Lectura bíblica: Ap. 2:1-7; 12:17b; 20:4, 6; 1 Jn. 4:8, 16; Jn. 3:16; 1 Jn. 4:9; Ro. 5:5; 2 Co. 13:14; Ef. 2:4-5; Jn. 1:12-13; 3:3-6, 29-30; Ap. 19:7; 21:2, 7; Ef. 5:25; Ap. 21:9; Ro. 8:35-39; 2 Co. 5:14-15; Ro. 14:7-9; Ap. 2:10; 12:11; 22:17; Jer. 2:2; 31:3
En el primer capítulo vimos la economía de Dios y el fracaso del hombre. En este capítulo queremos empezar a tener comunión con respecto a todas las cosas que necesitamos vencer.
En las siete epístolas a las iglesias en Apocalipsis 2 y 3, vemos que no hay mucho acerca de vencer el pecado, el yo y el mundo. En lugar de eso, el Señor hace hincapié en que necesitamos vencer tres cosas, a las cuales yo llamo tres “ismos”. Cada “ismo” se refiere a una religión. A lo largo de la historia humana e incluso hasta el día de hoy, han existido tres religiones principales, tres “ismos”: el judaísmo, el catolicismo y el protestantismo.
En la epístola a la iglesia en Esmirna, el Señor se refirió a la “sinagoga de Satanás” (Ap. 2:9). La sinagoga es una señal notable del judaísmo. Desde que los judíos perdieron su templo y fueron esparcidos por todo el mundo, empezaron a adorar a Dios en otros lugares. Según Deuteronomio 12, uno no tiene el derecho de adorar a Dios en cualquier parte; sólo debe hacerlo en el lugar que El escogió, el lugar donde Su templo fue edificado. El templo sólo podía ser edificado en el sitio preciso que Dios había escogido. Jerusalén fue el sitio donde se edificó el templo; pero el príncipe romano Tito destruyó ese templo y no dejó piedra sobre piedra (Mt. 24:2). El templo y la ciudad de Jerusalén fueron devastados por completo en el año 70 d. de C. Desde entonces todos los judíos esparcidos han adorado a Dios en sus sinagogas. Así que, las sinagogas son señales notables de la religión judía. Los judíos se refieren a sus sinagogas como templos, no obstante ellas no son el templo. Aparentemente aquellos que estaban en las sinagogas estaban adorando a Dios, pero el Señor Jesús dijo que las sinagogas no eran de Dios, sino de Satanás. El judaísmo ha sido usurpado y muy utilizado por Satanás para perjudicar los intereses de Dios sobre esta tierra y para perseguir y martirizar a muchos fieles (véase Ap. 2:9, nota 95 de la Versión Recobro).
En la cuarta epístola, dirigida a Tiatira, vemos otro “ismo”, el catolicismo. En esta epístola el Señor se refiere a una mujer de nombre Jezabel (Ap. 2:20). En Mateo 13 El habla de una mujer que mezcló levadura con tres medidas de harina para leudar por completo la masa (v. 33). Esta mujer que se menciona en Mateo 13 es la Jezabel de Apocalipsis 2, y representa el catolicismo.
Podemos ver al protestantismo en la quinta epístola, dirigida a la iglesia en Sardis. El Señor les dijo a aquellos que estaban en Sardis, que ellos tenían nombre de que estaban vivos, pero que en realidad estaban muertos (Ap. 3:1). El cristianismo protestante está muerto y moribundo. Es posible que algunos consideren que la iglesia protestante reformada está viva; sin embargo, el Señor dijo que está muerta. Por lo tanto, ella necesita a el Espíritu viviente y las estrellas brillantes (v. 1).
Más adelante en este libro veremos que estos tres “ismos” —el judaísmo, el catolicismo y el protestantismo— son los factores perjudiciales sobre esta tierra que interrumpen y anulan los intereses de Dios. En las siete epístolas a las siete iglesias, el Señor nos exhorta a vencer principalmente estos tres “ismos”. Estas tres religiones fueron inventadas de acuerdo con la santa Palabra de Dios y basadas sobre ella; no obstante, todas se han desviado de la Palabra y se han convertido en algo diferente en naturaleza de la iglesia revelada en la Palabra santa. Todos tenemos que responder al mandato del Señor de vencer estas tres religiones.
Consideremos ahora el trasfondo histórico de la formación de estas tres religiones. En Génesis Dios creó al hombre a Su propia imagen y de tres partes, una de las cuales es el espíritu que tiene la plena capacidad de tener contacto con Dios, recibirle y retenerle (1:26; 2:7). Luego Dios puso al hombre delante del árbol de la vida con la intención de que el hombre le recibiera como vida (2:9). Sin embargo, inmediatamente Satanás vino e indujo a Adán a tomar del árbol equivocado. Ese árbol es el árbol de muerte, el árbol de la ciencia del bien y del mal. Eso devastó al hombre a quien Dios había creado para Su propósito.
Luego, este hombre corporativo al cual llamamos la humanidad, vino a ser carne, lleno de concupiscencias. Esto se revela claramente en Génesis 6 (vs. 3, 5-6). Dios no pudo tolerar más al mundo maligno, así que El decidió juzgarlo por medio del diluvio. El le mandó a Noé que hiciera un arca para que él y su familia fueran salvos del daño causado por Satanás, (vs. 11-14). Luego, Noé vino a ser un nuevo comienzo para Dios. No obstante, más tarde en Babel, que estaba llena de ídolos, los descendientes de Noé vinieron a ser uno con Satanás (Gn. 11:1-9). Así que, el hombre a quien Dios había creado fracasó totalmente en cumplir el propósito de Dios, viniendo así a ser uno con el enemigo de Dios.
Entonces Dios llamó a otro hombre, a Abraham. Por medio de él Dios obtuvo un pueblo al que sacó de Egipto y al que llevó hasta el monte de Sinaí. Allí, por medio de Moisés, Dios les dio la ley, el Pentateuco. Podríamos decir que éste fue el origen del judaísmo, el origen de la religión judía. La religión judía fue fundada en completa conformidad con la santa Palabra de Dios; pero gradualmente los hijos de Israel se corrompieron y se envilecieron debido a que abandonaron al mismo Dios que era su origen, la fuente de aguas vivas. En Jeremías 2:13, Jehová dijo: “Porque dos males ha hecho Mi pueblo: / Me dejaron a Mí, / fuente de agua viva, / y cavaron para sí cisternas, / cisternas rotas que no retienen agua”. Todos los ídolos son cisternas rotas que no pueden retener agua. Los dos males son abandonar a Dios y unirse a Satanás en la adoración de ídolos. Estos son los dos males que resultaron en el fracaso del pueblo de Israel, quienes eran los descendientes de Abraham en el sentido terrenal como el polvo de la tierra (Gn. 13:16). En el año 606 a. de C., Dios envió a los babilonios para que asolaran a Jerusalén y al templo y para que llevaran al pueblo en cautiverio. Por supuesto, Dios trajo de regreso un remanente después de setenta años para reedificar el templo (Jer. 29:10); sin embargo, ese recobro no duró mucho.
Los cuatro Evangelios nos muestran cuán maligno había venido a ser el pueblo judío en el tiempo cuando el Señor Jesús vino. Toda la tierra santa estaba llena de demonios. Adondequiera que el Señor Jesús iba, confrontaba demonios. El Señor Jesús vino al pueblo de Israel como su Pastor para apacentarlos y como su Salvador para rescatarlos; pero ellos lo rechazaron de plano.
En Mateo 23 el Señor Jesús se lamentó de ellos y les dijo: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (v. 38). Esto indica que el Dios Triuno los rechazaría. El Señor les dijo que desde ese día el templo, la casa de Dios, ya no sería la casa de Dios, sino la de ellos. Después, cuando los discípulos vinieron a El para mostrarle los edificios del templo, El les dijo: “¿Veis todo esto, verdad? De cierto os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (24:2). El Señor estaba prediciendo que el templo, junto con la ciudad de Jerusalén, sería devastado, y no quedaría piedra sobre piedra. Esto se cumplió en el año 70 d. de C. cuando Tito y el ejército romano destruyeron a Jerusalén, poco después de que el Señor ascendió a los cielos. Esa destrucción fue un evento sin precedentes en la historia. Josefo, el historiador judío, habló de la crueldad y la matanza de los habitantes de Jerusalén a manos del ejército romano.
Después de que Tito llevó a cabo esta destrucción, los judíos fueron esparcidos por toda la tierra. Desde ese entonces, como Oseas nos dice, el pueblo judío ha estado “sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin pilar, sin efod y sin terafines” (3:4). Entre los judíos, por casi veinte siglos, no ha habido reyes ni príncipes ni profetas ni sacerdotes ni tampoco sacrificios, debido a que no ha habido templo ni altar para recibir los sacrificios. Oseas predijo que ese tiempo de desolación duraría dos días, es decir, dos mil años (6:1-2). Según la historia, este período de dos mil años debió empezar con la destrucción de Jerusalén por medio de Tito en el año 70 d. de C. Desde ese día hasta hoy, entre los judíos, no ha habido reyes, ni príncipes, ni sacerdotes, ni profetas, ni sacrificios; y desde entonces tampoco ha habido ídolos entre los judíos. El pueblo judío inventó el sistema de sinagogas para adorar a Dios; no obstante, el Señor llamó las sinagogas de ellos la sinagoga de Satanás.
Poco después nació la iglesia, pero en poco tiempo se volvió mundana y se casó con el mundo. Esa iglesia mundana, con el tiempo, tomó forma al final del sexto siglo como la Iglesia Católica Romana, cuando el sistema papal fue establecido y el papa fue comúnmente reconocido. La Iglesia Romana es tipificada por esa mujer Jezabel, mencionada en Apocalipsis 2:20.
Leamos Apocalipsis 17:16: “Y los diez cuernos que viste, y la bestia, aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego”. Este versículo fue escrito al final del primer siglo, aproximadamente en el año 90 d. de C. Sin embargo, la mayoría de los cristianos no sabe que existe tal versículo en la Biblia. Ellos no saben que el Señor Jesús tocó la trompeta siete veces en Apocalipsis llamándonos a vencer, y tampoco saben qué es lo que tenemos que vencer. Mi carga es que veamos lo que debemos vencer, y Apocalipsis 17:16 nos ayudará a verlo. Los diez cuernos en este versículo son los diez reyes (v. 12), y la bestia es el anticristo (Ap. 13:1-10). La ramera que se menciona en Apocalipsis 17 es la Iglesia Católica Romana (vs. 1-6). El anticristo es la cabeza, y los diez reyes pertenecen al anticristo; así que, todos están de acuerdo en hacer la misma cosa. Ellos odiarán a la Iglesia Católica Romana y la dejarán desolada y desnuda, y devorarán su carne y la quemarán con fuego. Este será el fin de la Iglesia Católica Romana.
El anticristo tendrá poder para ser el último césar del Imperio Romano restaurado (véase Ap. 17:10-11, notas 101 y 111 de la Versión Recobro). Hará un pacto con Israel por los últimos siete años de esta era; pero después de tres años y medio quebrantará el pacto (Dn. 9:27). Se rebelará en contra de Dios y perseguirá toda clase de religión (2 Ts. 2:3-4). No permitirá que nadie adore algo o alguien que no sea él mismo. Luego, junto con los diez reyes bajo su mando, desolará a la Iglesia Católica Romana y la quemará. Apocalipsis 17:16 nos deja claro que al principio de la gran tribulación de tres años y medio, el anticristo dejará desolada la Iglesia Católica Romana y la quemará. Esto no es un fuego espiritual, sino un fuego físico. Muy pocos saben que existe tal versículo en Apocalipsis.
Las estadísticas recientes dicen que la Iglesia Católica Romana tiene cincuenta y cinco millones de miembros en los Estados Unidos, casi la mitad de quienes están en el cristianismo. Esto nos muestra que millones de personas han sido engañadas por el catolicismo. Ellos no se dan cuenta de que están en algo que es falso y hasta satánico y diabólico. El asunto principal de Apocalipsis 17 es que el Señor ha preparado un día para que el anticristo y sus diez reyes arrasen y quemen a la Iglesia Católica Romana. Apocalipsis 2:24 nos dice que las profundidades de Satanás están en la iglesia apóstata. Esto es satánico y diabólico. El Señor tolerará esto hasta el principio de la gran tribulación cuando el anticristo le pondrá fin a la Iglesia Católica Romana.
Consideremos ahora las iglesias protestantes de hoy a la luz de la revelación divina. Lo más sobresaliente de las iglesias protestantes es que ellas están llenas de cristianos nominales, cristianos falsos. En Mateo 13 el Señor usa la cizaña para representar a los cristianos falsos. De entre los cincuenta y cinco millones de católicos y los sesenta y cinco millones de protestantes en los Estados Unidos, ¿cuántos son creyentes verdaderos y cuántos son falsos? En la iglesia verdadera, todos son creyentes que han sido salvos, lavados con la sangre del Señor y regenerados por el Espíritu. Sin embargo, hay muchos en las iglesias protestantes que no creen en Cristo genuinamente; en lugar de eso, son cizaña, cristianos falsos. Con respecto al destino de la cizaña, el Señor dijo que en la consumación de esta era ellos serían recogidos y arrojados al lago de fuego (Mt. 13:30, 40-42).
En la cristiandad de hoy existen el trigo, que es los creyentes verdaderos, y la cizaña, que es los creyentes falsos. Mientras la cizaña y el trigo están creciendo juntos, es difícil diferenciarlos. Es imposible distinguir el trigo de la cizaña hasta que el fruto sea producido. El trigo da un fruto amarillo, y la cizaña produce algo negro. En la cristiandad de hoy a menudo es difícil discernir quién es un cristiano verdadero y quién es uno falso. Con respecto al trigo y la cizaña, el Señor dijo: “Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero” (Mt. 13:30). Esto tendrá lugar al final de la gran tribulación cuando el Señor Jesús regrese. El Señor enviará a los ángeles para atar a todos los cristianos falsos en manojos, y los arrojará al lago de fuego (Mt. 13:42). De esta manera el Señor Jesús erradicará la mezcla.
Al principio de la gran tribulación, el anticristo junto con los diez reyes dejará desolada y quemará a la Iglesia Católica Romana. Después de tres años y medio, al final de la gran tribulación, el Señor Jesús regresará y enviará Sus ángeles a atar a todos los cristianos falsos y a arrojarlos en el lago de fuego. Este será el final de los dos “ismos”, el catolicismo y el protestantismo. Esto no es mi idea ni mi enseñanza, sino que es la revelación divina, que nos muestra cómo terminarán los dos “ismos”, el catolicismo y el protestantismo. Primero, el anticristo acabará con el catolicismo a la mitad de los últimos siete años de esta era, al principio de la gran tribulación. Después, cuando el Señor regrese pondrá fin al protestantismo.
Lo que más asuela al cristianismo es la cizaña. Esta es la razón por la cual mucha gente en el mundo condena al cristianismo. Cuando uno intenta hablar con ellos acerca de Cristo, piensan que uno está tratando de inculcarles el cristianismo. Ellos ven la maldad y la hipocresía del cristianismo. Hoy en el recobro del Señor no predicamos el cristianismo; predicamos a Cristo. Deseamos sólo a Cristo; no deseamos ningún “ismo”. No predicamos ninguna religión. Sólo predicamos a una persona viviente, y esta persona viviente es Cristo, Dios mismo, quien se hizo hombre y murió en la cruz por nosotros. Lo predicamos para que la gente crea en El y sea salva. No estamos tratando de convencer a otros para que crean y reciban el cristianismo. Estamos diciéndoles a ellos que necesitan la persona de Cristo.
Necesitamos entender claramente estos tres “ismos” que están hoy sobre la tierra: el judaísmo, el catolicismo y el protestantismo. Hoy en día, el judaísmo tiene cerca de cinco millones de miembros en los Estados Unidos. Estados Unidos tiene una población de unos doscientos treinta millones de personas, y más de la mitad de éstas profesan ser cristianos católicos y protestantes. Necesitamos darnos cuenta de que tanto el catolicismo como el protestantismo son condenados por Dios. Uno será quemado con fuego sobre esta tierra, y la “cizaña” del otro será quemada en el lago de fuego. Por lo tanto, tenemos que vencer la religión judía, la Iglesia Católica y las iglesias protestantes.
Por supuesto, tanto en la Iglesia Católica como en el protestantismo, hay muchos creyentes que son salvos y genuinos. Pero hay una mezcla de los que son salvos y de los que no lo son. Hoy en día, tanto en la Iglesia Católica como en las iglesias protestantes, hay muchos creyentes verdaderos. Esta es la razón por la cual el Señor hizo el llamado a Su pueblo a salir de Babilonia (Ap. 18:4). Este llamado nos dice que el Señor no está satisfecho con que Su pueblo permanezca en el catolicismo y en el protestantismo. Esto también nos muestra que aun el Señor Jesús reconoció que habría cristianos verdaderos tanto en la Iglesia Católica como en las iglesias protestantes. De no ser así, El no habría hecho el llamado a Su pueblo a salir de Babilonia.
Hoy día el pueblo de Dios debe vencer estos tres “ismos” y volverse a la Persona única viviente, divina y humana. El es nuestro Salvador, nuestro Dios, nuestro Redentor, nuestro Señor y nuestro Amo, y El no tiene nada que ver con ningún “ismo”. El no tiene nada que ver con ninguna religión.
El Señor nos exhorta a vencer toda clase de religión, y en estas siete epístolas también nos exhorta a vencer otros asuntos. Lo primero que se nos manda que venzamos es el abandono del primer amor, la ausencia y la pérdida de éste (Ap. 2:4-5a). Muchos en el catolicismo están entregados de llenos a la Iglesia Católica, pero ellos no aman al Señor ni Su Palabra santa. Ellos no dicen: “La Biblia dice...”, sino: “El Papa dice...” o: “La Iglesia dice...”. Cuando ellos dicen: “La iglesia”, se refieren a la Iglesia Católica. Esta es la razón por la que el Señor Jesús en Apocalipsis 2 dice que Jezabel se llama a sí misma profetisa, y enseña y conduce a sus esclavos al error (v. 20). Esto indica que la Iglesia Católica Romana se designa a sí misma como profetisa, o sea que afirma estar autorizada por Dios para hablar por El. Los que son fieles católicos respetan sólo lo que el Papa dice, y lo que la iglesia dice. A ellos no les interesa lo que la Biblia dice. Esto indica que no aman al Señor.
Si amamos a alguien, indudablemente queremos oír su voz, sus palabras. Por otro lado, si no amamos a una persona, no queremos oír su voz, ni su palabra. Muchos católicos son así con el Señor. Tienen a Cristo de nombre, pero no tienen ningún afecto personal ni amor dentro de ellos para Cristo. El caso es el mismo con la cizaña del protestantismo, que se refiere a los que no son salvos. No aman la persona del Señor.
Debo dar testimonio de que amo al Señor. Recibí al Señor hace sesenta y siete años, en 1925. Después de todos esos años, siento que el Señor sigue estando tan cercano a mí y que yo estoy muy cerca de El. No me interesa ninguna religión. Me interesa esta persona querida y viviente. Siempre que menciono Su nombre, soy feliz. Cuando despertemos en la mañana, la primera cosa que debemos decir es: “Oh, Señor Jesús. Oh, Señor Jesús”. Y es mejor agregar: “Te amo”. Debemos decir: “Oh, Señor Jesús, te amo. Oh, Señor Jesús, te amo”. ¡Qué íntimo, qué dulce, y qué cariñoso es esto!
Nuestro Dios, nuestro Cristo, nuestro Señor, no sólo es amoroso sino también muy cariñoso. El está lleno de afecto. Dios se ha “enamorado” de nosotros, Su pueblo escogido y redimido. Si usted dice: “Oh Señor Jesús, te amo”, inmediatamente se enamorará de El. A menudo no hago ciertas cosas, no meramente porque no estén bien, ni porque tenga temor de Dios, sino porque lo amo. Me gusta decir: “Señor Jesús, te amo, por eso no puedo hacer aquello”. Simplemente no puedo hacer ciertas cosas porque lo amo.
Necesitamos vencer la pérdida del primer amor. La iglesia en Efeso era una buena iglesia. Era una iglesia ordenada y formal (Ap. 2:2-3). Indudablemente nos gustaría tal iglesia; no obstante, esta iglesia ordenada había dejado su primer amor (v. 4). La palabra griega que se traduce primer es la misma que se traduce mejor en Lucas 15:22. Nuestro primer amor por el Señor debe ser el mejor amor. Cuando el hijo pródigo, en Lucas 15, regresó a casa, el padre dijo a sus siervos que trajeran el mejor vestido. Aquí, mejor significa el primero.
Consideremos ahora qué es el primer amor. Muchos cristianos piensan que el primer amor es el amor con el cual amamos al Señor Jesús cuando recién fuimos salvos. No digo que esto sea incorrecto, pero sí que no es suficiente. El primer amor, el mejor amor, es mucho más que eso.
El primer amor es el amor que es Dios mismo. En la Biblia se nos dice que Dios es amor (1 Jn. 4:8, 16). En todo el universo, sólo Dios es amor. El Señor exhorta a los esposos a que amen a sus esposas. Sin embargo, es imposible que los esposos amen a sus esposas en sí mismos ya que nosotros no somos amor. Sólo existe una persona que es amor: Dios.
Dios no sólo es el mejor, sino también el primero. En todo el universo, Dios es primero. Génesis 1:1 dice: “En el principio Dios...”. Esta es la manera en que comienza la Biblia. Dios es el principio; El es el primero. Colosenses nos dice que nuestro Cristo debe tener el primer lugar. El debe tener la preeminencia (1:18b). Cristo debe ser el primero. ¿Qué significa recobrar el primer amor? Recobrar el primer amor es considerar al Señor Jesús como el primero en todo. Si dejamos que Cristo sea el todo en nuestra vida, habremos vencido la pérdida del primer amor.
Necesitamos considerar nuestra situación. ¿Es Cristo lo primero en todo para nosotros? El primer asunto que tenemos que vencer es haber perdido a Cristo como el primero, como el mejor y verdadero amor. El error de Israel fue que ellos abandonaron a Dios, la fuente de agua viva, y la degradación de la iglesia es el abandono del primer amor. En realidad, dejar el primer amor es dejar a Cristo, no tomándole como el primero en todas las cosas.
Cristo debe ser el primero no sólo en las cosas grandes, sino también en las cosas pequeñas. Cuando los hermanos compren una corbata, deben dar a Cristo el primer lugar. Si usara cierta clase de corbata que tuviera un estilo muy mundano, no podría hablar por el Señor en mi ministerio. Incluso por causa de mi conciencia, no puedo usar ciertos tipos de corbatas. Las hermanas deben dar a Cristo el primer lugar en la manera de peinar su cabello. Si las hermanas le dan a Cristo la preeminencia en la manera en que ellas se peinan, esto quiere decir que están tomándolo a El como el primer amor. Las hermanas que tienen un estilo mundano en su cabello no tienen a Cristo como su primer amor. Ellas no le están dando a El la preeminencia. Debemos darle a Cristo la preeminencia en la manera en que nos vestimos y en la manera en que nos peinamos. Cuando le damos a Cristo la preeminencia en todas las cosas, recobramos el primer amor.
Algunos piensan que el primer amor fue el amor que teníamos por el Señor al principio de nuestra vida cristiana, cuando recién fuimos salvos. Sin embargo, cuando yo fui salvo, aunque estaba muy agradecido con el Señor, no tenía un corazón firme para amar a Cristo como lo amo hoy. Hace sesenta y siete años, fui salvo y amé al Señor Jesús, pero no tanto como lo amo hoy. Así que, el primer amor debe ser tener a Dios, quien es Cristo, el Señor, nuestro Amo, como el primero en todas las cosas.
A veces, cuando me estoy vistiendo, converso con el Señor y le digo: “Señor, ¿te gusta esta camisa? ¿te gusta este par de zapatos?” Tal conversación es muy íntima con el Señor como el primer amor. Recobrar el primer amor es darle a El la preeminencia en las cosas grandes así como en las cosas pequeñas. Los esposos deben dar a Cristo la preeminencia en la manera en que hablan a sus esposas. Necesitamos pedirle perdón al Señor por todas las cosas en las cuales no le damos la preeminencia.
Si amamos al Señor Jesús de tal manera y a tal grado, nunca estaremos en ninguno de los tres “ismos” y nunca permaneceremos en ninguna religión. Amaremos a todos los cristianos, pero aborreceremos cualquier “ismo”. Debemos amar a todos los cristianos, pero debemos aborrecer las religiones en las que ellos están. Ya que el Señor aborrece los “ismos”, también nosotros debemos aborrecerlos. Debemos aborrecer lo que el Señor aborrece (cfr. Ap. 2:6).
El Señor dijo que dejaran que el trigo y la cizaña crecieran juntos hasta el día de la cosecha. Después, cuando El regrese, la primera cosa que El hará será enviar a los ángeles para atar la cizaña en manojos y arrojarla al lago de fuego. Los hijos del reino, el trigo, constituyen el reino, mientras que los hijos del maligno, la cizaña, han formado la apariencia externa del reino, que es la cristiandad de hoy. El Señor aborrece esta apariencia, por lo tanto nosotros debemos vencerla.
También debemos vencer asuntos tales como la clase de corbatas que usamos, la manera en que nos peinamos y todas las demás pequeñeces. Debemos darle a Cristo la preeminencia en todas las cosas. Si hacemos esto, nuestra vida cristiana será diferente, y nuestro sentir será diferente. A lo largo del día, estaremos contentos en el Señor. Cuando estamos contentos en el Señor y con El, todo es placentero. Por otro lado, cuando no estamos gozosos en el Señor y con el Señor, todo nos es molesto. El disfrute del Señor como gracia lo tienen aquellos que lo aman (Ef. 6:24). Así que, la primera cosa que tenemos que vencer es el abandono de nuestro primer amor. Abandonar el primer amor es la causa y la razón principal del fracaso de la iglesia durante todas las edades.
En una iglesia tan buena, tan ordenada y tan formal como la iglesia en Efeso, necesitamos primero vencer la pérdida de nuestro primer amor. La segunda cosa que necesitamos es seguir comiendo a Cristo como el árbol de la vida. En la carta a los Efesios el Señor dice: “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” (Ap. 2:7b).
El Señor Jesús nos mandó que venciéramos el abandono del primer amor y que siguiéramos comiendo a Cristo como el árbol de la vida. Si le damos la preeminencia a Cristo en todas las cosas y le disfrutamos cada día como el árbol de la vida, seremos unos cristianos vencedores maravillosos. Cuando disfrutamos a Cristo como el árbol de la vida, tenemos el Paraíso de Dios. En Génesis, en el huerto de Edén, vemos por primera vez el árbol de la vida. El huerto de Edén era el Paraíso de Dios en ese tiempo. Hoy nuestro paraíso es la vida de iglesia.
He estado en la vida de iglesia por sesenta años, desde el año 1932, por lo tanto tengo mucha experiencia en la vida de iglesia. Si usted no le da la preeminencia al Señor ni le disfruta, aunque sea por un mes, la vida de iglesia se le convertirá en un lugar desagradable. Por supuesto, es posible que usted no lo diga, pero dentro de usted pensará que no hay nada bueno en la vida de iglesia. Entonces la iglesia ya no será un paraíso para usted. Pero cuando venza la pérdida del primer amor y siga comiendo a Cristo y disfrutando al Señor, inmediatamente la vida de iglesia llegará a ser un paraíso para usted. Así que, nuestro sentir y nuestra actitud hacia la iglesia depende de nuestra situación. Si le damos al Señor la preeminencia en todas las cosas y le disfrutamos como el árbol de la vida durante todo el día, inmediatamente la iglesia, no importa cuál sea su condición, llegará a ser un paraíso para nosotros. Esta es la razón por la cual el Señor dice que tenemos que comer del árbol de la vida, el cual está en medio del Paraíso de Dios.
Por supuesto, el paraíso de Dios en Apocalipsis 2:7 realmente se refiere a la Nueva Jerusalén en el reino milenario. Si disfrutamos al Señor en esta era, seremos recompensados con el árbol de la vida, que es Cristo mismo, en la Nueva Jerusalén como el Paraíso de Dios en el reino milenario. Necesitamos permanecer en el disfrute del suministro de vida de Cristo en la vida de iglesia actual para que seamos recompensados con el disfrute de Cristo como el árbol de la vida en el Paraíso de Dios, la Nueva Jerusalén, en el reino milenario. En la Nueva Jerusalén en su frescura como Paraíso de Dios, participaremos del pleno disfrute del rico suministro de la vida de Cristo, quien es la corporificación del Dios Triuno procesado y consumado.
Necesitamos vencer el abandono del primer amor, necesitamos seguir comiendo de Cristo como el árbol de la vida, y necesitamos resplandecer con la luz divina como candelero (Ap. 2:5b). El amor está relacionado con la vida, y la vida está relacionada con la luz. El amor, la vida y la luz son una trinidad. Si usted permite que Cristo sea el primero en todo, usted tendrá amor. Si usted tiene este amor, tendrá vida, y disfrutará al Señor. Y si usted tiene vida, esta vida llegará a ser luz para usted. La luz del candelero, la iglesia, resplandece de una manera corporativa en vez de una manera individual en la noche oscura de la era de la iglesia.
Si disfrutamos a Cristo como nuestro amor, nuestra vida y nuestra luz, guardaremos el testimonio de Jesús como el resplandor del candelero en nuestra localidad (Ap. 12:17b). Testificaremos de la persona de Cristo como Dios y como hombre y de Su vivir humano, Su crucifixión, Su resurrección, Su ascensión, Su descenso y Su segunda venida. El resplandor de la luz es un testimonio. En cada aspecto de nuestra vida diaria, debemos irradiar a Cristo. Este resplandor es el brillo del candelero.
Necesitamos recordar estas cuatro palabras: amor, vida, luz y candelero. La primera de estas cuatro es el amor. Debemos dar al Señor Jesús la preeminencia en todo aspecto y en todas las cosas a fin de recobrar el primer amor. Luego, le disfrutaremos como el árbol de la vida, y esta vida inmediatamente llegará a ser la luz de vida (Jn. 8:12). Entonces, brillaremos en nuestra vida diaria personal, y corporativamente como el candelero. De no ser así, el candelero será quitado de nosotros individualmente y de la iglesia corporativamente. El Señor le aconsejó a la iglesia en Efeso que se arrepintiera y que recobrara su primer amor para el disfrute de El. De otro modo, el candelero sería quitado de ellos. Necesitamos el amor, la vida, la luz y el candelero. Entonces seremos recompensados por el Señor con lo que somos y vivimos en El.
El principio que tenemos en la Biblia consiste en que nuestra recompensa siempre es lo que somos. Lo que somos llegará a ser nuestra recompensa. Si amamos a otros, nuestro amor por otros será una recompensa para nosotros. Si honramos a nuestros padres, tal honra será una recompensa para nosotros. Si no vivimos a Cristo ni actuamos en Cristo en la vida de iglesia, no tendremos ninguna recompensa en la vida de iglesia. En lugar de eso, debido a que no vivimos a Cristo, nos sentiremos amargados en contra de los ancianos y de todos los santos. Si vivimos a Cristo y nos comportamos según Cristo, este vivir y esta conducta llegarán a ser nuestra recompensa. Entonces seremos felices en la vida de iglesia. Si hoy tomamos a Cristo como lo primero en todo, tendremos amor, le disfrutaremos como vida, resplandeceremos con El como luz y llegaremos a ser el candelero brillante como el testimonio de Jesús. Finalmente, esto llegará a ser nuestra recompensa no sólo en esta era, sino también en la era venidera. En el reino milenario disfrutaremos a Cristo como nuestra recompensa en el Paraíso de Dios.