Mensaje 72
En este mensaje llegamos a la victoria del Rey presentada en Mt. 28:1-20. Comparado con los capítulos veintiséis y veintisiete, el capítulo veintiocho es breve y simple. Cuando estamos en resurrección, todo es más simple.
La resurrección de Cristo manifestó la justicia de Dios. ¿Ha considerado usted alguna vez la resurrección de Cristo desde esta perspectiva? Dios fue justo al juzgar a Cristo como nuestro Substituto en la cruz. Este juicio de Cristo en la cruz fue justo. Al ser juzgado por Dios, Cristo cumplió todos los requisitos de la justicia de Dios. El llevó nuestros pecados en la cruz para cumplir plenamente todos los justos requisitos de Dios. Así que, por medio de la muerte de Cristo en la cruz, la justicia de Dios ha sido completamente satisfecha. En otras palabras, el Dios justo fue satisfecho jurídicamente por la muerte de Cristo en la cruz. Por tanto, Cristo fue sepultado en un sepulcro nuevo que pertenecía a un hombre rico. Esto indica que inmediatamente después de la muerte jurídica de Cristo y de que los justos requisitos de Dios fueron satisfechos, Cristo descansó para dar cumplimiento a las profecías de las Escrituras.
Después de que Cristo fue sepultado, Dios tenía la responsabilidad en Su justicia de liberar a Cristo de la muerte. Muy pocos cristianos comprenden esto. La mayoría piensa que la resurrección de Cristo fue simplemente la manifestación del poder divino de la vida de Dios. Muy pocos entienden que la resurrección de Cristo no sólo fue un asunto de poder, sino también de justicia. Si Dios no hubiera levantado a Cristo después de Su muerte en la cruz, donde satisfizo todos los justos requisitos divinos, Dios no hubiera sido justo. Dios fue justo en liberar a Cristo de la muerte. De acuerdo con Su justicia, Dios tuvo que juzgar a Cristo en la cruz porque Cristo llevaba sobre Sí mismo todas nuestras injusticias. Pero después de que Dios lo hubo juzgado cabalmente, la justicia de Dios lo obligaba a encargarse de liberar a Cristo de la muerte y de resucitarlo de entre los muertos.
En el Evangelio de Juan se presenta el concepto de que Cristo fue resucitado por el poder de una vida sin fin, pero éste no es el concepto de la resurrección de Cristo en el Evangelio de Mateo. El concepto en Mateo concerniente a la resurrección de Cristo está relacionado con la justicia de Dios. Juan es un libro sobre la vida, y la vida es un asunto de poder; pero Mateo es un libro sobre el reino, y el reino es un asunto de justicia. Entonces, de acuerdo con Mateo, el hecho de que Cristo fuera levantado de los muertos significa que Dios lo liberó conforme a Su justicia. Por tanto, Cristo no sólo fue juzgado y puesto a muerte justamente, sino que también fue justamente resucitado de entre los muertos.
Finalmente, Cristo llegó a ser no sólo el Rey poderoso, sino también el Rey justo. Si usted lee las profecías referentes al reinado de Cristo, se dará cuenta de que Su reinado no está muy relacionado con el poder, sino que más bien, está íntimamente relacionado con la justicia y la equidad. El reinado no es un asunto de poder, sino de justicia. El Rey-Salvador celestial fue juzgado justamente por Dios en la cruz, y fue resucitado justamente de entre los muertos por El, para llegar a ser el Rey justo. El es completamente justo. El es el Rey justo para el reino justo de Dios.
Debemos tener esto en mente cuando leemos Mateo 28. En este capítulo no podemos encontrar ningún indicio de que la resurrección esté relacionada con el poder; sin embargo, si leemos detalladamente, descubriremos que la resurrección aquí se relaciona con la justicia. Quizás se ha preguntado por qué en este capítulo, que tiene que ver con la resurrección de Cristo, Mateo incluye el relato del soborno a los soldados romanos (vs. 11-15). Esto se menciona para poner en evidencia la injusticia del hombre. Lo opuesto a la injusticia no es el poder, sino la justicia. Por causa de Su justicia, Dios tenía la responsabilidad de resucitar a Cristo de entre los muertos. Por tanto, la resurrección de Cristo se efectuó de acuerdo con la justicia de Dios. Esta fue la razón por la que Mateo insertó el relato del soborno a los soldados. Ningún otro evangelio menciona esto. Mateo lo incluye para mostrarnos que la resurrección de Cristo estuvo relacionada con la justicia de Dios, la cual es contraria a la injusticia humana. De nuevo digo que es difícil encontrar algún indicio en el capítulo veintiocho de que la resurrección de Cristo se relaciona con el poder o con la vida.
Ahora debemos considerar Romanos 4:25. Este versículo dice: “El cual fue entregado por nuestro delitos, y resucitado para nuestra justificación”. Este versículo une la resurrección con la justicia. La Biblia presenta la resurrección no sólo como un asunto de poder, sino también como un asunto de justicia. No sólo la justicia de Dios fue manifestada al resucitar a Cristo de la muerte, sino que nosotros fuimos justificados debido a esta resurrección. Por consiguiente, la resurrección de Cristo es una prueba tanto de la justicia de Dios como de nuestra justificación. ¡Aleluya porque en la resurrección de Cristo se manifiesta que Dios es justo y que nosotros somos las personas justificadas!
Hemos visto que la resurrección está íntimamente relacionada con la justicia de Dios. El reino de los cielos es edificado y establecido sobre la justicia de Dios, la cual obliga a Dios a que levante al Redentor justo y nos haga justos. Por tanto, la resurrección de Cristo es una esfera de justicia. En la esfera de la resurrección de Cristo, Dios es el Dios justo y nosotros somos el pueblo justificado por Dios. Aquí podemos ver el reino.
Muchos cristianos hoy sólo conocen el reino de amor o el reino de gracia. En otras palabras, ellos están familiarizados solamente con la esfera del amor y de la gracia, y no entienden la esfera de la justicia de Dios. Sin embargo, el cimiento del reino de Dios es la justicia de Dios, y no Su amor ni Su gracia. El reino de los cielos no está edificado sobre el amor de Dios ni sobre Su gracia, sino sobre Su justicia. ¡Cuán valiosa, necesaria y vital es la justicia de Dios! La justicia es absolutamente necesaria para la vida del reino. Si comprendemos esto, las iglesias en el recobro del Señor serán fortalecidas sobremanera. ¡Aleluya, nuestro Salvador reinante fue resucitado mediante la justicia de Dios!
Ahora consideremos algunos detalles de la resurrección de Cristo según se presentan en el capítulo veintiocho de Mateo. El versículo 1 dice: “Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver la tumba”. Cristo resucitó en el primer día de la semana, lo cual significa que Su resurrección trajo consigo un nuevo comienzo con una nueva era para el reino de los cielos.
La resurrección de Cristo fue descubierta primeramente por dos hermanas, María la magdalena y la otra María. Ellas descubrieron esto por su gran amor al Señor. Así que, ellas vinieron a ser los primeros dos testigos de la resurrección del Señor.
La resurrección de Cristo fue señalada por un ángel (vs. 2-7). El versículo 2 dice: “Y he aquí, hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor descendió del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó sobre ella”. El terremoto significa que la tierra, la base de la rebelión de Satanás, fue sacudida por la resurrección del Señor. El ángel vino para confirmar la resurrección del Señor al hacer rodar la piedra que había sellado la tumba y para explicar la resurrección a las que lo buscaban a El. La venida del ángel, la cual aterrorizó a los guardias, muestra el poder de los cielos. Todo esto implica la autoridad mencionada en el versículo 18.
De acuerdo con los versículos 5 y 6, el ángel dijo a las mujeres: “No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo”. ¡Estas son buenas nuevas, nuevas de gran gozo!
El versículo 7 dice: “E id pronto y decid a Sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho”. El Rey celestial comenzó Su ministerio en Galilea de los gentiles (4:12-17), y no en Jerusalén, la ciudad santa de la religión judía; después de Su resurrección volvió a Galilea, no a Jerusalén. Esto indica claramente que el Rey celestial resucitado había abandonado completamente el judaísmo y había iniciado una nueva era para la economía neotestamentaria de Dios.
De acuerdo con los versículos del 8 al 10, el Cristo resucitado se reunió con María la magdalena y con la otra María. El versículo 8 dice: “Entonces ellas, saliendo a toda prisa del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a Sus discípulos”. Ellas corrieron con temor debido al gran terremoto, y con gran gozo debido a la resurrección del Señor. El versículo 9 dice que el Señor Jesús les salió al encuentro, y que ellas: “acercándose, abrazaron Sus pies, y le adoraron”. Esto sucedió después de que el Señor apareció a María Magdalena (Jn. 20:14-18).
Los versículos del 11 al 15 indican que los líderes judíos, junto con los soldados romanos, esparcieron un falso rumor acerca de la resurrección de Cristo. Ellos dieron a los soldados una gran suma de dinero para que dijeran que los discípulos del Señor habían venido de noche y habían hurtado Su cuerpo mientras ellos dormían. Este dicho, que procedió de la boca de los líderes religiosos, era una mentira obvia, que muestra la bajeza y la falsedad de su religión. En el versículo 14 ellos dijeron a los soldados: “Y si esto lo oye el gobernador, nosotros le persuadiremos, y os pondremos a salvo de preocupaciones”. Los malignos religiosos fanáticos siempre persuaden a los políticos malvados a perpetrar falsedades. El versículo 15 indica que este falso rumor “se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy”. Así como se propagó esta mentira acerca de la resurrección del Señor, también se divulgaron rumores acerca de Sus seguidores y de Su iglesia después de Su resurrección (Hch. 24:5-9; 25:7).
El versículo 16 dice: “Y los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había indicado”. La constitución del reino fue dada en un monte; la transfiguración del Rey celestial tuvo lugar en un monte alto; y la profecía acerca de esta era también fue pronunciada en un monte. Ahora, para ver la economía neotestamentaria de Dios, los discípulos tuvieron que ir otra vez a un monte. Sólo cuando estamos en la cima de un monte podemos ver claramente la economía neotestamentaria.
El versículo 17 dice a continuación: “Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban”. Cuando los discípulos vieron al Rey resucitado, no hicieron otra cosa sino adorarle; sin embargo, algunos de ellos todavía dudaban, o sea, vacilaban, titubeaban, en reconocerlo en Su resurrección.
El versículo 18 dice: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”. El Señor en Su divinidad, como Hijo unigénito de Dios, tenía potestad sobre todo. No obstante, en Su humanidad, como Hijo del Hombre y Rey del reino celestial, la potestad en el cielo y en la tierra le fue dada después de Su resurrección.
El relato de Mateo acerca de la resurrección es muy diferente al de Juan. De acuerdo con el relato de Juan, el Señor se reunió con Sus discípulos después de Su resurrección en un cuarto donde las puertas estaban cerradas (Jn. 20:19). Los discípulos estaban asustados y tenían miedo de los judíos. Puesto que ellos necesitaban ser fortalecidos por la vida, el Señor vino como vida, sopló en ellos y les dijo que recibieran el aliento santo (Jn. 20:22). ¡Cuán diferente es el relato de Mateo! De acuerdo con Mateo, el Señor indicó a los discípulos que fueran a un monte en Galilea. Sin duda El se reunió con ellos en ese monte durante el día, y no durante la noche. Además, cuando se reunió con ellos en el monte, no sopló en ellos diciéndoles que recibieran el aliento santo. Más bien, El dijo: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”. En Mateo el asunto principal no es el aliento, sino la autoridad. El énfasis del Evangelio de Juan es la vida, y la vida requiere aliento; pero el énfasis del Evangelio de Mateo es el reino, y el reino requiere autoridad. El Evangelio de Juan revela que requerimos vida para cuidar de los pequeños corderos y alimentar el rebaño del Señor; pero en Mateo 28 no encontramos ninguna palabra acerca de alimentar a las ovejas. En Mateo, el Señor envía a Sus discípulos a que hagan discípulos a todas las naciones (v. 19) a fin de que todas las naciones participen del reino. Esto requiere autoridad. Por lo tanto, en Juan vemos que la resurrección es un asunto de vida, poder, aliento y pastoreo; pero en Mateo vemos que es un asunto de justicia, autoridad, y de discipular a las naciones.
El versículo 19 dice: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Puesto que toda potestad le fue dada al Rey celestial, El envió a Sus discípulos a hacer discípulos a todas las naciones. Ellos van con Su autoridad. Discipular a las naciones consiste en hacer que los paganos sean el pueblo del reino, para establecer hoy en la tierra el reino de Cristo, el cual es la iglesia.
Debemos notar que el Señor no exhortó a Sus discípulos a que predicaran el evangelio, sino a que discipularan a las naciones. La diferencia entre predicar el evangelio y discipular a las naciones es la siguiente: predicar el evangelio consiste simplemente en traer pecadores a la salvación, mientras que discipular a las naciones equivale a lograr que los gentiles lleguen a ser el pueblo del reino. Hemos sido enviados por el Señor no sólo a traer pecadores a la salvación, sino también a discipular a las naciones. Este es un asunto relacionado con el reino.
En el versículo 19 el Señor habla de bautizar a todas las naciones en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. El bautismo traslada las personas arrepentidas de su condición anterior a una condición nueva, poniendo fin a su vieja vida y haciendo germinar en ellos la nueva vida de Cristo a fin de que sean el pueblo del reino. El ministerio promotor de Juan el Bautista comenzó con un bautismo preliminar, un bautismo por agua solamente. Pero el Rey celestial, después de llevar a cabo Su ministerio en la tierra, de pasar por el proceso de la muerte y resurrección, y de hacerse el Espíritu vivificante, exhortó a Sus discípulos a que bautizaran en el Dios Triuno a las personas que también se habían hecho discípulos. Este bautismo tiene dos aspectos: el aspecto visible por agua, y el aspecto invisible por el Espíritu Santo (Hch. 2:38, 41; 10:44-48). El aspecto visible es la expresión o testimonio del aspecto invisible, mientras que el aspecto invisible es la realidad del aspecto visible. Sin el bautismo invisible hecho por el Espíritu, el bautismo visible por agua es vano; y sin el bautismo visible por agua, el bautismo invisible por el Espíritu es abstracto e impracticable. Ambos son necesarios. Poco después de que el Señor mandó a los discípulos que llevaran a cabo este bautismo, El los bautizó a ellos y a toda la iglesia en el Espíritu Santo (1 Co. 12:13): a los judíos en el día de Pentecostés (Hch. 1:5; 2:4) y a los gentiles en la casa de Cornelio (Hch. 11:15-17). Luego, sobre esta base los discípulos bautizaban a los recién convertidos (Hch. 2.38) no sólo en agua, sino también en la muerte de Cristo (Ro. 6:3-4), en Cristo mismo (Gá. 3:27), en el Dios Triuno (Mt. 28:19), y en el Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13). El agua, que representa la muerte de Cristo y Su sepultura, puede considerarse como una tumba en la cual se pone fin a la vieja vida de los bautizados. Puesto que la muerte de Cristo está incluida en Cristo, puesto que Cristo es la corporificación misma del Dios Triuno (Col. 2:9), y puesto que el Dios Triuno es uno con el Cuerpo de Cristo, bautizar a los nuevos creyentes en la muerte de Cristo, en Cristo mismo, en el Dios Triuno y en el Cuerpo de Cristo hace una sola cosa: por un lado, pone fin a su vieja vida, y por otro, hace germinar en ellos la vida nueva, la vida eterna del Dios Triuno, para obtener el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, el bautismo ordenado aquí por el Señor saca al hombre de su propia vida y lo pone en la vida del Cuerpo para el reino de los cielos.
En el versículo 19, la preposición griega que se traduce “en” indica unión, tal como en Romanos 6:3 y Gálatas 3:27. La misma preposición griega se usa en Hechos 8:16; 19:5; y en 1 Corintios 1:13, 15. Bautizar a los hombres en el nombre del Dios Triuno es introducirlos en una unión espiritual y mística con El.
La Trinidad Divina tiene un solo nombre. El nombre es la totalidad del Ser Divino y equivale a Su persona. Bautizar a alguien en el nombre del Dios Triuno equivale a sumergirlo en todo lo que es el Dios Triuno.
En comparación con todos los demás libros de las Escrituras, Mateo y Juan revelan de una manera más completa la Trinidad Divina para la participación y el disfrute del pueblo escogido por Dios. Con miras a nuestra experiencia de vida, Juan revela el misterio de la Deidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu— especialmente en los capítulos del 14 al 16; mientras que, con miras a la constitución del reino, Mateo revela la realidad de la Trinidad Divina al dar un solo nombre a los tres. En el primer capítulo de Mateo están presentes el Espíritu Santo (1:18), Cristo (el Hijo, 1:18), y Dios (el Padre, 1:23) para producir al hombre Jesús (1:21), quien, como Jehová el Salvador y como Dios con nosotros, es la corporificación misma del Dios Triuno. En el capítulo tres Mateo presenta una escena en la cual el Hijo estaba de pie en el agua del bautismo bajo el cielo abierto; el Espíritu como paloma descendió sobre el Hijo, y el Padre habló al Hijo desde los cielos (3:16-17). En el capítulo doce el Hijo, como hombre, echó fuera demonios por el Espíritu para traer el reino de Dios el Padre (12:28). En el capítulo dieciséis el Padre reveló el Hijo a los discípulos para la edificación de la iglesia, la cual es el pulso vital del reino (16:16-19). En el capítulo diecisiete el Hijo se transfiguró (17:2) y fue confirmado por la palabra de complacencia expresada por el Padre (17:5), produciendo así una exhibición en miniatura de la manifestación del reino (16:28). Finalmente, en el último capítulo, después de que Cristo como el postrer Adán hubo pasado por el proceso de crucifixión, después de entrar en la esfera de resurrección y de hacerse el Espíritu que da vida, El regresó a Sus discípulos en el ambiente y la realidad de Su resurrección para mandarles que convirtieran a los paganos en el pueblo del reino bautizándolos en el nombre, en la persona y en la realidad de la Trinidad Divina. Más adelante, en Hechos y en las epístolas se revela que bautizar a los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu es bautizarlos en el nombre de Cristo (Hch. 8:16; 19:5), y que bautizarlos en el nombre de Cristo es bautizarlos en la persona de Cristo (Gá. 3:27; Ro. 6:3), porque Cristo es la corporificación del Dios Triuno y El, como el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), está disponible siempre y en todo lugar para que la gente sea bautizada en El. Según Mateo, ser bautizado en la realidad del Padre, el Hijo y el Espíritu tiene como fin constituir el reino de los cielos. No se puede formar el reino celestial como se organiza una sociedad terrenal, con seres humanos de carne y sangre (1 Co. 15:50); el reino celestial sólo puede constituirse de los que han sido sumergidos en una unión con el Dios Triuno y establecidos y edificados con el Dios Triuno, el cual se ha forjado en ellos.
En el versículo 20 el Señor dijo a Sus discípulos: “Y he aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. El Rey celestial es Emanuel, Dios con nosotros (1:23). Aquí El nos promete que en Su resurrección estará con nosotros todos los días, con toda potestad, hasta la consumación del siglo, es decir, hasta el fin de esta era. Por consiguiente, dondequiera que estemos congregados en Su nombre, El está en medio de nosotros (18:20).
Entre los cuatro evangelios, sólo Marcos (Mr. 16:19) y Lucas (Lc. 24:51) narran la ascensión del Señor. Juan testifica que el Señor, como Hijo de Dios, Dios mismo, es vida para Sus creyentes. Como tal, nunca puede dejarlos ni lo haría jamás. Mateo demuestra que el Señor, como Emanuel, es el Rey celestial, quien está continuamente con Su pueblo hasta Su regreso. Así que, ni en Juan ni en Mateo se menciona la ascensión del Señor.
Como Rey en el reino con los constituyentes del reino, el Señor está con nosotros todos los días, hasta la consumación del siglo. El día de hoy también está incluido en “todos los días”. El Señor está con nosotros ahora mismo, el día de hoy, y El estará con nosotros también mañana. Ni un solo día será la excepción. El estará con nosotros hasta la consumación del siglo. Esto se refiere al fin de esta era, que será el tiempo de la parusía del Señor, Su venida. La consumación del siglo, el fin de esta era, será la gran tribulación. No deseamos estar aquí durante ese tiempo. Más bien, desearíamos ser arrebatados a la parusía del Señor, a Su presencia. Este es un asunto del reino.
En la resurrección del Señor con Su justicia tenemos la realidad del reino, y tenemos la autoridad, comisión y posición para discipular las naciones. En esta manera el reino es propagado.