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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Mateo»
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Mensaje 14

LA PROMULGACION DE LA CONSTITUCION DEL REINO

(2)

  El reino de los cielos está estrechamente relacionado con nuestro espíritu. La primera bienaventuranza del Mt. 5, es una bendición en nuestro espíritu: “Bienaventurados los pobres en espíritu” (5:3). Por tanto, el primer aspecto del reino de los cielos abarcado en este capítulo tiene que ver con nuestro espíritu humano.

  Hay algunas traducciones muy pobres del versículo 3, tales como “Dichosos son los de mente humilde” y “Benditos son los humildes de corazón”. La mayoría de los cristianos no entiende lo que el Señor Jesús quería decir cuando habló de ser pobre en espíritu. Además, no saben que el reino de los cielos es un asunto completamente de nuestro espíritu. Si no conocemos nuestro espíritu, no podemos participar del reino de los cielos, porque éste está relacionado con nuestro espíritu.

  Mientras el Señor Jesús hablaba ahí en el monte, El sabía la verdadera condición de Su auditorio, la cual se componía de galileos. Los galileos estaban llenos de conceptos tradicionales de la religión. Aun la mujer samaritana inmoral del capítulo cuatro de Juan tenía varios conceptos religiosos. La conversación que ella tuvo con el Señor Jesús expuso este hecho. Si una mujer de clase baja estaba llena de conceptos religiosos, ciertamente los pescadores galileos estaban llenos de éstos también. Tres veces al año subían a Jerusalén para participar de las fiestas y quedarse allí por lo menos una semana. Este hecho nos muestra que los pescadores galileos no eran vasos vacíos. Durante el tiempo en que el Señor Jesús vivió en la tierra, toda la gente, fueran judíos, griegos o romanos, estaban llenos. Los judíos estaban llenos de sus conceptos religiosos tradicionales, de su conocimiento de las Escrituras, y de las enseñanzas de la ley. Lo sabían todo acerca de la ciudad santa, el templo santo y el sistema sagrado de servicio sacerdotal. Sabían del altar, de los sacrificios, de los festivales, de las ordenanzas y los reglamentos; todo esto era considerado bendiciones externas. No se necesita mencionar a los griegos y a los romanos, pues aun los judíos que estaban delante del Señor Jesús tenían sus numerosos conceptos tradicionales.

  El Señor Jesús vino como el nuevo Rey para comenzar una nueva dispensación. Con la venida del nuevo Rey, Dios empezó una economía nueva. La dispensación nueva de Dios tiene que ver con una Persona maravillosa. En lenguaje figurativo, la economía nueva es simplemente esta Persona. No consideremos el reino de los cielos como algo aparte de Cristo. No, es Cristo mismo. Sin el Rey, no tendríamos el reino. No existe el reino de los cielos sin Cristo. Cuando los fariseos preguntaron al Señor Jesús acerca de cuándo vendría el reino de Dios, El respondió: “He aquí el reino de Dios está entre vosotros”. Lo que el Señor dijo a los fariseos indica que El mismo era el reino. Donde está Jesús, allí está el reino también, el cual es simplemente la Persona del Rey. Por consiguiente, cuando tenemos al Rey, tenemos también al reino.

  Cuando Pedro, Andrés, Jacobo y Juan subieron a Jerusalén para asistir a las fiestas, Juan el Bautista estaba ministrando en el desierto fuera de Jerusalén. Sin lugar a dudas, los cuatro hombres eran atraídos a Juan. Finalmente, conocieron al Señor Jesús y fueron salvos junto al río Jordán. El Señor Jesús fue bautizado en el Jordán, así como estos cuatro discípulos, y también fue ungido allí. Después de que el Señor fue ungido, hubo un período de cuarenta días durante el cual El fue probado. Los cuarenta días también sirvieron como prueba para los cuatro discípulos recién salvos. El Señor Jesús pasó la prueba, pero los discípulos no. Se olvidaron de su experiencia de salvación junto al río Jordán y regresaron al mar de Galilea para ganarse la vida. Dos de ellos regresaron a pescar y los otros dos a remendar las redes. El hecho de que regresaran al mar de Galilea para pescar y remendar las redes demuestra que habían sido derrotados. Fueron salvos, pero regresaron a su vieja condición. Por lo tanto, se convirtieron en un fracaso.

  El nuevo Rey fue conducido al desierto donde El ganó la victoria sobre el enemigo. Después de ganar en la batalla contra Satanás, fue al mar de Galilea, lo cual fue un gran asombro para Pedro, Andrés, Jacobo y Juan. Allí, junto al mar de Galilea, el Señor Jesús tuvo contacto con ellos por segunda vez. Vimos en el mensaje doce que cuando los cuatro discípulos fueron conducidos al Señor por primera vez, lo vieron como el Cordero de Dios. Luego, la segunda vez, el Señor los visitó en Su gracia como la gran luz. La Biblia es muy económica en su manera de describir el llamamiento de los cuatro discípulos. Pedro y Andrés estaban pescando, y Jacobo y Juan estaban remendando sus redes. De repente, Aquel que los había conocido hacía cuarenta días se les apareció como una gran luz. Se habían dado cuenta de que El era el Cordero de Dios y habían sido atraídos a El, pero esta vez el Cordero de Dios resplandecía como una gran luz sobre ellos. Después de resplandecer sobre ellos, el nuevo Rey dijo: “Venid en pos de Mí”, y los cuatro discípulos lo siguieron. Finalmente, los cuatro influyeron en otros para que éstos le siguieran a El, y las multitudes fueron atraídas a El.

  Cuando el Señor Jesús subió a la cumbre del monte, Sus discípulos se le acercaron y llegaron a ser el grupo íntimo que sirvió como la primera audiencia que escuchó los edictos del nuevo Rey. Lo primero que El dijo fue: “Bienaventurados los pobres en espíritu”. Esto fue la continuación de Su predicación en 4:17, donde dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. El Señor, en Su predicación, habló de la mente, de los pensamientos. Es como si estuviera diciendo: “Vosotros tenéis que arrepentiros. Debéis experimentar un cambio en vuestro modo de pensar, en vuestra mentalidad. Vuestra mente necesita un cambio”. Indudablemente, Pedro, Andrés, Jacobo y Juan habían experimentado un cambio genuino en su entendimiento. Cuando por fin eran parte del grupo íntimo, los que oyeron la promulgación dada por el nuevo Rey, no tenían problemas referentes a su mente. Su modo de pensar ya había cambiado.

  Tener un cambio en nuestra mente nos provee la puerta por la cual entramos en el reino y éste en nosotros. La mente no es el receptor ni la cámara interior, sino la puerta. Nuestro espíritu es el receptor, o sea la cámara interior. Así que, nuestra mente es la puerta, y nuestro espíritu la cámara interior. Es necesario poner juntos lo que el Señor dijo en 4:17: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”, y en 5:3: “Bienaventurados los pobres en espíritu”. La mente que se ha vuelto es la puerta por la cual el reino de los cielos entra en nosotros. Cuando el reino entra, es implantado en nuestro espíritu. Entra por la puerta de nuestra mente y llega a nuestro espíritu. Nuestro espíritu, y no la mente, recibe el reino y lo retiene. Por lo tanto, nuestro espíritu es el receptor y el envase del reino de los cielos.

  Cuando predican los que conocen el secreto del evangelio, primero tocan la mentalidad de la persona. Luego siguen adelante y tocan su espíritu. La predicación del evangelio tiene que tocar la mente de las personas, tiene que tocar su modo de pensar. Así, son conducidos a arrepentirse, a experimentar un cambio en su modo de pensar y de vivir. Inmediatamente después de que alguien se arrepienta, el que sabe bien cómo predicar el evangelio pedirá que ore e invoque el nombre del Señor. Con esto no se toca la mente sino el espíritu. Después de que la persona ejercite su espíritu para orar e invocar el nombre del Señor, inmediatamente el Señor entrará en su espíritu, pasando primero por la puerta de su mente hasta llegar a su espíritu.

  El Señor Jesús, quien ha entrado en nuestro espíritu pasando por nuestra mente, es el Rey. El reino está con El. Cuando el Rey entra en el espíritu de alguien, esto quiere decir que el reino también entra en su espíritu. De allí en adelante, tanto el Rey como el reino permanecen en su espíritu. Muy pocos de los que enseñan en el cristianismo degradado de hoy, hacen notar que el Cristo que entra en nuestro espíritu es el Rey que trae el reino. Cuando El entra en nuestro espíritu, el reino llega con El. Ahora en nuestro espíritu no sólo tenemos al Salvador, sino que también tenemos al Rey que trae el reino.

  Durante los años pasados, hemos recalcado la importancia de 2 Timoteo 4:22: “El Señor esté con tu espíritu”. Siempre lo hemos aplicado con relación a la vida divina. Sin embargo, ahora debemos ver también que cuando decimos que el Señor Jesús está con nuestro espíritu, estamos hablando del reino que está con nuestro espíritu. El Señor Jesús no sólo es el Salvador y la vida, sino también el Rey que trae el reino. Ahora podemos declarar: “¡En mi espíritu tengo al Salvador, la vida, al Rey y el reino!” Cuando nos arrepentimos y creímos en el Señor Jesús como Salvador, vida, Rey y reino, El entró en nuestro espíritu y fue implantado allí. Por consiguiente, ahora en nuestro espíritu tenemos al Salvador, la vida, al Rey y el reino. Recibimos esta Persona maravillosa cuando nos arrepentimos en nuestra mente y por ser pobres en nuestro espíritu.

  Cuando yo andaba en mi condición caída, lejos de Dios, estaba lleno de filosofía y de religión. No sólo andaba en la dirección equivocada, sino que también estaba lleno de conceptos y pensamientos inútiles. Cuando oí la predicación del evangelio, experimenté un cambio en mi mente. Sin embargo, todavía estaba lleno de muchos conceptos filosóficos y religiosos. Debido a eso, no sólo necesitaba un cambio en mi mente, sino que también necesitaba ser pobre en mi espíritu. Ser pobre en nuestro espíritu significa vaciar nuestro espíritu. Significa que nos abrimos en lo profundo de nuestro ser y nos desprendemos de cualquier otra cosa para que el Señor Jesús pueda entrar en nuestro espíritu. Cuando El entró en mí, vino como el Rey con el reino. Si somos pobres en espíritu, de nosotros es el reino de los cielos. Es posible que usted haya cambiado mucho en la vida y esté de pie delante del Señor, ¿pero qué diría usted de su espíritu? ¿Está su espíritu abierto a El? ¿o está lleno de otras cosas? ¿Todavía está usted lleno de conceptos filosóficos y religiosos? Los griegos estaban llenos de la filosofía de Platón; los chinos, de la enseñanza de Confucio; y los judíos, de las enseñanzas de Moisés. Sólo al ser usted pobre en espíritu, puede el Rey, junto con el reino, entrar en usted. Esto requiere que usted abra su ser en lo más profundo y arranque todos los conceptos, opiniones y pensamientos que lo han llenado. Cuando ha vaciado su espíritu, el Rey y el reino entrarán en usted. En aquel momento, es de usted el reino de los cielos.

  Por favor, ponga mucha atención al tiempo del verbo en el versículo 3. No es el tiempo futuro, sino el presente. Este versículo no dice: “De ellos será el reino de los cielos”, sino “De ellos es el reino de los cielos”. Cuando usted se abra en lo más profundo de su ser, es decir, en su espíritu, y se desprenda y vacíe su espíritu, el Rey como Espíritu vivificante entrará por la puerta de su mente arrepentida y llegará a su espíritu para ser su Rey con el reino. De allí en adelante, el reino estará en usted, y el reino de los cielos le pertenece. Esta es la salvación del Nuevo Testamento.

  No obstante, el cristianismo degradado de hoy no ha visto esto. Cuando usted recibió al Señor Jesús, ¿se dio cuenta de que cierto tipo de gobierno entró en usted? Este es el reinado. No sólo tenemos al Salvador y la vida, sino también al Rey. Este Rey ejerce Su autoridad desde nuestro espíritu. Aun si usted fuera salvo hoy, tendría ya este reino dentro de usted. Aunque fui salvo hace más de cincuenta años, no tengo más que alguien que fue salvo hoy. Aquel que está en nosotros es nuestro Salvador, nuestra vida y nuestro Rey con el reino. ¡Cuán rico y cuán superior es El! Lo recibimos en nuestro espíritu y, por eso, el reino de los cielos es nuestro. El reino es nuestro y está en nuestro espíritu.

  Ahora debemos entender el significado del versículo 3: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Debemos cambiar el pronombre y decir: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de nosotros es el reino de los cielos”. Al entender el significado de este versículo, vemos qué gran error es enseñar que el reino ha sido postergado hasta el milenio. La palabra “es” en el versículo 3 comprueba que el reino de los cielos es nuestro ahora mismo. ¡Cuán benditos somos! ¡Qué bendición es ser pobre en espíritu! Si somos pobres en espíritu, el reino de los cielos es nuestro. Si usted toma consigo esta palabra, nunca será el mismo. Este versículo es mejor que cien mensajes. ¡Aleluya, el reino de los cielos es nuestro! De verdad somos benditos y dichosos. Benditos y dichosos somos los pobres en espíritu, porque de nosotros es el reino de los cielos.

B. Los que lloran serán consolados

  Aunque debemos estar muy contentos al oír que estamos en el reino de los cielos hoy mismo, en el versículo siguiente el Señor Jesús dijo que llorásemos. El versículo 4 dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. No parece lógico decir que los que lloran son benditos y dichosos. No obstante, si oramos por cierto tiempo, usando nuestro espíritu que está lleno del Rey y del reino, empezaremos a llorar por la situación negativa actual. La situación por todo el mundo es negativa con relación a la economía de Dios. Satanás, el pecado, el yo, las tinieblas y la mundanalidad predominan entre todos los hombres de la tierra. La gloria de Dios ha sido ofendida, Cristo ha sido rechazado, el Espíritu Santo ha sido estorbado, la iglesia está desolada, el yo está corrupto y el mundo entero es maligno. Por lo tanto, Dios quiere que nosotros nos lamentemos por esta situación. Debido a que el reino está en nosotros, hemos sido subyugados por el Rey que mora en nosotros, y El nos controla y nos rige. Bajo este reinado, cuando miramos el medio ambiente y la condición del mundo de hoy, gemimos y lloramos.

  Sin embargo, este lamento es una bendición, porque el Señor dijo que los que lloran “serán consolados”. Si lloramos conforme a Dios y a Su economía, seremos consolados con el galardón del reino de los cielos. Veremos el gobierno celestial de Dios rigiendo toda la situación negativa. Muchas veces lloré y luego recibí la consolación. No nos desanimemos. Debemos llorar, pero estamos llenos de esperanza. El Rey viene, el enemigo será derrotado y Cristo volverá a poseer la tierra. Tarde o temprano, seremos consolados. ¿No nos consuela ver tantas personas en el recobro del Señor buscándole a El y a Su reino? ¡Qué gran consuelo es para mí! Si usted nunca ha llorado en su espíritu, no puede conocer cuán dulce y con solador es ver tantas personas que se ocupan solamente del reino del Señor. Es por esto que amamos a todos los queridos santos del recobro del Señor. Todas las iglesias y todos los santos buscadores sirven como verdadera consolación a cada espíritu afligido.

C. Los mansos heredarán la tierra

  La secuencia de estos versículos es muy significativa. Primero, somos pobres en espíritu y así recibimos al Rey con el reino y El llega a ser nuestro contenido. Luego lloramos por la situación lamentable y somos consolados. Ahora tenemos una palabra acerca de los mansos. El versículo 5 dice: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. La palabra “tierra” significa el mundo venidero que será subyugado. Hoy la tierra es un reino mundano regido por Satanás. Pero el día viene cuando el Señor, el Rey, volverá a poseer este mundo. Apocalipsis 11:15 dice: “El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a Su Cristo; y El reinará por los siglos de los siglos”. El mundo mencionado en este versículo de Apocalipsis es la tierra de Mateo 5:5.

  En el versículo 5 el Señor dice que los mansos recibirán la tierra por heredad. Los que son pobres en espíritu, del versículo 3, y que lloran, del versículo 4, ahora son los mansos del versículo 5. Muchos cristianos no entienden lo que significa ser manso. No significa simplemente ser tierno, humilde y sumiso. Ser manso consiste en no resistir la oposición del mundo, sino estar dispuesto a sufrirla. Ser manso significa no pelear ni resistir. Si somos mansos y estamos dispuestos a sufrir la oposición del mundo en esta edad, recibiremos la tierra por heredad en la era venidera, como se revela en Hebreos 2:5-8 y Lucas 19:17 y 19.

  En la actualidad, los que pelean ganan la tierra. Si uno no pelea, no recibirá territorio. Esta es la razón por la cual hay tantas guerras. Las naciones hacen guerra las unas con las otras para obtener más territorio para sí. La manera de los seres humanos es obtener la tierra peleando por ella, pero los que están en el reino de los cielos obtienen la tierra al ser mansos. La pelea es innecesaria, pero el ser manso es indispensable. Algunos de los jóvenes han gritado lemas acerca de ganar la tierra. La manera de hacerlo no es con lemas, gritos o peleas, sino con mansedumbre. Bienaventurados son los mansos, porque recibirán la tierra por heredad. ¿Es usted uno que pelea o es usted manso? Si quiere heredar la tierra, usted tiene que ser manso. Cuando el Señor Jesús regrese, volverá a poseer la tierra. Sin embargo, El fue manso cuando fue arrestado, juzgado y crucificado en el Gólgota. Cuando lo clavaron en la cruz, El no los resistió. En todos los aspectos fue manso hasta el final. Finalmente, la tierra será poseída no por los que pelean, sino por los mansos. Hace varias semanas un opositor dijo a uno de los hermanos: “¡Vamos a detenerlos a ustedes!” El tiempo dirá quién será detenido. Los peleadores cesarán, pero los mansos no. Al contrario, éstos recibirán la tierra por heredad. Satanás siempre pelea, pero el Señor Jesús nunca pelea, siempre es manso. Con esto vemos que la economía de Dios está opuesta a la economía del hombre. Si usted quiere obtener la tierra, debe ser manso. Si usted no ha recibido algún territorio, puede ser indicio de que usted no es suficientemente manso. Ustedes los jóvenes deben ser mansos en los campos universitarios. Reconozco que éste es un lenguaje celestial. Sin embargo, el Señor Jesús no dijo: “Bienaventurados los peleadores, porque heredarán la tierra. ¡Los peleadores se apoderarán de la tierra!” No digamos: “Vamos a apoderarnos de la tierra luchando”. No. Al contrario debemos decir: “Vamos a obtener la tierra al ser mansos”. Tal vez usted crea que la mansedumbre está relacionada con las cosas materiales. Pero si usted considera el asunto cuidadosamente, verá que la mansedumbre no está relacionada con las cosas externas y materiales, sino con algo interior, con lo que somos en nuestro ser.

D. Los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados

  El Señor Jesús dijo en el versículo 6: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Aquí la justicia se refiere al hecho de ser justos en nuestra conducta. Dicha justicia tiene que ver con lo que somos en nuestro ser interior. Sabemos esto porque en este versículo nos dice que debemos tener hambre y sed de justicia para poder ser saciados.

  Para entender el versículo 6, necesitamos considerar el versículo 20, donde dice: “Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. En los versículos 3 y 20 vemos dos aspectos del reino de los cielos. El verbo del versículo 3 está en el tiempo presente, y el que se presenta en el versículo 20 está en el tiempo futuro. Por un lado, el reino de los cielos nos pertenece a nosotros; por otro, entraremos en él. Si somos pobres en nuestro espíritu, la realidad del reino de los cielos es nuestra hoy en día. Pero todavía necesitamos entrar en la manifestación del reino de los cielos. Recordemos los dos aspectos del reino de los cielos: la realidad que se encuentra en la iglesia hoy y la manifestación que ha de ser en la parte superior del milenio en el futuro. Si verdaderamente somos pobres en nuestro espíritu, buscando a Cristo, la realidad del reino de los cielos es nuestra. Luego, en el milenio entraremos en la manifestación del reino de los cielos. Sin embargo, para poder entrar en la manifestación necesitamos la justicia insuperable, la justicia que supera a la de los escribas y fariseos. Debemos tener hambre y sed de esta justicia, o sea, buscarla, para poder entrar en el reino de los cielos (vs. 6, 10, 20). Si tenemos hambre y sed de justicia, Dios nos concederá el ser saciados con la misma justicia que buscamos. Si buscamos esta justicia insuperable, se nos dará.

  La justicia es ser recto no sólo para con Dios, sino también para con el hombre. La justicia de los escribas y fariseos es bastante baja porque era la justicia según la ley. Nuestra justicia no se debe conformar a la vieja ley, sino a la nueva ley. Veremos que la nueva ley es mucho más alta que la vieja: La vieja ley dice: “No matarás”, pero la nueva dice: “Todo el que se enoje con su hermano será reo de juicio” (v. 22). Con este único ejemplo vemos que nuestra justicia debe estar en un nivel más elevado que la de los fariseos. No sólo no debemos asesinar a nuestro hermano, ni siquiera debemos enojarnos con él. Esta justicia está en el nivel más elevado.

  Nuestra vida natural no tiene la capacidad para alcanzar esta justicia. La justicia interior y subjetiva tiene que ser Cristo. Sólo Cristo puede satisfacer los requisitos de la nueva ley. Cuando yo era joven, leí Mateo 5. Me desanimé mucho y dije: “De ningún modo puedo hacerlo. Simplemente tengo que renunciarlo todo”. Pero cuanto más he crecido, más me he dado cuenta de que puedo hacerlo porque tengo dentro de mí una vida que sí puede. El Rey que mora en mí con Su reino sí puede hacerlo. No obstante, El necesita nuestra cooperación. Nosotros cooperamos al tener hambre y sed, diciendo: “Oh, Señor Jesús, tengo hambre y sed de Ti. Señor, quiero ser lleno de Ti”. Si usted tiene semejante hambre y sed, será saciado.

  La justicia del versículo 6 es simplemente Cristo. La justicia insuperable, la que está en el nivel más elevado, sólo Cristo la puede alcanzar. Debido a que Cristo es el que produce la justicia más elevada, debemos buscarle a El. Debemos orar: “Señor, dame hambre. Dame un apetito de Ti. Concédeme el apetito de buscar la justicia insuperable”. Si usted busca la justicia de esta manera, será saciado. Recibirá lo que usted ha estado buscando.

E. Los misericordiosos recibirán misericordia

  Mateo 5:7 dice: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia”. Ser justo es darle a uno lo que merece, mientras que ser misericordioso es darle más de lo que merece. Por causa del reino de los cielos, no sólo debemos ser justos, sino también misericordiosos. Recibir misericordia es recibir más de lo que merecemos. Si tenemos misericordia de otros, el Señor tendrá misericordia de nosotros (2 Ti. 1:16, 18), especialmente en Su tribunal (Jac. 2:12-13).

  Ser justo es ser estricto para con uno mismo. Debemos ser justos para con nosotros mismos. No debemos excusarnos. Pero debemos ser misericordiosos para con otros. Si somos diligentes y buscamos la justicia insuperable, con el tiempo seremos misericordiosos para con otros. En nuestra búsqueda hallaremos que nuestro hombre natural es débil y que somos propensos a fracasar. Si usted no se da cuenta de la condición lamentable de su hombre natural, nunca tendrá misericordia de otros. En vez de mostrarse misericordioso para con otros, los condenará cuando fracasen o caigan. La razón por la cual los condena es que usted no se conoce a sí mismo. Si se conoce, dirá cuando alguien fracase: “Señor, ten misericordia de mí y de mi hermano. Todos somos vasos débiles y no podemos satisfacer Tus requisitos. Señor, aunque mi hermano me ha ofendido, quiero ser misericordioso para con él”. Si usted nunca ha fallado en algo, nunca tendrá misericordia. Si siempre tiene éxito al buscar la santidad y la perfección, no se compadecerá de otros cuando fallen. Siempre los condenará. Pero si usted sabe cuán débil es y cuántos errores ha cometido, tendrá misericordia de otros.

  Hay una promesa para nosotros en el versículo 7, la cual es que los misericordiosos recibirán misericordia. Si usted juzga a su hermano sin misericordia hoy, no recibirá misericordia ante el tribunal de Cristo. Debido a que usted juzga a otros sin misericordia, del mismo modo Cristo juzgará a usted. Pero si tiene misericordia de su hermano, asimismo el Señor tendrá misericordia de usted ante Su tribunal. Así que, los que pertenecen al reino son muy estrictos para consigo mismos, pero muy misericordiosos para con otros. Una vez más, esto no trata de lo externo, sino de nuestro ser interior.

F. Los de corazón puro verán a Dios

  Mateo 5:8 dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. Ser justos es la manera en que nos tratamos a nosotros mismos; ser misericordiosos se relaciona con la manera en que tratamos a otros; y ser puros de corazón es nuestra actitud para con Dios. Para con nosotros mismos, debemos ser estrictos y no buscar pretextos. En nuestras relaciones con otros, debemos ser misericordiosos, dándoles más de lo que merecen. Pero, para con Dios, debemos tener un corazón puro, sólo buscándolo a El. La recompensa que recibimos por ser puros de corazón es que veremos a Dios. No existe un galardón mayor que Dios mismo. Podemos obtener este galardón siendo estrictos, o sea justos, para con nosotros mismos, teniendo misericordia de otros, y guardando un corazón puro para con Dios.

  Tener un corazón puro significa tener un solo propósito, una sola meta, que es cumplir la voluntad de Dios para Su gloria (1 Co. 10:31). Esto es por causa del reino de los cielos. Nuestro espíritu es el órgano con el cual recibimos a Cristo (Jn. 1:12; 3:6), mientras que nuestro corazón es la tierra en la cual crece la semilla de vida, Cristo (13:19). Por causa del reino de los cielos necesitamos ser pobres en espíritu, es decir, tenemos que vaciar nuestro espíritu, para recibir a Cristo. También necesitamos ser puros de corazón, sencillos en nuestro corazón, para que Cristo crezca en nosotros sin estorbos. Si somos de corazón puro en nuestra búsqueda de Dios, lo veremos a El. Ver a Dios es una recompensa para los de corazón puro. Esta bendición es tanto para hoy como para la era venidera.

G. Los pacificadores serán llamados hijos de Dios

  Mateo 5:9 dice: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Satanás, el rebelde, es el instigador de toda rebelión. Para estar en el reino de los cielos bajo el gobierno celestial del mismo, debemos procurar la paz entre los hombres (He. 12:14).

  En cada una de las primeras siete bendiciones vemos que no debemos ser peleadores ni perturbadores, sino pacificadores, los que siempre hacen las paces con otros. Si somos pacificadores, seremos llamados hijos de Dios. Los hijos del diablo causan problemas, pero los hijos de Dios hacen las paces. El Señor Jesús, como Hijo de Dios, hizo las paces con Dios y con el hombre. Ahora, como hijos de Dios, le debemos seguir a El y hacer las paces. Entonces, seremos llamados hijos de Dios.

  Nuestro Padre es el Dios de paz (Ro. 15:33; 16:20), y tiene una vida pacífica con una naturaleza pacífica. Si nosotros, los que hemos nacido de El, queremos ser pacificadores, debemos andar en Su vida divina y conforme a Su naturaleza divina. De esta manera expresaremos Su vida y naturaleza y seremos llamados hijos de Dios.

H. Los que padecen persecución por causa de la justicia participarán en el reino de los cielos

  Mateo 5:10 dice: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. El mundo entero yace en el maligno (1 Jn. 5:19, gr.) y está lleno de injusticia. Todos los aspectos del mundo son injustos. Si tenemos hambre y sed de justicia, seremos perseguidos por causa de ella. Por causa del reino de los cielos, necesitamos pagar cierto precio por la justicia que buscamos. Si somos justos, otros nos condenarán, se nos opondrán y nos perseguirán. Por ende, sufriremos la persecución. Muchos santos que hacen todo lo posible por ser justos han sufrido la persecución. En su medio ambiente, en su negocio o en su ocupación hallan muchas cosas injustas. Debido a que ellos desean ser justos en esas situaciones, sufren la persecución de los demás.

  Este versículo dice que los que padecen persecución por causa de la justicia son bienaventurados, benditos, “porque de ellos es el reino de los cielos”. Si buscamos la justicia a toda costa, el reino de los cielos llegará a ser nuestro; hoy estamos en su realidad, y en la era venidera seremos recompensados con su manifestación. Hemos dicho, basándonos en el versículo 20, que necesitamos la justicia insuperable, o sea, la justicia que esté en el nivel más elevado, para poder estar en el reino de los cielos. Para entrar en la manifestación del reino de los cielos, necesitamos esta clase de justicia. Por lo tanto, debemos tener hambre y sed de dicha justicia y padecer persecución por causa de ella.

I. Los que sufren vituperio, persecución y calumnia por causa de El recibirán una recompensa grande en los cielos

  En Mateo 5:11 el nuevo Rey declaró: “Bienaventurados sois cuando por Mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo”. La persecución mencionada en el versículo 10 es por causa de la justicia, por haber buscado nosotros la justicia, mientras que la persecución del versículo 11 es directamente por causa de Cristo, el nuevo Rey, por haberlo seguido nosotros.

  Cuando vivimos por causa del reino de los cielos en la naturaleza espiritual del mismo y según sus principios celestiales, sufrimos el vituperio, la persecución y la calumnia mayormente a manos de los religiosos, quienes se afierran a sus conceptos religiosos y tradicionales. Los religiosos judíos hicieron todas estas cosas a los apóstoles en los primeros días del reino de los cielos (Hch. 5:41; 13:45, 50; 2 Co. 6:8; Ro. 3:8). Es lo mismo hoy. Si usted verdaderamente busca a Cristo, muchos de los que están en las denominaciones se levantarán contra usted. Esto es lo que sufrimos hoy en día. Padecemos el vituperio, la persecución y los rumores malignos que hacen circular acerca de nosotros. Recientemente, una casa de publicación notable publicó un libro que nos relaciona con el hinduismo. ¡Qué rumor tan maligno! Este vituperio y persecución viene a nosotros porque no nos preocupamos por la tradición; sólo nos interesa Cristo y la palabra pura, la Biblia.

  En Mateo 5:12 el Señor Jesús da una palabra animante a los que son perseguidos por Su causa: “Regocijaos y exultad, porque vuestra recompensa es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”. Esta recompensa, la de la novena bienaventuranza, indica que lo producido por las bendiciones anteriores también es un galardón. Este galardón es grande y está en los cielos; es un galardón celestial y no terrenal.

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