Mensaje 7
Lectura bíblica: 1 P. 1:5
En este mensaje quisiera decir algo más acerca de las tres etapas de la plena salvación de Dios.
En 1 Pedro 1:5 leemos: “Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. Hace muchos años me sentía inquieto cada vez que leía este versículo, pues no lograba entender la frase “para la salvación”. Esta frase pareciera indicar que aún no hemos alcanzado la salvación, pues dice que somos guardados por el poder de Dios para la salvación. No podía entender por qué somos guardados para la salvación cuando ésta ya la habíamos recibido. Yo estaba seguro de haber recibido la salvación de Dios y de que ya era salvo. Estaba plenamente convencido de ello. De hecho, cada vez que alguien me preguntaba si ya era salvo, le contestaba: “Sí, ya fui salvo”. También prediqué en muchos lugares la seguridad de la salvación. Solía hacer referencia a los versículos del Nuevo Testamento que indican que en el momento en que creímos en el Señor Jesús, fuimos salvos, y que es posible tener la certeza de esta salvación. Sin embargo, en 1 Pedro 1:5 me encontraba con la frase “para la salvación”. Así que me preguntaba si era acertado el conocimiento que Pedro tenía respecto de la salvación. Pensaba que posiblemente hubiera dicho algo incorrecto según la doctrina. Llegué a pensar todo esto porque me sentía perplejo, inquieto, a causa de ese versículo.
En 1:5 Pedro dice que esta salvación está “preparada para ser manifestada”. Esto significa que la salvación aún no ha llegado. Por ello, me preguntaba a mí mismo: “¿Qué significa que la salvación esté preparada para ser manifestada? Yo ya recibí la salvación de Dios. ¿Cómo es, entonces, que la salvación está preparada para ser manifestada? Pedro dice que la salvación está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. ¿Qué podría ser el tiempo postrero?”. No sólo me inquietaba la frase “para la salvación”, sino también las palabras “preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. No sabía por qué la salvación aún tenía que ser manifestada, ni entendía cuándo sería el tiempo postrero.
Durante casi cuarenta años estuve sin entender las palabras de 1:5. No fue sino hasta más tarde en mi vida cristiana que comencé a entender este versículo. Ahora comprendo que la salvación no es un asunto sencillo. La salvación abarca un largo periodo, y no se disfruta ni se experimenta en un solo instante. La plena salvación de Dios se efectúa en tres etapas: la etapa inicial, la etapa progresiva y la etapa de culminación. Quisiera animar a todos los santos, especialmente a los jóvenes, a que adquieran un conocimiento completo de estas tres etapas de la plena salvación de Dios. En particular, debemos entender lo que la salvación de Dios hace por nosotros en cada etapa. Debemos además saber de qué somos librados en cada una de las etapas de la plena salvación de Dios. Asimismo, debemos saber cuáles son los elementos o aspectos que incluye esta salvación y sus resultados. En cada una de las tres etapas de la plena salvación de Dios, nosotros somos librados de cosas específicas, experimentamos ciertos asuntos y obtenemos resultados concretos.
La palabra “salvación” mencionada en 1:5 denota la plena salvación que el Dios Triuno efectúa. No sólo denota un aspecto de nuestra salvación, esto es, el aspecto inicial de la salvación que nos brinda el Salvador, Jesucristo, sino, más bien, la plena salvación que lleva a cabo el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. En esta plena salvación, una parte importante la lleva a cabo el Padre; otra parte importante la lleva a cabo el Hijo; y la otra parte importante la lleva a cabo el Espíritu. Por lo tanto, esta salvación es la plena salvación llevada a cabo por la Trinidad de la Deidad.
La plena salvación del Dios Triuno abarca muchos asuntos en sus tres etapas. Como hemos señalado, estas etapas son: la etapa inicial, la etapa progresiva y la etapa de culminación. La división de la salvación en estas tres etapas no tiene que ver con el conocimiento, ni meramente con los aspectos objetivos que ella incluye, sino, más bien, con la vida misma. La vida espiritual, como todos sabemos, empieza a partir de la regeneración, continúa con la transformación y llega a la madurez en la etapa de consumación. Por consiguiente, la división de la salvación en estas tres etapas es según nuestra experiencia de la vida divina.
La etapa inicial, la etapa de la regeneración, comprende la redención, la santificación (en cuanto a nuestra posición—1:2, 1 Co. 6:11), la justificación, la reconciliación y la regeneración. La redención, la santificación, la justificación y la reconciliación, todas tienen como objetivo la regeneración. La regeneración es, por tanto, el resultado de estos cuatro asuntos: la redención, la santificación, la justificación y la reconciliación.
En la etapa de la regeneración, Dios nos justificó por medio de la obra redentora de Cristo (Ro. 3:24-26), y nos regeneró en nuestro espíritu con Su vida y por Su Espíritu (Jn. 3:3-6). Como resultado recibimos la salvación eterna de Dios (He. 5:9) y Su vida eterna (Jn. 3:15), y llegamos a ser Sus hijos (1:12-13), quienes no perecerán jamás (10:28-29).
Dios nos regeneró en nuestro espíritu. El elemento, la sustancia, que Dios usó para regenerarnos fue Su propia vida. Además, esta regeneración, la cual se efectuó mediante la vida de Dios, fue realizada por una persona, a saber: el Espíritu de Dios. Como resultado de la regeneración, hemos recibido la salvación eterna de Dios y Su vida eterna. En este sentido ya hemos recibido la salvación de Dios. Nadie puede negar que ya hemos recibido la salvación de Dios en su etapa inicial. Así pues, no es necesario crecer para llegar a esta etapa, ni tampoco esperar a que la salvación nos sea manifestada, pues hemos recibido dos cosas que son eternas: la salvación eterna y la vida eterna. Ésta no es mi enseñanza, ni mi teología ni mi opinión personal, sino la revelación misma de la Palabra pura de Dios.
Puesto que fuimos regenerados y recibimos la salvación eterna y la vida eterna de Dios, llegamos a ser hijos de Dios. Como hijos de Dios que somos, no pereceremos jamás. Esta verdad debe fortalecernos y guardarnos de la enseñanza errónea que dice que si pecamos después de haber sido salvos, pereceremos. Esa enseñanza es absurda y absolutamente contraria a la verdad. Una vez que recibimos la salvación eterna de Dios, somos salvos para siempre, por la eternidad. La salvación eterna de Dios no es dispensacional, no es temporal. Ya que es una salvación eterna, jamás pereceremos.
En esta etapa de la salvación, somos librados de la condenación y de la perdición eterna (16, Jn. 3:18). Sin embargo, aunque la salvación inicial nos libra de ser condenados por Dios y de sufrir la perdición eterna, no nos libra de la disciplina de Dios. Durante el transcurso de nuestra vida, Dios nos disciplinará e incluso nos castigará. En 1 Corintios 11 Pablo indica que Dios juzga y disciplina a los creyentes, e incluso los castiga. No obstante, esto no significa que los que son disciplinados por Dios pierdan su salvación. Según la Escritura, por una parte, fuimos salvos por la eternidad; nunca seremos condenados por Dios ni jamás pereceremos. Pero, por otra parte, en tanto que estemos en la carne y en la tierra, Dios nos hará pasar por pruebas y nos disciplinará. Incluso, en ocasiones, nos juzgará o nos castigará. Con esto vemos que en la etapa inicial de la salvación de Dios, recibimos la salvación eterna y la vida eterna. Aunque es cierto que jamás pereceremos, sí es posible que experimentemos la disciplina de Dios durante nuestra vida. Sin embargo, enseñar que ser disciplinados por Dios equivale a perder nuestra salvación es totalmente contrario a la Biblia. Aunque Dios puede castigarnos por ciertas cosas, es un hecho que nosotros ya hemos sido salvos por la eternidad y que jamás perderemos esta eterna salvación.
La segunda etapa de la plena salvación de Dios, la etapa progresiva, es la etapa de la transformación. Esta etapa comprende la liberación del pecado, la santificación (principalmente de nuestro modo de ser—Ro. 6:19, 22), el crecimiento en vida, la transformación, la edificación y la madurez. La santificación en esta etapa tiene que ver primordialmente con nuestro modo de ser, aunque también en cierto modo con nuestra posición. En la primera etapa, la santificación tiene que ver totalmente con nuestra posición, mientras que en la segunda etapa, la santificación principalmente afecta nuestra manera de ser.
En esta etapa, la de la transformación, Dios nos libera del dominio del pecado que mora en nosotros —la ley del pecado y de la muerte— por la ley del Espíritu de vida, mediante la obra subjetiva que realiza en nosotros el elemento eficaz de la muerte de Cristo (Ro. 6:6-7; 7:16-20; 8:2). En la segunda etapa, Dios también nos santifica mediante Su Espíritu Santo (15:16), con Su naturaleza santa, y por medio de la disciplina (He. 12:10) y juicio que ejerce sobre Su propia casa (1 P. 4:17). Así, pues, Dios nos santifica por medio de una persona, a saber: el Espíritu Santo. Además el elemento, la sustancia, que Dios usa para santificarnos es Su naturaleza santa; y el medio por el cual somos santificados es la disciplina y el juicio de Dios, el juicio que Él ejerce al gobernar Su propia casa.
En la etapa progresiva de la salvación, Dios también nos hace crecer en Su vida (1 Co. 3:6-7) y nos transforma al renovar las partes internas de nuestra alma, mediante el Espíritu vivificante (2 Co. 3:6, 17-18; Ro. 12:2; Ef. 4:23) y con la cooperación de todas las cosas (Ro. 8:28). Él nos edifica para que seamos una casa espiritual, Su morada (1 P. 2:5; Ef. 2:22), y nos hace madurar en Su vida (Ap. 14:15) a fin de llevar a término Su plena salvación.
En la primera etapa de la salvación de Dios somos salvos de ser condenados por Dios y de sufrir la perdición eterna, mientras que en la segunda etapa estamos siendo librados del poder del pecado, y del mundo, de la carne, del yo, del alma (la vida natural) y del individualismo. Por lo tanto, en esta etapa estamos en el proceso de ser liberados de muchas cosas negativas. La meta de esta liberación es que podamos llegar a la madurez en la vida divina para que se cumpla el propósito eterno de Dios.
La tercera etapa de la plena salvación de Dios, la etapa de culminación, es la etapa de la consumación. Esta etapa comprende la redención (la transfiguración) de nuestro cuerpo, el hecho de ser conformados a la imagen del Señor, la glorificación, el hecho de heredar el reino de Dios, la participación en el reinado de Cristo y el supremo disfrute que tendremos del Señor. Estos asuntos, los cuales nos serán revelados en el futuro, son muy superiores a lo que hoy experimentamos. Aunque ya hemos experimentado la etapa inicial de la salvación, y estamos ahora en la segunda etapa, la tercera etapa está todavía distante de nosotros. Los detalles de esta etapa serán revelados cuando se manifieste el Señor Jesús.
En esta etapa culminante de la salvación, Dios redimirá nuestro cuerpo caído y corrupto (Ro. 8:23) transfigurándolo al cuerpo de la gloria de Cristo (Fil. 3:21). Él nos conformará a la gloriosa imagen de Su Hijo primogénito (Ro. 8:29), haciéndonos santos y absolutamente iguales a Él en nuestro espíritu regenerado, en nuestra alma transformada y en nuestro cuerpo transfigurado. También Él nos glorificará (v. 30) sumergiéndonos en Su gloria (He. 2:10) para que entremos en Su reino celestial (2 Ti. 4:18; 2 P. 1:11), al cual Él nos ha llamado (1 Ts. 2:12) y heredemos dicho reino como la porción más excelente de Su bendición (Jac. 2:5; Gá. 5:21), y que incluso reinemos junto con Cristo, como correyes Suyos que toman parte en Su reinado sobre las naciones (2 Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6; 2:26-27; 12:5) y son partícipes de Su gozo real en Su gobierno divino (Mt. 25:21, 23). De este modo, nuestro cuerpo será liberado de la esclavitud de corrupción de la antigua creación y experimentará la libertad de la gloria de la nueva creación (Ro. 8:21). Asimismo, nuestra alma será liberada de la esfera de las pruebas y los sufrimientos (1 P. 1:6; 4:12; 3:14; 5:9) y entrará en una nueva esfera llena de gloria (1 P. 4:13; 5:10), donde participará y disfrutará de todo lo que el Dios Triuno es, tiene y ha realizado, logrado y obtenido.
Recientemente algunos hermanos me dijeron: “Hermano, en este país, disfrutamos de todo tipo de riquezas, mientras que los santos de otros lugares son pobres y pasan por muchos sufrimientos, e incluso padecen persecución. No nos parece justo que mientras ellos estén sufriendo tanto, nosotros estemos aquí en este país disfrutando de buenas cosas”.
Les contesté: “Los santos de otros países sufren sus propias pruebas, mientras que en Estados Unidos sufrimos de otra manera. Cuando estuve en China, no sufrí las mismas cosas que estoy sufriendo ahora. No piensen que porque tenemos abundancia de cosas materiales, no tenemos sufrimientos. Muchos estadounidenses sufren de enfermedades del corazón, de úlceras y de enfermedades mentales. En este país sufrimos de un modo, y los que están en otros países sufren de un modo diferente. Dondequiera que estemos, sufriremos y estaremos sujetos a la disciplina de Dios.
Es imposible evitar que nuestra alma sufra. Como seres humanos que viven aquí en la tierra, estamos sujetos a padecimientos. Hoy en día, la tierra no es un lugar para disfrutar.
Es posible que los jóvenes tengan la esperanza de terminar sus estudios, encontrar un buen trabajo y luego tener una vida matrimonial placentera. No obstante, deben darse cuenta de que en esta tierra no existe ningún paraíso. Tenemos que esperar a la venida del Señor para ser salvos de la esfera de los sufrimientos y poder entrar a la esfera del descanso. Ésta será la plena salvación de nuestra alma.
Puedo testificar que, aunque tengo una buena esposa y me siento amado por los santos y las iglesias, sigo sufriendo bastante en mi alma. Nadie me puede ayudar a evitar este sufrimiento. Por lo tanto, espero la manifestación del Señor Jesús. Cuando Él regrese, seré rescatado de esta esfera de sufrimientos para entrar a una esfera de disfrute. En esa esfera, disfrutaremos plenamente al Dios Triuno y todo lo que Él es, tiene y ha realizado, logrado y obtenido.
En esto consiste la salvación de nuestras almas, la cual está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. Ésta será también la gracia que se nos traerá cuando Cristo sea manifestado en Su gloria (1:13; Mt. 16:27; 25:31). Además, éste es el fin de nuestra fe (1 P. 1:9). El poder de Dios puede guardarnos para esto, a fin de que podamos obtenerlo. Por consiguiente, debemos esperar con anhelo una salvación tan maravillosa (Ro. 8:23), y prepararnos para su espléndida manifestación (v. 19). ¡Aleluya por la plena salvación que el Dios Triuno efectúa en estas tres etapas!