
Lectura bíblica: Jn. 1:1, 14, 16-17; Mt. 28:19; Jn. 14:8-11, 16-20; 7:37-39; 6:63; 20:22; 1 Jn. 4:13; 2:27; Ap. 2:1, 7; 22:17, 21; Ef. 4:6; 2 Co. 13:14; Jn. 15:5; Ef. 3:17; Ro. 8:11, 16; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; He. 10:29; Zac. 12:10; Ro. 8:4b-6; Ap. 22:1
En este mensaje llegamos al punto más crucial, que es: la gracia que los creyentes experimentan en la economía de Dios. La gracia debe ser la experiencia diaria de los creyentes. Si no experimentamos la gracia, no tenemos la verdadera experiencia cristiana; si no experimentamos la gracia, no tenemos el verdadero vivir cristiano. El vivir de un cristiano debe ser vivir la gracia, experimentar la gracia. En el mensaje anterior vimos que la gracia es la corporificación de Dios, a saber, Cristo. Por tanto, la gracia experimentada por los creyentes es Cristo, la corporificación misma de Dios.
La gracia que los creyentes experimentan en la economía de Dios es el Dios Triuno procesado. Si el Dios Triuno no se hubiera procesado, no podría ser la gracia para los creyentes. Dios es uno y a la vez tres, a saber, el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Hijo es la corporificación y expresión del Padre; y el Espíritu es la realidad del Hijo y el Hijo hecho real en los creyentes. En el Hijo, el Padre es expresado y visto; y como el Espíritu, el Hijo es revelado y hecho real en nosotros. El Dios Triuno se imparte en nosotros para ser nuestra porción como gracia a fin de que le disfrutemos, en Su Trinidad Divina, como nuestro todo.
Dios, quien era en el principio, se hizo carne en el tiempo, a fin de que el hombre lo reciba, lo posea y lo disfrute como gracia (Jn. 1:1, 14, 16-17). La encarnación es el primer paso, el paso mayor, del proceso por el cual pasó el Dios Triuno. Dios, quien era en el principio, llegó a ser carne en el tiempo, es decir, fijó tabernáculo entre los hombres. El vino de esta manera, lleno de gracia, y de Su plenitud recibimos todos. El vino a fin de que recibiéramos gracia, y gracia sobre gracia. Cuando El vino, la gracia también vino. La ley nos fue dada, pero la gracia vino por medio de Jesucristo. La ley no podía venir por sí misma, por tanto, nos fue dada; pero la gracia vino juntamente con Jesús. En realidad, la gracia es Jesús. Cuando Jesús vino, la gracia vino. Esto alude a que el Dios Triuno, junto con Su divinidad, se mezcló con la humanidad para llegar a ser un Dios-hombre. Tal Persona es la gracia para que nosotros la recibamos, la disfrutemos y la experimentemos como nuestro suministro. Esta es la verdadera salvación del Señor.
Es sorprendente que un día el Dios eterno, el Creador de todas las cosas, haya sido concebido en el vientre de la virgen María. Además, El estuvo en el vientre de esa virgen durante nueve meses. El Dios eterno, el Dios infinito, el Creador de todas las cosas, ¡entró en el vientre de una pequeña virgen y permaneció allí durante nueve meses! Dios, en Su creación, estableció que el período de gestación del ser humano fuera de nueve meses. Ni siquiera Dios mismo violó este principio. Al término de nueve meses, El salió del vientre de la madre y llegó a ser un niño.
El Dios encarnado es triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu (Mt. 28:19). El Padre, la fuente, es corporificado y expresado en el Hijo (Jn. 14:8-11). Dios el Padre está oculto, pero Dios el Hijo se manifestó entre los hombres. Ese pequeño bebé que yacía en el pesebre era el Dios eterno, el Señor infinito, quien creó los cielos, la tierra y todas las cosas. El Dios encarnado se unió y se mezcló con el hombre. El es el Dios completo y el hombre perfecto. El es un Dios-hombre. El permaneció en la humanidad y se mezcló con ella. Este Dios-hombre llevó un vivir humano por treinta y tres años y medio. En sus primeros treinta años vivió en casa de un carpintero pobre, y allí aprendió el oficio de carpintero. El experimentó y pasó por todas las dificultades y sufrimientos de la vida humana. No se olviden que esta Persona, un carpintero, es el Creador de todas las cosas y se mezcló con la humanidad como un pequeño hombre.
Al final de los treinta años, El inició Su ministerio. Vino de Nazaret, de Galilea, un lugar despreciado, y no tenía buen parecer ni era majestuoso como para que la gente lo deseara, pero Sus palabras eran poderosas y Sus obras manifestaban gran fuerza. El hizo que los ciegos vieran, que los cojos anduvieran, que los sordos oyeran, que los mudos hablaran, e incluso, que los muertos resucitaran. Las palabras que El habló nunca habían sido dichas por ningún otro hombre. El dijo: “Yo soy el camino, y la realidad, y la vida” (Jn. 14:6). También dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10b). Estas palabras son fáciles de entender, sin embargo, son muy profundas. Ni Confucio ni Sócrates hablaron tales palabras; ellos ni siquiera pudieron imaginárselas. Las palabras de los así llamados filósofos, no se comparan con las palabras del Señor Jesús.
El Señor Jesús hizo muchas cosas y habló muchas palabras cuando estuvo en la tierra. Al final, fue traicionado, arrestado y crucificado. Fue crucificado de las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, sufriendo en la cruz por seis horas. Durante las primeras tres horas, los hombres lo persiguieron por hacer la voluntad de Dios; pero en las últimas tres horas, Dios lo juzgó a fin de efectuar nuestra redención. Durante este tiempo Dios lo consideró como nuestro sustituto, el que tomó el lugar de los pecadores, el que llevó nuestros pecados y fue hecho pecado por nosotros. Por lo tanto, Dios lo desamparó en la cruz. Alrededor de las tres de la tarde, Jesús clamó a gran voz, diciendo: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Cuando El entregó Su espíritu, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron. Además, se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; ellos salieron de los sepulcros después de la resurrección de Jesús y se aparecieron a muchos. Todos esos hechos demuestran que Su muerte no fue una muerte ordinaria. El murió y fue sepultado, pero al tercer día resucitó de entre los muertos. Un día después del sábado, o sea el primer día de la semana, mientras aún era oscuro, unas hermanas fueron al sepulcro de Jesús y lloraban allí. Jesús se les apareció en resurrección. Según Juan 20:17, Jesús le dijo a María: “Ve a Mis hermanos, y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios”. Por la tarde de ese mismo día, El se apareció de nuevo a los discípulos y sopló en ellos diciendo: “Recibid el Espíritu Santo” (v. 22).
En Su resurrección, El hizo algo extraordinario: El fue transfigurado para llegar a ser el Espíritu. En Su encarnación, El como Dios fue transformado para llegar a ser un hombre. Y en Su resurrección, El como Dios en la carne fue transformado otra vez para llegar a ser el Espíritu vivificante. El Padre, la fuente, es corporificado y expresado en el Hijo; el Hijo, como el Espíritu, es hecho real en los creyentes y permanece en ellos (Jn. 14:16-20). Ahora, El es apto para ser nuestra gracia. Tal Persona transformada es la gracia. En la Biblia vemos que el Señor Jesús es comparado con un pan. La preparación de un pan no es tan sencilla. Primero, un grano de trigo cae en la tierra y, después de pasar por muchos sufrimientos, brota y produce muchos granos. Luego, esos granos son molidos y convertidos en harina, la cual se mezcla con agua para formar el pan. Después, el pan tiene que ser horneado al fuego, y finalmente queda listo para comer. Esto es lo que significa que el Dios Triuno haya sido procesado como un “pan”. Este “pan” es la gracia. Hoy en Su resurrección y en Su ascensión, El se infunde en nosotros como un pan para que lo disfrutemos. Este es el proceso por el cual el Dios Triuno pasó a fin de entrar en el hombre.
El Espíritu está en los creyentes como su vida y suministro de vida: primero, es el agua de vida para que ellos lo beban (Jn. 7:37-39); segundo, es el pan de vida a fin de que ellos lo coman (6:63); y tercero, es el aliento de vida para que ellos lo inhalen (20:22). Además, el Espíritu también viene a ser la gracia divina que ellos disfrutan. Le experimentamos como el agua viva, como el pan de vida y como el aliento de vida. Las necesidades básicas de la supervivencia humana son las siguientes: comer, beber y respirar. En cuanto a nuestra vida espiritual se refiere, necesitamos recibir como suministro el agua de vida, el pan de vida y el aliento de vida. Al comer, beber y respirar, vivimos y crecemos. Cristo, como el Espíritu vivificante, es la transfiguración de Dios que llega a ser gracia para nosotros. Este Espíritu en nosotros nos imparte al Dios Triuno como gracia, es decir, como nuestra agua viva, pan de vida y aliento de vida, a fin de suministrarnos lo necesario para que podamos vivir y crecer.
El Espíritu que mora en los creyentes, el Dios Triuno procesado, permanece en los creyentes como la unción y viene a ser su disfrute en vida (1 Jn. 4:13; 2:27). El Espíritu, el cual Dios nos dio para que more en nosotros, es el testigo en nuestro espíritu, testificando que nosotros moramos en Dios y que Dios mora en nosotros. El Espíritu que mora en los creyentes es el elemento y la esfera donde Dios habita, a fin de que podamos experimentar y disfrutar Su morar en nosotros. El Espíritu, quien mora en nuestro espíritu, es también el elemento básico de la unción divina, la cual viene a ser nuestro disfrute en vida.
El Espíritu que unge, el Cristo pneumático, el Espíritu que habla a las iglesias, gradualmente llega a ser el complemento de la iglesia, la cual es la novia (Ap. 2:1, 7; 22:17). Nosotros somos Su complemento, y El también llega a ser nuestro complemento. Ambos formamos una pareja que tiene la misma vida, la misma naturaleza y la misma operación. Así que, llegamos a ser Su aumento. Juan 3 dice que aquellos que El ha regenerado son Su aumento. Su aumento llega a ser Su novia; Su novia es Su complemento, o sea una parte de El, Su Cuerpo; el Cuerpo es el templo de Dios; y el templo de Dios es la casa de Dios. En Juan 2 vemos que Su aumento es el templo de Dios, y luego, en el capítulo 14, vemos que es también la casa de Dios. El templo, la casa, es el árbol mencionado en el capítulo 15, el cual está lleno de pámpanos, que son su aumento. Este es el cuadro que presenta el Evangelio de Juan. Aquí no vemos ni el concepto de hacer el bien o el mal, ni de lo que es correcto o incorrecto. Solamente se ve el organismo como fruto de la unión y mezcla del Dios Triuno con el hombre. Este es el resultado de la gracia en nosotros.
El Dios Triuno procesado y consumado es la gracia que los creyentes disfrutan en la economía neotestamentaria de Dios, incluso por la eternidad (Ap. 22:21). En el Evangelio de Juan no se presenta lo que es correcto ni lo incorrecto, tampoco se presenta el bien ni el mal. En el huerto de Edén, antes que el hombre comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal, el hombre no tenía concepto alguno del bien y del mal. En aquel entonces, el hombre sólo tenía un concepto: recibir a Dios. El hombre que Dios creó tenía la imagen interna de Dios y Su semejanza externa. Al crear al hombre, Dios le dio a éste un pensamiento, esto es: tener a Dios. Dios es un concepto único al hombre. Esto no tiene nada que ver con hacer el bien o el mal, sino con tener a Dios o no tenerlo. No obstante, Satanás vino y tentó al hombre para que comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal, lo cual consiste en tomar cualquier cosa que no sea el árbol de la vida. Así que, en el momento en que el hombre comió del árbol del conocimiento del bien y del mal, el concepto del bien y del mal entró en el hombre. Desde ese instante hasta el día de hoy, los seres humanos caídos —incluyendo a los cristianos e incluso a aquellos que están en el recobro del Señor— a menudo se preocupan por el bien y el mal, por lo correcto o lo errado. Nos gusta preguntar: “¿Es esto correcto? ¿Es correcto que los ancianos hagan esto? ¿Es correcto que los diáconos hagan eso?”. No importa si es correcto o incorrecto, pues sólo se trata de una “fotografía”. El Pentateuco está lleno de lo que es correcto e incorrecto, de lo que es bueno y malo, pero el Evangelio de Juan no habla de ello. El Evangelio de Juan dice que en el principio era el Verbo, y que el Verbo se hizo carne en el tiempo a fin de que la humanidad y la divinidad se unieran y se mezclaran juntos, y constituyesen así un Dios-hombre. A este Dios-hombre no le interesa lo que es correcto o errado, ni el bien y el mal. Lo único que le interesa es que usted reciba la gracia que El trajo. En la actualidad no es suficiente decir, como lo hacían las personas que se centraban en la vida interior, que lo que Dios quiere no es ni el bien ni el mal sino Cristo. Está muy bien decir esto, pero no es el punto principal. En realidad, Dios no quiere que usted viva, sino que usted lo tome a El como su vida y que viva por El.
En Gálatas 2:20 Pablo dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios”. Esto quiere decir que ahora vivo yo, mas no vivo solo ni vivo por mí mismo, sino que Cristo y yo vivimos en unión. Ciertamente yo vivo, pero ya no soy sólo yo quien vive —aunque aún estoy vivo—, sino que la vida que yo vivo es una vida en unión con Cristo. Con respecto a este asunto, incluso la gente que se centraba en la vida interior no tenía una visión clara. No se trata de que nosotros no nos movamos; aún nos movemos y, por tanto, podemos vivir a Cristo y magnificarlo. Si no viviéramos, ¿cómo podríamos magnificar a Cristo? No se trata de que hayamos dejado de existir, pues todavía vivimos. Sin embargo, no somos nosotros quienes tomamos la iniciativa; más bien, tomamos a Cristo como nuestra iniciativa. Es de esta manera que vivimos a Cristo y le magnificamos.
La vida cristiana consiste en que Cristo vive y yo también vivo; sin embargo, no consiste en que yo le traiga a El para que viva conmigo, sino que El me trae consigo para que yo viva juntamente con El. Es decir, yo vivo juntamente con El, tomándole como mi vida y mi persona. Queridos hermanos y hermanas, si ustedes le toman a El como su vida y su persona, es decir, si El vive y ustedes viven juntamente con El, ¿podrán aún enojarse? ¿Seguirán tratando de hacer el bien? ¿Seguirán tratando de amar a los demás? Todos estos conceptos se desvanecerán. Sólo tendrán un concepto: El se mueve, y usted se mueve juntamente con El; El es la vida de usted y su persona; usted le toma a El como su vida y su persona; El es tanto la vida interior como el vivir exterior de usted. Ya no tendrá el concepto de si debe honrar o no a sus padres, ni el concepto de si debe robar o no. Usted estará completamente en otro mundo. Este es un mundo en el cual el Dios Triuno es la vida de usted y su persona, un mundo en el cual usted vive por medio de El —El toma el liderazgo y usted lo sigue a El—, y un mundo en el cual El vive y usted vive juntamente con El, es decir, usted ya no vive por sí mismo. Espero que todos podamos ver esto. Si todos ven esto —los mayores de edad, los jóvenes, los ancianos, los diáconos y los colaboradores en la iglesia—, ya no habrá más argumentos.
Todos los argumentos en la iglesia provienen del bien y del mal, es decir, del árbol del conocimiento del bien y del mal. Podemos encontrar lo que es correcto e incorrecto en el Pentateuco, pero no en el Evangelio de Juan; todo lo que se halla en el Evangelio de Juan tiene que ver con la vida divina. Cristo es mi vida y mi persona: El vive y yo también vivo; El se mueve y yo me muevo juntamente con El; ya no soy yo, sino El quien toma la iniciativa. Yo soy Su complemento, soy una parte de Su Cuerpo. Lo que es correcto o incorrecto, no le concierne al Cuerpo de Cristo.
La gracia que los creyentes experimentan en la economía de Dios es el Dios Triuno procesado juntamente con el amor, la gracia y la comunión de la Trinidad Divina como factores (2 Co. 13:14).
En el amor, la gracia y la comunión de la Trinidad Divina, la fuente es el amor de Dios el Padre, quien es sobre todos, por todos y en todos (Ef. 4:6; 2 Co. 13:14b). Decimos que el Dios Triuno se ha mezclado con nosotros, pero algunos no reciben esta palabra. Por el contrario, ellos dicen que Dios puede unirse a nosotros pero que no puede mezclarse con nosotros. Yo les preguntaría, ¿por qué entonces dice aquí que Dios el Padre es sobre todos, por todos y en todos? ¿Es esto únicamente una unión? Esto no es simplemente una unión, sino una mezcla.
En el amor, la gracia y la comunión de la Trinidad Divina, el elemento es la gracia de Dios el Hijo, quien permanece en los creyentes y hace Su hogar en el corazón de ellos (Jn. 15:5; Ef. 3:17; 2 Co. 13:14a). El amor del Padre es la fuente, mientras que la gracia del Hijo es el elemento.
En el amor, la gracia y la comunión de la Trinidad Divina, la distribución es la comunión de Dios el Espíritu, quien mora en los creyentes y se mezcla con el espíritu de ellos como un solo espíritu (Ro. 8:11, 16; 2 Co. 13:14b). El Padre es la fuente, el Hijo es el elemento y el Espíritu distribuye al Dios Triuno en nosotros, para que le tomemos como nuestra vida y nuestra persona a fin de que manifestemos Su imagen en nuestro vivir y le expresemos.
El vivir que los creyentes neotestamentarios llevan bajo la gracia, en la economía de Dios, es un vivir completo en el que experimentan al Dios Triuno procesado como gracia. No se trata de lo que hacemos, ya que esto no abarcaría la totalidad de nuestro vivir. Un vivir completo significa que, en todo nuestro vivir, experimentamos al Dios Triuno procesado como gracia. No es cuestión de si juzgamos o no a otros, pues esto no sería un vivir completo, sino un vivir fragmentado. Un vivir completo significa que tomamos al Dios Triuno procesado como nuestra vida y nuestra persona durante las veinticuatro horas del día, ya sea que estemos despiertos o dormidos. Respondo a Su mover, y me muevo juntamente con El; dos espíritus llegan a ser un solo espíritu, dos vidas viven juntamente y dos naturalezas se mezclan como una sola. Este es el vivir completo en el que experimentamos al Dios Triuno como gracia. No es una vida que se rige por lo correcto o lo erróneo, ni por lo que es bueno o malo, ni por ninguna otra cosa, sino que es el vivir que lleva una persona viviente. El vivir de esta persona viviente es el vivir mezclado del Dios Triuno procesado junto con el hombre tripartito y transformado. Por tanto, Dios llega a ser nuestra gracia, y nosotros vivimos en dicha gracia; ésta es la gracia a la que se refiere el Nuevo Testamento. La experiencia que tenemos de la gracia, en la economía de Dios, es el vivir mutuo del Dios Triuno procesado y nosotros que nos hemos unidos a El, en el cual le tomamos como nuestra vida y persona. El toma la iniciativa, y nosotros le seguimos; El y nosotros nos movilizamos juntos de modo que, en tal condición o estado —llamado organismo—, expresamos en nuestro vivir a Dios mismo. Aquí no existe el concepto de lo correcto y lo incorrecto, ni del bien y del mal. La ley es una “fotografía” de Dios en cuanto al antiguo pacto, mientras que la gracia es Dios mismo. No nos interesa la “fotografía”; lo que nos interesa es la persona viviente.
El Dios Triuno procesado, quien ha sido consumado como el Espíritu todo-inclusivo, vivificante, compuesto y que mora en los creyentes, llega a ser el Espíritu de gracia (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; Ap. 22:17a; He. 10:29).
En la era neotestamentaria, el Espíritu de gracia imparte al Dios Triuno en los creyentes como gracia. Debido a que el Espíritu de gracia imparte al Dios Triuno en nosotros como gracia, nuestra vida cristiana es esencialmente una vida en la que tomamos a Dios como nuestra gracia.
Al final de la era neotestamentaria, el Espíritu de gracia causará que toda la casa de Israel se arrepienta y reciba al Dios Triuno como gracia. Zacarías 12:10 dice que Dios derramará el Espíritu de gracia sobre el remanente de Israel, a fin de que toda la casa de Israel se arrepienta y sea salva.
El Espíritu vivificante y compuesto, y el espíritu regenerado de los creyentes, llegan a ser un solo espíritu mezclado (Ro. 8:4b-6); no sólo unido, sino también mezclado.
Tanto esencial como económicamente, es decir, tanto en su vivir como en su mover, el vivir y la obra de los creyentes por medio del Espíritu es la experiencia y el disfrute que ellos tienen del Cristo pneumático, la corporificación del Dios Triuno, como gracia (Jn. 1:14, 16; Ap. 22:21).
El Dios Triuno pasó por un proceso en el cual, al principio, era simplemente Dios, sin poseer humanidad; luego entró en la humanidad y se mezcló con ésta como una sola entidad. Después, El pasó por un vivir humano y por una muerte todo-inclusiva y entró en una resurrección que lo produce todo, es decir, que ha producido al Hijo primogénito de Dios, a los muchos hijos de Dios y al Espíritu vivificante. Esta Persona maravillosa, quien estaba en resurrección, también entró en ascensión y vino a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo, quien es tipificado por el aceite de la santa unción descrito en Exodo 30:22-25. El aceite de la santa unción es un fragante aceite de oliva al cual se le añadieron cuatro clases de especias. No es simplemente aceite, sino un ungüento compuesto de varios elementos. Este es un tipo del Espíritu compuesto, en quien están el Padre y el Hijo juntamente con Su muerte toda-inclusiva, Su vivir humano, Su resurrección y Su ascensión. Ahora el Espíritu compuesto se mueve diariamente en nosotros como la unción, a fin de que podamos disfrutar al Dios Triuno procesado como gracia. Esta es la vida que los cristianos debemos llevar hoy.