
Lectura bíblica: Gn. 1:26, 28b; 2:8-9, 22-24; He. 2:14; Jn. 1:29; Ro. 8:3; 2 Ti. 1:10b; 1 P. 1:3b; Ro. 6:6a; 1 Ti. 2:14; Ro. 5:12; 1 Co. 15:45; Ro. 8:9b, 11; Ap. 22:17a; Jn. 3:5-6; 2 Co. 3:17-18; Ro. 8:29; Lc. 1:31-32; Hch. 13:33-34; 5:30b-31a; 2 Ti. 2:12a; Ap. 20:4, 6; Ro. 6:3-5; Ef. 2:6; 1 Co. 6:17; Fil. 3:10; 1:19b-21a; Hch. 13:52; 4:31b; Gá. 5:16, 25; Ro. 8:4b; Ap. 2:26-27; 3:21; 1 Ts. 5:17, 19
Oración: Señor, ponemos nuestra mirada en Ti una vez más para recibir Tu misericordia y bendición. Sin Ti no somos nada y no podemos hacer nada. Señor, ten misericordia de nosotros y háblanos. Danos la gracia para que podamos humillarnos mientras venimos a Ti con Tu Palabra. Esperamos en Ti para que resplandezcas sobre nosotros y sobre cada línea mientras leemos. Señor, danos luz. Danos las palabras oportunas para que podamos hablar lo que Tú nos has mostrado. Amén.
El hecho de que Cristo sea la descendencia triple toca la esencia de la revelación divina. La revelación de la Biblia es principalmente una revelación de Cristo en calidad de descendencia triple: la simiente de la mujer (Gn. 3:15; Is. 7:14), la descendencia de Abraham (Gn. 17:8; Gá. 3:16) y la descendencia de David (2 S. 7:12-14; Mt. 1:1, 6; 22:42-45; Ro. 1:3; Ap. 22:16). La promesa de la simiente de la mujer fue dada hace casi seis mil años. La promesa en cuanto a la descendencia de Abraham fue dada dos mil años después de la primera promesa, y el cumplimiento de esa promesa vino dos mil años más tarde. Toda la revelación de las Escrituras está relacionada con la simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David. Esta descendencia triple vincula a Cristo como Dios con el hombre, y también a Cristo como hombre con Dios. En otras palabras, esta descendencia hace de Cristo la mezcla, la compenetración, de Dios con el hombre.
Como hemos señalado en el mensaje anterior, la Biblia nos dice que Cristo es solamente la descendencia de tres personas: la mujer (María); Abraham, el patriarca del pueblo escogido de Dios; y David, el que fundó el reino de Israel. Estos tres se mencionan de un modo particular en la genealogía de Cristo en Mateo 1. En el versículo 1 Cristo fue presentado como hijo de David e hijo de Abraham. Esto indica que Cristo es la descendencia de David y la descendencia de Abraham. Luego, al final de la genealogía, Mateo relata que Cristo nació de María (v. 16). El marido de María era José, pero Cristo no nació de José; nació de María. Esto indica que Cristo es simiente de ella, la simiente de la mujer.
El hecho de que Cristo sea la simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David implica categóricamente que Dios se imparte en el hombre. La simiente de la mujer (Gn. 3:15) se refiere a la encarnación de Cristo. Isaías 7:14 confirma la promesa que vemos en Génesis 3:15, y el nacimiento de Cristo en Mateo 1:22-23 y 25 fue el cumplimiento de Isaías 7:14. La encarnación era la impartición de Dios mismo en la humanidad.
La encarnación era Dios nacido en la humanidad. Cuando José, el marido de María, se propuso despedir a María secretamente, un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo que no temiera recibir a María como su mujer, “porque lo engendrado en ella, del Espíritu Santo es” (Mt. 1:20). El Espíritu de Dios, quien es Dios que llega al hombre, había entrado en el vientre de María. En el proceso de la encarnación, Dios se engendró en la humanidad. Con el tiempo, nació un niño, quien fue llamado Dios Fuerte (Is. 9:6). Debido a que era el mismo Dios, también se le llamaba Emanuel, Dios con nosotros (Mt. 1:23). Por medio de la encarnación, Dios entró en la humanidad, y esta entrada en la humanidad era la impartición de Dios mismo en la humanidad.
La impartición de Dios en el hombre es mayor que la creación de los cielos y la tierra, porque la encarnación hace que Dios sea uno con el hombre y que el hombre sea uno con Dios. En la creación Dios creó muchas cosas, y antes de Su encarnación, por todo el Antiguo Testamento, hizo muchos milagros y obras de poder, como por ejemplo dividir el mar Rojo (Éx. 14:21-22). Pero no hay comparación entre estos milagros y la encarnación. La encarnación introdujo a Dios en el hombre.
La regeneración es un evento tan grande como la encarnación. En el caso del Señor Jesús, el que Dios entrara en el hombre era la encarnación; pero en el caso nuestro, el que Dios entre en el hombre es la regeneración. Por medio de la regeneración somos iguales a Cristo; incluso somos pequeños “Cristos”. D. L. Moody una vez dijo que la regeneración es el milagro más grande. Cuando nos arrepentimos y creímos, recibimos al Señor Jesús, y cuando oramos, Dios entró en nosotros. El Nuevo Testamento nos dice claramente: primero, que Dios está en nosotros (Ef. 4:6); segundo, que Cristo está en nosotros (Ro. 8:10; 2 Co. 13:5); y tercero, que el Espíritu está en nosotros (Ro. 8:9). Finalmente, Filipenses 2:13 nos dice que Dios está obrando dentro de nosotros. Cada día Dios está obrando en nosotros. La obra de Dios en nosotros es un gran asunto.
Cristo es la simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David y, como tal, es una descendencia triple y también es una impartición triple. Dios prometió que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente. Éste es el primer aspecto del impartir de Dios.
La promesa que Dios dio a Abraham de que su descendencia sería bendición a todas las naciones era el segundo aspecto de Su impartición. Esta bendición a todas las naciones es el Espíritu. La descendencia de Abraham es Cristo, el postrer Adán (1 Co. 15:45). Este postrer Adán, el Dios-hombre, finalmente se hizo el Espíritu vivificante. Un hombre que fue la descendencia de Abraham llegó a ser Espíritu, el Espíritu vivificante (v. 45). Juan 1:14 revela que la Palabra se hizo carne. Luego, según 1 Corintios 15:45, Cristo, el postrer Adán, se hizo Espíritu vivificante. La primera vez que vemos que Cristo llegó a ser algo fue cuando llegó a ser hombre para introducir lo divino en lo humano. La segunda vez fue cuando Cristo, en calidad del postrer Adán, se hizo el Espíritu para dar vida. A fin de poder impartir a Dios en el hombre, el hombre Jesús tenía que morir y ser resucitado para llegar a ser Espíritu vivificante. ¡Cuán maravilloso es esto!
Cristo como descendencia de David fue engendrado por medio de Su resurrección para ser el Hijo primogénito de Dios y las misericordias firmes de Dios mostradas a David (Hch. 13:33-34). Éste es el tercer aspecto de Su impartición.
En la eternidad pasada el Dios Triuno celebró un concilio divino. En aquella conferencia divina el Dios Triuno determinó un consejo, y este consejo vino a ser Su economía. La intención positiva de la economía de Dios se compone de tres elementos.
El primer elemento de la intención positiva de Dios en Su economía era crear un hombre a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza para que el hombre fuese uno con Dios a fin de que Él se expresara en la humanidad (Gn. 1:26a). Jesús era un hombre en la tierra y, como tal, fue hecho, o creado, a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza. Cristo no solamente nació, sino que también fue creado. Cuando entró en el vientre humano, Cristo se unió con el hombre creado, Adán. Así que, Cristo fue creado a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza. Como seres humanos, todos fuimos engendrados de nuestros padres. Pero no solamente fuimos engendrados; también fuimos creados. Fuimos creados cuando Adán fue creado. Nuestro nacimiento simplemente nos hizo participar de esa creación. De la misma manera, Cristo fue creado a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza para ser uno con el hombre y con Dios.
El hombre fue hecho a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza para que Dios pudiera expresarse en la humanidad. Dios se expresó en la humanidad de Jesús mientras Él estuvo en la tierra por treinta y tres años y medio. Juan 1:18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. Cuando Jesús lloró, expresó a Dios. Cuando se enojó con los fariseos, expresó a Dios. Todo lo hizo expresando a Dios en Su humanidad.
Aunque Dios fue visto en la humanidad del hombre Jesús, esto no era suficiente. Era necesario que el hombre Jesús se duplicara, fuera producido en serie. En la encarnación de Cristo, Dios entró en un solo hombre; pero cuando Cristo se hizo Espíritu vivificante, Dios entró en millones de personas. En el día de Pentecostés, tres mil personas fueron producidas a la vez (Hch. 2:41). Todos estos creyentes fueron hechos pequeños “Cristos”; es decir, fueron la producción en serie de Cristo.
El segundo elemento de la intención positiva de Dios en Su economía era darle al hombre el dominio sobre la tierra y sobre todas las criaturas de la tierra, del agua y de los cielos a fin de que el hombre representara a Dios en Su administración (Gn. 1:26b, 28b). El hombre no sólo debe expresar a Dios, sino también representarle en Su administración. Esto toca el asunto del gobierno de Dios. Los cuatro Evangelios revelan que Jesús no solamente es la expresión de Dios, sino también el representante de Dios. El pequeño hombre Jesús reprendió al viento y calló el mar (Mr. 4:39). Sus discípulos se dijeron: “Pues, ¿quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (v. 41). Él era un humilde nazareno, pero el viento y el mar le obedecían. Esto se debía a que tenía el dominio de Dios; como hombre Él representaba a Dios. El Señor Jesús representaba a Dios, y nosotros también debemos aprender a representar a Dios.
El tercer elemento de la intención positiva de Dios en Su economía era que el hombre le recibiera como su vida y como su elemento constitutivo a fin de que el hombre fuese el complemento del Dios Triuno (Gn. 2:8-9, 22-24). Adán fue creado a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza. Dios formó al hombre con un cuerpo de barro y con el aliento de vida que había procedido de Dios. Este aliento llegó a ser el espíritu del hombre como receptor y recipiente que contiene a Dios. Dios hizo al hombre de esta manera y lo puso en frente del árbol de la vida (v. 9) porque tenía en mente que el hombre le recibiera. Luego, le dijo al hombre que podía comer de todos los árboles del huerto, incluso el árbol de la vida (v. 16). También advirtió al hombre que no comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal (v. 17). El árbol de la vida representa a Dios como vida para el hombre. Si el hombre hubiera comido del árbol de la vida, habría recibido a Dios en su interior. Sin la vida representada por el árbol de la vida, el hombre es un recipiente vacío, un vaso sin contenido. Hoy en día, nosotros como recipientes de Dios tenemos al Dios Triuno como nuestra vida y nuestro contenido. Todos los días esta vida llega a ser nuestro elemento constitutivo.
Hoy Dios está dentro de nosotros como nuestra vida y nuestro suministro de vida. Como nuestro suministro de vida, nos constituye consigo mismo, haciéndose nuestro elemento constitutivo. Cuando comemos alimento, tiene lugar cierta impartición. Una vez comido, después de unas ocho horas, el alimento llega a ser nuestro elemento constitutivo. Cuando los hijos de Israel fueron llevados de Egipto al desierto, no tenían nada que comer. No tenían labranzas para producir alimento, así que cada mañana Dios enviaba el maná de los cielos para que lo comieran. Los hijos de Israel se sostuvieron por el maná durante cuarenta años. Adondequiera que fueron durante esos cuarenta años, allí estaba el maná. Antes de entrar al desierto, los hijos de Israel eran egipcios en su constitución porque todo lo que habían comido era el alimento de la dieta egipcia, que era pescado, pepinos, cebollas verdes, puerros y ajos. Tal comida producía una constitución egipcia dentro de ellos. Pero Dios cambió su constitución dándoles a comer el maná. Al comer el maná por cuarenta años, los israelitas llegaron a ser constituidos de maná. Su constitución cambió mediante lo que comieron.
La intención de Dios en Su economía es que Él mismo llegue a ser la vida del hombre para ser el elemento constitutivo del hombre a fin de que éste sea el complemento de Dios. ¡Qué maravilla que podemos ser el complemento de Dios! Esto es plenamente tipificado como una revelación divina en Génesis 2. Dios creó a Adán (v. 7), edificó una mujer de una de sus costillas (vs. 21-22), le trajo la mujer a Adán, y los dos llegaron a ser una sola carne (vs. 22-24). Eva llegó a ser el complemento de Adán. Hoy nosotros hemos llegado a ser el complemento de Dios, una parte de Dios que le corresponde a Él. Inicialmente, Dios estaba solo; pero no era bueno que estuviera solo (v. 18). Dios necesitaba un complemento. Después de recibir a Dios como su vida para su constitución interior, el hombre llegó a ser el complemento del Dios Triuno.
Según Efesios 4:4-6 el Padre, el Hijo, el Espíritu y el Cuerpo son uno. Esto es la unidad del Cuerpo. Decir que el Padre, el Hijo, el Espíritu y el Cuerpo son uno es perfectamente correcto. El Dios Triuno es tres, pero ahora tiene una cuarta parte, un complemento. Sin embargo, solamente los primeros tres son dignos de nuestra alabanza. El Dios Triuno con Su complemento ahora son cuatro en uno.
La intención positiva de Dios en Su economía consta de los tres elementos anteriormente mencionados. Pero la caída del hombre, como resultado de la tentación del adversario, causó una necesidad negativa. Esta necesidad consta de cuatro elementos.
El primer elemento de la necesidad negativa causada por la caída del hombre es destruir a Satanás —quien es el origen del pecado y el que posee el imperio de la muerte— en la humanidad de Cristo por medio de la muerte (He. 2:14). Satanás no es solamente el enemigo de Dios, sino también Su adversario. Un enemigo es alguien que está por fuera, pero un adversario es uno que está por dentro. La intención de Dios es dar solución a la necesidad negativa del hombre al destruir a Satanás, Su enemigo y adversario.
El segundo elemento de la necesidad negativa del hombre es quitar el pecado por medio de la muerte de Cristo en Su carne (Jn. 1:29; Ro. 8:3). Cristo como Cordero de Dios quitó el pecado del mundo.
El tercer elemento de la necesidad negativa del hombre es anular la muerte por medio de la resurrección de Cristo en Su humanidad (2 Ti. 1:10b; 1 P. 1:3b). En Su humanidad Cristo anuló la muerte por medio de Su resurrección.
El cuarto elemento de la necesidad negativa causada por la caída del hombre es dar fin al viejo hombre que Satanás había corrompido con el pecado que da por resultado la muerte (Ro. 6:6a; 1 Ti. 2:14; Ro. 5:12). Dios no creó al hombre en una condición vieja; Él lo creó en una condición nueva. El hombre vino a ser viejo cuando Satanás entró en él con el pecado que da por resultado la muerte. Estos tres factores —Satanás, el pecado y la muerte— entraron en nosotros corrompiéndonos y haciéndonos viejos. Ser viejo no es asunto de la edad que uno tiene, sino de la condición de uno. Éramos sucios y pecaminosos, y estábamos destinados a morir debido a que teníamos a Satanás, el pecado y la muerte en nosotros. Todo nuestro ser viejo, nuestro viejo hombre, estaba y todavía está envuelto con estas tres cosas. No obstante, mediante la muerte de Cristo en la cruz en Su humanidad, este viejo hombre, corrompido por Satanás con el pecado que da por resultado la muerte, fue terminado.
Cristo, como simiente de la mujer, se hizo cargo de Satanás, el pecado, la muerte y el viejo hombre. La primera estrofa de Himnos, #401 expresa el hecho de que Cristo es el Victorioso sobre Satanás, el pecado, y la muerte:
¡Cristo es el victorioso! Dilo con fervor. ¡De la muerte y del pecado Cristo es Vencedor!
¡Aleluya! ¡Victorioso! Dilo por doquier; Sobre todo enemigo Vencedor es Él.
El pecado y la muerte son el producto de Satanás. El pecado provino de Satanás y resulta en muerte (Ro. 5:12). Sin embargo, Satanás fue destruido por Cristo, el pecado fue quitado por la muerte de Cristo y la muerte fue anulada por la manifestación de Cristo en la carne. Además, nuestro viejo hombre, que fue corrompido por Satanás, el pecado y la muerte, llegó a su fin al ser crucificado juntamente con Cristo. Todos estos elementos estaban incluidos cuando la simiente de la mujer hirió la cabeza de la serpiente. Éstos son los logros de Cristo, la simiente de la mujer.
Cristo, como descendencia de Abraham, postrer Adán y Dios-hombre, se hizo el Espíritu vivificante, el Espíritu de Cristo, el Espíritu consumado que mora en nosotros, el Espíritu divino procesado y compuesto con la humanidad de Cristo, con Su muerte y la eficacia de la misma, y con Su resurrección y el poder de la misma, esto es, el Espíritu único y todo-inclusivo, el Espíritu (como la totalidad de la bendición del evangelio completo de Dios en Cristo), para impartirse en nosotros como la corporificación de Dios y como vida para que seamos regenerados, transformados y conformados a la imagen gloriosa de Cristo, el Hijo primogénito de Dios (1 Co. 15:45; Ro. 8:9b, 11; Ap. 22:17a; Jn. 3:5-6; 2 Co. 3:17-18; Ro. 8:29).
El primer hombre, Adán, no era un Dios-hombre. Pero el postrer Adán era un Dios-hombre, un hombre totalmente envuelto con el elemento de Dios. Como postrer Adán, Cristo murió y resucitó, y mediante la muerte y la resurrección se hizo el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Es significativo que Pablo puso el adjetivo vivificante con la palabra Espíritu. Podríamos traducir el adjetivo vivificante con la frase que imparte vida. Cristo ha llegado a ser el Espíritu que imparte vida. Puesto que la vida es Dios mismo corporificado en Cristo, este Espíritu que imparte vida también imparte o da a Dios, es el Espíritu que imparte a Dios en nosotros. Esto está implícito en la descendencia de Abraham, y no en la simiente de la mujer (Gá. 3:14, 16). Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador, ha llegado a ser el Espíritu que da vida, el Espíritu que imparte a Dios.
Cristo como Espíritu vivificante es también el Espíritu de Cristo. Él no es sólo el Espíritu de Dios, sino también el Espíritu de Cristo. Esto es el Espíritu consumado que mora en nosotros. La palabra consumado implica un proceso. Así que, el Espíritu consumado que mora en los creyentes es el Espíritu que ha pasado por un proceso a fin de prepararse para morar en nosotros. El Espíritu de Dios no podía morar en nosotros sin ser procesado. Para poder morar en nosotros, el Espíritu de Dios pasó por la encarnación, el vivir humano, la muerte y la resurrección, pasos de un largo proceso. Ahora, con base en este proceso, Él es plenamente apto para morar en nosotros. El que more en nosotros es una gran cosa.
Los pasos de encarnación, vivir humano, muerte y resurrección son un verdadero proceso. En el proceso de la encarnación, Dios mismo fue confinado en el vientre de María por nueve meses. Luego, después de Su nacimiento, continuó el proceso pasando por el vivir humano por treinta y tres años y medio. De esta manera el vivir humano fue incluido en el largo proceso de Su encarnación. Luego, pasó por la muerte y recorrió la muerte, permaneciendo en la esfera de la muerte por tres días. Luego, entró en el proceso de resurrección. Después de Su glorificación en resurrección (Lc. 24:26), el proceso del Dios Triuno fue completado, y el día de la resurrección Él regresó a Sus discípulos y con Su soplo impartió el Espíritu en ellos (Jn. 20:22). Antes que Jesús fuera glorificado en resurrección, aún no había el Espíritu, quien es el Espíritu de Cristo y el Espíritu vivificante (Jn. 7:39). Después de la resurrección de Cristo, el Espíritu, el Espíritu divino, fue procesado formando un compuesto con la humanidad de Cristo, con Su muerte y la eficacia de ésta, con Su resurrección y el poder de la misma. El ungüento compuesto de Éxodo 30:23-25 es un tipo definido del Espíritu único y todo-inclusivo, quien es el Espíritu. Este Espíritu es la totalidad de la bendición del evangelio completo de Dios en Cristo.
Los ocho elementos de bendición, que son el postrer Adán, el Dios-hombre, el Espíritu vivificante, el Espíritu de Cristo, el Espíritu consumado que mora en nosotros, el Espíritu divino, el único y todo-inclusivo Espíritu y el Espíritu, están estrechamente relacionados con Cristo en calidad de descendencia de Abraham. Si uno tiene al Cristo que es la descendencia de Abraham, está capacitado para ser bendecido con estos ocho elementos. Aunque Confucio era un gran maestro de la moralidad, no tenía los requisitos necesarios para recibir esta bendición óctuple. Solamente los verdaderos cristianos regenerados y transformados están calificados para disfrutar estas bendiciones. Es con este Espíritu vivificante, por Él, en Él y mediante Él que estamos calificados. Este Espíritu es la totalidad de la bendición del evangelio completo de Dios en Cristo. Cristo se hizo el Espíritu vivificante para impartirse en nosotros como corporificación de Dios y como vida a fin de que seamos regenerados, transformados, y conformados a la imagen gloriosa de Cristo, el Hijo primogénito de Dios.
Cristo, como descendencia de David, el rey ungido por Dios, fue engendrado por medio de Su resurrección para ser el Príncipe (el Rey) en Su humanidad a fin de que tomemos parte en Su reinado para la administración de Dios (Lc. 1:31-32; Hch. 13:33-34; 5:30b-31a; 2 Ti. 2:12a; Ap. 20:4, 6). Si leemos Hechos 13:33 y recibimos luz del Señor, podemos ver claramente que la resurrección fue un nacimiento para Cristo. Él era el Hijo unigénito de Dios (Jn. 3:16), pero en resurrección nació para ser el Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29; He. 1:5-6).
Cuando Cristo como descendencia de David llegó a ser el Hijo primogénito en resurrección, Él llegó a ser las misericordias firmes de Dios (Hch. 13:33-34 véase la nota 1, v. 34). También llegó a ser el Príncipe, es decir, el Rey, en Su humanidad para que nosotros tomemos parte en Su reinado para la administración de Dios (5:30b-31a; véase la nota 2, v. 31). Esto es el cumplimiento del segundo elemento de la intención positiva de la economía de Dios, la cual consiste en darle al hombre el dominio de Dios para que represente a Dios en Su administración.
Para poder vencer a Satanás, el pecado y la muerte, dar fin al viejo hombre, participar de la bendición del Espíritu de Cristo, bendición que todo lo abarca, y tomar parte en el reinado de Cristo, necesitamos por lo menos seis elementos. Éstos abarcan todos los mandatos dados a los creyentes en el Nuevo Testamento.
En primer lugar, necesitamos ser identificados con el Cristo todo-inclusivo, quien es la descendencia triple en Su humanidad, en Su muerte, en Su resurrección y en Su ascensión, para que podamos ser uno con Él, incluso un espíritu con Él (Ro. 6:3-5; Ef. 2:6; 1 Co. 6:17). De esta manera somos uno con el Dios Triuno.
En segundo lugar, tenemos que vivir en la resurrección de Cristo por medio de Su cruz (Fil. 3:10). Cada día debemos andar y vivir bajo la sombra de la cruz. Debemos siempre permanecer bajo la cruz, no haciendo nada de modo natural. Entonces tendremos la experiencia de la resurrección de Cristo.
En tercer lugar, tenemos que vivir a Aquel que es el Cristo pneumático por la abundante suministración de Su Espíritu (1:19b-21a). El Cristo pneumático tiene una suministración: el Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de Jesucristo tiene la abundante suministración para sustentarnos a fin de que podamos vivir al Cristo pneumático, quien no está en la carne, sino en el espíritu, en el pnéuma.
En cuarto lugar, tenemos que ser llenos del Espíritu interior y exteriormente, y tenemos que vivir y andar conforme al Espíritu en nuestro espíritu (Hch. 13:52; 4:31b; Gá. 5:16, 25; Ro. 8:4b). Ser lleno interiormente es recibir el llenar interior del Espíritu, y ser lleno exteriormente es experimentar el derramamiento del Espíritu.
En quinto lugar, tenemos que vencer el individualismo, el sectarismo y el cristianismo, y tenemos que vivir la vida del Cuerpo de Cristo (Ap. 2:26-27; 3:21). Debemos vencer todo tipo de “ismo”, incluyendo el cristianismo y el “iglesismo”. También tenemos que aprender a vivir la vida del Cuerpo de Cristo.
En sexto lugar, tenemos que recibir la impartición constante y oportuna de Dios al orar sin cesar y sin apagar al Espíritu (1 Ts. 5:17, 19). Cuando lleguemos a ser tales personas, venceremos a Satanás, el pecado y la muerte, experimentaremos el fin del viejo hombre, participaremos de la bendición del Espíritu de Cristo que todo lo abarca y tomaremos parte en el reinado de Cristo. Esto es lo que experimentamos mediante la impartición del Dios Triuno que viene a nosotros diariamente y momento a momento.