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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Marcos»
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Mensaje 4

EL COMIENZO DEL EVANGELIO Y LA INICIACION DEL SALVADOR-ESCLAVO

(2)

  Lectura bíblica: Mr. 1:1-13

  En este mensaje continuaremos examinando el comienzo del evangelio y la iniciación del Salvador-Esclavo.

TERMINACION Y GERMINACION

  Marcos 1:1-2 dice: “Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en Isaías el profeta: ‘He aquí Yo envío Mi mensajero delante de Tu faz, el cual preparará Tu camino’”. El comienzo del evangelio del Salvador-Esclavo concuerda con lo que está escrito en Isaías respecto al ministerio de Juan el Bautista, lo que indica que la predicación de Juan acerca del bautismo de arrepentimiento también formaba parte del evangelio de Jesucristo. Esta predicación puso fin a la dispensación de la ley y la reemplazó con la dispensación de la gracia. Así que, la dispensación de la gracia comenzó con el ministerio de Juan, antes que comenzara el ministerio del Salvador-Esclavo.

  El comienzo del evangelio puso fin a la ley e hizo germinar la gracia, es decir, el comienzo del evangelio le puso fin a la dispensación de la ley y le dio inicio a la dispensación de la gracia. No sólo la comenzó, sino que también hizo germinar la dispensación de la gracia. Iniciar algo es una acción externa, pero la germinación es hacer que tenga un comienzo interno en vida.

  El comienzo del evangelio puso fin a toda la antigua dispensación, la dispensación de la ley. Pero para que dicho fin constituyera un comienzo, debía ser seguido por una germinación. Esta germinación implica una inyección divina, y esta inyección fue la iniciación del Salvador-Esclavo.

EL MINISTERIO QUE JUAN EL BAUTISTA REALIZO EN EL DESIERTO

  En Marcos 1:3 se habla de la “voz de uno que clama en el desierto”. El ministerio evangélico del Salvador-Esclavo comenzó con sólo una voz, y no con un gran movimiento. Además, el Salvador-Esclavo no empezó a predicar el evangelio en un centro de la civilización, sino en el desierto, lejos de la influencia de la cultura humana.

  Juan el Bautista comenzó su ministerio en el desierto en conformidad con las profecías, lo cual indica que la presentación de la economía neotestamentaria de Dios no fue casual, sino que había sido planeada y predicha por Dios mediante el profeta Isaías. Esto implica que Dios deseaba que Su economía neotestamentaria comenzara de una manera totalmente nueva. Juan el Bautista no predicaba en el templo santo, dentro de la ciudad santa, donde el pueblo religioso y culto adoraba a Dios según las ordenanzas bíblicas, sino en el desierto, sin guardar ningún precepto viejo. Esto indica que la vieja manera de adorar a Dios según el Antiguo Testamento había sido rechazada, y que una nueva manera estaba a punto de iniciarse. El desierto es un lugar donde no hay cultura, religión, ni cosas que pertenecen a la sociedad humana ni a la civilización. La palabra desierto en el versículo 3 indica que el nuevo camino de la economía neotestamentaria de Dios es contrario a la religión y a la cultura.

  El versículo 4 dice: “Apareció Juan en el desierto bautizando y predicando el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados”. Juan era sacerdote por nacimiento (Lc. 1:8-13, 57-63); por tanto, debía llevar una vida sacerdotal en el templo, desempeñando el servicio sacerdotal. No obstante, salió al desierto y predicaba el evangelio, lo cual indicaba que la era del sacerdocio, en la cual se ofrecían sacrificios a Dios, había sido reemplazada por la era del evangelio, en la cual los pecadores son traídos a Dios a fin de que El los obtenga a los pecadores y los pecadores le obtengan a El. El versículo 6 dice: “Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre”. La manera en que vivía Juan indica que su vida y su obra se llevaron a cabo completamente en la nueva dispensación, y que no correspondían a la religión, la cultura ni a la tradición. Según las ordenanzas de la ley, Juan debía llevar la vestidura sacerdotal, hecha principalmente de lino fino (Ex. 28:4, 40-41; Lv. 6:10; Ez. 44:17-18), y debía alimentarse de la comida sacerdotal, la cual era principalmente flor de harina y la carne de los sacrificios ofrecidos a Dios por Su pueblo (Lv. 2:1-3; 6:16-18, 25-26; 7:31-34). Sin embargo, él hizo todo lo contrario. Vestía ropas de pelo de camello y tenía un cinto de cuero, y comía langostas y miel silvestre. Esto no era ni civilizado ni culto, ni correspondía a las ordenanzas religiosas. Era un duro golpe a la mentalidad religiosa el que una persona destinada al sacerdocio vistiera pelo de camello, pues el camello era considerado inmundo según las ordenanzas levíticas (Lv. 11:4). Además, Juan no vivió en un lugar civilizado, sino en el desierto (Lc. 3:2). Todo esto indica que había abandonado completamente la dispensación del Antiguo Testamento, la cual se había degradado hasta convertirse en una mezcla de religión y cultura humana. La comisión de Juan era introducir la economía neotestamentaria de Dios, la cual está constituida únicamente de Cristo y del Espíritu de vida.

EL BAUTISMO DE ARREPENTIMIENTO

  Juan el Bautista, quien representaba el fin de la vieja dispensación con su vieja cultura y religión, predicó un bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Arrepentirse es tener un cambio en la manera de pensar es volver la mente al Salvador-Esclavo. El bautismo es la sepultura de las personas arrepentidas; en el bautismo son terminadas para que el Salvador-Esclavo las haga germinar por medio de la regeneración (Jn. 3:3, 5-6). La palabra griega que se traduce para en 1:4 quiere decir resultando en. El objeto y el resultado del arrepentimiento con el bautismo es el perdón de pecados, lo cual quita el obstáculo producido por la caída del hombre y reconcilia a éste con Dios.

  Juan el Bautista, en su predicación, dio énfasis al arrepentimiento. Arrepentirse es experimentar un cambio en el modo de pensar acerca de la cultura, la religión, el conocimiento, la educación y la vida social, lo cual nos distrae de Dios, y volverse a El. Ya que se le puso fin a la vieja dispensación, debemos arrepentirnos y volver nuestra mente a Dios.

  Según el Evangelio de Marcos, Juan el Bautista no enseñaba a los que se arrepentían lo que debían hacer; simplemente los sepultaba y así les ponía fin. En el desierto, Juan predicaba el arrepentimiento y ponía fin a todos los que se arrepentían. Esto forma parte del comienzo del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios.

EL EVANGELIO DE JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOS

  Marcos 1:1 habla del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios. El título Jesucristo denota Su humanidad. El evangelio trata de un hombre llamado Jesucristo. Este Jesucristo es el Hijo de Dios. En este versículo Marcos no dice: “Jesucristo y el Hijo de Dios”, sino “Jesucristo, el Hijo de Dios”. La coma indica que “el Hijo de Dios” y “Jesucristo” están en aposición, o sea, que Jesucristo es el Hijo de Dios y el Hijo de Dios es Jesucristo. El título el Hijo de Dios se refiere a la deidad del Señor. Por tanto, el hecho de que el evangelio sea de Jesucristo, el Hijo de Dios, indica que es el evangelio de Su humanidad y de Su deidad. Este evangelio está lleno de la humanidad y también lleno de la Deidad. Al emplearse este título compuesto con relación al evangelio, se revela que tanto las virtudes humanas como los atributos divinos están incluidos en él. El evangelio está lleno de la humanidad del Señor en la virtud y perfección de la misma, y de Su deidad en la gloria y honra de ésta. Así que, el contenido del evangelio es la humanidad, llena de virtud y perfección, y la deidad, llena de gloria y honra. Estos aspectos se pueden ver en los dieciséis capítulos del Evangelio de Marcos.

UN PUNTO DECISIVO

  Si leemos detenidamente 1:1-2, veremos que el evangelio comenzó cuando Juan el Bautista salió a predicar el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados. Juan proclamó el arrepentimiento de manera inculta y ajena a la religión, lo cual marcó el comienzo del evangelio. Como ya vimos, dicho comienzo puso fin a la dispensación de la ley e hizo germinar la dispensación de la gracia. Al venir Juan el Bautista, se le puso fin a la dispensación de la ley y se inició la dispensación de la gracia.

  Los teólogos siempre han debatido respecto al comienzo de la dispensación de la gracia. Algunos dicen que comenzó en el día de Pentecostés, otros afirman que empezó con la crucifixión y la resurrección de Cristo, mientras que un tercer grupo sostiene una opinión diferente. Según la Biblia, el comienzo del evangelio, que equivale al comienzo de la dispensación de la gracia, se dio con la venida de Juan el Bautista. Por tanto, la venida de Juan el Bautista fue un punto decisivo que separó la dispensación de la ley y la de la gracia; su venida marcó el fin de la dispensación de la ley y el comienzo de la dispensación de la gracia.

EL CAMINO Y LAS SENDAS

  Marcos 1:2 indica que Juan el Bautista vino a preparar el camino del Señor, y el versículo 3 dice: “Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad Sus sendas”. En estos versículos se mencionan el camino y las sendas. Preparar el camino del Señor es hacer que las personas cambien su forma de pensar, vuelvan la mente hacia el Salvador-Esclavo y también es hacer recto el corazón de ellos, enderezando cada parte de su corazón mediante el arrepentimiento, para que el Salvador-Esclavo pueda entrar en ellos, a fin de ser su vida y poseerlos (Lc. 1:17).

  Debemos entender la diferencia que hay entre el camino y las sendas. Preparar el camino del Señor es arrepentirse. Ya vimos que el arrepentimiento consiste en tener un cambio en la manera de pensar, lo cual prepara el camino para que el Señor venga a nosotros. El camino que se menciona en el versículo 3 se refiere a nuestra mente. Necesitamos preparar el camino del Señor por medio del arrepentimiento. Juan el Bautista hizo una excelente obra al preparar para la venida del Señor, las mentes de las personas que se arrepentían.

  Las sendas son las partes más pequeñas e internas de nuestro ser: los pensamientos, las preferencias, las intenciones, los deseos y las decisiones. La mente es semejante a una carretera, mientras que las sendas, a calles. Necesitamos preparar las carreteras junto con las calles de nuestro ser para la venida del Señor.

  Los seres humanos no somos personas sencillas; somos muy complicados en nuestro interior. Imagínense cuántas “calles” grandes y pequeñas hay en nosotros, y cómo la mente de las personas está lejos de Dios y ocupada con la filosofía y la cultura. ¿Cómo, entonces, puede entrar Cristo en las personas? A fin de Cristo entre en las personas el camino y las sendas necesitan estar preparados.

  El evangelio no es algo meramente objetivo; es el propio Jesucristo como corporificación del Dios vivo. Como tal, espera que las personas abran su ser para entrar en ellas. Sin embargo, ellas tienen la mente ocupada y llena de muchas cosas. Por consiguiente, el mejor evangelista es aquel que puede penetrar en la mente de la persona y así prepararla para que reciba al Señor. Si predicamos el evangelio debidamente, prepararemos el camino para que Cristo entre en las personas y las posea.

LOS QUE SE ARREPIENTEN SON LLEVADOS AL SALVADOR-ESCLAVO

  Marcos 1:5 dice: “Y salían a él toda la región de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados”. Judea era una región en la que se encontraban la ciudad santa, el templo santo y una cultura elevada; por tanto, era una región de honra. No obstante, el versículo 5 dice que toda la región de Judea y todos los de Jerusalén salían a Juan el Bautista. Cuando las personas se arrepentían al oír la predicación de Juan, éste las sumergía en las aguas de muerte para sepultarlas, ponerles fin y así prepararlas para ser resucitadas por el Salvador-Esclavo, quien los hacía germinar con el Espíritu Santo al confesar ellas sus pecados.

  Bautizar significa sumergir, sepultar, en agua; por tanto, el bautismo representa la muerte. Juan el Bautista bautizaba para mostrar que los arrepentidos solamente servían para ser sepultados. Dicho bautismo también significaba que se le ponía fin a la vieja persona, y que el bautizado podía experimentar un nuevo comienzo en resurrección, por medio de Cristo como el dador de vida. Por consiguiente, después del ministerio de Juan, vino Cristo. El bautismo de Juan no solamente puso fin a los que se habían arrepentido, sino que también los llevó a Cristo para que tuvieran vida. En la Biblia el bautismo implica muerte y resurrección. Ser bautizado en agua equivale a ser puesto en la muerte y sepultado allí, mientras que ser levantado del agua significa resucitar de la muerte.

  Marcos 1:7 dice referente a Juan el Bautista: “Y predicaba, diciendo: Viene tras mí el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar, agachado, la correa de Sus sandalias”. Aunque Juan predicaba un bautismo de arrepentimiento, la meta de su ministerio era una persona maravillosa: Jesucristo, el Hijo de Dios. Juan no se hizo así mismo el centro de su ministerio, como si fuera un imán que atraía a otros. Comprendía que sólo era un mensajero enviado por Jehová de los ejércitos para traer a las personas al Hijo de Dios, Jesucristo, y para exaltarlo a El como la meta de su ministerio.

  Juan el Bautista predicaba el arrepentimiento y bautizaba a los que se arrepentían, poniendo fin así a su vida pasada. Esta terminación preparaba el camino y enderezaba las sendas para que el Salvador-Esclavo entrara en los penitentes. El ministerio de Juan consistía en llevar a las personas al Salvador-Esclavo; así que les decía que él mismo no era la meta de su ministerio, sino uno que venía después de él y que era mayor que él. Incluso les decía que no era digno de desatar la correa de las sandalias del que venía.

EL BAUTISMO EN AGUA Y EN EL ESPIRITU SANTO

  Según 1:8, Juan el Bautista dijo: “Yo os he bautizado en agua; pero El os bautizará en el Espíritu Santo”. El agua representa la muerte y la sepultura, cuyo propósito es darle fin al pueblo arrepentido; el Espíritu Santo es el Espíritu de vida y resurrección cuyo fin es hacer germinar al pueblo aniquilado. El agua era señal del ministerio de arrepentimiento llevado a cabo por Juan; el Espíritu Santo era señal del ministerio de vida llevado a cabo por el Salvador-Esclavo. Juan sepultaba a las personas arrepentidas poniéndolas en las aguas de la muerte; el Salvador-Esclavo las resucitaba para regenerarlas en el Espíritu de Su vida de resurrección. Las aguas de la muerte, las cuales representan la muerte todo-inclusiva de Cristo en la cual son bautizados Sus creyentes (Ro. 6:3), no solamente sepultaban a las personas bautizadas, sino también sus pecados, el mundo, su vida pasada y su historia (tal como el mar Rojo sepultó a Faraón y al ejército egipcio por el bien de los hijos de Israel, Ex. 14:26-28; 1 Co. 10:2). También las separaban del mundo corrupto que había abandonado a Dios (tal como el diluvio lo hizo con Noé y su familia, 1 P. 3:20-21). El Espíritu Santo, en quien el Salvador-Esclavo bautizaba a los que creían en El, es el Espíritu de Cristo y el Espíritu de Dios (Ro. 8:9). Así que, ser bautizado en el Espíritu Santo es ser bautizado en Cristo (Gá. 3:27; Ro. 6:3), en el Dios Triuno (Mt. 28:19) y en el Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13), el cual está unido a Cristo en el único Espíritu (1 Co. 6:17). Al ser bautizados en tales aguas y en tal Espíritu, los creyentes de Cristo son regenerados y entran en el reino de Dios, en la esfera de la vida divina y el gobierno divino (Jn. 3:3, 5), para vivir por la vida eterna de Dios en Su reino eterno.

LA INICIACION DEL SALVADOR-ESCLAVO

Bautizado

  Marcos 1:9 dice: “Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán”. Galilea era llamada “Galilea de los gentiles” y era una región sin honra y, por ende, una región menospreciada (Jn. 7:52), y Nazaret era una ciudad menospreciada ubicada en aquella región despreciada (Jn. 1:46). El humilde Esclavo de Dios fue criado allí y ese era Su origen.

  Como Esclavo de Dios, el Salvador-Esclavo también fue bautizado, lo cual significa que estaba dispuesto a servir a Dios y que lo haría por medio de la muerte y la resurrección y no según la manera natural del hombre. Dicho bautismo fue la iniciación de Su servicio.

  El Señor fue bautizado para dejarse poner en la muerte y en la resurrección a fin de ministrar en resurrección y no en la manera natural. Al ser bautizado, pudo vivir y ministrar en resurrección aun antes de pasar por la muerte y la resurrección tres años y medio más tarde.

  Puesto que el bautismo que Juan proclamaba era el bautismo de arrepentimiento, puede ser que algunos se pregunten por qué fue necesario que él bautizara al Señor Jesús. Quizás digan: “Este bautismo es de arrepentimiento. ¿Debía arrepentirse el Salvador-Esclavo? Seguramente El no necesita arrepentirse”. Si tenemos tal concepto, es posible que no entendamos el verdadero significado del arrepentimiento. El arrepentimiento le pone fin a nuestra manera de pensar, nuestro concepto, nuestra filosofía y la manera en que obramos. Por tanto, arrepentirse no es simplemente sentir remordimiento por el mal que uno ha hecho. Este concepto del arrepentimiento es muy superficial. Aun si la persona no hubiera cometido ningún error, de todos modos necesitaría arrepentirse, es decir, cambiar su manera de pensar, dejar de actuar por sí misma y de ser lo que es en sí misma. Arrepentirnos significa que dejamos de vivir, obrar y tener nuestro ser en nosotros mismos y para nosotros mismos. Si comprendemos esto, veremos que el hecho de que el Señor se bautizara muestra que no quería vivir, actuar, hablar ni obrar por Sí mismo. Deseaba que se le diera fin y se le sepultara. Así que, por Su bautismo indica que no viviría, hablaría, no haría nada por Sí mismo, sino que viviría, andaría y ministraría por Dios. Sería un Esclavo para Dios y por Dios; por eso se bautizó. Su bautismo fue el primer paso de Su iniciación en Su servicio evangélico, es decir, en el ministerio del evangelio.

  En 1:10-11 se escribe lo siguiente del Señor Jesús: “E inmediatamente, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos y al Espíritu descender como paloma sobre El. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres Mi Hijo, el Amado; en Ti me complazco”. La narración de Marcos acerca del Esclavo no refleja el esplendor de Su persona, sino la diligencia de Su servicio. En dicha narración, la palabra griega traducida inmediatamente se usa cuarenta y una veces (y en otros manuscritos cuarenta y tres veces).

  El hecho de que los cielos se abrieran ante el Salvador-Esclavo significa que Dios había aceptado Su ofrecimiento voluntario en calidad de Esclavo. El descenso del Espíritu como paloma sobre El significa que Dios le ungió con el Espíritu para el servicio que le iba a rendir (Lc. 4:18-19). Una paloma es dócil, y sus ojos sólo pueden ver una cosa a la vez. Por lo tanto, representa docilidad y pureza en visión y propósito. Por haber descendido el Espíritu de Dios como paloma sobre el Señor Jesús, El pudo ministrar con docilidad y con un solo propósito, centrándose únicamente en la voluntad de Dios.

  En los versículos 10-11 se puede ver el Dios Triuno. El descenso del Espíritu fue el ungimiento de Cristo, mientras que el hablar del Padre atestiguaba que Cristo es el Hijo amado. Esto muestra un cuadro de la Trinidad Divina: el Hijo subió del agua; el Espíritu descendió sobre el Hijo; y el Padre habló del Hijo. Esto muestra que el Padre, el Hijo y el Espíritu existen simultáneamente, lo cual tiene como fin realizar la economía de Dios.

Puesto a prueba

  Hemos visto que el bautismo fue el primer paso en la iniciación del Señor en Su ministerio. Ahora debemos ver que el segundo paso consiste en que fue puesto a prueba. Después de ser bautizado, el Señor necesitaba ser probado en Su integridad.

  Acerca de esto el versículo 12 dice: “En seguida el Espíritu le impulsó al desierto”. Lo primero que hizo el Espíritu con el Esclavo de Dios después de que Dios lo aceptó y lo ungió, fue lanzarlo al desierto para poner a prueba Su integridad. La palabra impulsó es una palabra muy severa, e indica que el Señor, después de Su bautismo, estaba totalmente bajo la mano de Dios. Debido a que no vivía ni se conducía por Sí mismo, el Espíritu de Dios pudo impulsarlo al desierto. El Señor fue muy sumiso cuando fue lanzado al desierto. Si Su voluntad hubiera sido fuerte y se hubiera resistido, el Espíritu no habría podido impulsarlo. Pero debido a que Jesús, una persona bautizada, fue muy sumiso, el Espíritu Santo pudo impulsarlo al desierto. Su sumisión al Espíritu muestra que El experimentó fielmente el significado de Su bautismo. Con respecto al Señor, no era “yo” quien vivía sino Dios.

  El versículo 13 dice: “Y estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; y estaba con las fieras, y los ángeles le ministraban”. El número cuarenta representa un tiempo de pruebas y sufrimiento (Dt. 9:9, 18; 1 R. 19:8). Satanás, el enemigo de Dios, fue usado para examinar y probar al Esclavo de Dios. Las fieras de la tierra, en un sentido negativo, y los ángeles del cielo, en un sentido positivo, también fueron usados para esta prueba. ¡Alabado sea el Señor por pasar la prueba en el desierto!

  El Señor fue introducido en Su servicio por medio de los dos pasos que constituyen Su iniciación: el bautismo y la prueba. Habiendo sido puesto a prueba y quedado demostrado que El era la persona adecuada para llevar a cabo este servicio, el Señor ahora podía entrar en el servicio que le rendiría a Dios.

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