Mensaje 43
Lectura bíblica: Col. 2:11-13, 2:19, 20; 3:1; 1:27-28; Mt. 28:19; Gá. 3:27; Ro. 6:3-5; 11:17; Jn. 15:4-5
En 1:27 Pablo afirma que Cristo está en nosotros, y en el versículo siguiente, habla de presentar perfecto en Cristo a todo hombre. Estos versículos indican, por un lado, que Cristo está en nosotros y, por otro, que nosotros estamos en Cristo. Según Juan 15:4 y en 5, primero se menciona el hecho de que nosotros estamos en Cristo, y luego el hecho de que Cristo está en nosotros.
Las dos expresiones, Cristo en nosotros y nosotros en Cristo, implican un tráfico divino de dos sentidos, un tráfico que es un misterio universal. ¡Qué gran misterio es que estemos en el Dios Triuno y que el Dios Triuno esté en nosotros! Podemos testificar firmemente que hemos entrado en el Dios Triuno, y que el Dios Triuno procesado, vivificante y todo-inclusivo ha entrado en nosotros.
Algunos cristianos se sienten ofendidos cuando hablamos del Dios procesado. Ellos dirían: “¿No es Dios eterno, infinito, todopoderoso e inmutable? ¿Cómo puede el Dios eterno e infinito ser procesado?” En lugar de argumentar al respecto, deberíamos presentar los hechos de la Palabra de Dios. La Biblia revela que un día Dios se hizo carne. Juan 1:14 dice que el Verbo se hizo carne. ¿No implica esto un proceso? Si la encarnación no implicara ningún proceso, ¿cómo podría el Dios eterno e infinito hacerse un hombre finito? Después de treinta y tres años y medio, el Dios procesado fue a la cruz y fue crucificado. A algunos les sorprenderá escuchar que fue Dios quien fue crucificado. Sin embargo, debemos recordar que Aquel que fue crucificado era el Dios encarnado. Después de Su crucifixión, Cristo fue sepultado. Luego, Él pasó por la muerte y salió en resurrección. ¿No era esto parte de un proceso? Cristo fue sepultado con un cuerpo físico igual al nuestro, pero cuando salió de la tumba en resurrección, Él tenía un cuerpo espiritual. Su cuerpo físico había sido transfigurado en un cuerpo espiritual. Ciertamente, esto implica un proceso. Por consiguiente, podemos afirmar con certeza que nuestro Dios ha sido procesado. Él fue procesado por medio de la encarnación para hacerse hombre, y luego Él fue procesado mediante la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45).
Hoy en día, nuestro Dios no es simplemente el Creador revelado en Génesis 1:1. Él es el Dios procesado, como se revela en Mateo 28:19, un versículo más complejo que Génesis 1:1. Génesis 1:1 dice simplemente que en el principio Dios creó los cielos y la tierra, pero Mateo 28:19 nos exhorta a bautizar a las personas “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Este versículo se refiere al nombre único del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. En este versículo, el nombre de Dios es Padre-Hijo-Espíritu. Debido a las limitaciones de nuestro idioma, tal vez nos veamos obligados a usar el término “persona” para referirnos al Padre, al Hijo y al Espíritu, y decir que son las tres personas de la Trinidad. Hicimos esto en las primeras líneas de uno de nuestros himnos (Himnos, #287):
¡Qué gran misterio es el Dios Triuno! Uno en sustancia y en persona tres.
Sin embargo, no debemos insistir demasiado en esta palabra, no sea que, sin quererlo, estemos a favor de la doctrina del triteísmo, según la cual el Padre, Hijo y Espíritu son tres Dioses. De ninguna manera creemos en el triteísmo; creemos en el único Dios verdadero, cuyo nombre es Padre-Hijo-Espíritu conforme a Mateo 28:19. Éste es el Dios procesado, en cuyo nombre debemos bautizar a las personas.
La palabra “bautizar” se deriva de la palabra griega baptizo, que significa hundir o sumergir un objeto en agua. En el bautismo, somos sumergidos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu. Sin embargo, muchos cristianos argumentan acerca de la manera apropiada de bautizar o de la clase de agua que debe usarse, pero tienen poca o ninguna comprensión de la realidad espiritual que el agua simboliza. Debido a que nuestra relación con el Señor es misteriosa y espiritual, la Biblia usa el símbolo físico del bautismo para representar la unión que tenemos con el Dios Triuno. Sumergir a un creyente en el agua del bautismo equivale a introducirlo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu.
El nombre en Mateo 28:19 denota la suma total del ser divino. De ahí que, el nombre equivale a la persona. Ser introducidos en el nombre equivale a ser introducidos en la persona. Bautizar a un creyente en el nombre del Dios Triuno equivale a sumergirlo en todo lo que Dios es. Tener el nombre es tener la persona. Bautizar a las personas en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu es bautizarlos en una persona maravillosa. El agua que se usa en el bautismo representa a la persona maravillosa del Dios Triuno. Cada vez que bauticemos a alguien, debemos decirle que el agua en la cual lo sumergimos representa al Dios Triuno. Cuando lo sumergimos en el agua, lo que estamos haciendo en realidad es sumergirlo en el Dios Triuno.
Mateo 28:19 no nos exhorta a hacer discípulos a todas las naciones y a bautizarlas en cierta clase de agua. La Biblia no especifica qué clase de agua que debemos usar. Simplemente debemos bautizar a las personas en agua, lo que significa que las sumergimos en el Dios Triuno. ¡Cuán crucial es que nos demos cuenta de que en el bautismo las personas son introducidas en el Dios Triuno!
En Gálatas 3:27 Pablo dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”. El Cristo mencionado en Gálatas 3:27 corresponde al Padre, al Hijo, y al Espíritu, mencionados en Mateo 28:19. Por consiguiente, ser bautizados en Cristo es lo mismo que ser bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu.
Hace muchos años alguien trató de discutir conmigo acerca del bautismo. Después de reconocer que respetábamos la Biblia y bautizábamos a las personas en agua, él me preguntó en qué nombre bautizábamos a los creyentes. ¿Los bautizábamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu, en el nombre de Cristo Jesús, o en el nombre del Señor Jesucristo? A esto agregó que el nombre tiene mucha importancia. Así que, le pedí que me explicara la diferencia entre el Cristo de Gálatas 3:27 y el Padre, el Hijo y el Espíritu, mencionados en Mateo 28:19. Me contestó que Cristo era solamente el Hijo. Entonces le dije que en lugar de discutir, deberíamos simplemente disfrutar al Padre, Hijo y Espíritu, a Cristo Jesús, y al Señor Jesucristo. Le dije que Cristo es todo-inclusivo; que Él no es solamente el Hijo, sino también el Padre y el Espíritu. También le dije que es válido bautizar a una persona en el nombre del Padre, Hijo, y Espíritu; a otra, en Cristo; y a una tercera, en el Señor Jesucristo o en Cristo Jesús. No hay nada de malo en bautizar a las personas de esta manera. Si comparamos Mateo 28:19 con Gálatas 3:27, vemos que bautizar a la gente en Cristo es lo mismo que bautizarlos en el Padre, el Hijo y el Espíritu. No nos interesa argumentar sobre terminología; lo único que nos interesa es la persona viviente, el Dios Triuno procesado, vivificante y todo-inclusivo.
En Romanos 6:3 Pablo pregunta: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?” ¿Alguna vez se ha preguntado por qué Pablo dice que los que han sido bautizados en Cristo Jesús, han sido bautizados en Su muerte? Ya que hemos sido bautizados en una persona viviente, ¿cómo entonces podemos ser bautizados en Su muerte? ¿Por qué no somos bautizados más bien en Su resurrección? Si yo hubiese sido el autor de Romanos 6:3, habría dicho que todos los que han sido bautizados en Cristo, han sido bautizados en Su resurrección. Si usted pudiera escoger, ¿no preferiría mejor ser bautizado en la resurrección que en la muerte? No obstante, Pablo afirma categóricamente que todos los que han sido bautizados en Cristo, han sido bautizados en Su muerte.
El Cristo resucitado contiene todavía la eficacia de Su muerte. De no ser así, no podríamos ser bautizados en Su muerte cuando somos bautizados en Él. El hecho de que somos bautizados en Cristo y en Su muerte indica que Cristo y Su muerte son uno. El ejemplo de beber té es muy ilustrativo. Cuando bebemos té, bebemos tanto el té como el agua. Puesto que el agua y el té son uno, el agua contiene el elemento, la realidad, del té. De la misma manera, la resurrección de Cristo contiene el elemento de Su muerte eficaz. Por eso cuando una persona es bautizada en Cristo, espontáneamente es bautizada en la muerte de Cristo. Es imposible separar la muerte de Cristo de Cristo mismo. La persona del Cristo resucitado incluye el elemento de Su muerte eficaz. La eficacia de la muerte de Cristo es uno de los ingredientes de Su ser todo-inclusivo. De ahí que, ser bautizados en Cristo significa ser bautizados en Su muerte.
Existe una enorme diferencia entre la muerte en Adán y la muerte de Cristo. Aborrezco la muerte en Adán, pero aprecio la dulzura de la muerte de Cristo. Su muerte es muy dulce y agradable, y anhelo permanecer reposando en ella. ¡Cuán maravilloso es que un creyente que es bautizado en el Cristo todo-inclusivo es también introducido en Su muerte! Podemos repetir las palabras de un himno escrito por A. B. Simpson: “¡Oh, qué dulce es morir con Cristo!” El descanso y la victoria se hallan en la muerte de Cristo.
Hemos visto que ser bautizados significa ser introducidos en el Dios Triuno, en Cristo y en la muerte de Cristo. ¿Cómo puede Cristo ser el agua espiritual en la que somos sumergidos? Cristo puede ser esta agua porque en resurrección Él fue procesado y llegó a ser el pnéuma, el Espíritu vivificante. Como el pnéuma, Cristo es el aire celestial. Bautizar a alguien en este aire es mucho más fácil que bautizarlo en agua. Todo el mundo sabe que el agua viene de la lluvia y que la lluvia proviene de la humedad del aire. Hoy en día, Cristo es el aire espiritual, lleno de humedad. Cuando bautizamos a las personas en Cristo, las bautizamos en Él como pnéuma celestial, en el Dios Triuno procesado, vivificante y todo-inclusivo.
La manera de entrar en Cristo es ser bautizados en Él. Todos los creyentes deben tener la certeza de que han sido bautizados en el Dios Triuno. Podemos testificar confiadamente que estamos ahora en Cristo porque fuimos bautizados en Él y en Su muerte.
En Romanos 6:4 Pablo dice: “Hemos sido, pues, sepultados juntamente con Él en Su muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida”. Aquí Pablo presenta la noción de ser sepultados; él dice que hemos sido sepultados juntamente con Cristo en Su muerte por el bautismo. ¿Qué viene primero, morir o ser sepultados? En la esfera natural, una persona primero muere y luego es sepultada; pero la palabra de Pablo indica que primero somos sepultados, y después entramos en la muerte. Conforme a la Biblia, nosotros los creyentes somos sepultados y entramos en la muerte. Sin embargo, esto no lo hacemos directamente, sino con Cristo y por medio del bautismo.
Supongamos que alguien se arrepiente y cree en el Señor Jesús. Después de esto, él debe ser bautizado en Cristo. Bautizar a este nuevo creyente en Cristo equivale a introducirlo en la muerte de Cristo. Al ser bautizado, él en realidad está siendo sepultado. Esta sepultura da por resultado la muerte. Esto es lo que significa ser sepultados con Cristo al ser bautizados en Su muerte.
Todos los bautizados son personas que están en el proceso de morir. Mediante el bautismo, las personas son introducidas en la muerte. Después de que son identificadas con Cristo y Su muerte, son sumergidas en el agua y son sepultadas. Mediante el bautismo, las personas entran en la verdadera experiencia de lo que significa morir con Cristo.
Esta sepultura tiene una consecuencia gloriosa. Tal como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros podemos andar en novedad de vida. Esto indica que después del bautismo llegamos a ser una nueva persona en resurrección. Cuando somos sumergidos en el agua, entramos en la muerte; pero cuando salimos del agua, entramos en la resurrección. Es necesario que todos tengamos tal maravillosa comprensión y entendimiento acerca del bautismo.
En Romanos 6:5 Pablo dice también: “Porque si siendo injertados en El hemos crecido juntamente con El en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección”. Hemos crecido juntamente con Cristo en la semejanza de Su muerte, esto es, en el bautismo mencionado en el versículo 4. Ahora, vemos que también creceremos en la semejanza de Su resurrección, es decir, en novedad de vida, mencionada también en el versículo 4. Lo importante aquí es que ser bautizados significa crecer. Todo aquel que ha sido bautizado ha crecido en la semejanza de la muerte de Cristo y ahora está creciendo en la semejanza de Su resurrección.
Podemos entender mejor el crecimiento mencionado en Romanos 6:5, usando el ejemplo del injerto de una rama de un árbol en otro árbol. Mediante el injerto, dos vidas llegan a ser una sola. Por ende, el proceso del injerto representa nuestra identificación espiritual con Cristo. Somos identificados con Cristo, somos hechos uno con Él, siendo injertados en Él.
En Romanos 11 Pablo usa el ejemplo en el que las ramas de un olivo silvestre son injertadas en un olivo cultivado (vs. 17, 24). Para que se pueda producir un injerto, ambos árboles deben experimentar un corte. Este corte representa la experiencia de ser muertos. Sin este corte, el injerto no se produce. En Su crucifixión, Cristo fue cortado, y todavía lleva las marcas de dicho corte. Esto significa que en el ser del Cristo resucitado, existe una hendidura en la cual nosotros, las ramas de olivo silvestre, podemos ser injertados. No obstante, si queremos ser injertados en Él, también debemos ser cortados. De este modo, somos unidos a Él en el lugar mismo donde Él y nosotros fuimos cortados. En cierto sentido, ambos cortes se abrazan. Mediante esta unión, el injerto es producido, y ambos árboles llegan a ser uno solo.
Inmediatamente después de que el proceso de injerto se ha completado, la rama del olivo silvestre empieza a crecer en unión con el olivo cultivado. Además, el olivo cultivado crece con la rama del olivo silvestre. Ambos árboles crecen juntos como un solo árbol con una sola vida y un solo vivir. La vida de este árbol es una nueva vida en la cual las dos naturalezas se han mezclado.
Ser bautizados significa ser injertados en Cristo. Este bautismo incluye el crecimiento. Después de que uno se arrepiente y cree en el Señor Jesús, él crece con Cristo, primero en la semejanza de Su muerte y luego en la semejanza de Su resurrección. Mediante el crecimiento que ocurre en el bautismo, entramos en Cristo.
Ahora que estamos en Cristo, estamos creciendo en Él. En Colosenses 1:28 Pablo habla de presentar perfecto en Cristo a todo hombre. Pablo los ayudó a crecer al amonestarles y enseñarles en toda sabiduría. Debemos hacer lo mismo en la iglesia hoy en día. Después de que una persona es bautizada, necesita ser nutrida para crecer hacia la madurez.
Puesto que nosotros estamos en Cristo, Cristo está también en nosotros. Este hecho también lo ejemplifica el injerto. Después de ser injertada en el olivo cultivado, la rama del olivo silvestre viene a formar parte del olivo cultivado, y comienza a crecer en él. La savia vital del olivo cultivado penetra en la rama del olivo silvestre. De esta manera, el olivo cultivado crece en la rama del olivo silvestre. Del mismo modo, puesto que nosotros fuimos injertados en Cristo, Él mora ahora en nosotros y crece en nosotros.
En 1:27 Pablo dice que Cristo está en nosotros y en 1:28, afirma que nosotros estamos en Cristo. Primero, somos introducidos en Cristo; luego, Cristo está en nosotros. Cuanto más entramos en Cristo, más Él entra en nosotros; y cuanto más Él entra en nosotros, más somos introducidos en Él. Esto se convierte en el ciclo por el cual crecemos en vida. A medida que crecemos de esta manera, espontáneamente es extinguida nuestra cultura, la cual incluye la filosofía, el ascetismo y los elementos del mundo.
El bautismo es la realidad de la circuncisión del Antiguo Testamento. Según Colosenses 2:11-12, el bautismo fue la manera en que experimentamos la circuncisión, una circuncisión no hecha a mano, al despojarnos “del cuerpo carnal, en la circuncisión de Cristo”. Por medio del bautismo, todo nuestro ser fue circuncidado. Puesto que hemos experimentado tal circuncisión, no tenemos ninguna necesidad de practicar el ascetismo. Cuanto más crezca Cristo en nosotros y cuanto más crezcamos nosotros en Él, más se desvanecerán el ascetismo y todos los aspectos de la cultura. Así, en lugar de vivir por nuestra cultura, viviremos por Cristo.