En los caps. 12 y 13 Moisés hace el encargo al pueblo de Dios de que evite la división y rechace la apostasía. En el Antiguo Testamento, la apostasía denota desechar a Dios y abandonarlo volviéndose a los ídolos. En el Nuevo Testamento la apostasía es herejía, la cual denota negar la deidad de Cristo; se refiere a no creer que Jesucristo es el Dios encarnado que se hizo hombre (Jn. 1:1, 14; 1 Jn. 2:18, 22; 4:2-3). La apostasía, o herejía, insulta a Dios y perjudica la persona de Cristo, mientras que la división destruye el Cuerpo de Cristo, la expresión corporativa de Cristo. Por tanto, la apostasía y la división causan perjuicio a toda la economía de Dios. Debido a esto, el apóstol Pablo nos encarga apartarnos de quienes causan divisiones (Ro. 16:17), y el apóstol Juan nos insta a rechazar a los herejes (2 Jn. 1:9-11). Al igual que Moisés en este libro y los apóstoles en el Nuevo Testamento, debemos ser muy estrictos en lo concerniente a la división y a la apostasía. Tenemos que guardar la unidad única del pueblo de Dios y la fe única en la persona de Cristo y Su obra redentora (Ef. 4:3, 13 y la nota Ef. 4:31 y la nota Ef. 4:132a).