Mensaje 32
(4)
El capítulo 14 de Juan revela principalmente la manera en que el Dios Triuno se imparte en nosotros a fin de que Él y nosotros, nosotros y Él, podamos ser juntamente edificados, la mezcla de divinidad con humanidad. Este capítulo revela que el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu, se imparte a Sí mismo en los creyentes en Jesucristo; que Dios mismo y los creyentes son juntamente edificados, ellos son una edificación de divinidad con humanidad; que con el tiempo este edificio llegará a ser una morada mutua; y que Dios mora en el hombre y el hombre mora en Dios. Ésta es la base sobre la cual el Señor dice en Juan 15:4: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros”. Esto denota una morada mutua, pues nosotros permanecemos en Él, y Él en nosotros. Con miras a este permanecer el uno en el otro se tiene la morada mutua. ¿Cómo podríamos permanecer en Él y Él en nosotros sin la morada? Aunque permanecer el uno en el otro se revela claramente en el capítulo 15, ¿dónde podemos encontrar la morada mutua? Se halla en el capítulo 14.
En el capítulo quince tenemos la palabra “permanecer”, y en el capítulo catorce hallamos la palabra “morada”. Me gustan estas palabras. En el griego el verbo traducido “permanecer” es morar, la forma verbal del sustantivo “morada”. En el griego encontramos el sustantivo traducido “morada” en el capítulo 14, y el verbo morar traducido “permanecer” en el capítulo 15. La misma palabra griega que se traduce “morada” se encuentra tanto en singular como en plural en el capítulo 14. La forma singular se encuentra en el versículo 23, donde se nos dice que el Padre y el Hijo vendrán y harán morada en aquel que ame al Señor Jesús. La forma plural se encuentra en el versículo 2, donde el Señor nos dice que en la casa de Su Padre hay muchas moradas. Algunas versiones traducen esta palabra griega como “mansiones”, en vez de “moradas”. Tales traducciones han causado enormes problemas. Deseo que les impresione el hecho que la morada se encuentra en el capítulo 14 y morar o permanecer se halla en el capítulo 15. Primero, necesitamos una morada, y después, podemos permanecer.
Casi todos los cristianos hablan acerca del permanecer del capítulo 15, pero no saben dónde se encuentra la morada, cuál es su origen, ni cómo se forma. Aunque en Juan 15:4 se dice claramente: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”, ¿dónde encontramos esta morada y cómo se forma? La morada se encuentra en el capítulo anterior, el capítulo 14, y se forma al impartirse el Dios Triuno en los creyentes. De esta manera Él y los creyentes, la divinidad con la humanidad, son edificados como una sola entidad.
Como ya vimos, 14:1-6 nos dice que el Señor Jesús iba a preparar un lugar para nosotros. Ahora entendemos claramente que Él no fue a preparar una mansión en los cielos. Al contrario, Él se fue a abrir el camino y a establecer la base para que pudiéramos entrar en Dios. En el versículo 6 el Señor Jesús dijo que Él era el camino y que el Padre era la destinación, o sea, Él era el camino por el cual llegamos al Padre. Así que, el camino es una Persona viva, y la destinación también debe ser una Persona viva. El Hijo es el camino que nos lleva al Padre, quien es nuestra destinación.
A partir de Juan 14:7 el Señor Jesús añade algo más acerca de cómo podemos entrar en el Padre, a saber, primero necesitamos entrar en el Hijo porque Él está en el Padre. Al entrar en el Hijo, espontáneamente estaremos en el Padre. El Señor dijo que Él iba a preparar un lugar para nosotros, a fin de que donde Él estuviese, nosotros también estuviésemos. ¿Dónde está Él? Él está en el Padre. Pero cuando Él habló estas palabras, nosotros no estábamos en el Padre. Por lo tanto, Él iba a llevar a cabo todo lo necesario para introducirnos al mismo lugar donde Él estaba. Dicho lugar no es un lugar físico, sino una Persona, el Padre. Él estaba en el Padre; por lo tanto, Él iba a introducirnos en Sí mismo. Ya que el Hijo está en el Padre, cuando entremos en el Hijo, estaremos también en el Padre. Por lo que, finalmente donde Él esté, nosotros también estaremos. Ahora podemos entender 14:20, que dice: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Ésta es la mezcla de divinidad con humanidad, la cual es la morada mutua. Dios mora en el hombre y el hombre mora en Dios. Dios permanece en el hombre y el hombre permanece en Dios. Ésta es la morada mutua, el permanecer mutuo. Éste es el pensamiento central de Juan 14.
Ya vimos, en Juan 14, que el Padre es la fuente, el origen, la esencia y el elemento. El Hijo es la expresión, la manifestación y la corporificación de todo lo que el Padre es. Sin el Hijo, el Padre no podría ser visto, pero en el Hijo, el Padre está corporificado y es manifestado, expresado y visto entre los hombres. Los hombres pueden ver al Hijo, y al ver al Hijo, ven al Padre, porque el Padre está corporificado en el Hijo. Sin embargo, el Hijo, antes de Su muerte y resurrección, no podía entrar en el hombre. Podía estar entre los hombres y ser visto por ellos, pero le era imposible entrar en ellos. Por lo tanto, el Hijo tuvo que ir a la cruz y pasar por el proceso de muerte y resurrección. Al ser procesado de esta manera, Su forma fue transfigurada. Él fue transfigurado de la forma de carne a la forma de Espíritu.
Esto es semejante a la transformación por la que pasa una gran sandía para llegar a ser jugo cuando es cortada en trozos y licuada. Gracias a este proceso, el jugo de la sandía puede entrar fácilmente en cualquier persona que lo beba. Antes de que el Señor fuera procesado, “aún no había” el Espíritu (7:39), pero después de Su proceso tenemos al Espíritu de vida. Del mismo modo, antes de procesar la sandía, “aún no había” el jugo. Lo que teníamos era una enorme sandía, pero después del proceso, tenemos el jugo de la sandía para beberlo.
¿Qué es el Espíritu? Es la realidad, lo que hace real todo lo que Dios el Padre y Dios el Hijo son. Todo lo que el Padre y el Hijo son nos es hecho real en el Espíritu. Este Espíritu llega a nosotros, entra en nosotros y permanece en nosotros. De esta manera el Dios Triuno se imparte en nuestro ser. Por medio de esta impartición todos llegamos a entender que el Hijo está en el Padre, que nosotros estamos en el Hijo y que el Hijo está en nosotros. Él y nosotros, nosotros y Él, llegamos a mezclarnos como una sola entidad. Esta entidad mezclada constituye la morada mutua de divinidad con humanidad. En esta morada moramos, permanecemos el uno en el otro. Nosotros permanecemos en Él, y Él permanece en nosotros. Ésta es la impartición de Dios.
Ahora debemos considerar el hecho de que el Dios Triuno hace Su morada con los creyentes. De esto tratan los versículos del 21 al 24. Sin embargo, antes de estudiarlos, necesitamos ver primero otros puntos.
El Hijo vino y vivió por el Padre (5:43; 6:57), e hizo muchas obras en el nombre del Padre (10:25). El Padre hizo Sus obras en el Hijo (14:10) para que el Padre se glorifique en el Hijo (14:13). Cuando el Hijo hablaba, el Padre trabajaba. Menciono esto para mostrar que el Padre es la fuente y el Hijo es la expresión. El Hijo vino en el nombre del Padre y el Padre obró por medio del Hijo. El Hijo es la expresión del Padre, la fuente.
Ahora los creyentes deben vivir por el Hijo (6:57). En Juan 6:57 el Señor dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Necesitamos comer al Señor Jesús. La palabra griega que se traduce aquí comer, quiere decir masticar. No debemos comer al Señor Jesús de modo común y corriente, sino de manera específica, masticándole bien. No debemos comerle de una manera tosca, sino masticarlo lentamente.
En 14:12 el Señor dijo que aquellos que creyeran en Él, harían mayores obras que Él. En los versículos 13 y 14 Él dijo que si pedíamos algo en Su nombre, Él lo haría. Estar en el nombre del Señor significa ser uno con el Señor, vivir por Él y permitir que Él viva en nosotros. El Señor vino y obró en el nombre del Padre, lo cual significa que Él era uno con el Padre (10:30), que Él vivía por causa del Padre, y que el Padre obraba en Él. En los evangelios el Señor como expresión del Padre, obraba en el nombre del Padre. En Hechos los discípulos como expresión del Señor hicieron obras aún mayores en el nombre del Señor. Ellos necesitaron que el Hijo viviera en ellos (14:19) para que el Hijo como Espíritu pudiera ser expresado.
El Hijo vive y habla en el creyente. Éste es un asunto crucial. El Cristo vivo que está en nosotros habla constantemente. Nunca dejará de hablar. Debido a que la situación terrenal en que vivimos está saturada de cosas negativas, la mayoría del tiempo este Cristo vivo sólo nos dice una palabra: no. Por lo general lo único que el Señor nos dice desde la mañana hasta la noche, y de la noche a la mañana, es una sola palabra: no. Una hermana puede decir: “Voy a la tienda a comprar un par de zapatos”, y el Señor le dirá: “No”. Tal vez un hermano desee hablar con cierta persona, pero el Cristo que mora dentro de él, le dice: “No”. ¿No es ésta nuestra experiencia? Yo sé que la mayor parte del tiempo ésta es la única palabra que nos dice el Cristo que mora en nuestro interior.
Si amamos al Señor, guardaremos Sus mandamientos (14:15, 21, 23). En Juan 14:21 el Señor dice: “El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y me manifestaré a él”. Si guardamos los mandamientos del Señor, seremos amados por el Padre y por el Hijo, y el Hijo se manifestará a nosotros. Cuándo el Señor le dice a usted que no haga algo, y le obedece, ¿cuál es el resultado? Usted se encuentra inmediatamente en la presencia del Señor. Pero si no prestamos atención a esa pequeña palabra no, perderemos Su presencia. Siempre que escuchemos Sus palabras y guardemos Sus mandamientos, Su presencia se intensificará de inmediato, y Su presencia se volverá muy dulce y preciosa, de manera que nos refresca, nos fortalece, nos ilumina y nos nutre. Ésta es la manifestación del Cristo que mora en nosotros.
¿Cree que es ilógico decir que el Cristo que mora en su interior será manifestado? Usted puede preguntarse: “Ya que Él mora en mí, entonces ya está aquí. Luego, ¿por qué dicen que Él se va a manifestar?” Esto se debe a que el Cristo que mora en nosotros frecuentemente desaparece. Aunque Él mora en nosotros, Él aparece o desaparece de nuestra percepción interior, dependiendo de si nosotros escuchamos o desatendemos Sus palabras. Todos los hermanos y hermanas, ya sean jóvenes o adultos, tienen algunas experiencias al respecto. En una ocasión en que yo me sentía algo solo, me dije a mí mismo: “Me gustaría ir a ver al hermano Juan y hablar con él”. Pero el Cristo interior me dijo; “No”. Entonces dije: “¿Qué tal si voy a ver al hermano Francisco?” A lo que el Cristo interior me volvió a decir: “No”. Yo le pregunté: “¿Qué debo hacer?” El Señor me dijo: “Quédate conmigo”. ¿Quién es éste que nos habla así? Es el Cristo que mora en nosotros. Si en ese momento yo le contestara: “Amén, Señor”. Entonces, la presencia del Cristo interior brillaría y sería una experiencia muy dulce y vigorizante. Él produciría mucha luz en mí. Pero si cuando le oí decirme que no, yo no le hubiera obedecido, sino que hubiera ido a ver a los hermanos, Su presencia habría desaparecido, y las tinieblas habrían dominado mi interior, yo habría perdido Su dirección y no habría tenido paz.
Todos debemos aprender una sola cosa: nuestra obediencia al mandamiento del Señor depende de nuestro amor hacia Él. Si amamos al Señor, cuando Él nos diga: “No”, diremos: “Amén”. Si seriamente queremos siempre responder con un “amén”, tendremos la manifestación del Señor. El Señor se manifestará a todo aquel que lo ame y guarde Sus mandamientos. Esto no quiere decir que antes de que el Señor se manifieste a nosotros, Él esté en el tercer cielo. No. Ciertamente Él está en nosotros, pero por causa de nuestra desobediencia Su presencia desaparece, la luz se vuelve tinieblas, la fuerza llega a ser debilidad, y la vida se convierte en muerte.
En todo el Evangelio de Juan se hallan únicamente dos requisitos: el primero es creer en Él, y el segundo es amarle. Creer en Él es recibirle, y amarle es disfrutarle. Todos nosotros creímos en Él, lo cual quiere decir que le recibimos. Pero el problema reside en si lo amamos o no. Aunque usted haya recibido al Señor Jesús y Él esté ahora en usted, puede ser que usted no lo ame tanto. Debemos ser los que aman al Señor Jesús durante todo el día. Por esto es que el aspecto más importante de la vida de iglesia, presentada en miniatura en el capítulo 12, es el amor que derramó el ungüento sobre el Señor. Todos debemos amarle a Él. Su presencia está relacionada con nuestro amor hacia Él. Cuanto más le amamos, más disfrutamos de Su presencia. ¿Qué es Su presencia? Es simplemente el disfrute que tenemos de Él. Cada vez que tengamos Su presencia, disfrutaremos de Él. Cuanto más le amemos, más de Su presencia tendremos. Y cuanto más estemos en Su presencia, más disfrutaremos de todo lo que Él es para nosotros. Lo único que debemos hacer es amarle. El conocimiento no significa nada; lo único que cuenta es que le amemos. ¡Cuán importante es que le amemos! Yo llevo 50 años amando al Señor, y ahora siento que Él es más adorable que nunca. Nadie es tan precioso como Él. El Cantar de los Cantares dice que Él es todo deseable (5:16). El recobro del Señor consiste en recobrar el amor por el Señor Jesús. Si no le amamos, no tenemos nada que ver con Su recobro.
El Padre y el Hijo como Espíritu vienen al creyente. Tal vez usted se pregunte: “¿No están ellos ya aquí?”. Sí, ellos están aquí, pero no se aparecen. Su venida es Su manifestación. Cuando el Señor dice que el Padre y el Hijo vendrán al creyente, no quiere decir que ellos están lejos del que ama a Jesús. Al contrario, están con el que le ame, pero no se han manifestado a él, Su venida es Su manifestación.
El Dios Triuno hace una morada mutua con el creyente. En el versículo 23 el Señor Jesús no dice: “El Padre y Yo permaneceremos —o moraremos— con él”, sino que dice: “Vendremos a él, y haremos morada con él”. Existe una diferencia entre las expresiones permaneceremos con y haremos morada con. No es una simple diferencia idiomática o de lenguaje. Decir: “El Padre y Yo vendremos y permaneceremos con él”, es correcto lingüísticamente, pero decir: “El Padre y Yo vendremos a él, y haremos morada con él”, es mucho más significativo. ¿En qué forma? En el sentido de que el Padre y el Hijo harán Su morada en el creyente que ama a Jesús y en que el creyente será una morada para Ellos. Parece que el Señor decía: “Haremos morada con él para que él y Nosotros tengamos una morada. Él será nuestra morada y Nosotros seremos la morada suya”.
Este versículo es la base de Juan 15:4-5, donde dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. La mayoría de los cristianos no entiende que 14:23 es la base de 15:4-5, donde tenemos la morada mutua que se produce al manifestarse el Padre y el Hijo como Espíritu al creyente que le ama. En otras palabras, esta morada se prepara mediante la visitación del Dios Triuno. Cuando el Dios Triuno nos concede una visita, esta visitación nos hace Su morada y lo hace a Él nuestra morada. Finalmente, Él y nosotros llegamos a ser una morada mutua. Esto es maravilloso. No sólo Él morará en nosotros, sino que Él será nuestra morada. Aunque es maravilloso que Él more en nosotros, yo prefiero que Él sea mi morada. Podemos permanecer en Él, y Él en nosotros. En tal situación no hay cabida para el pecado, el mundo, Satanás, el viejo hombre ni la carne, pues todas estas cosas habrán sido ahuyentadas.
Les pido que honesta y sinceramente examine sus experiencias pasadas. ¿No ha tenido esta experiencia anteriormente? En lo más profundo de su ser, tenía un aprecio muy dulce por el Señor Jesús, que le llevó a decir: “Señor, te amo”. Y después el Señor dijo: “Ya que me amas, Mi mandamiento es que no hagas esto o aquello”. Usted le contestó: “Amén, Señor Jesús”. Quizás dijo el “Amén” con lágrimas en sus ojos. Inmediatamente tuvo el sentir de la manifestación del Señor dentro de usted. Su presencia era tan real que usted sentía que Él lo estaba llenando de Sí mismo, y que usted estaba siendo atraído e introducido en Él. Usted permanecía en Él y Él permanecía en usted. Usted era Su morada y Él era la morada suya. Creo que todos hemos tenido este tipo de experiencia, algunos de manera profunda y otros de manera superficial, algunos por largo tiempo y otros por solo unos minutos, pero todos necesitamos que esta experiencia nos ocurra durante todo el día.
Esta morada mutua es sólo una de las muchas moradas, pues la morada mencionada en el versículo 23 es una de las “muchas moradas”, mencionadas en el versículo 2. No se olvide que usted es una de esas muchas moradas.
El Dios Triuno hace Su morada con los creyentes con el fin de edificar Su morada. Cada vez que tuvimos la dulce sensación de estar en la presencia del Señor y de que el Señor estaba morando en usted plenamente, percibió que amaba entrañablemente a todos los creyentes. En ese momento se daba cuenta de que no tenía problema con ningún creyente y que estaba dispuesto a perdonar cualquier falta de cualquier hermano o hermana. ¿Qué es eso? Eso es el deseo de ser uno con los creyentes para el edificio de Dios. Siempre que usted se encuentre en tal situación con el Señor, tendrá el deseo de mezclarse con los santos; no querrá estar sólo. La edificación de la morada de Dios entre los hombres en la tierra hoy depende por completo de esta experiencia. Es posible que dos hermanos tengan problemas entre sí. ¿Cómo pueden solucionarlo? No es nada fácil. Un día ellos empiezan a amar al Señor y a sentir un profundo y dulce aprecio por Él. El Señor les da un mandamiento y ellos lo reciben; inmediatamente se encuentran en la presencia del Señor, y el problema desaparece. Ésta es la manera en que el Señor realiza Su obra divina de edificación entre nosotros. No depende de organización, reglas ni enseñanzas externas, sino del amor que tenemos por el Señor, de que experimentemos Su manifestación y de que Él permanezca con nosotros.
En el versículo 26 el Señor dijo: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he dicho”. Aquí vemos que el Consolador, el Espíritu Santo, es enviado por el Padre en el nombre del Hijo. El Espíritu Santo no sólo fue enviado por el Padre, sino “de con el Padre” (15:26). La preposición traducida “de” en este versículo es pará. Esta palabra significa “al lado de” y con frecuencia significa “de con”. También podemos ver esto en otros pasajes del Evangelio de Juan. Por ejemplo, lo dicho por el Señor en 6:46: “No que alguno haya visto al Padre, sino Aquel que vino de Dios”. La palabra de en este versículo es también la palabra pará en griego, y el sentido aquí es “de con”. El Señor no sólo procedió de Dios, sino que también vino con Dios. Aunque Él viene de Dios, Él aún está con Dios (8:16, 29; 16:27). En Juan 17:8 hallamos otro ejemplo de este significado de la palabra griega pará. Allí el Señor le dice al Padre que Sus discípulos: “han conocido verdaderamente que salí de Ti”. Aquí una vez más el sentido de esta preposición es “de con”. Del mismo modo, el Consolador, el Espíritu Santo, es enviado “de con” el Padre. Esto significa que el Espíritu no sólo procede del Padre, sino que también viene con el Padre. Cuando el Padre envía el Espíritu, Él mismo viene con el Espíritu. El Consolador viene del Padre y con el Padre. El Padre es la fuente. El hecho de que el Espíritu venga de la fuente, no implica que Él deje la fuente, sino que viene con la fuente.
El Consolador, el Espíritu Santo, es enviado por el Padre en el nombre del Hijo. Esto es, que el Espíritu Santo viene en el nombre del Hijo para ser la realidad de Su nombre. ¿Cuál es el significado de la expresión en Mi nombre? El nombre es el Hijo mismo, y el Espíritu es la Persona, el Ser del Hijo. Por lo tanto, cuando invocamos el nombre del Señor, recibimos al Espíritu (1 Co. 12:3). El Hijo vino en el nombre del Padre (5:43), porque el Hijo y el Padre uno son (10:30). Ahora vemos que el Espíritu vendrá en el nombre del Hijo, porque el Espíritu y el Hijo también son uno (2 Co. 3:17). Éste es el Dios Triuno—el Padre, el Hijo y el Espíritu—que finalmente llega a nosotros como el Espíritu.
El Espíritu viene en el nombre del Hijo, de manera que cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, el Espíritu viene. El nombre del Hijo es Jesús, y Su Persona es el Espíritu. Dios el Padre envía al Espíritu, y el Espíritu viene en el nombre del Hijo. Finalmente, el Dios Triuno es el que viene. Cuando el Espíritu viene a nosotros, el Padre también viene; y el Hijo viene también, porque el Espíritu viene con el Padre en el nombre del Hijo. El Padre envía al Espíritu de con Él mismo, y el Espíritu viene en el nombre del Hijo. El Espíritu viene como el Hijo. Él es el Hijo que viene, y este Hijo procede del Padre y viene con Él. Por lo tanto, cuando viene uno, los tres están presentes.
Quisiera repetir esto. El Padre envía al Espíritu consigo mismo. Ya que el Espíritu viene con el Padre, el Padre viene junto con el Espíritu. El Espíritu viene en el nombre del Hijo y en calidad de Hijo. Cuando el Espíritu viene, el Hijo es el que viene. Así que, cuando el Espíritu viene, los tres están presentes.
El Espíritu vino después de la resurrección del Señor para recordarles a los discípulos todo lo que el Señor les había dicho antes de Su crucifixión. Esto es el recordatorio que hace el Espíritu, quien fue enviado de con el Padre, y quien vino como el Hijo en el nombre del Hijo. El nombre es el Hijo mismo, y el Espíritu es el ser, la persona misma, del Hijo. Cuando los discípulos invocaban el nombre del Hijo, recibían al Espíritu quien les recordaba lo que el Hijo les había dicho antes de Su muerte.
En el versículo 27 el Señor dijo: “La paz os dejo, Mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. Aquí podemos ver la paz que la vida da; ésta es diferente a la que el mundo da.
La paz que la vida da vence todas las tribulaciones y temores. Todas las tribulaciones y temores en esta porción de la Palabra son causadas por la persecución religiosa. En aquel tiempo ser un seguidor del Señor Jesús no era fácil. Los discípulos le siguieron, aun poniendo en riesgo sus propias vidas o en el mejor de los casos, perdiendo la manera de ganarse el sustento diario. Debido a que los discípulos se encontraban bajo el temor de la oposición y la persecución religiosa, el Señor les dijo que en Él encontrarían paz. Él les dejó Su paz. Esta paz es el Señor mismo. A pesar de la oposición, persecución, rumores y calumnias de la religión, el Señor Jesús dentro de nosotros es nuestra vida y nuestra paz. Ahora podemos disfrutar al Señor como nuestra vida, nuestra morada y nuestra paz. Alabémosle porque Él es todo para nosotros. Él es nuestra vida, nuestra morada y nuestra paz.
El príncipe de este mundo no tiene nada en el Dador de esta paz (14:30). En este versículo el Señor dijo: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en Mí”. El príncipe de este mundo es Satanás. Se acercaba la hora en que atacaría al Señor. Pero el Señor dijo que Satanás no tenía nada en Él. En el versículo siguiente el Señor añadió: “Mas esto es para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago”. Aquí, el mandamiento del Padre era que el Señor Jesús muriera con el propósito de introducirnos en Dios. El Señor cumplió este mandamiento para mostrar al mundo que Él amaba al Padre. El Señor no fue a la cruz para demostrar que Satanás no podía vencerle o que Satanás no tenía nada en Él. Al contrario, Él entró en la muerte para demostrarle al mundo que Él amaba mucho al Padre.
Creo que ahora podemos entender claramente el significado de este capítulo. El Señor iba a morir y resucitar e iba a ser transfigurado en el Espíritu, Su otra forma, el otro Consolador, para así poder entrar en nosotros e introducirnos en Dios. Por medio de la vida de resurrección somos unidos y hechos uno con Dios. Únicamente por medio de la muerte y la resurrección del Señor podemos ser unidos con Dios e introducidos en Él. El Señor mediante Su muerte quitó el pecado, los pecados, el yo, el viejo hombre, la carne, el mundo, el príncipe del mundo y la muerte. Mediante Su muerte quitó todas estas cosas que nos distanciaban de Dios. Y mediante Su resurrección Él es ahora el Espíritu, y como el Espíritu entra en nosotros y nos une a Dios. Ahora, Él está en el Padre, nosotros estamos en Él, y Él está en nosotros. Por consiguiente, nosotros estamos también en el Padre. Si lo amamos y cooperamos con Él, Él se manifestará a nosotros más y más. Cuanto más amemos al Señor, más el Dios Triuno entrará y permanecerá en nosotros y hará morada mutua con nosotros. Esta morada mutua es la mezcla de Dios con el hombre. La unidad de esta mezcla es la morada espiritual, la morada divina y la morada mutua. Nosotros somos una morada para Dios y Él es una morada para nosotros; ésta es la verdadera edificación. Éste es el significado apropiado y correcto de la palabra del Señor que se encuentra en este capítulo.