Mensaje 7
El libro de Apocalipsis está muy bien redactado. Aparentemente, los diferentes puntos incluidos en el capítulo uno no tienen relación entre sí. Pero si los leemos desde el punto de vista de nuestra experiencia, podremos ver que uno va después del otro en una secuencia ordenada. En los últimos dos mensajes hablamos de los aspectos de la segunda venida del Señor Jesús y de que nosotros le esperamos siendo copartícipes de Su tribulación, Su reino y Su perseverancia. En este mensaje veremos las iglesias locales. Tal vez parezca que este mensaje acerca de las iglesias locales no esté relacionado con los dos mensajes anteriores, pero en nuestra experiencia sabemos que estos tres mensajes están interrelacionados. La segunda venida del Señor Jesús requiere que algunos sean copartícipes de la tribulación, el reino y la perseverancia en Jesús. La mejor manera de hacer esto es estar en las iglesias locales. Fuera de la iglesia, es difícil participar de estas tres cosas.
Debemos abordar el tema de las iglesias locales considerando la secuencia progresiva de la revelación divina en las Escrituras. La revelación divina comienza en la Biblia con Dios y finaliza con las iglesias locales. Los primeros dos capítulos de Génesis y todo el Antiguo Testamento, son una revelación de Dios mismo, y los cuatro evangelios son una revelación de Cristo. Esto revela la secuencia progresiva de la revelación divina desde Dios hasta Cristo. Después de los cuatro evangelios, tenemos el libro de Hechos y las epístolas, que revelan principalmente a Cristo como el Espíritu. Por consiguiente, la revelación del Espíritu es una continuación de la revelación divina contenida en la Biblia. Después de esto se revela la iglesia. Así que, hay cuatro secciones principales de la revelación divina de la Biblia: la sección de Dios, la sección de Cristo, la sección del Espíritu y la sección de la iglesia.
Los judíos tienen solamente la primera sección de esta revelación, ya que los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento abarcan solamente la revelación de Dios. La mayoría de los cristianos tiene más que esto; tiene el Antiguo Testamento y los cuatro evangelios. Aunque ellos tienen la Biblia completa, en realidad sólo usan el Antiguo Testamento y los evangelios. Es posible que conozcan a Dios de la manera que es revelado en el Antiguo Testamento, y que conozcan las narraciones de los evangelios sobre Cristo, pero no saben nada sobre el Espíritu de vida ni sobre la iglesia. Para muchos cristianos, la iglesia es un edificio físico. Los domingos en la mañana, muchos padres dicen a sus hijos: “Vamos a la iglesia”. De acuerdo con su concepto, la iglesia es una capilla o una catedral con una torre alta. Saben muy poco de la iglesia que se revela en la Palabra santa.
Gracias a Dios que en estos últimos dos siglos algunos cristianos han progresado en su conocimiento de la Biblia, y no sólo tienen el Antiguo Testamento y los evangelios sino también las epístolas. Estos cristianos conocen a Dios, a Cristo y al Espíritu. Sin embargo, no saben mucho sobre el Espíritu de vida. Ellos conocen el Espíritu principalmente como el Espíritu de poder, necesario para el bautismo. Saben muy poco del Espíritu que mora dentro del creyente. Aunque estos cristianos tal vez sepan algo acerca de la iglesia, solamente ven la iglesia universal, no las iglesias locales. Sin embargo, los primeros tres capítulos de Apocalipsis no tratan de la iglesia universal; se refieren claramente a las iglesias locales.
Hoy día quienes estamos en el recobro del Señor tenemos la Biblia completa: el Antiguo Testamento, los evangelios, los Hechos, las epístolas y el Apocalipsis. Yo estuve en la Asamblea de los Hermanos por siete años y medio. Durante ese tiempo, dedicamos considerable atención a los libros de Daniel y Apocalipsis. Sin embargo, la mayor parte de lo que oí acerca del Apocalipsis se relacionaba con la bestia y los diez cuernos. No tenía idea de que en el libro de Apocalipsis había iglesias locales. Inclusive, oí muy poco de la Nueva Jerusalén. Solamente se me dijo que era una ciudad celestial con mansiones celestiales, que tenía una calle de oro y puertas de perlas. ¡Alabado sea el Señor porque hoy el libro de Apocalipsis no es así! En el Apocalipsis están las iglesias locales, y el Hijo del Hombre está en medio de ellas, y también está la Nueva Jerusalén con Cristo como su centralidad y universalidad.
Consideremos ahora detalladamente la progresión de la revelación divina en las Escrituras. Primeramente Dios mismo se revela a nosotros (Gn. 1:1). En Génesis 1:26 Dios se revela como Elohim, una palabra hebrea que significa el Todopoderoso. Después de esto, en Génesis 2:7, Dios se nos revela como Jehová, que significa “Yo soy el que soy”. Dios es el gran Yo soy, el Eterno, la realidad de todas las cosas positivas. El nombre Jehová denota la relación de Dios con el hombre. En cuanto a la creación, Dios se revela como Elohim; en cuanto a Su relación con el hombre, se revela como Jehová. El nombre de Jehová se usa en el Antiguo Testamento en lugar de Jesús, y el nombre de Jesús se usa en el Nuevo Testamento en lugar de Jehová. En otras palabras, en el Antiguo Testamento Jesús es llamado Jehová, y en el Nuevo Testamento Jehová es llamado Jesús. El Antiguo Testamento completo, que consta de treinta y nueve libros, es primordialmente una revelación de los dos títulos divinos: Elohim y Jehová.
El segundo paso en la secuencia de la revelación divina, es la revelación tocante a Cristo (Mt. 1:1). En cierto momento, Dios se encarnó, se hizo el hombre Jesucristo. Después del Antiguo Testamento, tenemos los cuatro evangelios, los cuales revelan la persona maravillosa llamada Jesucristo. El nombre Jesús, principalmente significa Salvador (Mt. 1:21), y el título “Cristo” principalmente significa ungido (Mt. 16:16). Jesús no sólo es nuestro Salvador, sino también el ungido de Dios o, usando un término contemporáneo, el Designado de Dios. Dios lo designó para que cumpliera Su economía eterna. El no es solamente el Jesús que nos salva, sino también el Cristo que lleva a cabo el plan eterno de Dios.
Cristo necesita la iglesia para poder ejecutar el plan eterno de Dios, y para producir la iglesia necesita dos cosas: efectuar redención e impartir vida. Después de redimir al hombre creado y caído, Cristo tiene que impartir vida a los redimidos. Esta es la razón por la cual se necesita el Espíritu de vida, el Espíritu vivificante. Por consiguiente, después de los cuatro evangelios, tenemos la redención y la impartición de vida en el libro de Hechos y en las epístolas. En dichos libros, se menciona frecuentemente la sangre de Cristo. Además de la sangre tenemos el Espíritu. La sangre trae redención, y el Espíritu imparte la vida. Después de ser redimidos y regenerados, llegamos a ser miembros vivos del Cuerpo de Cristo, la iglesia. El Cuerpo, la iglesia, es el medio por el cual Cristo realiza la economía eterna de Dios. En la economía de Dios, la iglesia es muy crucial. Sin la iglesia, Cristo no puede cumplir nada. El necesita la iglesia para poder llevar a cabo el plan eterno de Dios.
Dios se revela como Elohim y como Jehová, y Cristo se revela como Jesús y como Cristo. Sin embargo, la revelación en cuanto al Espíritu, no es simple (Mt. 28:19); al contrario, es un misterio. Pocos cristianos discuten en cuanto a la revelación de Dios y de Cristo. Pero cuando llegamos al asunto del Espíritu, hay mucho debate debido a que la revelación del Espíritu es un misterio. El Espíritu es misterioso porque está relacionado con la vida. La revelación del Espíritu se compone de muchos aspectos: el Espíritu de verdad o realidad, (Jn. 14:16-17), el Espíritu de vida (Ro. 8:2), el Espíritu de poder (Lc. 24:49), el Espíritu de Dios (Ro. 8:9), el Espíritu de Cristo (Ro. 8:9), el Espíritu de Jesús (Hch. 16:7), el Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19), el Espíritu Santo (Hch. 5:32) y los siete Espíritus (Ap. 1:4; 4:5; 5:6).
¿Conoce usted la diferencia entre el Espíritu de vida y el Espíritu de poder? Aquellos que están en el movimiento pentecostal o carismático hablan del Espíritu de poder. Solamente el Señor sabe si ellos tienen el verdadero poder o no. He oído mucho del hablar en lenguas, pero no he visto poder en la obra de los que hablan en lenguas. El bautismo del Espíritu Santo da poder al hombre. Pero muchos de los que hablan en lenguas, carecen de poder del mismo modo que los que no hablan en lenguas. Tal vez tengan el poder de balbucear incoherencias, pero no tienen el poder de salvar almas. Aunque algunos nunca han hablado en “lenguas”, su predicación ha sido el medio para la salvación de miles de personas. Ese es verdadero poder. No solamente no hay verdadero poder en el movimiento carismático, sino que tampoco hay vida. Después de haber hablado en lenguas, muchos proceden a pelear con su cónyuge o fumar cigarrillos. ¿Es esto vida? ¡No! La vida transforma a las personas. Necesitamos tanto el Espíritu de poder como el Espíritu de vida.
Estamos aquí para ser el testimonio de Jesús. Este testimonio no es un término ni un formalismo; esto es una vida. Cuánto necesitamos abrirnos a El, para que El nos imparta más vida. Si verdaderamente tenemos a Cristo como nuestra vida, debemos andar, vivir y comportarnos en Cristo. Ahora podemos entender la razón por la cual las epístolas hablan reiteradamente del Espíritu. Como ya vimos, el libro de Apocalipsis habla de los siete Espíritus de Dios. La vida de la iglesia requiere el Espíritu intensificado. La verdadera iglesia se origina en este Espíritu. Aunque no me opongo a ninguno de los dones pentecostales genuinos, puedo testificar que en el pasado no he visto ni una sola iglesia edificada apropiadamente por el movimiento pentecostal. Considere el movimiento carismático católico. Está saturado de la adoración a María. Si este movimiento es correcto, ¿cómo puede tolerar la adoración de ídolos? El hecho de que tolere la idolatría demuestra que no es correcto. Se le puede añadir mugre a una bola de nieve, pero no a un diamante. El movimiento carismático es semejante a una bola de nieve, a la que se le pueden agregar cosas sucias. Necesitamos que nuestros ojos sean abiertos para ver que Dios hoy desea iglesias locales verdaderas, vivientes y prácticas.
Llegamos a la última sección de la revelación divina, la revelación en cuanto a la iglesia. Es difícil conocer la iglesia debido a que Satanás, el enemigo sutil, no quiere que los cristianos vean lo que es la verdadera iglesia.
La iglesia como Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:12-13) es universalmente una (Ef. 1:22-23; 4:4-6). Cristo como la única Cabeza tiene un solo Cuerpo, el cual está constituido de todos los creyentes genuinos.
La iglesia universal como Cuerpo de Cristo se expresa mediante las iglesias locales. Las iglesias locales, como expresión del Cuerpo de Cristo (Ap. 1:12, 20), son localmente una (Hch. 8:1; 13:1; Ro. 16:1; 1 Co. 1:2). Apocalipsis 1:4 dice: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia”. Asia era una provincia del antiguo Imperio Romano en la cual estaban las siete iglesias mencionadas en 1:11. Las siete iglesias estaban en esas siete ciudades respectivamente, no todas en una ciudad. Este libro no trata de la iglesia universal, sino de las iglesias locales en muchas ciudades. La iglesia se revela primeramente como iglesia universal en Mateo 16:18; luego, en Mateo 18:17, se revela la iglesia local. En el libro de Hechos la iglesia era practicada en iglesias locales, como por ejemplo, la iglesia en Jerusalén (8:1), la iglesia en Antioquía (13:1), la iglesia en Efeso (20:17), y las iglesias en las provincias de Siria y Cilicia (15:41). Con excepción de algunas cartas escritas a individuos, todas las epístolas fueron escritas a iglesias locales. Ninguna se escribió a la iglesia universal. Sin las iglesias locales no hay una expresión práctica y válida de la iglesia universal. La iglesia universal se hace real en las iglesias locales. El conocimiento de la iglesia universal halla su consumación en el conocimiento de las iglesias locales. Es un gran adelanto para nosotros conocer y practicar las iglesias locales. El libro de Apocalipsis está en un estado avanzado acerca de la iglesia, pues fue dirigido a iglesias locales. Si queremos conocer este libro, tenemos que avanzar del entendimiento de la iglesia universal a la realidad y la práctica de las iglesias locales. Solamente aquellos que están en las iglesias locales están en el ángulo o perspectiva apropiada y en la posición correcta para recibir las visiones de este libro.
En Apocalipsis 1:11 la voz le dijo a Juan: “Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias: a Efeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardis, a Filadelfia y a Laodicea”. Este versículo está redactado de una manera muy cuidadosa. En este versículo vemos que enviar este libro a las “siete iglesias” equivale a enviarlo a las siete ciudades. Esto muestra claramente que la práctica de la vida de la iglesia en su comienzo consistía en que había una iglesia para cada ciudad, es decir en una ciudad había una sola iglesia. En ninguna ciudad había más de una iglesia. Esta es la iglesia local. Local se refiere a cada ciudad, no a cada calle. La jurisdicción de una iglesia local debe abarcar toda la ciudad donde está la iglesia; no debe ser más grande ni más pequeña que los límites de la ciudad. Todos los creyentes que estén dentro de esos límites deben constituir la única iglesia local que hay en los límites de esa ciudad. Por consiguiente, una iglesia equivale a una ciudad, y una ciudad equivale a una iglesia. Esto es lo que nosotros llamamos las iglesias locales.
Apocalipsis 1:4 habla de “las siete iglesias”. El siete es el número de cumplimiento en la obra de Dios, como vemos en los siete días de la creación (Gn. 1:31—2:3), siete sellos (5:5), siete trompetas (8:2) y siete copas (15:7) que tienen como fin el mover de Dios en la tierra. Por lo tanto, las siete iglesias llevan a cabo el mover de Dios.
La iglesia necesita tener una expresión. Si hablamos de la iglesia sin tener la expresión de la misma, nuestras palabras sólo son teoría; no son prácticas. Se necesitan las iglesias locales para que la iglesia sea real y práctica. Si uno no tiene las iglesias locales, no tiene la iglesia. Igualmente, si no hay miembros, no existe el Cuerpo. Si no está la iglesia local, no puede existir la iglesia universal, pues la iglesia universal está compuesta de todas las iglesias locales, de igual modo que el cuerpo humano está compuesto de muchos miembros. Tener solamente la iglesia universal, es estar en una feria de vanidades. Pero nosotros tenemos las iglesias locales en la práctica. Si nos preguntan dónde está la iglesia, mostramos las iglesias en Anaheim, San Francisco, Chicago, Nueva York y en muchos otros lugares.
Algunos amigos cristianos han argüido conmigo así: “¿Por qué dice que ustedes son la iglesia y que nosotros no lo somos?” Algunas veces he replicado: “Si usted dice que ustedes son la iglesia, por favor muéstreme la iglesia. Muéstreme dónde está”. Algunos alegan que han enviado muchos misioneros al extranjero. En lo más recóndito de su ser saben que no son la iglesia. Los hechos son los hechos. ¿Si ustedes son la iglesia, por qué no se llaman la iglesia? Ustedes saben si son la iglesia o no. No pretenda ni presuma ser lo que no es. Si soy un hombre debo designarme como tal. ¿Qué más podría hacer? En 1963 fui invitado a hablar en cierto lugar en Missouri. Al final de la reunión, alguien me preguntó amigablemente y con humildad: “Hermano Lee, por favor dígame, ¿por qué ustedes se llaman la iglesia en Los Angeles?” A lo cual contesté: “Hermano, si nosotros no nos llamamos la iglesia, entonces ¿cómo nos podríamos llamar? Nosotros sencillamente somos la iglesia. Esto no es solamente la verdad sino también el hecho”. Nosotros somos lo que somos. Aunque pretendamos ser otra cosa, eso no es lo que verdaderamente somos. Antes de que el recobro del Señor viniera a los Estados Unidos, ningún grupo de cristianos afirmó ser la iglesia en Los Angeles. Por consiguiente, cuando nosotros llegamos a Los Angeles, tuvimos que llamarnos la iglesia en Los Angeles.
En Apocalipsis 1:20 leemos: “El misterio de las siete estrellas que has visto en Mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los mensajeros de las siete iglesias, y los siete candeleros son las siete iglesias”. Cuando Juan vio las siete estrellas en la mano derecha de Cristo y los siete candeleros de oro en medio de los cuales estaba Cristo, no pudo comprender la escena, era un misterio para él. No podía entender el significado de las siete estrellas celestiales y los siete candeleros de oro. De modo que el Señor le reveló el misterio diciendo: “Las siete estrellas son los mensajeros de las siete iglesias, y los siete candeleros son las siete iglesias”. El significado no fue un misterio solamente para Juan, sino también para los creyentes de hoy. Todos los creyentes necesitan la revelación de este misterio para ver las iglesias y sus mensajeros.
Las iglesias, representadas por los siete candeleros de oro, son “el testimonio de Jesús” (1:2, 9), tienen la naturaleza divina, y resplandecen en la noche obscura localmente y también colectivamente. La naturaleza de las iglesias debe ser divina (que es lo que representa el oro). Ellas deben ser los candeleros, es decir las lámparas, que contienen el aceite (el cual es Cristo como el Espíritu vivificante), y que brillan en la obscuridad individual y colectivamente. Ellas son lámparas individuales localmente, y al mismo tiempo son un grupo, una colectividad, de candeleros universalmente. No sólo brillan localmente, sino que también llevan el mismo testimonio tanto a las localidades como al universo. Tienen la misma naturaleza y forma; tienen la misma lámpara con el mismo propósito, y están plenamente identificadas entre sí, sin tener ninguna distinción individual. Las diferencias entre las iglesias locales que se mencionan en los capítulos dos y tres son de carácter negativo, no positivo. En el aspecto negativo, son diferentes y separadas entre sí en sus fracasos; pero en el lado positivo, en naturaleza, forma y propósito, son absolutamente idénticas y están conectadas. A los creyentes les es fácil ver la iglesia universal, pero les es difícil ver las iglesias. La revelación de las iglesias locales es la máxima revelación del Señor en cuanto a la iglesia. Esta revelación consta en el libro de Apocalipsis, el último libro de la Palabra divina. Para conocer la iglesia en plenitud, los creyentes deben seguir al Señor desde los evangelios, pasando por las epístolas, hasta llegar al libro de Apocalipsis y ver las iglesias locales según se revelan aquí. En Apocalipsis la primera visión se relaciona con las iglesias. Las iglesias, con Cristo como su centro, son el punto central en la administración divina para el cumplimiento del propósito eterno de Dios.
Si no hubiera iglesias locales, yo no podría seguir viviendo; preferiría morir. Supongamos que no hay iglesias locales. ¿Qué haríamos? No tendríamos meta ni objetivo ni propósito; nuestra vida cristiana no tendría sentido. Las iglesias locales son la meta, el blanco y el significado de nuestra vida cristiana. Tal vez usted no aprecie mucho la vida de la iglesia local cuando la disfruta. Si las iglesias fueran quitadas, usted se daría cuenta de que todas las bendiciones también son quitadas. No podemos vivir sin la vida de la iglesia, pues perdemos la razón y la meta de ser cristianos.
Espero que todos nosotros, especialmente los jóvenes, veamos que el destino de la revelación de Dios son las iglesias locales. La revelación de Dios avanzó progresivamente hasta llegar a las iglesias locales. Las iglesias locales son el destino que Dios ha trazado. Dios trajo Su revelación a las iglesias locales. Esta es la razón por la cual las iglesias están llenas de revelación, luz y verdad. Fuera de las iglesias hay escasez de luz, revelación y alimento. Pero las iglesias están llenas de revelación porque ellas son el destino de la revelación de Dios. Por consiguiente, todas las riquezas de la revelación divina están aquí.
Si usted ve esto, comprenderá que nosotros no estamos exagerando nuestro celo por la iglesia. Nuestro espíritu da testimonio de esto. Cuando no testificamos de las iglesias locales, nuestro espíritu es debilitado. Siempre que tratamos de ser prudentes para no provocar oposición, evitando hablar en cuanto a la iglesia, nos sentimos amortecidos en nuestro interior. Pero cuando hablamos confiadamente de la iglesia local, somos animados, nuestro espíritu es avivado y enardecido, y sentimos deseos de gritar, llorar y exclamar. Reconozco que es mejor no ofender a la gente; sin embargo, cuando trato de no ofender a la gente, ofendo al Señor. Cuando le digo claramente a la gente que las iglesias locales son el destino que Dios ha dispuesto, siento al Señor conmigo. De acuerdo con la Biblia, el Hijo del Hombre, Cristo, anda en medio de las iglesias locales. Si usted busca a Cristo, tiene que venir a las iglesias locales. El Hijo del Hombre se mueve entre las iglesias, y las cuida. Si usted desea ser partícipe de este cuidado, debe estar en las iglesias locales. La carga que tenemos hoy es conducir al pueblo de Dios a la meta que El ha establecido, y nuestro propósito es ayudar a los santos a llegar a esta meta.
Antes de venir a las iglesias locales, éramos vagabundos. Nunca tuvimos el sentir de haber llegado a nuestro hogar o de haber llegado a nuestro destino. Pero el día que llegamos a las iglesias locales, tuvimos la certeza de haber llegado a nuestro hogar. Después de vagar por años, supimos que finalmente habíamos arribado a nuestro destino. Cuando llegamos a la vida de la iglesia local, algo profundo dentro de nosotros dijo: “Este es el lugar”, y supimos que estábamos en nuestro hogar. No tenemos que vagar más porque hemos llegado a nuestro destino. Hoy día muchos cristianos que buscan a Dios con seriedad son viajeros; viajan de una denominación o grupo a otro. Pero el día que llegamos a la vida de la iglesia, nuestro vagar cesó. Las iglesias locales son lo que Dios desea hoy. Esta es la última estación de Su revelación. Nosotros necesitamos simplemente vivir la vida de la iglesia local. Nuestro testimonio es que no somos una organización, sino la expresión local del Cuerpo de Cristo.
Dios está corporificado en Cristo y es expresado en El (Jn. 1:1, 14; 1 Ti. 3:16; Col. 2:9), y Cristo es real para nosotros y le experimentamos como el Espíritu (Jn. 14:16-17; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; Ro. 8:10; Fil. 1:19). El Espíritu es el constituyente esencial de la iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo, Su plenitud (Ef. 1:22-23; 1 Co. 12:12). Ahora el Cuerpo de Cristo es expresado en las iglesias locales, las cuales son las expresiones de la iglesia universal (1:11-12). Las iglesias locales son la expresión del Cuerpo, el Cuerpo es la realidad de Cristo como el Espíritu vivificante, y Cristo es la corporificación de Dios. Por consiguiente, en las iglesias locales tenemos a Dios, a Cristo, al Espíritu y a la iglesia. Es por esto que las iglesias locales son tan ricas. ¿Dónde puede uno encontrar a Dios y Su propósito? En las iglesias locales. ¿Dónde puede ganar a Cristo con todas Sus riquezas? En las iglesias locales. ¿Dónde puede participar del Espíritu vivificante intensificado? En las iglesias locales. ¿Dónde puede ser parte del Cuerpo en la práctica? En las iglesias locales. ¡Las iglesias locales son muy importantes para nosotros! ¡Aleluya, Amén! Ya no somos vagabundos; ¡estamos en las iglesias locales! Hemos llegado a nuestro destino, a nuestro hogar. Estamos en nuestro hogar eterno. Aquí en las iglesias tenemos a Dios con Su propósito, a Cristo con Sus riquezas, al Espíritu vivificante intensificado, y la vida apropiada de iglesia. Aquí la Biblia no sólo es comprensible sino también real. ¡Aleluya por las iglesias locales! Realmente tenemos algo por lo cual podemos estar animados.
La revelación de Dios comienza en El mismo y continúa con Cristo y el Espíritu hasta llegar a la meta en las iglesias locales. Sin las iglesias locales, no tenemos la meta de la revelación divina. Es evidente el vacío que hay entre los judíos, entre muchos cristianos y entre muchas de las que llamamos personas espirituales. Los judíos tienen a Dios; la mayoría de los cristianos tiene a Dios y a Cristo, y los cristianos destacados también tienen el Espíritu, pero muy pocos cristianos tienen la vida apropiada de iglesia en las iglesias locales. Hoy en la iglesias locales, tenemos a Dios, a Cristo, al Espíritu y a la iglesia.
El resultado de la manifestación progresiva de Dios es la iglesia. Dios está corporificado en Cristo; Cristo se hace manifiesto y se experimenta como el Espíritu vivificante, y el Espíritu produce las iglesias. Cuando Cristo se hace real a nosotros y lo experimentamos como el Espíritu vivificante, se produce la vida de la iglesia. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, Su plenitud. La progresión de la revelación es Dios, Cristo, el Espíritu, la iglesia y las iglesias locales. Esta es la revelación de Dios en Su Palabra santa. Así que podemos ver cómo Dios se hace real para nosotros y cómo es expresado y manifestado en la realidad.
Primeramente Dios se encarnó cuando tomó cuerpo en Cristo. Si usted quiere conocer a Dios, tiene que conocer a Cristo. ¿Quiere ir a Dios? Entonces tiene que ir a Cristo. Fuera de Cristo es imposible tocar a Dios. Dios se corporificó de una manera práctica y real en el hombre llamado Jesucristo. Cuando usted lo conoce a El, conoce a Dios; cuando lo toca a El, toca a Dios; cuando lo obtiene a El, obtiene a Dios; cuando lo recibe a El, recibe a Dios, porque El es la corporificación de Dios mismo. Este Cristo es real para nosotros y le experimentamos como el Espíritu vivificante. El no es solamente nuestro Salvador, Redentor, Señor, santidad y justicia, sino también el Espíritu vivificante. Ser el Salvador, el Redentor y el Señor equivale a ser el Espíritu vivificante. A quien tenemos hoy en la realidad y en la práctica, es al Espíritu vivificante. La mayoría de los cristianos no percibe este punto crucial, debido a que el enemigo sutil ha hecho lo que ha podido por esconder este aspecto. En años recientes, hemos dado muchos mensajes, y hemos escrito gran cantidad de libros en cuanto a Cristo como el Espíritu vivificante, pero algunos cristianos ni siquiera ven este aspecto, y además se oponen. Esto muestra la sutileza del enemigo.
Si Cristo fuera solamente nuestro Salvador, Redentor y Señor, ¿cómo podría ser producida la iglesia en la práctica? El Salvador no produce la iglesia directamente, y tampoco lo hace el Señor directamente. Para que la iglesia sea producida, es necesario que Cristo sea el Espíritu vivificante. Para conocer a Cristo como el Espíritu vivificante, no debemos depender de nuestra mente, pues ésta es muy limitada. Aunque no entendamos esto completamente, podemos experimentarlo. Compruébelo en su experiencia. Su experiencia diaria da testimonio de que el Cristo que usted disfruta es el Espíritu vivificante que mora en usted. No solamente Cristo mismo es maravilloso, misterioso, ilimitado e inescrutable; aun el alimento que disfrutamos cada día sobrepasa nuestro entendimiento. Aunque no podemos conocer los alimentos usando nuestra mente, podemos determinar su sabor en nuestra experiencia. Por medio de nuestra experiencia podemos saber qué es el alimento. No preste atención a conversaciones teológicas. Aquellos que se empeñan en esta clase de conversación son atrapados por el ejercicio exagerado de su intelecto. A nosotros sólo nos interesa la Palabra pura que hallamos en la revelación divina y nuestra experiencia práctica y personal. Nuestra experiencia testifica que el mismo Cristo que disfrutamos cada día es el Espíritu vivificante. ¿No tiene usted la realidad del Cristo vivo dentro de usted? Este es el mismo Cristo que disfrutamos y experimentamos y del cual participamos en nuestro espíritu. Este es el Espíritu vivificante que es Cristo mismo. Por consiguiente, Dios está corporificado en Cristo, y Cristo es hecho real y experimentado por nosotros como el Espíritu vivificante.
Esta experiencia produce la iglesia. Cuanto más experimentemos a Cristo de esta manera, más anhelaremos la iglesia. Esta experiencia crea en nosotros hambre y sed. Al principio, cuando no estábamos en las iglesias locales, no podíamos determinar de qué teníamos hambre y sed. Pero después de venir a la iglesia, nos dimos cuenta de que al experimentar a Cristo surgió hambre y sed por la vida de iglesia. Cuando llegamos a la vida de la iglesia, nuestra hambre y sed fueron satisfechas. Esta satisfacción crea en nosotros un aprecio más profundo para con Cristo, y nos conduce a disfrutarle cada vez más. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más anhelamos la vida de la iglesia, y cuanto más anhelamos la vida de la iglesia, más ahondamos en la iglesia y más valoramos y disfrutamos a Cristo. Este es un ciclo glorioso, y podemos testificar que estamos en dicho ciclo.
El propósito de este ministerio no es suministrar conocimiento a los santos, sino ayudarlos a que abran sus ojos, su mente, su corazón y su espíritu para que vean la revelación de Dios. Todo lo que predicamos concuerda con nuestra experiencia. Hoy día estamos aquí para dar testimonio de Jesús, lo cual proviene de la experiencia genuina que tenemos de Cristo como el Espíritu vivificante. Repito una vez más que Dios está corporificado en Cristo, que Cristo es hecho real y experimentado como el Espíritu vivificante, y que experimentar a Cristo así, produce la vida de la iglesia. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, Su expresión y Su plenitud. Como tal, debe tener sus expresiones locales. La iglesia universal es el Cuerpo de Cristo, Su plenitud, y las iglesias locales son la expresión de la iglesia universal. Nosotros estamos hoy en esa expresión. ¡Aleluya!
Para ver la revelación de Dios y para que Su manifestación sea real para nosotros, necesitamos separarnos para Dios. El apóstol Juan estaba completamente separado para Dios en la isla de Patmos (1:9). El también fue conducido a la puerta del cielo (4:1) y a un monte alto y grande (21:10), de esta manera vio la revelación de Dios y conoció la manifestación de Dios. Hoy día muchos cristianos que hablan de la iglesia no ven las iglesias locales; esto se debe principalmente a que no están separados para Dios.
En Apocalipsis 1:10 dice: “Yo estaba en el espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta”. El libro de Apocalipsis no solamente hace énfasis en el Espíritu de Dios como el Espíritu siete veces intensificado que lleva a cabo el mover siete veces intensificado de Dios, sino también en nuestro espíritu humano como el órgano con el cual podemos estar conscientes del mover de Dios y responder al mismo. Sólo nuestro espíritu humano puede responder al Espíritu de Dios. El libro de Apocalipsis está compuesto de cuatro revelaciones principales: la visión de las iglesias (caps. 1—3); la visión del destino del mundo (caps. 4—16); la visión de la gran Babilonia (caps. 17—20; y la visión de la Nueva Jerusalén (caps. 21—22). Para recibir estas cuatro visiones, Juan estaba en su espíritu (1:10; 4:2; 17:3; 21:10), como se menciona en Efesios 3:5, para recibir la revelación del misterio de Cristo. Nosotros también necesitamos estar en nuestro espíritu para recibir las visiones de este libro. Esto no es simplemente un asunto de entendimiento intelectual, sino que es una realidad espiritual. En la primera visión de este libro, la visión de las iglesias, Cristo y los mensajeros de las iglesias se revelan como nunca antes, en una forma muy particular. Para entender esto, los creyentes necesitan una visión particular en su espíritu.
El día del Señor en este versículo debe de ser el primer día de la semana, el día de la resurrección del Señor (Jn. 20:1). La iglesia primitiva se reunía este día (Hch. 20:7; 1 Co. 16:2). Fue en este día cuando Juan, estando en el espíritu, tuvo las visiones de la economía de Dios. Para ver la revelación de las iglesias locales, necesitamos volvernos de nuestra mente analítica a nuestro espíritu vidente. Si permanecemos en nuestro intelecto confundimos la visión de las iglesias.
Si los cristianos solamente entienden la doctrina relacionada con las iglesias locales, es posible que no reciban la visión. Todos los cristianos necesitan oír la voz, las palabras actuales y vivas del Señor. La voz del Señor nos conduce a la visión de las iglesias locales.
En Apocalipsis 1:12 leemos: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro”. Para ver cualquier cosa es necesario tener la posición y ángulo correctos. El apóstol Juan primero oyó la voz (v. 10), y cuando se volvió “para ver la voz”, vio los siete candeleros. El estaba en el lugar correcto, pero también necesitaba el ángulo apropiado para tener la visión en cuanto a las iglesias; por esta razón se volvió. El caso es el mismo hoy con nosotros. Muchos cristianos necesitan ser ajustados en su posición y volverse para poder recibir la visión de las iglesias.