Mensaje 11
Lectura bíblica: Sal. 23; Sal. 24
Los salmos del 22 al 24 forman un grupo de salmos que revelan a Cristo desde Su crucifixión hasta Su reinado en la era venidera. En el salmo 22 vemos la muerte de Cristo, Su resurrección y Sus muchos hermanos producidos en Su resurrección para formar la iglesia. El salmo 23 habla acerca de Cristo como Pastor. Este Pastor hoy día está en Su resurrección. El salmo 24 habla de Cristo como Rey en el reino venidero de Dios. Así que, en estos tres salmos tenemos a Cristo crucificado, a Cristo resucitado, al Cristo que produce la iglesia, a Cristo como el Pastor que pastorea Su rebaño, la iglesia, y al Cristo que viene para ser el Rey.
Salmos 23:1 dice: “Jehová es mi Pastor”. Cristo es nuestro Pastor y nosotros somos Su rebaño. En la Biblia se hace referencia a la iglesia como un rebaño. En Juan 10 el Señor dijo que El era el buen Pastor que reuniría las ovejas de entre Israel y de entre los gentiles para hacer de ellas un solo rebaño (vs. 14-16), el cual es la iglesia (1 P. 5:2; Hch. 20:28).
Jehová, por supuesto, es el Dios divino, mientras que nosotros somos simplemente seres humanos. ¿Cómo es posible que Dios, Aquel que es divino, se acerque a nosotros los seres humanos para ser nuestro Pastor? Si Dios viniera a nosotros de manera directa, tal vez nos espantaríamos sumamente. La Biblia narra que esto ocurría cada vez que Dios se le aparecía a la gente (Ap. 1:17; Gn. 17:3; Dn. 8:17; Mt. 17:6). La Biblia también dice que nadie ha visto jamás a Dios (1 Ti. 6:16; Jn. 1:18 Ex. 33:20). ¿Cómo puede el Dios Triuno divino estar tan cerca de nosotros, tal como un pastor lo está de sus ovejas? Además, ¿cómo es posible que nosotros, pecadores y caídos como somos, seamos el rebaño del Pastor divino? Con respecto a nuestra naturaleza caída, somos serpientes, víboras (Mt. 23:33) y “escorpiones”.
El salmo 23 denota que este Pastor es Aquel que se hizo hombre, que murió en la cruz por nosotros a fin de redimirnos y lavarnos de nuestros pecados, y entró en la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) con la meta de regenerarnos. Por ser El todo esto, El puede cambiar nuestra naturaleza. Ya que El ha dado estos tres pasos: 1) la encarnación; 2) la crucifixión, la cual tiene como fin redimirnos; y 3) la resurrección, la cual tiene como fin regenerarnos, El tiene toda la capacidad y todo lo necesario para ser nuestro Pastor. El no es solamente Dios, sino también hombre. El no sólo es divino, sino también humano. El murió por nuestros pecados, fue resucitado, y en Su resurrección El ha venido a ser el Espíritu vivificante.
El Señor Jesús ahora es el Espíritu (2 Co. 3:17). Como Espíritu vivificante, El es nuestro Pastor interiormente. El no sólo está con nosotros, sino también dentro de nosotros. Nosotros éramos serpientes y escorpiones, pero hemos sido redimidos, lavados en Su sangre, y resucitados (Ef. 2:6) y regenerados. Puesto que todo esto ha sido llevado a cabo en nosotros, somos las ovejas del rebaño de Dios, la iglesia. Al encarnarse, ser crucificado, y resucitar para ser el Espíritu vivificante, Jehová, el Dios Triuno, ahora está calificado para ser nuestro Pastor. Mediante la redención, la purificación, la resurrección y la regeneración de que hemos sido objeto de parte Suya, nosotros estamos calificados para ser Su rebaño. El está calificado para ser nuestro Pastor y nosotros estamos calificados para ser Su rebaño. El salmo 23 es un salmo totalmente basado en Cristo como el Pastor en Su resurrección.
En este salmo también podemos ver a Jehová como el Dios Triuno. El versículo 2 dice: “En verdes pastos me hace recostar”. El color verde representa las riquezas de la vida. Cuando vemos el verde de los árboles y los pastos, vemos las riquezas de la vida. Arboles amarillentos y secos y hierba pardusca son indicios de muerte.
Los pastos verdes representan al Señor Jesús El Señor Jesús habló de esto en Juan 10. El dijo que Sus ovejas oirían Su voz y saldrían del redil en pos de El a fin de disfrutar de los pastos verdes, como un rebaño (vs. 9, 16). En Juan 10 Cristo es la puerta (v. 9), el Pastor (v. 11) y el pasto (v. 9). Cristo mismo es nuestro pasto, nuestro alimento. El es el lugar donde comen todas las ovejas. En Juan 6 Cristo dijo que El era el pan de vida (v. 35) para alimentarnos (v. 57). El “pan” de las ovejas es los pastos verdes, así que los pastos verdes son Cristo. Cristo puede ser nuestro pasto mediante Su encarnación, Su muerte y Su resurrección. Después de Su encarnación, muerte y resurrección, El está creciendo como pasto verde para que nos alimentemos.
Salmos 23:2b dice que Cristo como nuestro Pastor nos conduce a aguas de reposo. Las aguas de reposo son el Espíritu. El Espíritu es el agua, y Cristo es el pasto. El versículo 5 dice: “Unges mi cabeza con aceite”. Hebreos 1:9 habla del óleo de alegría. Este óleo representa al Espíritu. Juan 7:39 dice que antes de la resurrección de Cristo, todavía no había el Espíritu. Esto quiere decir que el Espíritu aún no había sido consumado. El Espíritu de Dios ha sido consumado por medio de la encarnación, la crucifixión y la resurrección de Cristo. En la resurrección de Cristo, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Ahora El está disponible para nosotros porque El ha sido consumado. En el salmo 23, el Espíritu, tipificado por las aguas y por el aceite, representa al Espíritu consumado después de la resurrección de Cristo.
Este salmo también dice que Cristo nos pastorea en cinco etapas. La primera etapa corresponde a los pastos y a las aguas de reposo (v. 2). Los pastos y las aguas son para que nos alimentemos, lo cual incluye un tierno cuidado y disfrute. La segunda etapa corresponde a las sendas de justicia (v. 3). Las sendas de justicia denotan nuestro andar. Luego de disfrutar a Cristo, de ser llenos de El y de ser nutridos por El, andamos en sendas de justicia. La tercera etapa corresponde al valle de sombra de muerte (v. 4). Ni el valle, ni la sombra ni la muerte son placenteros. El pastoreo de Cristo nos hace pasar por el valle de la sombra de muerte. La cuarta etapa es el campo de batalla (v. 5), donde peleamos contra los adversarios. Ahí, en el campo de batalla, se nos presenta una mesa, un banquete. Por último, la etapa final corresponde al hecho de morar en la casa de Dios todos los días de nuestra vida (v. 6).
Me gustaría que consideráramos en cuál de estas cinco etapas del pastoreo de Cristo nos encontramos nosotros. La primera etapa es la inicial de disfrute. Esto equivale simplemente a la escuela primaria. En nuestro sistema educativo hay cinco etapas: la escuela elemental, la intermedia, la superior, la universidad y la escuela graduada. Esto se puede comparar con las cinco etapas del pastoreo de Cristo en el salmo 23. En cuanto a la experiencia de Cristo, muchos de nosotros estamos en la “escuela elemental”, mientras que otros están en el “bachillerato”. Un hermano que sea más maduro en el Señor y que haya sido un cristiano diligente por muchos años quizás ya haya pasado por las cinco etapas del pastoreo de Cristo. Ahora en su experiencia actual, él podría decir que en diferentes ocasiones experimenta las cinco etapas.
El Cristo resucitado primero nos pastorea en la etapa inicial, la etapa de disfrute en pastos verdes junto a aguas de reposo (Sal. 23:1-2). Debido a que El es nuestro Pastor, nada nos faltará (Fil. 1:19b). Inmediatamente después de haber sido salvos entramos en esta etapa inicial de disfrute. En Juan 21 el Señor Jesús le preguntó a Pedro si le amaba. Cuando Pedro contestó que sí, lo amaba, éste le pidió que apacentase a Sus corderos (v. 15). Como las madres que amamantan, nosotros también debemos cuidar con ternura y nutrir a los pequeños que estén bajo nuestro cuidado (1 Ts. 2:7). Poco después de que un niño nace, la madre lo alimenta para que crezca.
En la etapa inicial de disfrutar a Cristo, los corderos, es decir, los niños de pecho, se alimentan de Cristo, quien es los pastos verdes (Jn. 10:9). Los lactantes no observan buenos modales al comer. Todos los corderitos se echan a comer sin pensar en los buenos modales. Cristo no nos hace sentar ordenadamente, sino que nos hace postrar, echar, en pastos verdes. Esta manera de comer, desprovista de buenos modales, es más disfrutable. Los corderitos que se echan a comer hierba en el campo no tienen que preocuparse por los buenos modales. Esto es parecido a que un niño de pecho esté en el regazo de su madre. No hacen falta los buenos modales.
Por muchos años hemos estado alimentando a los corderos, es decir, a los que recién acaban de recibir al Señor. Ellos carecen por completo de “buenos modales” al disfrutar a Cristo. Es posible que un recién convertido diga: “Es verdad que he sido salvo, pero no tengo un profundo sentir de que el Señor sea tan bueno”. Esto no es amable. Quizás lo estemos alimentando, pero el carece de buenos modales. Esto se debe a que el es un cordero que se ha “echado”, en vez de haberse “sentado” a disfrutar al Señor como los pastos verdes.
Cristo también nos conduce a aguas de reposo (Sal. 23:2b; 1 Co. 12:13b). Los pastos verdes son Cristo, y las aguas de reposo son el Espíritu. El Espíritu es las aguas tranquilas. Cuando salimos a cuidar de los nuevos creyentes, no sólo debemos alimentarlos con Cristo, sino que también debemos ayudarles a que beban del Espíritu. Debemos ayudarles a invocar el nombre del Señor y a orar. Esto equivale a ayudarles a que beban del Espíritu por medio de ejercitar su espíritu.
Al participar de algún alimento, la comida siempre va acompañada de bebida. Cuando yo como, por lo regular me tomo dos vasos de agua. Así disfruto de un alimento confortable y reposado. Las aguas que bebemos están llenas de reposo. Si alguien nos sirviera comida y no nos diera nada de beber, no tendríamos mucho disfrute ni mucho reposo. No nos sentiríamos a gusto. A esto se debe que necesitemos a Cristo como nuestros pastos y al Espíritu como las aguas de reposo. En realidad, los pastos y las aguas se refieren a la misma persona. En un aspecto, El es nuestro pasto, nuestra comida, para alimentarnos. En otro aspecto, El es el Espíritu vivificante como aguas que nos traen el reposo necesario. Tanto el pasto como las aguas son el Cristo resucitado pneumático, quien es el Espíritu vivificante.
Salmos 23:3 dice: “Restaura mi alma; me guía por sendas de justicia por amor de Su nombre”. Esta es la segunda etapa. la de avivamiento y transformación en las sendas de justicia. Restaurar nuestra alma es avivarnos. La restauración además incluye renovación y transformación. Esto corresponde a la enseñanza noetestamentaria en Romanos 12:2, donde dice que necesitamos ser transformados por la renovación de nuestra mente, la cual es la parte principal de nuestra alma. En Su pastoreo, Cristo restaura, es decir, aviva y transforma nuestra alma.
El nos restaura —nos aviva y nos transforma— en nuestra alma para hacernos seguir Su camino, es decir, andar en las sendas de justicia. Tanto las sendas como la justicia son Cristo. El Cristo resucitado es hoy día nuestras sendas. Para ser un buen hermano o una buena hermana, es necesario que Cristo sea nuestra senda, nuestro camino. Una hermana que no se comporte como una mujer no tiene a Cristo como senda. Un hermano que actúe de manera insensata no tiene a Cristo como senda. Algunos hermanos necesitan una senda especifica para ser ancianos. Otros necesitan una senda para ser colaboradores. También necesitamos una senda para actuar como cristianos y otra para trabajar en la economía de Dios. Necesitamos muchas sendas, las sendas de justicia, en nuestra vida y obra cristianas.
Juan 7 dice que cuando bebamos del Espíritu vivificante como el agua viva, de nuestro interior fluirán, no sólo un río, sino ríos de agua viva (v. 38). Hay un río de una humanidad apropiada, un río de gentileza, un río de amor, un río de paciencia, etc. Necesitamos muchos ríos. Del mismo modo, necesitamos una senda de humildad, una senda de amor, una senda de paciencia, etc. Estas son las sendas de justicia.
La justicia consiste en ser justos para con los demás delante de Dios conforme a Sus justos y estrictos requisitos. Debemos admitir que nos hacen falta las sendas para ser justos. Es necesario que tomemos las sendas de justicia siendo restaurados —avivados y transformados— en nuestra alma, la cual comprende nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Estas deben ser adecuadas y balanceadas. De otra manera, no podemos ser justos para con el hombre ni para con Dios.
Cristo nos pastorea en las sendas de justicia. Un pastor usa un cayado para guiar e instruir a las ovejas. Las ovejas tiene la tendencia a apartarse. El pastor usa su cayado para corregir a las ovejas y mantenerlas en el camino correcto junto con el rebaño. Muy a menudo nuestra conducta va por el camino incorrecto, así que necesitamos que Cristo nos corrija.
Tal vez sea difícil ser una dama o un caballero, pero ser cristiano es mucho más difícil. Los cristianos deben ser las personas más adecuadas. En ocasiones las hermanas no se cortan el cabello adecuadamente, por lo cual algo no está bien en cuanto a su cabello. Si no compramos la clase de zapatos que vaya de acuerdo con la personalidad de un cristiano, mostramos que algo anda mal en cuanto a nuestra persona. Es necesario que seamos justos en todo. Los hermanos deben cortarse el cabello de una manera apropiada y deben usar corbatas adecuadas.
Debemos ser justos no sólo en cuanto a lo ético o lo moral, sino también en lo material. Algunos hermanos jóvenes que vinieron a la vida de iglesia en Los Angeles a finales de los años sesenta se vestían muy mal. Sin embargo, después de estar en la vida de iglesia por algún tiempo, comenzaron a vestirse de una manera apropiada y se cortaron la barba y el cabello. Un hermano vino a una reunión y se sentó descalzo en la primera fila. En poco tiempo, este hermano comenzó a ponerse zapatos y luego comenzó a usar calcetines también. Esto fue una evidencia de la obra transformadora del Señor dentro de él. Estos jóvenes cambiaron sin la ayuda de correcciones externas y sin que nadie los corrigiera.
Esto nos muestra que tenemos que ser correctos no sólo en lo ético y moral, sino también en lo físico y material. Los cristianos somos gente elevada. A fin de ministrar la Palabra, la ley interna de vida requiere que yo me vista de manera adecuada. Luego mi presentación es la de una persona común y adecuada. Todos tenemos que estar bajo el pastoreo del Señor en todo lo que hagamos. Su pastoreo constituye una clase de balance, corrección o ajuste.
El nos guía (para andar conforme al espíritu) por sendas de justicia (para cumplir los requisitos de la justicia, Ro. 8:4). La justicia sólo puede ser satisfecha por los que andan conforme al espíritu. Tenemos tres partes: el cuerpo, el alma y el espíritu (1 Ts. 5:23). No debemos actuar conforme a nuestro cuerpo, porque el cuerpo está lleno de lujurias. No debemos proceder conforme a nuestra alma, porque está llena de opiniones. En vez de eso, debemos actuar conforme a nuestro espíritu. Cuando andamos conforme al espíritu, cumplimos los justos requisitos de la ley.
Cristo como nuestro Pastor nos guía por sendas de justicia por amor de Su nombre, es decir, en la persona del Cristo pneumático y resucitado. Mateo 28:19 dice que debemos bautizar a las personas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El nombre denota la persona. Por amor de Su nombre significa por amor de Su persona. Hoy día Jesucristo, como persona viva, es el Cristo pneumático en Su resurrección. El es el Espíritu vivificante. El nos guía internamente para que andemos en las sendas de justicia en Sí mismo, quien es la Persona. De esta manera, El es un Pastor dentro de nosotros.
La tercera etapa es aquella en la cual experimentamos la presencia del Cristo resucitado pneumático cuando pasamos por valles de sombra de muerte (Sal. 23:4). Aunque andemos en valles de sombra de muerte, no temeremos mal alguno porque el Cristo pneumático estará con nosotros (2 Ti. 4:22). Esto significa que experimentamos Su presencia. El hecho de que El esté con nosotros significa que estamos disfrutando Su presencia. Su presencia es para nosotros un consuelo, un auxilio y un poder que nos sustenta cuando andamos en valles de sombra de muerte.
Los seres humanos no podemos evitar los problemas propios de vivir en la tierra. Una esposa que cuide del marido y de los hijos puede repentinamente enfermarse tanto que ni siquiera pueda caminar. Entonces el marido entra en un valle, el cual está bajo sombra y lleno de muerte. Tal vez algunos santos tengan hijos incapacitados. Esto hace que estos santos entren en un valle. Quizás un hermano sea anciano en una localidad, y tal vez el Señor de pronto lleve a ese lugar a otro anciano, con el cual le resulte difícil estar en coordinación. Este otro anciano llega entonces a ser el valle de sombra de muerte para el primer anciano. El primer anciano no puede discutir con el recién llegado porque si lo hace ofenderá su espíritu. Tiene que ser unánime con él. Además, su espíritu no le permitiría retirarse. El tiene que permanecer en el valle y sufrir. Todo lo anterior son ejemplos de lo que puede ser el valle de sombra de muerte.
Hace como cinco años fui llevado a un valle. En 1987 estaba en Taipei trabajando día y noche en la Versión Recobro del Nuevo Testamento en chino. Luego regresé a los Estados Unidos a finales de ese mismo año y encontré que había un conflicto entre los hermanos aquí. Durante ese conflicto estuve en un valle. Cuando estamos en el valle la mejor manera de seguir adelante es descansar. Las pruebas que se nos presentan en el valle siempre nos tientan a hacer algo que nos permita salir del valle. Sin embargo, cuanto más hacemos, más extenso se hace el valle. Simplemente necesitamos estar tranquilos y descansar.
Nuestro descanso en el Señor acortará el valle, reducirá la sombra y quitará la muerte. No debemos hablar de que estamos en el valle. Cuanto más hablamos, tanto más amplio se vuelve el valle. Lo mejor es olvidar que estamos en el valle, dado que tenemos al Señor con nosotros. No debemos temer mal alguno, porque El está con nosotros. En 2 Timoteo 4:22 dice que el Señor está con nuestro espíritu. El Señor no sólo está dentro de nosotros de una manera general, sino que El está en nuestro espíritu de una manera especial. Si al estar en el valle hemos tenido la experiencia adecuada, podremos testificar que fue un lugar en el cual pudimos disfrutar muy estrechamente al Señor.
En 1943 hubo un gran avivamiento en la iglesia en Chifú, mi pueblo natal en la China continental. En esos tiempos estábamos bajo el yugo de la invasión japonesa. Los japoneses se preguntaban cómo podía yo atraer tanta gente. Me observaron en secreto por varios meses y luego, en mayo de 1943, me arrestaron. Me llevaron a los cuarteles de la policía militar, donde estuve encarcelado por treinta días. Eso fue para mí un valle de muerte. El ejercito invasor japonés asesinó a millares de chinos durante la guerra, así que a mí pudieron haberme matado también. Estuve bajo sus amenazas y torturas durante dos sesiones diarias de tres horas cada una.
Un día pusieron a un joven griego en la misma celda en que yo estaba. Los dos hablábamos un poco de inglés, de tal modo que podíamos comunicarnos. Los japoneses no sabían esto. Un día decidieron no darme de comer. Uno de ellos se acercó y, puesto que él no hablaba chino, señaló hacia el cielo, dando a entender que le pidiera de comer a mi Dios. El joven griego, sin embargo, insistió en compartir conmigo su comida. Los dos nos hicimos muy buenos amigos.
Después de varis semanas, sacaron al joven griego y yo me quedé solo en mi celda. Un día, estando solo, estuve orando y tuve el profundo sentir de que el Señor estaba conmigo de un modo íntimo y especial. Yo estaba en el valle, y el Señor me ayudó a no temer mal alguno. A la postre, el Señor me protegió y me preservó de todo daño. Después de treinta días los japoneses me liberaron. Eso constituyó una verdadera experiencia y disfrute de la presencia del Señor en el profundo valle de sombra de muerte.
En el valle de sombra de muerte, la vara y el cayado del Señor —Su protección, Su guía y Su sostén— nos consuelan. La vara es para protección. Si un lobo se acerca, el pastor usa su vara para proteger al rebaño. El cayado es para entrenar, para dirigir, para guiar y también para sostener. El Señor tiene la vara para protegernos y tiene el cayado para entrenarnos, para instruirnos, para guiarnos y para sostenernos. En el valle de sombra de muerte experimentamos la protección y la guía del Señor.
Ahora hablaremos de la cuarta etapa, la de disfrutar más profunda y elevadamente al Cristo resucitado (Sal. 23:5). El Señor adereza una mesa, un banquete, delante de nosotros en presencia de nuestros adversarios (1 Co. 10:21). La mesa del Señor es un banquete. El día del Señor, cuando venimos a Su mesa para participar del banquete, lo hacemos siempre en presencia de nuestros adversarios. Para nosotros, cada día es una batalla. Los cristianos tenemos que luchar. De lo contrario, seremos derrotados. Es posible que haya adversarios en nuestros asuntos, en nuestro hogar y hasta en la iglesia. Por un lado, disfrutamos el banquete del Señor y por otro, debemos luchar para obtener la victoria. Si somos derrotados durante la semana, nos será difícil disfrutar la mesa del Señor. Antes de asistir a la misma, tenemos que pelear la batalla en el Señor durante toda la semana. Así, cuando estemos en Su mesa, podremos disfrutar al Señor ricamente como nuestro banquete.
En la cuarta etapa, es decir, en la etapa de disfrutar más profunda y elevadamente al Cristo resucitado, el Señor unge nuestra cabeza con aceite (con óleo de alegría, He. 1:9); y nuestra copa (de bendición, 1 Co. 10:16a) esta rebosando. Ungir la cabeza equivale a ungir todo el cuerpo. El salmo 133 habla del ungüento sobre la cabeza, la cual desciende hasta el borde de las vestiduras. Sin duda, esto se refiere al ungir del Espíritu vivificante y compuesto en la resurrección de Cristo. Todas las riquezas de lo que Cristo es y ha hecho constituyen este ungüento compuesto de la unción.
La Biblia usa la palabra copa para denotar bendición. La copa de bendición está rebosando. Salmos 23:5 habla de la mesa, del banquete, el cual es Cristo con Sus riquezas para nuestro disfrute. Luego tenemos el aceite de la unción, el cual es el Espíritu. Más adelante vemos la copa de bendición, la cual se refiere al Padre. El Padre es la bendición, más aún, El es la fuente de toda bendición. Así que, en el versículo cinco se encuentra el Dios Triuno: el Hijo como el banquete, el Espíritu como el aceite de la unción, y el Padre como la fuente de bendición.
Salmos 23:6 habla de la quinta etapa, la de disfrutar de la bondad y de la benevolencia divinas en la casa de Jehová toda la vida. Ciertamente el bien y la benevolencia nos seguirán (la gracia de Cristo y el amor de Dios estarán con nosotros, 2 Co. 26:13-14) todos los días de nuestra vida (en esta era). El bien se refiere a la gracia de Cristo, la benevolencia se refiere al amor del Padre, y seguir se refiere a la comunión del Espíritu. En 2 Corintios 13:14 se revela el mover del Dios Triuno para que disfrutemos todas Sus riquezas. La gracia del Hijo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu están con nosotros. Esto comprende la quinta etapa de nuestro disfrute del Dios Triuno en el salmo 23.
Con el tiempo, este disfrute nos hará entrar en la casa de Dios. Moraremos en la casa de Jehová (la iglesia y la Nueva Jerusalén, 1 Ti. 3:15-16; Ap. 21:2-3, 22) todos los días de nuestra vida (en la era actual y en la era venidera, así como también en la eternidad). Nuestros días no sólo se cuentan en esta era, sino también en la era venidera y en la eternidad. Viviremos por la eternidad; así de extensos serán nuestros días. Hoy día estamos en la iglesia. Si somos vencedores, estaremos en el reino de mil años en el Nueva Jerusalén. Al final, en la eternidad estaremos en la Nueva Jerusalén con todos los santos escogidos y redimidos. La casa de Dios es nuestra morada, donde disfrutamos al Dios Triuno: la gracia del Hijo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu. Hoy día disfrutamos al Dios Triuno en la iglesia, y en el futuro el disfrutaremos en la Nueva Jerusalén.
Si no estamos en la iglesia, perdemos el pastoreo de Cristo. Fuera de la iglesia, es decir, sin la iglesia, no hay manera de que Cristo nos pastoree. Esto se debe a que El es el Pastor del rebaño, el cual es la iglesia. Salir de la iglesia es salir del rebaño y el Pastor siempre está con el rebaño.
Estar en la iglesia es un disfrute. Sin la iglesia, yo no quisiera vivir en la tierra. Sin la iglesia, yo tendría ningún disfrute. A muchos les gustan los entretenimientos mundanos y pecaminosos, de ahí que les guste tener fiestas y asistir a distintos clubs. Nosotros no hacemos lo mismo porque la iglesia es nuestro “club”, la iglesia es nuestra “fiesta”, la iglesia es nuestro entretenimiento. El mejor lugar para entretenernos es la vida de iglesia. Si decidimos quedarnos en casa por la tarde en vez de asistir a la reunión de la iglesia, sufriremos una pérdida. Para evitar este sufrimiento, debemos asistir a las reuniones de la iglesia. En las reuniones de la iglesia, en la casa de Dios, podemos disfrutar de la bondad divina (la gracia de Cristo) y la benevolencia divina (el amor de Dios), lo cual nos sigue (en la comunión del Espíritu Santo) todos los días de nuestra vida.
Los seres humanos por naturaleza necesitamos ser sociables. Si llevamos a cabo nuestras actividades sociales en el lugar equivocado, esto nos causará problemas. El mejor lugar para ser sociables es la iglesia. La iglesia es la sociedad adecuada. Al final, la iglesia tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén, donde nos reuniremos por la eternidad.
El salmo 24 revela a Cristo como Rey en el reino de Dios. Esto ocurrirá en la era venidera.
En Salmos 24:1-2 vemos claramente que la tierra y su plenitud, así como el mundo y los que en él habitan, todo lo que El fundó sobre los mares y estableció sobre los ríos, son el reino de Dios. El pensamiento contenido en estos dos versículos es muy bueno.
En los versículos 3-6 vemos de nuevo la mezcla de los conceptos de David. En estos versículos, el concepto natural de David se hace patente nuevamente. David dijo: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién se sentará en Su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha puesto su alma en falsedad, ni ha jurado con engaño. El recibirá bendición de Jehová, y justicia del Dios de su salvación. Tal es la generación de los que le buscan, de los que buscan Tu rostro como Jacob”. Estos versículos no tienen nada que ver con el reino de Dios y sin embargo, son muy parecidos al salmo 15.
No debemos culpar mucho a David por su concepto natural ya que nosotros somos iguales a él. Debemos recordar que David todavía vivía en la carne. Por esto hay dos clases de conceptos en los salmos; el concepto humano y el divino.
Los versículos 7-10 sin duda son una buena continuación del versículo 2. Estos versículos nos muestran al Cristo victorioso como el Rey venidero en el reino eterno de Dios. El versículo 7 dice: “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotros, portones antiguos, y entrará el Rey de gloria”. Las puertas se refieren a las ciudades de las naciones. Los portones se refieren a las casas de las personas. Los portones antiguos representan expectación y espera acompañadas de perseverancia (Fil. 3:20; 1 Co. 1:7). Esto indica que los que habitan la tierra han estado esperando y aguardando la segunda venida de Cristo. En Hageo 2:7 dice que Cristo es el Deseado de todas las naciones. Todas las naciones, en un sentido general, están en espera de que Cristo venga, pero Cristo no vendrá tan pronto como pensamos. Así que, tenemos que esperar y aguardar con perseverancia Su venida.
Debido a que debemos aguardar con perseverancia Su venida, tendremos un semblante decaído como señal de desánimo. Por eso el salmista dice: “Alzad vuestras cabezas”. Si esperamos que alguien muy querido venga y no viene, nuestro semblante decae. Mas si recibimos una llamada telefónica en la cual nos dice que ya viene, alzaremos nuestra cabeza, es decir, seremos animados para esperar su venida.
Tenemos que alzar nuestras cabezas, porque el Rey de gloria entrará (vs. 7, 9; Lc. 21:27; Mt. 25:31). Debemos estar preparados para darle la bienvenida. Salmos 24:8 pregunta: “¿Quién es este Rey de gloria?” El Rey de gloria es “Jehová el fuerte y valiente, Jehová el valiente en la batalla”. Jehová es Jesús, y El es la incorporación del Dios Triuno en resurrección. El es Aquel que es valiente en la batalla y victorioso.
El versículo 9 dice: “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotros, portones antiguos, y entrará el Rey de gloria”. “Alzad” indica que tenemos la fuerza para hacerlo. En tal caso uno puede actuar por sí mismo y alzarse por sí mismo. El Rey de gloria, a quien le damos la bienvenida, es Jehová de los ejércitos. El es Jehová de los ejércitos. Jehová es el Dios Triuno encarnado, crucificado y resucitado. El es Aquel que viene en Su resurrección para tomar posesión de toda la tierra, para tomarla como reino Suyo. El Rey de gloria es Jehová de los ejércitos, el Dios Triuno consumado que está incorporado en el Cristo venidero y victorioso (v. 10).
Hemos visto que el salmo 23 revela a Cristo como Pastor en Su resurrección, y que el salmo 24 revela a Cristo como Rey en el reino de Dios. ¡Aleluya por el Cristo que pastorea, y aleluya por el Cristo que reina! ¡Aleluya por nuestro Cristo quien es nuestro Pastor hoy y quien será nuestro Rey en el futuro!