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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 295-305)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS DOS

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(8)

11. El Espíritu de Cristo

  Romanos 8:9-11 presenta a Cristo como Espíritu de Cristo. El Espíritu de Cristo es Cristo mismo, a quien podemos experimentar y disfrutar. Si Cristo no hubiera llegado a ser el Espíritu después de Su muerte y resurrección, Él no podría ser experimentado por nosotros. Si Cristo no fuera el Espíritu, Él jamás podría entrar en nosotros. Es imposible para el Cristo en la carne entrar en nosotros; es únicamente como Espíritu que Él puede entrar en nosotros.

  Esto se halla plenamente revelado en Juan 14. En el versículo 17 el Señor Jesús les habló a los discípulos con respecto al Espíritu de realidad, diciéndoles que Él “permanece con vosotros, y estará en vosotros”. En el versículo 18, el Señor añadió: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”. Aquel que permanece en los creyentes, el Espíritu de realidad en el versículo 17, es Aquel que no los dejará huérfanos, el Señor mismo en el versículo 18. Esto significa que el Cristo que estaba en la carne pasó por la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante, el Cristo pneumático (1 Co. 15:45). Juan 14:17 también revela que el Espíritu permanece con los creyentes y en ellos; por ser el Espíritu, el Señor entra en nosotros y permanece en nosotros. En este versículo encontramos la primera mención que se hace del Espíritu que mora en nosotros. Esto tiene su cumplimiento y pleno desarrollo en las Epístolas (1 Co. 6:19; Ro. 8:9-11).

  Además, en Juan 14:28 el Señor Jesús les dijo a los discípulos: “Voy, y vengo a vosotros”. Esto significaba que Él iría a la cruz como hombre en la carne, esto es, como postrer Adán, pero que Él regresaría a los discípulos como Aquel que fue transfigurado, transformado, de la carne al Espíritu, esto es, el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Juan 20:22 indica que cuando Cristo en Su resurrección regresó a los discípulos, Él vino como el Cristo pneumático, el Cristo que es el Espíritu, y se infundió como Espíritu en los discípulos al soplar en ellos. Si Él no fuera el Espíritu vivificante, esto es, el Espíritu de Cristo, sería imposible para Cristo entrar en nosotros a fin de llegar a ser experimentado por nosotros para nuestro disfrute.

  Tenemos que ministrar la verdad de que Cristo es el Espíritu vivificante, el Espíritu de Cristo, independientemente de que el cristianismo nos acepte o se oponga a nosotros por causa de esta verdad. Si a Martín Lutero le hubiera importado que la Iglesia Católica aceptara o se opusiera a su predicación de la justificación por la fe, él no habría sido usado por Dios para recobrar esta verdad particular. El Señor nos ha comisionado con la verdad de que Cristo es el Espíritu vivificante. Podemos testificar con base en nuestra experiencia que si Cristo no fuera el Espíritu, no podríamos disfrutarle; por otra parte, cuando nos volvemos a nuestro espíritu y proclamamos que ahora Cristo es el Espíritu vivificante, uno está fuera de sí a causa de su disfrute de Cristo. El siguiente coro procedente de uno de nuestros himnos hace referencia al disfrute que tenemos del hecho que Cristo sea el Espíritu:

  Tú, el Espíritu eres,     Querido y cerca a mí; ¡Cómo disfruto que estás     Tan disponible a mí!

  Himnos, #242

  En la actualidad, es necesario recobrar la verdad de que Cristo es el Espíritu vivificante, el Espíritu de Cristo.

a. Es el Espíritu de Dios que mora en nosotros para que estemos en el espíritu

  En Romanos 8:9 Pablo dice: “Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene al Espíritu de Cristo, no es de Él”. Este versículo indica que el Espíritu de Cristo es el Espíritu de Dios que mora en nosotros para que estemos en el espíritu. El Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo no son dos Espíritus, sino uno solo. Pablo usó estos títulos de modo intercambiable, indicando que el Espíritu de vida que mora en nosotros, mencionado en el versículo 2, es el Espíritu todo-inclusivo y vivificante del Dios Triuno en Su totalidad. Dios, el Espíritu y Cristo —los tres de la Deidad— son mencionados en el versículo 9. No obstante, no son tres los que están en nosotros, sino uno solo: el Espíritu triuno del Dios Triuno (Jn. 4:24; 2 Co. 3:17; Ro. 8:11). El título el Espíritu de Dios implica que este Espíritu es el Espíritu de Aquel que era desde la eternidad pasada, quien creó el universo y quien es el origen de todas las cosas. El título el Espíritu de Cristo implica que este Espíritu es la corporificación y realidad de Cristo, el Encarnado. Este Cristo llevó a cabo todo lo necesario para realizar el plan de Dios. Él consta no sólo de divinidad, la cual Él poseía desde la eternidad, sino también de humanidad, la cual obtuvo mediante la encarnación. También incluye el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Éste es el Espíritu de Cristo en resurrección, es decir, el propio Cristo que mora en nuestro espíritu (v. 10) para impartirse a Sí mismo, la corporificación del Dios Triuno procesado, en nosotros, como vida de resurrección y el poder de ésta, para acabar con la muerte que está en nuestra naturaleza (v. 2). De esta manera, hoy en día podemos vivir en la resurrección de Cristo, en Cristo mismo, al vivir en el espíritu mezclado.

b. Es Cristo en nosotros para que nuestro espíritu sea vida

  Romanos 8:10 revela que el Espíritu de Cristo es Cristo en nosotros para que nuestro espíritu sea vida: “Si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. En este versículo no se menciona al Espíritu, porque aquí el énfasis es que hoy en día Cristo es el Espíritu y que el Espíritu de Cristo es Cristo mismo en nosotros. Según los hechos, es Cristo, mas según la experiencia, es el Espíritu. En nuestra experiencia Él es el Espíritu, mas al adorarlo, invocarlo y hablar de Él, Él es Cristo. Lo recibimos como nuestro Salvador y Redentor, pero Él entra en nosotros como Espíritu. Como Redentor, Su título es Cristo; como Aquel que mora en nosotros, Su título es el Espíritu. No son dos los que moran en nosotros, sino uno solo, el cual tiene dos aspectos.

  “Cristo [...] en vosotros” es el punto principal del libro de Romanos. En el capítulo 3 Cristo está en la cruz, derramando Su sangre por nuestra redención; en el capítulo 4 Él está en resurrección; en el capítulo 6 nosotros estamos en Él; ahora, en el capítulo 8, Él es el Espíritu que está en nosotros.

  Antes que creyéramos en el Señor, nuestro espíritu estaba muerto. Ahora que tenemos a Cristo en nosotros, nuestro espíritu es vida a causa de la justicia. En nuestro espíritu está Cristo el Espíritu como justicia, lo cual da por resultado la vida. Además, debemos ver que nuestro espíritu no solamente ha sido regenerado y vivificado, sino que ha llegado a ser vida. Cuando creímos en Cristo, Él —como Espíritu de vida— entró en nuestro espíritu y se mezcló con éste; por tanto, los dos espíritus han llegado a ser un solo espíritu (1 Co. 6:17). Ahora nuestro espíritu no solamente es viviente, sino que es vida.

c. Es el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús, el cual mora en nosotros para vivificar nuestros cuerpos mortales

  El Espíritu de Cristo es también el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús, el cual mora en nosotros para vivificar nuestros cuerpos mortales. “Si el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, Aquel que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros” (Ro. 8:11). En este versículo tenemos tres asuntos: primero, el Dios Triuno en Su totalidad, es decir, “Aquel que levantó de los muertos a Jesús”, “Cristo Jesús”, y “Su Espíritu que mora en vosotros”; segundo, el proceso que se requiere para que Él efectúe Su impartición, implícito en las palabras Jesús (dando énfasis a la encarnación), Cristo (dando énfasis a la crucifixión y la resurrección) y levantó (dando énfasis a la resurrección); y tercero, el hecho de que Él se imparte en los creyentes, como se ve en la frase vivificará también vuestros cuerpos mortales, lo cual indica que la impartición no sólo ocurre en el centro de nuestro ser, sino que también llega a la circunferencia, a todo nuestro ser.

  La frase vivificará también vuestros cuerpos mortales no se refiere a la sanidad divina, sino a lo que resulta cuando permitimos que el Espíritu de Dios haga Su hogar en nosotros y sature todo nuestro ser con la vida divina (Ef. 3:16-19). Así, Él da Su vida a nuestro falleciente cuerpo mortal, no solamente para sanarlo, sino también para que reciba vida a fin de llevar a cabo la voluntad de Dios.

d. Al tener este Espíritu de Cristo, somos de Él

  Romanos 8:9b dice: “Y si alguno no tiene al Espíritu de Cristo, no es de Él”. Este versículo indica que al tener el Espíritu de Cristo, somos de Cristo. En otras palabras, debido a que tenemos el Espíritu de Cristo en nosotros, somos de Cristo. Esto muestra que el hecho de que seamos de Cristo depende de Su Espíritu. Si el Espíritu de Cristo no existiera o si Cristo no fuera el Espíritu, no tendríamos manera de unirnos a Él ni de pertenecer a Él. Sin embargo, Cristo es el Espíritu (2 Co. 3:17) y Él está en nuestro espíritu y es un solo espíritu con nosotros (2 Ti. 4:22). Por tanto, 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Este versículo no solamente revela que el Señor, el Cristo resucitado, es el Espíritu, sino también que un creyente que está unido al Señor es también un espíritu. En nuestra unión orgánica con Cristo, lo que Él es, nosotros somos.

  Que seamos de Cristo se refiere al origen y posición inmutables, y no a la condición y experiencia variables. Por nuestro origen, el nuevo nacimiento, tenemos al Espíritu de Cristo; por tanto, somos de Cristo y le pertenecemos a Él. Sin embargo, en nuestra actual experiencia y condición espiritual, es necesario no sólo ser de Él, sino también estar en Él.

12. El Heredero de Dios

  A continuación Romanos 8:17 dice: “Si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados”. Este versículo revela que Cristo es el Heredero de Dios. Además, revela que nosotros también somos los herederos de Dios, pues somos coherederos con Cristo a fin de heredar a Dios mismo en Su gloria como nuestra herencia.

a. Coherederos con Él

  Cristo fue designado como Heredero legal para heredar todas las cosas en la economía de Dios (He. 1:2). Él, como Isaac, el hijo de Abraham, heredará la tierra (Sal. 2:8), el reino (Dn. 7:13-14), el trono (Lc. 1:32) y todas las cosas (Mt. 11:27). Puesto que Él es el Heredero de Dios, incluso el Heredero legal de Dios, todo lo que Dios el Padre es y tiene pertenece a Cristo (Jn. 16:15). Cristo, el Hijo primogénito de Dios, es el Heredero designado de Dios, y nosotros, los muchos hijos de Dios, hemos sido salvos para ser coherederos con Cristo.

b. Glorificados con Él

  Romanos 8:17 muestra que existe una condición para ser herederos. No somos herederos simplemente por haber nacido de Dios, sino que, después de nacer, debemos crecer en vida para llegar a ser hijos maduros, y luego debemos pasar por el sufrimiento para ser glorificados y llegar a ser herederos legítimos. Si padecemos juntamente con Él, seremos glorificados con Él. El auténtico crecimiento en la vida divina requiere de sufrimiento. Cuanto más padecemos juntamente con Cristo, más crecemos y más rápidamente maduramos a fin de llegar a ser coherederos con Cristo.

13. El Hijo primogénito de Dios

  A continuación Romanos 8:29 dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos”. En este versículo vemos a Cristo como Hijo primogénito de Dios. La gran mayoría de cristianos han oído hablar de Cristo como Aquel que es el Hijo unigénito de Dios, pero muy pocos han oído de Cristo como Aquel que es el Hijo primogénito de Dios. En la actualidad, la gran mayoría de cristianos disfrutan a Cristo únicamente como Hijo unigénito de Dios, pero sólo unos pocos verdaderamente disfrutan a Cristo como Hijo primogénito de Dios. Sin embargo, Romanos 8 recalca que Cristo es el Hijo primogénito de Dios.

  Desde la eternidad Cristo era el Hijo unigénito de Dios (Jn. 1:18). Cuando Dios le envió al mundo, continuó siendo el Hijo unigénito de Dios (1 Jn. 4:9; Jn. 1:14; 3:16). Al pasar por la muerte y entrar en resurrección, Su humanidad fue llevada al nivel de Su divinidad. Así que, en Su divinidad con Su humanidad que pasó por la muerte y la resurrección, Él nació como Hijo primogénito de Dios en resurrección (Hch. 13:33). Al mismo tiempo, todos Sus creyentes fueron resucitados con Él en Su resurrección y fueron engendrados juntamente con Él como los muchos hijos de Dios (1 P. 1:3). De esta manera llegaron a ser Sus muchos hermanos para constituir Su Cuerpo y ser en Él la expresión corporativa de Dios.

  Desde la eternidad y hasta la eternidad, Cristo en Su divinidad es el Hijo unigénito de Dios. Después que en Su encarnación Él se hizo hombre poseedor de humanidad, como Hijo de Hombre, en Su resurrección Él nació para ser el Hijo primogénito de Dios. Su resurrección fue un gran parto en el que Cristo fue engendrado como Hijo primogénito de Dios y nosotros, Sus creyentes, nacimos todos juntamente con Él para ser los muchos hijos de Dios (v. 3). Éste fue el parto corporativo más grande que ha habido. Debido a que mediante Su resurrección los discípulos de Cristo fueron regenerados con la vida divina para ser los muchos hijos de Dios, después de Su resurrección Él comenzó a llamarlos Sus hermanos (Jn. 20:17; Mt. 28:10). Hebreos 2:11-12 confirma esto al decir: “Porque todos, así el que santifica como los que son santificados, de uno son; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: ‘Anunciaré a Mis hermanos Tu nombre, en medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanzas’”. Estos versículos indican que después que Cristo resucitó de los muertos, Él regresó a Sus discípulos y los llamó hermanos. Él también consideró que ellos eran la iglesia, lo cual indica que la iglesia es una entidad corporativa compuesta por los muchos hermanos del Hijo primogénito de Dios.

  Como Hijo unigénito de Dios, Cristo sólo tenía divinidad, no humanidad; Él existía por Sí mismo y existía para siempre, como existe Dios. A partir de Su resurrección fue el Hijo primogénito de Dios, el cual tiene tanto divinidad como humanidad. Dios, tomando a Su Hijo primogénito como base, modelo, elemento y medio, está produciendo muchos hijos; y los muchos hijos que son producidos son los muchos creyentes que creen en el Hijo primogénito de Dios y que son uno con Él. Ellos son exactamente como Él en vida y naturaleza y, tal como Él, tienen tanto humanidad como divinidad. Son el aumento y la expresión del Dios Triuno eterno y le expresan por la eternidad. Hoy en día la iglesia es una miniatura de dicha expresión (Ef. 1:23), y la Nueva Jerusalén en la eternidad será la máxima manifestación de dicha expresión (Ap. 21:11).

a. Habiendo sido predestinados para ser conformados a Su imagen

  Según Romanos 8:29 hemos sido predestinados para ser conformados a la imagen de Cristo, el Hijo primogénito de Dios. Dios no nos ha predestinado simplemente para que seamos santificados, espirituales y victoriosos, sino para que seamos plenamente conformados a la imagen de Su Hijo. Éste es el destino que Dios determinó para nosotros en la eternidad pasada. Ser conformados a Su imagen es el resultado final de la transformación. Incluye el cambio de nuestra esencia y naturaleza interiores así como también el cambio de nuestra forma exterior, a fin de que correspondamos a la imagen glorificada de Cristo, el Dios-hombre. Él es el prototipo y nosotros somos la producción en serie. Tanto los cambios internos como los cambios externos que se efectúan en nosotros, el producto, son el resultado de la operación de la ley del Espíritu de vida en nuestro ser (v. 2).

b. A fin de que podamos ser Sus muchos hermanos

  El propósito de la presciencia, la predestinación y el llamamiento de Dios es preparar y producir muchos hermanos para Su Hijo primogénito. Por una parte, esto tiene como fin que ellos, junto con el Hijo primogénito de Dios, sean los muchos hijos de Dios poseedores de la vida y la naturaleza divinas con miras a la expresión de Dios; y por otra, que también sean los muchos miembros que constituyan el Cuerpo del Hijo primogénito de Dios como expresión corporativa de Dios en Su Hijo primogénito, que es la plenitud del Hijo primogénito de Dios, es decir, la plenitud de Dios en Su Hijo primogénito (Ef. 1:23; 3:19).

  Muchos creyentes saben que en la encarnación Cristo nació de María, una virgen, a fin de ser el Hijo del Hombre; pero muy pocos creyentes saben que en la resurrección Cristo nació de nuevo para ser el Hijo primogénito de Dios. Es como Hijo primogénito de Dios que Cristo es nuestro prototipo. Actualmente podemos experimentar a Cristo y disfrutarle como nuestro prototipo, pues Él es el Hijo primogénito de Dios, quien no solamente es Dios poseedor de divinidad, sino que también es un hombre poseedor de humanidad. Anteriormente, nosotros como hombres sólo poseíamos humanidad, pero cuando creímos en Cristo y le recibimos, recibimos Su divinidad. Ahora somos iguales a Cristo, nuestro prototipo único. Él es el prototipo, y nosotros somos Su reproducción en serie. Él es el Hijo primogénito de Dios, y nosotros los muchos hijos de Dios.

14. Aquel que nos hace más que vencedores

  Romanos 8:32-39 presenta a Cristo como Aquel que nos hace más que vencedores.

a. Dios nos da gratuitamente todas las cosas con Él

  Romanos 8:32 dice: “El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente también con Él todas las cosas?”. Este versículo muestra que Dios nos da gratuitamente todas las cosas con Cristo.

b. Después que Cristo murió por nosotros y fue resucitado, intercede por nosotros a la diestra de Dios

  Romanos 8:34 añade: “¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. Este versículo nos dice que Cristo murió por nosotros y que después de ser resucitado, intercede por nosotros a la diestra de Dios. Este versículo afirma que hoy en día Cristo está a la diestra de Dios, en los cielos; no obstante, el versículo 10 afirma que ahora está en nosotros, en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Por ser el Espíritu (2 Co. 3:17) Él es omnipresente, pues está a la diestra de Dios y en nuestro espíritu a la vez, tanto en los cielos como en la tierra.

  En Romanos 8:34 Cristo es el que intercede por nosotros, pero en el versículo 26 el Espíritu es quien intercede. Éstos no son dos intercesores, sino uno solo, el Señor Espíritu (2 Co. 3:18). Él intercede por nosotros en los dos extremos. En un extremo el intercesor es el Espíritu que está en nosotros, probablemente iniciando la intercesión en nuestro favor; en el otro extremo el intercesor es el Señor Cristo quien está a la diestra de Dios, probablemente completando la intercesión por nosotros, la cual debe ser principalmente que seamos conformados a Su imagen e introducidos en Su gloria.

c. Ningún sufrimiento puede separarnos de Su amor

  A continuación, Romanos 8:35 dice: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?”. Ningún sufrimiento, incluyendo la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez ni el peligro, nos separará del amor de Cristo.

d. En todos los sufrimientos somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó

  En Romanos 8:37 Pablo dice que en todos los sufrimientos somos más que vencedores por medio de Cristo, quien nos amó. Debido al amor inmutable que Dios nos tiene y al hecho de que Cristo ha efectuado todo en nuestro favor, ni la tribulación ni la persecución pueden oprimirnos ni derrotarnos; más bien, en todas estas cosas somos más que vencedores y prevalecemos por medio de Aquel que nos amó.

e. Nada puede separarnos del amor de Dios, el cual es en Cristo

  En Romanos 8:38-39 Pablo dice: “Por lo cual estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni potestades, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. El amor de Dios es la fuente de Su salvación eterna. Este amor está en Cristo y ha sido derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo (5:5). Nada nos puede separar del amor de Dios. En la salvación de Dios, este amor por nosotros ha llegado a ser el amor de Cristo, el cual realiza por nosotros muchas cosas maravillosas por medio de la gracia de Cristo hasta que Dios termine en nosotros Su salvación completa. Estas cosas maravillosas incitan al enemigo de Dios a atacar con toda clase de sufrimientos y calamidades (8:35-36). No obstante, debido a que respondemos al amor de Dios en Cristo, estos ataques han llegado a ser un beneficio para nosotros (v. 28). Así que, somos más que vencedores en todas nuestras aflicciones y calamidades (v. 37).

  Somos los amados por Dios y nada puede separarnos de Su amor. Una vez que Dios nos ama, Él nos ama para siempre, con un amor eterno del cual nada puede separarnos. Por tanto, la salvación de Dios nos ha sido asegurada mediante Su amor. Esto significa que nuestra seguridad eterna es el amor de Dios. Podemos tener la seguridad de que nada nos separará del amor de Dios, pues este amor no procede de nosotros ni depende de nosotros, sino que procede de Dios y depende de Él. Este amor fue iniciado por Dios en la eternidad.

  En Romanos 8:39 Pablo señala que el amor de Dios del cual nada puede separarnos es en Cristo Jesús Señor nuestro. Si el amor de Dios fuese manifestado aparte de Cristo, habría problemas, pues aparte de Cristo incluso un pecado como el de enojarnos nos separaría del amor de Dios. Sin embargo, el amor de Dios no es solamente el amor de Dios en sí mismo, sino el amor de Dios que es en Cristo Jesús. Debido a que el amor de Dios es en Cristo Jesús, podemos tener la certeza de que nada puede separarnos del mismo.

  La salvación de Dios en Cristo nos ha salvado al grado de que, por un lado, estamos bajo la aprobación de Dios disfrutando la fuente misma de tal salvación, la cual es el amor de Dios en Cristo, amor del cual no podemos ser separados por ninguna persona, asunto o cosa; por otro, estamos en la vida de Dios siendo conformados a Su imagen por el Señor Espíritu a fin de alcanzar la meta suprema de esta salvación, esto es: entrar en la gloria divina incomparable y ser glorificados juntamente con Dios (vs. 18, 30).

  Los primeros ocho capítulos de Romanos revelan que Cristo posee divinidad y deidad eterna, y que la persona divina de Cristo está en la Deidad. Estos capítulos también nos muestran que este Cristo que posee la Deidad fue hecho hombre como linaje de David, pasó por los procesos del vivir humano, la muerte y la resurrección, con lo cual efectuó la obra redentora de Dios y entró en la gloria de Dios, y que mediante estos procesos Él, a la postre, alcanzó Su consumación al llegar a ser el Espíritu de Cristo, quien es el Espíritu de Dios, el Espíritu de vida y la realidad, la esencia, de este Cristo maravilloso. Es como Espíritu de Cristo que Él puede entrar —y entra— en Sus creyentes a fin de ser la vida de ellos, su suministro de vida y su todo. En resumen, Cristo como Dios mismo se encarnó para ser un hombre, y Cristo, en Su humanidad en la carne, pasó por los procesos de la muerte y la resurrección a fin de llegar a ser el Espíritu vivificante para ser un solo espíritu con nosotros de modo que formemos parte de Su ser como miembros de Su Cuerpo maravilloso.

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