Mensaje 34
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Lectura bíblica: Jn. 1:1, 14; Mt. 1:23; 2 Co. 3:18; 4:16-17; Ro. 8:29-30; Col. 1:12, 14-19; 2:9; 3:4, 10-11
La respuesta de Dios al libro de Job es la revelación divina completada que se halla en toda la Escritura con respecto a la relación de Dios con el hombre. En un mensaje previo vimos esta relación en el Antiguo Testamento. Ahora abordaremos este asunto en el Nuevo Testamento.
La relación de Dios con el hombre en el Nuevo Testamento comienza con la primera venida de Cristo y alcanza su consumación con la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva.
El Nuevo Testamento revela que Dios vino a ser concebido en una virgen humana y nacer de ella para ser un hombre, con lo cual introdujo la divinidad en la humanidad e hizo que Dios y el hombre se mezclaran como una sola entidad, pero sin constituir una tercera sustancia (Jn. 1:1, 14; Mt. 1:20, 23; 1 Ti. 3:16). Éste fue el primer paso que Dios dio para darse a Job por medio de Su impartición.
Jesucristo, como el Dios encarnado y la corporificación del Dios Triuno (Col. 2:9), en Su humanidad murió una muerte vicaria y todo-inclusiva a fin de poner fin a todo lo negativo y liberar la vida divina de Su interior a fin de impartírnosla.
Cristo venció la muerte, entró en la resurrección que todo lo produce y fue engendrado para ser el Hijo primogénito de Dios, con lo cual introdujo la divinidad en la humanidad (Hch. 13:33). En resurrección, Cristo también llegó a ser el Espíritu vivificante a fin de producir y constituir el Cuerpo de Cristo (1 Co. 15:45).
Luego, Cristo logró la ascensión que todo lo trasciende al ascender a los cielos y fue hecho Señor, Cristo, Príncipe y Salvador (Hch. 2:36; 5:31) a fin de propagarse y edificar la iglesia como Su reino.
En Su muerte, resurrección y ascensión Cristo hizo a todos Sus creyentes uno con Él. Por tanto, Su muerte, resurrección y ascensión han llegado a ser la muerte, resurrección y ascensión de los creyentes (Ro. 6:5-6; Ef. 2:5-6); así que, las experiencias de Cristo se han convertido en la historia de Sus creyentes.
Dios nos redimió en Cristo, perdonó nuestros pecados, nos lavó, nos justificó y nos reconcilió consigo (Ef. 1:7; 1 Co. 6:11; Ro. 3:22; 5:10).
Dios nos puso en Cristo e hizo que Cristo sea nuestra justicia, santificación y redención (1 Co. 1:30). En virtud de Cristo como nuestra justicia (para nuestro pasado) fuimos justificados por Dios a fin de ser regenerados en nuestro espíritu al recibir la vida divina. En virtud de Cristo como nuestra santificación (para nuestro presente) nuestra alma es santificada, es decir, somos transformados en nuestra mente, parte emotiva y voluntad con la vida divina. En virtud de Cristo como nuestra redención (para nuestro futuro), esto es, la redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:23), seremos transfigurados en nuestro cuerpo con la vida divina para tener Su gloriosa semejanza (Fil. 3:21).
Dios nos regeneró mediante la resurrección de Cristo (1 P. 1:3), y ahora Él nos renueva, nos transforma y nos conforma a Su imagen gloriosa, hasta que, finalmente, nos glorificará en Su gloria (Tit. 3:5; Ro. 12:2; Ef. 4:23; 2 Co. 4:16; 3:18; Ro. 8:29-30).
Al renovarnos y transformarnos, Dios nos consume sumergiéndonos en la muerte de Cristo para nuestra comunión en Sus padecimientos, los cuales producen un eterno peso de gloria, a fin de que podamos experimentarlo en Su resurrección y ganarlo en Sus riquezas inescrutables (10, 2 Co. 4:16-17; 8, Fil. 3:10; Ef. 3:8).
Juan 14:16-20 revela que Dios el Padre está corporificado en el Hijo, que Dios el Hijo es hecho real para nosotros como Dios el Espíritu y que Dios el Espíritu viene a morar en nosotros como la realidad del Dios Triuno. Éste es el don que Dios se había propuesto darle a Job, esto es, Su propia persona en Su Trinidad Divina corporificada en el Hijo y hecha real para él como el Espíritu.
Con respecto al misterio del Dios Triuno como realidad hallada en los creyentes, Cristo tenía muchas cosas que decirles a Sus discípulos, pero ellos no podían sobrellevarlas hasta que el Espíritu de realidad viniese a revelárselas (Jn. 16:12-15). Esto fue lo que el Espíritu de realidad hizo, principalmente con el apóstol Pablo, quien completó la palabra de Dios, esto es, la revelación divina (Col. 1:25-27) con respecto a Cristo como el misterio de Dios (2:2b) y la iglesia como el misterio de Cristo (Ef. 3:4).
Efesios 4:4-6 revela que el Padre, el Hijo y el Espíritu como el Dios Triuno han llegado a ser la fuente, el elemento y la esencia de la iglesia como Cuerpo de Cristo. Dios el Padre es la fuente, Dios el Hijo es el elemento y Dios el Espíritu es la esencia.
Cristo como la porción divina que Dios otorgó a los santos y como la vida de los creyentes, ha llegado a ser todos los miembros del nuevo hombre, que es Su Cuerpo orgánico (Col. 1:12; 3:4a, 10-11; 1 Co. 12:12-13).
En Colosenses 1:15-19 vemos que Dios desea que Cristo, la corporificación de Dios, lo sea todo para nosotros, los creyentes de Cristo.
Dios en Cristo llevará a cabo en nosotros Su obra de transformación hasta que dicha transformación alcance su consumación en la Nueva Jerusalén, primero con los vencedores en el reino milenario (Ap. 2:7) y luego en la consumación con todos los santos en el cielo nuevo y la tierra nueva, logrando que todo Su pueblo escogido y redimido llegue a ser Su expresión corporativa, con lo cual Dios mismo, y no meramente ciertas virtudes humanas, será manifestado en toda Su plenitud por la eternidad (Ap. 21:1—22:5).
Job y sus amigos estaban privados de las revelaciones divinas aquí mencionadas. Al aplicar Su trato a Job en toda clase de desastres y al despojarlo de todo lo que era, Dios habría de hacer desvanecer su contentamiento por todo cuanto había logrado y obtenido piadosamente así como quitaría toda barrera y velo para que Job pudiera ser vaciado a fin que buscara a Dios de una manera más profunda y se percatara de que estaba muy escaso de algo en su vida humana. Al final del libro de Job, después de todo lo ocurrido, Dios mismo se presentó, con lo cual indicaba que lo que escaseaba en la vida humana de Job era Dios mismo. Pero en los tiempos de Job no había una revelación como la que es develada de manera plena, clara y concreta en el Nuevo Testamento. Por esta razón, el libro de Job en realidad no tiene un final concluyente, el cual consistiría en que Job plenamente gane a Dios en Cristo a fin de ser hecho uno con Dios y poder, así, disfrutar a Dios en Cristo como su porción. Tal revelación puede encontrarse en toda su plenitud únicamente en el Nuevo Testamento.