Mensaje 8
Lectura bíblica: Col. 1:15-19; Ro. 5:20; 6:14
A fin de que nos sirvan de ayuda para entender el libro de los Salmos y también toda la Biblia, necesitamos ver las líneas, los principios y el espíritu de la Biblia en cuanto a Cristo y la ley. El espíritu de la Biblia no se refiere directamente al Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. La Biblia como entidad tiene su propio espíritu.
El libro de Salmos, compuesto de ciento cincuenta salmos, es el más extenso de los sesenta y seis libros de la Biblia. Además, cada uno de los salmos no es simplemente una historia, un cuento ni cierta clase de enseñanza, exhortación o instrucción. Cada salmo narra lo que un hombre le dice a Dios. En los salmos vemos oraciones, agradecimientos o alabanzas dirigidas a Dios. Así que, los salmos no constituyen un libro ordinario. A muchos lectores de la Biblia de manera espontánea y natural les encanta este libro, pero no saben por qué es tan atrayente. Los salmos nos resultan tan agradables porque constituyen la narración de lo que el hombre le dice a Dios. El título del salmo 18 dice que es un salmo que David “dirigió a Jehová”. Este salmo no sólo era la oración, el agradecimiento o alabanza de David, sino que también constituye las palabras que David dirigió a Dios. Nuestro tiempo de oración es el tiempo más tierno porque es entonces cuando le hablamos a Dios.
Sin embargo, aún al hablarle tiernamente a Dios cometemos errores. Tal vez nos equivoquemos, pero lo que le digamos a Dios todavía es tierno. Es posible que marido y mujer se equivoquen mucho al hablarse, pero aún así lo que se digan puede ser muy tierno. Para que podamos entender un libro tan agradable como Salmos, en el cual se pueden ver plenamente el concepto divino y el concepto humano, éste último acompañado de errores humanos, necesitamos ver cuál es la manera de entender la Biblia. A fin de entender la Biblia, es necesario que veamos las líneas, los principios y el espíritu de la Biblia.
Para poder ver las dos líneas de la Biblia, tenemos que remontarnos al comienzo mismo de la revelación divina en la creación del hombre. El libro de Génesis revela que Dios creó al hombre a Su imagen con el fin de que El pudiera tener un vaso que le contuviera y fuese Su expresión (1:26-28; 2:7-9). Después de que Dios creó al hombre, no le dio a éste una gran lista de instrucciones. Dios no le dijo al hombre: “Hombre, tienes que saber que Yo soy tu Dios. Tienes que temerme, amarme y obedecerme. Además, te haré una esposa, a la cual tienes que amar. Luego de que tengas una esposa, engendrarás hijos y tendrás que escucharme para que puedas escoger la mejor manera de crearlos”. Dios no hizo así.
Después de crear al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza, Dios no le dijo al hombre qué debía hacer y qué no debía hacer. En vez de eso, Dios hizo entrar al hombre en un huerto, lo cual denota que la intención de Dios para con el hombre con miras al cumplimiento de su economía requiere una situación agradable, un ambiente agradable. Hasta para llevar a cabo la vida de la iglesia necesitamos un ambiente agradable. Si entre nosotros muchos se quejan, argumentan, debaten, hablan chismes y discuten, no es posible llevar a cabo la vida de la iglesia. El huerto actual sobre la tierra es el lugar donde el pueblo de Dios se reúne en el nombre del Señor.
Dios hizo entrar a Adán en un huerto, en un ambiente agradable, y lo puso enfrente de dos árboles: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal (Gn. 2:9). Dios le dijo a Adán que podía comer con libertad de todo árbol del huerto, incluso del árbol de la vida, pero le advirtió que no comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal (vs. 16-17). Al decirle a Adán que todos los árboles del huerto eran buenos para comer, Dios fue muy sabio. Su intención era recalcarle a Adán que el árbol de la vida era bueno para comer. Luego Dios le advirtió a Adán que no comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal, diciéndole que si comía de ese árbol, ciertamente moriría.
Debemos comprender que toda la Biblia fue escrita conforme a estos dos árboles. Toda la revelación divina consiste en el desarrollo de la noción de estos dos árboles. En Génesis podemos ver al hombre enfrente del árbol de la vida en un huerto agradable. Más adelante, en Apocalipsis, al final de la revelación divina, vemos de nuevo el árbol de la vida (22:2). El árbol de la vida no sólo estaba en el huerto, sino que también estará en la ciudad eterna, la Nueva Jerusalén. La línea del árbol de la vida corre a lo largo de toda la Biblia, desde Génesis hasta el último capítulo del libro de Apocalipsis.
Tal vez haya quien se pregunte: “¿Qué enseña la Biblia?”. Esta pregunta puede ser contestada de muchas maneras. Podemos decir que la Biblia enseña acerca de la economía de Dios o que enseña acerca de Cristo. En este mensaje, yo diría que la Biblia enseña acerca del árbol de la vida. La Biblia es un libro que define el árbol de la vida. Junto con la línea principal del árbol de la vida hay otra línea, la línea del árbol de la ciencia del bien y del mal.
Cuando era yo muy joven, pensaba que Dios había cometido un error al permitir la existencia de Satanás. Si Dios no hubiese permitido que Satanás existiera, todo habría estado bien. Además, después de que Dios creó al hombre, no lo puso enfrente de un solo árbol. En caso de haber un solo árbol, Adán no habría podido caer, aunque hubiera querido. ¿Por qué Dios permitió que hubiera dos árboles: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal? Es posible que nosotros dijéramos que de ser Dios, nosotros sólo hubiéramos tenido un árbol en el huerto. Es probable que pensemos: “Qué bueno sería si en todo el universo sólo existiera Dios y no existiera Satanás”. Es posible que nosotros pensemos así, pero esto no está de acuerdo con el modo de pensar de Dios. Sin Satanás, no sería posible que la excelencia, la majestuosidad, la sabiduría y los puntos maravillosos y admirables de Dios fueran exhibidos. Dios y Satanás representan dos fuentes en el universo.
Los dos árboles puestos enfrente del hombre después de la creación del hombre representan a Dios y al enemigo de Dios, al que se opone a Dios. Dios es positivo y Satanás es negativo. De estas dos fuentes brotan dos corrientes, y estas dos corrientes vienen a ser dos líneas. Una línea es también un camino. El árbol de la vida es un camino, y el árbol de la ciencia del bien y del mal es otro camino. El árbol por el cual uno vive constituye el camino que uno vive. Vivir por el árbol de la vida es vivir mediante el camino de la vida. Vivir por el árbol de la ciencia del bien y del mal es vivir mediante el camino de la ciencia del bien y del mal.
Han pasado alrededor de seis mil años desde los tiempos de Adán, y hoy día todo el mundo está tomando el camino de la ciencia del bien y del mal. Las familias, las sociedades y las naciones del mundo no están formadas por el camino de la vida, sino por el camino de la ciencia del bien y del mal. Pero gracias al Señor nosotros somos un grupo de personas que han sido llamadas a salir del grupo de los que viven por el camino de la ciencia del bien y del mal, el camino de la complicación.
Buena parte del tiempo, no obstante, en vez de vivir por el camino de la vida, vivimos por el camino de la ciencia del bien y del mal. Día tras día los padres de familia educan a sus hijos para que aprendan a enfrentarse a tres cosas: el conocimiento, el bien y el mal. Las madres les enseñan a sus hijos a conocer lo que es bueno y lo que es malo. A los hijos se les enseña en sus hogares y escuelas a escoger el adecuado conocimiento para hacer el bien y a detestar el mal. Las cortes legales y los gobiernos humanos son establecidos conforme al concepto del conocimiento del bien y del mal. Hasta el cristianismo y muchas otras religiones han caído en el mismo “molde” constituido por el camino del conocimiento del bien y del mal. Mas nosotros debemos ser de los que salen de ese molde. A nosotros no nos importa el conocimiento del bien y del mal. A nosotros sólo nos importa la vida.
Caín y Abel representan estas dos líneas, las cuales son dos caminos. Me parece que Adán engendró muchos hijos, pero en Génesis 4:1-2 la Biblia sólo habla de dos hijos de Adán: Caín y Abel. Caín y Abel adoraron a Dios ofreciéndole algo a Dios. Caín era labrador. Su trabajo produjo una cosecha, así que ofreció a Dios el fruto de su cosecha. Parecía que Caín obraba para Dios y respetaba a Dios al ofrecerle algo a Dios. Dios, sin embargo, rechazó la ofrenda de Caín. De joven, yo no podía entender por qué Dios hizo eso. Abel era pastor y le ofreció a Dios el primogénito de Su rebaño. A Dios le agrado la ofrenda de Abel.
Estos dos hermanos, hijos de los mismos padres, representan las dos líneas de la Biblia. El primero, Caín, escogió el camino de la ciencia del bien y del mal, mientras que el segundo, Abel, escogió el camino de la vida. La raza de Adán se dividió en dos grupos. Un grupo era de Caín, y el otro era de Abel. Al grupo de Abel pertenecían Enós, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob, el último de los cuales llegó a ser Israel. Esta es la línea positiva en el Antiguo Testamento. En el grupo de Caín estaban todos los malos. Finalmente, de este grupo malo surgió Nimrod. El era un hombre poderoso que edificó Babel (Gn. 10:8-10a). También edificó Asiria, cuya capital era Nínive (vs. 11-12; cfr. Mi. 5:6).
En el Antiguo Testamento, la historia de la humanidad sigue dos grupos, dos líneas, que brotan de dos fuentes. ¿A qué grupo pertenecía David? ¿Al grupo de Caín o al de Abel? Conforme a la revelación que hemos visto hasta ahora, David estaba en ambos grupos. En Salmos 1, 3—7 y 9—15 David estaba en el grupo de Caín. En estos salmos, él oraba a Dios, alababa a Dios, y le agradecía a Dios conforme al grupo de Caín. El temía a Dios, amaba a Dios y adoraba a Dios, pero de manera errónea.
Hemos visto que en estos salmos David se autojustifica y frecuentemente menciona su justicia. David le pide al Señor que le escuche y que tenga memoria de él por causa de su propia justicia. Tenemos que preguntarnos si la justicia de David ofrecida a Dios provenía de la cosecha, como en el caso de Caín, o del rebaño, como en el caso de Abel. La oración, el agradecimiento y la alabanza de David que podemos ver en Salmos 1, 3—7 y 9—15 quizás sean muy buenas, pero pertenecen al conocimiento del bien y del mal. Dos clases de frutos provienen del mismo árbol: el buen fruto y el mal fruto. Es posible orar a Dios, amar a Dios, alabar a Dios y obrar para Dios conforme a la línea del conocimiento del bien y del mal. Caín era un buen adorador de Dios y le ofreció algo a Dios, pero lo que ofreció conforme a su propio camino no fue bien visto por Dios. David le ofreció a Dios su propia justicia, pero sabemos que la justicia del hombre es a los ojos de Dios como trapo de inmundicia (Is. 64:6).
En Salmos 2, 8 y 16, sin embargo, David estaba en el grupo de Abel en la línea de la vida. Podemos decir que a veces David era un “Caín”, un buen Caín, un Caín positivo, no un mal Caín. El era un Caín del bien, no un Caín del mal. Pero en otras ocasiones, David se volvía a otro grupo, al grupo de Abel. Cuando estaba en este grupo, él no mencionaba su justicia ni lo que él podía hacer. Hablaba de refugiarse en el Hijo (Sal. 2:12) y de que Dios lo guardara bajo Sus alas (Sal. 17:8). En Salmos 27 David estaba en la línea de la vida, y decía que deseaba morar en la casa de Jehová para contemplar la hermosura de Jehová (v. 4). En salmos 36 David dijo que en la casa de Dios están la abundancia, el río de las delicias de Dios, el manantial de la vida y la luz (vs. 8-9). Esto es Dios como nuestro disfrute. Por consiguiente, podemos ver que a veces David estaba con el grupo de Caín en la línea del conocimiento del bien y del mal, pero que otras veces Dios lo hacía volverse para que estuviera con el grupo de Abel en la línea de la vida.
Ahora tenemos que preguntarnos: “¿A qué grupo pertenecemos nosotros?” ¿Pertenecemos al grupo de Caín o al grupo de Abel? Somos compañeros de Caín o somos compañeros de Abel? Quizá a veces estemos con Abel y en otras ocasiones tal vez nos apartemos de Abel y nos unamos a Caín. Cuando nos esforzamos para obrar en nosotros, por nosotros y para nosotros, somos compañeros de Caín. Tenemos que confesar que hoy día principalmente somos “Caín” y estamos en la línea del conocimiento del bien y del mal. Muy de vez en cuando somos “Abel” y estamos en la línea de la vida. Vivimos principalmente por el árbol de la ciencia del bien y del mal en vez de vivir por el árbol de la vida.
Ahora me gustaría que consideráramos si Abraham estaba con Caín o con Abel. En realidad, Abraham a veces estaba con Caín y a veces con Abel. Dios le había prometido a Abraham un hijo, pero Abraham y su esposa Sara envejecieron y habían perdido la capacidad humana de engendrar. Sara entonces le dijo a Abraham que tomase a su sierva Agar, para que así tuvieran un hijo (Gn. 16). Antes de tomar a Agar para engendrar a Ismael, Abraham estaba en el grupo de Abel. Pero cuando Abraham tomó a Agar, llegó a ser compañero de Caín, y eso ofendió a Dios. Dios no se le volvió a aparecer a Abraham por trece años después del nacimiento de Ismael (Gn. 16:16—17:1).
Abraham andaba con Dios en la línea del árbol de la vida, pero estaba siendo probado por Dios. Dios le había prometido un hijo, pero siendo él ya de edad muy avanzada, aún no lo tenía. Su esposa estaba muy preocupada por eso y le dio Agar a Abraham para que le diera un hijo que se llamaría Ismael. El deseo de Dios, con todo, no estaba en ese hijo. Ismael nació cuando Abraham tenía ochenta y seis años de edad (Gn. 16:16). Trece años después, cuando Abraham tenía noventa y nueve años de edad, Dios se le apareció de nuevo (Gn. 17:1), e Isaac, el hijo que Dios había prometido, nació cuando Abraham contaba cien años de edad (Gn. 21:5). Abraham regresó a la línea de la vida. Ismael fue engendrado conforme a la línea del conocimiento del bien y del mal. Isaac fue engendrado conforme a la línea de la vida.
Cuando los descendientes de Abraham constituyeron la raza de Israel, Dios los llevó al monte Sinaí. En el monte Sinaí, Dios tenía la intención de entrenarlos para que fuesen Su pueblo y le sirvieran con el tabernáculo, el sacerdocio y toda clase de ofrendas. El tabernáculo, el sacerdocio y las ofrendas pertenecen a la línea del árbol de la vida. Mas el pueblo de Israel no se conocía a sí mismo. El pensamiento de ellos siempre era conforme a Caín.
Antes del establecimiento del tabernáculo, Dios decretó la ley, y la ley está en la línea del bien y del mal. Ya hemos visto que la ley es una línea secundaria. La línea principal es la línea del árbol de la vida, junto con el tabernáculo, el sacerdocio y las ofrendas. El pueblo, en cambio, quiso tomar otro camino, el camino de la ley, el camino del bien y el mal. Ellos le prometieron a Dios que harían todo lo que El dijera (Ex. 19:8; 24:3). Obviamente Dios sabía que ellos hablaban insensatamente. Mientras Moisés estaba con Dios en el monte recibiendo los mandamientos de la ley, ellos hicieron un becerro de oro, quebrantando así la ley. Más adelante Moisés subió de nuevo al monte. En esta ocasión Dios le dio el modelo del tabernáculo. El también le mostró a Moisés el sacerdocio y todas las ofrendas. El tabernáculo, el sacerdocio y todas las ofrendas tipifican a Cristo. Esto corresponde al camino de la vida. A lo largo de toda la historia de Israel en el Antiguo Testamento, desde los tiempos de Moisés, podemos ver estas dos líneas: por un lado la línea de la ley, y por otro, la línea del tabernáculo, el sacerdocio y las ofrendas, es decir, la línea de la vida.
David apreciaba la ley y trataba de guardarla, pero fracasó a más no poder. Mató a Urías y le robó a éste su mujer. David necesitaba el tabernáculo, el sacerdocio y las ofrendas. Por medio del tabernáculo, del sacerdocio y de las ofrendas él podría ser perdonado. El salmo 51 nos muestra que cuando David se arrepintió, él era un fuerte “Abel”. El salmo 51, un salmo que habla del arrepentimiento y la confesión de David, es el salmo más espiritual. Al final de su confesión, David le pidió a Dios que hiciera bien a Sion y que edificara los muros de Jerusalén (v. 18). Más tarde, sin embargo, cuando huía de Absalón, David volvió a estar en el grupo de Caín, como vemos en Salmos 3—7.
Ahora podemos ver que en el libro de Salmos, al igual que en toda la Biblia, hay dos líneas. Al final de Salmos, los salmistas están totalmente en la línea de la vida. Los salmos finales rebosan de alabanzas, rebosan de “aleluyas”. Para ese entonces, los salmistas ya no alababan la ley, sino a Cristo. Tenemos que ver las dos líneas en el libro de Salmos. Al leer los salmos, no debemos estar de acuerdo con David cuando él sea “Caín-David”. Debemos permanecer con “Abel-David”. Debemos estar del lado de “Abel-David” en el salmo 51. Debemos apreciar todos los salmos tocante a Cristo en que sean conforme a la línea de la vida. Tenemos que salir del grupo de Caín y entrar en el grupo de Abel y permanecer ahí.
Al estudiar el libro de Job podemos ver muchos “Caín” y también algunos “Abel”. Mi carga consiste en ayudarles a ver las dos líneas, los dos caminos, en la Biblia. Entre los judíos del Antiguo Testamento estaba el maravilloso camino del tabernáculo, el sacerdocio y las ofrendas. También estaba el camino de la ley. El pueblo de Israel no podía estar ante la presencia de Dios al guardar la ley; ellos se reunían con Dios en el tabernáculo.
Siempre que tratamos de lograr algo por nosotros mismos como Caín, no tenemos la unción interior. Tenemos que orar así: “Señor, no puedo hacer nada y no quiero hacer nada. Sólo quiero disfrutarte, participar de Ti, experimentarte, vivirte y expresarte”. Cuando oramos de esta manera, somos como Abel, y estamos llenos de la unción interior. Así que, podemos ver dos fuentes, dos líneas y dos caminos, los cuales tienen dos resultados. Uno de los resultados es la ausencia de Dios y el otro resultado es la presencia de Dios.
La línea principal de la Biblia es la línea central de la economía de Dios en cuanto a Cristo y la iglesia. Esta es la línea de la vida. Cristo es la centralidad y la universalidad de la economía eterna de Dios. La iglesia es el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23), la otra parte de Cristo, el complemento de Cristo, para ser la morada de Dios en la tierra, lo cual es tipificado por el tabernáculo (Ex. 25:8-9; Jos. 18:1; 1 S. 1:3) y el templo (1 R. 6:1), ambos de los cuales son considerados la casa de Dios (Jue. 18:31b; Sal. 5:7). La línea principal tiene que ver con el monte Sion celestial (Sal. 2:6; Ap. 14:1), representado por el monte Sion terrenal (Sal. 3:4; 9:11, 14; 14:7; 15:1b); es en esta línea principal de la economía de Dios que los creyentes de la era neotestamentaria se pueden acercar al monte Sion celestial (He. 12:22).
La otra línea patente en las Escrituras es la línea secundaria que tiene que ver con la ley. Esta es la línea del conocimiento del bien y del mal. La ley fue añadida como algo secundario a la línea principal de la economía de Dios (Ro. 5:20a). La línea secundaria es el monte Sinaí, donde la ley fue dada. Los santos de la era antiguotestamentaria, quienes vivían por la ley, eran esclavos de este monte Sinaí (Gá. 4:24).
Los salmistas, quienes vivían por la ley, por ignorancia permanecieron en el monte Sinaí que corresponde a esta línea secundaria. Ocasionalmente, sin darse cuenta, se volvían al monte Sion que corresponde a la línea principal, como se revela en Salmos 3:4; 9:11, 14; 14:7; y 15:1b. En el monte Sión ellos disfrutaban de la casa, o sea, del templo de Dios, como se revela en Salmos 5:7 y 11:14. Esto representa un progreso inconsciente en la búsqueda de Dios por parte de los salmistas.
En Salmos 15 el salmista se preguntaba quién podría morar en la tienda de Dios y quién podría morar en el monte santo de Dios. Según el concepto de David, el hombre perfecto en cuanto a la línea de la ley constituye la respuesta (Sal. 15:2-5). En cambio, conforme a la revelación divina, es el Dios-hombre, Cristo (Sal. 16:1-11), como el Primogénito de Dios, y Sus muchos hermanos, quienes son los muchos hijos de Dios, en la línea principal de la economía de Dios (Ro. 6:14), quienes constituyen la respuesta.
Existen muchos principios en la Biblia, características de la Biblia, los cuales nos pueden servir de ayuda para entender adecuadamente la Biblia. A muchos de los que estudian la Biblia les resulta difícil entenderla porque no conocen los principios de la Biblia. Para que podamos entender qué son estos principios, quiero presentar unos cuantos ejemplos.
En los tiempos de Martín Lutero, la iglesia católica enseñaba que para ser salvo y justificado por Dios, era necesario hacer buenas obras y guardar la ley. Entonces Lutero señaló que la justificación viene por fe. La fe es un principio en el Nuevo Testamento. Génesis 15 dice que Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia (v. 6). Dios contó la fe de Abraham como justicia. Esto muestra que no tenemos que hacer nada para establecer nuestra propia justicia. Simplemente tenemos que creer en Cristo.
El libro de Habacuc habla de que los babilonios devastarían todo el país de Israel. En este libro hay un versículo que dice: “El justo por su fe vivirá” (2:4). La fe es un gran principio en la Biblia. Según toda la Biblia, por el lado negativo la fe consiste en cesar de hacer nuestras obras, es decir, en hacer cesar lo que hagamos. Luego, por el lado positivo, la fe consiste en confiar en el Señor. La fe consiste en hacer cesar nuestras obras y en confiar en las obras del Señor.
El principio de la fe tiene que ver con el principio del sábado. El principio del sábado radica en lo siguiente: es necesario que cesemos de hacer toda obra, porque Dios lo es todo para nosotros. Si necesitamos que algo sea hecho, Dios lo hace por nosotros. Tal es el significado de disfrutar del sábado. El sábado pertenece al mismo principio de la fe. Creer de verdad, tener verdadera fe, significa cesar de hacer toda obra. Todo lo que uno haga es un insulto para Dios. Según el principio del sábado y según el principio de la fe, no es necesario trabajar ni hacer nada, porque Dios hace todo y soluciona todo para que nosotros disfrutemos. Uno sólo tiene que confiar en El y confiar en Sus obras, confiar en lo que El hace. En esto radica la fe.
El salmo 1 dice que bienaventurado será el que guarde la ley (vs. 1-2), pero el salmo 2 dice que bienaventurado es el que se refugia en el Hijo (v. 12). La única manera de refugiarse en el Hijo es cesar de hacer toda obra. Necesitamos refugiarnos en Jesús, necesitamos creer en El. En esto consiste el principio de la fe. Según la enseñanza del catolicismo, es necesario obrar, trabajar y sufrir para ser justificado por Dios. Luego Martín Lutero descubrió que el principio de la salvación provista por Dios no descansa en las obras ni en los hechos, sino en creer en Dios y en todo lo que El ha hecho y aún hará. En esto consiste refugiarse en el Dios que obra y esto es cesar de hacer nuestras obras. Este principio de la fe debe gobernar toda nuestra vida cristiana.
Por un lado, nosotros debemos dejar nuestras obras. Por otro lado, todavía tenemos que trabajar, pero este trabajo no debe ser en nosotros mismos ni por medio de nosotros mismos. Pablo dijo: “He trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co. 15:10). La gracia de Dios es Cristo. Pablo dijo: “Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. Esto es parecido a lo dicho en Gálatas 2:20, donde Pablo dijo que él había sido crucificado juntamente con Cristo y que ya no vivía él, sino que Cristo vivía en él. Esto es descansar, guardar el sábado, refugiarse en el Hijo, creer en El. Toda nuestra vida cristiana debe llevarse a cabo conforme a este principio del sábado y de la fe.
La fe es uno de los muchos principios de la Biblia. En sus epístolas Pablo definió de una manera cabal el principio de la fe. El dijo que ninguna carne puede ser justificada por las obras de la ley (Ro. 3:20; Gá. 2:16; 3:11). Existen muchos otros principios de la Biblia.
La Biblia consiste de dos testamentos: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Para entender el Antiguo Testamento es necesario guardar un principio; y para entender el Nuevo Testamento es necesario guardar otro principio. Actualmente, los pentecosteses, del mismo modo que los católicos, entienden la Biblia de una manera mezclada. Ellos no guardan el principio del Antiguo Testamento ni el del Nuevo Testamento. Cuando se recurre a algo propio del Antiguo Testamento, es necesario encontrar el principio por medio del cual aplicar eso de una manera espiritual, no de una manera física.
Esta es la diferencia entre la práctica del judaísmo y la práctica de la economía neotestamentaria de Dios. El Tora, es decir, la recopilación de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, ha llegado a ser un ídolo para los religiosos judíos. A ellos en realidad no les interesa la verdad de Dios, sino lo escrito en el Tora. Hasta el arca vino a ser un artículo de superstición para los hijos de Israel. Cuando luchaban contra los filisteos, sacaron el arca para que fuera con ellos. Al final, fueron derrotados y el arca cayó en manos de los filisteos (1 S. 4:3-5, 10-11). Los hijos de Israel también edificaron el templo, y a la larga éste les vino a ser un ídolo. Llegaron a confiar más en el templo que en Dios mismo. Más tarde, los babilonios destruyeron el templo.
Las dos líneas de la Biblia son la línea de la vida y la línea de la ciencia del bien y del mal. En relación con estas dos líneas, están los principios de la Biblia. Nada que esté aparte de Dios, sea bueno o malo, puede ser vida. Solamente Dios mismo es el árbol de la vida.
Hoy día los hombres reclaman sus derechos, pero violan los principios que Dios ha ordenado. En sus epístolas, Pablo habló de las diferencias entre varones y mujeres (1 Co. 11:2-15; 1 Ti. 2:9-15). Deuteronomio 22:5 dice: “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace”. Que una mujer vista ropa de varón, o que un varón vista prendas de mujer quebranta un principio establecido por Dios. Tenemos que guardar los principios. Cada parte, capítulo, párrafo, oración y cláusula de la Biblia debe ser interpretado conforme a los principios adecuados.
En conformidad con el principio del Antiguo Testamento, los santos de los tiempos antiguotestamentarios tenían que guardar el sábado, el séptimo día. Pero cuando el Señor Jesús vino, los tiempos antiguotestamentarios llegaron a su fin. Llegar al fin quiere decir concluir o consumar. Cristo consumó, concluyó, terminó el Antiguo Testamento. Ahora, conforme al libro de Hebreos, Cristo lo es todo. En el Nuevo Testamento, Cristo es nuestro sábado (Mr. 2:27-28; Col. 2:16-17).
Ahora que estamos en la era neotestamentaria, tenemos que guardar este principio respecto a Cristo. En el Antiguo Testamento el principio consistía en guardar el sábado. En el Nuevo Testamento el principio tocante al sábado consiste en creer en el Señor, descansar en el Señor y disfrutar al Señor. Los Adventistas del Séptimo Día mezclan el principio del Antiguo Testamento con el principio del Nuevo Testamento. Ellos guardan el sábado del Antiguo Testamento en la era del Nuevo Testamento. Están equivocados en cuanto al principio. Su intención tal vez sea buena, pero su principio está equivocado.
Es necesario que veamos los principios de la Biblia en cuanto al Antiguo Testamento y también en cuanto al Nuevo Testamento. El tabernáculo (Ex. 25:8-9; 40:1-2) como precursor del templo (1 R. 6:1), el sacerdocio (Ex. 28:1) y las ofrendas (Lv. 1—7) tipifican a Cristo, y como tal tipo de Cristo, fueron ordenados por Dios para que constituyeran la línea principal a fin de que el pueblo escogido de Dios adorase a Dios, sirviera a Dios, tuviera contacto con Dios y participara de Dios hasta que Cristo, el cumplimiento de todos los tipos, viniese (He. 9:8-12).
La ley es el testimonio de Dios (Sal. 78:5) y fue dada por Dios para que fuese una línea paralela a la línea principal y guardase al pueblo escogido de Dios hasta que Cristo, el fin de la ley (Ro. 10:4a), viniese (Gá. 3:23-25).
Dios ha ordenado que Cristo sea la centralidad y la universalidad de Su economía para que Su beneplácito fuese satisfecho (Ef. 3:8-11; 1:9-11). La ley, el factor secundario, ha sido terminada por Cristo (Ro. 10:4a), y los creyentes ya no están bajo la ley (Ro. 6:14).
Colosenses 1:15-19 muestra que el espíritu de la Biblia exalta a Cristo. Estos cinco versículos son únicos en la Biblia con respecto a exaltar a Cristo. Cristo debe tener el primer lugar; El debe tener la preeminencia. Cristo tiene la preeminencia en la Deidad debido a que en la Deidad El es la imagen de Dios, la incorporación de Dios y la expresión de Dios. El ocupa el primer lugar aún en la Deidad. En la vieja creación, El era la primera criatura, el Primogénito de la creación (Col. 1:15). En la nueva creación, en resurrección, El también es el primero. El es el que tiene la preeminencia. Además, en el Cuerpo de Cristo, en la iglesia, Cristo es el primero. En la Deidad, Cristo es el primero; en la vieja creación Cristo es el primero; en la nueva creación Cristo es el primero; y en la iglesia como el Cuerpo de Cristo, Cristo es el primero. El ocupa el primer lugar en todo.
Puesto que El ocupa el primer lugar en todo, nosotros debemos darle a El el primer lugar en nuestro ser y en todo lo que hagamos. El debe ser el primero en nuestro matrimonio, en nuestro modo de gastar dinero y en nuestra conducta. En nuestra manera de vestir, debemos darle a Cristo la preeminencia. El espíritu de la Biblia simplemente consiste en exaltar a Cristo. Al estudiar los salmos debemos comprender esto. Debemos comprender que no podemos poner nada por encima de Cristo. Si exaltamos a alguien o algo además de Cristo, quebrantamos el espíritu de la Biblia. Si queremos interpretar algún tipo o explicar alguna parábola, debemos prestarle atención al espíritu. El espíritu de la Biblia consiste en exaltar a Cristo.
El espíritu de la Biblia exalta al Cristo a quien Dios ha puesto para que tenga la preeminencia (el primer lugar) en la vieja creación, en la nueva creación, en el Cuerpo de Cristo y en todas las cosas (Col. 1:15-19). Además, el espíritu de la Biblia no le confiere ninguna posición ortodoxa a la ley (Gá. 4:21-25) que Dios dio como algo secundario a Su economía (Ro. 5:20a).
Hoy día muchas de las enseñanzas del cristianismo están fuera del blanco debido a que no toman en cuenta las líneas, los principios y el espíritu de la Biblia. Nosotros debemos permanecer en la línea del árbol de la vida. Que al hablar seamos o no el oráculo de Dios depende de lo que hablemos. Un profeta es aquel que ha recibido la palabra de parte de Dios. Luego este profeta habla la palabra basándose la línea del árbol de la vida, en los principios adecuados y en el espíritu de exaltar a Cristo. En todo lo que hablemos, debemos tener un espíritu que exalta a Cristo.
En los dos años anteriores hemos dado mensajes acerca de Isaías, Daniel, Zacarías y Jeremías. No es fácil ver a Cristo en estos cuatro libros. ¿Cuántos pueden ver en estos cuatro libros la economía de Dios, en la cual Cristo es la centralidad y la universalidad? Siempre que estudiemos un libro de la Biblia debemos guardar las líneas, los principios y el espíritu de la Biblia. Entonces viene la luz. Si leemos la Biblia sin ver las líneas, los principios ni el espíritu de la Biblia, no sabremos de qué habla ésta.
Cuando estudiamos los salmos a la luz de las líneas, los principios y el espíritu de la Biblia, podemos ver el concepto humano y el concepto divino. Podemos ver a Cristo en la economía de Dios en contraste con la ley en el aprecio del hombre. Es posible que pensemos que todos los salmos son buenos, puestos que son salmos de oración, agradecimiento y alabanza. Mas cuando veamos las líneas, los principios y el espíritu de la Biblia, veremos que muchos de los salmos son buenos, pero en la manera incorrecta.
David decía que debido a su propia justicia Dios le oía. Esto no solamente está equivocado, sino terriblemente equivocado. Esto va contra el principio de la Biblia. ¿Cómo podría Dios escucharnos por causa de nuestra justicia? La Biblia dice que hasta lo mejor de nuestra justicia es como trapo de inmundicia (Is. 64:6). Por las obras de la ley ninguna carne puede ser justificada delante de Dios. Esto es el principio. No podemos ser justificados ni satisfacer a Dios por medio de nuestra justicia.
Caín le ofreció a Dios el fruto de su trabajo. Parecía como si esto fuera cierta clase de adoración a Dios, pero en realidad constituyó un insulto para Dios. Esto le fue un insulto a Dios porque Dios no necesita que nosotros hagamos nada para El. Nosotros necesitamos que El lo haga todo para nosotros. El quiere que nosotros dejemos de hacer nuestras obras, reposemos en El y nos refugiemos en El. Al hacer esto, honramos a Dios. Esto es el principio.
Quizá nosotros amemos a la gente y ayudemos a la gente pero nuestro amor y nuestra ayuda pueden ser un insulto para Dios. ¿Amamos a la gente y ayudamos a la gente por nosotros mismos o por medio de Cristo? Si es por nosotros mismos, corresponde al bien del árbol de la ciencia del bien y del mal. Si detestamos a la gente, esto corresponde al mal del mismo árbol. El fruto es distinto, pero la fuente y el resultado son lo mismo. Tal vez digamos que hacemos todas las cosas con el mejor de los conocimientos. Esto quiere decir que nuestras obras corresponden al árbol de la ciencia, no al árbol de la vida.
Nuestra actitud debe ser que, a pesar de que podamos hacer algo por nosotros mismos, no lo hagamos. A nosotros no debe agradarnos actuar por nuestra cuenta porque Dios aborrece eso. Dios aborrece todo lo que surge de nosotros, todo lo hecho por medio de nosotros y todo lo realizado por nosotros. Debemos cesar de hacer nuestras obras y debemos descansar en El, confiando en lo que El hace. Esto es una honra para Dios y nos trae Su bendición.
Muchas veces las cosas buenas pueden ser una verdadera tentación, un lazo y una trampa para nosotros. Cuando hagamos algo bueno, tenemos que verificar quién lo hace. ¿Somos nosotros o es Cristo? Hasta lo mejor, hecho meramente por el hombre, es un insulto para Dios. Solamente las buenas obras de Cristo como nuestra vida y solamente lo efectuado por Dios como nuestro disfrute está en la línea del árbol de la vida. Cuando nos conducimos en la línea del árbol de la vida, lo que hacemos está en la línea adecuada, guarda el principio adecuado y tiene el espíritu de exaltar a Cristo.
Cuando vemos las líneas, los principios, y el espíritu de la Biblia, tenemos la confianza de decir cuáles salmos pertenecen al árbol de la vida y cuáles no. A pesar de lo bueno que algo pueda ser, a Dios sólo le importa quién lo hace. Dios quiere que nosotros le vivamos, pero no mediante nosotros mismos. Dios quiere que nosotros lo expresemos a El, pero no mediante nosotros mismos. Tenemos que hacer cesar nuestra expresión. Tenemos que poner nuestra confianza en El y permitir que El viva en nosotros y que El se exprese en nuestro vivir. Entonces todo lo que hagamos será un honor y una gloria para Dios. De lo contrario, todo lo que hagamos, aunque sea muy bueno, será un insulto para El.