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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Mateo»
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Mensaje 9

EL UNGIMIENTO DEL REY

(2)

  En el Antiguo Testamento y en el Nuevo hay dos ministerios fundamentales, los cuales constituyen el reino de Dios: el sacerdocio y el reinado. La Biblia habla también de la tercera clase de ministerio: el de profeta. Sin embargo, el ministerio profético no es fundamental, sino que sirve como suplemento al sacerdocio y al reinado. Cuando uno u otro está débil, los profetas surgen para fortalecerlo. Según el Antiguo Testamento, el sacerdocio pertenecía a la tribu de Leví. Finalmente, el sacerdocio antiguotestamentario llegó a su consumación en Juan el Bautista, descendiente de dicha tribu. Del mismo modo, Jesús era la consumación del reinado antiguotestamentario, el cual pertenecía a la tribu de Judá. Jesús, descendiente de Judá, vino para ser la consumación del reinado. Por una parte, Juan el Bautista y Jesucristo pusieron fin al sacerdocio y al reinado antiguotestamentarios; por otra, hicieron germinar el sacerdocio y el reinado neotestamentarios. En otras palabras, terminaron con la dispensación del Antiguo Testamento y empezaron la dispensación del Nuevo Testamento.

  Cuando el sacerdocio lleva a la gente a Dios y el reinado trae a Dios a la gente, tenemos el reinado o gobierno celestial. El reinado celestial es el reino, el cual en estos días es la vida adecuada de iglesia. La iglesia de hoy es el reino con el sacerdocio y el reinado. Esta continuará hasta el milenio. En el reino milenario todavía existirán el sacerdocio y el reinado. Por un lado, nosotros los vencedores seremos sacerdotes, y por otro lado seremos reyes. Así que, en el reino milenario el sacerdocio y el reinado serán aún más fuertes de lo que son ahora. Mantendrán el reino de Dios en la tierra para que el Rey obtenga los hombres, y ellos lo obtengan a El. Después del milenio, el sacerdocio no será necesario. En la eternidad solamente existirá el reinado, porque en el cielo nuevo y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén todos estarán en la presencia de Dios. En aquel tiempo Dios estará con el hombre. Por consiguiente, no será necesario que el sacerdocio lleve a la gente a Dios. En la eternidad la presencia de Dios eliminará el sacerdocio, pero el reinado permanecerá de modo que quienes estén en la Nueva Jerusalén reinarán sobre las naciones que rodearán la ciudad. Esto es un resumen de la Biblia a la luz del sacerdocio y del reinado.

  En el mensaje anterior examinamos a Juan el Bautista, el que recomendó al Rey. Ahora estudiaremos el mensaje de recomendación dado por Juan.

C. El mensaje de recomendación

1. Arrepentirse para el reino de los cielos

  El mensaje que Juan dio como recomendación es breve, pero es crucial y todo-inclusivo. Mateo 3:2 dice: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. La primera palabra importante en este versículo es “arrepentíos”. Juan empezó su ministerio con esta palabra. Arrepentirse es experimentar un cambio en la manera de pensar que lo lleva a uno a sentir remordimiento, es cambiar de propósito. En el griego, la palabra traducida “arrepentirse” significa cambiar de idea. Arrepentirse es experimentar un cambio en la manera de pensar, en la filosofía, en la lógica. La vida del hombre caído concuerda totalmente con su manera de pensar. Cuando usted era un hombre caído, su mente le dirigía a usted. Su mentalidad, su lógica y su filosofía controlaban su manera de vivir. Antes de ser salvos, todos nosotros andábamos según nuestra mentalidad caída. Estábamos muy lejos de Dios, y nuestra vida estaba directamente en contra de Su voluntad. Bajo la influencia de nuestra mentalidad caída, nos extraviábamos cada vez más lejos de Dios. Pero un día oímos la predicación del evangelio, la cual nos decía que nos arrepintiéramos, o sea que tuviéramos un cambio en nuestro modo de pensar, en nuestra filosofía y en nuestra lógica.

  Esta fue mi experiencia cuando fui salvo. Era como un caballo joven, iba desbocado. En realidad, no iba en mi propio sentido, sino en el del diablo, porque éste me dirigía mediante mi mentalidad caída, conduciéndome cada vez más lejos de Dios. Pero un día oí el llamado de arrepentirme, de experimentar un cambio en mi filosofía, en mi lógica y en mi manera de pensar. ¡Alabado sea el Señor! ¡Experimenté ese cambio! Iba en cierto sentido, pero cuando oí la llamada a arrepentirme, di media vuelta. Creo que todos hemos dado esta vuelta, la cual es llamada la conversión. Cuando nos convertimos, dimos la espalda a nuestro vivir pasado y volvimos la cara hacia Dios. Esto constituye el arrepentimiento, o sea, la experiencia de un cambio en la manera de pensar.

  Cada “ismo” es una filosofía que dirige la vida de uno. Casi todos los partidos políticos tienen un “ismo”, el cual es prácticamente un dios. Pero nosotros no tenemos un “ismo”; tenemos al Señor. Tenemos a Dios. Anteriormente, estábamos bajo la dirección de cierto “ismo”, pero ahora Dios nos dirige. Nuestro modo de pensar ha experimentado un cambio radical. Ibamos en una dirección, pero ahora vamos en otra. Hemos experimentado un cambio en nuestra manera de pensar, es decir, en nuestro concepto.

  La segunda palabra crucial hallada en el versículo 2 es el reino. En la predicación de Juan el Bautista, arrepentirse, como comienzo de la economía neotestamentaria de Dios, indica tener un cambio de dirección hacia el reino de los cielos. Esto indica que la economía neotestamentaria de Dios está centrada en Su reino. Con este fin, debemos arrepentirnos, cambiar de actitud y de propósito. Antes buscábamos otras cosas, pero ahora nuestra única meta debe ser Dios y Su reino, el cual en Mateo es llamado específica e intencionalmente el reino de los cielos (cfr. Mr. 1-15). El reino de los cielos, según el contexto general del Evangelio de Mateo, es diferente del reino mesiánico. Este será el reino de David restaurado (el tabernáculo reedificado de David, Hch. 15:16), compuesto de los hijos de Israel y será terrenal y físico en naturaleza; mientras que el reino de los cielos está constituido de los creyentes regenerados y es celestial y espiritual.

  Juan el Bautista dijo a los hombres que se arrepintieran para el reino. No dijo que debemos arrepentirnos para que vayamos al cielo o para que obtuviéramos la salvación. Dijo que debemos arrepentirnos para el reino. El reino denota cierto gobierno. Antes de ser salvos, no estábamos bajo ninguna ley. Si la policía, el gobierno o las cortes de ley no nos decían qué hacer, podíamos haber hecho cualquier cosa que nos gustara. Pero cuando oímos la predicación del evangelio, dimos la espalda a la vieja condición de no estar bajo ninguna ley y empezamos a someternos por completo al reino. Así que estamos en el reino. Antes de ser salvos, no teníamos un rey. Pero después de volvernos al Señor, El llegó a ser nuestro Rey. Ahora todos estamos bajo el gobierno de este Rey. El tiene el reinado, y éste es para el reino. Hoy estamos en el reino de este Rey.

  La tercera expresión crucial hallada en el versículo 2 es los cielos. Juan dijo que nos arrepintiéramos para el reino de los cielos. La expresión “los cielos”, la cual es un modismo hebreo, no se refiere a nada que sea plural, sino al cielo más elevado, el cual según la Biblia es el tercer cielo, es decir, el cielo que está por encima del cielo. El tercer cielo se llama “los cielos”. El reino de los cielos no denota un reino en el aire, sino un reino que está por encima del aire; éste es el reino que se encuentra en el cielo que está por encima de los demás, donde está el trono de Dios. En este reino tenemos el gobierno, el reinado, de Dios. Por lo tanto, el reino de los cielos es el reino de Dios que está en el tercer cielo donde El ejercita Su autoridad sobre todo lo que El creó. Este reino tiene que descender a la tierra. El reinado celestial ha de descender a la tierra para ser la autoridad que rige la tierra.

  Según lo dicho por Juan el Bautista en el versículo 2: “El reino de los cielos se ha acercado”. Esto indica claramente que antes de la venida de Juan el Bautista, el reino de los cielos no estuvo allí. Aun después de que él llegó, y durante su predicación, el reino de los cielos todavía no estaba; sólo se había acercado. Cuando el Señor empezó Su ministerio y aun cuando El mandó a Sus discípulos a predicar, el reino de los cielos no había venido (4:17; 10:7). Por consiguiente, en la primera parábola, presentada en el capítulo trece (vs. 3-9), la de la semilla, la cual indica la predicación del Señor, El no dijo: “El reino de los cielos es semejante a...” Lo dijo sólo cuando habló la segunda parábola, la de la cizaña (v. 24), lo cual indica el establecimiento de la iglesia en el día de Pentecostés. El hecho de que Mateo 16:18 y 19 usen las expresiones “la iglesia” y “el reino de los cielos” de manera intercambiable comprueba que el reino de los cielos vino cuando la iglesia fue establecida.

  Cuando Juan el Bautista vino, el reino de los cielos sólo se había acercado. Estaba en camino, pero todavía no había llegado. Esto demuestra que en el Antiguo Testamento no existía el reino de los cielos. Aun en los tiempos de Moisés y de David, el reino de los cielos no estuvo. Juan dijo que el reino de los cielos estaba en camino; no dijo que había llegado. Cuando el Señor Jesús empezó Su ministerio, también dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (4:17). Esto indica que aun cuando el Señor Jesús empezó Su ministerio, el reino de los cielos todavía no había llegado. Juan el Bautista le dijo a los hombres que debían arrepentirse para el reino de los cielos, el cual en aquel entonces estaba en camino. El reino de los cielos llegó a Jerusalén el día de Pentecostés, lo cual significa que llegó cuando la iglesia nació. Hoy en día cualquier persona que tenga un cambio en su filosofía y se vuelva a Dios, estará inmediatamente en el reino de los cielos. ¡Aleluya! ¡Estamos en el reino de los cielos! Todos tenemos al Rey y estamos bajo Su reinar.

  Muchas veces, debido a que el Rey está gobernándonos interiormente, no nos hace falta el gobierno ejercido por la policía y las cortes de ley. En este caso el Rey que vive en nuestro interior hace innecesarios a los abogados. Sin embargo, los que no se han vuelto a Dios arrepentidos no están sometidos al Rey. Por el contrario, quebrantan la ley continuamente. Por esta razón, muchísimos de ellos son llamados a las cortes. Pero nosotros, los del reino, estamos sometidos al Rey del reino de los cielos. El mora en nuestro espíritu. Cuando nos habla, principalmente dice una sola palabra: “no”. Conforme a mi experiencia, Su palabra favorita es “no”. Tenemos en nuestro interior un “no” que rige. Damos gracias al Señor por esta palabra pequeña, porque nos salva y nos guarda de muchos problemas. Cuando oímos el “no” interior, esto es el gobierno del Señor dentro de nosotros. Tal vez hoy usted ha oído el “no” del Señor varias veces. Si los del reino no se ocupan del “no”, llegarán a ser reincidentes. El reino nos gobierna usando principalmente la palabra “no”, porque nosotros somos las personas del reino.

  Ahora consideraremos cómo Juan el Bautista pudo introducir a otros en el reino. El ministerio de Juan era llevar a otros a Dios (Lc. 1:16-17). Juan el Bautista, un sacerdote verdadero, fue “lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre” (Lc. 1:15). Sin duda, al crecer de la infancia a la madurez, a la edad de treinta años, fue completamente sumergido en el Espíritu Santo. Por ser inundado por el Espíritu Santo y saturado de El, logró ser muy valiente. Es un asunto serio resistir la corriente de la edad. Para hacerlo se requiere mucha valentía. ¿Cómo pudo Juan el Bautista ser tan valiente hasta el punto de lograr resistir la religión judía y la cultura grecorromana? Tuvo suficiente denuedo para hacerlo porque fue sumergido en el Espíritu Santo por treinta años. Por lo tanto, cuando salió a ministrar, lo hizo en el Espíritu y con poder. Sí, se vistió de pelo de camellos como señal de que había repudiado la vieja dispensación. Pero ésa era una señal externa. También tenía una realidad en su interior, y aquélla era el Espíritu y el poder. La realidad que se podía ver en Juan el Bautista, no era sólo la presencia de Dios, sino también el Espíritu de Dios.

  Juan fue sumergido en el Espíritu Santo y saturado y empapado con El. Espontáneamente, esto lo hizo un gran imán. Era imán porque él mismo había sido plenamente “cargado’’. Año tras año y día tras día él fue “cargado’’ del Espíritu. Por lo tanto, en su ministerio era un imán poderoso. Juan tenía al Espíritu y el poder que atrae. Por consiguiente, como dice Lucas 1:16, él hizo que muchos de los hijos de Israel se volvieran al Señor Dios de ellos. (Aquí el Señor equivale a Jehová). El hecho de que Juan hizo que muchos de los israelitas se volvieran al Señor indica que la nación de Israel le había dado la espalda a Dios. De otro modo, habría sido innecesario que Juan el Bautista los hiciera volverse. Aun los sacerdotes que servían a Dios en el templo al alumbrar las lámparas y quemar el incienso habían dado la espalda a Dios y estaban muy lejos de El. En otra porción del Nuevo Testamento se nos dice que muchos sacerdotes se volvieron a Dios (Hch. 6:7). Por lo tanto, aun los sacerdotes, los que servían a Dios, necesitaban volverse a Dios. Así que, Dios usó a Juan el Bautista para hacer regresar a muchos al Señor.

2. Nuestra naturaleza necesita un cambio

  Lo dicho por Juan a los fariseos y a los saduceos quienes fueron a él revela que necesitamos un cambio en nuestra naturaleza. El versículo 7 dice: “Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ‘¡Cría de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?’” Los fariseos eran la secta religiosa más estricta de los judíos (Hch. 26:5). Esta secta se formó por el año 200 a. de C. Ellos estaban orgullosos de su vida religiosa superior, su devoción a Dios y su conocimiento de las Escrituras. En realidad, se habían degradado hasta ser pretenciosos e hipócritas (Mt. 23:2-33). Los saduceos eran otra secta del judaísmo (Hch. 5:17). Ellos no creían en la resurrección, ni en los ángeles, ni en los espíritus (Mt. 22:23; Hch. 23:8). Tanto Juan el Bautista como el Señor Jesús condenaron a los fariseos y a los saduceos, calificándolos de cría de víboras (Mt. 3:7; 12:34; 23:33). Los fariseos eran considerados ortodoxos, mientras que los saduceos eran los modernistas antiguos.

  En los versículos 8 y 9 Juan dijo: “Haced pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: Tenemos por padre a Abraham; porque yo os digo que Dios puede, de estas piedras, levantar hijos a Abraham”. Debido a la impenitencia de los judíos, tanto esta palabra como la del v. 10 se han cumplido. Dios excluyó a los judíos y levantó a los creyentes gentiles, para que fueran descendientes de Abraham en la fe (Ro. 11:15a, 19-20, 22; Gá. 3:7, 28-29). Lo dicho por Juan en este versículo indica claramente que el reino de los cielos predicado por él no está constituido de los que son hijos de Abraham por nacimiento, sino de los que lo son por la fe; por tanto, es el reino celestial, y no el reino terrenal del Mesías.

  Los fariseos y los saduceos eran los líderes de los hijos de Israel. Cuando fueron a Juan el Bautista, éste los llamó con mucha reprensión cría de víboras. Las víboras son serpientes venenosas. Juan dijo esto a los judíos, al linaje escogido. Los hijos de Israel no eran cerdos paganos. Ellos consideraban a los gentiles como cerdos y se consideraban a sí mismos como un pueblo santo. Pero cuando los líderes de este pueblo santo fueron a Juan, éste no les dijo: “Bienvenidos. ¡Qué bueno es que ustedes vengan a mi ministerio. Es realmente un honor que ustedes, los líderes de los hijos de Israel, me visiten”. Juan no habló como los pastores del cristianismo de hoy. No les dio gracias a los fariseos ni a los saduceos por haberle visitado ni se dirigió a ellos como líderes; más bien los llamó cría de víboras. ¿Puede usted creer que los hijos de Israel, descendientes de Abraham el llamado, hubieron podido hacerse tan malignos?

  Juan también les dijo que ni pensaran decir que tenían por padre a Abraham, porque Dios podía, de las piedras, levantar hijos a Abraham. Parece que Juan decía: “No piensen decir nada. No piensen decir que ustedes son los hijos de Israel y que Abraham es su padre. Dios puede, de estas piedras, levantar hijos”. Lo dicho por Juan indica claramente este hecho y también sirvió como profecía que de la era había cambiado. Por eso, ya no era cuestión del nacimiento natural, sino del segundo nacimiento, el espiritual. Aunque usted sea una piedra sin vida por nacimiento, Dios puede hacerle Su hijo viviente. ¡Aleluya! ¡Esto es exactamente lo que El ha hecho con nosotros! Debemos recordar las condiciones en las cuales nos encontrábamos antes de ser salvos. Por lo que a la vida se refiere, éramos como piedras sin vida. Pero con referencia al pecado, estábamos llenos del mismo y muy activos en él. ¡Alabado sea el Señor! En el día de nuestro arrepentimiento creímos en el Señor Jesús, y Dios nos hizo Sus hijos vivientes.

  Mediante las palabras de Juan vemos que Dios estaba preparado para abandonar la cría de víboras, Su pueblo escogido de antaño, y procurar conseguir a otro. Estaba listo para abandonar a los hijos de Israel y volverse a las piedras, quienes en la mayor parte eran gentiles. Aunque los gentiles eran piedras sin vida, estaban destinados a llegar a ser los hijos vivientes de Dios. Esto demuestra que Dios verdaderamente puede hacer de cada piedra sin vida un hijo de Dios.

  En el versículo 10 Juan dijo a los fariseos y a los saduceos: “Y ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego”. Parece que Juan decía: “Cría de víboras, el hacha que corta está puesta a la raíz. Si son árboles buenos que producen buen fruto, estarán bien. Si no, serán cortados y echados al fuego”. Veremos dentro de poco que el fuego mencionado en este versículo es el fuego encontrado en el lago de fuego.

3. Cristo el que bautiza

  El versículo 11 dice: “Yo os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, a quien yo no soy digno de llevarle las sandalias, es más fuerte que yo. El os bautizará en el Espíritu Santo y fuego”. Parece que Juan decía en este versículo: “He venido para bautizarles con agua, para darles fin y sepultarles. Pero aquel que viene tras mí es más fuerte que yo. El les bautizará a ustedes con el Espíritu y con fuego. Ya sea que El les bautice con el Espíritu o con el fuego depende de que ustedes se arrepientan. Si se arrepienten, El les pondrá en el Espíritu. Pero si continúan como cría de víboras, ciertamente El les bautizará en el lago de fuego. Esto significa que El les pondrá en el fuego del infierno”.

  Según el contexto, el fuego aquí no es el fuego de Hechos 2:3, el cual está relacionado con el Espíritu Santo, sino que es el mismo fuego mencionado en los versículos 10 y 12, el fuego que se encuentra en el lago de fuego (Ap. 20:15) donde los incrédulos sufrirán la perdición eterna. Lo que Juan dijo a los fariseos y a los saduceos significa que sólo si ellos se arrepintieran verdaderamente al Señor y creyeran en El, el Señor les bautizaría en el Espíritu Santo para que tuvieran la vida eterna; si no, el Señor les bautizaría en fuego, poniéndolos en el lago de fuego para que sufran el castigo eterno. El bautismo de Juan tenía como fin el arrepentimiento, para hacer que la gente crea en el Señor. El bautismo del Señor es o para vida eterna en el Espíritu Santo o para perdición eterna en el fuego. El bautismo del Señor en el Espíritu Santo comenzó el reino de los cielos, llevando a Sus creyentes al reino de los cielos. Mientras que Su bautismo en el fuego dará fin al reino de los cielos, poniendo a los incrédulos en el lago de fuego. Por esto, el bautismo en el Espíritu Santo, realizado por el Señor, se basa en Su redención y es el comienzo del reino de los cielos, mientras que Su bautismo en el fuego, el cual se basa en Su juicio, es el fin del reino de los cielos. Así que, en este versículo hay tres clases de bautismos: el bautismo en el agua, el bautismo en el Espíritu Santo y el bautismo en el fuego. El bautismo en el agua, realizado por Juan, introdujo a las personas en el reino de los cielos. El bautismo en el Espíritu Santo, realizado por el Señor Jesús, empezó y estableció el reino de los cielos en el día de Pentecostés y lo llevará hasta su consumación al final de esta edad. El bautismo en el fuego, realizado por el Señor, concuerda con el juicio que tendrá lugar en el gran trono blanco (Ap. 20:11-15) y dará fin al reino de los cielos.

  Algunos cristianos, creyendo que el fuego mencionado en el versículo 11 se refiere a las lenguas de fuego que descendieron el día de Pentecostés, dicen que el Señor bautizará a los creyentes con el Espíritu Santo y con fuego. Pero debemos tener en mente el contexto del versículo 11. Fíjese que la palabra “fuego” se encuentra en los versículos 10, 11 y 12. En el versículo 10 los árboles que no dan fruto son cortados y echados al fuego. Ciertamente este fuego es el lago de fuego. El fuego del versículo 11 también debe denotar el lago de fuego, porque es una explicación adicional del fuego mencionado en el versículo anterior. Según el versículo 12, el Señor quemará la paja con fuego inextinguible. El trigo recogido en el granero del Señor consiste en los que fueron puestos en el Espíritu. No obstante, la paja es quemada con fuego. Ciertamente este fuego también es el lago de fuego. Por lo tanto, el fuego mencionado en los versículos del 10 al 12 se refiere en cada caso al mismo fuego, el del lago de fuego. Parece que Juan les decía a los líderes judíos: “Fariseos y saduceos, es posible que me puedan engañar, pero no pueden engañarle a El. Si están verdaderamente arrepentidos, El les pondrá en el Espíritu. Pero si permanecen en lo maligno, El les pondrá en el fuego”. Este es el entendimiento correcto de estos versículos.

  El versículo 12 dice: “Su aventador está en Su mano, y limpiará completamente Su era; y recogerá Su trigo en el granero, pero quemará la paja con fuego inextinguible”. Los que son tipificados por el trigo tienen vida por dentro. El Señor los bautizará en el Espíritu Santo y por medio del arrebatamiento los recogerá en Su granero que está en los cielos. Los que son tipificados por la paja, así como la cizaña mencionada en 13:24-30, no tienen vida. El Señor los bautizará en el fuego, poniéndolos en el lago de fuego. Aquí la paja se refiere a los judíos no arrepentidos, mientras que la cizaña del capítulo trece se refiere a los cristianos por nombre solamente. El destino eterno de los dos será el mismo: perdición en el lago de fuego (13:40-42).

  El Rey Jesús ejecuta dos tipos de bautismo: el bautismo en el Espíritu y el bautismo en el fuego. El bautismo en el Espíritu empezó el reino de los cielos, y el bautismo en el fuego dará fin a él. El comienzo del reino de los cielos tuvo lugar el día de Pentecostés. En aquel día el Rey Jesús bautizó a los creyentes poniéndolos en el Espíritu Santo. Por ese bautismo, el reino de los cielos empezó. El reino de los cielos concluirá con el juicio pronunciado en el gran trono blanco. En aquel momento los incrédulos serán juzgados y echados en el lago de fuego. Eso será el bautismo en el fuego. Este bautismo dará fin al reino de los cielos.

  El bautismo en el agua, realizado por Juan, era anterior al reino de los cielos, una preparación para la venida del reino de los cielos. Muchos cristianos nominales han sido bautizados en el agua. Pero si participan en el bautismo en el Espíritu o si sufren el bautismo en el fuego es cuestión de su arrepentimiento. Si se arrepienten de verdad, el Señor Jesús los pondrá en el Espíritu. Si no, el Señor Jesús, como Juez sentado en el gran trono blanco, los echará en el lago de fuego. Por lo tanto, en la Biblia hay tres clases de bautismos: el bautismo en el agua, el bautismo en el Espíritu y el bautismo en el fuego. El bautismo en el agua, realizado por Juan, tenía como fin prepararlos para la venida del reino de los cielos. El bautismo en el Espíritu fue el comienzo del reino de los cielos, y el bautismo en el fuego será la terminación del reino de los cielos. No debemos seguir siendo cría de víboras. Ni debemos ser la paja del capítulo tres ni la cizaña del capítulo trece. Más bien, debemos ser el trigo, los hijos vivientes de Dios. Para ser hechos hijos vivientes de Dios, debemos ser bautizados por medio del agua y en el Espíritu. Juan 3:5 dice que debemos nacer del agua y del Espíritu. Primero, somos bautizados por el agua; luego somos bautizados en el Espíritu. De esta manera somos regenerados. Por lo tanto, tenemos las dos clases de bautismos positivos: el bautismo en el agua y el bautismo en el Espíritu. No queremos tener nada que ver con el bautismo en el fuego.

D. La manera en que se hizo la recomendación

  Habiendo hablado del que recomendó al Rey y el contenido de la recomendación, vamos a considerar la manera de recomendar.

1. Bautizar a la gente en el agua

  Juan, al hacer su recomendación, primero bautizó a la gente en el agua. Los versículos 5 y 6 revelan que muchos eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Bautizar a las personas es sumergirlas, sepultarlas en agua, la cual representa la muerte. Juan el Bautista lo hizo para indicar que quien se arrepiente solamente sirve para ser sepultado. Esto significa también que a la vieja persona se le ha dado fin, para que haya un nuevo comienzo en resurrección, producido por Cristo como el dador de vida. Por lo tanto, después del ministerio de Juan, vino Cristo. El bautismo de Juan no solamente dio fin a los que se habían arrepentido, sino que también los llevó a Cristo para que tuvieran vida. En la Biblia el bautismo implica muerte y resurrección. Ser bautizado en agua equivale a ser puesto en la muerte y sepultado allí. Ser levantado del agua significa resucitar de la muerte.

  El río Jordán fue el agua en donde las doce piedras que representaban a las doce tribus de Israel fueron sepultadas, y de donde fueron resucitadas y sacadas otras doce piedras, las cuales también representaban a las doce tribus de Israel (Jos. 4:1-18). Por lo tanto, bautizar a los hombres en el río Jordán representaba la sepultura del viejo ser y la resurrección del nuevo ser de ellos. Así como los hijos de Israel entraron en la buena tierra al cruzar el río Jordán, así también, al ser bautizados los creyentes, son introducidos en Cristo, la realidad de la buena tierra.

  Cuando alguien se arrepentía en la presencia de Juan el Bautista, éste le ponía en el agua. Según el Nuevo Testamento, sumergir a alguien en agua significa primero sepultarlo, y en segundo lugar, significa resucitarlo. Así que, en términos negativos, el bautismo representa la muerte y la sepultura; en términos positivos, significa la resurrección. En el mensaje con el cual Juan recomendó a Jesús, indicó que Dios iba a levantar de las piedras hijos a Abraham. Juan, al bautizar a los arrepentidos, indicaba que ellos y todo su vivir pasado tuvieron que llegar a su fin y ser sepultados. Sin embargo, la sepultura no era el final, porque ella siempre trae la resurrección. Entonces, por un lado, la sepultura es el fin, la terminación, pero por otro, también incluye la germinación. Las personas a quienes Juan dio fin en el bautismo habían de ser resucitados, no en Juan, sino en Aquel que iba a venir después de Juan. El bautismo de Juan señalaba a Aquel que iba a resucitar a los muertos.

  El bautismo significa que nuestro ser natural y todo nuestro vivir pasado tienen que llegar a su fin. Nuestro ser y nuestro vivir pasado sólo sirven para ser sepultados. Por lo tanto, mientras Juan, el sacerdote auténtico, llevaba a los hombres a Dios y presentaba al Rey a ellos, también daba fin a todos los que venían a él arrepentidos y los sepultaba, dando a entender así que a todos los que él sepultaba, Aquel que resucitó los levantaría. Así es el proceso de la recomendación, la verdadera manera de llevar a los arrepentidos al Rey, quien los levantaría.

  En el Nuevo Testamento hay dos ministerios: el ministerio de Juan y el ministerio del Señor Jesús. El ministerio de Juan sirve para llevar a otros a Dios dándoles fin y sepultándolos. Estos necesitan la resurrección que sólo Cristo puede otorgar. Por lo tanto, Cristo vino después de Juan para ministrar vida a los sepultados. Es por esto que necesitamos volver a nacer, es decir, ser bautizado en agua y en el Espíritu. Ser bautizado en agua significa poner fin a nuestra vida natural y a nuestro vivir pasado. Ser bautizado en el Espíritu es tener un nuevo comienzo al germinar con la vida divina. Esta germinación es posible sólo por medio de Cristo como Espíritu vivificante.

  Todos los que son llevados a Dios deben llegar a su fin ante El. En cierto sentido, es maravilloso ser llevado a la presencia de Dios. Pero, en otro sentido, significa que uno tiene que llegar a su fin. Si no llega a su fin, será aniquilado. Por esto, ser llevado a la presencia de Dios es maravilloso y al mismo tiempo es muy serio, pues significa que llegamos a nuestro fin o somos aniquilados. Los dos hijos de Aarón, Nadab y Abihu, entraron en la presencia de Dios, pero el fuego los mató (Lv. 10:1-2). Si estamos dispuestos a morir a nuestro yo natural en la presencia de Dios, esto significa que estamos dispuestos a germinar, a ser resucitados, es decir, estamos dispuestos a tener un nuevo comienzo. La terminación es la manera auténtica de hacer la recomendación. Es la preparación que nos lleva a la presencia del Rey para que El venga a nosotros para darnos un nuevo comienzo en resurrección. En el capítulo tres de Mateo tenemos una terminación definida y una germinación prevaleciente. Por medio de ellas, el Rey obtiene un pueblo, y el pueblo recibe al Rey.

2. Preparar a las personas para que reciban a Cristo

  El versículo 3 dice: “Pues éste es aquel de quien se habló por medio del profeta Isaías, cuando se dijo: ‘Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad Sus sendas’”. Este versículo revela que Juan el Bautista era uno que preparaba el camino del Señor y que enderezaba Sus sendas. Preparar el camino del Señor y enderezar Sus sendas, es cambiar la perspectiva de la gente, es hacer volver sus pensamientos al Señor y enderezar sus corazones; es hacer que cada senda y avenida de sus corazones sean enderezadas por el Señor por medio del arrepentimiento a causa del reino de los cielos (Lc. 1:16-17). Juan el Bautista preparó el camino y enderezó las sendas, lo cual indica que el camino era áspero, con muchos montes y valles. En algunos lugares era muy bajo y, en otros, muy alto. Pero Juan vino y preparó el camino, allanando los montes, llenando los huecos y haciéndolo todo muy liso y llano. Juan también enderezó las sendas, las cuales eran muy torcidas. El hecho de que Juan preparara el camino y enderezara las sendas significa que Su ministerio tocaba la mente y el corazón.

  Considere usted su vivir pasado, antes de ser salvo. ¿No tenía sendas ásperas en su interior? Ciertamente, el camino de su mente tenía muchos montes y valles. Antes de que yo fuese salvo, experimentaba muchos altibajos en mi mentalidad. Nada era liso. Además, en los carriles de nuestros pensamientos, emociones, voluntad y los deseos de la misma, había muchas curvas. Un día decíamos que nuestra esposa era un ángel; al día siguiente decíamos que era el diablo. Esto indica que nuestras emociones son torcidas. Antes de arrepentirnos, todas las sendas en nuestro interior eran torcidas; nada era liso.

  Cuando Juan el Bautista vino, mandó a las personas que se arrepintieran. El arrepentimiento genuino prepara el camino y endereza las sendas. Antes de arrepentirme, mi mentalidad era “áspera”. Pero, por la misericordia del Señor, el día en que me arrepentí todo mi ser interior se volvió “liso”. Desde aquel tiempo, cada avenida, cada carril y cada senda de mi ser ha sido enderezada. Esto nos prepara para recibir al Señor. Esto es preparar el camino del Señor y enderezar Sus sendas. La manera de preparar a otros para que reciban al Señor es llevarlos al arrepentimiento. Parece que Juan el Bautista decía: “Hijos de Israel, vosotros estáis muy lejos del Señor. Vuestra mente es un camino áspero, y vuestras emociones, vuestra voluntad y vuestro deseo son sendas torcidas. Necesitáis arrepentiros y enderezar cada senda en vuestro interior para que el Señor entre”. Cuando muchos oyeron las palabras de Juan, se arrepintieron, y sus caminos fueron preparados y sus sendas enderezadas. Como resultado, el Rey logró entrar. Esto es el arrepentimiento verdadero, el cual prepara el camino para que el Señor, el Rey, entre. Puedo dar testimonio de que en este camino preparado y en estas sendas enderezadas constantemente disfruto al Señor. Mi camino está preparado, el Señor está andando en mí, y en las sendas enderezadas el Señor Jesús siempre está conmigo. Esta es la manera de prepararnos para recibir a Cristo el Rey.

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