Mensaje 46
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Mencionamos anteriormente que el Evangelio de Mateo no es un libro de historias sino de doctrinas. Mateo agrupa ciertos hechos históricos con el propósito de revelar una doctrina. Si se comparan los cuatro evangelios, se notará que Mateo presenta los hechos históricos en un orden distinto del que encontramos en el Evangelio de Marcos y el de Juan. Los evangelios de Marcos y Juan fueron escritos según la secuencia de la historia, pero el arreglo de los hechos en Mateo no sigue un orden cronológico, sino que los hechos se presentan conforme a la doctrina, porque el propósito de Mateo es presentarnos la doctrina en cuanto al reino de los cielos. Esta es la razón por la cual Mateo presenta la secuencia de esta manera.
En el capítulo quince, inmediatamente después de la disputa acerca del lavamiento de manos, se encuentra un relato que presenta al Señor Jesús como el alimento (Mt. 15:21-28). Tal vez al leer el capítulo quince algunos no hayan encontrado una relación entre los versículos del Mt. 15:1-20 y los versículos del 21 al 28. Sin embargo, sí existe una relación entre las dos secciones. En el texto original de la Biblia no existen párrafos ni versículos. De manera que, la segunda sección era la continuación inmediata de la primera. Mateo tiene una razón definida para presentar estas dos secciones juntas. Su propósito es mostrar que el Señor quiere que le comamos, que le tomemos como nuestra comida, y no que nos lavemos las manos. Lo que El desea no es que nos lavemos exteriormente sino que le comamos, que le recibamos en nuestro interior. Aunque nos lavemos las manos muchas veces, seguiremos teniendo hambre. En Mateo 15:21-28 no tenemos el lavamiento de las manos, sino a un perrillo sucio alimentándose. Al Señor no le interesa el lavamiento de las manos. Si usted está sucio externamente o no, eso no significa nada para El. Lo que a El realmente le interesa es que nuestra hambre sea satisfecha. El Señor no dijo a la mujer cananea: “Sí, tú tienes el derecho de comer de Mí, pero estás sucia. Primero vé a lavarte y luego regresa a comer”. No, el lavamiento exterior se trató en la sección anterior, y no en ésta. Lo que vemos aquí es el asunto del comer. En este capítulo vemos que lo que le interesa al Señor no son las prácticas externas, sino la condición interior. Lo importante no es lavar lo sucio de nuestro exterior, sino ser limpiados interiormente.
La pregunta es cómo podemos limpiarnos interiormente. Para recibir la limpieza interior, es necesario que algo entre en nosotros, la cual se logra al ingerirlo nosotros. El Señor Jesús como el alimento que nos nutre es el mejor elemento purificador. Cuando El entra en nosotros como alimento, no únicamente nos nutre, sino que también nos limpia interiormente. El no lava nuestras manos, sino nuestro ser interior. La limpieza interior por medio de comer a Jesús es lo que une las primeras dos secciones del capítulo quince.
En la religión actual lo que se enseña es principalmente semejante al lavamiento de las manos. Domingo tras domingo la mayoría de los sermones tratan del lavamiento exterior. Pero lo que la gente necesita no es el lavamiento exterior, sino el interior, la limpieza al nivel de la vida y naturaleza. Ellos necesitan que el elemento purificador entre en su sistema y limpie todo su vaso. No les hace falta el lavamiento exterior de las manos, sino la limpieza interior que se produce con la alimentación adecuada. Jesús no sólo es el alimento que nos nutre, sino también el elemento purificador. Puedo dar testimonio de que día tras día el Señor Jesús entra en mí para limpiarme interiormente. El limpia mi ser interior. En la vida de iglesia no somos lavados exteriormente, sino que somos purificados interiormente.
Muchos de los santos están dispuestos a ser purificados por dentro. Siempre oran: “Señor Jesús, entra en mí. Quiero ser purificado más y más. Señor, aborrezco no sólo el pecado y el mundo, pero también mi yo, mi vida natural y mi inclinación natural. Oh Señor, estoy muy contaminado por mi propio modo de ser. ¡Cómo anhelo ser limpiado de mi inmundicia!” Mientras oramos de esta forma, espontáneamente comemos al Señor Jesús, y El entra en nosotros como el alimento que nos nutre y también como el elemento que nos limpia. Desde lo profundo de nuestra conciencia podemos afirmar que mientras disfrutamos al Señor en la vida de iglesia, somos purificados, aun cuando no tenemos la intención de ser purificados. Si disfrutamos al Señor, seremos purificados interiormente, de manera que todo nuestro ser será purificado en vez de tener una simple limpieza de las manos. En estos días hemos sido injustamente acusados de lavar cerebros. Sin embargo, no practicamos el lavar cerebros, sino lo que en realidad experimentamos es el lavamiento de nuestro ser natural. No sólo necesitamos que nuestra mente sea lavada, sino que todo nuestro ser experimente este lavamiento. El Señor puede testificar por mí que con frecuencia oro: “Señor, aún estoy sucio; Señor, siento que todavía mi ser, mi propio carácter, es muy natural. Señor, te amo y quiero vivir para Ti. Pero aún hoy, Señor, me he comportado según mi carácter natural. Oh Señor, necesito que me limpies porque aún estoy sucio en mi modo de ser natural”. Esta es la clase de limpieza que necesitamos. Este no es un asunto de lavarse las manos externamente para aparentar que estamos limpios, sino una limpieza interior que se produce al comer nosotros a Jesús. Todos necesitamos que el Señor nos limpie de esta manera.
El versículo 21 dice: “Saliendo Jesús de allí, se retiró a la región de Tiro y de Sidón”. La incredulidad de los galileos causó que el Señor Jesús no realizara muchas obras poderosas entre ellos (13:58), y el rechazo por parte de Herodes lo hizo partir hacia el desierto (14:13). En Mateo 15:1 los fanáticos religiosos descendieron de Jerusalén para espiar al Señor Jesús con el fin de encontrar alguna falta en El. Esta nueva oposición, por parte de los religiosos, causó que el Rey celestial se retirara de ellos y se fuera a la región de Tiro y Sidón, el pueblo gentil. Como resultado del rechazo por parte de los galileos, el Señor no pudo llevar a cabo muchas obras poderosas entre ellos. El hecho de que Herodes rechazara al Señor, dio por resultado que El partió de las ciudades civilizadas y se fue hacia el desierto. Ahora, la nueva oposición de los religiosos causó que el Señor se retirara aun más lejos, al mundo gentil.
El versículo 22 dice: “Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquellos confines clamaba, diciendo: ¡Ten misericordia de mí, Señor, Hijo de David! Mi hija sufre mucho estando endemoniada”. Debido al rechazo por parte de los judíos religiosos, la oportunidad de tener contacto con el Rey celestial llegó a los gentiles, a una débil mujer gentil. La mujer cananea se dirigió al Señor Jesús llamándole Señor e Hijo de David. El título “Señor” implica la divinidad de Cristo, y el título “Hijo de David”, Su humanidad. Ya que esta mujer era gentil, era apropiado que le llamara a Cristo “Señor”, pero no tenía derecho de llamarle “Hijo de David”. Sólo los hijos de Israel tenían ese derecho.
Los discípulos se molestaron por el clamor de la mujer cananea y pidieron al Señor que la despidiera. Esto indica que una vez más ellos estaban dando instrucciones al Señor, diciéndole lo que debía hacer. Y una vez más se muestra el principio de la ley. Es como si los discípulos le dijeran: “Señor, ella está clamando y molestándonos. ¿No puedes hacer algo, Señor? Por favor despídela”. Entonces el Señor respondió: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v. 24). Si usted lee los evangelios cuidadosamente, se dará cuenta de que el Señor nunca tomó una palabra de Sus discípulos. Cuando ellos proponían algo, el Señor siempre se rehusaba a considerarlo. Pero siempre que los discípulos no querían hacer algo en particular, el Señor les pedía que lo hicieran. De igual manera cuando nosotros queremos hacer algo, el Señor dice que no; pero cuando no queremos hacer algo, el Señor nos dice que lo hagamos. El propósito de esto es adiestrarnos a no vivir ni actuar según nuestro yo o nuestro concepto natural. Pedro pudo haberle dicho al Señor: “Señor, si Tú viniste únicamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel, ¿qué estás haciendo en Tiro y en Sidón? ¿Por qué viniste aquí?” Pero si Pedro le hubiera dicho esto al Señor, el Señor todavía habría tenido una manera de subyugarlo. Nadie puede vencer al Señor Jesús. Los discípulos perdieron el caso, y sus bocas fueron cerradas.
Aunque el Señor fue enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel, para ese tiempo había llegado a una región gentil, lo cual les proporcionó a los gentiles una oportunidad para participar de Su gracia. Esto tiene un significado dispensacional, y muestra que Cristo vino a los judíos primero pero que, debido a la incredulidad de ellos, Su salvación se volvió hacia los gentiles (Hch. 13:46; Ro. 11:11).
En el versículo 25 la mujer gentil llama correctamente a Jesús, Señor, y le adora diciendo: “¡Señor, socórreme!” Esta vez ella se dirigió a Cristo sólo como “Señor”, y no como “Hijo de David” porque se dio cuenta de que no era hija de Israel sino una mujer gentil.
En el versículo 26 el Señor respondió a la mujer cananea: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”. El ministerio del Rey celestial, en todas Sus visitas, creó oportunidades para que El revelara más de Su Persona. En las situaciones creadas en los capítulos nueve y doce, tuvo oportunidad de revelarse como el Médico, el Novio, el paño nuevo, el vino nuevo, el Pastor, el David verdadero, uno mayor que el templo, el Señor de la mies, y uno que es más que Jonás y que Salomón. Aquí se presentó otra oportunidad para que El se revelara, y esta vez como el pan para los hijos. La mujer cananea le consideró como el Señor, una Persona divina, y como Hijo de David, un descendiente real, eminente y excelso en Su reinado. Pero El se reveló a ella como pequeños pedazos de pan buenos para comer. Esto implica que como Rey celestial El reina sobre Su pueblo alimentándolo consigo mismo como pan. Sólo al nutrirnos de El como nuestro alimento podemos ser personas apropiadas para Su reino. Comer a Cristo como nuestro suministro nos permite participar en la realidad del reino.
El Señor dijo que el pan de los hijos no debía ser echado a los perrillos, lo cual indica que para El todos los gentiles son perrillos, inmundos a los ojos de Dios (Lv. 11:26).
¿No cree usted que cuando el Señor Jesús estaba hablando a Sus discípulos acerca de esta mujer cananea El ya tenía la intención de alimentarla? Indudablemente el Señor sabía de antemano que tenía que alimentar a esa mujer. ¿Por qué entonces no lo hizo inmediatamente? Al principio, aunque la mujer vino y clamó a El, El permaneció en silencio. Casi parecía como si fuera mudo. Su silencio causó que los discípulos le imploraran que hiciera algo por ella y que la despidiera. Pero el Señor no hizo nada al principio fue porque El quería propiciar la oportunidad para enseñar algo a Sus discípulos. Cuando los discípulos se le acercaron, El les dijo que sólo había venido a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Cuando la mujer se le acercó, El le indicó que había venido como el pan para los hijos, y que no estaba bien echar el pan de los hijos a los perrillos.
Cuando el Señor Jesús se comparó a la mujer cananea con un perrillo, ella contestó: “Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27). La mujer cananea no se ofendió por la palabra del Señor, sino que admitió ser un perrillo gentil y se dio cuenta de que en aquel tiempo Cristo, después de haber sido rechazado por los hijos, los judíos, vino a ser las migajas que caen bajo la mesa, como porción para los gentiles. La tierra santa de Israel era la mesa a la cual Cristo, el pan celestial, había venido como porción a los hijos de Israel. Pero ellos lo tiraron de la mesa al suelo, a la tierra gentil, de modo que El vino a ser migajas como porción para los gentiles. ¡Qué profunda comprensión tuvo esta mujer gentil en aquel momento! No es de extrañar que el Rey celestial admirara su fe (v. 28).
La mujer gentil parecía estar diciendo: “Sí, Señor, yo soy una sucia perrita gentil, pero no te olvides, Señor, que aun los perrillos tienen su porción. Su porción no está sobre la mesa como la de los hijos. La porción de los hijos está en la mesa, pero la de los perrillos está debajo de la mesa. Ahora, Señor, Tú no estás en la mesa, en la tierra de Israel, sino debajo de la mesa, en el mundo de los gentiles. Tú estás en el mismo lugar donde yo me encuentro. No estás en la mesa, donde están los hijos sino debajo de ella, donde se encuentran los perrillos. Señor, recuerda que los perrillos pueden comer las migajas que caen de la mesa”. La mujer cananea fue muy lista, y el Señor fue pescado por ella.
En el versículo 28 leemos: “Entonces respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe!; te sea hecho como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora”. Esta palabra indica que la mujer cananea se relacionó con el Señor por su gran fe, venciendo así el obstáculo de no ser israelita.
Puesto que siempre leo la Palabra con esmero, me he preguntado por qué el Señor Jesús no le dijo a la mujer cananea que primero se fuera a lavar y luego viniera a comer. Si yo hubiera sido el Señor, le habría dicho: “Sí, como perrillo gentil que eres, tienes tu porción. Pero ¿no te das cuenta de lo sucia que estás? Si has de comerme como las migajas bajo la mesa, necesitas primero lavarte”. Conforme a la doctrina, era imprescindible que esta mujer fuese lavada. Pero ¿por qué el Señor no le pidió lavarse antes de que comiera de El? Porque si hubiera dicho esto, habría actuado en contra de lo que declaró en los versículos anteriores donde menospreció el asunto del lavamiento exterior. Aquí el Señor dio énfasis al asunto del comer. Pero eso no significa que no necesitemos lavarnos; Su sangre está disponible para ello. Necesitamos ser rociados con la sangre y luego comer al cordero. Pero para no mezclar las verdades, en esta sección acerca de la comida, el Señor Jesús no mencionó nada respecto al asunto del lavamiento. Creo que el Señor Jesús hizo esto a propósito para mostrar a Sus discípulos que ellos necesitaban hacer una sola cosa, la cual era comer. Aun si nos encontramos sucios como un perrillo gentil, seguimos teniendo el derecho y la posición para comerle al Señor Jesús. ¡Oh, cómo necesitamos aprender a comerle sin ninguna inhibición! No espere hasta que se haya lavado, venga al Señor tal como está y coma de El. Como dice un himno: “Tal como soy, vengo”. Nosotros también debemos decir: “Señor, vengo a Ti tal como estoy, no necesito cambiar o limpiarme primero; Señor, te necesito y vengo a Ti a comer. Aun si soy un perrillo sucio, vengo a Ti tal como soy”. Comer es lo primero y comer lo es todo.
La mujer cananea no fue al Señor porque tuviera hambre, sino porque su hija estaba enferma. Pero el Señor encausó toda la situación hacia el asunto del comer. El Señor no dijo: “Yo vine como un médico a los hijos de Israel y no puedo sanar a ningún gentil. No puedo curar a un perrillo”. Por el contrario, es como si estuviera diciendo: “Yo vine como el pan a los hijos de Israel, y no es correcto echar el pan de los hijos a los perrillos”. Aunque la petición de la mujer no tenía nada que ver con la comida, el Señor a propósito relacionó su caso al asunto del comer para mostrarnos que nuestra necesidad no es el lavamiento exterior, sino la alimentación que nos nutre interiormente. Al arreglar el orden de las doctrinas, Mateo presentó estos asuntos juntos de modo que pudiéramos entender que para participar en el reino de los cielos no necesitamos el lavamiento exterior; más bien, lo que nos hace falta es que Cristo entre a nuestro ser. ¿Está usted enfermo o débil? ¿Tiene problemas? No trate de enfrentar esto de una manera externa, sino de una manera interior, comiendo a Jesús. De hecho, debe olvidarse de todos esos problemas. Lo que usted necesita no es el lavamiento exterior, sino al Cristo que entra en su ser. Es como si el Señor estuviera diciendo a la mujer cananea: “Tú no necesitas sanidad; me necesitas a Mí. Y no me necesitas exteriormente sino internamente; necesitas comerme. Yo vine como el pan para que la gente me comiera, digiriera y asimilara. Quisiera entrar en tu ser, en tu sistema, en tus venas y en tus fibras; quisiera ser tus elementos constituyentes, y llegar a ser tú misma. De manera que lo que necesitas es comer de Mí. No enfrentes tus problemas de una manera externa, sino de una manera interna, recibiéndome dentro de tu ser. A medida que Yo pueda entrar en tu ser interior para nutrirte, todos los problemas serán resueltos”.
No necesitamos rituales ni prácticas externas. En la religión de hoy la gente sigue las prácticas externas. Pero la economía de Dios no depende de prácticas externas, sino de que Cristo entre a nuestro ser interior. Por eso, tenemos que recibir a Cristo en nuestro interior al comer de El.
Cuando vine a este país, tenía una comisión y una carga que había recibido de los cielos. Antes de que usted llegara a la iglesia, nunca había oído de comer a Cristo, porque todas las enseñanzas de la religión se relacionan con asuntos externos como el lavamiento de manos, y no con presentar al Cristo comestible a la gente. Sin embargo, este ministerio ha llegado con la comisión de ministrar al Jesús comestible a todos Sus creyentes. No me preocupa la oposición ni los ataques; yo sé lo que estoy haciendo. Algunos creen que soy muy atrevido y dicen: “¿Por qué este hombre tiene tanto denuedo? ¿Acaso no tenemos nosotros muchos eruditos en este país, los que tienen títulos de filosofía de los mejores seminarios?” Pero a mí no me interesan aquellos títulos; sólo estoy interesado en mi carga. Tengo la plena seguridad de que esta verdad procede del Señor, de los cielos, y que no se encuentra en ninguna otra parte ni en la religión actual. No estoy aquí enseñando ni predicando; estoy ministrando al Cristo comestible. Esto es lo que el pueblo del Señor necesita hoy. Ustedes no necesitan lavamientos religiosos, ¡olvídense de eso! Somos perrillos sucios y lo que necesitamos es comer a Jesús, recibirle en nuestro interior. ¡Aleluya, hoy Jesús no está sobre la mesa! El se encuentra debajo de ella, pues ha sido rechazado y tirado por los israelitas, y ahora se encuentra en el mundo gentil. Todos nosotros somos unos sucios perrillos gentiles. No obstante, podemos alabar al Señor porque somos perrillos, porque el pan de vida de los cielos ahora se encuentra donde están los perrillos. Si el pan estuviera sobre la mesa, no estaría disponible para nosotros. Pero ahora el pan está debajo de la mesa donde están los perrillos. Lo que necesitamos es al Cristo comestible, quien ahora está tan cerca de nosotros.
¡Cuánto aprecio esta sección del libro de Mateo! Esta sección revela que debemos olvidarnos del lavamiento exterior y comer al Señor Jesús. No trate usted de cambiar, de corregirse ni de mejorar. Lo que necesita es comer a Jesús.
En Mateo 15:29-31 encontramos un relato en el cual el Señor sana para glorificar a Dios. Debido a que la religión judía le había rechazado al Señor, El permaneció en Galilea de los gentiles siendo para ellos luz y sanidad. El no iría más a Jerusalén, el centro religioso de los judíos, para ser su sanidad (13:15). Conforme al arreglo doctrinal de la narración del capítulo quince, la sanidad viene después del comer. En otras palabras, la alimentación interior produce la sanidad. Los dietéticos dicen que si uno come adecuadamente, no tiene por qué enfermarse. La enfermedad viene por comer de manera inapropiada, y la salud, la sanidad, viene por comer de forma balanceada. Este es el punto doctrinal relacionado con la sanidad que se nos presenta en esta porción de la Palabra.
En Mateo 15:32-39 tenemos el milagro de la alimentación de los cuatro mil. Debido a que el Señor tuvo compasión de la multitud en el desierto, El no quiso despedirlos en ayunas (v. 32). Cristo no permitiría que Sus seguidores tuvieran hambre y desmayaran en el camino al seguirlo.
Cuando los discípulos entendieron que el Señor intentaba suplir alimento a la multitud, le dijeron: “¿De dónde tenemos nosotros tantos panes en este lugar despoblado, para saciar a una multitud tan grande?” (v. 33). Incluso en el desierto árido, el Señor tenía la capacidad para alimentar a Sus seguidores y satisfacerlos sin importar cuántos fueran. Los discípulos habían experimentado esto anteriormente, según lo revelado en Mateo 14:15-21; sin embargo, parece que no habían aprendido la lección de fe. Aquí nuevamente pusieron su mirada en las circunstancias en vez de ponerla en el Señor. Pero la presencia del Señor era mejor que un almacén de provisiones.
El Señor preguntó a Sus discípulos: “¿Cuántos panes tenéis?” Esto indica que el Señor siempre quiere usar lo que tenemos para bendecir a los demás. El versículo 36 dice que “tomó los siete panes y los peces, y dando gracias, los partió y dio a los discípulos, y los discípulos a las multitudes”. Si ofrecemos al Señor todo lo que tenemos, El lo tomará, lo partirá y nos lo devolverá para que lo repartamos a otros, y les sea una bendición que satisfaga y rebose (v. 37). Todo lo que ofrezcamos al Señor, por muy pequeño que sea, será multiplicado por Su mano de bendición para satisfacer la necesidad de una gran multitud (v. 38).
En los versículos del 32 al 39 vemos el comer corporativo. Cuando era joven me molestó que Mateo presentara dos relatos que dicen casi lo mismo (14:14-21; 15:32-39). Sin embargo, al leer estas dos secciones cuidadosamente, se puede entender que el propósito de cada una es diferente. El propósito de la sección que habla de la alimentación de los cinco mil nos muestra que, mientras seguimos a nuestro rechazado Rey por la senda que conduce a la gloria, El tiene cuidado de nuestras necesidades. Pero la narración de la alimentación de los cuatro mil tiene como fin mostrarnos que, no únicamente debemos comer a Jesús como las migajas, de manera individual como perrillos sucios, sino que también necesitamos comer de El de una manera corporativa, junto con muchos otros. ¡Comamos de El juntos! En este comer corporativo no ingerimos las migajas sino el pan completo, y aun queda un excedente. Hoy en la vida de iglesia no somos más los perrillos sucios que comen las migajas; por el contrario, somos hombres apropiados, y como tales comemos de Cristo de una manera corporativa. Cada reunión de la iglesia es una ocasión donde comemos al Señor corporativamente. Cuando recién llegamos a la vida de iglesia, éramos perrillos sucios y comíamos debajo de la mesa. Pero ahora nos encontramos sentados a la mesa. Aunque estemos en el desierto, nos encontramos sentados a la mesa. Este es el comer corporativo, una participación mutua del pan completo. El pan completo está servido en la mesa de los salvos.