Mensaje 12
Ahora llegamos a una sección muy importante del Evangelio de Mateo, la del ministerio del Rey (4:12—11:30). En este mensaje consideraremos el comienzo del ministerio (Mt. 4:12-25). Después de que el Señor fue ungido, pasó por una prueba para demostrar que estaba plenamente capacitado, y luego empezó a ministrar.
Mateo 4:12 dice: “Cuando Jesús oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea”. Aunque Juan el Bautista ministraba en el desierto, y no en el templo santo de la ciudad santa, estaba en Judea, no muy lejos de las cosas “santas”. Puesto que el pueblo había rechazado a Juan, el Señor Jesús se retiró a Galilea para comenzar Su ministerio, muy lejos del templo santo y de la ciudad santa. Esto ocurrió bajo la soberanía de Dios para que se cumpliera la profecía de Isaías 9:1 y 2.
Conforme al concepto humano, Jesús debería haber empezado a ministrar desde el templo santo en la ciudad santa, Jerusalén. Pero le llegaron las noticias de que Su precursor, Juan el Bautista, había sido encarcelado. Esto le sirvió como indicio al nuevo Rey de que Jerusalén se había convertido en un lugar de rechazo; por lo tanto, no podía empezar Su ministerio real allí.
Dios, en Su economía, tenía la intención de que hubiese un cambio completo, de la vieja economía a la nueva. La vieja economía había resultado en una religión, un templo, una ciudad y un sistema de adoración externa. Todo lo que estaba en la vieja economía fue sistematizado de manera externa. En Su nueva economía, Dios lo renunció todo y empezó de nuevo. Bajo Su soberanía el ambiente correspondió a este cambio en Su economía. El Señor Jesús sabía que no podía comenzar a ministrar en Jerusalén, debido a que ésta rechazó a aquel que había recomendado al nuevo Rey, pues no le darían la bienvenida en Jerusalén.
Aunque el nuevo Rey era el Hijo de Dios y había sido ungido con el Espíritu de Dios, no se menciona en este pasaje que oró con respecto a dónde debería ir a ministrar. Tampoco leemos que El tuvo un sentir profundo en su ser, el cual le conducía al norte, lejos de Jerusalén. Al contrario, el Señor examinó el ambiente y de él recibió un indicio claro de la dirección en que debía ir. No debemos creer que podemos ser tan espirituales que no necesitamos prestar atención a lo que nuestro ambiente nos indica. Incluso el Rey del reino celestial, el Hijo de Dios ungido con el Espíritu Santo, actuó conforme a lo indicado por el ambiente. El concepto del Señor no era natural ni religioso. Además, no se basaba en la historia. Según ella, como Rey ungido debía haber ido a la capital, a Jerusalén, porque éste es el lugar apropiado para el Rey. No obstante, fue a Galilea porque Su precursor, es decir, aquel que lo había recomendado, había sido encarcelado. Según lo esperado, era ridículo que el Rey recién ungido saliera de la capital y fuera a una región menospreciada para empezar Su ministerio real. Además, no fue al sur a, donde David fue entronizado, ni a Betsabé, donde Abraham vivió, sino a Galilea.
Teniendo en mente cómo actuó el Señor después de que Juan el Bautista fue encarcelado, debemos aprender a no intentar ser sobrenaturalmente espirituales. Jesús no era espiritual de ese modo. También debemos aprender a no actuar conforme a la historia ni conforme al entendimiento humano, según los cuales el rey de los judíos debía haber estado en Jerusalén sentado en el trono. Sin embargo, Jesús no actuó en conformidad con la dirección espiritual, ni según la historia ni el concepto natural. Por el contrario, El actuó en conformidad con lo indicado por el ambiente que correspondía a la economía de Dios. Al actuar así, espontáneamente cumplió la profecía de Isaías 9:1 y 2. Aunque el Señor aparentemente actuó conforme al medio ambiente en vez de seguir al Espíritu, lo que hizo cumplió la profecía de las Escrituras.
Al obrar con el Señor debemos evitar dos extremos. El primer extremo es el sobrenatural. Algunos afirman que no hay necesidad de considerar el medio ambiente porque tienen al Espíritu. El otro extremo presta demasiado atención a la historia y a la inclinación y entendimiento naturales. Pero en Mateo 4 el nuevo Rey no procedió conforme a la llamada dirección espiritual ni conforme a la historia ni a la inclinación natural. Más bien, El actuó junto con la economía de Dios conforme a lo indicado por el ambiente. Fue a Galilea, a la región de Zabulón y Neftalí, para brillar como una gran luz sobre los asentados en tinieblas y en región y sombra de muerte (4:15-16).
Nada sucedió a Juan el Bautista ni al Señor Jesús por casualidad. Cuando Juan comenzó a ministrar a la edad de treinta, lo hizo con denuedo. Muy poco después fue encarcelado. Tal vez le es difícil a usted creer que Juan el Bautista fuese encarcelado. Parece que no había razón. De nuevo, su encarcelamiento fue resultado del ambiente. Juan fue encarcelado por el rey Herodes y no por los líderes judíos. Sin embargo, tanto el poder religioso como el poder político, o sea la religión judía y el gobierno romano colaboraron, lo cual resultó en el cumplimiento del propósito de Dios. Juan el Bautista fue encarcelado durante este tiempo bajo la soberanía de Dios conforme a Su economía. Para todo ministerio de recomendación llega el momento en el cual debe cesar. Si Juan el Bautista no hubiera sido encarcelado, le habría sido difícil cesar de ministrar. Juan era el que recomendaba; por eso, su ministerio no debía haber continuado. En el capítulo tres del Evangelio de Juan vemos que los discípulos de Juan el Bautista competían con el ministerio del nuevo Rey (v. 26). El ministerio del que recomendaba competía con el del Rey. Por lo tanto, el ministerio del que recomendaba tenía que ser detenido; la mejor manera de detenerlo fue encarcelar a Juan y aun permitir que fuese decapitado.
Tal vez usted diga que Dios no podía ser tan cruel como para permitir esto. Pero a veces Dios permite cosas como ésta. Sin lugar a dudas, Dios lo levanta a usted, lo prepara, lo constituye, lo capacita y lo usa mucho. Pero después de usarlo, es posible que El diga: “Vete a la cárcel y espera allí tu ejecución”. ¿Puede usted aceptarlo? Quizás usted diga: “Esto es completamente injusto. Dios no debe permitirlo!” Pero anteriormente Dios lo ha permitido muchas veces, y creo que volverá a hacerlo. Si El permite que esto le suceda a usted, usted simplemente debe decir: “Amén”. No envíe a algunos de sus discípulos para hacer frente a Cristo preguntando: “¿Eres Tú el Cristo, el Señor todopoderoso a quien sirvo? Si éste es el caso, ¿por qué no haces algo para rescatarme de la cárcel?” El Rey diría: “No voy a salvarte de esto. Debes morir. Debes llegar a tu fin. Que el nuevo Rey esté en el trono”. Juan el Bautista y su ministerio llegaron a su fin por la llegada del nuevo Rey. Cuando el nuevo Rey está presente, nadie ni nada debe competir con El.
El nuevo Rey comenzó Su ministerio en Galilea, incluso en el mar de Galilea, no en la ciudad santa ni en el templo santo. Su precursor ministró a la orilla de un río, en el desierto, pero El comenzó Su ministerio a la orilla del mar de Galilea, donde había una población mixta de judíos y gentiles. Por eso, era llamada “Galilea de los gentiles” y era menospreciada por los judíos ortodoxos (Jn. 7:41, 52). El Rey recién nombrado comenzó Su ministerio real para el reino de los cielos en ese lugar menospreciado, lejos de la capital del país, la majestuosa Jerusalén, con su templo sagrado, centro de la religión ortodoxa. Esto indica que el ministerio del Rey recién ungido traería el reino celestial, el cual era diferente del reino terrenal de David (el reino mesiánico). Juan el Bautista ministraba a la orilla de un río porque estaba dispuesto a sepultar a todos los que venían a él arrepentidos. El nuevo Rey ministraba junto al mar de Galilea. En la Biblia el río Jordán representa la sepultura y la resurrección, es decir, el fin de algo viejo y la germinación de algo nuevo. Pero el mar de Galilea representa el mundo que Satanás corrompió. Por lo tanto, el Jordán era un lugar de sepultura, y el mar de Galilea, el mundo corrupto.
En esta porción de la Palabra hay cuatro discípulos llamados por Jesús: Pedro, Andrés, Jacobo y Juan. ¿Sabe usted dónde y cuándo éstos cuatro fueron salvos? Se encuentra la respuesta en el capítulo uno del libro de Juan. Mientras Juan el Bautista ministraba, Andrés fue conducido al Señor Jesús (Jn. 1:35-37, 40). Luego Andrés halló a Pedro, su hermano, y le condujo al Señor (Jn. 1:40-42). Cuando el Señor conoció a Pedro, le cambió el nombre, de Simón a Cefas, que significa piedra (Jn. 1:42). Por consiguiente, en el capítulo uno de Juan, tanto Pedro como Andrés conocieron al Señor Jesús. Creo que fueron salvos a la orilla del río Jordán. Lo mismo sucedió a Jacobo y a Juan. Uno de los dos discípulos de Juan el Bautista mencionados en Juan 1:35 era el apóstol Juan. Este también condujo a su hermano Jacobo al Señor. Así que, los cuatro discípulos mencionados en Mateo 4 habían llegado a su fin, germinaron y fueron salvos a la orilla del río Jordán en el capítulo uno del libro de Juan. Sin embargo, probablemente no entendieron claramente lo que les había sucedido.
Creo que todo esto tuvo lugar antes de que el Señor fuese tentado, mientras Juan todavía ministraba junto al Jordán. Después, [los cuatro discípulos] regresaron a Galilea para continuar con su ocupación de pescar. Probablemente se olvidaron de lo que les había sucedido junto al río. Simplemente regresaron a su vieja ocupación junto al mar. Pero el Señor Jesús no se olvidó de ellos. Después de ser tentado, comenzó Su ministerio y fue a ellos. Ocurrió lo mismo con muchos de nosotros. La primera vez que conocimos al Señor, El nos hizo muchas cosas, pero no nos dimos cuenta de su significado. Tal vez la orilla del río para usted esté en Canadá o en China. Después de conocer al Señor a la orilla del río, usted fue al mar de Galilea para ganarse la vida, para continuar con su ocupación de pescar, olvidándose de lo que el Señor le había hecho a usted a la orilla del río. Muchos de nosotros simplemente nos olvidamos de lo que el Señor nos hizo anteriormente a la orilla del Jordán e hicimos todo lo posible para ganarnos la vida trabajando alrededor del mar de Galilea, en el mundo maligno y demoníaco que Satanás corrompió. Pero un día, con gran asombro nuestro, Aquel que nos salvó a la orilla del río vino como el Rey recién nombrado a nuestro mar de Galilea con el fin de hallarnos.
Cuando el Señor vino a nosotros junto a nuestro mar de Galilea, se veía algo diferente con respecto a El. En el capítulo uno del libro de Juan, el que recomendaba a Cristo declaró: “¡He aquí el Cordero de Dios!” Cuando Juan declaró que Cristo era el Cordero de Dios, dos de sus discípulos, Andrés y el apóstol Juan, siguieron al Señor Jesús. Con el tiempo, según lo que hemos visto, el hermano de Andrés, Pedro, y el hermano de Juan, Jacobo, también fueron conducidos al Señor y fueron salvos. Aunque fue maravilloso ser salvo, más tarde se olvidaron de su experiencia. Muchos de nosotros hicimos lo mismo. Es posible que usted haya dicho: “¿Qué pasó allí a la orilla del río Jordán? ¡Fue necedad! Nos pusieron en el agua y conocimos a un nazareno llamado el Cordero de Dios. Pero ahora necesitamos ganarnos la vida. Regresemos a nuestros trabajos. Quedan muchos peces que pescar y muchas redes que remendar”. No obstante, el Rey tiene Su meta y lo necesita a usted, así como necesitaba a Pedro, a Andrés, a Jacobo y Juan. Es por esta razón que de repente el Cordero de Dios apareció en el mismo lugar donde los cuatro hombres trabajaban para ganarse la vida. Esta vez no vino como el Cordero, sino como una gran luz.
El versículo 16 del capítulo cuatro dice: “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región y sombra de muerte, luz les amaneció”. Juan el Bautista era una lámpara ardiente y resplandeciente (Jn. 5:35). Pero el nuevo Rey era la luz. De hecho, no sólo era la luz, sino también una gran luz. Pedro, Andrés, Jacobo y Juan no se dieron cuenta de que estaban en tinieblas mientras trabajaban para ganarse la vida junto al mar de Galilea. Estaban en sombra de muerte. Esto es un cuadro de la situación actual. Muchos cristianos conocieron al Señor Jesús junto a la orilla del río y fueron salvos. Pero más tarde no les importó aquella experiencia, sino el ganarse la vida. Por lo tanto, fueron al mar de Galilea con este fin. Sin saberlo, al ir al mar de Galilea para ganarse la vida, entraron en tinieblas y en sombra de muerte. Todos los que se esfuerzan por ganarse la vida en las ciudades grandes como por ejemplo Los Angeles, Nueva York y Chicago están en tinieblas y en región y sombra de muerte. ¡Alabado sea el Señor! ¡El nuevo Rey no permaneció en Jerusalén! Fue al mar de Galilea, y sigue yendo al mar de Galilea hoy en día, andando alrededor de la playa con miras a pescarnos. Esta vez viene no como un corderillo, sino como gran luz. Pedro y Andrés echaban las redes en el mar cuando esta gran luz resplandeció sobre ellos. El Señor, al estar allí resplandeciendo sobre ellos, tal vez dijo: “Pedro y Andrés, ¿qué estáis haciendo aquí? No recordáis que os conocí a la orilla del río Jordán? Pedro, ¿no recuerdas cómo te puse otro nombre?” Aquel día una gran luz resplandeció sobre ellos junto al mar de Galilea.
Nuestra experiencia es igual que la de ellos. Fuimos salvos a la orilla del río Jordán. Pero nos olvidamos de lo que nos había pasado y fuimos al mar de Galilea para ganarnos la vida. Al trabajar allí con dicho propósito, el Cordero de Dios, a quien conocimos a la orilla del río Jordán, vino como una gran luz para resplandecer sobre nosotros. Al resplandecer, El preguntó: “¿Qué estás haciendo aquí?” Puedo testificar que un día esto me sucedió. Mientras yo trabajaba junto al mar de Galilea ganándome bien la vida, de repente resplandeció sobre mí una luz, y el Señor me preguntó: “¿Qué estás haciendo aquí? ¿No recuerdas lo que te pasó a la orilla del río? Tal vez tú no recuerdas, pero Yo sí”. Luego me hizo el llamado: “Sígueme”, y lo seguí. Creo que, en principio, muchos de nosotros hemos tenido la misma experiencia. Fuimos salvos por el Cordero de Dios a la orilla del río, pero fuimos llamados por el brillo de una gran luz junto al mar de Galilea. Aunque tal vez nos sea fácil olvidarnos de lo que nos pasó a la orilla del río, no podemos olvidarnos del momento en que la gran luz resplandeció sobre nosotros junto al mar de Galilea.
Aunque lo narrado aquí es muy sencillo, la verdadera historia no lo es. No fue un asunto sencillo que el Señor le llamara a usted. Primero, tuvo que conocerle a usted a la orilla de un río. Más tarde, fue necesario que viniera a usted junto a algún mar. Un día mientras usted estaba trabajando, el cuarto donde estaba sentado se llenó de luz, una gran luz resplandeció sobre usted, y el Señor le preguntó: “¿Qué haces aquí día tras día?” Al suceder esto, algunos hermanos inmediatamente hicieron a un lado su bolígrafo y declararon: “Qué estoy haciendo aquí?” Luego el Señor preguntó: “¿No recuerdas lo que te hice a la orilla del río? Ahora debes seguirme”. No leamos lo narrado en el capítulo 4 de Mateo como si fuera simplemente objetivo para nosotros. Debemos leer este capítulo e incluso toda la Biblia de manera subjetiva, aplicándolo a nosotros. ¡Alabado sea el Señor que muchos de nosotros hemos pasado por la experiencia de los dos lugares: a la orilla del río y junto al mar!
El ministerio del nuevo Rey, el fin del cual es el reino de los cielos, no comenzó con el poder terrenal, sino con la luz celestial, la cual es el Rey como luz de vida que resplandece en sombra de muerte. Cuando el Señor empezó a ministrar como luz, no exhibió poder ni autoridad. Anduvo por la playa como si fuera cualquier ser humano. Pero al acercarse a los cuatro discípulos que estaban junto al mar de Galilea, resplandeció sobre ellos como una gran luz, reluciendo en tinieblas y en región de sombra de muerte. En ese momento Pedro, Andrés, Jacobo y Juan fueron iluminados y atraídos. Hemos hecho notar que Juan el Bautista era un gran imán. Pero el Señor Jesús es el imán más grande. Mientras resplandecía sobre los cuatro discípulos, los atrajo y capturó. Inmediatamente abandonaron sus ocupaciones y siguieron a ese pequeño nazareno.
En Mateo 4 no se deja constancia, como en Lucas 5, de ningún milagro hecho por el Señor cuando llamó a Pedro. No obstante, en Mateo 4 la gran luz atrajo a los primeros cuatro discípulos. Fueron atraídos no por lo que hizo el Señor Jesús, sino por lo que era. Era una gran luz, un gran imán, y tenía el poder para atraer a los hombres y capturarlos. De este modo El atrajo y capturó a los primeros cuatro discípulos. Los que siguen al Señor por causa de lo que El hace nunca serán fidedignos ni fieles. Los fidedignos son los que han sido capturados por el Señor por causa de lo que El es. Pedro, Andrés, Jacobo y Juan fueron atraídos y capturados a la orilla del mar, no por haber visto lo que el Señor hizo, sino por haberse dado cuenta de lo que El era. Debido a que fueron atraídos y capturados, llegaron a ser seguidores fieles del Señor Jesús hasta el final. Finalmente, fueron hechos mártires porque siguieron al Rey del reino celestial.
Además, cuando el Señor Jesús llamó a los cuatro discípulos, no dio inicio a un movimiento ni a una revolución. Más bien, El atrajo a los discípulos llamándolos a Sí mismo para que se estableciera el reino de los cielos.
El versículo 17 dice: “Desde entonces comenzó Jesús a proclamar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. El nuevo Rey continuó la predicación de Su precursor, Juan el Bautista, es decir, la predicación de arrepentimiento por causa del reino de los cielos. Esta predicación era anterior al evangelio del reino.
El versículo 18 dice: “Y caminando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, echando la red en el mar, porque eran pescadores”. El ministerio del nuevo Rey no fue llevado a cabo en la capital, sino junto al mar. El ministerio de Su precursor comenzó a la orilla de un río y consistía en sepultar a los religiosos y en poner fin a la religión de ellos. El ministerio del nuevo Rey comenzó junto al mar y consistía en pescar hombres que no eran muy religiosos, quienes vivían cerca del mar y no en el lugar santo, y en hacerlos pescadores de hombres con miras a que se estableciera el reino de los cielos.
Los versículos 19 y 20 dicen: “Y les dijo: Venid en pos de Mí, y os haré pescadores de hombres. Y ellos, dejando al instante las redes, le siguieron”. Cuando leí esta porción de la Palabra siendo joven, no podía entender la razón por la cual los pescadores inmediatamente siguieron a un nazareno que dijo: “Venid en pos de Mí”. Pensé que debían de haber estado fuera de sí mismos. Pero, después de estudiar la Palabra varios años y después de considerar mi propia experiencia, empecé a comprender. Andrés, uno de los discípulos de Juan el Bautista, anteriormente había llevado a Pedro al Señor, en el lugar donde Juan predicaba (Jn. 1:35-36, 40-42). Aquella ocasión fue la primera vez que conocieron al Señor. En esta porción el Señor los encuentra por segunda vez, junto al mar de Galilea. Fueron atraídos por el Señor, quien era la gran luz que resplandecía en tinieblas de muerte, y lo siguieron para que se estableciera el reino de los cielos en la luz de vida.
Cuando Pedro y Andrés fueron llamados por el Señor, echaban una red en el mar. El Señor les llamó para que vinieran en pos de El y les prometió hacer de ellos pescadores de hombres. Dejaron la red y siguieron al Rey del reino de los cielos para ser dichos pescadores. Con el tiempo, Pedro, en el día de Pentecostés, llegó a ser el primer gran pescador para el establecimiento del reino de los cielos (Hch. 2:37-42; 4:4).
Lo mismo sucedió a Jacobo y a Juan (Mt. 4:21-22). Cuando el Señor los llamó, ellos estaban remendando las redes en la barca. Cuando el Señor los llamó, dejaron la barca y a su padre y le siguieron. Juan y su hermano, así como Pedro y Andrés, fueron atraídos por el Señor y le siguieron. Con el tiempo, Juan llegó a ser uno que realmente sabía como “remendar”; él “remendaba”, por su ministerio de vida, las roturas que ocurrieron en la vida de iglesia. (Véanse las tres epístolas escritas por Juan y capítulos dos y tres de Apocalipsis.)
El ministerio real del Rey recién ungido empezó con el llamamiento de los cuatro discípulos. Fue el cimiento puesto para que se estableciera el reino de los cielos. Estos discípulos llegaron a ser los primeros cuatro apóstoles de entre los doce. Pedro y Andrés eran el primer juego, y Jacobo y Juan eran el segundo. Así que, los primeros cuatro discípulos capturados por el Señor Jesús llegaron a ser las primeras cuatro piedras de cimiento para el reino de Dios, las cuales son cuatro cimientos de los doce puestos en la Nueva Jerusalén (Ap. 21:14).
El versículo 23 dice: “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y proclamando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”. Jesús extendió Su ministerio viajando por toda la región de Galilea.
El versículo 23 dice que Jesús enseñó en las sinagogas de Galilea. Una sinagoga es un lugar donde los judíos leen y aprenden las Escrituras (Lc. 4:16-17; Hch. 13:14-15). El Rey celestial tomó la oportunidad de enseñar allí.
El Rey celestial, desde el comienzo de Su ministerio, proclamó el evangelio del reino. En este libro el evangelio se llama el evangelio del reino. Incluye no sólo el perdón de pecados (cfr. Lc. 24:47) y la impartición de vida (cfr. Jn. 20:31), sino también el reino de los cielos (Mt. 24:14) con el poder de la era venidera (He. 6:5), o sea el poder de echar fuera demonios y sanar enfermedades (Is. 35:5-6; Mt. 10:1). Tanto el perdón de pecados como la impartición de vida tienen como fin el reino.
Mientras el Señor recorría toda Galilea, sanaba toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. El Señor Jesús extendió Su ministerio al hacer lo siguiente: viajar, enseñar, proclamar y sanar. En la obra evangélica hoy en día, nosotros también tenemos que viajar, enseñar, proclamar y sanar. Necesitamos cumplir cada una de las cuatro acciones; no debemos omitir la sanidad, ni menospreciarla. No debemos imitar la práctica del cristianismo fundamental, el cual tiene muy poca sanidad, ni la del cristianismo pentecostal, el cual pone demasiado énfasis en ella, incluso se encuentra allí la sanidad falsa que sirve como espectáculo. En vez de seguir estos dos extremos, debemos andar en las huellas del Señor Jesús, quien viajó, enseñó, proclamó y sanó. No debemos pensar que no creemos en milagros. Ciertamente creemos. Andamos en pos del Señor para viajar, proclamar y sanar.
Al brillar como una gran luz, el Señor capturó cuatro pescadores jóvenes para que fuesen Sus discípulos. Estos cuatro viajaron con el Rey por toda Galilea mientras El enseñaba, predicaba y sanaba. Este fue el resultado: “le siguieron grandes multitudes” (v. 25) con miras al reino de los cielos. Esto fue el comienzo del establecimiento del reino de los cielos. Fue absolutamente diferente de los caminos del mundo. El Señor no inició un movimiento político ni formó un partido político. No llevó a cabo ninguna clase de movimiento. En cuanto al evangelismo, no debemos seguir el camino de la política ni el de la religión. Debemos conducirnos como lo hizo el Señor Jesús y resplandecer sobre otros para atraerlos por lo que somos. Luego tenemos que viajar, enseñar, proclamar y sanar. Esto atraerá una multitud.