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Mensajes del libro «Entrenamiento para ancianos, libro 09: El ancianato y la manera ordenada por Dios (1)»
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CAPÍTULO CUATRO

LA ADMINISTRACIÓN DE DIOS

LA ADMINISTRACIÓN DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

  La administración de Dios aquí en la tierra está estrechamente relacionada con la administración de la iglesia. Si hemos de ver la administración que Dios ejerce aquí en la tierra, tenemos que ver la administración de la iglesia. A fin de estudiar este asunto, tenemos que remitirnos al comienzo mismo del mover de Dios entre los hombres tal como es presentado en el Antiguo Testamento.

Un reino de sacerdotes y una nación santa

  En el libro de Génesis vemos que, aquí en la tierra, después que Adán cayó, Dios se movía entre Su pueblo elegido. Fue mediante tal mover descrito en el libro de Génesis que Dios obtuvo para Sí algunos individuos importantes primero, y después, la casa de Israel. Las personas de crucial importancia que Dios obtuvo para Sí fueron Adán, Abel, Enós, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob junto con José. Después, mediante Jacob con José, Dios obtuvo la casa de Israel como un pequeño grupo de personas para Sí, pero en esta casa todavía no se manifestó claramente la administración de Dios. No vemos mucho de la administración que Dios ejerce sino hasta la época correspondiente a Moisés, la cual se halla descrita en el libro de Éxodo.

  En Éxodo 19, en el monte Sinaí, el Señor le dijo a los hijos de Israel que Él quería que ellos fuesen “un reino de sacerdotes” y una “nación santa” (v. 6, LBLA). La nación de Israel probablemente se componía de más de dos millones de personas para aquel entonces. Los hijos de Israel, al ser salvos de Egipto, no fueron salvos individualmente, sino que fueron salvos corporativamente, como un solo pueblo. Ellos no salieron de Egipto uno por uno como individuos, sino que salieron como un pueblo corporativo, incluso como una nación y un reino. Cuando llegaron a Sinaí, Dios les dijo que eran un reino de sacerdotes y una nación santa. En este reino, en el monte Sinaí, comenzó la administración de Dios entre Su pueblo sobre la tierra.

El gobierno que Dios ejerce mediante Su hablar para el momento, además de Su palabra escrita y constante, es llevado a cabo mediante ciertos agentes

  La administración de Dios en aquel entonces no era una autocracia ejercida por algún dictador, ni tampoco una democracia del pueblo. La administración divina entre los hijos de Israel era una teocracia, lo cual indica que Dios mismo vino a gobernar, regir y administrar al pueblo de Dios no directamente, sino por medio de ciertos agentes. Entre los hijos de Israel, estos agentes eran los sacerdotes y los ancianos, quienes laboraban juntos en pro de la teocracia de Dios. Los sacerdotes eran las personas que recibían la palabra de Dios, el hablar de Dios, las instrucciones divinas. El hablar de Dios —tanto Su hablar constante, inalterable, como Su hablar para el momento— era la constitución viviente de los hijos de Israel. Hasta que la ley fue dada, ellos no tenían la palabra escrita y constante de Dios, sino solamente Su hablar para el momento, el cual estuvo siempre disponible. La ley era el hablar inalterable de Dios. La ley, tal como sucede con la constitución de los Estados Unidos, puede ser considerada como la primera constitución del pueblo de Dios, la cual fue escrita por Dios mismo. El Antiguo Testamento, sin embargo, nos muestra que no bastaba con la constitución de Dios que se hallaba por escrito, sino que había necesidad, además, de Su hablar para el momento. El hablar para el momento de parte de Dios siempre concuerda con Su Palabra escrita. La teocracia ejercida en la nación de Israel consistía en un gobierno acorde con el hablar inalterable de Dios contenido en la ley escrita de Dios así como con el hablar de Dios para el momento, el cual era revelado mediante el pectoral del sumo sacerdote por medio del Urim y el Tumim (Éx. 28:30; Lv. 8:8; Nm. 27:21; Dt. 33:8; 1 S. 28:6; Esd. 2:63; Neh. 7:65).

  Una parte crucial del gobierno divino era el hablar de Dios para el momento mediante el uso del Urim y el Tumim que estaban en el pectoral del sumo sacerdote. Entre el pueblo de Israel, por un lado, había ancianos y, por otro, sacerdotes. Aunque la Escritura no nos dice claramente cómo surgieron los ancianos, sí nos dice cómo surgieron los sacerdotes. Dios había elegido a toda la nación de Israel para que fuese un reino de sacerdotes. Él se había propuesto que todo varón israelita fuese un sacerdote. Pero los hijos de Israel cayeron y fracasaron en hacer cumplir el propósito de Dios. Por tanto, Dios entregó Su elección de toda la nación de Israel como sacerdotes a una sola familia, la casa de Aarón. La casa de Aarón se convirtió así en una casa de sacerdotes a fin de reemplazar a la nación de sacerdotes. Aarón, el padre de aquella casa, fue designado por Dios como el sumo sacerdote, y todos sus hijos se convirtieron en los sacerdotes (Éx. 28:1). Fue de este modo que surgieron los sacerdotes en el Antiguo Testamento.

  Entre los sacerdotes se encontraba el sumo sacerdote, el cual vestía las vestiduras sacerdotales, cuya prenda más importante era el pectoral del efod (vs. 15-30). En el pectoral se hallaban incrustadas doce piedras preciosas en las que estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (vs. 17-21). Hace algunos años yo leí un artículo sobre el Urim y el Tumim, el cual fue escrito por un estudioso del hebreo. Según este artículo, los doce nombres de las doce tribus de Israel estaban compuestos de dieciocho de las veintidós letras del alfabeto hebreo. Las restantes cuatro letras eran puestas en una pieza llamada el Tumim. La palabra Tumim denota perfección o compleción. Por tanto, en el pectoral, incluyendo la pieza llamada el Tumim, se hallaban todas las veintidós letras del alfabeto hebreo.

  Este artículo indicaba además que el Urim, un término que significa luz, era un iluminador insertado en el pectoral detrás de las doce piedras. Normalmente las doce piedras del pectoral estaban bajo el resplandor del Urim. Cuando el sacerdote iba a la presencia de Dios vistiendo tal pectoral, de repente una piedra en la que estaba escrita un nombre se oscurecía. Este oscurecimiento de una piedra en particular representaba el hablar de Dios para el momento. Era de este modo que, letra a letra, el sumo sacerdote podía deletrear una palabra, después una oración, y luego un párrafo, hasta que el juicio completo de Dios era determinado. Así pues, era necesario tener un alfabeto hebreo completo de veintidós letras a fin de poder formar cualquier palabra.

  El escritor de aquel artículo también decía que era por medio del Urim y el Tumim que el pecado de Acán fue descubierto, tal como se relata en el capítulo 7 de Josué. Fue por medio del Urim y el Tumim que ellos supieron que la persona que había pecado pertenecía a la tribu de Judá. Finalmente la familia y la persona que había pecado fueron puestas al descubierto (vs. 16-18). El pectoral del sumo sacerdote es llamado el pectoral del juicio en Éxodo (28:30), debido a que éste habla por Dios en el momento. Siempre que había un problema que no podía ser decidido o resuelto mediante la ley escrita, el sumo sacerdote traía el pectoral a la presencia de Dios a fin de esperar en Dios y leer las letras. Entonces él recibía las palabras de Dios para tal situación; de este modo se recibía la revelación de Dios para el momento con respecto a Su administración. Más aún, a esto se debe que algunos estudiosos hayan designado como una teocracia a esta administración divina ejercida en el Antiguo Testamento.

  Después que el sumo sacerdote recibía las palabras de Dios para el momento, él no ejecutaba o llevaba a cabo directamente lo que Dios había dicho. En lugar de ello, él les comunicaba tales palabras a los ancianos, y los ancianos entonces se convertían en los administradores directos de Dios entre el pueblo de Dios. Josué podía ser considerado como el anciano principal del pueblo de Dios durante su tiempo. El sumo sacerdote que acompañó a Josué fue Eleazar, un descendiente de Aarón. Dios le pidió a Moisés que le dijera a Josué que si él quería conocer la voluntad de Dios o Su dirección, debía acudir al sacerdote Eleazar, quien entonces inquiriría “por él por medio del juicio del Urim delante del Señor” (Nm. 27:21, LBLA). Estas dos personas, Josué y Eleazar, avanzaron juntas en el mover de Dios. Una tenía la responsabilidad de ir a la presencia de Dios a fin de recibir las palabras de Dios para el momento, mientras que a la otra se le confiaba tal hablar divino a fin de que ejerciera la administración entre el pueblo de Dios. En principio, la administración de Dios era siempre llevada a cabo por los ancianos conforme al hablar divino dado por medio del Urim y el Tumim. Cuando los sacerdotes se volvían débiles, como en el tiempo de Elí (1 S. 1:12; 3:12-14), surgían los profetas a fin de fortalecer el hablar de Dios (vs. 20-21). El hablar de Dios para el momento por medio de los sacerdotes llegaba a ellos mediante el Urim y el Tumim, pero el hablar de Dios para el momento mediante los profetas era dado cuando el Espíritu de Dios venía sobre ellos, capacitándolos para hablar la palabra de Dios.

  Más tarde, en el Antiguo Testamento vemos que los hijos de Israel siguieron la costumbre de este mundo que consistía en tener un rey sobre ellos. Eso ofendió a Dios (1 S. 8:4-7). El deseo de ellos por un rey desagradó a Dios debido a que querían que un hombre reinara sobre ellos en lugar de Dios mismo. Dios les permitió que tuvieran un rey, pero ellos sufrieron a consecuencia de ello (vs. 10-18). Después de este rey, Saúl, Dios estableció como rey a un hombre que era conforme a Su corazón, un hombre llamado David (Hch. 13:21-22). Incluso en el caso de David todavía había necesidad del efod (1 S. 23:9-12; 30:7-8; 2 S. 6:14; 1 Cr. 15:27).

  Cuando el reinado se debilitó, el Señor hizo surgir a los profetas. Cuando David pecó, Natán vino a él a fin de reprenderlo y ayudarlo en términos de la administración de Dios (2 S. 12:1-25). Todos los profetas desde el tiempo de David hasta el tiempo de Malaquías (Mal. 1:1) fueron personas usadas por Dios para comunicar las palabras que Dios daba para el momento, a fin de ayudar a quienes administraban, los reyes, a llevar a cabo la administración de Dios entre Su pueblo.

  Todo lo sucedido en el Antiguo Testamento era un tipo del gobierno neotestamentario. Si hemos de entender la administración ejercida por Dios en Su mover neotestamentario hoy, tenemos que remitirnos al Antiguo Testamento a fin de entender plenamente la manera en que se practica la administración de Dios. La administración divina es el reinado directo, el gobierno directo, que Dios mismo realiza. Este gobierno directo de Dios es una teocracia. Tenemos que ver el principio que corresponde al gobierno divino que Dios ejerce entre Su pueblo. Su gobierno es ejercido mediante las palabras que Él da para el momento además de Su palabra escrita y constante. Las palabras dadas para el momento eran dadas ya sea por los sacerdotes o los profetas, pero ninguno de los sacerdotes o los profetas ejercía directamente la administración. Los administradores directos eran los ancianos, los jueces o los reyes.

LA ADMINISTRACIÓN DE DIOS EN EL NUEVO TESTAMENTO

Los ancianos son designados por los apóstoles

  Consideremos ahora el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento no es posible saber cómo surgió el primer grupo de ancianos. Tampoco en el Nuevo Testamento encontramos algún pasaje que nos diga directamente cómo fue establecido el primer grupo de ancianos en la iglesia neotestamentaria. Tanto Pedro como Juan eran ancianos en la iglesia en Jerusalén (1 P. 5:1; 2 Jn. 1; 3 Jn. 1). Jacobo también era un anciano allí (Gá. 2:9; Hch. 12:17; 15:2, 13; 21:18). Jacobo era uno de los hermanos del Señor Jesús (Gá. 1:19; Mt. 13:55) y no fue salvo sino hasta después de la muerte del Señor (Jn. 7:3, 5). Ya sea al presenciar la muerte del Señor o al ser testigo de una de Sus apariciones en resurrección (1 Co. 15:7), Jacobo creyó en el Señor. Por tanto, el tiempo transcurrido entre su salvación y su designación como anciano fue muy breve. A la postre, Jacobo se convirtió en el principal anciano de la iglesia en Jerusalén. La iglesia en Jerusalén es representada por el nombre de Jacobo en Gálatas 2:12, y en el libro de Hechos, Jacobo es un anciano prominente entre los ancianos en Jerusalén (12:17; 15:13; 21:18). ¿Cómo es que Jacobo, Pedro y Juan llegaron a ser ancianos? La Biblia no nos lo dice de manera directa.

  Cuando el Señor hizo surgir a Pablo como apóstol y éste fue enviado por el Espíritu Santo, el Señor lo usó para establecer nuevas iglesias. Hechos 14:23 dice que Pablo regresó a cada una de estas localidades a fin de designar ancianos y que, probablemente, todo esto ocurrió en el transcurso de un año. Encontramos el relato de la designación de los ancianos en Hechos 14:23. Los ancianos eran establecidos entre los santos por los apóstoles que les habían predicado el evangelio y que los habían congregado como iglesia local. Tito 1:5 dice que los apóstoles que habían establecido las iglesias tenían la posición y el derecho requeridos para enviar un representante que estableciera a los ancianos. Éste fue el caso con Tito. Tito representó al apóstol Pablo a fin de establecer ancianos en cada ciudad de la isla de Creta. Estos versículos nos muestran que los ancianos eran apropiadamente establecidos en el Nuevo Testamento mediante la designación efectuada por aquellos que les habían predicado el evangelio, les habían enseñado las verdades y los habían congregado junto con los otros santos como iglesia local. Debían ser estos apóstoles los que designaran a los ancianos para llevar a cabo la administración de Dios en cada iglesia local.

  Al inicio mismo del recobro del Señor en la China continental, nosotros adoptamos por lo menos un ochenta por ciento de la práctica de la Asamblea de los Hermanos. Para 1935 nos dimos cuenta de que no podíamos seguirlos en todo, pues nos percatamos de que ellos habían cometido graves errores en lo referido a la práctica de la iglesia. La luz que el hermano Nee recibió durante aquel tiempo se encuentra en el libro titulado La vida de asamblea. Aquellos mensajes fueron dados por el hermano Nee en 1934.

  Cuando el hermano Nee comenzó a ver la luz concerniente a la práctica de la vida de iglesia que es conforme a las Escrituras, él todavía era retenido por nuestra propia humildad. Él dijo: “Hoy en día, nosotros somos apóstoles extraoficiales; aun así, los apóstoles extraoficiales todavía poseen el derecho extraoficial para designar a los ancianos extraoficiales”. Éramos muy humildes. Nos sentíamos incómodos diciendo que éramos apóstoles. Pero dijimos: “Si bien no somos apóstoles oficialmente, al menos somos apóstoles extraoficiales; de otro modo, ¿de dónde vendrían las iglesias?”. Sin duda alguna, todas las iglesias en China surgieron a raíz de la enseñanza del hermano Nee. Si él no era un apóstol, por lo menos era un apóstol “extraoficial”.

  Después de breve tiempo, otro libro fue publicado por el hermano Nee en chino bajo el título La vida cristiana normal de la iglesia. En este libro, el hermano Nee habló con mayor osadía. Allí él se pregunta si aquellos que predican el evangelio, enseñan las verdades y establecen iglesias no son apóstoles, entonces ¿quiénes lo son? Él llegó a tener gran convicción al respecto. Él dejó de utilizar el prefijo extra en la palabra extraoficial y empezó a declarar que éramos apóstoles oficiales y que los ancianos establecidos por nosotros eran ancianos oficiales. Por tanto, todos los que nos reunimos aquí hemos dejado de ser ancianos extraoficiales y ahora somos ancianos oficiales. Sé que algunos de nosotros todavía son muy jóvenes, pero en comparación con los ancianos establecidos por Pablo en Hechos 14:23, ustedes ya no son tan jóvenes. Aquellos ancianos designados por Pablo fueron designados como tales en el transcurso del mismo año en que sus iglesias fueron establecidas.

La enseñanza de los apóstoles: la constitución del reino neotestamentario de Dios

  Hemos visto que en el Antiguo Testamento la ley podía ser considerada como el texto de la constitución del pueblo de Dios. En el Nuevo Testamento, ¿qué es lo que reemplazó a la ley con miras a la administración de Dios sobre Su pueblo? Sabemos que Cristo reemplazó a la ley, pero aquí nos referimos al aspecto y sentido de reemplazar a la ley en lo referido a la administración de Dios. En el Nuevo Testamento la enseñanza de los apóstoles reemplazó a la ley. Hechos 2:42 dice: “Y perseveraban en la enseñanza y en la comunión de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones”. Inmediatamente después que los tres mil fueron salvos el día de Pentecostés, ellos comenzaron a perseverar en la enseñanza y en la comunión de los apóstoles. En el reino antiguotestamentario de Dios, la constitución era la ley; y en el reino neotestamentario de Dios, la constitución es la enseñanza de los apóstoles.

  La enseñanza de los apóstoles es el Nuevo Testamento en su totalidad. Éste abarca en primer lugar la enseñanza del Señor Jesús contenida en los cuatro Evangelios. El Señor Jesús encargó al primer grupo de apóstoles enseñar a los nuevos creyentes aquello que Él mismo les había enseñado. Esto se halla claramente registrado en Mateo 28:19-20. La enseñanza de los apóstoles también incluye lo contenido en el libro de Hechos, en las Epístolas y en el libro de Apocalipsis. Al concluir el libro de Apocalipsis, Juan nos dice que nadie debe añadir nada a la revelación divina ni quitarle nada (Ap. 22:18-19). Esto quiere decir que con el libro de Apocalipsis se completaba la enseñanza de los apóstoles. Desde entonces, a nadie se le permite añadir o quitar nada. Si usted le añade algo, le sobrevendrán las plagas, y si usted le quita algo, le será quitada la bendición divina. Todo el Nuevo Testamento, el cual es la enseñanza completa de los apóstoles, tiene que ser considerado la constitución del reino neotestamentario de Dios.

Los ancianos como sacerdotes y administradores

  Pablo, en su primera Epístola a los corintios, esclareció ampliamente este asunto de la administración de Dios en el Nuevo Testamento. Él encargó a los hermanos en Corinto que apartaran de la comunión de la iglesia a cierta persona perversa (5:13), comunión que es también la comunión de los apóstoles y de los santos. Su deseo era que este perverso no tuviera parte en la iglesia, pero él no haría esto por sí mismo debido a que no tenía injerencia directa en la administración de la iglesia. Por tanto, él encomendó esto a los que administraban directamente la iglesia. Tanto la enseñanza como los ejemplos contenidos en el Nuevo Testamento nos permiten darnos cuenta de que algunos ancianos habían sido designados como tales en la iglesia en Corinto. Pablo hizo tal encargo a los hermanos, pero no ejerció directamente la administración de la iglesia. Los ancianos eran los que administraban directamente la iglesia en aquella localidad. La constitución escrita del reino neotestamentario de Dios es la enseñanza de los apóstoles, el Nuevo Testamento en su totalidad, y en dicho reino los que ejercen directamente la administración son los ancianos.

  Más aún, en la era del Nuevo Testamento todavía hay lugar, hasta cierto grado, para las palabras que Dios da para el momento. En el Nuevo Testamento tenemos la realidad del sumo sacerdote y de los sacerdotes. En el Antiguo Testamento los sacerdotes conformaban un grupo, y los ancianos otro; pero en el Nuevo Testamento, estos dos grupos son uno solo. Todos los creyentes en Cristo son sacerdotes para Dios (1 P. 2:5; Ap. 1:6), incluyendo a los ancianos. Todos los ancianos son sacerdotes, y Cristo es el Sumo Sacerdote (He. 3:1). ¿Dónde está Cristo? Sabemos que Él está sentado a la diestra de Dios en los cielos (Ro. 8:34), pero tenemos que darnos cuenta de que por causa del mover de Dios entre nosotros aquí en la tierra, nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, mora en nuestro ser (v. 10). Todos los ancianos tienen que declarar que Cristo, el Sumo Sacerdote, mora en ellos. Tenemos tal Sumo Sacerdote (He. 8:1). Los ancianos, quienes son también los sacerdotes, deberían ser quienes administren la iglesia en el gobierno de Dios. Si se suscita algún problema en la iglesia bajo la administración de los ancianos, ¿cómo deberían resolverlo los ancianos? En el Antiguo Testamento, era necesario estudiar la ley a fin de saber qué hacer para resolver tal problema. Si hay algún problema en la iglesia, para enfrentarlo, nosotros debemos estudiar nuestra constitución neotestamentaria.

  Los Estados Unidos es un buen ejemplo de un país regido por su constitución. En los Estados Unidos, el poder con la máxima autoridad no es el presidente de la nación ni tampoco su Congreso, sino la constitución. Debido al poder que tiene la constitución de los Estados Unidos, el presidente Nixon se vio obligado a dimitir la presidencia. En último análisis, la constitución es más poderosa que el presidente. Tenemos que reconocer la enseñanza de los apóstoles como el más alto poder que rige en la iglesia. Si surge algún problema en la iglesia, tenemos que acudir al Nuevo Testamento para ver qué nos dice con respecto a tal problema en particular. No deberíamos decir que estamos a favor o en contra de algo hasta que consultemos la constitución neotestamentaria. Siempre que se suscite algún problema en la iglesia, tenemos que aprender a guardar silencio y acudir a la Palabra escrita de Dios, la constitución neotestamentaria, sin emitir nuestra propia opinión. Tenemos una constitución muy completa, la cual es mucho más detallada que la constitución de los Estados Unidos.

  Si no podemos encontrar nada escrito en nuestra constitución con respecto a cierto problema o si encontramos que se dice algo al respecto pero no estamos seguros de cómo aplicarlo, tenemos necesidad del hablar de Dios para el momento. El tiempo y la manera de llevar a cabo lo especificado en el texto de la constitución hacen que siga siendo necesario el hablar del Señor para el momento. ¿Cómo podremos recibir las palabras del Señor para el momento? Tenemos que entrar en la presencia del Señor, permanecer allí y esperar en Él, pidiéndole que nos muestre qué hacer. Entonces será necesario que leamos el pectoral con todas sus letras. Las piedras del pectoral que tienen nombres grabados en ellas hacen referencia a los santos, al pueblo de Dios. Tenemos que saber “leer” a las personas que componen la iglesia. Al leer a las personas de la iglesia en la presencia del Señor, con el Señor y con Su capacidad para amar a dichos miembros tal como está tipificado por el pecho que cubría el pectoral, recibiremos ciertas instrucciones sobre cuándo y cómo llevar a cabo lo que está en el texto de la constitución. Esto es recibir las palabras que el Señor tiene para el momento en concordancia con el texto de la enseñanza de los apóstoles. Por supuesto, no debiéramos hacer nada que fuese contrario a la enseñanza de los apóstoles. En el Antiguo Testamento, nadie debía hacer nada que fuese contrario a la ley, sino, al contrario, debía cumplir la ley; además, todavía había necesidad del hablar de Dios para el momento. Cuando recibimos Sus palabras para el momento, dejamos de proclamar nuestras propias palabras. Lo que proclamamos no es algo que sea propio de una democracia ni tampoco de una autocracia, sino que es propio de una teocracia, puesto que Dios mismo nos habla para el presente de acuerdo con el texto de Su constitución dada a fin de gobernar y regir a Su pueblo.

  Es menester que todos los ancianos de la iglesia comprendan que ellos son los verdaderos sacerdotes. Ellos son los ancianos y sacerdotes. En su condición de ancianos, ustedes tienen al Sumo Sacerdote dentro suyo, por lo cual pueden ser partícipes de Su capacidad para amar, la cual se halla simbolizada por Su pecho. Ustedes aman a los santos con el amor de Cristo y van a la presencia del Señor con tal capacidad para amar, esperan en Él y leen las letras de las piedras incrustadas en el pectoral, es decir, leen a todos los miembros de la iglesia. Al leer a los miembros de la iglesia, tomando a dichos miembros como las letras de la divina máquina de escribir, recibirán una palabra, una frase, una oración, un párrafo e, incluso, un capítulo entero, diciéndoles qué hacer y cómo hacerlo.

  También tenemos que recordar el principio subyacente al ancianato. Los ancianos siempre actúan en pluralidad. Debido a que los ancianos actúan en pluralidad, siempre es necesaria mucha comunión entre ellos. La comunión auténtica tiene que ocurrir en la presencia del Señor. Si cualquier comunión entre los ancianos no se lleva a cabo en la presencia del Señor, ello no constituye auténtica comunión. Por tanto, todos los ancianos deberán ejercitarse en la práctica continua de permanecer en la presencia del Señor en comunión. En esta clase de comunión, ciertamente el “Urim” y el “Tumim” podrán hablarles en virtud de la capacidad de amar que es propia de Cristo. Entonces, los ancianos conocerán lo que está en el corazón del Señor con respecto a Su pueblo y qué es lo que Él desea para la iglesia en términos de Su administración en la localidad. Los ancianos son tanto ancianos que reciben las palabras de Dios para el momento como los administradores encargados de administrar lo que han recibido de parte del Señor. El principio del Antiguo Testamento con respecto a la administración de Dios es, pues, el mismo que rige dicha administración en el Nuevo Testamento.

Los profetas y maestros

  Además de los ancianos que cumplen la función de sacerdotes y administradores, están los profetas y maestros, tal como se menciona en Hechos 13:1-4. En Hechos 13 vemos que en la iglesia en Antioquía había profetas y maestros. Estos profetas y maestros eran quienes podían ayudar tanto en el sacerdocio como en el ancianato. Ellos son semejantes a los profetas del Antiguo Testamento, quienes ayudaban a los ancianos, a los reyes y a los sacerdotes. Hoy en día, en la administración de Dios aquí en la tierra, el principio es el mismo. Además de aquellos que son sacerdotes a fin de recibir revelación directamente de parte del Señor y de los que administran a fin de llevar a cabo lo dicho por Dios, hay profetas y maestros que ayudan al ancianato y al sacerdocio.

La relación que existe entre los apóstoles y las iglesias con sus ancianos después que éstas han sido establecidas

  Después que los apóstoles designan a los ancianos y encomiendan la iglesia a su cuidado, ¿que deberán hacer los apóstoles en el futuro? Algunos dicen que los apóstoles ya no tienen nada que ver con tales iglesias. De acuerdo con el sentir de quienes afirman esto, la designación de los ancianos por parte de los apóstoles pone fin a la relación que existe entre los apóstoles y las iglesias. Ellos incluso hacen uso de la comunión brindada por el hermano Nee en La vida cristiana normal de la iglesia como base para decir esto. En el capítulo 3 de dicha publicación el hermano Nee dice: “Una vez que era establecida una iglesia, toda la responsabilidad era entregada a los ancianos locales, y desde aquel día los apóstoles no ejercían control alguno en sus asuntos” (pág. 69). En esta cita textual del libro del hermano Nee debemos notar la frase en sus asuntos. Algunos citan las palabras del hermano Nee sin darse cuenta del significado que encierra esta frase. (Después, en su libro titulado Los asuntos de la iglesia, el hermano Nee corrigió el mal uso que se hizo de lo dicho por él anteriormente; véanse las páginas 159 y del 14 al 21 de esta segunda publicación). Los apóstoles no tienen injerencia en la administración de la iglesia local con respecto a sus asuntos administrativos, pero sí en lo que se relaciona con la enseñanza, las instrucciones y los encargos impartidos por los apóstoles.

  Vimos que Pablo escribió una carta a la iglesia en Corinto ordenándoles quitar de en medio de ellos a un perverso, apartándolo de la comunión de la iglesia. El apóstol ordenó a la iglesia que hiciera esto diciendo: “Quitad a ese perverso de entre vosotros” (1 Co. 5:13). ¿Acaso esto significa que el apóstol volvió a poner a la iglesia bajo su administración? No, de ninguna manera. Si ese fuera el caso, no habría tenido necesidad alguna de decir a los demás que quitaran a ese perverso de en medio de ellos. Él lo habría hecho directamente. En este sentido, Pablo en su condición de apóstol se mantuvo sin intervenir en los asuntos relacionados con la administración de la iglesia, pero no dejó por ello de enseñar, instruir y exhortar a la iglesia.

  Hay además otro aspecto de la relación que existe entre los apóstoles y la iglesia local, sobre el cual el hermano Nee solía hablarnos y que se halla en 1 Timoteo 5. En 1 Timoteo 5:19-20 dice: “Contra un anciano no admitas acusación si no está apoyada por dos o tres testigos. A los que pecan, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman”. El apóstol Pablo encomendó a Timoteo recibir acusaciones contra un anciano. Esto indica que los apóstoles tienen autoridad para tomar medidas con respecto a los ancianos, incluso después que éstos han sido designados como tales por los apóstoles. Si surgiera algún problema entre los ancianos, este caso debería ser presentado ante los apóstoles, quienes deberán emitir juicio al respecto. Los apóstoles tienen la autoridad requerida para reprender delante de los demás a un anciano que ha caído en pecado. Los apóstoles no deben intervenir en los asuntos administrativos de la iglesia, pero esto no significa que los apóstoles no deban tener absolutamente nada que ver con una iglesia local después que sus ancianos han sido establecidos como tales.

  Los ancianos que estén errados y hayan caído en pecado pueden ser acusados por los santos, y esta acusación deberá ser presentada ante los apóstoles. Finalmente, los apóstoles se convierten en un pequeño tribunal encargado de emitir juicio sobre tal situación. Según 1 Corintios 6, incluso los santos pueden formar un pequeño tribunal a fin de emitir juicios con respecto a algunos casos que surjan entre ellos mismos (vs. 1-3). Los apóstoles deben emitir juicio en casos concernientes a supuestas transgresiones cometidas por los ancianos. Deberán ser los apóstoles quienes los justifiquen o condenen. Según 1 Timoteo 5:20, si se determina que un anciano está en pecado, éste puede ser reprendido delante de los demás. Un anciano que ha caído en pecado deberá ser reprendido públicamente debido a que ocupa una posición pública. Con base en lo dicho por Pablo al respecto, ¿cómo podríamos decir que los apóstoles, quienes nombraron a los ancianos y encomendaron a la iglesia bajo su cuidado, no tienen nada que ver con la iglesia o los ancianos, una vez que éstos han sido establecidos?

  Todo el libro de 1 Corintios es un “libro de molestias”. Al escribir dicha epístola, el apóstol causó molestias a la iglesia en Corinto. El libro entero podría considerarse como imperativo para la iglesia local a la cual iba dirigido. En 1 Corintios 11:34 el apóstol dice: “Si alguno tiene hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Las demás cosas las pondré en orden cuando yo vaya”. Incluso después de encomendar a la iglesia que se hiciera cargo de tantas cosas, Pablo les dice: “Las demás cosas las pondré en orden cuando yo vaya”. Tenemos que retornar a la Palabra. La Palabra es nuestra suprema autoridad, nuestra constitución. Este versículo nos dice que algunas cosas no fueron puestas en orden directamente por el apóstol Pablo. En su epístola a la iglesia en Corinto, muchas cosas fueron puestas en orden mediante los encargos hechos por Pablo, cosas tales como asuntos relacionados con el matrimonio, con comer de lo sacrificado a los ídolos, con la práctica de cubrirse la cabeza, con la reunión de la mesa del Señor, etc. En su comunión, Pablo encomendó a los corintios a que tomaran medidas con respecto a por lo menos once problemas. Él le encomendó a la iglesia que hiciera muchas cosas. Si bien el apóstol no tenía la posición requerida para administrar la iglesia, él sí tenía la posición, el derecho y la responsabilidad para encomendar a los ancianos que lo hicieran.

Las iglesias son iglesias locales en lo referido a su administración, pero ellas mismas no son absolutamente independientes

  Hay otro elemento importante hallado en la Palabra, del cual tenemos que percatarnos. Las iglesias son ciertamente iglesias locales en lo referido a su administración, pero ellas mismas no son absolutamente independientes. En nuestra historia en el recobro del Señor, la práctica implementada por la Asamblea de los Hermanos —según la cual se defendía la autonomía de las iglesias— nos ha servido de seria advertencia. Todos los estados de los Estados Unidos poseen su propia administración y gobierno, pero no son independientes en el sentido estricto de la palabra. Existe cierto grado de separación entre un estado y otro, pero esto no significa que ellos sean absolutamente independientes. Si sus estados fuesen absolutamente independientes, los Estados Unidos dejaría de ser una sola nación; más bien, sería cincuenta países. Las iglesias locales no son absolutamente independientes. El hecho de que los apóstoles no tocaran los asuntos de las iglesias no significa que cada iglesia local se haya convertido en una entidad independiente; ni tampoco significa que al estar bajo la enseñanza de los apóstoles, ellas se hubieran convertido en una federación.

  En 1 Corintios 4:17, Pablo dice: “Por esto mismo os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes, en todas las iglesias”. En todas las iglesias, el apóstol Pablo enseñaba lo mismo. Su enseñanza era la misma universalmente y no variaba de lugar en lugar. Al respecto, tenemos que fijarnos en las siete epístolas dirigidas a las siete iglesias locales en Apocalipsis 2 y 3. La palabra dada por el Señor a una iglesia es la palabra que el Espíritu habla a todas las iglesias (Ap. 2:1, 7). Al comienzo de cada una de estas epístolas, es el Señor quien habla a una iglesia específica (vs. 1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14), pero al final de todas las epístolas, la Palabra dice: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22). Lo que el Señor le dijo a la iglesia en Éfeso era también lo que todas las iglesias debían oír. En cada epístola había palabras particulares dirigidas a cierta iglesia; no obstante, estas palabras deben ser escuchadas y recibidas por todas las iglesias.

  Por un lado, los ancianos de las iglesias tienen tanto el derecho como la posición para llevar a cabo la administración local de las iglesias de manera independiente; por otro, todas las iglesias deberían prestar atención a las palabras que los apóstoles reciben de parte de Dios, las cuales constituyen la enseñanza del Nuevo Testamento. Por un lado, las iglesias son de índole local separadamente; por otro, todas las iglesias locales todavía continúan perteneciendo al único Cuerpo de Cristo, el cual es un organismo, no a una federación, lo cual sería una organización. Es necesario, pues, que nos reunamos como iglesias locales por separado de acuerdo con lo que el Nuevo Testamento dice, pero todas las iglesias locales siguen siendo el Cuerpo de Cristo, el cual es uno solo y único.

  Al respecto, quisiera decir algo más. En nuestra comunión, muchos entre nosotros tienen la costumbre de decir: “El hermano Lee dice...”. Les rogaría que de aquí en adelante no digan: “El hermano Lee dice...”. En lugar de ello deberíamos decir: “En 1 Timoteo dice...” o “en 1 Corintios dice...”. Desde el inicio del recobro del Señor en los Estados Unidos, yo les he comunicado la palabra del Señor. Es posible que ustedes hayan recibido la palabra del Señor por intermedio mío, mediante lo que les he predicado o enseñado, pero lo que yo les he dicho no ha sido otra cosa que la palabra de Dios. Todos nosotros tenemos que retornar a la Palabra pura de Dios y discernir con precisión qué es lo que Su Palabra pura nos dice.

La enseñanza de los apóstoles es el verdadero liderazgo

  En 1986 celebramos un entrenamiento para ancianos en el que tratamos el tema de la unanimidad (véase Entrenamiento para ancianos, libro 7: Ser unánimes para el mover del Señor, publicado por Living Stream Ministry). En aquella ocasión hablé sobre el liderazgo de los apóstoles y el liderazgo en el ministerio del Señor, pero me parece que algunos no entendieron con exactitud lo que dije en ese entonces. Debido a tal malentendido, en los últimos dos mensajes del entrenamiento de verano de 1987 abordé este tema nuevamente (véanse los capítulos 18 y 19 del libro titulado La manera ordenada por Dios de practicar la economía neotestamentaria, publicado por Living Stream Ministry). En aquellos mensajes hice notar que el liderazgo en el ministerio del Nuevo Testamento en realidad no es el liderazgo de una persona que ejerce control sobre los demás; en lugar de ello, tenemos el liderazgo ejercido por una revelación que nos controla, la cual es propia de un único ministerio por medio del cual es traída la revelación del ministerio. El liderazgo del Nuevo Testamento reside, pues, en la enseñanza de los apóstoles.

  En los cuatro Evangelios, el liderazgo estaba con el Señor Jesús. Aquel liderazgo residía en una Persona. El Señor Jesús era el Líder, y Él tenía el liderazgo. En los cuatro Evangelios vemos cómo el Señor Jesús envió a Sus discípulos a ciertos lugares. Sus discípulos debían obedecer todo cuanto Él dijera. En los Hechos y en las Epístolas, Pedro y Pablo eran supuestamente los líderes, pero mayormente, ellos no enviaron a nadie a ningún lugar para realizar la obra del ministerio. Todos los obreros que salían para realizar la obra fueron enviados por el Espíritu Santo. Hechos 13 nos dice explícitamente que Bernabé y Saulo fueron “enviados por el Espíritu Santo” (v. 4) de Antioquía al mundo gentil. Por supuesto, Pablo encargó a algunos hermanos más jóvenes que tenían una estrecha relación con él, tales como Timoteo y Tito, que fuesen a ciertos lugares e hiciesen ciertas cosas (1 Co. 4:17; Tit. 1:5). Él ordenó tanto a Timoteo como a Tito que vinieran a él, y ellos acataron tales órdenes (2 Ti. 4:9; Tit. 3:12). Pero hay por lo menos un caso, mencionado en 1 Corintios 16:12, que haremos bien en considerar: “Acerca de nuestro hermano Apolos, mucho le rogué que fuese a vosotros con los hermanos, mas de ninguna manera quiso ir por ahora; pero irá cuando tenga oportunidad”. Pablo tenía la carga de ayudar a los de Corinto a resolver sus problemas, y tales problemas involucraban tanto a él como a Apolos. A esto se debe que Pablo esperase que Apolos fuese a ver a los corintios personalmente. Pablo no dijo que él había ordenado a Apolos, sino que dijo: “Le rogué”. Rogarle a alguien que haga algo es muy diferente de ordenarle que lo haga. Pablo dijo: “Mucho le rogué ... mas de ninguna manera quiso”. Aun cuando Pablo le rogó hacer algo, Apolos todavía tenía la libertad para no hacerlo. Y, de hecho, él no hizo lo que Pablo le pedía. Apolos dijo que él vendría cuando tuviera oportunidad. Este versículo podría parecer insignificante, pero en lo que respecta a la verdad concerniente al liderazgo, es un versículo que reviste gran importancia. Este versículo es prueba contundente de que Pablo no ejercía control sobre la obra que se realizaba para el Señor.

  Pablo no era el líder en el mover neotestamentario de Dios en el sentido de ser la persona bajo cuyas órdenes estaban los colaboradores, a quienes él les asignaba tareas. Pedro y Pablo no eran estrictos con respecto al movimiento de los colaboradores. Si ellos le rogaban a un colaborador que hiciera algo, y tal colaborador tenía el sentir de no hacerlo, ello no ocasionaba problema alguno. Pero todos los apóstoles eran muy estrictos en lo referido a la enseñanza de los apóstoles. En 1 Timoteo 1:3-4 Pablo exhortó a Timoteo que permaneciera en Éfeso a fin de que mandase a algunos no enseñar cosas diferentes de la economía neotestamentaria de Dios. Los apóstoles no toleraban ninguna enseñanza que fuese diferente de la economía neotestamentaria de Dios. El apóstol Juan, ya entrado en años, en su segunda epístola les dijo a los santos que no recibieran a ninguno que trajera una enseñanza diferente a la enseñanza de Cristo (vs. 9-10). Él dijo que los tales no permanecían en la enseñanza de Cristo, la cual es la enseñanza básica del Nuevo Testamento, la enseñanza de los apóstoles. Juan fue tan estricto al respecto que incluso encomendó a los santos no saludar a tales personas. En lo referido a la enseñanza de los apóstoles, los apóstoles eran muy estrictos. Esto prueba que la enseñanza de los apóstoles constituye el verdadero liderazgo en el Nuevo Testamento.

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