
Lectura bíblica: Jn. 7:37-39; 14:16-20; Hch. 16:7b; Ro. 8:9b; Fil. 1:19; 2 Co. 3:17; Ro. 8:16; Ap. 2:7; 3:22; 14:13; 22:17; Jn. 6:63b
Oración: Señor, te adoramos como la fuente de agua viva para nuestra satisfacción. Señor, venimos a beber de Ti una vez más. Te pedimos que nos satisfagas cada vez más. Ábrenos Tu palabra, Señor, y lávanos y renuévanos con el agua en Tu palabra. Que de Ti como la roca hendida fluya el agua viva nuevamente a nosotros para que todos seamos refrescados y satisfechos y nos regocijemos en nuestro corazón. Deseamos alabarte alzando nuestra voz y portar Tu testimonio por siempre. Amén.
A fin de que nosotros amemos algo, ese algo tiene que ser digno de ser amado. De hecho, amamos algo no porque seamos capaces de amar, sino porque cierto objeto atrae nuestro amor y nos motiva a amarlo. Somos reacios a amar algo que no es digno de ser amado, pero nos es difícil no amar algo que sí lo es. Asimismo, amamos al Señor porque somos atraídos por Su belleza. Él es muy atractivo. En los pasados dos mil años, innumerables personas han sido atraídas y fascinadas por Él, y nosotros estamos entre ellas. A veces nuestros parientes o amigos nos recriminan, diciendo: “¿Por qué crees en Jesús tan ciegamente?”. No sabemos por qué ni podemos explicarlo, pero sencillamente somos fascinados por el Señor Jesús porque Él es ciertamente muy atractivo.
Este Cristo que es tan atractivo y tiene tanto magnetismo es la esencia de la Biblia. La Biblia abarca miles de asuntos y trata un sinnúmero de doctrinas, pero tiene un solo centro: Cristo mismo. Usemos como ejemplo nuestro cuerpo humano. Podemos ver la piel y el cabello externamente, tocar la carne y los huesos que están dentro, y examinar los órganos internos por medio de una disección o de una radiografía. Sin embargo, el centro, la esencia, del hombre, que es la vida del hombre, no es visible ni se puede tocar, pero es real y muy crucial. Del mismo modo, la Biblia tiene su “esqueleto” y su “piel”. Si tocamos o vemos únicamente estas cosas en nuestra lectura de la Biblia, no seremos diferentes de los incrédulos cuando leen la Biblia. Debemos entender que la Biblia también tiene su vida, su esencia. La vida, la esencia, de la Biblia es Jesucristo.
La Biblia consta de dos secciones: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento habla de Cristo en gran parte a modo de tipos y en gran parte por medio de profecías, pero prácticamente no nos habla de Él explícitamente. Es como el material que se usa en los jardines de infancia, que tiene pocas palabras pero muchas ilustraciones. En cambio, el material de enseñanza que se usa en las escuelas de postgrado contiene muy pocas ilustraciones, y en lugar de ello, tiene muchos escritos clásicos. Aunque el Antiguo Testamento, así como el material de enseñanza de los jardines de infancia, contiene principalmente ilustraciones y pocas palabras, no es tan sencillo entender el significado de dichas ilustraciones. Por lo tanto, con respecto a los tipos del Antiguo Testamento, necesitamos entender su significado.
En el Antiguo Testamento encontramos seis grandes categorías de tipos. La primera categoría la conforman los seres humanos; la segunda, los animales; la tercera, las plantas; la cuarta, los minerales; la quinta, las ofrendas; y la sexta, los alimentos. Todas estas seis categorías contienen tipos de Cristo.
Algunos ejemplos de la categoría de seres humanos son: Adán, quien tipifica a Cristo como cabeza del linaje humano; Isaac, quien tipifica a Cristo como descendencia de Abraham; y Salomón, el hijo de David, quien tipifica a Cristo como descendencia de David. Cristo no sólo es la cabeza del linaje humano, sino también la descendencia del hombre y la descendencia de la mujer. Él es el Rey, el Sacerdote y el Profeta. Como Rey, Él es tipificado por Judá y David; como Sacerdote, Él es tipificado por Melquisedec y Aarón; y como Profeta, Él es tipificado por Isaías y Jonás. Por lo tanto, a fin de comprender todo lo que se presenta acerca de Cristo en seres humanos, tenemos que estudiar a Adán, Abraham, David, Salomón, Melquisedec, Aarón, Isaías, Jonás y otros.
Ahora examinaremos la categoría de los animales. Esta categoría es aún más misteriosa. Cristo es un cordero, un buey, un león, un águila, una paloma y una tórtola. Como cordero, Él llegó a ser la ofrenda que se hace cargo de nuestros pecados a fin de lograr nuestra redención. Como buey, Él no sólo fue hecho una ofrenda, sino que además se humilló a Sí mismo para llevar por nosotros nuestras cargas como un esclavo de Dios. Como león, Él es Aquel que ganó la victoria al vencer a Satanás en beneficio nuestro. Como águila, Él es una persona trascendente y celestial que nos lleva sobre Sí para que nos elevemos por encima de todas las cosas. Como paloma, Él es hermoso y sin engaño; y como tórtola, Él es humilde y pobre. Además, estos tipos tienen una secuencia. Primero tenemos la paloma y luego el águila; primero tenemos el Cordero que fue inmolado y después el León vencedor de la tribu de Judá. Cristo no solamente es el ganado y las aves, sino incluso la serpiente de bronce. Él le dijo a Nicodemo: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado” (Jn. 3:14). Esto significa que cuando fue crucificado en la cruz, Él era la serpiente de bronce, la cual tenía la forma de una serpiente pero sin el veneno. Él tenía la semejanza de la carne de pecado (Ro. 8:3) mas no la realidad del pecado (He. 4:15; 2 Co. 5:21). Cristo es Aquel que es verdaderamente rico.
Entre la categoría de las plantas encontramos aun más tipos de Cristo. El Señor dijo que Él es la vid verdadera (Jn. 15:1). En todo el universo sólo hay una vid que es la vid verdadera, y ésta es Cristo. El Cantar de los Cantares 2:3 dice que Él es el manzano. Más aún, el Antiguo Testamento nos dice que las diferentes partes del árbol también son tipos de Cristo: Cristo es la raíz (Is. 11:10; Ap. 5:5), el tronco y el tocón; Él es también el vástago (Is. 11:1) y el fruto (4:2; Ap. 22:2). Además, el Nuevo Testamento nos dice que Él es el fruto del vientre de María (Lc. 1:42). El aspecto más misterioso es que Cristo es el árbol mismo. En el universo Él es el único árbol de la vida. Él es también la madera de acacia, la cual indica que Su humanidad es noble y fuerte en calidad, y de una norma excelente y superior. ¡Él es verdaderamente maravilloso!
Examinemos ahora los tipos que vemos en la categoría de los minerales. Cristo es el oro puro, la plata, el bronce y el hierro (9, Dt. 8:13). Él es también diversas clases de piedra: la piedra viva (1 P. 2:4), la roca (1 Co. 10:4; 1 P. 2:8), la piedra angular (v. 7; Mt. 21:42), la piedra cimera (Zac. 4:7) y la piedra de fundamento (1 Co. 3:11). Si estudiamos el oro, la plata, las piedras preciosas y las diversas clases de piedras que se mencionan en el Antiguo Testamento, podremos ver que Cristo no es tan sencillo.
Además, tenemos los tipos que vemos en las ofrendas, los cuales son aún más difíciles de explicar. Hemos abarcado esto en gran medida en los estudios-vida del Pentateuco. En el Antiguo Testamento, el libro de Éxodo sirve como introducción a las ofrendas, Levíticos es el texto principal, y Números y Deuteronomio sirven como suplementos a este tema. Hay cinco ofrendas principales: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Además de éstas, tenemos la ofrenda mecida, la ofrenda elevada, las ofrendas voluntarias y la libación. Todas ellas son tipos de Cristo.
También tenemos los distintos alimentos que tipifican a Cristo. Como alimento, Cristo es el pan de vida (Jn. 6:35), el maná que descendió del cielo (v. 51) y el maná escondido (Ap. 2:17). Él es también las diversas clases de frutas selectas: uvas, higos, granadas y olivas (Dt. 8:8). Él es el fruto del árbol de la vida (Ap. 2:7), así como el trigo, la cebada, la leche y la miel (Dt. 8:8; 6:3), y como tal es el suministro del hombre y su alimento.
Estas seis grandes categorías halladas en el Antiguo Testamento son tipos de Cristo. Aun si usted ha leído completamente el Antiguo Testamento, no lo entenderá a menos que conozca estas seis categorías. Si estudiamos a fondo estos asuntos, el Antiguo Testamento será para nosotros un libro abierto y transparente.
En el Nuevo Testamento, vino Aquel que fue presentado por medio de cuadros y tipos y de quien se escribieron profecías en el Antiguo Testamento. Su venida empezó con el Espíritu Santo. Antes de Su venida, Su precursor, Juan el Bautista, fue lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre (Lc. 1:15). Espíritu Santo es el primer título divino que se le atribuye al Espíritu de Dios en el Nuevo Testamento. Este título no se usa en el Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento únicamente hace referencia al Espíritu de Dios y al Espíritu de Jehová, mas no al Espíritu Santo. En Salmos 51:11 y en Isaías 63:10-11, el título Espíritu Santo debiera traducirse el Espíritu de santidad. Fue durante los tiempos del Nuevo Testamento, con respecto al inicio del evangelio de Dios, que consistía en preparar el camino para la venida del Salvador y en preparar un cuerpo humano para Él, que se usó este título divino del Espíritu de Dios. La preparación del camino para la venida del Salvador requería que Su precursor fuese lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre.
Un día, en el sexto mes después que Juan el Bautista fue concebido en el vientre de su madre, María fue a visitar a la madre de Juan. En aquel tiempo la concepción de Cristo el Salvador acababa de ocurrir en el vientre de María. En cuanto escuchó el saludo de María, Juan fue lleno del Espíritu Santo y saltó en el vientre de su madre. Elisabet, su madre, también fue llena del Espíritu Santo y bendijo grandemente a María (Lc. 1:39-45). Después que nació Juan y le fue dado su nombre, Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo y profetizó dando alabanzas a Dios (vs. 57-79). En esta familia de tres, primeramente el niño fue lleno del Espíritu Santo en el vientre de su madre; después, la madre fue llena del Espíritu Santo, y luego, ya nacido el niño, el padre también fue lleno del Espíritu Santo. Ésta fue una familia llena del Espíritu Santo, en la cual el niño era quien tomaba la delantera y los padres le seguían. Las familias en el mundo principalmente son guiadas por los padres a fin de llenarlas de toda clase de entretenimientos y asuntos mundanos. A veces el padre juega mah-jong, luego la madre lo sigue, el hijo ayuda, la hija se une al juego, y la nuera y el yerno vienen también. Toda la familia, desde el más viejo hasta el más joven, está llena de mah-jong. Pero la familia de Juan el Bautista estaba llena del Espíritu Santo, desde el más joven hasta el más viejo. ¡Cuán maravilloso es esto!
Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo a tal grado que cuando creció, no sirvió como sacerdote, ni vivió con la familia sacerdotal, ni comió de la comida sacerdotal ni se puso el vestido sacerdotal. En lugar de quedarse en Jerusalén, fue al desierto para estar lejos de la religión y la cultura humanas, y, por ende, llegó a ser una persona “salvaje”. Él tenía un “vestido salvaje”, un vestido de pelo de camello; comía “comida salvaje”, esto es, langosta y miel silvestre; e hizo “una acción salvaje”, esto es, bautizó en el río Jordán a las personas que se arrepintieron. Aun así, Juan el Bautista sólo fue lleno del Espíritu Santo externamente. El Espíritu Santo fue derramado sobre Él externamente; no entró en su naturaleza humana con la naturaleza divina para producir una mezcla de divinidad con humanidad. En Juan el Bautista no vemos que la divinidad hubiera entrado en la humanidad para mezclarse con ésta; lo único que vemos es que el Espíritu Santo fue derramado sobre él.
La concepción de Juan el Bautista fue notablemente diferente en esencia a la del Señor Jesús. En la concepción de Juan, el Espíritu Santo fue derramado sobre él; pero en la concepción del Señor Jesús, se produjo una mezcla del Espíritu Santo con la esencia humana. Mateo 1:18 y 20 dicen acerca de María que ella “estaba encinta por obra del Espíritu Santo” y que “lo engendrado en ella, del Espíritu Santo es”. Esto muestra que el Espíritu Santo, de quien Juan el Bautista fue lleno, entró en el vientre de María y engendró en ella la esencia divina, lo cual hizo que concibiera. Esta concepción del Espíritu Santo en la virgen humana, efectuada con las esencias divina y humana, constituyó una mezcla de la naturaleza divina con la naturaleza humana, lo cual produjo un Dios-hombre, Aquel que es el Dios completo y el hombre perfecto, quien posee la naturaleza divina y la naturaleza humana claramente distinguibles, sin que se produjera una tercera naturaleza. Este Dios-hombre es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Por un lado, Él es el Hijo del Dios altísimo (Lc. 1:35); por otro, Él es el Hijo del Hombre, la simiente de la mujer. Aunque la naturaleza divina y la humana se mezclaron en Él, éstas no se confundían. Podemos comparar esto a la mezcla de té y agua para formar una bebida, sin que ninguno de estos elementos pierda su naturaleza. En esta etapa, por medio de la encarnación Dios se mezcló con el hombre y la divinidad fue introducida en la humanidad para que Dios se manifestara en la carne (1 Ti. 3:16) y fuese el Salvador-Hombre (Lc. 2:11) que viviría en la tierra por treinta y tres años y medio.
El Señor Jesús empezó a ministrar a la edad de treinta años. Tan pronto como fue bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre Él, es decir, fue derramado sobre Él. Podemos usar el ejemplo de como se cocían al horno las tortas para la ofrenda de harina. En algunos casos, el aceite era derramado sobre las tortas, y otras veces el aceite se mezclaba primero con la flor de harina para hacer las tortas, y luego se derramaba aceite sobre ellas (Lv. 2:4-5). Juan el Bautista puede ser comparado al primer caso, y el Señor Jesús al segundo caso. Con respecto a Juan, el Espíritu Santo simplemente había sido derramado sobre él para ser su poder; él no tenía la naturaleza divina en su interior. Sin embargo, el Señor Jesús fue concebido del Espíritu Santo, y dicha concepción fue esencial y tenía que ver con el ser divino de Jesús. El Espíritu Santo efectuó la mezcla de la divinidad con la humanidad en Jesús. La esencia del elemento divino del Espíritu Santo no se podía cambiar ni quitar. Por otro lado, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el momento de Su bautismo como Su poder para que cumpliera Su ministerio. Este poder podía serle quitado en el momento que fuese necesario (Mt. 27:46). Por consiguiente, cuando Él salió a ministrar, no sólo tenía al Espíritu Santo externamente como poder, sino que también tenía al Espíritu Santo en Él como esencia.
No podemos compararnos con el Señor Jesús ni siquiera en su naturaleza humana, sin mencionar que la naturaleza divina estaba en Su naturaleza humana. Es por ello que recalcamos repetidas veces que el vocabulario del linaje humano no puede describir adecuadamente al Señor Jesús. En la historia y cultura humanas nunca ha existido otra persona como Él. Él era el más extraordinario. Además de Su preciosa humanidad, Él poseía divinidad. Él era como un gran imán que atraía a las personas. Cuando fue a la orilla del mar de Galilea, al ver a Pedro, a Andrés, a Jacobo y a Juan, sólo les dijo: “Venid en pos de Mí”, y al instante ellos dejaron de pescar, soltaron sus redes y abandonaron sus barcas y sus padres para seguirle (Mt. 4:18-22). Muchos de nosotros también hemos sido atraídos por Él y es por ello que le seguimos voluntariamente.
Un día, en el último día de la fiesta judía de los Tabernáculos, que era el gran día de la fiesta, Aquel que era Dios mezclado con el hombre se puso en pie y alzó la voz, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba” (Jn. 7:37). Quizás no nos maravillemos al oír estas palabras, pero después de reflexionar en ellas cuidadosamente, quizás nos preguntemos qué significan. Confucio no podría decir ni tampoco se atrevió a decir: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba”; sin embargo, el Señor Jesús llamó a las personas para que vinieran a Él y bebieran. Si alguien que estaba sediento hubiera venido a Él, ¿qué clase de bebida le habría dado? ¿Cómo habría calmado su sed? Así que, el Señor Jesús explicó esto, diciendo: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (v. 38). Esto indica que venir a Él y beber equivale a creer en Él. Una vez que creemos en Él, no sólo nuestra sed es calmada, sino que incluso de nuestro interior corren ríos de agua viva. El Señor Jesús es muy atractivo para nosotros porque Él puede calmar nuestra sed. Él nos da el agua viva cuando venimos a Él. Una vez que bebemos de esta agua, nos sentimos contentos y extasiados de gozo. Aún más, el agua viva fluye de nuestro interior. Esto es verdaderamente un misterio.
¿Cómo puede ser? El apóstol Juan nos dijo: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él” (v. 39a). Conocemos al Espíritu de Dios, podemos entender al Espíritu de Jehová y conocemos un poco acerca del Espíritu Santo, pero ¿a qué se refiere “el Espíritu” aquí? En el griego, se hace gran énfasis cuando se usa el artículo definido. La presencia del artículo el antes de Espíritu es enfática en el griego, lo cual indica que el Espíritu del cual se habla es un Espíritu muy particular. ¿Qué significa “el Espíritu”? Juan añadió: “Aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado” (v. 39b). Ya vimos que la concepción del Señor Jesús fue el resultado de que el Espíritu Santo entrara en la humanidad. Por lo tanto, en aquel tiempo el Espíritu Santo ya estaba allí; pero en el momento en que el Señor Jesús habló estas palabras, aún no había “el Espíritu” porque Jesús no había sido aún glorificado. Por lo tanto, a fin de saber qué es “el Espíritu”, debemos primero averiguar cuándo el Señor Jesús fue glorificado y cuál fue el resultado de Su glorificación.
Según lo que Juan escribió, el Señor Jesús era Dios que se encarnó para ser un hombre (1:1, 14). Él era el Dios-hombre que vivió la vida humana en la tierra por treinta y tres años y medio. Luego Él fue a la cruz y fue crucificado por nosotros, y de este modo derramó Su sangre por nuestra redención y liberó Su vida divina (19:34). Después de tres días Él resucitó de la muerte. Su resurrección fue Su glorificación (Lc. 24:26; 1 Co. 15:43a). Probablemente nadie pueda reconocer la semilla de una flor, pero cuando ésta se siembra, ella brota, crece y florece. Ésta es la manera en que la semilla es glorificada y, por ende, manifestada a las personas. El Señor Jesús era semejante semilla. Él era un hombre, pero tenía a Dios en Él; Él era Dios hecho carne. Su vivir humano era incomprensible para los judíos (Jn. 10:24). Ni siquiera los de Su propia familia podían entenderlo bien; ellos únicamente podían decir que Él estaba sujeto a ellos (Lc. 2:48-51). Cuando salió a predicar en Su ministerio a la edad de treinta años, atrajo a un grupo de personas, especialmente a los doce discípulos, para que le siguieran. Los doce discípulos fueron atraídos por Él, y le siguieron diariamente, pero tampoco lo conocían muy bien (Mt. 8:23-27). Ellos únicamente sabían que era verdaderamente maravilloso seguirle, y pensaban que durante toda su vida seguirían a este Jesús, quien estaba en la carne.
Sin embargo, esas buenas circunstancias no duraron mucho. Un día, después que habían seguido al Señor Jesús por menos de tres años, Él inesperadamente les dio a entender que iba a morir. Él dijo: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero. Porque Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida” (Jn. 6:54-55). Aquí el Señor habló de la carne y de la sangre por separado, refiriéndose claramente a Su muerte, es decir, a que sería muerto. Cuando los discípulos oyeron estas palabras, posiblemente entendieron que estaba hablando de morir. Puesto que eran incapaces de aceptar estas palabras, dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (v. 60). Además, nadie tampoco entendió lo que el Señor dijo después acerca de Su resurrección y ascensión: “¿Pues qué, si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes?” (vs. 61-62). Desde aquel entonces muchos de Sus discípulos volvieron a lo que habían dejado, y ya no andaban con Él.
En el último día de la fiesta, el Señor Jesús le dijo a la multitud: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado” (7:37-39). Cuando el pueblo oyó estas palabras, muchos de ellos, incluyendo los discípulos, probablemente se reunieron para tener una discusión, diciendo: “¿Qué es el Espíritu? En el Antiguo Testamento sólo se mencionan al Espíritu de Dios y al Espíritu de Jehová. ¿Y qué significa ser glorificado? ¿No significa esto ser entronizado como rey?”. No sólo los judíos y los discípulos de los tiempos pasados estaban perplejos, sino que muchos cristianos a través de los siglos se han sentido así.
Después que hemos pasado muchos años de estudio de la Palabra y de experiencia, y después que hemos leído los escritos de muchas personas, el Señor ha abierto nuestros ojos para que podamos ver que cuando Dios se hizo carne, introdujo la divinidad en la humanidad. Sin embargo, esta parte humana aún no había sido hecha divina, sino que seguía siendo humana, aún necesitaba pasar por el proceso de la resurrección. Por medio de Su muerte y Su resurrección, Su humanidad fue introducida en la divinidad. La resurrección del Señor Jesús fue Su glorificación, porque Su humanidad fue introducida en la divinidad mediante la resurrección y de ese modo fue glorificada.
Según las Escrituras, el Señor Jesús experimentó dos nacimientos. El primero fue Su nacimiento en la encarnación. Él era Dios, pero salió del vientre de una virgen y nació para ser un hombre. Fue así como la divinidad nació en la humanidad. Por consiguiente, el Señor Jesús era un hombre que poseía divinidad. Él era un hombre verdadero, un hombre genuino, un hombre perfecto, pero vivía con la divinidad en Su interior. Sin embargo, Su humanidad seguía siendo humanidad y aún no había entrado en la divinidad. Él aún tenía que pasar por el proceso de la muerte y resurrección. La crucifixión lo introdujo en la muerte, y la muerte lo condujo a la resurrección. Por medio de este proceso Su humanidad fue introducida en la divinidad. Éste fue Su segundo nacimiento. Es por ello que Hechos 13:33 dice: “Mi Hijo eres Tú, Yo te he engendrado hoy”. La palabra hoy se refiere al día en que el Señor Jesús resucitó. Esto significa que en la resurrección la humanidad del Señor Jesús nació al entrar en la divinidad.
Desde el día de la resurrección del Señor, ha existido un Dios-hombre en el universo cuya divinidad ha sido introducida en la humanidad y cuya humanidad ha sido introducida en la divinidad. Esta persona llegó a ser el Espíritu vivificante en Su resurrección (1 Co. 15:45). Luego, en la noche del día de Su resurrección Él apareció en medio de Sus discípulos y soplando en ellos, les dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (Jn. 20:19, 22). El Espíritu Santo aquí es el mismo Espíritu mencionado en Juan 7:38-39, porque éste es el Espíritu que el Señor llegó a ser en Su glorificación y por medio de la resurrección para que los creyentes le reciban y Él pueda fluir del interior de ellos como ríos de agua viva.
El Antiguo Testamento habla de Cristo por medio de alegorías y de tipos. Aunque esto hace fácil que las personas entiendan, ellas aún no pueden tener fácilmente una comprensión total. Una imagen siempre es mejor que mil palabras. Cuando miramos los cuadros del Antiguo Testamento, de inmediato podemos entender su aspecto aparente, superficial y literal. Sin embargo, a menos que el Señor abra nuestro entendimiento, realmente no podremos entender el significado intrínseco, profundo y esencial que ellos encierran. Como ya hemos visto, el Antiguo Testamento nos habla de Cristo con tipos que corresponden a seis grandes categorías: los seres humanos, los animales, las plantas, los minerales, las ofrendas y los alimentos. El Nuevo Testamento continúa hablándonos de Cristo pero de manera explícita. Al hablar de Cristo, el Nuevo Testamento no usa principalmente tipos, como seres humanos, animales, plantas, minerales, ofrendas y alimentos; más bien, habla de que Cristo es el Espíritu. En el Nuevo Testamento, Cristo es presentado completamente con el Espíritu como centro, elemento y esfera. Por tanto, el Espíritu es la esencia del Nuevo Testamento, o sea el factor del mismo. El Nuevo Testamento empieza con una revelación, mostrándonos que Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre, y que luego su madre y su padre también fueron llenos del Espíritu Santo. Después de esto muestra que fue enteramente por la entrada del Espíritu Santo en la humanidad que Jesús fue concebido y nació. Él era una persona que tenía humanidad con divinidad y que vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, murió en la cruz y resucitó para introducir, por medio de ello, la humanidad en la divinidad. En la resurrección Él llegó a ser una persona maravillosa, Aquel que es la divinidad en la humanidad y la humanidad en la divinidad.
En 1 Corintios 15:45 se nos dice: “El postrer Adán [fue hecho] Espíritu vivificante”. El postrer Adán es Aquel que introdujo la divinidad en la humanidad. Luego, por medio de la muerte y la resurrección, Él introdujo la humanidad en la divinidad y llegó a ser el Espíritu vivificante. La mayoría de los cristianos no se atreve a tocar este versículo porque no encaja con su teología y tradición. En cierto lugar del cristianismo, hay un cuadro donde se muestra al Padre como un anciano que está sentado, al Hijo como un joven de pie junto a Él, y al Espíritu Santo como una paloma volando en el aire. Este cuadro representa la Trinidad del cristianismo actual. Sin embargo, las Escrituras indican que el Padre, el Hijo y el Espíritu no están separados. Cuando el Hijo vino, el Padre vino con Él (Jn. 8:16, 29; 16:32). Además, la concepción del Hijo fue por obra del Espíritu Santo; Él fue engendrado al entrar la divinidad en la humanidad. Cuando el Hijo salió a cumplir Su ministerio, el Espíritu Santo descendió sobre Él como Su poder. Después, por medio de Su muerte y resurrección, el Señor introdujo la humanidad en la divinidad. Él es tal persona misteriosa y maravillosa. Después de pasar por estos procesos misteriosos y maravillosos, Él llegó a ser el Espíritu vivificante. El apóstol Pablo vio esta revelación claramente y declaró con denuedo: “El Señor es el Espíritu” (2 Co. 3:17). Esto significa que Cristo en la resurrección no es solamente el Espíritu vivificante, sino también “el Espíritu”.
En la creación únicamente existía el Espíritu de Dios (Gn. 1:2). En el Antiguo Testamento, en la relación de Dios con el hombre y al tratar con éste, vemos al Espíritu de Jehová (Jue. 3:10). Al comienzo del Nuevo Testamento, el Espíritu Santo vino a llevar a cabo la obra para la predicación del evangelio neotestamentario. En primer lugar, preparó al precursor, a Juan el Bautista, y luego entró en el vientre de una virgen para introducir la divinidad en la humanidad, y así producir un Dios-hombre. Este Dios-hombre llevó una vida humana en Su humanidad mezclada con la divinidad por treinta años. Poco después, cuando salió a llevar a cabo Su ministerio, el Espíritu Santo descendió sobre Él para ungirlo. Sin embargo, en Juan 7 se nos dice que aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado. Esto significa que en ese tiempo el Señor Jesús aún no había muerto y resucitado. Finalmente, Él pasó por la muerte y la resurrección e introdujo la humanidad en la divinidad. Así pues, todo Su ser es la divinidad en la humanidad y la humanidad en la divinidad. Esta persona llegó a ser el Espíritu vivificante. Este Espíritu vivificante es todo-inclusivo, pues posee divinidad, humanidad, el vivir humano con divinidad en la humanidad, la muerte todo-inclusiva, la eficacia de la redención efectuada en la cruz, la resurrección que todo lo vence y el poder de la resurrección. Todos estos elementos se hallan en el Espíritu vivificante. Este Espíritu es todo-inclusivo, aunque Su título es muy sencillo: el Espíritu.
La secuencia de los cuatro Evangelios es maravillosa. Al comienzo Mateo dice que María concibió por medio del Espíritu Santo y engendró a un Dios-hombre; al final Juan dice que este Dios-hombre llegó a ser el Espíritu y que se infundió en Sus discípulos al soplar en ellos. En la conclusión de los Evangelios, el Dios-hombre Jesús, quien introdujo la divinidad en la humanidad por medio de la encarnación e introdujo la humanidad en la divinidad por medio de la muerte y la resurrección, llegó a ser el Espíritu. Como tal, Él con Su soplo se infundió en Sus discípulos como su vida y su todo y los envió con Su comisión, haciéndolos aptos para representarlo con Su autoridad a fin de llevar a cabo Su comisión (Jn. 20:22-23; Mt. 28:18-20).
Después de los cuatro Evangelios, tenemos el libro de Hechos. Hechos es completamente una historia del Espíritu. Muchos lectores de la Biblia reconocen que los Hechos de los apóstoles son los Hechos del Espíritu y la biografía del Espíritu. En Hechos 16:7 vemos una nueva expresión, el Espíritu de Jesús. No debemos pensar que el Espíritu de Jesús es diferente del Espíritu de Dios, del Espíritu de Jehová y del Espíritu Santo. Los títulos el Espíritu de Jesús y el Espíritu Santo—que aparecen en el versículo anterior— se usan de modo intercambiable, lo cual revela que el Espíritu de Jesús es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es un título general del Espíritu de Dios, mientras que el Espíritu de Jesús es una expresión particular acerca del Espíritu de Dios y se refiere al Espíritu del Salvador encarnado quien, como Jesús en Su humanidad, pasó por el vivir humano y la muerte de cruz. Esto indica que en el Espíritu de Jesús no sólo tenemos el elemento divino de Dios, sino también el elemento humano de Jesús y los elementos de Su vivir humano y de la muerte que tuvo que sufrir. Cuando Pablo y su grupo de colaboradores salieron a predicar en su ministerio, ellos eran guiados y regulados por el Espíritu de Jesús.
Después del libro de Hechos, tenemos las Epístolas, y el primer libro entre éstas es Romanos. Romanos 8:9 dice del Espíritu de Cristo: “Si alguno no tiene al Espíritu de Cristo, no es de Él”. El Espíritu de Jesús está relacionado principalmente con la humanidad del Señor y Su vivir humano junto con los sufrimientos y la muerte de éste, mientras que el Espíritu de Cristo está relacionado principalmente con la resurrección del Señor y con el poder de la vida. Luego, en Filipenses 1:19 vemos al Espíritu de Jesucristo, que es el Espíritu mencionado en Juan 7:39, el cual está relacionado con la muerte y la resurrección, en quien está la abundante suministración, que incluye el elemento de la muerte, la eficacia de ésta, el elemento de la resurrección y la eficacia del poder de la resurrección. Este Espíritu tiene una abundante suministración e incluso Él mismo es esta abundante suministración. Las catorce Epístolas de Pablo, cada una en cierta extensión, nos hablan de este Espíritu.
En Apocalipsis, el último libro de la Biblia, no se menciona en absoluto al Espíritu Santo. El término el Espíritu Santo no se encuentra en ningún lugar en todo el libro de Apocalipsis; antes bien, se nos habla de “el Espíritu”. En los capítulos 2 y 3 el Espíritu habla a las siete iglesias: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22). Luego 14:13 dice: “Bienaventurados los muertos que mueran en el Señor de aquí en adelante. Sí, dice el Espíritu, para que descansen de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”. No dice este versículo: “Dice la Escritura”, sino: “Dice el Espíritu”. ¿Dónde dice el Espíritu estas palabras? No las dice en el aire o en el trono celestial, sino en los creyentes. Después que los creyentes ven y escuchan lo relacionado con el martirio sufrido por causa del Señor, se oye una voz desde el cielo que dice: “Bienaventurados los muertos que mueran en el Señor de aquí en adelante”. En ese momento el Espíritu responde y confirma este hecho en los creyentes, diciendo: “Sí”.
Al final de la Biblia, Apocalipsis 22:17 dice: “El Espíritu y la novia dicen: Ven”. No dice: “El Espíritu y la novia dicen cada uno”, sino “El Espíritu y la novia dicen”, lo cual indica que el Espíritu y la novia han llegado a ser uno solo. Al comienzo de Apocalipsis vemos que el Espíritu hablaba a las iglesias; luego el Espíritu hablaba en la iglesia, los creyentes; y al final el Espíritu y la novia, la iglesia, hablan juntos como una sola persona. Esto nos muestra que la experiencia que la iglesia tiene del Espíritu ha avanzado a tal grado que ella ha llegado a ser uno con el Espíritu. Por tanto, el Espíritu, quien es la máxima consumación del Dios Triuno, es la consumación de toda la Biblia. El Dios Triuno vino por medio de la encarnación y pasó por la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante, quien es la máxima consumación del Dios Triuno.
El Espíritu procesado y consumado, quien está en nosotros hoy, es nuestra única necesidad. Muchas veces abrigamos un concepto natural al pensar que si amamos al Señor, nos tienen que enseñar más por Su oráculo para saber cómo ser padres, hijos, esposos o esposas apropiados y cómo hablar a otros con un tono y actitud apropiados. Sí, es verdad que en la Biblia encontramos proverbios y máximas éticas para nuestra vida diaria, como por ejemplo el hecho de que los maridos deben amar a sus esposas y las esposas deben estar sujetas a sus maridos. Sin embargo, el meollo de la Biblia es el Dios Triuno. Lo que la Biblia nos habla principalmente es que el Dios Triuno pasó por un proceso a fin de forjarse en nosotros como nuestra vida, elemento y sustancia, y de ese modo vivir en nosotros y expresarse por medio de nosotros.
En el relato de Juan 3, un principal entre los judíos llamado Nicodemo, quien era un hombre de los fariseos, los moralistas entre los judíos, pensó que los hombres necesitaban más enseñanzas. Por lo tanto, acudió al Señor Jesús y le dijo: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro” (v. 2). Ésta es exactamente nuestra condición. Al igual que Nicodemo, estamos llenos de conceptos religiosos. Tal vez quisiéramos que las palabras santas del Señor nos enseñaran, como lo hicieron las palabras de Confucio, Mencio y Wang Yang-ming de China, con respecto a cómo desarrollar nuestra “virtud resplandeciente”, a fin de comportarnos como hombres y caballeros morales. Sin embargo, ésta no es la esencia de la Biblia. El centro y esencia de la Biblia son el Dios Triuno, esto es, el Padre, el Hijo y el Espíritu; el Cristo todo-inclusivo, y el Espíritu consumado.
Por esta razón, siento una pesada carga en mi interior. He descubierto que muchos de entre nosotros todavía son viejos y siguen siendo los mismos que antes. Nuestra verdadera necesidad es experimentar al Espíritu en nuestra vida diaria. Los asuntos familiares que no pueden ser resueltos, las circunstancias que nos causan dificultades, y los hermanos y hermanas que no podemos soportar no son los verdaderos problemas. El verdadero problema es que no conocemos al Espíritu. Las circunstancias no son nuestros problemas; nuestro verdadero problema es que no sabemos experimentar a Cristo. Dios nunca nos prometió un entorno muy placentero para que navegáramos en aguas tranquilas de la tierra al cielo y de esta era a la era del reino. Los seres humanos siempre tendremos problemas. Sin embargo, la diferencia entre los cristianos y los que no creen en Cristo es que los cristianos podemos regocijarnos en nuestras aflicciones y no estar ansiosos. De hecho, no es que podamos regocijarnos nosotros, sino que el Espíritu se regocija en nosotros. Para llevar una vida en la que no estamos afanosos por nada, sino que siempre nos regocijamos, necesitamos experimentar a Cristo y conocer al Espíritu. Este Espíritu es nuestra única necesidad.
Muchos consideran que el Espíritu es una entidad demasiado abstracta. Agradecemos al Señor porque Él nos ha dado la Biblia, la cual es muy preciosa. La esfera y esencia de la Biblia son Cristo mismo, y este Cristo del cual nos habla la Biblia llegó a ser el Espíritu. Así pues, el Espíritu no es una entidad abstracta. Romanos 8:16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu”. Esto quiere decir que el Espíritu está en nosotros y habla juntamente con nosotros. Apocalipsis 2:7 declara: “El Espíritu dice a las iglesias”, y 22:17 afirma: “El Espíritu y la novia dicen”. El Espíritu es el Espíritu que habla. Por esta razón, el Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). Esto indica que las palabras del Señor, el Espíritu del Señor y el propio Señor son uno y que jamás pueden separarse. Hoy no deberíamos aprender ética ni moralidad, ni tampoco estudiar las palabras del Señor de una manera natural. Hay una sola cosa que deberíamos aprender, a saber: ejercitar nuestro espíritu diariamente para orar-leer las palabras del Señor y recibir Su rico suministro, pues Sus palabras son espíritu y son vida. Queridos hermanos y hermanas, no debemos leer la Biblia con nuestra mente. Siempre que acudamos a la palabra del Señor, debemos abrir todo nuestro ser y ejercitar nuestro espíritu para extraer las riquezas del Espíritu halladas en la Biblia. Si oramos-leemos la palabra de Dios de esta manera, cada palabra de la Biblia llegará a ser espíritu y vida para nosotros. Entonces percibiremos que, definitivamente, el Espíritu habla en nuestro interior. Este Espíritu que mora en nosotros y que nos habla, nos guiará en medio de nuestras circunstancias para que hagamos frente a cualquier persona, acontecimiento y situación y resolvemos cualquier dificultad. Este Espíritu que nos habla es todo lo que necesitamos.
Hoy en día, este Espíritu que nos habla es Cristo mismo. A fin de conocer a Cristo, necesitamos estudiar diligentemente las seis grandes categorías de tipos que se hallan en el Antiguo Testamento (los seres humanos, los animales, las plantas, los minerales, las ofrendas y los alimentos). Todos estos tipos son muy ricos. ¡Cuán bendecidos somos! Ya hemos recibido todas estas riquezas en su realidad. Los elementos que componen la realidad de todos los tipos se encuentran en el Espíritu, y este Espíritu nos infunde e imparte todas estas riquezas mediante las palabras del Señor. Por tanto, día a día necesitamos comer las palabras del Señor y recibir la impartición del Espíritu. Esto es semejante a respirar, beber y comer, lo cual no hacemos una sola vez y para siempre, sino día a día y momento a momento. Además de esto, debemos ejercitar y liberar nuestro espíritu delante del Señor con regularidad para poder cooperar con Él. De este modo, nuestra vida espiritual será saludable y crecerá continuamente de una manera normal.