Mensaje 61
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Lectura bíblica: Hch. 22:1-21
En 22:1-21, Pablo se defiende ante la turba de los judíos. En este mensaje prestaremos atención a las palabras de Ananías a Pablo, mencionadas en el versículo 16: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando Su nombre”.
En el caso de Pablo, como en el del eunuco etíope, se le da énfasis al bautismo en agua. Debemos prestar atención al bautismo en agua y al bautismo en el Espíritu. El bautismo en agua representa la identificación de los creyentes con la muerte y la resurrección de Cristo (Ro. 6:3-5; Col. 2:12), y el bautismo en el Espíritu produce la realidad de la unión que tienen los creyentes con Cristo en vida esencialmente, y en poder económicamente. El bautismo en agua es la afirmación que hacen los creyentes acerca de la realidad del Espíritu. Ambos son necesarios, y el uno no puede reemplazar al otro. Todo creyente debe experimentar adecuadamente ambos aspectos.
De acuerdo con las palabras del Señor en Marcos 16:16, una persona debe creer y ser bautizada para ser salva. Creer significa recibir al Señor (Jn. 1:12), no sólo para obtener el perdón de pecados (Hch. 10:43), sino también para ser regenerados (1 P. 1:21, 23). Los que así creen llegan a ser hijos de Dios (Jn. 1:12-13) y miembros de Cristo (Ef. 5:30), en una unión orgánica con el Dios Triuno (Mt. 28:19). Ser bautizado es afirmar esto al ser sepultado para poner fin a la vieja creación por medio de la muerte de Cristo y al ser resucitado, para ser la nueva creación de Dios por medio de la resurrección de Cristo. Tal bautismo es mucho más avanzado que el bautismo de arrepentimiento predicado por Juan (Mr. 1:4; Hch. 19:3-5).
Creer y ser bautizado así son dos partes de un paso completo que se da para recibir la plena salvación de Dios. Ser bautizado sin creer es simplemente un rito vacío; y creer sin bautizarse es sólo ser salvo interiormente, sin dar una afirmación exterior de la salvación interior. Estos dos aspectos deben ir a la par.
El bautismo es en realidad un gran traslado. Por esta razón, el ministerio neotestamentario empezó con el bautismo. Hemos subrayado el hecho de que el bautismo significa primeramente terminación y luego germinación. Mediante la terminación y la germinación, se produce un verdadero traslado. No es de sorprender que el Nuevo Testamento empiece con el bautismo, lo cual indica que todo lo relacionado con el Antiguo Testamento debe ser desechado, a fin de tener un nuevo comienzo. Sin embargo, para muchos cristianos hoy, el bautismo es simplemente un ritual por medio del cual las personas se hacen miembros de una religión.
Cuando fuimos bautizados, fuimos trasladados de Adán a Cristo. Muchos cristianos nunca han recibido la debida enseñanza acerca del bautismo. Otros, a pesar de que saben que fueron trasladados de Adán a Cristo por medio del bautismo, lo toman como una simple doctrina; y no lo aplican de forma práctica en su vida cristiana. Como cristianos, debemos encontrarnos fuera de Adán, y en Cristo. No debemos vivir más en la esfera de Adán, sino totalmente en la esfera de Cristo.
En 22:16, Ananías dijo a Pablo que se bautizara y lavara sus pecados invocando el nombre del Señor. La frase “invocando Su nombre” modifica los verbos “bautízate” y “lava”. Ananías parecía decir: “Pablo, levántate y bautízate. Al bautizarte, debes invocar el nombre del Señor. El requisito para que te bautices es que invoques el nombre del Señor”.
Sería bueno que siempre que bauticemos a nuevos creyentes les exhortemos a que invoquen el nombre del Señor Jesús, es decir, que mientras se bautizan, estén invocando. Así como es posible respirar y comer a la vez, también es posible ser bautizado e invocar al Señor al mismo tiempo. Invocar el nombre del Señor hace más dinámico el traslado que se efectúa mediante el bautismo. Por tanto, sugiero que exhortemos a los que se bautizan a que invoquen el nombre del Señor Jesús, para que experimenten de forma más dinámica el traslado de Adán a Cristo.
En 22:16, Ananías le pidió a Pablo que se levantara, se bautizara y lavara sus pecados. Hemos visto que la frase “invocando Su nombre” modifica los verbos “bautízate” y “lava”. Por consiguiente, invocar es un requisito para ser bautizados y lavar nuestros pecados. Invocar el nombre del Señor fue la manera en que Pablo lavó sus pecados.
Según la comprensión de Ananías, ¿cuáles eran los pecados que Pablo debía lavar? Indudablemente para Ananías los pecados más graves que Pablo había cometido eran perseguir y arrestar a los que invocaban el nombre del Señor Jesús. Sin duda, el mayor pecado cometido por Pablo fue salir a arrestar a los que invocaban el nombre del Señor. A este respecto, él fue declarado culpable no solamente por Dios, sino también por los creyentes, tanto en Jerusalén como en todo lugar. Los creyentes lo tachaban a él de perseguidor. Pablo consideraba la invocación como una señal que identificaba a los creyentes, y por eso, adondequiera que iba, buscaba a los que invocaban el nombre del Señor.
En 22:16, Ananías parecía decir: “Pablo, a los ojos de los creyentes, tu mayor pecado ha sido perseguir y arrestar a los que invocan al Señor. Ahora que te has arrepentido y convertido, debes lavar tus pecados, y en especial, el pecado de haber perseguido a los santos. Para que tus pecados sean lavados, debes invocar el nombre del Señor. Si invocas: ¡Oh, Señor Jesús! varias veces, los santos ciertamente te perdonarán. El requisito para que tus pecados sean lavados es que invoques el nombre del Señor. En este respecto, no debes ser un creyente silencioso que no sea capaz de invocar el nombre del Señor en voz alta. Si te quedas callado, los creyentes no creerán que ahora eres uno de ellos, y no te perdonarán. Por tanto, ahora debes poner en práctica lo que tú antes reprobabas: invocar el nombre del Señor Jesús. Antes te valías de esa señal para identificar a aquellos que debías perseguir y arrestar, pero ahora debes usar esa misma señal para demostrar que tú has creído en el Señor Jesús y que has sido salvo. Ahora, pues, Pablo, levántate, bautízate y lava tus pecados, invocando Su nombre. Al invocar, serás perdonado por los que aman al Señor Jesús”.
El hecho de que Pablo invocara el nombre del Señor Jesús constituyó la etapa inicial de su traslado. El fue trasladado de ser un opositor de esta práctica, a uno que practicaba la invocación. Tal vez algunos consideren que el hecho de que Pablo invocara el nombre del Señor formó parte de su conversión, lo cual es correcto, pero debemos ver también que esta acción marcó el inicio de su traslado de una esfera a otra.
No es fácil determinar por qué los judíos se oponían tanto a la práctica de invocar el nombre del Señor. Para ellos, lo más importante era observar la ley, practicar la circuncisión y guardar las costumbres. Sin embargo, antes de que Pablo experimentara este traslado, él se oponía especialmente a la práctica de invocar el nombre del Señor.
El principio es el mismo hoy en día entre aquellos que se oponen a la práctica de invocar el nombre del Señor Jesús. Algunos nos critican porque invocamos el nombre del Señor, pero en realidad, no hay ninguna razón para que se opongan a ello. Aún así, algunos alegan que esto no es más que gritos, pero ¿qué hay de malo con que los creyentes invoquen el nombre del Señor? Las Escrituras revelan esta práctica de una manera clara. Es mejor invocar el nombre del Señor que estar callados, muertos y sin tener un contacto genuino con el Señor.
Algunos de los que se oponen a la práctica de invocar el nombre del Señor Jesús, argumentan: “El cristianismo ha existido por mil novecientos años, y jamás hemos oído la enseñanza de que los creyentes deben invocar el nombre del Señor”. A esto, podríamos responderles: “Quizás usted nunca haya oído esta enseñanza, pero con seguridad han oído a creyentes invocar el nombre del Señor. De hecho, quizás ustedes mismos, en el tiempo que llevan de cristianos, hayan tenido la experiencia de invocar al Señor”.
Conocemos muchos casos de personas que invocaron el nombre del Señor sin recibir ninguna enseñanza al respecto. Recuerdo el caso de una persona que se oponía a la práctica de invocar el nombre del Señor. Un día, al ir en su bicicleta, lo atropelló un automóvil, lanzándolo lejos con todo y bicicleta. Mientras caía al suelo, espontáneamente clamó: “¡Oh Señor Jesús!”
Sé también de cierto esposo cristiano que nunca oraba. Un día su esposa tuvo un accidente. ¿Qué creen que hizo? Se puso a invocar el nombre del Señor.
¿Conocen ustedes a algún verdadero cristiano que pueda afirmar que nunca ha invocado el nombre del Señor Jesús? Sin duda alguna, todos los creyentes genuinos han invocado el nombre del Señor al menos una vez. El hermano que fue atropellado en su bicicleta, pasó algunos días en el hospital, e invocaba día tras día: “Oh, Señor Jesús”. Nadie le había enseñado a invocar; él lo hizo espontáneamente. Muchos de nosotros podemos testificar que cuando invocamos el nombre del Señor, establecemos un verdadero contacto con El.
¿Se ha quedado dormido alguna vez mientras trataba de orar? Esto me sucedía muy seguido cuando oraba en silencio, y especialmente cuando oraba muy tarde en la noche. Por experiencia sabemos que la oración silenciosa a menudo nos causa sueño. Además, cuando oramos de esta manera, tenemos poco disfrute del Señor. En cambio, cuando invocamos Su nombre, lo disfrutamos más. Podemos invocar suavemente para no perturbar a los demás, y continuar disfrutándolo.
Me preocupa mucho que algunos se molestan porque le damos tanta importancia a la práctica de invocar el nombre del Señor Jesús. No es correcto que digan que insistimos demasiado en esto. En realidad, invocar al Señor es una práctica muy necesaria en nuestra vida cristiana. Si usted invoca el nombre del Señor, se encontrará en la etapa inicial del traslado dispensacional. Les aseguro que cuanto más invoquen el nombre del Señor Jesús, más saldrán de todo lo viejo y más entrarán en novedad.
Algunos creyentes llevan muchos años de ser cristianos, y con el paso del tiempo, su vida cristiana se ha envejecido cada vez más. Este síntoma de vejez indica que necesitan de un traslado práctico, y la mejor manera de experimentarlo es invocar: “Oh, Señor Jesús”. Les animo a que pongan esto en práctica. Si ustedes invocan el nombre del Señor día tras día, tendrán para compartir a otros muchas experiencias del Señor.
Invocar el nombre del Señor es de gran ayuda para los esposos cristianos. A los hermanos casados a menudo les cuesta trabajo amar a sus esposas. Pero si invoca el nombre del Señor Jesús, ciertamente experimentará un cambio genuino en la relación con su esposa y la amará verdaderamente.
Asimismo, cuando una hermana casada invoca el nombre del Señor, esto la ayudará a someterse a su marido. Si una hermana no toca al Señor invocándole, tal vez razone y diga para sí: “No es justo que tenga que someterme a mi marido. ¿Por qué debo hacerlo? Dios ha sido injusto conmigo al ponerlo a él por cabeza, y no a mí”. Pero la palabra de Dios no puede cambiar. Ni tampoco puede esta hermana hacer caso omiso al mandamiento de someterse a su marido. Entonces, ¿cómo podríamos ayudarla? Lo mejor que ella puede hacer para someterse a su marido es invocar el nombre del Señor. Si invoca día tras día, espontáneamente se someterá a su marido.
Cuando invocamos el nombre del Señor, experimentamos un verdadero traslado, el cual nos introduce en otra esfera, en el reino de Dios, que es la propagación del propio Cristo. Si entendemos esto, sabremos por qué se menciona tanto en la Biblia el invocar el nombre del Señor.
Cada vez que invocamos al Señor, le damos la oportunidad y la base para extenderse en nuestro ser. Esto no es una simple doctrina, sino algo muy práctico en nuestra experiencia cristiana. Hoy en día, el Señor es el Espíritu todo-inclusivo. Como tal, El es omnipresente, y opera en nosotros, esperando la oportunidad de extenderse en nuestro ser. Cada vez que invocamos Su nombre, le damos la oportunidad de crecer en nosotros.
Romanos 10:12 es un versículo muy importante en cuanto a la invocación del nombre del Señor: “Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan”. Por muchos años sólo me sabía el versículo que le seguía: “Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo” (v. 13). Me enseñaron que todo aquel que invocara el nombre del Señor sería salvo, pero nunca había oído que el Señor fuera rico para con todos los que invocan Su nombre. El es rico no solamente en la etapa inicial de la salvación, sino también en todas las cosas divinas y espirituales. Si hemos de participar de las riquezas del Señor, debemos invocarle. De día y de noche, debemos invocar el nombre del Señor. Puede ser que lo hagamos silenciosamente, para no molestar a los demás, pero aún así podemos invocar suavemente: “Oh, Señor Jesús”.
Cuando invocamos el nombre del Señor, salimos de nuestros pensamientos y razonamientos naturales. Por experiencia sabemos que cuando invocamos el nombre del Señor, somos introducidos a las profundidades de nuestro ser, es decir, a nuestro espíritu. No es posible invocar el nombre del Señor y permanecer en nuestra mente natural. Los que razonan sobre la práctica de invocar dirían: “¿Será correcto invocar el nombre del Señor? ¿Es esta una práctica bíblica? Si es bíblica, ¿entonces por qué no la enseñaron en los diecinueve siglos anteriores?” Pero tan pronto como ellos invoquen al Señor, serán salvos de sus pensamientos y razonamientos naturales. Cuando rehusamos invocar el nombre del Señor, permanecemos en nuestra mente natural, pero cuando lo invocamos, nos volvemos a nuestro espíritu. ¡Oh, cuánto necesitamos invocar al Señor a fin de disfrutarlo!
Invocar al Señor es una realidad, pues cuando lo hacemos, tenemos contacto con El. En un versículo relacionado con la práctica de invocar, Pablo declara: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón” (Ro. 10:8). En un sentido muy práctico, la palabra equivale al Señor mismo. Por tanto, el hecho de que la palabra esté cerca, significa que el propio Señor está cerca. Cada vez que invocamos al Señor, percibimos cuán cerca El está de nosotros, es decir, experimentamos Su presencia de manera íntima.
¿Cómo podemos saber que el Señor está cerca de nosotros? Sólo podemos saberlo cuando invocamos. Uno no puede convencer a nadie de que el Señor está cerca de él, valiéndose de debates o argumentos, pues cuanto más discute, más lejano parecerá estar el Señor. Pero si en lugar de discutir, invocamos Su nombre varias veces, sentiremos que El está muy cerca. Si continuamos invocándole, nos daremos cuenta de que El no sólo está cerca, sino que se encuentra dentro de nosotros. Cuanto más lo invocamos, más llega El a ser nuestro disfrute. Además, al invocarlo, El se convierte también en nuestra paz, descanso, bienestar y en la respuesta de cualquier situación en la que nos encontremos. Esto no es una simple doctrina ni una enseñanza superficial, sino una verdad que debemos experimentar.
Al igual que Pablo, todos debemos aprender a invocar el nombre del Señor Jesús, si deseamos ser trasladados por completo. Además, debemos ser fieles a la visión que hemos recibido, al igual que lo fue el apóstol Pablo. Como veremos más adelante, Pablo pudo testificar: “No fui desobediente a la visión celestial” (26:19). Podemos ver la fidelidad de Pablo en el hecho de que no evitó usar la palabra “gentiles” en 22:21. Aprendamos a ser fieles a la visión que hemos recibido acerca de la iglesia, del terreno de la iglesia, y del hecho de que Cristo es el Espíritu vivificante.
Debemos aprender de Pablo a presentar la verdad de una manera agradable, pero esto no significa que siempre estaremos libres de oposición y ataques. Por muy buena que sea nuestra presentación de la verdad, algunos se opondrán. No obstante, debemos ser fieles. Si por un momento dejamos de ser fieles a la visión que el Señor nos ha dado, ya no estaremos más en la nueva dispensación a la cual fuimos trasladados. La manera de mantenernos en dicha dispensación es permanecer fieles. Primero, experimentamos el traslado al invocar el nombre del Señor, y luego, permanecemos en dicha dispensación siendo fieles a nuestra visión.