
Lectura bíblica: Gn. 1:2; Jue. 3:10; 6:34; Gn. 6:3a; Sal. 51:11; Is. 63:10-11; Lc. 1:13-17, 30-36; Mt. 1:18-20; Mr. 1:10, 12; Mt. 4:1; Lc. 4:1, 18; Jn. 1:32-33; 7:37-39; 1 Co. 15:45; Ap. 21:6; 22:17; Hch. 16:7; Ro. 8:9b; Fil. 1:19b; 2 Co. 3:17-18; Mt. 28:19b
La Biblia es un libro escrito no sólo por el Espíritu sino también con el Espíritu (2 P. 1:21; 2 S. 23:2). El mover de Dios en el hombre es una historia totalmente del Espíritu. Sin el Espíritu, no existe la historia de Dios porque Dios es totalmente un asunto del Espíritu. La diferencia entre el mover de Dios, la obra de Dios, el trabajo de Dios y las religiones consiste en que las religiones no tienen el Espíritu. Las religiones quizá tengan algunos espíritus, pero tales espíritus son demoniacos, diabólicos y satánicos. Sólo hay un Espíritu divino y genuino, el cual es Dios mismo. En este mensaje queremos comenzar a estudiar la definición del Espíritu.
En el Antiguo Testamento, el Espíritu es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jehová y el Espíritu de santidad.
Cada historia del Antiguo Testamento está relacionada con Dios. La primera historia narra cómo Dios creó los cielos y la tierra, poniendo ahí millares de cosas, y cómo creó al hombre. En esta historia se menciona al Espíritu de Dios. Génesis 1:1 dice que en el principio Dios creó los cielos y la tierra. Luego el versículo siguiente dice: “El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Por tanto, vemos que el Espíritu era el Espíritu de Dios cuando Dios creó el universo. En la creación, el nombre de Dios según el hebreo es Elohim, el Poderoso y el Fiel.
Después de la creación, Dios comenzó a obrar en el hombre. En Su obra en el hombre, Su nombre es Jehová. El Espíritu de Jehová está al llegar Dios al hombre y al cuidar de él (Jue. 3:10; 6:34; Gn. 6:3a). El título Jehová literalmente significa “Aquel que es quien es; por consiguiente, el eterno Yo Soy”. Como Jehová, El es Aquel que era en el pasado, quien es en el presente y que vendrá en el futuro (Ap. 1:4). Jehová simplemente significa “ser”. Dios era, Dios es y Dios será para siempre. El es el gran Yo Soy.
Dios le dijo a Moisés que Su nombre era “YO SOY EL QUE SOY” (Ex. 3:14). Esto quiere decir: “Yo siempre soy lo que debo ser”. Si se necesita luz, El es la luz. Si se necesita vida, El es la vida. El es todo. El Señor Jesús mismo dijo que Su nombre era “Yo Soy” (Jn. 8:58). El nombre Yo Soy significa que el mismo que obra en el hombre es todo para el hombre. Este es Jehová al llegar al hombre y al cuidar del hombre.
Dios cuida del hombre principalmente para santificarlo. Ser santo significa estar separado para Dios. La caída del hombre causó que éste se apartase de Dios y se hiciera común, mundano, secular y hasta inmundo. Así que Dios tiene que cuidar del hombre, apartando al hombre de todo lo que no sea El. En esto consiste santificar al hombre. Por tanto, el Espíritu en el Antiguo Testamento es el Espíritu de santidad al santificar Dios a Su pueblo escogido apartándolo para Sí (Sal. 51:11; Is. 63:10-11). Esto no es lo mismo que el Espíritu Santo, el cual es usado en el Nuevo Testamento. El Espíritu Santo está más intensificado que el Espíritu de santidad.
Ahora llegamos al Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento, la revelación acerca del Espíritu es más complicada.
El primer título divino usado para el Espíritu en el Nuevo Testamento es el Espíritu Santo. Según el texto griego, el título traducido “el Espíritu Santo” puede estar en dos formas: el Espíritu el Santo o el Espíritu Santo. Según mi modo de entender, esto significa que en la era neotestamentaria, el mismo Dios que es el Espíritu es “el Santo”. Dios es un Espíritu y este Espíritu ahora es totalmente “el Santo”. Ahora estamos en una era en la cual Dios mismo como el Espíritu es “el Santo” para hacer que el hombre no sólo esté separado para El sino también para que sea uno con El. En el Antiguo Testamento, lo más que Dios podía hacer era separar al hombre para Sí, pero no podía ser uno con él. Pero ahora, en la era neotestamentaria, ha llegado el momento en el cual Dios irá más a fondo para hacer que el hombre sea totalmente uno con El, para hacer que el hombre sea El y para El mismo ser hombre. Atanasio, uno de los padres de la iglesia, dijo acerca de Cristo: “El fue hecho hombre para que nosotros pudiéramos ser hechos Dios”. Esto significa que somos hechos Dios en vida y naturaleza, pero no en la Deidad. Este proceso es efectuado por el Espíritu el Santo.
En el Nuevo Testamento, llaman la atención dos títulos divinos del Espíritu: el primero y el último. El primero es el Espíritu el Santo y el último es los siete Espíritus (Ap. 1:4; 4:5; 5:6). El Espíritu el Santo es para hacer al hombre Dios, haciendo que el hombre sea uno con Dios y que Dios sea uno con el hombre. En otras palabras, la era neotestamentaria tiene como fin juntar a Dios y el hombre, para constituirlos juntos a fin de que sean coinherentes (que moren el uno en el otro) para que sean un espíritu (1 Co. 6:17). El hombre y Dios vienen a ser un solo espíritu, una sola entidad. Al final, el Espíritu el Santo tiene que ser intensificado siete veces para ser los siete ojos del Cordero. Dios hizo que todos los seres vivientes tuvieran dos ojos, pero al final el Cordero tendrá siete ojos, y estos siete ojos son los siete Espíritus de Dios, el Espíritu siete veces intensificado.
En el Antiguo Testamento se menciona el Espíritu de santidad, pero no se menciona el Espíritu Santo. El Espíritu Santo se aplicó por primera vez a Juan el Bautista. Este título se usó en la concepción de Juan el Bautista, cuyo fin era introducir la encarnación de Dios, quien se hizo hombre (Lc. 1:13-17). Lucas 1:15 dice con respecto a Juan el bautista: “Será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre”. Preparar el camino para la venida del Señor requirió que Su antecesor, Juan el Bautista, fuese lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre, de modo que pudiera separar a las personas para Dios, apartándolas de todo lo que no sea Dios, santificándolas para El con miras a Su propósito.
Al comienzo del Nuevo Testamento se nos presenta el relato de dos concepciones. Una fue la concepción de Juan el Bautista y la otra fue la concepción del Señor Jesús al encarnarse Dios para ser un hombre en la carne (Lc. 1:30-36; Mt. 1:18-20). Con estas dos concepciones, el Nuevo Testamento usa el título especial el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es usado en el Nuevo Testamento debido al cambio de la era. Para que Dios se hiciera hombre a fin de que el hombre pudiera hacerse Dios, se necesitaba el Espíritu Santo. El Antiguo Testamento fue una era de figuras y tipos, pero el Nuevo Testamento es un tiempo de cumplimiento, una era de realidad en la cual Dios se hizo hombre al ser engendrado del Espíritu Santo en la humanidad (Mt. 1:18, 20).
Debemos ver que la concepción de Juan el Bautista fue muy diferente en cuanto a la esencia de la concepción de Jesús el Salvador. En la concepción de Juan, sólo intervino el poder del Espíritu Santo, y no Su esencia. La concepción de Juan se llevó a cabo mediante el poder del Espíritu Santo con el hombre como instrumento. Pero en el caso de la concepción de Jesús, intervino la propia esencia del Espíritu Santo mismo. Por tanto, Mateo 1:20 dice acerca de la concepción de Jesús en María: “Lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es”. La concepción de Juan el Bautista fue un milagro de Dios, llevado a cabo con la esencia humana, meramente por el poder divino sin que la esencia divina tuviese nada que ver. El resultado fue el nacimiento de un hombre común que estaba lleno del Espíritu de Dios pero que no tenía la naturaleza de Dios. La concepción del Salvador fue la encarnación de Dios (Jn. 1:14), constituida no solamente por el poder divino sino también por la esencia divina añadida a la esencia humana, produciendo así el Dios-hombre compuesto de dos naturalezas: la divinidad y la humanidad. Estas dos concepciones están relacionadas con el comienzo del proceso en el cual Dios se haría hombre y en el cual Dios haría que el hombre fuese El para que así los dos fueran una sola entidad.
El Espíritu ungió a Jesús y estaba en los movimientos de Jesús el hombre en Su ministerio para Dios en la tierra (Mr. 1:10, 12; Mt. 4:1; Lc. 4:1, 18; Jn. 1:32-33). Después de que Jesús fue bautizado, el Espíritu descendió sobre El como paloma. En forma simbólica, Jesús es el Cordero y el Espíritu es la paloma. El Espíritu como paloma descendió sobre Jesús, el Cordero, para efectuar la redención y la salvación a fin de que la economía de Dios fuese llevada a cabo.
Lucas 4 dice que el descenso de la paloma sobre Jesús el hombre constituyó la unción (vs. 1, 18). Jesús fue ungido con el Espíritu, quien era la paloma. Esta unción hizo de Jesús un hombre especial. En el Antiguo Testamento, varias personas fueron ungidas con aceite, y luego el Espíritu descendió para llegar al ungido (Ex. 29:7; 1 S. 9:16; 16:12; 1 R. 1:34; 19:15-16), pero nadie era ungido directamente por el Espíritu. Sin embargo, en el Nuevo Testamento Jesús fue ungido directamente con el Espíritu como paloma.
Este Espíritu que unge no es llamado el Espíritu de Jehová ni el Espíritu de Dios sino simplemente el Espíritu. La realidad y la esencia de las posiciones de Dios en el Antiguo Testamento están denotadas en la frase el Espíritu. Esto quiere decir que este Espíritu que unge tenía parte en la posición de Dios como Creador y en Su posición como Aquel que era, que es y que será. En el Antiguo Testamento el Espíritu es Dios, el Espíritu es Jehová y el Espíritu es santidad. Jesús fue ungido con tal Espíritu que es Dios, que es Jehová y que es santidad.
Después de que Jesús fue bautizado, vemos que El está de pie en el agua, que el Espíritu desciende sobre El y que el Padre habla desde los cielos. Este es un cuadro de la Trinidad Divina. El Padre está en los cielos, el Hijo está sobre la tierra en el agua, y el Espíritu está en el aire. Ellos están en tres lugares. Esto se menciona en los primeros tres evangelios, Mateo, Marcos y Lucas, los cuales son sinópticos (Mt. 3:16-17; Mr. 1:9-11; Lc. 3:21-22). Estos tres evangelios tratan principalmente de la humanidad del Señor.
Sin embargo, el cuarto evangelio, el evangelio de Juan, trata principalmente de la divinidad del Hijo de Dios. Juan demuestra que los tres de la Trinidad Divina son uno solo. Juan 14:26 dice que el Padre envía al Espíritu en el nombre del Hijo. Pero Juan 15:26 dice que el Hijo envía al Espíritu desde el Padre. La palabra griega aquí traducida “del” en realidad tiene el sentido de con. Estos versículos indican que el Padre y el Hijo son uno. Los dos envían al Espíritu. Luego, cuando el Espíritu vino del Padre, vino con el Padre. El Hijo también dijo que El nunca estaba solo porque el Padre siempre estaba con El (Jn. 8:29; 16:32). Esto se refiere principalmente a Su divinidad.
Los evangelios sinópticos se ocupan principalmente de la humanidad de Cristo. En estos evangelios vemos que Dios, Jehová, quien es la santidad misma, descendió sobre el hombre Jesús como el Espíritu para ser uno con este hombre. El Dios que unge es uno con el hombre ungido. La paloma estaba en el aire. El Cordero estaba en la tierra. Pero ahora hay una sola entidad: la paloma sobre el Cordero. El que está en el aire ahora es uno con el que está en la tierra. Dios y el hombre se han hecho uno solo, denotando una clase de unión orgánica. El Espíritu que unge y el hombre Jesús llegaron a ser uno en Su ministerio. El Espíritu no era solamente para la unción de Jesús el hombre, sino también para los movimientos de Jesús el hombre en Su ministerio para Dios por tres años y medio en la tierra.
El Espíritu estuvo presente para ungir a Cristo y para moverse con Cristo, pero en ese entonces el Espíritu todavía no había entrado en los creyentes para fluir de ellos como ríos de agua viva (Jn. 7:37-39). En este sentido, “aún no había el Espíritu”. Juan 7 dice que todavía no había el Espíritu, porque en ese entonces Jesús no había sido aún glorificado en Su resurrección. La resurrección permitió que el hombre Jesús saliera de la cáscara de su humanidad y liberase la vida divina, y a esta resurrección se le llama glorificación. Antes de que Cristo fuese así glorificado, todavía no había el Espíritu. Cuando Juan dijo: “Todavía no había el Espíritu”, quería decir que el Espíritu todavía no fluía de los creyentes como ríos de agua viva. Sin embargo, el Espíritu sí estaba presente para ungir a Cristo y para el mover de Cristo en Su ministerio.
Dios se hizo uno con el hombre a una pequeña escala de una manera individual, con una persona, como puede verse en el hecho de que El ungió a Jesús y actuó con El. Pero cuando el Espíritu entra en los creyentes y sale de ellos como muchos ríos de agua viva, que Dios sea uno con el hombre y que éste sea uno con Dios viene a ser un asunto corporativo. Dios ya no es uno solamente con un hombre, con Jesús, sino que lo es con millones de Sus creyentes. Esto constituye el crecimiento de Dios siendo uno con el hombre. El hecho de que Dios sea uno con el hombre depende totalmente del Espíritu. El Espíritu es la clave de la unión orgánica de Dios con el hombre.
Por medio de la resurrección y en ella, Cristo como el postrer Adán llegó a ser el Espíritu vivificante a fin de poder entrar en Sus creyentes y fluir de ellos como ríos de agua viva (1 Co. 15:45; Ap. 21:6; 22:17). Dios es Espíritu y el Segundo de la Trinidad Divina en la carne llegó a ser el Espíritu vivificante. Antes de la resurrección de Cristo, Dios era un Espíritu, pero no era un Espíritu vivificante. Antes de la muerte y la resurrección de Cristo, Dios no podía entrar en el hombre y ser la vida del hombre. Entre el hombre y Dios se interponían varias cosas negativas. Según la tipología vista en Génesis, el camino a Dios como el árbol de la vida fue cerrado por los requisitos de la gloria, la santidad y la justicia de Dios (Gn. 3:24 véase Estudio-vida de Génesis, págs. 290-295). El hombre caído, pecaminoso e inmundo de ningún modo podía participar del árbol de la vida, esto es, tomar a Dios como vida, sino hasta que la muerte de Cristo cumpliese esos requisitos.
Hebreos 10 revela que la muerte de Cristo abrió el camino, un camino nuevo y vivo, para que podamos entrar al Lugar Santísimo y participar de Dios como el árbol de la vida (vs. 19-20). En Su muerte El satisfizo todos los requisitos de la gloria, la santidad y la justicia de Dios; luego, en Su resurrección El cambió de forma y llegó a ser el Espíritu vivificante. Esto fue hecho totalmente con miras a la unión orgánica entre Dios y el hombre, o sea, para introducir a Dios en el hombre y para introducir al hombre en Dios en Su resurrección. Hoy en día nosotros podemos tomar del árbol de vida y beber del agua de vida para que el Dios Triuno pueda fluir como ríos de agua viva desde lo más profundo de nuestro ser.