creó. Esta obra la realizará el pueblo del reino.
En el versículo 13 el Rey dijo que la sal que ha perdido su sabor será echada fuera y hollada por los hombres. Ser echada fuera significa ser removida del reino de los cielos (Lc. 14:35). Ser hollada por los hombres equivale a ser tratada como polvo inútil.
El versículo 14 dice: “Vosotros sois la luz del mundo”. La luz es el resplandor de una lámpara que ilumina a los que se encuentran en la oscuridad. Para el mundo entenebrecido, el pueblo del reino de los cielos es la luz que disipa las tinieblas del mundo. En naturaleza ellos son la sal sanadora, y en conducta son la luz resplandeciente.
Como luz resplandeciente, el pueblo del reino es semejante a una ciudad asentada sobre un monte, la cual no se puede esconder. Esto finalmente tendrá su consumación en la santa ciudad, la Nueva Jerusalén (Ap. 21:10-11, 23-24). Por muchos años me perturbó el hecho de que el Señor usara el cuadro de la ciudad asentada sobre un monte para ilustrar un punto. No fue sino hasta que vine a la vida de iglesia que entendí cómo la luz podría ser simbolizada por una ciudad edificada. Después de estar en la edificación práctica de la iglesia, vi que sólo al ser juntamente edificados podrían los ciudadanos del reino llegar a ser una ciudad asentada sobre un monte. Esta ciudad llega a ser una luz brillante. En Anaheim los santos se están reuniendo en grupos en sus vecindarios. Si esta práctica prevalece y los santos en estos grupos se edifican juntamente, cada grupo será parte de la brillante ciudad asentada sobre un monte.
En estos tres capítulos el Señor Jesús no usó el término “iglesia”. Sin embargo, el término “reino”, el cual se usa muchas veces en estos capítulos, en realidad se refiere a la iglesia. El reino mencionado en Mateo 5, 6 y 7 es el aspecto de la iglesia relacionado con la disciplina y el ejercicio. La iglesia es el aspecto de gracia y vida para el reino, y el reino es el aspecto de disciplina y ejercicio para la iglesia. Por consiguiente, lo que el Señor dijo en estos capítulos acerca del reino, en realidad tiene que ver con el ejercicio y la disciplina en la iglesia.
Hemos visto que muchos cristianos comprenden estos capítulos de una manera individualista. La mayoría no ha visto que esta constitución no es para individuos, sino para un pueblo corporativo. Sabemos que esta promulgación es para un pueblo corporativo porque la luz no es una persona individual, sino una ciudad edificada. Esto indica que los ciudadanos del reino necesitan la edificación. Si no están edificados los santos que se reúnen en la iglesia de la localidad donde usted vive, sino que están esparcidos, divididos y separados, no hay ciudad allí. Y mientras no haya ciudad, no hay luz porque la luz es la ciudad; la luz no es un creyente individual. La luz es una ciudad corporativa edificada como una sola entidad para brillar sobre los que la rodean. Es imposible encontrar tal cosa en el cristianismo de hoy. Pero cada iglesia local en el recobro del Señor debe ser una ciudad edificada.
En el libro de Apocalipsis las iglesias son candeleros de oro (Ap. 1:20). El principio de la ciudad y el candelero es igual: ninguno es individual. Los dos son corporativos. El candelero, como la ciudad, no es un creyente individual, sino la iglesia. Si usted está fuera de la iglesia, no es parte del candelero. Para ser parte del candelero, usted debe ser edificado junto con otros en la iglesia local. El Señor compara la iglesia local, la cual es el candelero, con una ciudad asentada sobre un monte. Si estamos edificados en nuestra localidad, estaremos en la cima de un monte. Pero si estamos esparcidos, separados y divididos, estaremos en un valle bajo. En cada localidad debe haber un solo candelero, una ciudad asentada sobre un monte. Para lograr esto, debemos guardar la unidad y seguir siendo una sola entidad, el Cuerpo colectivo. Entonces podremos brillar. Pero si estamos divididos, jamás podremos resplandecer luz. No se ve el resplandor de la luz hoy en día en el cristianismo, por causa de la división allí. Hay muchas divisiones en el cristianismo. Sin embargo, en el recobro del Señor debemos volvernos a la unidad única, la cual es el Cuerpo como entidad corporativa. Cuando seamos juntamente edificados de verdad, seremos la ciudad sobre la cima de un monte e iluminaremos a todos los que nos rodean.
El versículo 15 dice: “Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa”. El resplandor de la luz tiene dos aspectos. En el primer aspecto, la luz se compara con una ciudad que alumbra a los de afuera. En el segundo aspecto, la luz se compara con una lámpara puesta sobre un candelero, la cual alumbra a los que están en casa. Hemos visto que la ciudad es la iglesia edificada, ¿pero qué es la casa? Es posible que usted piense que la casa aquí también se refiere a la iglesia. Sin embargo, no es necesario interpretar la casa de esta manera. Según el contexto, el punto principal consiste en que el resplandor de la luz tiene dos aspectos: el aspecto exterior y el interior. La luz como ciudad sobre un monte alumbra a los de afuera, mientras que la lámpara encendida, puesta en el candelero, alumbra a los que están en la casa. Como la ciudad, la luz se proyecta sobre la gente, pero como la lámpara que está en la casa, la luz resplandece en la gente. Esto indica que la influencia que ejercemos sobre otros no sólo debe ser algo exterior sino también interior.
Necesitamos ser edificados para poder proyectar nuestra luz sobre otros, pero a fin de poder proyectar dicha luz en otros, necesitamos que nada nos cubra. Como la luz que está sobre un monte, la luz no puede esconderse. Pero como la lámpara puesta sobre el candelero, la luz no debe esconderse.
En el versículo 15 el Señor habla de poner la lámpara debajo de un almud. Una lámpara encendida puesta debajo de un almud no puede emitir su luz. El pueblo del reino, como la lámpara encendida, no debe estar cubierto por un almud, algo relacionado con el alimento, el cual causa ansiedad (6:25). Nunca debemos estar cubiertos por un almud; al contrario, debemos estar sobre el candelero.
El Señor sabiamente habló acerca de no dejar que un almud nos cubra. En tiempos antiguos un almud, la unidad que se usaba para medir el grano, fue algo relacionado con el alimento y por eso, tenía que ver con el ganarse la vida. Así que, esconder la lampara debajo del almud indica la ansiedad relacionada con nuestro sustento. Si nosotros los cristianos tenemos ansiedad con respecto a nuestro sustento y nos preocupamos por la cantidad de dinero que hacemos, esta ansiedad se convertirá en un almud que cubrirá nuestra luz.
Los ciudadanos del reino primeramente ejercen una influencia sobre otros exteriormente, es decir, por fuera. Sin embargo, aún necesitamos influir en ellos interiormente. Cuando toda la iglesia vive como una ciudad sobre la cumbre de un monte, los que la rodean estarán bajo el resplandor de esta iglesia edificada. Pero todavía esto es una luz externa. La iglesia también necesita ejercer otro tipo de influencia, la de la luz del resplandor interior que entra en otros. Así, la ciudad puesta sobre el monte significa el resplandor que viene de afuera, y la lámpara que está en la casa significa el resplandor que viene desde el interior. Debemos no sólo proyectar nuestra luz sobre otros, sino también hacia adentro de ellos. Necesitamos ser edificados como una ciudad sobre un monte para poder resplandecer sobre otros exteriormente, pero para poder proyectar dicha luz de manera que penetre en ellos hasta su interior, necesitamos quitar todo lo que nos cubra. Esto indica que los ciudadanos del reino viven sin ansiedad ni preocupación por su existencia. Sólo les interesa Cristo y la iglesia. Día a día ellos son el pueblo feliz, el pueblo de alabanzas, el pueblo de aleluyas. Cuando nuestros vecinos, nuestros parientes y nuestros compañeros de clase tienen contacto con nosotros, perciben que no tenemos ninguna ansiedad. No nos preocupamos por nuestro vivir, por lo que comamos, ni por la ropa de que nos vistamos. Día tras día, desde la mañana hasta el anochecer, al pueblo del reino sólo le interesan Cristo y la iglesia.
Sabemos por experiencia que el hecho de que no tenemos ansiedades toca a otros. Si usted está contento y disfrutando al Señor, cada vez que alguien tenga contacto con usted, le dará una impresión profunda. Con mucha ansiedad y abrumadas por las preocupaciones, las personas mundanas hablan del temor de perder su trabajo o de dificultades que tienen con su jefe. Pero a los ciudadanos del reino, al pueblo de aleluyas, los que no están cubiertos con un almud, sólo les gusta hablar de Cristo y de la iglesia. Al ser así tocamos los corazones de otros y, resplandeciendo, hacemos brillar la luz en su interior. Este resplandor los penetra.
El resplandor externo del pueblo del reino es general, y toda la sociedad puede verlo. La sociedad puede ver a un grupo de personas edificadas, asentadas sobre un monte y resplandecientes. El resplandor interno, al contrario, es particular. Uno de los primos de usted tal vez quede impresionado con el hecho de que usted no tenga ansiedad y de que su rostro esté resplandeciente. Cada vez que él tiene contacto con usted, nunca le oye hablar de cómo ganarse la vida. Por el contrario, siempre le oye alabar al Señor y contar cuán maravillosa que es la vida de iglesia. Esto será una luz que penetre su ser y que alumbre desde lo más profundo de su interior. Mediante el resplandor de esta luz, él será convencido. Este no es el resplandor general que viene de afuera, sino el resplandor particular que penetra en su interior. Si somos los ciudadanos verdaderos del reino, tendremos esta luz doble. Seremos una ciudad sobre la cumbre de un monte, la cual alumbra a los que nos rodean, entre los cuales seremos el pueblo de aleluyas, el que no tiene ansiedad ni preocupación por esta vida y que hace resplandecer la luz dentro de las personas. Este resplandor interior penetra en el ser interior de otros y los convence.
Finalmente, ambos aspectos de nuestro resplandor darán gloria al Padre. El versículo 16 dice: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. El título “Padre” comprueba que los discípulos, quienes formaban el auditorio del nuevo Rey, eran hijos regenerados de Dios (Jn. 1:12; Gá. 4:6). Las buenas obras mencionadas aquí son el comportamiento del pueblo del reino mediante el cual los hombres pueden ver a Dios y pueden ser llevados a El. Nuestro resplandor glorificará al Padre porque expresa lo que Dios es. Glorificar a Dios el Padre es darle la gloria. La gloria es Dios expresado. Cuando los ciudadanos del reino expresan a Dios en su comportamiento y en sus buenas obras, los hombres ven a Dios y le dan la gloria a Dios. Dios escondido es Dios solo. Pero cuando Dios se expresa, eso es la gloria de Dios. Si como ciudadanos del reino tenemos una luz tan brillante, Dios se expresará en este resplandor, y todos los que nos rodean verán la gloria, Dios expresado. Cuando otros ven a Dios en nuestro resplandor, eso es gloria para Dios.
Nosotros, los ciudadanos del reino, somos la luz del mundo. Como luz, somos como una ciudad sobre un monte y como la lámpara que da iluminación en una casa. Por fuera y por dentro brillamos para expresar a Dios, para dejar que El tenga la gloria ante los ojos de otros. Que ejerzamos tal influencia sobre los que nos rodean.