Mensaje 13
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Lectura bíblica: 2 P. 3:13-18
En este mensaje examinaremos 2 Pedro 3:13-18. En el versículo 13 leemos que nosotros esperamos cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia de Dios; en los versículos del 14 al 16, se nos exhorta a prepararnos para el juicio venidero; y en los versículos 17 y 18, donde se da la conclusión, se nos dice que estemos en guardia y que crezcamos en la gracia y el conocimiento del Señor.
En 3:13 Pedro dice: “Pero nosotros esperamos, según Su promesa, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”. La palabra griega traducida “mora” también puede traducirse “hace su hogar”. Debido a que esta epístola trata del gobierno de Dios, al final nos dice que habrá un nuevo universo, donde morará la justicia. Esto nos da a entender que todo estará completamente sujeto al gobierno de Dios. No habrá nada malo, pues nada será injusto ni indebido. Así que, no habrá necesidad de que Dios ejerza ningún otro juicio gubernamental.
Después que hayan sido disueltas todas las cosas materiales, la promesa de Dios, que es Su palabra que perdura para siempre, todavía permanecerá para que en ella Su pueblo redimido confíe y espere, con la expectación de un nuevo universo. No debemos poner nuestra esperanza en los elementos visibles, sino en lo que la palabra de Dios promete como destino nuestro, es decir, en los cielos nuevos y la tierra nueva, los cuales aún no vemos.
Los cielos nuevos y la tierra nueva son los cielos antiguos y la tierra antigua después de ser renovados y transformados mediante el fuego del juicio de Dios, tal como el nuevo hombre es nuestro viejo hombre renovado y transformado (Col. 3:9-10; 2 Co. 3:18).
La justicia es el factor principal según el cual Dios juzga a todas las criaturas de Su antigua creación conforme a Su juicio gubernamental. Por consiguiente, en estos dos libros, que tratan del gobierno de Dios, este asunto se recalca repetidas veces (1 P. 2:23, 24; 3:12, 14; 4:18; 2 P. 1:1; 2:5, 7-8, 21; 3:13). Lo que más destaca en los escritos de Juan es el amor de Dios expresado en Su vida; en los escritos de Pablo, la gracia que Dios imparte en Su economía; y en los escritos de Pedro, la justicia de Dios mantenida en Su gobierno. La vida de Dios, Su economía y Su gobierno son las estructuras básicas del ministerio de los tres apóstoles. La vida está relacionada con el amor, la economía se lleva a cabo por la gracia y el gobierno se basa en la justicia. Esta justicia morará en los cielos nuevos y en la tierra nueva, y saturará completamente el nuevo universo de Dios, manteniéndolo totalmente bajo el orden de justicia de Dios, de modo que nunca más haya necesidad de más juicio.
En el versículo 14 Pedro añade: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por Él en paz sin mancha y sin defecto”. Ser hallados en paz por el Señor consiste en que a Su venida, seamos hallados justos y rectos delante de Él, sin tener problema alguno con Dios ni con el hombre. La paz es fruto de la justicia (He. 12:11; Is. 32:17). Puesto que en este libro se recalca la justicia en relación con la administración gubernamental de Dios, aquí se exhorta a los creyentes, quienes se conducen en el camino de la justicia (2 P. 2:21), a seguir la paz (He. 12:14), a fin de que estén preparados para cuando venga el Señor con el juicio. En 2 Pedro 4:14 Pedro nos exhorta a que seamos hallados por el Señor en paz “sin mancha y sin defecto”. Los herejes, quienes dejan el camino recto y siguen el camino de la injusticia (2:15), son defectos y manchas entre los creyentes (v. 13); en cambio, los creyentes, quienes procuran vivir en paz —que es fruto de la justicia— en el gobierno de Dios, deben estar libres de toda mancha y defecto al igual que el Señor, quien es el Cordero sin defecto y sin mancha (1 P. 1:19).
A fin de prepararnos para el juicio venidero, no sólo debemos ser hallados en paz, sino que además debemos ser salvos de la destrucción. Al respecto, Pedro dice en 3:15 y 16: “Y considerad que la longanimidad de nuestro Señor es salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito; como asimismo lo hace en todas sus cartas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia destrucción”. Los burladores consideran la longanimidad del Señor para con los creyentes una demora, tardanza o negligencia (v. 9). Así es como ellos tuercen la palabra que el Señor habló por medio de los profetas en las Escrituras y por medio de los apóstoles en sus enseñanzas. Por tanto, Pedro exhorta a los creyentes a considerar la longanimidad del Señor como una salvación y no como una demora, y les advierte no torcer las profecías de los profetas ni las enseñanzas de los apóstoles, incluyendo las suyas y las de Pablo, esto con el fin de que ellos no sean juzgados para destrucción, como lo serán los herejes cuando venga el Señor. Al hacer esto y procurar con diligencia ser hallados por el Señor en paz, los creyentes se preparan para la venida del Señor, la cual acarreará juicio.
La longanimidad que el Señor manifiesta al demorar el cumplimiento de Su promesa debe ser considerada como una amplia oportunidad para que los creyentes se arrepientan para salvación. La salvación mencionada en 3:15 no se refiere a la salvación en su etapa inicial, sino a la salvación en su etapa de consumación. El Señor ha demorado Su venida con la intención de evitar que muchos de Sus escogidos se pierdan de la porción máxima de Su plena salvación.
En 3:15 y 16 Pedro habla de los escritos de Pablo. Pedro, en su papel de apóstol y con la confirmación de la profecía de los profetas, no fue el único en enseñar que la longanimidad del Señor debe ser contada como salvación, no como demora. Pablo, otro de los apóstoles, enseñó lo mismo en sus escritos, basándose en la palabra profética del Antiguo Testamento. Pedro se refiere a este hecho para fortalecer lo que escribió.
En el versículo 16 Pedro emite la advertencia de no torcer las Escrituras. No debemos torcer los escritos del apóstol Pablo ni los escritos del apóstol Pedro, porque ambos forman parte de las Escrituras del Nuevo Testamento. Aquellos que tuerzan las Escrituras sufrirán destrucción.
Puesto que el antídoto que Pedro usó para contrarrestar las enseñanzas heréticas de la apostasía es la palabra santa hablada por los profetas del Antiguo Testamento y por los apóstoles del Nuevo, él no podía pasar por alto los escritos del apóstol Pablo, los cuales forman la mayor parte de las enseñanzas de los apóstoles que constituyen el Nuevo Testamento. Pedro, en sus dos epístolas, que también forman parte de las enseñanzas de los apóstoles y constituyen también parte del Nuevo Testamento, se refiere varias veces a los profetas del Antiguo Testamento y a los apóstoles del Nuevo (1 P. 1:9-12; 2 P. 1:12-21; 3:2). Aquí se habla muy positivamente del apóstol Pablo, diciendo que éste en todos sus escritos dijo algunas cosas difíciles de entender, de las cuales Pedro había hablado en sus escritos, y que torcer los escritos de Pablo equivalía a torcer las Escrituras como lo hacen los herejes, lo cual les acarrea destrucción, a saber, ser juzgados por el Señor a Su regreso.
Ésta es una seria advertencia tanto para los creyentes como para los herejes apóstatas.
En 3:16 Pedro habla de “estas cosas”. En sus dos epístolas, compuestas de solamente ocho capítulos, Pedro abarcó toda la economía de Dios, desde la eternidad pasada antes de la fundación del mundo (1 P. 1:2, 20) hasta los cielos nuevos y la tierra nueva en la eternidad futura (2 P. 3:13). Él reveló los asuntos cruciales relacionados con la economía de Dios, acerca de los cuales los profetas profetizaron y los apóstoles predicaron (1 P. 1:10-12), presentándolo desde cuatro perspectivas:
1) Desde la perspectiva del Dios Triuno:
Dios el Padre, según Su presciencia, escogió un pueblo en la eternidad (1 P. 1:1-2; 2:9) y lo llamó a Su gloria (5:10; 2 P. 1:3). Cristo, conocido por Dios desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los tiempos postreros, redimió a los escogidos de Dios (2, 1 P. 1:18-19) por medio de Su muerte substitutiva (2:24; 3:18) y mediante Su resurrección en vida y Su ascensión en poder (1:3; 3:21-22). El Espíritu, enviado desde el cielo, santificó y purificó a los que Cristo redimió (1:2, 12, 22; 4:14). (Éstas son las cosas en las cuales los ángeles anhelan mirar, 1 P. 1:12.) El poder divino del Dios Triuno les ha provisto a los redimidos todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad (2 P. 1:3-4), a fin de guardarlos para la salvación plena (1 P. 1:5). Dios además los disciplina (5:6) por medio de Sus distintos juicios gubernamentales (1:17; 2:23; 4:5, 6, 17; 2 P. 2:3, 4, 9; 3:7), y los perfeccionará, confirmará, fortalecerá y cimentará por medio de “toda gracia” (1 P. 5:10). El Señor es longánime para con ellos a fin de que todos tengan la oportunidad de arrepentirse para salvación (2 P. 3:9, 15). Luego, Cristo aparecerá en gloria con la salvación plena que Él provee a los que le aman (1 P. 1:5, 7-9, 13; 4:13; 5:4).
2) Desde la perspectiva de los creyentes:
Los creyentes, como posesión de Dios, fueron escogidos por Él (1 P. 1:1-2; 2:9), llamados por Su gloria y virtud (v. 9; 3:9; 2 P. 1:10), redimidos por Cristo (1 P. 1:18-19), regenerados por Dios mediante Su palabra viva (vs. 3, 23) y salvos por medio de la resurrección de Cristo (3:21). Ellos ahora son guardados por el poder de Dios (1:5), son purificados para que se amen unos a otros (v. 22), crecen al alimentarse de la leche de la palabra (2:2), en la vida divina desarrollan las virtudes espirituales (2 P. 1:5-8) y son transformados y edificados como casa espiritual, como sacerdocio santo para servir a Dios (1 P. 2:4-5, 9). Son el linaje escogido por Dios, Su real sacerdocio, Su nación santa, Su pueblo especial, adquirido para ser Su posesión personal y expresar Sus virtudes (v. 9). Son disciplinados por el juicio gubernamental de Dios (1:17; 2:19-21; 3:9, 14, 17; 4:6, 12-19; 5:6, 9), llevan una vida santa de una manera excelente y piadosa para glorificarle (1:15; 2:12; 3:1-2), como buenos mayordomos ministran la multiforme gracia de Dios para que Él sea glorificado por medio de Cristo (4:10-11) (bajo el pastoreo ejemplar de los ancianos, 1 P. 5:1-4), y esperan y apresuran la venida del Señor (1:13; 2 P. 3:12) a fin de que les sea otorgada una rica y abundante entrada en el reino eterno del Señor (1:11). Además, ellos están en espera de los cielos nuevos y la tierra nueva, en los cuales morará la justicia, en la eternidad (3:13), y siguen creciendo en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (v. 18).
3) Desde la perspectiva de Satanás:
Satanás es el adversario de los creyentes, o sea el diablo, quien como león rugiente anda alrededor buscando a quien devorar (1 P. 5:8).
4) Desde la perspectiva del universo:
Los ángeles caídos fueron condenados y esperan el juicio eterno (2 P. 2:4); el mundo impío de antaño fue destruido por un diluvio (v. 5; 3:6); las ciudades impías fueron reducidas a cenizas (2:6); los falsos maestros y los burladores herejes de la apostasía, así como la humanidad que viva de una manera maligna, serán juzgados para destrucción (vs. 1, 3, 9-10, 12; 3:3-4, 7; 1 P. 4:5); los cielos y la tierra serán consumidos por el fuego (2 P. 3:7, 10, 11); y todos los muertos y los demonios serán juzgados (1 P. 4:5). Luego, surgirán los cielos nuevos y la tierra nueva como un nuevo universo, en el cual morará la justicia de Dios por la eternidad (2 P. 3:13).
Pablo en sus escritos también habló de “estas cosas” (con excepción de los cielos nuevos y la tierra nueva). Por lo tanto, Pedro hace referencia a los escritos de Pablo para fortalecer sus propios escritos, especialmente en lo referente al juicio gubernamental y disciplinario que Dios ejerce sobre los creyentes. Pablo también recalca claramente y repetidas veces este asunto en sus escritos (1 Co. 11:30-32; He. 12:5-11, 12:29; 2:3; 4:1; 6:8; 10:27-31, 39; 1 Co. 3:13-15; 4:4-5; 2 Co. 5:10; Ro. 14:10). Ésta debe de ser la razón por la cual Pedro recomienda los escritos de Pablo.
¡Cuánta belleza y excelencia hay en esta recomendación! Aunque los corintios intentaron dividir a Pedro y a Pablo según sus preferencias facciosas (1 Co. 1:11-12), Pedro elogia a Pablo, diciendo que éste, tal como él, enseñaba “estas cosas”, y que los escritos de Pablo no deben ser torcidos, sino que deben ser considerados como “las otras Escrituras” y merecen el mismo respeto que el Antiguo Testamento. Es muy significativo que Pedro haga tal recomendación, pese a que Pablo en cierta ocasión lo reprendió cara a cara tocante a la fe neotestamentaria (Gá. 2:11-21). Esto indica que Pedro no tuvo reparos en admitir que los primeros apóstoles, tales como Juan, Pablo y él mismo, aunque difirieran en estilo, terminología, expresión, en ciertos aspectos de sus puntos de vista y en la manera de presentar sus enseñanzas, todos ellos eran partícipes del mismo y único ministerio, el ministerio del Nuevo Testamento (2 Co. 3:8-9; 4:1). Tal ministerio sirve a las personas el Cristo todo-inclusivo como corporificación del Dios Triuno, quien, después de pasar por el proceso de encarnación, vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión, se imparte, por medio de la obra redentora de Cristo y por la operación del Espíritu Santo, en Su pueblo redimido como su única porción de vida, su suministro de vida y su todo, a fin de que sea edificada la iglesia como Cuerpo de Cristo, cuya consumación será la expresión plena, la plenitud, del Dios Triuno, conforme al propósito eterno del Padre.
En 3:16 Pedro dice que los indoctos e inconstantes tuercen los escritos de Pablo y también las otras Escrituras, para su propia destrucción. Esto indica que los burladores (2 P. 3:3) y sus seguidores han de haber torcido las Escrituras y las enseñanzas de los apóstoles.
Según el contexto, la palabra destrucción del versículo 16 no se refiere a la perdición eterna, sino al castigo infligido en conformidad con la disciplina gubernamental divina.
En 3:17 y 18 tenemos la conclusión de esta epístola. En el versículo 17 Pedro dice: “Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, estad en guardia, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza”. Aquí Pedro nos dice que estemos en guardia a causa de la apostasía, las enseñanzas heréticas, las cuales, torciendo los escritos de los apóstoles o las Escrituras, pueden llevarlo a uno a la destrucción. La palabra griega traducida “arrastrados” aquí es la misma que se usa en Gálatas 2:13, donde se habla de Pedro, Bernabé y otros creyentes judíos. En 2 Pedro 3:17, la expresión los inicuos debe de referirse a los falsos maestros y a los burladores (2 P. 2:1; 3:3), quienes fueron los primeros herejes. A Pedro le preocupaba mucho que los santos cayeran de su firmeza. Caer de nuestra firmeza es llegar a ser inestables.
En el versículo 18 Pedro concluye, diciendo: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”. La palabra creced indica que lo escrito por Pedro en sus dos epístolas está relacionado con la vida. Crecer en la gracia consiste en crecer por medio del abundante suministro de la vida eterna provisto por el poder divino (1:3-4), y crecer en el conocimiento del Señor equivale a crecer comprendiendo por experiencia lo que Cristo es. Esto es crecer en virtud del disfrute de la gracia y en la comprensión de la verdad (Jn. 1:14, 17).
La gracia es el Dios Triuno dado a nosotros como vida y suministro de vida. Debemos crecer en virtud de este suministro de vida, de este alimento. Por lo tanto, crecer en la gracia es crecer en virtud de esta fuente interna que nos suministra vida. Al comienzo de esta epístola Pedro nos habla de la gracia, y ahora, al final, nos exhorta a crecer en esta gracia.
Pedro también nos alienta a crecer en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Cuando el conocimiento de nuestro Señor llega a ser una realidad para nosotros, tenemos la verdad, la realidad de todo lo que Él es, como se indica en Juan 1:14 y 17. Pedro exhorta a los creyentes a crecer no solamente en la gracia, sino también en esta verdad.
Pedro concluye esta epístola con las palabras: “A Él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad”. El pronombre Él se refiere a nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Puesto que tal alabanza es la misma que se ofrece a nuestro Dios (Ro. 11:36; 16:27), esto nos da a entender que nuestro Señor y Salvador Jesucristo es Dios.