En este mensaje continuaremos viendo la obra de Dios en Su nuevo arreglo administrativo, particularmente en la ascensión de Cristo.
Efesios 1:20-21 dice: “Que hizo operar en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a Su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero”. Dios no solamente resucitó a Cristo de entre los muertos, sino que también lo sentó “a Su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero” (vs. 20b-21). El lugar donde Cristo fue sentado por el gran poder de Dios, esto es, a la diestra de Dios, es el lugar de máxima honra, el lugar de autoridad suprema. Los “lugares celestiales” no solamente se refieren al tercer cielo, la cumbre del universo, donde Dios mora, sino también al estado y atmósfera propios de los cielos, en los cuales Cristo fue sentado por el poder de Dios. Aquí “principado” se refiere al cargo más elevado; “autoridad”, a toda clase de poder oficial; “poder”, al poderío de la autoridad; y “señorío”, a la preeminencia que el poder establece. Las autoridades incluyen no solamente a las autoridades angélicas y celestiales, ya sean buenas o malas, sino también a las autoridades humanas y terrenales.
Efesios 1:22 procede a decir que Dios sometió todas las cosas bajo los pies de Cristo. El hecho de que Cristo haya sido sentado muy por encima de todo es diferente de que todas las cosas hayan sido sometidas bajo Sus pies. Lo primero se relaciona con la trascendencia de Cristo, mientras que lo segundo se relaciona con la sujeción de todas las cosas a Él.
La última parte de Efesios 1:22 dice: “Y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. La posición de autoridad que Cristo tiene como Cabeza sobre todas las cosas es un don que Dios le dio. Fue por medio del gran poder de Dios que Cristo recibió la autoridad como Cabeza en el universo. Esto no significa que Dios dio Cristo a la iglesia como un don, sino que Dios dio un don a Cristo: la autoridad como Cabeza sobre todas las cosas. Un gran don le fue dado a Cristo de parte de Dios, y este don es la autoridad como Cabeza sobre todas las cosas.
Dios da a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. La frase a la iglesia implica una transmisión. Lo que Dios le dio a Cristo para que fuera, es a la iglesia; es trasmitido a la iglesia. La iglesia participa de ello. Mediante la transmisión que es hecha a la iglesia, la iglesia participa con Cristo de todos Sus logros y de todo cuanto Él obtuvo.
La palabra a en Efesios 1:22 indica la impartición de Dios. En Su obra en la nueva dispensación, Dios pasó por la muerte en el Hijo, condenó al pecado en la carne, rasgó el velo, anuló el código escrito que consistía en ordenanzas, se despojó de los principados y potestades, levantó a Cristo de entre los muertos, sentó a Cristo en los cielos, sometió todas las cosas bajo Sus pies y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Debido a que la iglesia es fruto del Cristo ascendido, la iglesia es libre del pecado, de las ordenanzas de la ley y de los principados y autoridades en el aire. La iglesia está orgánicamente unida a la Cabeza que es sobre todas las cosas. La iglesia es ahora el lugar donde Dios puede impartirse en Su pueblo. La iglesia es el órgano que recibe directamente toda la impartición de Dios.
Hechos 2:36 habla de la obra efectuada por Dios al hacer a Jesús Señor y Cristo: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. Por ser Dios, el Señor siempre fue Señor (Lc. 1:43; Jn. 11:21; 20:28). Pero como hombre, Él fue hecho Señor en Su ascensión, después que, en Su resurrección, introdujo Su humanidad en Dios.
Dios hizo a Jesús Señor, el Señor de todos (Hch. 10:36) para que lo posea todo. Dios lo hizo Señor para que poseyera todo el universo, al pueblo escogido de Dios y todas las cosas, asuntos y personas positivas. Dios hizo a Cristo Señor no solamente sobre el pueblo escogido de Dios, sino también sobre los ángeles y sobre todos los que estarán en el milenio así como en el cielo nuevo y la tierra nueva. Esto significa que Cristo ha sido hecho Señor de los cielos, de la tierra, así como de todas las cosas y personas que Él redimió.
Hechos 2:36 dice también que Dios hizo a Jesús el Cristo. Como el Enviado y el Ungido de Dios, Él era el Cristo desde Su nacimiento (Lc. 2:11; Mt. 1:16; Jn. 1:41; Mt. 16:16). Pero como tal, Él también fue oficialmente hecho el Cristo de Dios en Su ascensión. Dios lo hizo el Cristo para que llevara a cabo Su comisión.
Hechos 5:31 dice: “A éste Dios ha exaltado a Su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”. Dios exaltó al hombre Jesús, quien había sido rechazado y muerto por los líderes judíos, y lo puso como Líder máximo, como Príncipe, como Soberano de los reyes, para que gobernara el mundo (Ap. 1:5; 19:16), y como Salvador para que salvara a los escogidos de Dios. El título Príncipe está relacionado con Su autoridad, y Salvador, con Su salvación. Debido a que Él fue exaltado por Dios, ahora Cristo gobierna soberanamente sobre la tierra con Su autoridad a fin de que prevalezca un ambiente adecuado para que los escogidos de Dios reciban Su salvación (Hch. 17:26-27; Jn. 17:2). “Dar [...] arrepentimiento y perdón de pecados” a los escogidos de Dios requiere que Cristo sea exaltado como Príncipe gobernante y Salvador. Su gobierno soberano hace que el pueblo escogido de Dios se arrepienta, y Su salvación, con base en Su redención, les proporciona el perdón de los pecados.
El arrepentimiento tiene como fin el perdón de pecados (Mr. 1:4). De parte de Dios, el perdón de pecados está basado en la obra redentora de Cristo (Ef. 1:7); de parte del hombre, el perdón de los pecados se consigue mediante el arrepentimiento. Ahora necesitamos arrepentirnos y recibir perdón. El arrepentimiento y el perdón son los dos pasos por medio de los cuales somos hechos aptos para recibir la impartición del Dios Triuno a fin de que seamos la iglesia.
La meta de la obra de Dios en la nueva dispensación es la impartición de Él mismo en nosotros. Dios hizo todo lo que hemos detallado en este mensaje con la meta de que todo esté preparado y de que Su pueblo escogido esté disponible para Su impartición. La impartición es la meta única de Dios. Todos debemos orar: “Señor, impártete en mí. Oh Señor, infúndeme Tu propia persona”. Nuestra necesidad hoy en día es recibir más y más de la impartición de Dios.
El pecado impide que las personas disfruten la impartición de Dios. Cuando Dios condenó al pecado en la carne mediante la muerte de Cristo en la carne (Ro. 8:3), Él eliminó este obstáculo que impedía Su impartición. Cuando Cristo fue crucificado, Dios también anuló el código escrito que consistía en ordenanzas (Col. 2:14) y se despojó de los principados y autoridades, exhibiéndolos públicamente y triunfando sobre ellos en la cruz (v. 15). Después de esto, Dios resucitó a Cristo de los muertos, lo sentó en los lugares celestiales, sometió todas las cosas bajo Sus pies y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (Ef. 1:20-22). Dios también hizo a Jesús tanto Señor como Cristo (Hch. 2:36). Además, Dios exaltó a Jesús poniéndolo por Príncipe y Salvador a fin de que Él pueda dar a Su pueblo escogido arrepentimiento y perdón de pecados (Hch. 5:31). Ahora debemos ver que, en Su obra, Dios hizo a Cristo el Sumo Sacerdote.
Hebreos 5:5-6 dice: “Así tampoco Cristo se glorificó a Sí mismo haciéndose Sumo Sacerdote, sino el que le dijo: ‘Tú eres Mi Hijo, Yo te he engendrado hoy’. Como también dice en otro lugar: ‘Tú eres Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec’”. El versículo 5 contiene una cita de Salmos 2:7: “Mi Hijo eres Tú; / Yo te he engendrado hoy”. Esto hace referencia a la resurrección de Cristo (Hch. 13:33), la cual le hizo apto para ser nuestro Sumo Sacerdote. Para poder ser nuestro Sumo Sacerdote era necesario que Cristo participase de nuestra humanidad y, con esta humanidad, entrase en resurrección. Con Su humanidad, Él puede identificarse con nosotros y mostrarnos misericordia (He. 4:15; 2:17). En resurrección, con Su divinidad, Él puede hacerlo todo por nosotros y ser fiel para con nosotros (He. 7:24-25; 2:17).
El contexto del versículo en el salmo 110, citado en Hebreos 5:6, se refiere a Cristo en Su ascensión y entronización (Sal. 110:1-4). La ascensión y entronización de Cristo son pasos adicionales que lo habilitan como nuestro Sumo Sacerdote (He. 7:26). Cristo no solamente fue resucitado por Dios de entre los muertos, sino que además Él ascendió a la cúspide del universo.
Dios hizo a Cristo nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. El orden de Melquisedec es más elevado que el orden de Aarón. El orden de Aarón correspondía al sacerdocio ejercido sólo en la esfera humana, mientras que el orden de Melquisedec corresponde al sacerdocio ejercido en la esfera humana y en la divina.
Melquisedec vino a ministrar pan y vino a Abraham después que éste combatiera para rescatar a Lot. Él es un tipo de Cristo como Sumo Sacerdote de Dios. Cristo es ahora un sacerdote según el orden de Melquisedec, y Su obra consiste en venir a nosotros, los Abraham de hoy, con pan y vino. Cuando venimos a la mesa, disfrutamos del pan y del vino suministrados por nuestro Sumo Sacerdote, nuestro Melquisedec. El pan y el vino sobre la mesa representan el cuerpo y la sangre de Cristo quien, como corporificación de Dios, fue procesado a fin de que Él mismo pudiera sernos ministrado. El pan y el vino contienen los elementos de Cristo en Su muerte y resurrección, los cuales son impartidos en nosotros. Por ser los Abraham de hoy, disfrutamos del suministro de nuestro Melquisedec, un suministro de las riquezas de Cristo, cuya finalidad es la impartición de Dios mismo en nosotros.
Según la Biblia, hay dos órdenes del sacerdocio: el orden de Aarón y el orden de Melquisedec. El orden de Melquisedec vino antes que el de Aarón. El sacerdocio aarónico se hace cargo del pecado en el aspecto negativo; el ministerio de Melquisedec, por el contrario, tiene un sentido positivo. Melquisedec no se presentó ante Abraham con una ofrenda para eliminar el pecado; él vino trayendo pan y vino para nutrir a Abraham. Como tal Sumo Sacerdote, Cristo nos ministra Su propio ser en el pan y el vino, pues Él es la corporificación del Dios procesado para nuestro nutrimento.
El libro de Hebreos revela que si bien Cristo completó Su obra de redención, Él continúa muy activo como nuestro Sumo Sacerdote, ministrando Su propio ser al nuestro en el pan y vino procesados para ser nuestro diario suministro. Por esto Dios hizo a Cristo el Sumo Sacerdote no según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec. Hoy en día Cristo no es el Sumo Sacerdote que ofrece sacrificios, sino el Sumo Sacerdote que ministra pan y vino. Él nos ha redimido consigo mismo en Su humanidad como sacrificio ofrecido sobre la tierra y, ahora, Él nos alimenta consigo mismo en Su humanidad como suministro de vida en los cielos. Su sacerdocio según el orden de Melquisedec tiene por objetivo la realización del propósito original de Dios, esto es, la impartición de Sí mismo en nosotros a fin de producir una expresión corporativa para Sí mismo.
Hechos 10:42 dice: “Nos mandó que proclamásemos al pueblo, y testificásemos solemnemente que Él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos”. Cristo ha sido designado, por Dios, como Juez de toda la humanidad. Él juzgará tanto a los vivos como a los muertos. A Su regreso, el Cristo resucitado será, desde Su trono de gloria, el Juez de los vivos antes del milenio (Mt. 25:31-46). Esto guarda relación con Su segunda venida (2 Ti. 4:1). Cristo también será, desde el gran trono blanco, el Juez de los muertos después del milenio (Ap. 20:11-15). Por tanto, Romanos 2:16 dice: “Dios juzgará los secretos de los hombres [...] por medio de Jesucristo”.
Hechos 17:31 dice: “Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando de esto a todos una prueba cierta, con haberle levantado de los muertos”. Dios ha designado a Cristo para que juzgue al mundo en el día establecido por Él. Este versículo se refiere al día cuando Cristo, desde el trono de Su gloria antes del milenio, juzgará a los vivos. Debido a que en ese día Él juzgará al mundo, esto debe referirse únicamente a Su juicio de los que estén vivos. Dios designó a Cristo para que ejecute este juicio porque Él es un hombre (Jn. 5:27), y que Dios lo haya resucitado de entre los muertos es prueba contundente de esto.
Dios ha dado la autoridad para todo juicio a Cristo a fin de que todos los hombres honren al Hijo como honran a Dios (Jn. 5:22-23), y Él juzgará conforme a la voluntad de Dios (v. 30). Por ser el Hijo de Dios (v. 25), Él puede dar vida (v. 21), y como Hijo del Hombre, Él puede ejecutar juicio (v. 27). Él es uno con el Padre en el asunto de vivificar, y también es uno con Él en el asunto del juicio.
Después que Dios sentó a Cristo en los cielos, lo hizo Señor y Cristo, lo exaltó como Príncipe y Salvador, lo hizo el Sumo Sacerdote y lo puso por Juez de vivos y muertos, Dios derramó Su Espíritu sobre Sus esclavos. Al respecto, Hechos 2:17-18 dice: “En los postreros días, dice Dios, derramaré de Mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre Mis esclavos y sobre Mis esclavas en aquellos días derramaré de Mi Espíritu, y profetizarán”. El derramamiento del Espíritu aquí difiere de infundir el Espíritu en los discípulos al soplar en ellos el día de Su resurrección (Jn. 20:22). El derramamiento del Espíritu de Dios vino desde los cielos después de la ascensión de Cristo. Lo primero fue el aspecto esencial del Espíritu soplado en los discípulos como vida para su vivir; lo segundo fue el aspecto económico del Espíritu derramado sobre ellos como poder para su obra. El mismo Espíritu está dentro de los creyentes esencialmente y sobre ellos económicamente.
El Espíritu que fue derramado es la consumación del Dios Triuno procesado. El Dios Triuno se encarnó y luego vivió sobre la tierra por treinta y tres años y medio, después de los cuales fue a la cruz y murió una muerte todo-inclusiva a fin de resolver todos los problemas. Después, Él fue sepultado y levantado de entre los muertos, con lo cual entró en resurrección y llegó a ser el Espíritu vivificante. Después de Su resurrección, Él ascendió a los cielos para ser hecho Señor, Cristo, Salvador, Príncipe, Sumo Sacerdote y Cabeza de todas las cosas. Después de pasar por tal proceso, Él llegó a ser el Espíritu, y el Espíritu es la consumación del Dios Triuno.
El Espíritu derramado el día de Pentecostés no era meramente el llamado Espíritu Santo, como suele enseñarse; más bien, según la totalidad de la revelación contenida en la Biblia, este Espíritu era el Dios Triuno que —mediante los procesos de la encarnación hasta la ascensión— alcanzó Su consumación como el Espíritu. Por tanto, el Espíritu derramado el día de Pentecostés era la consumación del Dios Triuno. Cuando este Espíritu fue derramado, el Dios Triuno procesado fue derramado, y este derramamiento incluyó los elementos de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección, la ascensión y el descenso.
El derramamiento del Espíritu todo-inclusivo como consumación del Dios Triuno procesado es una gran bendición para el pueblo escogido de Dios. Ahora, el pueblo de Dios puede recibir de manera plena la impartición de este Dios consumado. Desde el día de Pentecostés hasta ahora, el pueblo escogido de Dios ha estado bajo esta impartición. Podemos estar bajo tal impartición divina día tras día, e incluso recibirla momento a momento. Es algo grandioso estar bajo esta impartición, la cual es resultado de la obra maravillosa realizada por Dios en el Nuevo Testamento.
Esta impartición no podía ser realizada en tiempos de Juan el Bautista, ni tampoco en los tiempos en que Pedro viajaba con el Señor Jesús. La razón por la cual la impartición divina no podía ser experimentada en aquel tiempo era que el Dios Triuno todavía no había alcanzado Su consumación. Pero para el tiempo en que Cristo vino a Sus discípulos después de Su resurrección y les dijo que fueran e hicieran discípulos a las naciones bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28:19), el Dios Triuno había alcanzado Su consumación. Ciertamente son buenas nuevas, nuevas de gran gozo, escuchar que el Dios Triuno ha alcanzado Su consumación como Espíritu todo-inclusivo a fin de impartirse en nosotros.
Dios ha derramado el Espíritu todo-inclusivo, quien es Su consumación, sobre la totalidad del Cuerpo de Cristo, lo cual nos incluye a todos nosotros. Este derramamiento es Dios que se imparte en Su pueblo escogido de manera plena. Hoy en día estamos bajo este derramamiento, esta impartición. Ojalá todos veamos esta visión de que Dios ha derramado al Espíritu consumado y todo-inclusivo y de que todos nosotros estamos bajo esta maravillosa impartición.
Después que Dios derramó al Espíritu consumado sobre el Cuerpo de Cristo, Él envió al Cristo resucitado a Su pueblo escogido. Hechos 3:26 nos habla de esto: “A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a Su Siervo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de sus maldades”. Dios envió al Cristo resucitado y ascendido a los judíos primero al derramar Su Espíritu el día de Pentecostés. Por tanto, el propio Espíritu consumado que Dios derramó es el Cristo que Dios levantó y exaltó a los cielos. Cuando los apóstoles predicaron y ministraron a este Cristo, el Espíritu consumado fue ministrado al pueblo.
En el tiempo en que Pedro dijo lo que consta en Hechos 3:26, Cristo como Siervo de Dios había ascendido a los cielos y todavía estaba allí. No obstante, Pedro le dijo a la gente que Dios había enviado a Cristo al pueblo para bendecirlos. En realidad, Dios ha recibido a Cristo en los cielos; pero aquí Pedro dice que Dios envió al pueblo a Aquel que había ascendido. ¿De qué modo Dios envió al Cristo ascendido a los judíos? Dios lo envió al derramar el Espíritu consumado. Fue de esa manera que Dios envió el Cristo ascendido al pueblo. Esto implica que el Espíritu derramado es, en realidad, el propio Cristo ascendido. Cuando el Espíritu derramado vino al pueblo, ése era Cristo, Aquel que ascendió, enviado por Dios a ellos. Con base en esto podemos ver que el Espíritu derramado es idéntico al Cristo ascendido. En la economía de Dios, para la experiencia de Su pueblo, el Cristo ascendido y el Espíritu derramado son uno solo. En la economía de Dios, Cristo y el Espíritu son uno para la impartición del Dios Triuno procesado en nosotros y para nuestro disfrute de esta impartición.
Se nos ha dicho muchas veces que Dios enviará a Cristo de regreso en el futuro, en el tiempo de la segunda venida; pero según Hechos 3:26, Dios ya envió de regreso al Cristo ascendido. Primero, Él fue enviado a los judíos, y después, a los gentiles en todo el mundo.
La primera vez que Cristo fue enviado por Dios, Él fue enviado en la carne. Después de Su ascensión, Él fue enviado nuevamente por Dios como Espíritu. Hoy en día Cristo es el Espíritu. Cuando el Espíritu todo-inclusivo fue derramado el día de Pentecostés, Dios estaba enviando a Cristo. El derramamiento del Espíritu fue el descenso de Cristo. En el capítulo 2 de Hechos, el Espíritu fue derramado, y Pedro recibió este derramamiento del Espíritu. Después, en el capítulo 3, Pedro dice que Dios ha enviado a Cristo a Su pueblo. Dios honró a Cristo, lo glorificó y lo envió de regreso. Incluso mientras Pedro estaba hablando al pueblo, Cristo estaba allí. Él estaba presente, no como el Cristo en la carne, sino como el Cristo pneumático, quien es el Espíritu. Por tanto, como parte de Su obra, Dios ha enviado a Su pueblo escogido al Cristo resucitado como Espíritu.