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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Colosenses»
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Mensaje 29

LA VIDA QUE LLEVAN LOS SANTOS EN UNIÓN CON CRISTO: CON LA PAZ DE CRISTO QUE NOS RIGE Y LA PALABRA DE CRISTO QUE MORA EN NOSOTROS

  Lectura bíblica: Col. 3:12-17; Ef. 5:19-20

  Después de las palabras de introducción en 1:18, el libro de Colosenses revela a Cristo como Aquel que es preeminente y todo-inclusivo, como la centralidad y la universalidad de Dios (1:9—3:11). En esta sección de Colosenses, Cristo es revelado de una manera completa. Aquí Pablo no dice que Cristo es el Cordero de Dios, el maná o el agua viva. En lugar de ello, él describe a Cristo como la porción de los santos, la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creación, el Primogénito de entre los muertos, el misterio de la economía de Dios, la esperanza de gloria que reside en nosotros, el misterio de Dios y Aquel en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. A medida que estudiaremos todos estos aspectos de Cristo, nos daremos cuenta de que la revelación presentada en Colosenses con respecto a Cristo es extraordinaria, absolutamente diferente de lo que se revela en otras partes de las Escrituras.

  En 3:12—4:6, Pablo comienza a hablar respecto de la vida que llevamos los santos en unión con Cristo. En 3:12-15, él habla de la necesidad de ser gobernados por la paz de Cristo, y en los versículos 16 y 17, de permitir que la palabra de Cristo more ricamente en nosotros. El hecho de que vivimos en unión con Cristo significa que en nuestro vivir no estamos separados de Cristo. En Juan 15 el Señor nos manda a permanecer en Él, porque separados de Él nada podemos hacer. A los ojos de Dios, todo lo que hagamos fuera de Cristo no tiene valor alguno. Por tanto, si nos separamos del Cristo todo-inclusivo que se revela en Colosenses, nada podremos hacer. El vivir de los santos debe llevarse a cabo en unión con Cristo. Esto significa que en nuestro vivir debemos ser uno con Él.

  En 3:10 y 11 vemos que en el nuevo hombre Cristo es el todo y está en todos. Cristo es todos los miembros y está en todos ellos. En el nuevo hombre no hay cabida para ninguna persona natural; antes bien, Cristo es cada uno y está en cada uno. Decir que Cristo es el todo y en todos en el nuevo hombre quiere decir que nosotros somos uno con Cristo y que Cristo es uno con nosotros. Aún podemos afirmar que Cristo es nosotros y que nosotros somos Él. Esto describe nuestra unión con Cristo. Por consiguiente, el vivir de los santos debe ser un vivir que ellos llevan en unión con Cristo, un vivir que se identifica con Él. Si vivimos de esta manera, nosotros y Cristo, Cristo y nosotros, seremos uno. Nosotros vivimos, y Cristo vive en nuestro vivir.

  Debemos ser uno con el Señor Jesús así como Él es uno con el Padre. En Juan 14:10, el Señor dijo: “Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, El hace Sus obras”. Esto indica que el Padre obra en el hablar del Hijo. Aunque el Padre y el Hijo son dos personas, ambos tienen una sola vida y un solo vivir. La vida del Padre es la vida del Hijo, y el vivir del Hijo es el vivir del Padre. Por una parte, la vida del Padre es la vida del Hijo. Por otra parte, el vivir del Hijo es el vivir del Padre. De esta manera el Padre y el Hijo tienen una sola vida y un solo vivir. El principio es el mismo con relación a Cristo y nosotros. Hoy en día, nosotros y Cristo tenemos una sola vida y un solo vivir. La vida del Hijo se convierte en nuestra vida, y nuestro vivir se convierte en Su vivir. Esto es lo que significa vivir en unión con Cristo.

  En esta unión, nosotros y Cristo, Cristo y nosotros, somos uno. De manera práctica, Cristo es nosotros y nosotros somos Cristo, porque vivimos en unidad. Su vida es nuestra vida, y nuestro vivir es Su vivir. Por lo tanto, Cristo vive en nuestro vivir. En esto consiste el vivir cristiano normal, el cual corresponde a la norma de Dios y cumple los requisitos de Su economía.

  En cuanto a nuestro vivir en unión con Cristo, Pablo nos dice que debemos permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones, y que la palabra de Cristo more ricamente en nosotros. Pablo no habla de esto en ninguna otra parte de sus epístolas. Notemos en los versículos 15 y 16 que los verbos en las frases “la paz de Cristo sea...” y “la palabra de Cristo more...” son imperativos, lo cual sugiere que tanto la paz de Cristo como la palabra de Cristo ya están presentes. Sin embargo, debemos dejar que ambas operen dentro de nosotros. Debemos permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nosotros, y que la palabra de Cristo more en nosotros. No existe ningún problema en relación con la paz de Cristo o con la palabra de Cristo. El problema somos nosotros, especialmente cuando no permitimos que estas cosas operen en nosotros.

I. VESTIRNOS DE LAS VIRTUDES ESPIRITUALES

  Antes de hablar sobre los versículos del 15 al 17, veamos algunos aspectos en los versículos del 12 al 14. Empezando con el versículo 12, Pablo dice: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de longanimidad; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro. De la manera que el Señor os perdonó, así también hacedlo vosotros”. Después de vestirnos del nuevo hombre, debemos vestirnos también de las virtudes espirituales enumeradas en estos versículos. En el versículo 12 Pablo usa las expresiones “escogidos de Dios”, “santos” y “amados” al dirigirse directamente a los creyentes. El nuevo hombre se compone de los elegidos de Dios, los escogidos de Dios. Además, el nuevo hombre es santo. Esto significa que el nuevo hombre no es ni común ni mundano; más bien, ha sido apartado para Dios. Además, el nuevo hombre es amado. Conforme a este versículo, el nuevo hombre es escogido, santo y amado.

  Nosotros somos este nuevo hombre y, como tal, debemos vestirnos de todas las virtudes espirituales necesarias: de entrañas de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de longanimidad. La humildad mencionada aquí difiere de la humildad autoimpuesta que los maestros herejes de Colosas promovían, de la cual uno puede sentirse orgulloso. Pablo, por su parte, enseñó una humildad espiritual, así como la mansedumbre y la longanimidad.

  En el versículo 13 Pablo añade algo más al respecto, esto es, que debemos soportarnos unos a otros y que debemos perdonarnos unos a otros. El Señor que perdona es nuestra vida y vive dentro de nosotros; perdonar es una virtud de Su vida. Cuando lo tomemos como nuestra vida y persona, y vivamos por Él, perdonar a otros será espontáneo y llegará a ser una virtud de nuestra vida cristiana.

II. VESTIRNOS DE AMOR, EL VÍNCULO DE LA PERFECCIÓN

  En el versículo 14 Pablo añade: “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo de la perfección”. La palabra griega traducida “perfección” también se puede traducir “totalidad”. Dios es amor (1 Jn. 4:16). El amor es la esencia misma del ser de Dios, la sustancia misma de la vida divina. Por lo tanto, vestirnos de amor es vestirnos del elemento de la vida de Dios. Tal amor es el vínculo que une la perfección, la totalidad y las virtudes maduras.

III. QUE LA PAZ DE CRISTO SEA EL ÁRBITRO EN NUESTROS CORAZONES

  En el versículo 15 Pablo dice: “Y la paz de Cristo sea el árbitro en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo Cuerpo; y sed agradecidos”. El término griego traducido “sea el árbitro” también puede traducirse juzgue, presida o sea entronizado gobernador y como uno que toma todas las decisiones. La paz de Cristo actúa como árbitro en nuestros corazones y deshace las quejas mencionadas en el versículo 13.

  El pronombre relativo “la que” del versículo 15 se refiere a la paz de Cristo. Fuimos llamados a esta paz en el Cuerpo de Cristo. Para llevar la vida del Cuerpo de una forma apropiada, necesitamos que la paz de Cristo sea el árbitro, y que regule y decida todas las cosas de nuestro corazón en nuestra relación con los miembros de Su Cuerpo. El hecho de haber sido llamados a la paz de Cristo debe motivarnos también a permitir que esta paz sea el árbitro en nuestros corazones.

  En este versículo, Pablo también nos alienta a estar agradecidos. No sólo debemos permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones, sino que también debemos estar agradecidos con el Señor. En la vida del Cuerpo, nuestro corazón siempre debe mantenerse en una condición pacífica con respecto a los demás miembros y estar agradecido con el Señor.

  Sin lugar a dudas, lo que escribió Pablo acerca de la paz de Cristo, la cual actúa como árbitro, correspondía a su experiencia práctica. Si examinamos nuestra propia experiencia, nos daremos cuenta de que como cristianos tenemos dos o tres personas que contienden en nuestro interior. Es por eso que necesitamos un árbitro. La presencia de un árbitro es siempre necesaria cuando hay que solucionar desacuerdos o disputas entre distintas partes. Con respecto a ciertos asuntos, tal vez uno de los contendientes en nosotros tenga cierta preferencia, mientras que tal vez otro se incline por algo totalmente opuesto. Además, puede haber otro contendiente que mantenga una postura neutral. Muchas veces estamos conscientes de que en nosotros existen tres personas: una que se inclina por cosas positivas, otra que se opone a estas cosas, y otra que adopta una postura neutral. Los cristianos somos mucho más complejos que los que aún no son salvos. Antes de ser salvos, estábamos bajo el control de Satanás. Podíamos entregarnos a las diversiones y entretenimientos mundanos sin tener el menor sentido de controversia en nuestro interior. Pero ahora que somos salvos, una parte de nosotros puede incitarnos a hacer cierta cosa, mientras que otra parte de nosotros puede alentarnos a hacer algo distinto. Así pues, vemos la necesidad de un arbitraje interior que solucione todas las disputas que ocurren dentro de nosotros. Necesitamos que alguien o algo presida las discusiones que se suceden dentro de nuestro ser. Según el versículo 15, aquel que preside, este árbitro, es la paz de Cristo.

  Recordemos cuál es el trasfondo del libro de Colosenses. La iglesia en Colosas había sido invadida por varias filosofías e “ismos”. No creo que todos los santos de Colosas hubieran adoptado la misma filosofía. Por el contrario, yo creo que algunos apreciaban el pensamiento filosófico griego, mientras que otros preferían la filosofía egipcia o babilónica. Dudo que aun en el tema del ascetismo todos los santos tuvieran el mismo punto de vista. Nada divide más o causa más disensiones que las opiniones sobre el ascetismo. No había una división real en la iglesia en Colosas, pero, sin duda, había disensiones. Los santos no eran verdaderamente uno. Como resultado, ellos no estaban en paz.

  Pablo primero escribió acerca del Cristo todo-inclusivo y del nuevo hombre en el cual Cristo es el todo y en todos, y donde no hay lugar alguno para el griego, el judío ni para ninguna otra diferencia cultural. Después, él mandó a los santos a que prestaran atención a la paz de Cristo. Todos nosotros tenemos en nuestro ser algo llamado la paz de Cristo. Ésta es la paz de la cual Pablo habla en Efesios 2:15, donde nos dice que Cristo en Sí mismo creó de dos pueblos un solo y nuevo hombre. Creando de los judíos y gentiles un solo y nuevo hombre, Cristo hizo la paz. Ésta es la paz que se menciona en Colosenses 3:15.

  Los creyentes de diferentes trasfondos culturales y nacionalidades fueron creados un solo y nuevo hombre. La unidad del nuevo hombre produce la paz genuina. Aparte de Cristo y de la iglesia, las distintas razas y nacionalidades no pueden ser verdaderamente uno. Los que estamos en el recobro del Señor somos uno porque estamos en Cristo y en la iglesia. Estamos en el nuevo hombre, donde no hay griego, judío, circuncisión ni incircuncisión. En el nuevo hombre, no existen las diferentes razas, clases sociales ni nacionalidades. En lugar de ello, hay unidad porque Cristo es el todo y está en todos. Esta unidad es nuestra paz. La paz de Cristo mencionada en Colosenses 3:15 es simplemente la unidad pacífica que se halla en el nuevo hombre.

  Debemos entender el tema de la paz de Cristo en relación con el trasfondo de la Epístola a los Colosenses. Diversos aspectos de la cultura se habían introducido en la vida de iglesia. Ciertos creyentes judíos estaban a favor de guardar el sábado. Éstos también promovían las reglas sobre los alimentos. No cabe duda que a los creyentes con un trasfondo griego no les gustaba esto. Sin embargo, ellos a su vez introdujeron la filosofía de su preferencia. Ciertamente, los creyentes judíos no aceptaron esto. Como resultado, la experiencia que tenían de la paz de Cristo se les perdió a ellos. La paz de Cristo era lo que debía haber prevalecido entre los creyentes. En lugar de ello, prevalecían los conceptos filosóficos griegos y las prácticas judaicas. Por consiguiente, en Colosas había por lo menos dos partidos: el partido filosófico y el partido judaico. Por lo tanto, se necesitaba un árbitro. Este árbitro no era ningún hermano de la iglesia, sino la paz de Cristo, la cual es la unidad del nuevo hombre, el Cuerpo.

  Hemos señalado en repetidas ocasiones que en el nuevo hombre no puede haber griego ni judío. La filosofía griega y las observancias judaicas no deben ser introducidas. En el nuevo hombre, Cristo es el todo y en todos. Además, se debe guardar la unidad del nuevo hombre, la cual es la paz de Cristo.

  Debemos permitir que la paz de Cristo arbitre en nuestros corazones. Todas las partes que contienden entre sí deben prestar atención a lo que dice el árbitro. ¿Se ha dado cuenta de que hay un árbitro dentro de usted? Colosenses nos muestra claramente que la paz de Cristo es nuestro árbitro interior. Este árbitro debe solucionar todas las disputas que hay dentro de nosotros. Por ejemplo, tal vez a algunos hermanos chinos les guste visitar Chinatown. No obstante, al hacer esto, puede ser que no tengan paz, sino que experimenten desacuerdo en su interior. Por lo tanto, es necesario que estos hermanos presten atención al árbitro, a la paz de Cristo que preside dentro de ellos. Cada vez que sintamos que las diferentes partes dentro de nuestro ser están argumentando o se están peleando, debemos permitir que la paz de Cristo, que es la unidad del nuevo hombre, gobierne dentro de nosotros. Permitamos que esta paz, esta unidad, tenga la última palabra.

IV. QUE LA PALABRA DE CRISTO HABITE EN NOSOTROS

  En el versículo 16 Pablo prosigue: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros, en toda sabiduría, enseñándoos y exhortándoos unos a otros con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando con gracia en vuestros corazones a Dios”. La palabra de Cristo se refiere a las palabras habladas por Cristo. Dios, en Su economía neotestamentaria, habla en el Hijo, y el Hijo no solamente habla por Sí mismo en los Evangelios, sino que también mediante Sus miembros, los apóstoles y profetas, en el libro de Hechos, en las Epístolas y en Apocalipsis. Todas estas maneras de hablar pueden considerarse la palabra de Cristo.

  En este pasaje, el llenar interior de la vida espiritual que rebosa en alabanzas y cánticos está relacionado con la Palabra, mientras que en el pasaje paralelo, Efesios 5:18-20, está relacionado con el Espíritu. Esto indica que la Palabra y el Espíritu son una misma cosa (Jn. 6:63b). Una vida cristiana normal debe ser una vida llena de la Palabra, para que el Espíritu rebose de alabanzas y melodías de loor desde nuestro interior.

  Colosenses gira en torno a Cristo como nuestra Cabeza y nuestra vida. Es por medio de Su palabra que Él ejerce Su función como Cabeza y nos suministra Sus riquezas. Por lo tanto, en este libro se da énfasis a la palabra de Cristo. Efesios trata de la iglesia como Cuerpo de Cristo. La manera en que nosotros podemos llevar una vida normal de iglesia es ser llenos en nuestro espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Es por eso que Efesios recalca el Espíritu. En dicho libro se hace hincapié en el Espíritu Santo y en nuestro espíritu una y otra vez; incluso la Palabra es considerada el Espíritu (Ef. 6:17). En cambio en Colosenses, tanto el Espíritu Santo (1:8) como el espíritu humano (2:5) se mencionan una sola vez. En Efesios vemos que la Palabra tiene como fin lavarnos de nuestra vida natural (5:26) y pelear en contra del enemigo (6:17), mientras que en Colosenses la Palabra tiene como fin revelar a Cristo (1:25-27) en Su preeminencia, centralidad y universalidad.

  Hemos mencionado que Efesios recalca el Espíritu, mientras que Colosenses hace énfasis en la Palabra. Efesios trata de nuestro vivir, mientras que Colosenses trata de la revelación de Cristo. En Colosenses, la preocupación de Pablo tenía que ver con la revelación de Cristo, la cual nos permite obtener el pleno conocimiento. Para este fin necesitamos la palabra de Cristo.

  La palabra de Cristo abarca todo el Nuevo Testamento. Debemos ser llenos de esta palabra, lo cual significa que debemos permitir que la palabra de Cristo more en nosotros, que habite en nosotros, que haga su hogar en nosotros. La palabra griega traducida “more” significa esté en casa, habite. La palabra del Señor debe tener el debido espacio dentro de nosotros, de modo que pueda operar y suministrar las riquezas de Cristo a nuestro ser interior. Aun más, la palabra de Cristo debe morar en nosotros ricamente. Las riquezas de Cristo (Ef. 3:8) se hallan en Su palabra. Y esta palabra que es tan rica, debe morar en nosotros ricamente. La palabra de Cristo debe tener plena libertad para operar dentro de nosotros. No debemos limitarnos a recibirla para después confinarla en una pequeña área de nuestro ser. Al contrario, debemos darle toda la libertad de operar dentro de nosotros. De esta manera, la palabra habitará en nosotros y hará su hogar en nosotros.

  Yo aprecio las aptitudes de Pablo como escritor. Por un lado, él recalca la paz de Cristo y, por otro, la palabra de Cristo. Quizás algunos de nosotros pensemos que con tal de que nuestro espíritu sea viviente, todo estará bien. Tal vez no nos hayamos dado cuenta de que la paz de Cristo debe ser el árbitro dentro de cada uno de nosotros y que la palabra de Cristo debe hacer su hogar en nuestros corazones. Si permitimos que la paz de Cristo opere dentro de nosotros y que la palabra de Cristo more en nosotros, seremos cristianos apropiados. En lugar de seguir nuestras preferencias, tendremos el arbitraje de Cristo. Así, en lugar de nuestras opiniones, conceptos, pensamientos y evaluaciones, tendremos la palabra de Cristo.

  Algunos santos aprecian mucho la Biblia y la leen diariamente, pero en su vida diaria son sus conceptos, opiniones y filosofía los que actúan dentro de ellos, y no la palabra de Cristo. Tal vez estudien la Biblia, pero no permiten que la palabra de Cristo more en ellos. Tampoco permiten que se mueva, actúe y penetre en su ser. Como resultado, lo que prevalece en su ser es su filosofía, y no la palabra de Cristo. A pesar de que leen la Biblia, la palabra de Dios permanece fuera de ellos. Es crucial que le permitamos a la palabra de Cristo entrar en nosotros, morar dentro de nosotros, y reemplazar nuestros conceptos, opiniones y filosofías. Debemos orar: “Señor Jesús, yo estoy dispuesto a abandonar mis conceptos. Yo quiero que Tu palabra tenga el terreno en mí. Estoy dispuesto a renunciar a mis opiniones y a mi filosofía. Yo quiero que Tu palabra prevalezca en mí. No quiero que prevalezcan más mis conceptos”.

  No podemos separar la palabra de Cristo de Su arbitraje. El árbitro resuelve las disputas con su palabra. Debemos presentarle nuestro caso al árbitro y escuchar su palabra. Esto significa que debemos permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones y que la palabra de Cristo more en nosotros. Entonces rebozaremos de cánticos y acciones de gracias.

  Conforme al versículo 16, cuando la palabra de Cristo more ricamente en nosotros, nos enseñaremos y exhortaremos unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales, y cantaremos con gracia en nuestros corazones a Dios. El enseñar, el exhortar y el cantar están todos relacionados con el verbo morar. Esto indica que la manera en que permitimos que la palabra del Señor more ricamente en nosotros es enseñar, exhortar y cantar. Debemos enseñar y exhortar no sólo con palabras, sino también con salmos, himnos y cánticos espirituales.

V. HACERLO TODO EN EL NOMBRE DEL SEÑOR JESÚS

  En el versículo 17 Pablo dice: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de El”. El nombre denota la persona. La persona del Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17a). Hacer algo en el nombre del Señor es actuar en el espíritu. Esto es lo mismo que vivir a Cristo.

  Hemos visto que, como nuevo hombre, nosotros somos uno con Cristo, y que nuestro vivir debe llevarse a cabo en unión con Cristo. Para vivir de esta manera, debemos permitir que la paz de Cristo sea el árbitro dentro de nosotros. Esta paz debe tener la última palabra y debe tomar la decisión final. A medida que permitimos que la paz de Cristo presida en nosotros, debemos permitir también que la palabra de Cristo more en nosotros y tenga plena libertad para operar en nosotros. Siempre que la paz de Cristo sea el árbitro en nosotros y la palabra de Cristo more en nosotros, nuestra manera de vivir será apropiada, tal como se describe en 3:18—4:1. Seremos esposos, esposas, padres, hijos, esclavos y amos apropiados. Lo que hoy necesitamos es vivir en unión con Cristo, permitir que la paz de Cristo nos rija, y dejar que la palabra de Cristo habite en nosotros.

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