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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Tito»
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Mensaje 4

MANDAR QUE LOS ESCLAVOS SE PORTEN BIEN DENTRO DEL SISTEMA SOCIAL ESCLAVISTA

  Lectura bíblica: Tit. 2:9-15

  En el libro de Tito, Pablo da instrucciones en cuanto a la vida de iglesia, la vida familiar, el comportamiento de los esclavos dentro del sistema social esclavista y la relación que los santos tienen con el gobierno. El primer capítulo trata mayormente sobre la vida de iglesia. En cuanto a la vida de iglesia, Pablo aborda dos asuntos fundamentales en este capítulo: el gobierno de la iglesia y la enseñanza apropiada que debe impartirse en la iglesia. El gobierno de la iglesia se edifica sobre el cuerpo de ancianos propiamente establecido, y la enseñanza en la iglesia se basa en la sana enseñanza de los apóstoles. Esta sana enseñanza absorbe toda clase de “ismo”, particularmente el judaísmo y el gnosticismo, y todo tipo de enseñanza diferente. Si hemos de llevar una vida de iglesia que sea saludable y esté en buen orden, debe haber en la iglesia una administración apropiada y sana enseñanza según el ministerio de los apóstoles.

  En 2:1-8 Pablo habla en cuanto a cómo llevar una vida humana ordenada, y en particular, habla acerca de la vida familiar. Estos ocho versículos nos proveen el fundamento necesario para llevar una vida humana adecuada en virtud de la vida divina. Quienes estamos en el recobro del Señor debemos vivir tal vida humana. Por causa del testimonio de Jesús, necesitamos la vida humana más alta, la cual debemos vivir en conformidad con la vida divina que Dios nos ha dado. En virtud de la vida divina, nosotros debemos llevar una vida humana que corresponda a la norma más elevada. En nuestro vivir debemos ser humanos como Jesús. Debemos aspirar a ser un glorioso testimonio del Cristo en quien creemos y a quien servimos y honramos. Entonces seremos un refulgente candelero de oro. Ésta es nuestra declaración con respecto al vivir humano.

  Después de hablar de la iglesia y de la vida familiar, Pablo manda que los esclavos se porten apropiadamente dentro del sistema social esclavista (2:9-15). Indudablemente, Pablo no estaba de acuerdo con el sistema esclavista. Sin embargo, como un maestro designado por Dios y como alguien que era entendido en los asuntos espirituales, no habló en contra del sistema social de esa época. De haberlo hecho, habría dado la impresión de ser un reformador social, y no un maestro de la economía de Dios, un heraldo de las buenas nuevas. Pablo en ningún momento se propuso reformar el sistema social; en vez de ello, él dio instrucciones a los esclavos, en las cuales les mostraba la necesidad de tener un comportamiento que fuera conforme a la norma más alta del carácter humano. Los esclavos debían dar, con su vivir humano, un excelente testimonio de la vida de Jesús.

  Si Pablo hubiese abogado por la anulación del sistema esclavista, los que leyeran sus epístolas lo habrían tenido por un reformador social. Esto habría opacado su enseñanza acerca de expresar la vida divina de Cristo en nuestro vivir humano dentro del sistema social en que uno se encuentre. A fin de que la luz pudiese brillar sin impedimento, Pablo no pronunció ni una sola palabra que tuviera como objetivo enmendar o reformar el sistema social.

  Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él tampoco intentó reformar el sistema social. En lugar de ello, vivió como un judío típico en un país que estaba bajo el dominio de los imperialistas romanos. El Señor Jesús nació en la época de César Augusto, y en el momento de ser juzgado, fue Poncio Pilato, gobernador de Judea, quien pronunció Su juicio. El Señor Jesús le dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18:36). El reino del Señor no era terrenal, sino de una naturaleza celestial. Ésta es la razón por la cual, cuando el Señor estuvo en la tierra, no intentó mejorar el sistema social, ni ningún gobierno terrenal. Pablo mostró la misma actitud. Él no procuró reformar el sistema social romano.

  Cuando se escribió la Epístola a Tito, algunos esclavos habían llegado a ser creyentes de Cristo. Según la ley civil, un esclavo no tenía ningún derecho. El amo podía marcar a su esclavo como si éste fuese un caballo o una mula, y también, conforme a la ley, podía darle muerte. ¡Qué sistema tan terrible! Sin duda alguna, Dios mismo estaba totalmente en contra de este sistema social, pues era absolutamente contrario a la posición que Él le había dado al hombre en Su creación. Pablo indudablemente no estaba de acuerdo con este perverso sistema social. Sin embargo, en vez de tratar de reformarlo, él mandó a los esclavos que se portaran apropiadamente dentro de dicho sistema, es decir, que vivieran dentro de ese sistema según la norma de la humanidad del Señor Jesús. Así, aun en medio de un sistema social tan injusto, los cristianos podrían llevar una vida que exhibiera la norma humana más elevada. ¡Qué testimonio más maravilloso!

  Por más perversos que puedan ser los sistemas sociales de nuestros días, ninguno de ellos es tan perverso como lo era el sistema esclavista del Imperio Romano. El hecho de que los santos llevaran una vida humana como la de Jesús dentro de aquel sistema social, constituyó un maravilloso testimonio de la vida divina. La sabiduría de Dios fue la que hizo posible que un esclavo, que había sido comprado y marcado como un animal, pudiera dar testimonio de la vida divina conforme a la norma más alta.

  Algunos han criticado a Pablo por no haber intentado reformar el sistema social. Sin embargo, nosotros ahora entendemos que Pablo aprovechó el peor sistema social para mandarles a los creyentes que, en medio de tal sistema, llevaran una vida humana como la que vivió Jesús. Si los santos pudieron vivir tal vida humana dentro del peor sistema social imaginable, entonces también nosotros debemos ser capaces de llevar esta vida en cualquier clase de entorno. ¡Alabamos al Señor porque, en virtud de la vida divina, nosotros podemos llevar la vida humana más elevada aun dentro del peor sistema social!

I. EL ENCARGO A LOS ESCLAVOS

  En los versículos 9 y 10 Pablo dice: “Exhorta a los esclavos a que se sujeten a sus amos en todo, que sean complacientes, y que no les contradigan; no defraudando, sino mostrando una fidelidad perfecta, para que en todo adornen la enseñanza de Dios nuestro Salvador”. En estos versículos no se está hablando de los siervos sino de los esclavos, quienes eran comprados en el mercado como bueyes y caballos. Pablo les encargó a éstos que se sujetaran a sus amos en todo. Ellos no tenían otra alternativa, y no debían argumentar al respecto. Aun más, los esclavos no debían defraudar, es decir, hurtar, sino mostrar una fidelidad perfecta. La palabra “fidelidad” también significa honradez. De este modo, ellos adornarían las enseñanzas de Dios nuestro Salvador. La fidelidad de un esclavo podía llegar a ser un adorno para la enseñanza de Dios nuestro Salvador. ¡Qué maravilla que la enseñanza de Dios pueda ser adornada incluso con la conducta de los esclavos!

  En 2:5 Pablo exhorta a las mujeres jóvenes a que vivan de tal modo que “la palabra de Dios no sea blasfemada”. En 2:10 él emplea un tono muy positivo cuando habla de adornar la enseñanza de Dios nuestro Salvador. Nuestra vida diaria debe ser un hermoso ornato para la enseñanza que hemos recibido. Si vivimos conforme a la sana enseñanza de los apóstoles, adornaremos esta enseñanza con nuestro vivir. Si tenemos un testimonio resplandeciente de un vivir humano como el de Jesús, nuestros vecinos percibirán que verdaderamente somos cristianos. Ellos confesarán que nuestro vivir adorna las enseñanzas que hemos recibido en el recobro del Señor. No debemos vivir solamente de una manera que sea diferente de los demás, sino también de una manera que sea más elevada y más respetable. Es posible que algunos, al observar la elevada norma de nuestra vida diaria, deseen seguirnos. Tal vez quieran aprender cómo ellos mismos pueden llevar una vida semejante.

  En 2:10 Pablo habla de “Dios nuestro Salvador”. Nuestro Salvador no es solamente Cristo, sino el Dios Triuno corporificado en Cristo, como lo indica el versículo 13. Dios nuestro Salvador no solamente desea salvarnos, sino también impartirnos el pleno conocimiento de la verdad (1 Ti. 2:4). Es por eso que se menciona la enseñanza de Dios nuestro Salvador, la cual puede ser embellecida, adornada, por el carácter transformado de las personas más viles que han sido salvas por la gracia de Dios.

II. LA GRACIA DE DIOS

  El hecho de que el versículo 11 empiece con la palabra “porque”, indica que lo que sigue a continuación explica cómo pueden los esclavos llevar una vida humana según la norma de Dios. Los versículos del 11 al 14 nos hacen un resumen extraordinario de la economía de la salvación que Dios nos otorga. El apóstol usa esto para dar razón a sus exhortaciones en los versículos del 1 al 10.

  El versículo 11 dice: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres”. La gracia de Dios es en realidad Dios mismo en Cristo como el todo para nosotros a fin de que lo disfrutemos. Esta gracia juega el papel más importante en la economía, el plan, de la salvación de Dios. La gracia vino por medio de Cristo (Jn. 1:17). Aunque ésta nos fue dada en la eternidad (2 Ti. 1:19), estaba escondida en la época del Antiguo Testamento. En la era del Nuevo Testamento, se manifestó en la primera venida de Cristo (2 Ti. 1:10), trayendo salvación a todos los hombres, judíos y gentiles.

  La eterna gracia de Dios, la gracia salvadora, fue destinada en Cristo para traernos la salvación de Dios, la salvación completa que comprende el perdón de pecados, la justificación, la reconciliación, la redención, la regeneración, la santificación, la transformación y la conformación. La eterna gracia de Dios también fue destinada para redimirnos y traernos de regreso a Dios, para impartirnos Su vida y para introducirnos en una unión orgánica con Él con miras al cumplimiento de Su propósito eterno.

  En el versículo 12 Pablo dice que la gracia de Dios nos educa para que, “renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”. Los deseos mundanos son deseos que hallan su gratificación en este mundo. La impiedad es la ausencia de la expresión de Dios, y los deseos mundanos son la expresión de nuestra carne. Debemos renunciar tanto la impiedad como a los deseos mundanos, si hemos de llevar una vida que exprese a Dios y restrinja la carne. Vivir sobriamente significa vivir de manera discreta y restringida. Debemos vivir sobriamente con respecto a nosotros mismos, justamente con respecto a los demás, y piadosamente para con Dios.

  Por la gracia de Dios, estamos siendo educados, adiestrados, para vivir sobria, justa y piadosamente. Para ello, debemos renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos. La impiedad denota un vivir que no expresa a Dios. De ninguna manera debemos llevar una vida que no exprese a Dios. Además, debemos abandonar todo lo que nos atraiga hacia las cosas terrenales. Una vez que hayamos renunciado a la impiedad y a los deseos mundanos, debemos llevar una vida sobria con respecto a nosotros mismos, justa para con los demás, y piadosa para con Dios.

  En el versículo 13 Pablo añade: “Aguardando la esperanza bienaventurada, la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”. Nosotros esperamos con confianza aquello que hemos creído por fe. Según el versículo 13, estamos aguardando la esperanza bienaventurada, la cual es la manifestación de Cristo en Su gloria. La manifestación de Cristo nos llevará a la plena filiación, es decir, a la redención de nuestro cuerpo, a fin de que podamos disfrutar la libertad de la gloria de los hijos de Dios, para lo cual fuimos salvos (Ro. 8:21-25). Ésta es la esperanza de vida eterna (Tit. 1:2), una esperanza de bendición eterna, una esperanza bienaventurada en la vida eterna del Dios Triuno. Fue sobre la base de tal esperanza que Pablo llegó a ser apóstol.

  En el versículo 13 Pablo habla de la gloria de nuestro gran Dios; ésa es la gloria del Padre (Mt. 16:27), la cual fue dada al Hijo (Jn. 17:24) y a la cual nosotros, como los muchos hijos de Dios, seremos llevados (He. 2:10). Dios, en Su sabiduría, nos predestinó antes de las edades para esta gloria (1 Co. 2:7), y el Dios de toda gracia nos llamó y nos salvó en esta eterna gloria (1 P. 5:10; 2 Ti. 2:10). El peso de esta gloria es sobrepujante y eterno (2 Co. 4:17), y con esta gloria seremos glorificados (Ro. 8:17, 30). La aparición de la gloria de Cristo, nuestro gran Dios y Salvador, es la esperanza bienaventurada que estamos aguardando.

  En el versículo 13 Pablo habla de “nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”. A través de los siglos ha habido dos escuelas de interpretación acerca de este título sagrado y divino, el cual es además notable, maravilloso y excelente. Unos piensan que este título hace referencia a dos personas, a Dios y a Cristo; mientras que otros afirman que hace referencia sólo a una, a Jesucristo, quien es nuestro gran Dios y Salvador, lo cual afirma la deidad de Cristo. Nosotros preferimos la segunda interpretación. Esto corresponde a los dos títulos sagrados que se revelan en el nacimiento de Cristo: Jesús, que significa Jehová el Salvador, y Emanuel, Dios con nosotros (Mt. 1:21-23). Nuestro Señor no sólo es nuestro Salvador, sino que también es Dios; y no es solamente Dios, sino el gran Dios, el Dios que es grande en naturaleza, en gloria, en autoridad, en poder, en obras, en amor, en gracia y en todo atributo divino. En 1 Timoteo 2:5 nuestro Señor es revelado como un hombre, mientras que aquí es revelado como el gran Dios. Él es hombre y Dios. Él se manifestará en Su gloria divina no solamente para salvar a Su pueblo y conducirlo a la era del reino, sino también para juzgar al mundo entero a fin de traer el reino de Dios a esta tierra. Por consiguiente, Su manifestación en Su gloria es nuestra esperanza bienaventurada.

  Si hemos de sentirnos contentos o no cuando el Señor se manifieste, eso dependerá de la vida que llevemos como cristianos hoy día. Según Mateo 25, todos los siervos del Señor le rendirán cuentas a Él cuando venga. A algunos el Señor dirá: “Bien, esclavo bueno y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mt. 25:21). Pero a otros el Señor reprenderá por ser esclavos malos y perezosos (v. 26). El esclavo malo y perezoso no denota un incrédulo ni un creyente falso. ¿Cómo podría alguien que no es un creyente genuino en el Señor recibir un talento de parte Suya?, y además, ¿cómo podría un creyente falso encontrarse con el Señor en Su tribunal en el aire? Tales cosas son imposibles. De manera que aquí se está hablando únicamente de creyentes genuinos.

  Muchos cristianos se encontrarán en una situación lamentable cuando el Señor venga. En vez de ser aprobados por el Señor, serán reprendidos por Él. ¡Oh, cuánta superficialidad hay entre los cristianos de hoy! Muchos han sido embriagados con enseñanzas superficiales acerca de la venida del Señor. Como resultado, no sienten interés alguno por las sanas enseñanzas acerca de la economía de Dios. Puesto que están embriagados, piensan que no tendrán ningún problema con el Señor cuando Él se manifieste. Al parecer no se dan cuenta de que, según lo que Pablo dice en 2 Timoteo 4:8, el Señor aparecerá como el Juez justo. En aquel tiempo, muchos cristianos oirán palabras muy severas de parte del Señor. Por mi parte, prefiero escuchar estas palabras de parte de Él hoy. En contraste con la mayoría de los mensajes que se predican hoy en día entre los cristianos, el ministerio en el recobro del Señor no ofrece enseñanzas azucaradas; en vez de ello, los santos reciben mensajes muy serios y solemnes.

  En el versículo 14 Pablo dice que Cristo “se dio a Sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para Sí un pueblo especial, Su posesión personal, celoso de buenas obras”. Las palabras “por nosotros” aquí significan “por nuestro bien”, en lugar de “en nuestro lugar”. Redimir significa comprar por precio (1 Co. 6:20; 1 P. 1:18-19; 1 Ti. 2:6). Cristo se dio a Sí mismo por nosotros no sólo para redimirnos de toda iniquidad, sino también para purificar para Sí un pueblo que fuera Su posesión personal. La expresión “un pueblo especial, Su posesión personal” es una expresión tomada del Antiguo Testamento (Dt. 7:6; 14:2; 26:18) y denota un pueblo que pertenece a Dios, al cual Dios considera Su único y especial tesoro (Éx. 19:5), Su posesión (1 P. 2:9).

III. EL ENCARGO DEL APÓSTOL A TITO

  En el versículo 15 encontramos el encargo que el apóstol da a Tito: “Esto habla, y exhorta y convence con toda autoridad. Nadie te menosprecie”. En este versículo, Pablo usa la expresión “esto” para referirse a todo lo mencionado en los versículos del 1 al 14. A Tito se le encargó hablar de estas cosas, y exhortar y convencer con toda autoridad. La palabra “autoridad” implica también un tono imperativo; de hecho, el significado literal de la palabra griega es mandato. La frase “con toda autoridad” modifica a “exhorta” y “convence”. Exhortar y convencer con toda autoridad significa aconsejar y convencer en todo aspecto de forma imperativa, con palabras de autoridad, como dando órdenes.

  La exhortación de Pablo, “que nadie te menosprecie”, está relacionada con la autoridad mencionada en la frase anterior y, constituyendo la conclusión de todos los encargos dados a Tito en este capítulo, se refiere principalmente a su enseñanza (vs. 1, 7-8, 15). La sana enseñanza junto con las sanas palabras que son según la piedad, lo guardarían en dignidad e inspiraría el más profundo respeto.

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