
Lectura bíblica: Mt. 6:10; 28:18-20; Ap. 11:15, 17; 12:5; 2:26-27
Apocalipsis es un libro que trata acerca del reino (1:6, 9). A fin de que el reino de Cristo venga a la tierra, debe haber primero un grupo de vencedores. Este grupo de vencedores incluye al hijo varón mencionado en el capítulo 12. El versículo 5a dice: “Ella dio a luz un hijo varón, que pastoreará con vara de hierro a todas las naciones”. A partir del capítulo 2 podemos ver los constituyentes del hijo varón, quien ha de pastorear a las naciones con vara de hierro. Los versículos del 26 al 27 dicen: “Al que venza y guarde Mis obras hasta el fin, Yo le daré autoridad sobre las naciones, y las pastoreará con vara de hierro, y serán quebradas como vasijas de barro; como Yo también la he recibido de Mi Padre”. En Mateo 28 el Señor dijo: “Enseñándoles que guarden todo cuanto os he mandado” (v. 20). Los que guardan las obras del Señor hasta el fin son los vencedores que pastorearán a las naciones con vara de hierro.
Apocalipsis 12:5b dice respecto al hijo varón: “Su hijo fue arrebatado a Dios y a Su trono”. El hijo varón está compuesto de los vencedores, quienes serán arrebatados al lugar donde Dios reina. Como resultado de ser arrebatados, los versículos 7 y 8 dicen: “Estalló una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles pelearon contra el dragón; y pelearon el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo”. Esto implica que antes de este tiempo Satanás y sus ángeles todavía tenían derecho de estar en el cielo (Job 1:6; 2:1). Pero, después que los vencedores sean arrebatados, no habrá lugar para el diablo en el cielo.
Apocalipsis 12:9 dice: “Fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama el diablo y Satanás, el cual engaña a toda la tierra habitada; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él”. Cuando los vencedores sean arrebatados al cielo, el diablo será arrojado desde el cielo, y el cielo será completamente limpiado.
Los versículos del 10 al 12 dicen: “Oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo; porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y no amaron la vida de su alma, hasta la muerte. Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo”. El acusador es Satanás, el diablo, quien es echado a causa de los vencedores. Cuando esto suceda, tendrá inicio la venida del reino.
La Palabra del Señor deja claro que la gloria de Dios depende de la autoridad de Dios, y que el ejercicio de la autoridad de Dios depende del reino de Dios. Por esta razón, sabemos que la meta de Dios siempre ha sido obtener un reino. El reino es la esfera en la cual Dios reina. En este reino como esfera en que Él reina, Dios puede ejercer Su autoridad y llevar a cabo Su voluntad. Debido a que Su autoridad puede ser ejercida y Su voluntad puede ser hecha, Su gloria puede ser expresada. El que la gloria de Dios sea expresada equivale a que Él mismo sea expresado. El que la gloria de Dios sea expresada depende enteramente de que Él reine en el reino.
Es asombroso que en la Biblia Dios haga reposar estos tres asuntos —Su reino, Su autoridad y Su gloria— sobre Su Hijo. Dios desea glorificar a Su Hijo en el reino, el cual es la esfera de Su reinado. Cuando Su Hijo sea glorificado al reinar en el reino, Dios mismo será glorificado en el Hijo y por medio del Hijo. Hebreo 1:3 dice que el Hijo de Dios es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de la sustancia de Dios. Sin embargo, a fin de que el Hijo de Dios sea expresado como gloria, Él debe tener un reino en el que pueda reinar. Por consiguiente, si nosotros no permitimos que el Señor obtenga un reino en el que pueda reinar, la gloria de Dios que reposa sobre Él no podrá ser expresada.
Con base en esto, queda claro que el reino es el asunto más crucial del Nuevo Testamento. Cuando el Señor Jesús nos enseñó a orar, de manera particular nos encargó que orásemos por la venida del reino, porque el cumplimiento del deseo de Dios depende de la venida del reino (Mt. 6:9-13). Si el reino de Dios viene a la tierra, Su voluntad y Su autoridad serán traídas a la tierra, y Su gloria será expresada sobre la tierra. Además, todo esto depende de Su Hijo. Por consiguiente, es imprescindible que Su Hijo obtenga el reino y reine. Su Hijo nos enseñó que cuando orásemos, debíamos centrar nuestra atención en la venida del reino. Esto significa que el reino debe ser el centro de todas nuestras oraciones. El significado y propósito central de las oraciones de los cristianos debe ser la venida del reino de Dios. Orar por la venida del reino de Dios es pedirle a Dios que establezca Su trono en la tierra y ejerza Su autoridad sobre la tierra. El Señor les enseñó a Sus discípulos a orar de esta manera.
Después que el Señor ministró en la tierra por tres años y medio, y antes de Su crucifixión, dio a entender en Lucas 19 que Él se iba a fin de recibir un reino (v. 12). Él pronto partiría de la tierra, pero Su ida tenía como fin recibir un reino y después regresar. Él tenía que irse a fin de traer el reino del reinado de Dios formalmente a la tierra. Él dijo que un día recibiría Su reino y regresaría; ese día del regreso del Señor será el día de Su segunda venida. Después de ser levantado de los muertos, Él les dijo a Sus discípulos: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” (Mt. 28:18). Por consiguiente, Él aparentemente ya ha recibido Su reino, puesto que toda autoridad le ha sido dada en el cielo y en la tierra. En otras palabras, el reino de Dios ya le ha sido dado. El asunto en cuestión hoy en día es: ¿quién en la tierra realmente se somete a Su autoridad? Dios le ha dado el reino al Señor; Dios el Padre le ha dado al Hijo toda autoridad en el cielo y en la tierra. En lo que se refiere a Dios, no hay ningún problema. El deseo de Dios es glorificar a Su Hijo para que Él sea el Rey de todo el universo. Dios le ha dado toda la autoridad en el cielo y en la tierra al Hijo en Su resurrección. Es por esa razón que el Señor Jesús pudo decirles a los discípulos: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”. Sin embargo, debemos considerar si el Señor en realidad puede reinar hoy.
Todavía quedan dos problemas. Primero, el hombre no se somete a Su autoridad; y segundo, el diablo y sus ángeles, quienes son rebeldes, continúan oponiéndose a la autoridad de Dios en la tierra. El Hijo de Dios recibió la autoridad de parte de Dios para establecer Su reino en la tierra, pero la situación en la tierra no corresponde a este hecho. En la tierra hoy el hombre no se somete a Su autoridad, y el diablo y sus ángeles se rebelan contra Él. En esas circunstancias, ¿cómo puede el Señor establecer Su reino sobre la tierra? ¿Cómo puede Él ejercer la autoridad de Dios sobre la tierra?
Hay un cuadro de esta situación en el Antiguo Testamento. Un día el hijo del Rey David, Absalón, se rebeló contra él. Debido a la rebelión de Absalón, David fue expulsado. Dios había ungido a David y le había dado a él la autoridad. Según Dios, David era el rey que Él había designado, pero la tierra estaba llena de rebeldía contra David (2 S. 15:1—19:8a). Así que, Él fue expulsado por su propio hijo y los rebeldes. David era el rey de Dios, pero no pudo reinar en el reino. Lucas 19 nos muestra una situación semejante. En este capítulo el Señor contó una parábola mostrando que tenía que pasar por la muerte a fin de recibir el reino. En la resurrección del Señor, Dios le dio toda autoridad en el cielo y en la tierra. Asimismo Dios lo exaltó a Su diestra y lo hizo Señor y Cristo (Hch. 2:33, 36). En Salmos 2:6 Dios declaró: “Yo he establecido Mi Rey / sobre Sion, Mi monte santo”. Sin embargo, la parábola de Lucas 19 nos muestra que Sus conciudadanos, las personas de la tierra, enviaron una embajada, diciendo: “No queremos que éste reine sobre nosotros” (v. 14). Después que el Señor Jesús fue levantado de los muertos, las personas de la tierra hicieron esta declaración. El diablo instigó a los hombres de la tierra desde su interior para que dijeran al Dios del cielo: “No queremos que Jesús de Nazaret reine sobre nosotros”. En tales circunstancias, aunque nuestro Señor es el Rey de reyes y el Señor de señores ungido por Dios, no puede reinar sobre la tierra, debido a que ella está llena de rebelión. Los hombres no están dispuestos a someterse a Su autoridad, reconocerle como Rey, ni permitir que Él reine. En vez de ello, las personas de la tierra siguen a Satanás, quien se rebela contra Él. Por esta razón, después de recibir en Su resurrección toda autoridad y el reino de parte de Dios, el Señor envió a Sus discípulos, diciendo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:19). El Señor quería que ellos fueran por toda la tierra predicando el evangelio del reino.
¿Qué significa predicar el evangelio del reino? Significa hacer a todas las tribus y naciones de la tierra discípulos del Señor Jesús. ¿Qué significa hacer a las naciones discípulos del Señor? Significa hacer que ellas se sometan al Señor. Anteriormente ellas seguían a Satanás para rebelarse contra el Señor, pero ahora debemos hacer que ellas se sometan al Señor. El Señor no es solamente el Señor que creó el universo, sino también el Rey ungido por Dios, el Rey de reyes que Dios ha designado. Dios le ha dado toda autoridad en el universo para que establezca el reino de Dios sobre la tierra, de modo que ejerza la autoridad de Dios y exprese la gloria de Dios. Sin embargo, Satanás instigó a las personas de la tierra para que le declararan a Dios: “No queremos que Jesús, a quien Tú has designado, reine sobre nosotros. No queremos que el Nazareno reine sobre nosotros”. ¿Qué debió haber hecho el Señor al escuchar estas palabras de parte de los hombres de la tierra? ¿Debió haberlos destruido con relámpagos y truenos? ¿Debió haber mandado que descendiera fuego del cielo y los consumiera? El Señor no estaba dispuesto a hacer esto. Si hubiera hecho esto, no habría podido cumplir la voluntad de Dios ni establecer el reino de Dios. El Señor dijo: “El Hijo del Hombre no ha venido para destruir las vidas de los hombres, sino para salvarlas” (Lc. 9:56). Por esta razón, Él envió a Sus discípulos a predicar el evangelio a todas las naciones, a propagar el evangelio del reino en toda la tierra y a hacer discípulos a todas las naciones para que éstas se sometieran al Señor y llegaran a ser el pueblo del reino.
Lo primero que se menciona acerca del evangelio es la necesidad de arrepentirse (Mt. 3:2; 4:17). ¿Qué significa arrepentirse? Arrepentirse significa que originalmente éramos rebeldes y nos oponíamos a Dios, pero luego una voz de amor nos pidió que regresáramos a Dios, que nos volviéramos a Él. Por consiguiente, arrepentirse es volverse al Señor con una actitud sumisa y recibirlo como nuestro Salvador. Cuando lo recibimos como nuestro Salvador, Él entra en nosotros, no sólo como nuestro Salvador, sino también como Rey de reyes. Hoy en día, Él ya no es el Cristo que fue clavado en la cruz, sino el Rey que está en el trono. Cuando nos arrepentimos, nos volvemos a Él y lo recibimos como nuestro Salvador, Él es el Rey que está en el trono. Por lo tanto, no sólo hemos recibido al Salvador, sino también al Rey de reyes, al Señor de señores. Cuando el Rey de reyes entra en nosotros, junto con Él entra Su trono. Su deseo es establecer Su reino en nosotros, para hacer de nosotros, los rebeldes, Su reino.
Anteriormente no nos sometíamos a la autoridad de Dios. Estábamos dispuestos a hacer cualquier cosa, por mala que fuera. Antes de recibir a Jesús, a quien Dios designó como nuestro Rey, nos comportábamos descuidada e irresponsablemente porque la autoridad celestial no nos gobernaba. Sin embargo, ahora somos salvos y hemos recibido al Señor Jesús como nuestro Salvador. Además, como nuestro Salvador, Él también posee los estatus de Señor de todo y Rey de reyes. Por consiguiente, cuando le recibimos como nuestro Salvador, Él entra en nosotros para establecer Su trono y Su reino en nosotros, de modo que lleguemos a ser Su reino.
Apocalipsis 1 y 5 revelan que el Señor nos compró con Su sangre para hacernos Su reino (1:5-6; 5:9-10). ¿Cuál es Su propósito al hacernos Su reino? Su propósito es gobernar, reinar, a fin de cumplir Su voluntad sobre la tierra y de ganar a un grupo de personas de la tierra que esté bajo Su autoridad. Éste es el resultado que el evangelio ha producido en los pasados dos mil años.
En los últimos dos mil años, ha habido muchas personas de todas partes de la tierra que han recibido el evangelio y se han sometido al gobierno de Cristo. Sin embargo, los recién salvos no tienen muy claro este asunto. Ellos piensan que creer en el evangelio es únicamente para recibir ciertos beneficios, como paz mediante el perdón de los pecados, la vida eterna, la bendición eterna, un Dios vivo que siempre les concede Sus bendiciones y Su paz, y un Salvador viviente que siempre los salva del dolor y del sufrimiento, y los guarda para que se comporten debidamente. Sin embargo, el Señor gradualmente les irá mostrando que el Salvador a quien ellos han recibido tiene el estatus de un rey, y que incluso es el Rey de reyes. Como nuestro Salvador, el Señor ya no está en la cruz; antes bien, Él pasó por la cruz y fue entronizado. Él es ahora el Rey que está en el trono. Cuando nosotros le recibimos, Él ya había recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra, y había sido exaltado a la diestra de Dios y hecho Señor y Cristo. Aquel a quien hemos recibido es un Rey glorioso, el Rey de reyes, que está sentado en el trono. El Señor entra en nosotros no solamente para ser nuestro Salvador, sino también para ser nuestro Rey, por lo cual conecta el trono y la autoridad celestiales con nosotros.
Posiblemente después de recibir al Señor, no oímos un mensaje acerca del reino, pero dentro de nosotros tuvimos constantemente el sentir de que una Persona nos preguntaba: “¿Me amas? ¿Te sometes a Mí? ¿Sigues Mi dirección? ¿Escuchas Mi palabra?”. ¿Qué clase de sentimiento es éste? Es el Señor que nos pide que nos sometamos a Él de todo corazón y nos sometamos a Su autoridad. Por consiguiente, no debemos esperar que Él sea solamente nuestro Salvador; debemos permitir que Él sea también nuestro Rey. Cuando afrontemos una dificultad, tal vez oremos así: “Señor, ten misericordia de mí y sálvame”. Él entonces nos preguntará: “¿Escuchas Mi palabra? ¿Sigues Mi dirección? ¿Obedeces Mis mandatos?”. ¿Qué significa esto? Significa que nosotros queremos que Él nos salve, pero que, al mismo tiempo, debemos estar dispuestos a permitir que Él sea nuestro Rey; significa que nosotros queremos que Él nos dé amor, gozo y paz, pero que, al mismo tiempo, debemos estar dispuestos a permitir que Él establezca Su trono en nosotros. Después de ser salvos, a menudo tenemos esta experiencia: el Señor desea establecer Su reino en nosotros, pero nosotros no estamos dispuestos a permitirlo.
El Señor nos guía una y otra vez a que veamos esta verdad, esta visión. El evangelio nos salva para que lleguemos a ser el reino del Señor. El Señor entra en nosotros a fin de poder establecer Su reino en nosotros. El Señor que está en nosotros no es simplemente nuestro Salvador, sino también el Rey del reino. La vida del Señor no está en nosotros simplemente para que cumplamos una pequeña exigencia, sino para que podamos cumplir las elevadas exigencias del reino. Si únicamente esperamos que la vida del Señor nos guarde de enojarnos y nos haga personas mansas, Su vida no nos concederá lo que pedimos. El Señor no prestará atención a esta clase de esperanza, porque Su vida nos es dada para proveernos el suministro necesario a fin de que cumplamos los requisitos del reino. Por lo tanto, debemos decir: “Señor, te reconozco como el Rey de reyes. Permito que establezcas Tu trono en mí y me gobiernes en todo. Estoy en la esfera en la que Tú puedes reinar; soy Tu reino”. Entonces espontáneamente no nos enojaremos y seremos personas mansas.
¿Con qué propósito llegamos a ser cristianos? Llegamos a ser cristianos a fin de permitir que el Señor establezca Su reino en nosotros. ¿Con qué propósito creemos en el Señor Jesús? No creemos en el Señor para poder irnos al cielo u obtener bendiciones, gozo y paz, sino para someternos al Rey de reyes. Él es el Rey designado por Dios, el Señor de todos, quien ha recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra; Dios le ha dado todas las cosas. Él es un Rey glorioso, el Rey de reyes. Por lo tanto, debemos desear someternos a Él, recibirlo y permitir que Él establezca Su autoridad, Su trono y Su reino en nosotros. Debemos sujetarnos completamente a Su gobierno. No debemos valernos de nuestra voluntad a fin de ser mansos, no debemos esforzarnos por ser pacientes, ni tampoco tratar de ser perfectos por nosotros mismos. Al contrario, debemos ser personas que están bajo Su autoridad y que le ceden todo el terreno en su ser para que Él establezca Su reino y Su trono, y para que sea entronizado en nosotros así como está entronizado en el cielo. Es con este fin que creemos en el Señor Jesús.
El Señor Jesús nos compró con Su sangre para que fuésemos Su pueblo obediente, los que se someten a Su autoridad, quienes constituyen Su reino y quienes le permiten establecer Su trono para que gobierne y reine en nuestro interior. Todo lo relacionado con nosotros debe estar sujeto a Su autoridad. Si todos tenemos esta perspectiva y vivimos en esta clase de situación, todos los enemigos espontáneamente serán derrotados. ¿Nuestro mal genio? Éste no prevalecerá. ¿El mundo? Éste perderá su poder atractivo. Todo pecado y tentación, no importa si proviene del diablo, de los espíritus malignos, de la carne o de los deseos carnales, será derrotado. Cuando el Rey de todos sea entronizado en nosotros, todos los enemigos se postrarán.
En el Antiguo Testamento encontramos un cuadro muy claro de esto. El pueblo de Dios, los hijos de Israel, eran el reino de Dios bajo el gobierno de Dios. Cada vez que ellos permitían que Dios gobernara y reinara, todos los enemigos que estaban en sus alrededores se rendían, y ellos tenían paz en todo su territorio. Ellos eran un pueblo victorioso, un pueblo muy notable. Debido a que permitían que Dios gobernara, y el reino de Dios estaba establecido entre ellos, todos los enemigos se rendían. Pero cada vez que no permitían que Dios gobernara ni reinara sobre ellos, ellos caían, y sus enemigos se levantaban uno tras otro. A veces venían los filisteos a pelear contra Israel, y otras veces venían los madianitas, los moabitas, los amalecitas o los amonitas. Finalmente, las siete naciones de la tierra de Canaán se levantaron una tras otra. En un momento dado incluso el Arca fue capturada. Los enemigos prevalecieron porque Dios había perdido Su trono y Su reinado entre Su pueblo. Como resultado, la ciudad santa fue destruida, el templo santo fue hollado y se llevaron todos los vasos del templo. Los hijos de Israel perdieron la presencia de Dios y Su testimonio. Esto se debió a que ellos habían perdido la autoridad de Dios y no permitieron que Él fuese entronizado entre ellos.
Esto es un cuadro, un tipo, de la situación actual. Cuando tenemos el trono y la autoridad de Cristo en nosotros, todos los enemigos se rendirán, y Dios mismo, Cristo, Su testimonio, Su autoridad y Su poder estarán con nosotros ricamente. En cambio, cuando no le permitimos a Cristo reinar en nosotros, sino que nosotros mismos tomamos las decisiones, gobernamos y conservamos la preeminencia, encontraremos que todas las pruebas y tentaciones, incluyendo nuestro mal genio, vendrán. Cuando permitamos que Cristo reine en nosotros, podremos alabar y dar gracias en cada situación que afrontemos. En esos momentos no sabemos lo que es el mal genio, las pruebas ni las tentaciones. Sin embargo, cuando Cristo no puede reinar en nosotros, y nosotros no le cedemos terreno en nuestro ser, de inmediato empezaremos a enojarnos y a murmurar. Nos parecerá que nada marcha bien.
Esto es a menudo nuestra experiencia. Por ejemplo, esta mañana pudimos haber culpado a nuestros padres por no despertarnos más temprano. Sin embargo, más tarde podríamos orar: “Señor, ayúdame y sálvame de enojarme. Señor, Tú eres el Señor de resurrección, el Señor de poder. Tú tienes la vida de resurrección, y esta vida es poderosa. Te ruego que me cambies”. Pero a la postre esa oración no funcionó. El Señor no respondió a nuestra oración, ni nos ayudó ni nos salvó; tampoco se manifestó Su poder de resurrección en nosotros. ¿Por qué? Porque Él nunca nos ofrece esta clase de ayuda, y Su vida no nos es dada para satisfacer esa clase de exigencias. En vez de ello, Su vida nos es dada para que Él pueda reinar y establecer Su reino en nosotros. Debemos estar bajo Su autoridad y ser Su reino; debemos tener Su trono y ser gobernados por Él desde nuestro interior. Entonces Su vida podrá manifestarse con poder.
La vida de Cristo es únicamente dada por causa de Su reino. Si un hermano no es una persona del reino interiormente ni lleva una vida que es gobernada por Cristo, muchas veces la vida de Cristo no asumirá la responsabilidad por él. Aunque él lea la Biblia, continuará cayendo. Tal vez ore, pero todavía se sentirá débil. Aunque asista a las reuniones y escuche los mensajes, aún no será victorioso. La razón de esto es que él no ha permitido que Cristo sea entronizado en su interior. Si no tenemos el reino y reinado de Cristo en nuestro interior, si no somos Su dominio, y si todavía tomamos las decisiones en todo y conservamos todo como nuestro dominio, reino y gobierno, entonces el Señor se verá obligado a hacerse a un lado. Él no actuará ni podrá hacer nada por nosotros.
Es preciso que veamos la razón por la que Dios nos salva, esto es, debemos ver cuál es Su propósito al salvarnos. Dios nos salva a fin de que seamos Su reino, a fin de que pueda establecer por medio nuestro el reino de Su Hijo. Hoy en día Satanás todavía está activo en el aire y en la tierra. Él gobierna en estas dos esferas, y la autoridad de Cristo no tiene medio de ser expresada. Sin embargo, Cristo encuentra un camino al extender Su autoridad depositándola en nosotros los que creemos en Él. Si nosotros le permitimos que ejerza Su autoridad en un nivel adecuado, seremos un grupo de vencedores. Según lo que Dios ha dispuesto, toda la iglesia debiera ser así. Todos los que están en la iglesia, todos los que han sido salvos, debieran estar bajo la autoridad de Cristo, debieran permitirle a Cristo reinar, y debieran ser un lugar donde Cristo puede ejercer Su autoridad. Sin embargo, muchos de los que son salvos desean la salvación del Señor, el amor del Señor y las bendiciones del Señor, pero no permiten que el Señor reine en ellos a fin de que Él pueda obtener Su reino.
¿Qué hará el Señor ante esa situación? El Señor tendrá que hacer una obra adicional en la iglesia para ganar a un grupo particular de personas. A través de los pasados dos mil años la línea de aquellos que aman al Señor nunca se ha visto interrumpida. Aparentemente, la iglesia está en decadencia, y ciertamente la iglesia en general va en decadencia; no obstante, en medio de esta decadencia todavía hay vencedores. En esta decadencia todavía hay algunos que aman al Señor y le dicen: “Señor, estoy bajo Tu autoridad. Soy Tu reino. Estoy dispuesto a permitir que entren Tu trono y Tu autoridad. Amo Tu gobierno. Señor, Tú eres el Rey, y yo estoy bajo Tu gobierno. Me someto a Tu autoridad”. En estos últimos dos mil años, la línea de tales personas que se someten a la autoridad del Señor jamás se ha interrumpido. Estas personas son los vencedores del Señor.
Absolutamente creemos que hay algunos hermanos y hermanas en la tierra hoy, aunque no sean muchos en número, que son capaces de decirle al Señor: “Señor, yo soy Tu reino, y estoy bajo Tu autoridad. Señor, Tú eres Aquel que gobierna, Aquel que reina. No hay otra razón por la que he sido salvo y he llegado a ser cristiano. No deseo nada en la tierra. Sólo sé que estoy bajo Tu autoridad, que soy Tu reino y que Tu trono está en mí. Señor, Tú estás entronizado, Tú reinas y Tú me gobiernas. Me someto incondicionalmente a Ti y a Tu gobierno”. Creo que sí hay santos así. Aunque no hay muchos, ciertamente hay algunos.
Tal vez digamos: “Yo no puedo someterme”. Pero si nosotros no podemos, otros sí pueden. Asombrosamente, nosotros también podemos someternos si hemos recibido misericordia. Todos los que han recibido misericordia y gracia pueden someterse al Señor. A través de los siglos siempre ha habido esta clase de personas, un grupo de aquellos que aman al Señor y están dispuestos a someterse a Su gobierno. Nunca he conocido ningún grupo de cristianos entre quienes no hubiera alguien que amara al Señor de esta manera. Aunque quizás no haya muchos, siempre ha habido unos cuantos. No importa adónde vayamos, podemos siempre encontrar algunos cristianos, y entre ellos siempre podemos encontrar a algunos que aman al Señor de esta manera. Puedo testificar que en muchos lugares he encontrado a algunos que aman al Señor. Cuando ellos mencionan el nombre del Señor, se vuelven locos. Pareciera que cuando mencionan al Señor, no les importa nada más; no les preocupa otra cosa que no sea el Señor.
Había un hermano en cierto lugar que amaba mucho al Señor. Él amaba al Señor tanto que su padre le dijo bromeando: “Hijo mío, si tu padre muriera hoy, ¿te importaría eso o amarías sólo a Jesús?”. La razón por la que su padre le preguntó esto era que a los ojos del padre, este joven no sabía de otra cosa que el Señor Jesús. Él estaba “narcotizado” con Jesús. Parecía que tan pronto se despertaba, él pensaba en Jesús; y que cuando dormía, pensaba en Jesús. Jesús lo era todo para él. Él no sabía mucho de todo lo demás, pero cuando hablaba de Jesús, entendía todo con absoluta claridad. Este joven amaba a Jesús a ese grado. Sin embargo, se puede encontrar a esta clase de personas en todas partes. Es como si ellos estuvieran “narcotizados” con el Señor Jesús.
Tales personas espontáneamente se someten a la autoridad de Cristo. Según ellos, es seguro que Jesús será el Señor; así, el Señor espontáneamente reina en ellos. Todo su ser es el dominio de Cristo, el reino de Cristo. El trono de Cristo está en ellos, y la voluntad de Cristo se lleva a cabo en su vivir. Toda su vida es el reinado de Cristo; la realidad del reino está en ellos. A esas alturas y en dicha situación, lo que se manifiesta en ellos es enteramente el reino de Dios. Su vida no es simplemente humana; la vida divina y gloriosa de resurrección se manifiesta en ellos. Ellos pueden vencer, y hacerlo de forma absoluta; ellos pueden perseverar, y hacerlo de forma incondicional. Humanamente es imposible llevar la vida que ellos viven; el hombre no puede llevar esa clase de vida. Sólo Dios puede vivir de esa manera. En otras palabras, Dios se manifiesta en ellos. Debido a que el trono está establecido en ellos, el poder de vida se hace manifiesto en ellos.
Los que se someten incondicionalmente a Cristo son los vencedores. Ellos son el hijo varón que da a luz la mujer universal mencionada en Apocalipsis 12. La mujer universal representa a los cristianos en general, es decir, a la iglesia en su totalidad. Toda la iglesia es la mujer universal. El hijo varón representa la parte más fuerte del pueblo de Dios, los vencedores que aman al Señor. En la mujer universal está el hijo varón. Un día un grupo de vencedores será producido a partir de la iglesia.
La condición de la iglesia es débil, puesto que es representada por una mujer, pero los vencedores son como un hijo varón fuerte. En la Biblia la mujer es el vaso más frágil, y el hombre es el vaso más fuerte (1 P. 3:7). La iglesia en general puede ser débil; pero hay un grupo de personas que aman al Señor, las cuales permiten que el Señor reine, y en las cuales está el trono del Señor. El reino está en ellas, y su ser interior es el dominio de Cristo. Este grupo de creyentes, compuesto de hermanos y hermanas, es sin duda fuerte y victorioso, como un hijo varón.
La condición espiritual de la mayoría de los que son salvos, incluyendo a los hermanos, es frágil, como una mujer. En cuanto ellos se enteran de la necesidad de pagar un precio para seguir al Señor, declinan, diciendo: “¿Acaso no recibimos todas las cosas como un don de parte del Señor? ¿Cómo es que ahora se nos dice que tenemos que pagar un precio? ¿Y qué clase de precio es el que tenemos que pagar?”. Es así como habla una mujer frágil. Es por ello que no sólo las hermanas, sino también los hermanos, pueden ser mujeres en ese sentido. Pero los que verdaderamente aman al Señor permanecen fieles aun a riesgo de morir. Ellos permiten que el Señor gobierne y reine en ellos; ellos se someten al gobierno del Señor. Aman al Señor a tal grado que no temen aun afrontar la muerte. En tanto que tengan la presencia del Señor, ellos son capaces de ir a cualquier lugar por causa de Él. Todos los que verdaderamente aman al Señor, no solo los hermanos, sino también las hermanas, tienen tal denuedo. Todos los que verdaderamente aman al Señor son fuertes; todos los que fielmente aman al Señor no le temen ni al cielo ni a la tierra. Este grupo de creyentes incluye tanto a hermanos como a hermanas. Ellos son el hijo varón, un grupo de los fuertes.
En la mujer de Apocalipsis 12, hay un hijo varón; esto significa que en la iglesia débil hay un grupo de vencedores fuertes. Quizás no veamos esto hoy. Pareciera que el hijo varón aún está siendo concebido en el vientre de la mujer y está escondido entre los creyentes. Pero un día le vendrán los dolores de parto a la mujer. Los dolores nos hablan de sufrimiento, de tribulaciones. Al final de esta era vendrá una gran tribulación sobre toda la tierra habitada (Mt. 24:21; Ap. 3:10). Cuando esta prueba le sobrevenga a la iglesia, el hijo varón será dado a luz, y los débiles huirán y se esconderán (12:6). En aquel tiempo el hijo varón dirá: “¡Aquí estoy!”. Es por ello que Apocalipsis dice que los hermanos vencen al acusador y que no aman la vida de su alma (v. 11).
Cuando a la iglesia le sobrevenga la aflicción y la tribulación, los débiles seguirán siendo débiles, y los fuertes serán realmente fuertes. En aquel tiempo la mujer clamará debido a su dolor y su alumbramiento, y el hijo varón será dado a luz (vs. 2, 5). Los que forman parte del hijo varón son tan fuertes que no aman la vida de su alma aun hasta la muerte. En el versículo 5 la frase dio a luz denota resurrección, como en Hechos 13:33, lo cual significa que el hijo varón se compone de vencedores que vencen incluso la muerte y son levantados de entre los muertos, así como el Señor fue levantado.
Debido a que el hijo varón es este vencedor, él es el adversario de Satanás. Cuando el hijo varón sea arrebatado a los cielos, estallará una guerra. Habrá guerra en el cielo, y ya no se hallará lugar para Satanás en el cielo (Ap. 12:7-8). La razón de ello es que los vencedores serán arrebatados al cielo. Dondequiera que están los vencedores, Satanás es desalojado. Cuando el hijo varón, este grupo de vencedores, esté en el cielo, ya no se hallará más lugar allí para Satanás. Apocalipsis 12:9 dice que Satanás será arrojado a la tierra y sus ángeles serán arrojados con él.
El versículo 10 dice que en aquel tiempo se oirá una gran voz en el cielo, que dice: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo; porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche”. El acusador es el diablo, quien ha sido arrojado. El diablo obstaculiza la autoridad de Dios e inflige daño al reino de Dios. No obstante, por medio de este grupo de vencedores, el diablo será arrojado para que el reino de Dios pueda venir y la autoridad de Cristo pueda ejercerse. En ese momento el reino podrá manifestarse. Hoy en día es un reino con autoridad únicamente, pero ese día será un reino con una esfera concreta. El reinado del mundo vendrá a ser el reino de nuestro Señor y de Su Cristo (11:15). Satanás, el rebelde, será arrojado, primero a la tierra y después al abismo (20:1-3). ¿Quiénes serán los que arrojarán al rebelde Satanás? Los vencedores, el grupo de creyentes que permiten que Cristo reine.
Debemos recordar que lo que el Señor desea con respecto a nosotros es establecer Su reino. Ser cristiano no consiste simplemente en ser santo y victorioso, sino en someterse a la autoridad del reino. Ser cristiano no simplemente consiste en recibir gracia, disfrute, vida y poder, sino también en permitir que Cristo tenga el derecho de gobernarnos, constituirnos Su reino, establecer Su trono y llevar a cabo Su voluntad en nosotros. Cuando en la iglesia hay un grupo de personas que están dispuestas a permitir que la autoridad de Cristo fluya libremente entre ellas, esto traerá el reino de Cristo a la tierra. Cuando haya un grupo de vencedores en la iglesia, dichos vencedores traerán la autoridad del cielo, el reino de Dios, a la tierra. En aquel tiempo la iglesia será victoriosa, y el enemigo quedará totalmente impotente.