Deuteronomio es la palabra que da conclusión a la ley y da conclusión —de manera todo-inclusiva— al Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia, que fueron escritos por Moisés. Deuteronomio significa segunda ley y, por ende, denota el hablar reiterado, la repetida declaración, de la ley divina. La ley fue dada la primera vez por Moisés a los ochenta años de edad (Éx. 7:7). Cuarenta años más tarde, después que aquella primera generación murió —con excepción de Caleb y Josué—, la ley fue nuevamente declarada a los hijos de Israel, esta vez a la segunda generación, la generación que estaba lista para entrar a la buena tierra y poseerla. La mayor parte de esta nueva generación no estuvo presente para escuchar la promulgación de los Diez Mandamientos, los estatutos y las ordenanzas en el monte Sinaí; por tanto, Dios encargó a Moisés que volviera a hablar, que proclamara nuevamente, la ley. Este hablar reiterado significó un nuevo adiestramiento impartido a la nueva generación de los hijos de Israel después que vagaron por largo tiempo, con el fin de prepararlos para entrar a la buena tierra prometida por Dios y heredarla en propiedad.
En este libro, así como en la Biblia entera, Dios es manifestado, el hombre es puesto en evidencia y Cristo es revelado. Al hablarnos de Dios, este libro nos lo presenta como un Dios de amor, justicia, fidelidad y bendición con el fin de que conozcamos el corazón de Dios y Su gobierno y, así, podamos amar a Dios, confiar en Él, temerle, sujetarnos a Su gobierno, considerar Sus tiernos sentimientos y vivir en Su presencia, todo lo cual nos hará aptos para heredar la tierra prometida. Además, este libro pone en evidencia al hombre mostrándonos que, en sí mismo, el hombre es un fracaso, absolutamente incapaz de cumplir con los requerimientos propios de un Dios santo, justo y fiel; con esto, hace que los hombres conozcan su verdadera condición y no confíen en sí mismos, sino en Dios, Aquel que es fiel (Dt. 7:9). Por último, este libro nos revela a Cristo en tres aspectos:
´
1) como el único Profeta de Dios, el oráculo divino (Dt. 18:15-19);
2) como la buena tierra todo-inclusiva, que es la meta, el objetivo, que Dios preparó para nosotros (Dt. 8:7-10; Col. 1:12; Fil. 3:7-15) y
3) como la palabra de Dios (Dt. 8:3; 30:11-14; Jn. 1:1; 1 Jn. 1:1), mediante la cual lo recibimos a Él como nuestra vida y nuestro suministro de vida a fin de tener las fuerzas y la capacidad necesarias para llegar a Él en calidad de meta fijada por Dios.
Véase la nota Dt. 8:31 y la nota Dt. 8:71 y la nota Dt. 30:121a.