
Lectura bíblica: Jn. 1:1; 1 Jn. 1:1; Ap. 19:13; Jn. 1:18, 1:34; 3:15-16; 20:31; 1 Jn. 1:2; Jn. 11:25; 14:6; 3:34; 1:51; Ap. 1:13; Jn. 1:29; Ap. 5:6; 13:8; 22:1-2; 1 Jn. 2:1-2; Ap. 2:8; 22:13; 3:7, 3:14; 1:18; Jn. 3:36; 5:1, 4, 1 Jn. 5:12-13, 16-21, 20; 1:3-7; 2:6, 20, 27, 2:29; 3:9; 4:7; Ap. 1:9-12, 20; 14:1-5, 15-16; Jn. 3:29; Ap. 19:7-9; 21:2-3, 9, 11, 18-21; 22:14, 17
En este mensaje llegamos al último ministerio hallado en el Nuevo Testamento, el ministerio de Juan. Todos sus escritos son extremadamente divinos y misteriosos. Empiezan con Dios en la eternidad pasada, y llegan a su consumación en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva en la eternidad futura. Por lo tanto, sus escritos abarcan un extenso período, desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura.
El tema de los escritos de Juan es el Dios Triuno que se imparte en Sus escogidos como su vida y como su suministro de vida, a fin de hacer de todos ellos personas divinas que lo expresan en plenitud por la eternidad. Éste es el mensaje central de todos los escritos de Juan. La realidad divina en todo el universo se revela en los escritos de Juan. La realidad, el centro y el contenido del universo entero es simplemente que el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— desea impartirse en Sus escogidos para ser su vida y su suministro de vida, a fin de hacer de ellos personas divinas que lo expresan en plenitud y por la eternidad. Éste también debe ser nuestro centro, nuestra realidad y nuestro contenido.
En primer lugar, Juan ministró al Cristo que es Dios y que era en el principio (Jn. 1:1). Tanto Pablo como Pedro ministraron de la misma manera, mostrando que Cristo, el Hijo de Dios, es Dios mismo (Ro. 9:5; He. 1:8; 2 P. 1:1). Al comienzo de los escritos de Juan, en el capítulo 1 de su Evangelio, él dice que Cristo es Dios, quien era en el principio. La palabra principio alude a una fuente. Este Dios es la fuente misma de la vida, y también es la vida eterna (Jn. 3:36). Esta vida eterna tiene como finalidad la impartición. Luego, al final de los escritos de Juan, en el capítulo 22 de Apocalipsis, vemos que la vida eterna fluye como el río de agua de vida (22:1). Este fluir de vida es simplemente la impartición de vida.
Según Juan, Cristo es el Logos eterno (Jn. 1:1; 1 Jn. 1:1; Ap. 19:13). ¡Ésta es una expresión maravillosa! El logos significa la Palabra. La Palabra define, explica y expresa a Dios. ¿Quién es esta persona que es el Logos eterno? Es el maravilloso Cristo, el Segundo de la Trinidad.
Cristo es el Hijo unigénito de Dios (Jn. 1:18, 1:34; 3:16; 20:31). Dios en la eternidad tiene como meta la impartición de vida; el Logos eterno tiene como finalidad la impartición de vida y el Hijo unigénito de Dios, quien dio a conocer a Dios, también tiene como finalidad la impartición de vida.
En los escritos de Juan Cristo es la vida eterna (1 Jn. 1:2; Jn. 11:25; 14:6). Ésta es la vida divina, la vida increada de Dios, la cual no sólo es eterna en cuanto a tiempo, sino también eterna y divina en naturaleza. La vida eterna no tiene otro propósito que la impartición de vida. La vida fluye, y la vida se imparte a sí misma. Dado que ésta es la vida eterna, ello implica una impartición eterna.
Cristo es también Aquel que da el Espíritu (Jn. 3:34). El Espíritu es el Dios Triuno que llega a nosotros. Cuando el Dios Triuno permanece en luz inaccesible, es el Padre (1 Ti. 6:16); y cuando llega a nosotros, es el Espíritu (2 Co. 3:17). El Espíritu es simplemente el Dios Triuno que llega a nosotros, y Cristo es Aquel que nos da este Espíritu. Su llegada a nosotros es Su impartición. Cuando el Dios Triuno llega a nosotros, Dios se imparte en nosotros. Es mediante el Espíritu, a quien Cristo el Hijo nos da, que Dios llega a nosotros y se imparte en nosotros.
Nuestro Cristo es el Hijo del Hombre (Jn. 1:51; Ap. 1:13). Cristo no es solamente el Hijo de Dios con la naturaleza divina, sino también el Hijo del Hombre con la naturaleza humana. Él es el Hijo del Hombre para efectuar la redención, quitar nuestro pecado y resolver los problemas que hay entre nosotros y Dios, a fin de que Dios pueda impartirse en nosotros.
Juan ministró al Cristo que es el Cordero de Dios (Jn. 1:29; Ap. 5:6; 13:8; 22:1). El Cordero de Dios no era el Hijo de Dios, sino el Hijo del Hombre. Dios no tiene sangre que derramar por nuestra redención, ni el Hijo de Dios tiene sangre, pero el Cordero, el Hijo del Hombre, sí tiene sangre. Ésta no es la sangre de machos cabríos ni de bueyes, sino la sangre genuina de un hombre genuino que puede redimirnos. Los hombres necesitan ser redimidos con la sangre de un hombre. Esta redención tiene como finalidad la impartición de Dios como vida.
Cristo, como Cordero, es la propiciación por nuestros pecados (1 Jn. 2:2). Una propiciación es cierta clase de apaciguamiento. Debido a nuestros pecados, se produjo un conflicto, una situación tormentosa, es decir, un problema, entre nosotros y Dios. Por lo tanto, no había paz. Cristo, el Hijo del Hombre, quien era el Cordero de Dios, murió en la cruz para ser nuestra propiciación. Él calmó aquella tormenta y agitación, y resolvió el problema. Por lo tanto, Él es nuestra propiciación. Él calmó la tormenta, y apaciguó a Dios. Así que, ahora existe una condición de paz entre Dios y nosotros. Esto tiene como finalidad la impartición de vida. Sin esta condición pacífica, no sería posible la impartición de la vida. Cuando usted va a comer, debe poner fin a cualquier disputa. No podrá comer a gusto si tiene un altercado con su esposa o con los hermanos. Si está discutiendo o peleando, no experimentará ninguna impartición de vida. El comer y la impartición de vida requieren que haya una condición pacífica. El Señor Jesús llegó a ser la propiciación por los pecados que nos separaban de Dios y de ese modo creó una condición pacífica que era propicia para la impartición de vida.
Cristo es nuestro Abogado ante el Padre (1 Jn. 2:1). Esto significa que Él es nuestro Abogado, quien se ocupa de nuestro caso legalmente. Satanás, el enemigo de Dios y nuestro sutil enemigo, actúa de manera muy legal y a la vez sutil. La Biblia nos dice que él nos acusa delante de nuestro Dios día y noche (Ap. 12:10). Su acusación es de alguna manera legal y al mismo tiempo sutil. Él diría: “Dios, Tú eres justo. Mira a todos los hijos que amas. Ninguno de ellos es justo, y Tú eres tan santo. Pero mira a Tus hijos; todos ellos son inmundos”. Esta clase de acusación es en cierto modo legal. Sin embargo, Dios el Padre le diría: “Satanás, mira a Jesucristo el Justo. Mis hijos tienen un buen Abogado”. Entonces nuestro Abogado, Jesucristo, le diría a Satanás: “Satanás, ¿acaso no ves Mi sangre? Satanás, ¡cierra la boca! ¡No digas nada!”.
Esto no es simplemente mi enseñanza, sino lo que dice Apocalipsis capítulo 12. Según la revelación presentada en 12:10 y 11, Satanás acusa a los hijos de Dios día y noche. Pero ellos pueden vencerlo por medio de la sangre del Cordero. Una vez que nos damos cuenta de que somos impuros, profanos e injustos, somos derrotados y la impartición de vida se detiene. ¡Pero tenemos la sangre de Jesús! Él es nuestro Abogado, nuestro representante legal. Tenemos que decirle a Satanás: “¡Cállate! ¡No digas nada!”. ¡Y después de esto debemos alabar al Cordero! ¡Aleluya al Cordero! ¡Aleluya por la sangre! Cuando exclamamos: ¡Aleluya!, la vida se imparte una vez más a nuestro ser. Cristo, nuestro Abogado, se ocupa de nuestro caso para que la impartición de vida pueda continuar sin interrupción.
Nuestro Cristo es el Alfa y la Omega (Ap. 22:13a). En el alfabeto griego Cristo es la primera letra, el Alfa, y la última letra, la Omega, y todas las demás letras que están en medio. Él es cada letra. En nosotros mismos no somos ninguna letra, pero estamos en Cristo. Así como Él es el Alfa, nosotros también somos un alfa; y así como Él es la Omega, nosotros también somos una omega. Él es cada una de las letras del alfabeto con miras a la impartición de vida. Él es inagotable, y Su impartición de vida es también inagotable. Él es el Alfa, la Omega y todo el alfabeto.
Juan en sus escritos habla de las cosas divinas. Con respecto a las cosas divinas no hay ni principio ni fin porque todo lo que es divino es eterno, sin principio ni fin. Creo que Juan a propósito escribió en sus libros estas tres clases de expresiones. Él tenía la intención de mostrarnos que todo lo que él nos ministraba era eterno, sin principio ni fin. Por esta razón, nos dijo que Cristo es el Eterno. Él es el primero y también el último (Ap. 2:8; 22:13b). Debido a que Él es el primero, nadie ni nada es antes de Él; y debido a que es el último, nada ni nadie viene después de Él. Esto indica que Él lo es todo. Cristo, el Eterno, lo podemos representar gráficamente con un círculo, que no tiene principio ni fin. Cristo ocupa todas las cosas y todo lugar. Él no le deja a usted ningún lugar. Usted simplemente no es nada, y Él lo es todo. ¡Aleluya! Él es el primero y el último. Esto también tiene como finalidad la impartición de vida.
Cristo no es sólo el primero y el último, sino también el principio y el fin (Ap. 22:13c). Es posible ser el primero, pero no el origen; o ser el último, mas no la compleción. El Señor Jesús no sólo es el primero, sino también el principio, el origen. El Señor Jesús no sólo es el primero, sino también el principio, el origen; y no sólo es el último, sino también el fin, la compleción, sin dejar lugar para nadie más. Él ocupa todo el universo. Él lo es todo en tiempo, en espacio y en todas las cosas. ¡Aleluya! Él es el Primero y el Último, el Principio y el Fin, el Origen y la Compleción.
Cristo también es el principio de la creación de Dios (Ap. 3:14). Usted debe entender que la impartición de Dios consiste en impartir Su vida en Sus criaturas. ¿Quién dio origen a las criaturas? Fue Él. Esto indica que toda la creación está bajo Su control, Su autoridad como Cabeza. Él es el Principio, el Origen de toda la creación de Dios, y por tanto, toda la creación está bajo Su dirección con el propósito de impartir a Dios en Sus criaturas escogidas. Cuando ustedes se sumerjan en la Biblia y vean todos los aspectos del ser de Cristo, comprobarán que todos ellos tienen como finalidad la impartición divina.
En Apocalipsis 1:17-18 Cristo dijo: “Yo soy [...] el Viviente; estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”. A fin de impartir vida, Cristo tiene que ser el Viviente. Una persona muerta jamás podría impartir vida a otros.
En Apocalipsis 3:7 Cristo es revelado como el Santo y el Verdadero. A fin de impartir vida a los demás, Él debe ser santo y también verdadero. Si usted no es santo ni verdadero, no podrá jamás impartir vida a los demás.
Cristo es el Testigo fiel y verdadero (Ap. 3:14b). Él es el verdadero Testigo, y Él es fiel y verdadero en Su testimonio. Él nunca dice una mentira en Su testimonio. Esto también tiene como finalidad la impartición. Un mentiroso, un falso testigo, nunca puede dar vida a otros. Si usted ha de impartir vida a otros, tiene que ser fiel y debe ser verdadero. No debe haber ninguna falsedad en usted. Entonces estará calificado para dar vida a otros. Debido a que Él es viviente y santo y también fiel y verdadero, Él está calificado para impartirnos vida.
Apocalipsis 3:14a dice que Cristo es el Amén. ¿Qué significa la palabra amén ? Éste es un idioma único, celestial y divino. Creo que cuando lleguemos a la Nueva Jerusalén aún hablaremos este idioma. Estas dos palabras, aleluya y amén, son universales. La confusión en Babel acabó con el idioma universal, con excepción de dos palabras: aleluya y amén. Amén simplemente significa “así es”. Cuando usted dice: “Amén”, quiere decir “así es”. ¡Oh, la impartición divina es muy maravillosa! ¡Así es! ¡Oh, el Dios Triuno se imparte en mí! ¡Así es! Me siento muy contento de estar en la vida de iglesia. ¡Amén! ¡Así es! ¡La gloriosa vida de iglesia! ¡Así es! Es real, es sí para siempre. Amén es una especie de sí eterno. “Así es” es simplemente Cristo mismo. Cristo tiene un nombre y Su nombre es Amén, ¡Así es! Esto también tiene como objetivo la impartición de vida.
A partir de este Cristo que ha sido ministrado, los hijos de Dios han sido engendrados. El resultado de que Cristo haya sido ministrado es que muchos han nacido de Dios.
Estos hijos primeramente tienen vida eterna (Jn. 3:15, 16, 36; 1 Jn. 1:2; 5:12-13, 20). Tener vida eterna simplemente significa experimentar una impartición viviente. Debido a que usted tiene vida eterna, ésta fluye en su interior. Este fluir en su interior es simplemente la impartición de vida.
Nosotros somos partícipes de la comunión de la vida eterna al permanecer en el Señor y al andar en la luz (1 Jn. 1:3-7; 2:6). La comunión es simplemente el fluir. Hay una vida que fluye entre Dios y nosotros. Incluso entre los miembros de Su Cuerpo se halla este fluir. Este fluir llega hasta todos nosotros e incluso hasta Dios mismo. Por lo tanto, esto es una especie de comunión. La electricidad es un buen ejemplo de esto. Dentro de las lámparas de una casa y dentro de la central eléctrica hay un fluir de electricidad. Este fluir es la “comunión” entre todas las lámparas. La corriente pone a cada lámpara “en comunión” con la central eléctrica. La central eléctrica puede estar muy lejos de las lámparas de la casa, pero mediante la corriente de la electricidad, la planta eléctrica y las lámparas participan de una sola comunión.
Dentro de nosotros hay un fluir. Ese fluir es la vida eterna, y eso es la comunión. Todos participamos de dicha comunión. Participar de esta comunión quizás no sea tan sustancioso como participar de la naturaleza divina mencionada por Pedro (2 P. 1:4). Pero esta comunión es más placentera. Por ejemplo, hay dos maneras de comer pollo: una es comer el pollo como el alimento sólido, y la otra es tomar caldo de pollo. Cuando usted está débil o enfermo, el caldo de pollo es mejor que el pollo. Podemos usar el pollo como ejemplo de la naturaleza divina, y el caldo de pollo como ejemplo de la comunión de la vida divina. ¿Qué prefiere usted? Si es una persona fuerte tal vez prefiera el pollo. Esto es bueno, pero es más sabroso tomar el caldo de pollo. No se olviden, el caldo de pollo es hecho a partir del pollo. Sin la carne sólida del pollo, no podríamos tener caldo de pollo. Asimismo, sin la naturaleza divina, no podríamos tener la comunión de la vida eterna. La naturaleza divina denota algo más sólido y sustancioso, y la comunión de la vida divina es la comunión de esta sustancia. Esto tiene como fin la impartición de vida. La manera de participar de la comunión de la vida eterna es permanecer en el Señor y andar en la luz.
Cuando usted disfruta de la comunión de la vida eterna al permanecer en el Señor y al andar en la luz, experimenta la enseñanza de la unción divina (1 Jn. 2:20, 27). Los hijos de Dios también son engendrados para ser enseñados por la unción divina. Podríamos decir que la unción es como aplicar aceite a algo. Muchas máquinas necesitan ser aceitadas. Si no fueran aceitadas, no funcionarían muy bien, sino que harían mucho ruido. A veces los cristianos “hacen mucho ruido”, ya sea a su esposa o esposo, o a los ancianos, o a los hermanos. Esto es un indicio de que les hace falta la unción. Necesitamos ser aceitados. ¡Aleluya! Tenemos una fuente de aceite porque la unción está en nuestro interior y continuamente nos unge. Esto nuevamente está relacionado con la impartición de vida. Esta unción nos enseña, nos aceita y nos regula constantemente. Si no somos regulados por la enseñanza de la unción, no marchamos muy bien. La unción santa nos aceita, nos enseña y nos hace marchar muy bien. Esto está relacionado con la impartición de vida.
Todos hemos nacido de Dios. No nacimos simplemente de nuestros padres, sino también de Dios en virtud de una simiente divina (1 Jn. 3:9). Esta simiente divina es nada menos que la vida eterna de Dios. De este nacimiento y de esta simiente provienen ciertas virtudes, y mediante las virtudes de este nacimiento y esta simiente podemos practicar la justicia divina (1 Jn. 2:29) y el amor divino (1 Jn. 4:7; 5:1), y podemos vencer el mundo, la muerte, el pecado, el diablo y los ídolos (1 Jn. 5:4, 16-21). Podemos vencer todas las cosas porque poseemos las virtudes del nacimiento divino efectuado con la simiente divina. En el idioma espiritual, virtud significa la energía de la vida e incluso la vida que energiza. Dentro de nosotros tenemos cierta energía que nos energiza. Esta acción de energizar proviene de la vida divina, y la vida divina proviene del nacimiento divino. Por lo tanto, la energía de la vida, o la vida que energiza, es una virtud. Podemos vencer las cosas negativas porque tenemos la vida que energiza. Esta acción de energizar es simplemente la impartición de vida.
Luego llegamos a ser el testimonio de Jesús. El testimonio de Jesús consiste en los candeleros como expresión del Dios Triuno (Ap. 1:9-12, 20). El candelero es simplemente la corporificación del Dios Triuno. Está hecho de oro puro, el cual representa la naturaleza de oro de Dios el Padre. Su forma representa a Dios el Hijo como corporificación de Dios el Padre. El candelero no es un trozo de oro sin ninguna forma, sino que es oro forjado con cierta forma. Además, las siete lámparas resplandecientes representan los siete Espíritus de Dios, los cuales producen una expresión. Por lo tanto, el candelero es la corporificación del Dios Triuno, puesto que posee la naturaleza de Dios el Padre, la forma de Dios el Hijo y la expresión de Dios el Espíritu.
Toda iglesia local apropiada se compone de la naturaleza de Dios el Padre, la forma de Dios el Hijo y la expresión de Dios el Espíritu. Éste es el candelero de oro, la corporificación de Dios, con miras a la expresión de Dios. ¡Qué palabra tan maravillosa en cuanto a la iglesia! Las palabras de Pablo en cuanto a la iglesia no eran así de elevadas. Pablo nos dijo que la iglesia es el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23), y la expresión más elevada que Pablo usó para referirse a la iglesia es que ella es la plenitud de Cristo (Ef. 4:13) y la plenitud de Dios (Ef. 1:23). Pero Juan nos dijo que la iglesia es un candelero de oro, esto es, la corporificación y expresión del Dios Triuno. ¡Cuánto necesitamos ver que la iglesia es simplemente la corporificación del Dios Triuno que posee la naturaleza del Padre, la forma de Hijo y la expresión del Espíritu! Si viéramos esta visión, muchos problemas serían resueltos.
La iglesia es también una mies con las primicias como expresión de la vida (Ap. 14:1-5, 15-16). La mies es simplemente el conjunto de todos los productos vivientes de una labranza. Esto nos habla de la madurez de vida y de las riquezas de la vida obtenidas mediante la impartición de vida. Como iglesia, nosotros debemos ser el candelero de oro, y también ser la mies con las primicias como expresión de la vida.
Por ser el candelero de oro y la mies con las primicias, también llegamos a ser la novia del Cordero como Su aumento y satisfacción (Jn. 3:29; Ap. 19:7-9). En Juan 3 Cristo es el Novio, y la iglesia es la novia como Su aumento. En Apocalipsis 19 vemos que la iglesia en calidad de esposa se ha preparado para las bodas del Cordero a fin de satisfacerle a Él.
Finalmente, tendremos la consumación final de la impartición del Dios Triuno en el hombre. Dicha consumación será la Nueva Jerusalén, la ciudad santa, el tabernáculo de Dios, la novia y la esposa del Cordero como expresión consumada del Dios Triuno (Ap. 21:2-3, 9). Cuando abordo estos asuntos, no puedo evitar sentirme lleno de emoción. ¡Aleluya! ¡Oh, la Nueva Jerusalén! ¡La ciudad santa! ¡El tabernáculo! ¡La novia! ¡La esposa!
Esta entidad corporativa es edificada con la naturaleza de Dios el Padre, representada por el oro, por medio de la muerte victoriosa de Dios el Hijo y Su resurrección que imparte la vida, las cuales son representadas por las perlas, y por medio de la obra transformadora de Dios el Espíritu, la cual es representada por las piedras preciosas (Ap. 21:11, 18-21).
La Nueva Jerusalén como expresión consumada del Dios Triuno es abastecida y nutrida por el Dios Triuno (Ap. 22:1-2, 14, 17). Dios el Padre es la fuente, el Espíritu como agua de vida es el fluir, y el Hijo como árbol de la vida es el suministro de vida. En Apocalipsis 22 hay un río de agua de vida que fluye del trono de Dios. En este río crece el árbol de la vida. Éste es un cuadro muy claro del Dios Triuno en Su impartición. El Padre como la fuente está en el trono con el Cordero porque Él es el Dios redentor, el Cordero-Dios. Sólo hay un trono, pero sobre él hay dos personas sentadas. ¿Cómo puede haber dos personas sentadas en un solo trono? Dios el Padre, la luz, está dentro del Hijo, la lámpara (Ap. 21:23; 22:5). Puesto que el Padre está en el Hijo, Dios está en el Cordero. Y el Cordero es la lámpara que contiene a Dios, la luz. Éste es el Cordero-Dios, el Dios redentor. De este Dios redentor fluye el río, el cual representa al Espíritu. En el fluir del río de agua de vida, el Cordero llega a ser el árbol de la vida. La función del Cordero es efectuar la redención, mientras que la función del árbol es alimentar. El río que imparte la vida rodea toda la ciudad a medida que en su fluir desciende desde el trono del Cordero-Dios en forma de espiral. Este fluir es sencillamente la impartición del Dios Triuno, quien se imparte en Sus escogidos como vida y como suministro de vida en plenitud por la eternidad. Ésta es una ciudad que es edificada con el Dios Triuno como los materiales, y abastecida y nutrida también con el Dios Triuno como el suministro de vida.