Mensaje 2
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Lectura bíblica: 2 P. 1:1-4
En el mensaje anterior empezamos a hablar sobre 2 Pedro 1:1-4. Prestamos especial atención a las palabras asignado y justicia de 1:1. Examinemos ahora lo que significa la fe en este versículo.
La fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la verdad (He. 11:1), la cual es la realidad del contenido de la economía neotestamentaria de Dios. El contenido de la economía neotestamentaria de Dios consiste en “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad” (2 P. 1:3), es decir, en el Dios Triuno que se imparte en nosotros como vida internamente y como piedad externamente. La fe preciosa que Dios nos asignó por medio de la palabra de Su economía neotestamentaria y del Espíritu, responde a la realidad de este contenido y nos conduce a dicha realidad, de modo que su sustancia llega a ser el elemento mismo de nuestra vida y experiencia cristianas. Tal fe les es asignada como porción a todos los creyentes en Cristo, la cual es igualmente preciosa para todos los que la reciben. Como tal porción, esta fe es objetiva para nosotros en la verdad divina. Sin embargo, ella introduce en nosotros el contenido de aquello a lo cual da sustantividad, de manera que el contenido, junto con la fe misma, llegan a ser subjetivos para nosotros en nuestra experiencia. Esto puede compararse con el paisaje (la verdad) y el acto de ver (la fe), los cuales son objetivos para la cámara (nosotros). Pero cuando la luz (el Espíritu) imprime el paisaje en la película (nuestro espíritu), que está en la cámara, tanto el acto de ver como el paisaje llegan a ser subjetivos para la cámara.
Hemos señalado que la fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la verdad. Tomemos como ejemplo la manera en que una persona ciega da sustantividad a una mesa de madera usando el sentido del tacto. Aunque la mesa de madera es un cuerpo sólido, el ciego no puede verla. Pero al tocarla con su mano, él puede darle sustantividad. De este modo él percibe la mesa de madera como un objeto real. Por consiguiente, al tocarla le da sustantividad, y al darle sustantividad él percibe la mesa como un objeto real. Este ejemplo puede ayudarnos a entender la manera en que la fe da sustantividad a la sustancia de la verdad.
La herencia neotestamentaria que Dios nos ha legado contiene muchas riquezas, muchas bendiciones. Sin embargo, nuestra mentalidad natural está ciega a todas estas riquezas y bendiciones. Por tanto, Dios nos diría: “Ejercita tu fe. Es con ella que puedes dar sustantividad a todas Mis bendiciones neotestamentarias”. La realidad o sustancia de las bendiciones neotestamentarias que Dios nos ha dado es la verdad misma. De hecho, la fe es lo que da sustantividad a la realidad de la sustancia de la verdad, y la verdad en sí es el contenido de la economía neotestamentaria de Dios.
Muchos de nosotros estamos familiarizados con la frase la economía de Dios. La palabra griega traducida “economía” es oikonomía, que significa “administración doméstica”, “un arreglo familiar”, y por ende, “plan”. La economía de Dios, el plan de Dios, consiste en impartirse a Sí mismo en nosotros. De ahí que la meta de la economía neotestamentaria de Dios es que Dios mismo se imparta en el hombre. Esta economía tiene un contenido, y dicho contenido posee una realidad, la cual es la verdad revelada en la Biblia. La Biblia no es simplemente un libro de doctrinas, sino una revelación de la verdad, que es la realidad del contenido de la economía de Dios. Esta realidad tiene una sustancia, y lo único que puede darle sustantividad a esta sustancia es la fe. Así, pues, vemos una vez más que la fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la realidad de la economía neotestamentaria.
El contenido de la economía neotestamentaria de Dios consiste en “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad” (1:3). Hemos visto que tales cosas en realidad son el Dios Triuno que se imparte a nosotros como nuestra vida interna y nuestra piedad externa. En el Estudio-vida de 1 Timoteo hicimos notar que la fe es el contenido del evangelio completo según la economía neotestamentaria de Dios. Así que esta fe es objetiva, según se menciona en 1 Timoteo 1:19; 2:7; 3:9; 4:1, 6; 5:8; 6:10, 12, 21; 2 Timoteo 2:18; 3:8; 4:7; y Tito 1:13. La verdad es la realidad del contenido de la fe, según se menciona en 1 Timoteo 2:4, 7; 3:15; 4:3; 6:5; 2 Timoteo 2:15, 18, 25; 3:7, 8; 4:4; Tito 1:1 y 14. La piedad es un vivir que es la expresión de Dios, lo cual se menciona en 1 Timoteo 2:2, 10 (reverencia a Dios); 3:16; 4:7, 8; 5:4 (respetuosos); 6:3, 5, 6, 11; 2 Timoteo 3:5, 12 (piadosamente); Tito 1:1 y 2:12 (piadosamente). La fe equivale al contenido de la economía, la dispensación, de Dios. La verdad es el contenido, la realidad, de la fe conforme a la economía de Dios. La vida eterna es el medio y el poder para llevar a cabo las realidades divinas de la fe, y la piedad es el vivir que expresa la realidad divina, una expresión de Dios en todas Sus riquezas. La fe subjetiva es la respuesta a la verdad de la fe objetiva; tal fe recibe las realidades divinas y participa de ellas.
La fe preciosa que Dios nos ha asignado por medio de la palabra de la economía neotestamentaria de Dios y del Espíritu, responde a la realidad de tal contenido y nos conduce a dicha realidad. Tal fe hace que la sustancia de la economía de Dios llegue a ser el elemento de nuestra vida y nuestra experiencia cristianas. Ésta es la fe que ha sido asignada como porción a todos los creyentes en Cristo. Esta fe es objetiva para nosotros en la verdad divina, pero nos trasmite el contenido de aquello a lo cual da sustantividad. Así, pues, la acción de dar sustantividad es la fe, y esta fe nos trasmite todo aquello a lo cual da sustantividad. De este modo, la fe hace que todas las cosas a las cuales da sustantividad sean subjetivas para nosotros y podamos experimentarlas.
Usemos la cámara como ejemplo. Supongamos que usted desea fotografiar cierto paisaje. El paisaje corresponde a la verdad, y el hecho de ver dicho paisaje corresponde a la fe. Tanto el paisaje como el acto de ver son objetivos con relación a la cámara, porque ninguno de los dos ha entrado en ella. Sin embargo, la luz hace posible que el paisaje quede impreso en la película. La luz corresponde al Espíritu, y la película corresponde a nuestro espíritu. Así, tanto el acto de ver como el paisaje entran en la cámara y llegan a ser subjetivos con respecto a ella. Con el “clic” de la cámara la luz penetra dentro de ella y deja impreso el paisaje en la película. Nosotros somos la “cámara”, y nuestro espíritu es la “película”. De este modo, el paisaje y la acción de ver llegan a ser subjetivos para nosotros. Esto es la fe.
La fe incluye todos los elementos del “paisaje” de la herencia neotestamentaria, conforme a la economía neotestamentaria. En el Nuevo Testamento podemos ver un cuadro completo de este paisaje. No obstante, este paisaje se halla fuera de nosotros. ¿Cómo puede entrar en nosotros? Entra cuando nosotros lo vemos y también por medio de la obra del Espíritu. Ésta fue la experiencia que tuvimos cuando fuimos salvos y regenerados. Nosotros escuchamos la predicación del evangelio, el obturador de la cámara hizo “clic”, y la luz entró en nosotros. Como resultado, el paisaje divino quedó impreso en nuestro espíritu.
A veces predicamos el evangelio a las personas, y ellas no experimentan este “clic”. Mientras les predicamos, quizás algunos digan para sus adentros: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice”. Otros tal vez nos digan: “No me interesa”, y otros quizás respondan: “Éste debe de estar loco. ¿De qué estará hablando?”. Asi que no encontramos ninguna respuesta positiva. Pero tarde o temprano, por la misericordia del Señor, la luz divina y el paisaje divino entrarán en algunas personas. El paisaje entonces quedará impreso en la película y jamás se borrará. Aun si tratáramos de cambiar de parecer, no podríamos borrar el paisaje que ha quedado impreso en la “película” de nuestro espíritu.
Muchos de nosotros podemos testificar que llegamos a creer en el Señor aparentemente sin motivo alguno. Al escuchar la predicación del evangelio, algo hizo “clic” dentro de nosotros, y espontáneamente creímos en el Señor. Es posible que anteriormente hubiéramos disputado acerca de Dios y de Cristo. Tal vez dijimos: “¿Será que de veras existe Dios? Quizás sí exista un Dios, pero ¿cómo puede Jesús de Nazaret ser Dios en la carne? No creo que el hombre Jesús sea Dios”. Sin embargo, en cuanto experimentamos ese “clic”, automáticamente comenzamos a creer que Jesús es el Hijo de Dios. Entonces pudimos confesar: “No sé por qué, pero ahora creo que Jesús es Dios. ¡Aleluya, Jesucristo es mi Dios! ¡Alabado sea el Señor!”.
Muchos de nosotros podemos testificar que hemos tenido este tipo de experiencia. En un momento dado hubo un “clic” dentro de nosotros, y en ese instante entró en nosotros la fe preciosa que Dios nos asignó. A partir de entonces pudimos tener fe en el Señor.
Yo experimenté este “clic” de la fe cuando fui salvo y regenerado. Aunque nací en el cristianismo, no experimenté la salvación sino hasta que tuve diecinueve años. Una tarde, sólo por curiosidad, fui a escuchar a una joven predicar el evangelio. Mientras ella hablaba, experimenté un “clic” tras otro. Ese mismo día fui salvo de una manera dinámica y definitiva.
Todos nosotros hemos tenido la experiencia de que el paisaje divino se imprima en la película de nuestro espíritu por medio del “clic” de la cámara. Tal vez esto varíe en cuanto a grado, pero en esencia es lo mismo. Todos hemos experimentado ese casi imperceptible “clic”, y ahora todos poseemos la misma fe preciosa.
Esta fe es la verdadera porción que Dios nos ha asignado. Es la realidad de la economía neotestamentaria que nos fue asignada en la esfera de la justicia de Dios y mediante ella, la justicia que es también la justicia de nuestro Salvador Jesucristo. Esta justicia doble —la justicia de Dios y de Cristo—, es la esfera en la cual y el medio por el cual se nos ha asignado la porción neotestamentaria.
En el versículo 2 Pedro añade: “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor”. La gracia y la paz vinieron a nosotros mediante la fe que Dios nos asignó, la cual da sustantividad a la bendición de vida del Nuevo Testamento. Esta fe nos fue infundida por medio de la palabra de Dios, la cual nos transmite el verdadero conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor. En la esfera del pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor, y por medio de dicho conocimiento —el cual crece y aumenta cada vez más—, nos serán multiplicadas la gracia y la paz que hemos recibido.
El pleno conocimiento del Dios Triuno nos capacita para participar y disfrutar de Su vida y Su naturaleza divinas. Dicho conocimiento está en contraste con el conocimiento aniquilador de la lógica de la filosofía humana, la cual había invadido a la iglesia en su apostasía.
En 1:3 Pedro dice: “Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, mediante el pleno conocimiento de Aquel que nos llamó por Su propia gloria y virtud”. El capítulo 2 muestra que esta epístola, al igual que 2 Timoteo, 2 Juan, 3 Juan y Judas, fue escrita en tiempos de la degradación y apostasía de la iglesia. Por consiguiente, la apostasía es el contexto en el cual se escribió este libro. La carga del escritor era vacunar a los creyentes contra el veneno de la apostasía. La obra salvadora de Dios consiste en que Él mismo, en Su Trinidad, se imparta en los creyentes a fin de ser la vida de ellos y su provisión de vida. En esto consiste la economía de Dios, el plan de Dios. La apostasía distrajo a los creyentes, separándolos de la economía de Dios y llevándolos a la lógica humana de filosofías confusas. Esta lógica, en lugar de llevarlos a participar del árbol de la vida, el cual da vida, los llevó a participar del árbol del conocimiento, el cual produce muerte (Gn. 2:9, 16-17). Fue así como la serpiente engañó y sedujo a Eva (3:1-6). A fin de tomar medidas contra este veneno mortal, Pedro en su epístola sanadora primero recetó el poder divino como el antídoto más fuerte y eficaz. Este antídoto les provee a los creyentes todas las cosas relacionadas con la vida divina que engendra e imparte el suministro (no el conocimiento que mata) y con la piedad que expresa a Dios (no la demostración de sabiduría humana). Esta rica provisión divina, de la cual se habla detalladamente en los versículos siguientes (1:3-11), es más que suficiente para dar a los creyentes la capacidad de llevar una vida cristiana adecuada y de vencer la apostasía satánica.
En 1:3 la palabra divino denota la divinidad eterna, ilimitada y todopoderosa de Dios. Por tanto, el poder divino es el poder de la vida divina, la cual está relacionada con la naturaleza divina.
Aquí la palabra concedido significa “impartido, infundido, plantado”. Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos fueron impartidas, infundidas, por el Espíritu vivificante todo-inclusivo, quien nos regeneró y quien mora en nosotros (2 Co. 3:6, 17; Jn. 3:6; Ro. 8:11).
Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad componen los diversos aspectos de la vida divina, tipificados por las riquezas del fruto de la buena tierra en el Antiguo Testamento. Estas cosas son aquello a lo cual da sustantividad la fe que Dios nos asignó como porción para que fuera nuestra herencia. La vida es algo interno y nos capacita para vivir, y la piedad es algo externo y denota la expresión externa de la vida interna. La vida es la energía interna, la fortaleza interna, que produce la piedad externa, la cual conduce a la gloria y redunda en gloria.
En el versículo 3 hay una palabra griega muy significativa que puede traducirse “ya que” o “según”. Dicha palabra nos da a entender que la gracia y la paz nos serán multiplicadas en el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor, según nos sean impartidas todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad por medio del poder divino. La gracia y la paz nos son multiplicadas según lo que nos imparte el poder divino. Aparte de la impartición efectuada mediante el poder divino, no sería posible que nos fueran multiplicadas la gracia y la paz.
La palabra mediante del versículo 3 indica que todas las cosas que pertenecen a la vida nos son impartidas mediante el pleno conocimiento de Dios, el cual nos es transmitido y revelado por Su palabra. Tal conocimiento viene a ser la fe (objetiva), en la cual nuestra fe (subjetiva) es producida.
En 1:3 el pronombre Aquel se refiere a Dios, quien es nuestro Salvador y Señor Jesucristo (vs. 1-2). Él nos llamó a Su gloria y virtud por Su propia gloria y virtud. Sus discípulos contemplaron Su gloria y virtud (v. 16; Jn. 1:14) y fueron atraídos por las mismas. Luego, por esta misma gloria y virtud, fueron llamados por el Señor a ellas. Esto mismo ocurre con todos los que creen en Cristo.
La gloria es la expresión de Dios, Dios expresado en esplendor. Literalmente, la palabra griega traducida “virtud” significa “excelencia”. La virtud denota la energía de la vida que nos capacita para vencer todo obstáculo y para exhibir en nuestro vivir todos los excelentes atributos. La gloria es la meta divina; la virtud es la energía y la fuerza de vida que nos capacita para alcanzar tal meta. Esta virtud, junto con todas las cosas que pertenecen a la vida, nos ha sido dada por el poder divino, pero necesita ser desarrollada mientras vamos camino a la gloria.
En 1:4 Pedro añade: “Por medio de las cuales Él nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. La palabra griega traducida aquí “por medio de” es día, y significa también “por causa de, con base en”, y “debido a”, es decir, expresa medio o instrumento, pero aquí también denota causa.
El pronombre relativo las cuales de este versículo se refiere a la gloria y a la virtud mencionadas en el versículo 3. Por medio de la gloria y la virtud del Señor, con base en ellas, por causa de ellas y debido a ellas, y por las cuales y a las cuales fuimos llamados, Él nos ha concedido Sus preciosas y grandísimas promesas, como las de Mateo 28:20; Juan 6:57; 7:38-39; 10:28-29; 14:19-20, 23; 15:5; y 16:13-15. Dios nos llamó a Su propia gloria y virtud. Fue debido a esta gloria y virtud que Dios nos concedió promesas. Todas estas promesas son cumplidas en Sus creyentes por Su poder de vida, y que es la virtud excelente de ellos, y para Su gloria.
Hemos subrayado el hecho de que Dios nos llamó a Su gloria y virtud. Pero este llamamiento debe cumplirse en términos prácticos. Si bien es cierto que fuimos llamados a la gloria y a la virtud de Dios, ¿nos encontramos ya en esa gloria? Y ¿estamos participando de esta virtud? La respuesta es que a veces estamos en la gloria y a veces participamos de dicha virtud. Ya que es así, ¿cómo puede cumplirse el llamamiento que Dios nos ha hecho a Su gloria y virtud? Esto se cumple por medio de Sus promesas.
Por medio de las preciosas y grandísimas promesas, nosotros, los creyentes en Cristo, quien es nuestro Dios y Salvador, hemos llegado a ser participantes de Su naturaleza divina en la unión orgánica que tenemos con Él, a la cual hemos entrado mediante la fe y el bautismo (Jn. 3:15; Gá. 3:27; Mt. 28:19). La virtud (energía de la vida) de esta naturaleza divina nos introduce en la gloria de Dios (piedad que llega a ser la expresión plena del Dios Triuno).
Basándose en la gloria y la virtud a las cuales Dios nos llamó, Él nos da promesas. Además, mediante este proceso o procedimiento, Dios nos ha concedido promesas. Él nos promete que Él se hará responsable de llevarnos a esta gloria y virtud. Como hemos visto, la gloria como expresión es la meta, y la virtud es la energía de la vida. La virtud consiste en los excelentes atributos de Dios que llegan a ser en nosotros la energía de la vida. Esto significa que tenemos la energía y la fuerza necesarias para alcanzar la gloria. Mediante las promesas de Dios obtenemos la energía necesaria para expresar Su gloria. Una de estas promesas se encuentra en 2 Corintios 12:9, donde el Señor dice: “Bástate Mi gracia”. ¡Cuán grande y cuán preciosa es esta promesa! Sin duda alguna esta promesa puede conducirnos a la gloria y virtud.
Mediante estas promesas podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina. Nosotros recibimos la vida divina simplemente creyendo. Tan pronto como se produjo un “clic” en nuestro interior, la vida divina entró en nosotros. La naturaleza es la sustancia de la vida. Aunque recibimos la vida en el momento en que creímos, debemos seguir disfrutando la naturaleza continuamente. Y para seguirla disfrutando necesitamos la gracia de Dios. Así, pues, cuanto más disfrutemos la naturaleza divina, más tendremos Su virtud y más seremos llevados a Su gloria.
Participar de la naturaleza divina equivale a disfrutar de lo que Dios es. A fin de que podamos disfrutar todo lo que Él es, Dios hará muchas cosas a nuestro favor conforme a Sus promesas. Esto nos capacitará para disfrutar de Su naturaleza, o sea de lo que Él mismo es. Hemos visto que una de Sus promesas nos dice que Su gracia nos basta. La gracia de Dios, la cual nos basta, operará dentro de nosotros día tras día a fin de que podamos disfrutar de la naturaleza divina.
Al final del versículo 4 Pedro dice: “Habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. En su primera epístola, Pedro les dijo a los creyentes que Cristo los había redimido de su vana manera de vivir (1:18-19), y que, por eso, ellos debían abstenerse de los deseos carnales (2:11) y no vivir el tiempo que resta en la carne, en las concupiscencias de los hombres (4:2). Ahora, en su segunda epístola, les revela la energía, la fortaleza, que los capacita para escapar de la corrupción de la concupiscencia, así como el resultado de tal escape. La energía es la virtud de la vida divina, y el resultado consiste en que los creyentes participen de la naturaleza divina de Dios y así disfruten de todas las riquezas de lo que es el Dios Triuno. Al participar nosotros de la naturaleza divina y al disfrutar de todo lo que Dios es, todas las riquezas de la naturaleza divina serán totalmente desarrolladas, como se describe en los versículos del 5 al 7. Al escapar nosotros de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia, es decir, al deshacernos de aquello que impide que la vida divina crezca en nosotros, somos librados para ser participantes de la naturaleza divina y para disfrutar al máximo sus riquezas al desarrollarse ella por la virtud de Dios que nos lleva a Su gloria.
La naturaleza divina se refiere a las riquezas de lo que Dios es. Todo lo que Dios es, se halla en Su naturaleza. Por consiguiente, cuando participamos de la naturaleza divina, participamos de las riquezas divinas. Ya que recibimos la vida divina en el momento de nuestra regeneración, ahora debemos disfrutar de lo que Dios es.
Las riquezas de lo que Dios es constituyen el contenido de la esperanza viva mencionada en 1 Pedro 1:3. Dios el Padre, según Su grande misericordia, nos ha regenerado para una esperanza viva. Esta esperanza viva es realmente una esperanza de vida. Ya que tenemos esta esperanza de vida, nuestra expectativa ahora es disfrutar diariamente de las riquezas de la vida divina. De hecho, disfrutar de la vida divina sencillamente equivale a participar de la naturaleza divina. Es por eso que participar de la naturaleza divina está relacionado con la esperanza viva de que podremos disfrutar todas las riquezas de la vida divina.
Cuando fuimos regenerados, fuimos avivados, vivificados, por Dios. La vida divina entró en la parte central de nuestro ser. Desde entonces hemos tenido una esperanza viva, una esperanza de vida. Nuestra esperanza es que cada parte de nuestro ser sea vivificada. La regeneración, por tanto, introdujo en nosotros una esperanza viva. El objetivo de la regeneración es que disfrutemos de las riquezas de la vida divina, y las riquezas de esta vida equivalen a la naturaleza divina. Por consiguiente, participar de la naturaleza divina equivale a disfrutar de las riquezas de Dios.
Este disfrute no es sólo para el tiempo presente, sino también para la eternidad. Por toda la eternidad seguiremos participando de la naturaleza divina. Esto está representado por el árbol de la vida y el río de agua de vida mencionados en Apocalipsis 22:1 y 2. Desde el trono de Dios y del Cordero, fluye el río de vida. Esto representa al Dios que fluye para ser el disfrute de Sus redimidos. Ese río fluyente saturará toda la ciudad, la Nueva Jerusalén. Además, el árbol de la vida que crece a lo largo del río, suministrará a los redimidos el propio Dios como su provisión de vida. Éste es un cuadro de lo que significa participar de la naturaleza divina.