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Mis lecturas
  • O, Feliz. Salmos no es un libro de doctrinas o de algún tipo de enseñanzas. Salmos es un libro de revelación divina compuesto de las expresiones, los sentimientos, las sensaciones, las impresiones y las experiencias de hombres piadosos con respecto a:
    1) Dios y la manera que Él se conduce en Su trato con ellos;
    2) la ley de Dios como la Palabra santa con la revelación divina;
    3) la casa de Dios, el templo, y el monte Sion, donde estaba el templo, como el centro de la morada de Dios en la tierra;
    4) la ciudad santa de Dios, Jerusalén, como la protección circundante de la casa de Dios;
    5) el pueblo santo de Dios, Israel, como los amados de Dios, Sus elegidos entre las naciones;
    6) el amor de Israel hacia Dios, su comunión con Dios, las bendiciones que recibió de Dios, los sufrimientos padecidos bajo el trato de Dios y el entorno de Israel;
    7) su cautiverio y
    8) sus acciones de gracias y alabanzas a Jehová su Dios, de quien ellos gustaron y disfrutaron. Por medio de las expresiones piadosas de los salmistas Cristo es revelado y la iglesia —que es la casa de Dios y la ciudad de Dios— es tipificada.

    El libro de Salmos fue escrito de acuerdo con dos clases de conceptos: el concepto humano de los escritores santos y el concepto divino de Dios mismo. El concepto humano de los escritores santos era producto de su naturaleza buena creada por Dios, fue moldeado por las tradiciones del linaje santo al que pertenecían, estaba constituido por las enseñanzas de las Santas Escrituras, era promovido por su práctica de una vida santa y fue expresado con palabras que surgieron de sus santos sentimientos e impresiones. El concepto divino de Dios, que constituye la revelación divina contenida en Salmos, trata sobre tres asuntos principales:
    1) la economía eterna de Dios, de la cual Cristo es la centralidad y universalidad;
    2) Cristo en Su divinidad, humanidad, vivir humano, muerte todo-inclusiva, resurrección que imparte vida y produce la iglesia, glorificación, ascensión, manifestación en gloria y reinado perenne y
    3) el deseo del corazón de Dios, Su beneplácito, que se centra en Cristo como Su centralidad y universalidad, en la iglesia como Su plenitud con miras a Su expresión, en el reino con miras a Su administración eterna y en el recobro de la tierra con miras a Su reino eterno por la eternidad.
    En el libro de Salmos únicamente lo escrito a raíz del concepto divino de Dios, y no lo escrito a raíz del concepto humano de los salmistas, deberá ser considerado como parte de la revelación divina procedente de Dios con respecto a Su economía divina.

    Conforme al concepto divino, el pensamiento central del libro de Salmos es Cristo, según se revela en palabras claras (Lc. 24:44), y la iglesia como casa de Dios y ciudad de Dios con miras a Su reino, según es tipificado por el templo y por la ciudad de Jerusalén. El espíritu, la realidad, la característica, de la revelación divina en el libro de Salmos es Cristo como centralidad y universalidad de la economía eterna de Dios. Para esto, Cristo es primero la corporificación del Dios Triuno (Col. 2:9); luego, Él es la casa, la morada, de Dios (representada por el templo, Jn. 2:19-21), el reino de Dios (representado por la ciudad de Jerusalén, Lc. 17:21; Ap. 22:3b) y Aquel que gobierna toda la tierra desde la casa de Dios y en el reino de Dios (Dn. 2:34-35). Por tanto, Cristo es el todo en todo en el universo entero (cfr. Ef. 1:23; Col. 3:11). Tal revelación divina es igual a lo que la totalidad de las Santas Escrituras nos revelan. El único aspecto particular con relación a la revelación divina en el libro de Salmos es que tal revelación elevada, la cual es, incluso, la cúspide de la revelación divina, se halla profetizada en las expresiones de los sentimientos de los santos piadosos de la antigüedad; por tanto, se halla mezclada con el consuelo recibido por ellos durante sus sufrimientos así como con su ejercicio por cultivar la piedad. La consumación de esta revelación divina tan elevada es la ciudad de la Nueva Jerusalén como señal de la morada, el tabernáculo, de Dios (Ap. 21:1-3), por medio del cual el Dios Triuno procesado y consumado será manifestado y expresado en el Cristo todo-inclusivo y reinará en la tierra nueva del universo nuevo por la eternidad.

  • Los salmos 1 y 2 retratan el contraste que hay entre el concepto humano y la revelación divina. El concepto humano exalta tanto a la ley misma como a quien guarda la ley considerándolo bendecido por Dios, mientras que la revelación divina proclama a Cristo como único Ungido de Dios en la economía de Dios. En el salmo 1 el salmista, conforme a su concepto humano y ético, manifiesta gran aprecio por la ley y la exalta al máximo. Esto es contrario al concepto divino en la economía neotestamentaria de Dios. En cuanto a su naturaleza, la ley es santa, justa, buena y espiritual (Ro. 7:12, 14a); no obstante, en cuanto a su posición, la ley no es la línea principal de la economía de Dios, sino que fue introducida como algo paralelo a la línea principal de la economía de Dios (Ro. 5:20a). Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza (Gn. 1:26) con la intención de que el hombre reciba a Dios como vida en el árbol de la vida (Gn. 2:8-9, 16-17) a fin de que viva a Dios y lo exprese. Ésta es la línea principal de la economía de Dios. Pero mientras esta línea principal era desarrollada, Satanás intervino para engañar al hombre y hacer que el pecado llegase a ser el elemento constitutivo del hombre (Gn. 3:1-6; Ro. 5:19). A fin de dar continuación a la realización de Su propósito con respecto al hombre, después que éste cayó, Dios añadió la ley a la línea principal de Su economía (Gá. 3:19 y las notas 1 y 2). Según Gá. 4:24-25 (véase la nota Gá. 4:245d), la posición que ocupa la ley es la que correspondería a una concubina. Una concubina no ocupa una posición ortodoxa. Por tanto, sentir aprecio por la ley y exaltarla equivale a introducir una “concubina” a la economía de Dios. Esto es por completo contrario a lo dispuesto por Dios.

    Todo el libro de Salmos nos presenta un contraste entre la ley y Cristo. Únicamente Cristo, y no la ley, puede hacer de nosotros miembros de Cristo así como conformarnos a Cristo de modo que podamos ser Su complemento (Ef. 5:30-32; Ro. 8:29). El espíritu de las Escrituras no exalta a nada ni a nadie que no sea Cristo (Mt. 17:1-5; Fil. 3:7-8; Col. 1:15-19). A la postre, al final del libro de Salmos lo único que queda es Cristo con Su complemento, que es Su Cuerpo, Su iglesia, la casa y reino de Dios en la economía de Dios para el cumplimiento del propósito eterno de Dios.

    En el libro de Salmos, como en toda la Biblia, corren dos líneas: la línea del árbol de la vida, que es la línea de la vida, y la línea del árbol del conocimiento del bien y del mal, que es la línea de la muerte (Gn. 2:8-9, 16-17 y la nota Gn. 2:93b, párr. 2). Además de estas dos líneas, la línea de la ley corre paralela a la línea de la vida. El propósito de Dios al dar la ley era conducir a Su pueblo a Cristo (Gá. 3:23-24), o sea, a la línea de la vida (véase la nota Éx. 25:11). Sin embargo, si la ley —que es una línea suplementaria— es exaltada indebidamente, ella llega a formar parte de la línea del árbol del conocimiento, la línea de la muerte (Ro. 7:7-11; 2 Co. 3:6b). Dios dispuso que Cristo fuese la centralidad y universalidad de Su economía a fin de llevar a cabo Su beneplácito (Ef. 1:9-10; 3:8-11). Cristo puso fin a la ley (Ro. 10:4a), y los creyentes ya no están bajo la ley (Ro. 6:14).

  • El concepto humano expresado aquí es que el hombre que se deleita en la ley de Dios prospera en todas las cosas, mientras que el malvado sufre pérdida (vs. 4-5). Sin embargo, la experiencia que el salmista describe en el salmo 73 fue lo opuesto (Sal. 73:1-7, 12-14). Tal aparente contradicción turbaba al salmista hasta que éste fue instruido, en el santuario de Dios, a tomar únicamente a Dios mismo como su porción y a no tomar ninguna otra cosa que no sea Dios (Sal. 73:16-17, 25-26). Según la enseñanza del Señor en el Nuevo Testamento, los que son perseguidos por causa de la justicia (y no los que son prósperos) son bienaventurados (Mt. 5:10). Al ir en pos de Cristo, el apóstol Pablo no prosperó externamente, sino que sufrió la pérdida de todas las cosas y las consideró como basura a fin de ganar a Cristo (Fil. 3:8).

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