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Mensajes del libro «Tener contacto con el Senor, ser llenos en el espíritu y celebrar reuniones cristianas apropiadas, con miras a la realización del propósito eterno de Dios»
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CAPÍTULO DOS

CÓMO TENER CONTACTO CON EL SEÑOR

  Lectura bíblica: Ro. 9:23; Jn. 6:51; 7:37-38; 2 Co. 13:14; Mt. 28:19; 1 Co. 15:45; Jn. 20:22; 2 Co. 3:17; Jn. 6:63

EL HOMBRE FUE CREADO COMO UN VASO PARA CONTENER A DIOS

  El propósito eterno de Dios, Su pensamiento central, es forjarse en nosotros y ser nuestra vida hasta el grado de llegar a ser todo para nosotros. Para lograr este propósito, Dios creó al hombre como un vaso (Ro. 9:23). Un vaso es hecho con el propósito de contener algo; por tanto, un vaso tiene que ser lleno de alguna sustancia porque fue creado con dicha finalidad. Puesto que el hombre fue creado como un vaso, debemos inquirir con respecto al contenido para el cual el hombre fue creado. ¿De qué se supone que el hombre debía ser lleno? El hombre fue hecho para contener a Dios. Nosotros somos contenedores de Dios, y Dios debe ser nuestro contenido. A esto se debe que con frecuencia los seres humanos tengan una sensación de estar vacíos interiormente. Nos sentimos vacíos debido a que fuimos creados para contener a Dios y, si Dios no mora en nosotros, somos como vasos vacíos. Es por eso que debemos creer en el Señor Jesús. Creer en el Señor Jesús no consiste solamente en creer que Él es nuestro Salvador; creer en el Señor Jesús equivale a recibirle en nuestro espíritu (Jn. 1:12). Cuando creemos en el Señor Jesús, Dios en Cristo como el Espíritu entra en nuestro espíritu y comienza a morar en nuestro interior. Somos contenedores, y el Dios Triuno —el Padre en el Hijo como el Espíritu— es nuestro contenido. Como nuestro contenido, el Dios Triuno anhela llenarnos completamente de Él a fin de llegar a ser nuestra vida y el todo para nosotros. Cuando seamos completamente llenos de Dios, Él será nuestro contenido y nosotros estaremos satisfechos.

SER LLENOS DE DIOS AL COMERLE Y BEBERLE

  Después que creemos en el Señor Jesús y le recibimos en nuestro interior, podemos ser llenos de Él al comerle y beberle. El Evangelio de Juan revela que el Señor es tanto el pan celestial del cual nos alimentamos, como el agua viva de la cual bebemos (6:51; 7:37-38). Mateo 4:4 también dice que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. La palabra de Dios es la expresión de Dios mismo. Por tanto, ingerir la palabra de Dios equivale a ingerir a Dios mismo.

DIOS ES TRIUNO A FIN DE QUE PODAMOS SER PARTÍCIPES DE ÉL

  El Señor mora en todos aquellos que han creído en Él (Ro. 8:10; 2 Co. 13:5). Puesto que hemos recibido al Señor en nuestro ser, la pregunta es: “¿Cómo podemos, a diario y en todo momento, participar del Señor disfrutándole como nuestro alimento, nuestra bebida y nuestro suministro de vida?”. Ésta es la pregunta que hemos de plantearnos en este mensaje. Esta pregunta en sí es misteriosa, divina, celestial, espiritual y eterna; sin embargo, la respuesta es bastante sencilla. Si hemos de comprender cómo participar del Señor al disfrutarle incesantemente como nuestro alimento, nuestra bebida y suministro de vida, es imprescindible ver que Dios es triuno.

  La Biblia revela que Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu (2 Co. 13:14), pero esto no significa que haya tres Dioses. Solamente hay un Dios (1 Co. 8:4), pero este único Dios es tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Él es el Dios Triuno. Podemos ver esto en Mateo 28:19 donde dice: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. El Señor nos encargó ir y hacer discípulos a todas las naciones. Con respecto a las personas de las diversas naciones que reciben al Señor, el Señor nos instruyó que las bautizáramos “en el nombre”. Fíjense que aquí el Señor no usó la forma plural, según la cual nos hubiera encargado bautizar en los nombres, sino que Él usó la forma singular: el nombre. Así pues, los tres de la Trinidad Divina —el Padre, el Hijo y el Espíritu— tienen un solo nombre. Ellos son tres, pero tienen un solo nombre. Esto es claro indicio de que Dios es triuno.

  Si bien con ciertas limitaciones, el agua puede ser un ejemplo muy ilustrativo de la Trinidad Divina. Supongamos que tenemos un gran pedazo de hielo. El hielo es algo muy sólido; sin embargo, si dejamos este pedazo de hielo al sol, después de una hora se habrá convertido en agua; más aún, si ese depósito de agua permanece expuesto al sol, después de un día de calor el agua se habrá evaporado. Así pues, en el curso de un mismo día, habremos visto hielo, agua y vapor; pero, ¿acaso podríamos afirmar que se trata de tres cosas diferentes? No podemos decir esto debido a que se trata de una misma sustancia en tres formas distintas, es decir, en forma de hielo, agua y vapor.

  Este ejemplo puede servirnos de ilustración en cuanto a la manera en que llegamos a ser partícipes del Dios Triuno. Si usted tiene un gran pedazo de hielo, le será muy difícil ingerirlo, pero si deja que el hielo se derrita y se convierta en agua, a usted le será fácil beberla. Luego, si deja que el agua se convierta en vapor, le será mucho más fácil recibirlo, pues cuando el agua esté en forma de vapor, usted fácilmente podrá inhalarlo. Por tanto, podemos afirmar que a fin de que seamos partícipes de esta sustancia, el agua tiene que pasar por tres etapas. En la primera etapa es hielo; en la segunda, agua; y en la tercera, vapor. De manera similar, nuestro Dios ha pasado por un proceso de tres etapas, con la finalidad de estar a nuestra disposición y hacer que seamos partícipes de Él y le recibamos en nuestro ser. En la primera etapa, Dios el Padre es la fuente, el manantial, de la Trinidad Divina (cfr. Sal. 36:9; Jer. 2:13). En la segunda etapa, Dios el Hijo es la corporificación del Dios Triuno y Su expresión (Col. 2:9; Jn. 1:18). Por medio de la encarnación, el Dios Triuno en Su totalidad en la persona del Hijo, se hizo carne (1:1, 14) a fin de introducir a Dios en el hombre y efectuar nuestra redención mediante Su crucifixión. En la tercera etapa, Dios el Espíritu hace al Hijo —la corporificación del Padre— real para nosotros (14:16-20, 10). En Su resurrección, el Hijo —en Su condición de postrer Adán, un ser humano en la carne— se convirtió en el Espíritu vivificante para llegar a ser la consumación del Dios Triuno procesado (1 Co. 15:45). Este Espíritu vivificante y todo-inclusivo es como el vapor de agua y, por ello, podemos inhalarlo (Jn. 20:22).

  Debido a que el Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17), podemos participar de Él sin estar limitados por el tiempo o el espacio. Dondequiera que estemos y cuando así lo deseemos, podemos simplemente inhalarlo a Él. Todo lo que necesitamos hacer es “sintonizar” nuestro corazón y nuestro espíritu para captarlo a Él. Me valgo del término “sintonizar” debido a que el Espíritu también puede compararse a ondas de radio que viajan por el aire. Siempre que nuestro corazón y nuestro espíritu se hallan en sintonía con Él, percibimos que Él está obrando en nuestro interior. El Espíritu Santo viene a nosotros y toca nuestro corazón. Es necesario que todos tengamos tal experiencia. Cada vez que nos arrepentimos, confesamos nuestros pecados, volvemos nuestro corazón al Señor con toda sinceridad y creemos en Él, entonces percibimos que Él opera en nuestro interior. En esto consiste la obra que el Espíritu lleva a cabo en nuestro interior.

  Así pues, en cuanto a la ilustración del hielo, el agua y el vapor, el Espíritu es como el vapor. Al respecto, podemos afirmar que el Espíritu es la última “forma” que toma el Dios Triuno. El Espíritu, pues, es la consumación del Dios Triuno y hoy en día es muy fácil para nosotros inhalarlo. Cuando nuestro corazón se halla en sintonía con Él, Él se transmite a nuestro espíritu y, entonces, percibimos que Él está obrando en nuestro interior; incluso a veces tenemos el sentir de que Él nos habla desde nuestro interior. Tales palabras no proceden de afuera, sino de nuestro interior. Esas palabras representan la divina visita del Dios Triuno. Dios el Padre viene a nosotros en la persona de Dios el Hijo como Dios el Espíritu.

CÓMO RELACIONARNOS CON EL DIOS TRIUNO, TENER CONTACTO CON ÉL Y DISFRUTARLE

  Es maravilloso que esta persona divina more en nosotros. El propio Dios Triuno, el Dios del universo, mora en nuestro interior y jamás nos dejará. La cuestión, ahora, es cómo relacionarnos con Él. ¿Cómo nos relacionamos con el Dios Triuno, tenemos contacto con Él y disfrutamos de esta persona maravillosa que mora en nuestro ser? ¿Cómo le tomamos como nuestra vida y cómo Él llega a ser todo para nosotros de una manera concreta en nuestra vida diaria? Este hecho, que el Dios Triuno mora en nosotros, no es un asunto doctrinal, sino más bien, un hecho muy real y de consecuencias prácticas. Por tanto, hemos de considerar cómo relacionarnos con Él, cómo tener contacto con Él y cómo disfrutar de Él en nuestro interior.

Amándole

  Lo primero que tenemos que hacer es amar al Señor. Según el Evangelio de Juan, el Señor no exige de nosotros que realicemos una serie de actividades; más bien, Él pide de nosotros dos cosas: que creamos en Él y le amemos. Después de resucitar de entre los muertos, el Señor le preguntó a Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?”. Más tarde, el Señor le preguntó a Pedro dos veces más: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” (21:15-17). Creo firmemente que hoy en día el Señor nos está haciendo la misma pregunta. ¿Amamos al Señor? ¡Qué lamentable sería que no le amáramos! Todos nosotros tenemos que amar al Señor. Tengo la firme convicción de que en cada creyente existe el anhelo de amar al Señor. Incluso los creyentes que se descarrían tienen este anhelo y algunos de ellos, de hecho, poseen cierta medida de amor por el Señor en sus corazones. En todos nosotros existe tal anhelo y tal amor. Es posible que nuestro amor por el Señor sea escaso, pero aun cuando nuestro amor sea escaso, ello es suficiente; esa escasa medida de amor es como una semilla que habrá de crecer. Todos nosotros tenemos que amar al Señor. He tenido la oportunidad de visitar muchos lugares alrededor del mundo y he podido observar que todo cristiano se siente llamado, incluso urgido, a amar al Señor. En todos y cada uno de nosotros existe tal clase de sentimiento en lo profundo de nuestro ser: algo que nos urge e insta a amar al Señor. Tenemos que hacer caso a dicho sentimiento y responder a esta voz interna. Tenemos que responder a este llamado y decirle al Señor: “Señor, tengo que amarte y te amo, pero mi amor por Ti es todavía muy escaso. Haz que te ame más”. Todos nosotros debemos orar al Señor con respecto a nuestro amor por Él.

Consagrándonos a Él

  Además de amar al Señor, debemos consagrarnos a Él. Por lo menos una vez en nuestra vida tenemos que consagrarnos al Señor de una manera definida. Todos tenemos que enfrentar esta encrucijada crítica. Si jamás nos hemos consagrado al Señor de una manera definida, tenemos que hacerlo ahora. Tenemos que ir al Señor y decirle: “Señor, Tú me compraste. Me compraste con Tu preciosa sangre. Fui rescatado y redimido por Ti. Soy Tuyo. Te pertenezco a Ti; así pues, me entrego a Ti. Debido a que te amo, me consagro a Ti”. Es probable que muchos de nosotros hayamos hecho esto antes, pero si ya pasaron algunos años desde la última vez que usted se consagró al Señor, entonces tiene que hacerlo nuevamente; debemos renovar nuestra consagración. Después de consagrarnos al Señor, Él encontrará cabida en nuestro ser. El Señor hallará cabida en nosotros y comenzará a operar en nuestro interior y a hablarnos. Además, percibiremos que ahora sí podemos tener contacto con Él y disfrutar de comunión con Él.

Leyendo y orando la Palabra en el espíritu

  Además de amar al Señor y consagrarnos a Él, tenemos que dedicar tiempo a la Palabra de Dios. Cada mañana debemos abrir Su Palabra. No es necesario leer mucho; simplemente debemos acudir a la Palabra y leerla con todo nuestro corazón y ejercitando nuestro espíritu. Tal vez sepamos leer la Palabra ejercitando nuestra mente, e incluso sepamos leerla con todo nuestro corazón, pero ¿sabemos cómo leer la Palabra ejercitando nuestro espíritu? En 2 Corintios 3:17 dice que el Señor es el Espíritu, y Juan 6:63 revela que las palabras del Señor son espíritu. Así pues, leer la Palabra ejercitando nuestro espíritu significa que, al acudir a la Palabra, es necesario tener contacto con ella valiéndonos de la parte más profunda de nuestro ser. Tenemos que tocar la Palabra con lo más profundo de nuestro ser, y no debemos solamente entenderla, sino, además, percibirla. No solamente debemos ejercitar nuestra mente para comprender la Palabra y amarla con todo nuestro corazón, sino que también tenemos que percibirla con nuestro espíritu. Existe una gran diferencia entre leer la Palabra y leer el periódico. Para leer el periódico, sólo se requiere que ejercitemos nuestros ojos y nuestra mente a fin de ver las palabras y entenderlas. Pero para leer la Palabra apropiadamente, se requiere de algo más que eso. Para leer la Palabra apropiadamente es necesario que también la amemos de corazón y que la toquemos y la percibamos con nuestro espíritu.

  Es probable que percibir la Palabra sea un asunto que muchos no conozcan. Tal vez algunos se pregunten qué queremos decir con esto y cómo es que podemos ejercitar nuestro espíritu para percibir la Palabra. Percibir la Palabra con nuestro espíritu no solamente requiere que leamos la Palabra, sino que, además, la oremos. Después de leer un versículo o dos, debemos dedicar algún tiempo a orar dichos versículos y a orar con respecto a ellos. Por ejemplo, supongamos que leemos Lucas 18:19, que dice: “Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno, Dios”. Después de leer este versículo, debemos orar en conformidad con el mismo. Podemos orar, por ejemplo: “Señor, Tu Palabra dice que nadie es bueno. Por tanto, yo no soy bueno. Nadie es bueno excepto Dios mismo. Señor, te alabo. Tú eres el único que es bueno. No hay nada en mí que sea bueno”. Después de orar así, quizás continuemos orando y digamos: “Señor, puesto que no hay nada bueno en mí, por favor sálvame de confiar en mí mismo y enséñame cómo disfrutar de Ti y confiar en Ti. Tú eres el único que es bueno”. Al orar la Palabra y en conformidad con ella, ejercitaremos nuestro espíritu; y si ejercitamos nuestro espíritu de esta manera, percibiremos al Señor en Su Palabra. En lugar de meramente leer la Palabra ejercitando nuestra mente, podemos ejercitar también nuestro espíritu, al orar de acuerdo con la Palabra. Podemos orar así: “¡Oh Señor! No hay nadie en este universo que sea bueno excepto Dios. Dios es el único que es bueno”. Por supuesto, debemos entender lo que este versículo significa, pero aun más, debemos amar este versículo con todo nuestro corazón y ejercitar nuestro espíritu para tener contacto con el Señor en este versículo. Es decir, inmediatamente debemos convertir nuestra lectura en una oración y orar diciendo: “¡Oh, Señor! ¡Esto es maravilloso! Nadie es bueno. Ni siquiera yo soy bueno. Sólo Tú eres bueno. Señor, doy gracias porque Tú eres el único que es bueno. Concédeme percatarme de que no soy bueno y que en mí no hay nada bueno. Sálvame de poner alguna confianza en mí mismo y sálvame de confiar en mí mismo. Enséñame a confiar en Ti, a tomarte como mi vida y a vivir por Ti. Tú eres el único que es bueno”. Es así como debemos acudir a la Palabra: convirtiendo nuestra lectura en oración. Al hacer esto, ejercitamos nuestro espíritu y tenemos contacto con el Señor en Su Palabra. Ésta es la manera más sencilla y más eficaz de leer la Palabra.

  Todo creyente debe realizar una lectura rápida de toda la Biblia por lo menos una vez con el fin de obtener una visión panorámica de toda la Biblia en su conjunto. Después de realizar esta lectura rápida de toda la Biblia, uno debe volverla a leer y digerir cada versículo pausadamente, uno a uno. La primera clase de lectura puede compararse a visitar un supermercado para comprar una gran cantidad de alimentos que, luego, llevaremos a casa y guardaremos en la despensa. La segunda clase de lectura puede asemejarse al acto de cocinar e ingerir esos mismos alimentos, poco a poco y diariamente. Cada día debemos ingerir algunos alimentos en el desayuno, otro tanto en el almuerzo y otro poco en la cena. Asimismo, es necesario que todos los días asimilemos un poco de la Palabra en nuestro ser. De ser posible, al levantarnos cada mañana, debemos dedicar un tiempo para tener contacto con el Señor leyendo Su Palabra de manera viviente. Todos los días debemos dedicar unos diez minutos para acudir al Señor temprano por la mañana. En esos diez minutos no es necesario leer muchos versículos, ni tampoco es necesario meditar mucho en aquello que leemos; más bien, debemos leer unos cuantos versículos y orar con respecto a ellos. Al ingerir un poco de la Palabra cada día, la palabra de Dios será nuestro alimento y viviremos por ella.

  Si oramos la Palabra todos los días, sentiremos la presencia del Señor y la unción del Espíritu Santo. Además, aprenderemos a orar valiéndonos de nuestro espíritu. En el pasado, quizás hayamos orado únicamente de acuerdo con lo que nos viene a la memoria o dirigidos por nuestros propios pensamientos; pero al orar unos cuantos versículos todos los días, aprenderemos a orar ejercitando nuestro espíritu. Orar valiéndonos de nuestro espíritu equivale a orar respondiendo a nuestro sentir interno. Es decir, en lugar de orar conforme a lo que recordamos o lo que pensamos, oramos según el sentir que tenemos en lo profundo de nuestro ser. Podemos dar un ejemplo al respecto. Supongamos que la madre de cierto hermano se enferma. Probablemente este hermano esté preocupado por su madre, pero cuando acude al Señor, él tiene que olvidarse que su madre está enferma; tiene que olvidarse de todo lo demás y simplemente acudir al Señor, orando no según lo que ocupe su mente, sino conforme a la Palabra y regido por el sentir procedente de lo más profundo de su ser. Así pues, él debe orar según su sentir interno, y no según su memoria. Si él lo hace así, cuanto más ore, más claramente percibirá la presencia del Señor. Finalmente, mientras está en presencia del Señor, el Señor que mora en él le recordará orar por su madre. Entonces, cuando este hermano ore por su madre, su oración no procederá de su yo, sino del Señor que mora en él.

  Al leer la Palabra y orar al Señor de este modo, podemos tener contacto con el Señor y el Señor puede tener contacto con nosotros. El Señor podrá decirnos muchas cosas, introducirnos en Su presencia, iluminarnos y mostrarnos todas nuestras flaquezas, faltas e impurezas. Cuando Él nos muestre estas cosas, tendremos que confesar nuestros pecados delante de Él. Entonces, Él nos lavará con Su sangre preciosa y limpiará nuestra conciencia, haciendo que ésta sea diáfana y pura. Como resultado de ello, tendremos nuestra conciencia completamente en paz, y nuestro espíritu estará lleno de vida y será prevaleciente. En consecuencia, la unción viviente obrará en nosotros a lo largo del día. Podremos disfrutar de comunión ininterrumpida con el Señor y conversar con Él continuamente y, al hacer esto, poco a poco seremos llenos del Señor hasta que todo nuestro ser sea lleno del Espíritu Santo. ¡Esto es verdaderamente maravilloso!

  Las hermanas saben que la mejor manera de hacer que sus hijos crezcan es alimentándolos. Nosotros los cristianos también crecemos al ser alimentados. Crecemos al alimentarnos del Señor, y nos alimentamos del Señor al leer Su Palabra de una manera viviente y al orar al Señor valiéndonos de Su Palabra. Esto no es un asunto doctrinal; pero si lo convertimos en tal, entonces no nos será de beneficio alguno. Lejos de ser una cuestión doctrinal, lo que les hemos dicho al respecto son, más bien, instrucciones prácticas que debemos ejecutar. Todos debemos esforzarnos por poner esto en práctica. Cada mañana nos debemos esforzar por levantarnos unos quince minutos antes de lo que acostumbramos. Entonces, podremos tomar estos quince minutos para pasar un tiempo a solas con el Señor y leer Su Palabra. Podemos leer por lo menos uno o dos versículos, y un máximo de nueve o diez versículos. Podemos leer silenciosamente con un corazón sincero y orar sobre lo que hemos leído. De hecho, incluso podemos orar utilizando las mismas palabras que hemos leído. Después, debemos dedicar algún tiempo a orar con denuedo en conformidad con nuestro sentir interno. Si seguimos estas instrucciones, verdaderamente tendremos contacto con el Señor. Ciertamente sería maravilloso dedicar más tiempo a ello, pero debemos dedicar por lo menos quince minutos a leer la Palabra y a orar al Señor de esta manera.

  Si todas las mañanas dedicamos quince minutos a tener contacto con el Señor de esta manera, se producirán muchos resultados. Experimentaremos el ser llenos del Espíritu Santo y el derramamiento del mismo, y los dones, la luz, la vida y el poder espirituales fluirán de nuestro interior. Cuando los niños se alimentan apropiadamente, experimentan cambio y crecimiento todos los días. Sin embargo, en nuestros días, los cristianos no experimentan ningún cambio debido a que padecen de malnutrición espiritual. La mayoría de los cristianos se limita simplemente a venir a “la iglesia” y a asistir a la reunión para solamente “calentar bancas”. De vez en cuando, ellos tienen la oportunidad de orar un poco, y cuando lo hacen, oran de acuerdo con su entorno, según las circunstancias que enfrentan, conforme a lo que se recuerdan o como les dicte su mente natural. La mayoría de los cristianos simplemente no sabe cómo ejercitar su espíritu. Incluso cuando leen la Palabra, ellos ejercitan únicamente sus mentes y, como resultado de ello, retienen una serie de ideas bastante peculiares. Nuestro objetivo al leer la Palabra, sin embargo, no es que se nos ocurra alguna idea peculiar, sino tener contacto con el Señor.

  El Señor es el Espíritu, y el Señor está en Su Palabra. Por tanto, cuando oramos y leemos la Palabra, no lo hacemos para obtener conocimiento, doctrinas y enseñanzas, sino para tener contacto con el Señor y alimentarnos de Él. Es necesario que nos alimentemos del Señor por medio de Su Palabra y tengamos contacto con Él mediante oraciones prevalecientes; de esta manera, Él nos hablará, nos será revelado y nos traerá a la luz, poniendo en evidencia nuestra verdadera condición. Sólo entonces verdaderamente conoceremos al Señor y nos conoceremos a nosotros mismos. Además, experimentaremos al Señor, le disfrutaremos y seremos llenos de Él. Esto hará que crezcamos y nos sean impartidas muchas bendiciones. Si todos los días dedicamos quince minutos a leer la Palabra y a tener contacto con el Señor, entonces, después de unas cuantas semanas, incluso las reuniones de la iglesia cambiarán. Éstas se harán más ricas, prevalecientes, poderosas y vivientes, y en una atmósfera así, muchos pecadores serán llevados a la presencia del Señor. El secreto, la clave, para todas estas cosas maravillosas es tener contacto con el Señor leyendo la Palabra y orando de manera prevaleciente.

  En algunos de los lugares que he visitado, he pedido a los hermanos que firmen un documento en el que prometen tomar por lo menos quince minutos cada mañana para pasar un tiempo a solas con el Señor. Después que los hermanos que están dispuestos a hacer esto han firmado tal documento, yo lo guardo y después de dos semanas escribo una carta a cada uno de ellos preguntándoles si han cumplido su promesa. Con frecuencia he recibido respuestas en las que me cuentan lo maravilloso que han sido sus experiencias al respecto. Espero que todos nosotros tomemos la determinación de pasar un tiempo a solas con el Señor cada mañana, a fin de leer Su Palabra y orar a Él con denuedo. Debemos decirle al Señor: “Señor, te amo; así que, a partir de mañana procuraré levantarme un poco más temprano para pasar un tiempo contigo, leer Tu Palabra y orar de manera viviente y renovada”. ¡Quiera el Señor que todos nos esforcemos por poner esto en práctica!

SESIÓN DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS

  Pregunta: ¿Tiene algún significado particular pasar este tiempo con el Señor en las mañanas? ¿Existe alguna razón en particular por la cual usted menciona específicamente las mañanas?

  Respuesta: El entorno y las circunstancias que enfrentamos son diferentes; por tanto, para algunos creyentes les es muy difícil pasar este tiempo con el Señor en la mañana. Si éste es el caso, debe pasar este tiempo con el Señor en la noche. Hacer esto en la noche es mejor que simplemente no hacerlo. Sin embargo, hay una razón por la cual les animo a pasar este tiempo en la mañana. Por las mañanas, todo es más fresco y nuevo. Por las noches, después de haber laborado todo el día, probablemente usted se sentirá cansado y, por tanto, le resultará difícil tener contacto con el Señor de manera fresca y viviente. Alguien una vez le preguntó a Jorge Müller por qué era necesario pasar un tiempo con el Señor en la mañana, a lo cual Müller respondió que en el Antiguo Testamento a los hijos de Israel se les instruyó que la parte del sacrificio destinada para el Señor debía ser la grosura y no el estiércol (Éx. 29:13-14; Lv. 4:8-12). Müller continuó diciendo que pasar tiempo con el Señor al anochecer era como ofrecerle el estiércol al Señor, pero que pasar tiempo con el Señor por la mañana era como ofrecerle la grosura. Esto es así porque las horas de la mañana son las mejores. En el Antiguo Testamento vemos que los hijos de Israel tenían que recolectar el maná todos los días mientras estuviesen en el desierto. ¿A qué hora les dijo Jehová que debían recolectar el maná? Él les dijo que debían hacerlo por la mañana. La Biblia entera está llena de ejemplos de personas que buscaban más del Señor y que se levantaban muy temprano cada mañana a fin de tener contacto con Él (Gn. 19:27; 21:14; 22:3; 28:18; Éx. 8:20; 9:13; 24:4; 34:4; Jos. 3:1; 6:12; 7:16; 8:10; Jue. 6:38; 1 S. 1:19; 15:12; 17:20; Job 1:5; Mr. 16:9; Lc. 24:22; Jn. 20:1; Hch. 5:21).

  En el Lejano Oriente, durante estos últimos años hemos hecho hincapié en la necesidad de pasar tiempo con el Señor en la mañana. Le llamamos a este tiempo “vigilia matutina”. Todo cristiano debiera levantarse muy temprano cada mañana a fin de practicar la vigilia matutina, pasando un tiempo con el Señor en el que lee la Palabra y ora. Si hacemos esto, el Señor nos hablará a cada uno de nosotros y las iglesias mejorarán significativamente.

  Pregunta: ¿Es el Señor quien está esperando que nosotros actuemos o somos nosotros los que debemos esperar que el Señor actúe?

  Respuesta: Tenemos que darnos cuenta de que el Señor ha estado esperando por nosotros durante generaciones. Por tanto, si comprendemos que somos vasos y que el Señor desea llenarnos de Él mismo, deberíamos tomar la iniciativa de tener contacto con Él. El Señor quiere que seamos llenos de Él, pero nosotros debemos cooperar con Él. Cooperamos con Él amándole, consagrándonos a Él y teniendo contacto con Él al leer Su Palabra todos los días. El mejor momento para hacer esto es por la mañana. Si así lo hacemos, creceremos en el Señor rápidamente.

  Durante los primeros siete años de mi vida cristiana, no hice ningún progreso. Asistía a las reuniones cristianas cinco veces por semana —el día del Señor asistía mañana, tarde y noche a las reuniones, y los martes y jueves me reunía por las noches— y, además, ejercitaba mi mente con diligencia en el estudio de las Escrituras. Aun así, durante esos años no logré progreso alguno. Entonces, después de siete años en los que permanecí estancado espiritualmente, en un solo año hice grandes progresos. ¿Cómo sucedió esto? Esto sucedió debido a que en el octavo año recibí ayuda en cuanto a tener contacto con el Señor de manera viviente al leer con oración la Palabra y orar al Señor de manera prevaleciente. Cuando aprendí a hacer esto, el Señor comenzó a decirme muchas cosas. Él me habló, me purificó, me lavó, me transformó y me llamó. También fue aquel año que el Señor hizo que empezara a predicar en Su nombre. Fue así como comencé a servir en el ministerio. Por la gracia del Señor, puedo testificar que jamás asistí a ningún instituto bíblico ni fui enseñado por algún ministro o predicador. En lugar de ello, en cierto momento recibí ayuda de parte de los hijos del Señor para aprender a tener contacto con el Señor de manera viviente. Son muchas las cosas espirituales que se han producido como resultado de tener contacto con el Señor de esta manera. Por tanto, tengo la certeza de que si los santos tienen contacto constante con el Señor de esta manera, ello resultará en muchas bendiciones. Se manifestarán los dones, el poder, la fortaleza, la predicación, la edificación y la luz. Además, esto producirá la auténtica vida de iglesia. El Señor es viviente, real y está a nuestra disposición; y Él espera que nosotros le disfrutemos, le recibamos y le experimentemos.

  Pregunta: Cuando usted pasa un tiempo con el Señor en la mañana, ¿simplemente ora conforme a su sentir? ¿Es posible pasar ese tiempo con el Señor sin leer la Biblia?

  Respuesta: Cuando ustedes acudan al Señor por la mañana, deben hacer dos cosas: leer y orar. Ciertamente es posible pasar un tiempo a solas con el Señor sin necesidad de leer la Biblia, pero es mucho mejor si en ese tiempo leen un poco. Deben leer unos cuantos versículos y luego orar acerca de ellos según lo que hayan entendido. Si usted no entendió lo que esos versículos significan, no se preocupe. Si entendió los versículos, eso basta para orar según lo que haya entendido; pero si no captó su significado, simplemente siga leyendo y considere los próximos versículos. Quizás cuando usted vuelva a leer esos mismos versículos después de un par de años, podrá entenderlos y le será posible orar conforme a ellos. En tales ocasiones, no se esfuerce por entender dichos versículos. Si usted captó algo de su significado, entonces use esos versículos para orar; pero si no captó nada, simplemente continúe leyendo. Si usted pone en práctica orar mientras lee, ello nutrirá su espíritu. Aprenda a orar mientras lee y a leer mientras ora.

  Además, tenemos que aprender a orar desde lo profundo de nuestro ser. No debemos orar de una manera superficial y a la ligera, sino que nuestra oración debe proceder desde lo más profundo de nuestro ser. Si oramos así al leer la Palabra, tendremos contacto con el Señor y le disfrutaremos. Él será nuestro suministro de vida y nos alimentaremos de Él. Antes de salir a trabajar, usted desayuna, y los alimentos que ingiere por la mañana le dan energía y le capacitan para vivir ese día. Esto es así en el ámbito físico. De la misma manera, necesitamos ingerir el alimento espiritual que da energía a nuestro espíritu y hace que crezcamos espiritualmente.

  Pregunta: En cuanto a la capacidad de mezclarnos con Dios, ¿está limitada a sólo unos cuantos creyentes?

  Respuesta: No. Todos los creyentes poseen tal capacidad. Yo he visto a miles de creyentes reunirse para disfrutar al Señor de esta manera. Incluso aquellos que no tenían mucha educación se hallaban “ardiendo” por el Señor, y Él usó a estos creyentes para salvar a muchos pecadores. Tales creyentes han llegado a ser miembros responsables que ejercen su función en sus respectivas iglesias. Siempre y cuando tengamos esta clase de comunión con el Señor cada mañana, el Señor hará que ardamos. Antes de poder usar una plancha para planchar nuestra ropa, tenemos que conectarla al enchufe eléctrico. Cuando la plancha está conectada, la electricidad hará “arder” dicha plancha. De la misma manera, cada mañana debemos “conectarnos” con el Señor al tener comunión con Él.

  Pregunta: En Romanos 8:26 dice: “Además, de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. ¿Es ésta la clase de oración a la cual se refiere?

  Respuesta: Sí, algunas veces, ésta es la única manera en la que podemos orar. Algunas veces, nos absorbe cierto sentir o nos sentimos urgidos a orar, pero no sabemos cómo expresar ese sentimiento en oración. En tales ocasiones simplemente gemimos, diciendo: “Oh, Señor. Oh, Señor”. No hay oración más prevaleciente que ésta. Cuanto más gemimos de esta manera, más intensa se hará la unción en nuestro interior. En esto consiste el orar oraciones inefables desde nuestro espíritu.

  Pregunta: ¿Le es más fácil ahora tener tal contacto con el Señor que hace años atrás?

  Respuesta: Lo que he descrito aquí es la manera más sencilla que existe de tener contacto con el Señor; no existe otra manera más sencilla que ésta. Por supuesto, después de practicar esto por algún tiempo, usted desarrollará tal hábito y, entonces, usted podrá tener contacto con el Señor de este modo incluso cuando conduzca su auto o mientras se encuentre en su trabajo. Si las hermanas practican tener contacto con el Señor de esta manera todas las mañanas, finalmente podrán disfrutar de esta clase de comunión con el Señor incluso mientras atienden a los asuntos del hogar o cocinan. La necesidad más sentida entre los cristianos hoy es la de tener contacto con el Señor de manera viviente. Si ustedes me preguntasen qué es lo que ha hecho que yo persevere en mi búsqueda del Señor y en mi servicio a Él, respondería que ha sido dicha práctica: tener contacto con el Señor de una manera viviente al leer y orar Su Palabra.

  Hoy en día, debemos cooperar con el Señor y permitirle ser todo para nosotros. El Señor es como el aire que respiramos. Si bien no hay carencia de aire alrededor nuestro, todavía tenemos que ejercitar nuestros pulmones para inhalarlo. Cuando cooperamos con el aire al inhalarlo, permitimos que éste llegue a convertirse en nuestra porción. Asimismo, debemos ejercitar todo nuestro ser a fin de tener contacto con el Señor de una manera viviente y permitir que Él llegue a ser todo para nosotros.

  Nuestro Señor no es una doctrina o una enseñanza, y la vida cristiana tampoco es cuestión de doctrinas o enseñanzas. Nuestro Señor es una persona viviente, y esta persona viviente es la vida cristiana. Cristo es viviente, real, rico, infinito y está a nuestra disposición; aun así, Él requiere que nosotros cooperemos con Él y le disfrutemos, lo tomemos a Él y le experimentemos. Si hacemos esto, muchas cosas comenzarán a suceder. Si usted permite que el Señor haga de usted una persona “ardiente”, tal fuego se propagará entre sus vecinos. Habrá un gran “incendio” en su vecindario y quizás uno de sus vecinos se convertirá en un verdadero Pedro, es decir, en una persona que el Señor usará para traer mil personas a Sí mismo.

  Tengo el profundo sentir de que muchos hijos del Señor son buenos hermanos y hermanas motivados por un corazón que sinceramente ama al Señor, pero también puedo percibir que tienen una gran necesidad. Ellos no necesitan que se les enseñe más doctrinas; esto no da resultado. Lo que ellos necesitan es recibir estas palabras y ponerlas en práctica al tener contacto diario con el Señor, quien es una persona viviente. Si los creyentes de un determinado lugar ponen en práctica tener contacto con el Señor de esta manera cada mañana, y luego se reúnen en las noches y en el día del Señor a fin de expresar, exaltar y exhibir al Cristo que han experimentado, ciertamente llegarán a constituir una iglesia maravillosa. Es imprescindible que tengamos contacto con el Señor por las mañanas y que, luego, nos reunamos con nuestros hermanos por las noches y el día del Señor a fin de tener comunión los unos con los otros y compartir al Cristo que hemos experimentado, lo cual constituirá una exhibición y un testimonio para el mundo entero. Además, tenemos que predicar a nuestros vecinos el Cristo que experimentamos y exaltamos. Si hacemos todas estas cosas, el resultado será maravilloso. Los discípulos que fueron usados por el Señor el día de Pentecostés eran simples pescadores de Galilea. Eran personas sencillas y con poca educación; sin embargo, el Señor se valió de ellos. ¿Por qué el Señor pudo usarlos? Él se valió de ellos porque ellos tenían contacto con Él de una manera prevaleciente y le dieron plena libertad para operar en ellos y por medio de ellos. Esto es lo que nosotros debemos hacer en nuestros días. No necesitamos más enseñanzas; el propio Señor será nuestra enseñanza viviente, nuestro mensaje vivo. Él nos hablará de manera viviente y, entonces, podremos dar testimonio de Él. Tenemos que ser partícipes de la verdadera vida cristiana, la cual es una vida en la que tenemos contacto con el Señor al leer Su Palabra y le damos plena libertad para actuar por medio de nosotros. ¡Quiera el Señor conducirnos a llevar tal vida!

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