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Capítulos de libros «Daniel»
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  • Dios bendijo a Daniel dándole longevidad, de modo que vivió durante todo el cautiverio de setenta años (Jer. 25:11) y alcanzó a ver la liberación de los cautivos y su retorno iniciado el primer año de Ciro, rey de Persia, después de la caída de Babilonia (v. 21; 6:28; Esd. 1:1-5).

  • Lit., él.

  • Daniel libró la batalla contrarrestando con un firme rechazo la tentación del diablo (vs. 8-13). Dios honró la lucha librada por Daniel (vs. 14-20), y Daniel y sus compañeros llegaron a ser vencedores entre el remanente del pueblo elegido de Dios que había sufrido derrota. Debido al cautiverio en que los elegidos de Dios se encontraban en Babilonia, Dios parecía haber sido derrotado con respecto a Sus intereses sobre la tierra; en realidad, Él resguardó tanto la adoración debida a Él como Su testimonio por medio de estos jóvenes vencedores. El pueblo elegido de Dios había sido derrotado, pero los jóvenes vencedores eran victoriosos. Su victoria fue la victoria de Dios. Debido a esta victoria Dios podía jactarse ante Satanás que en medio de Babilonia, Dios aún tenía algunos vencedores que eran victoriosos sobre las estratagemas de Satanás. A la postre, fue por medio de los vencedores de entre el pueblo elegido de Dios que estaba en cautiverio, como lo fueron Daniel y sus compañeros, que Dios pudo realizar un cambio de era y traer un remanente de Su pueblo en cautiverio de regreso a la tierra de Canaán (véase la nota 1 R. 19:181).

  • Daniel es un libro de la revelación divina concerniente a la economía de Dios (véase la nota 1 Ti. 1:43d, párr. 1). En los caps. 1—6 de este libro se presenta la economía de Dios no en términos teológicos ni a manera de enseñanza, sino por medio de una serie de seis casos que sirven de ilustración para mostrar qué es la economía de Dios y de qué manera esta economía puede ser llevada a cabo.

  • En la deportación a Babilonia el testimonio de los elegidos de Dios en relación con su adoración al único Dios, Jehová, fue destruido por completo al ser llevados algunos vasos del templo de Dios a la tierra de Sinar y ser puestos en un templo de ídolos (2 Cr. 36:6-7).

  • El origen de Babilonia fue Babel, ubicada en la tierra de Sinar, la cual es Caldea (Gn. 11:2, 9, 28; Dn. 1:1-2, 4). Que los hijos de Israel hubieran sido llevados al cautiverio a Babilonia significa que ellos fueron nuevamente llevados cautivos al lugar donde se adoraban ídolos (Jer. 50:1, 38), es decir, fueron llevados de regreso a Babel, donde originalmente su antepasado Abraham había adorado ídolos (Jos. 24:2-3). Abraham fue llamado por Dios a salir de Caldea e ir a Canaán para adorar a Dios (Hch. 7:2-4). Por medio de esto se reinició la adoración del único Dios, la cual se había perdido por la caída de Adán (Gn. 12:5-8). Con el tiempo, debido a la degradación del pueblo de Dios, ellos fueron llevados de regreso al mismo lugar de donde Abraham había sido llamado. Véase la nota Jer. 50:11a, párr. 1, y la nota Jer. 50:151.

  • El libro de Daniel trata sobre el destino que Dios determinó para Israel, esto es, el contenido de las setenta semanas (Dn. 9:24-27). También trata sobre el gobierno humano desde Nimrod hasta el anticristo. Debido a que tanto Israel como el gobierno humano son para Cristo, este libro también revela ciertos aspectos de Cristo, quien es el centro y la circunferencia, la centralidad y la universalidad, del mover de Dios. En particular, revela la muerte de Cristo (Dn. 9:25-26), Su manifestación en Su segunda venida (Dn. 2:34-35, 45), que le fue dado dominio y un reino (Dn. 7:13-14), que Él es compañero de los testigos de Dios que sufren tribulación (Dn. 3:23-25) y también revela la excelencia de Cristo (Dn. 10:4-9).

    El pensamiento central del libro de Daniel es que el gobierno de los cielos (Dn. 4:26), es decir, del Dios de los cielos (Dn. 2:37, 44), gobierno que rige sobre todo gobierno humano en la tierra, corresponde a la economía eterna de Dios a fin de que Cristo ponga fin a la vieja creación para hacer germinar la nueva creación, y que Él aplaste y desmenuce la totalidad del gobierno humano, y además, que establezca el reino eterno de Dios.

  • Como parte de sus tentaciones diabólicas a Daniel y sus compañeros, Nabucodonosor también les cambió sus nombres, los cuales indicaban que ellos pertenecían a Dios, por nombres que los identificaban con los ídolos (vs. 6-7). El nombre Daniel, que significa Dios es mi Juez, fue cambiado por Beltsasar, que significa el príncipe de Bel, o el predilecto de Bel (Is. 46:1); el nombre Ananías, que significa Jah ha otorgado según Su favor, o favorecido de Jah, fue cambiado por Sadrac, que significa iluminado por el dios del sol; el nombre Misael, que significa ¿Quién es lo que Dios es?, fue cambiado por Mesac, que significa ¿Quién puede ser como la diosa Sac?; y el nombre Azarías, que significa Jah ha ayudado, fue cambiado por Abed-nego, que significa el fiel siervo de Nego, dios del fuego.

  • La tentación diabólica presentada por Nabucodonosor consistía primero en seducir a estos cuatro jóvenes brillantes, descendientes del pueblo elegido de Dios que había sido derrotado, o sea, a Daniel y sus tres compañeros, para que se contaminasen participando de los alimentos del rey, alimentos impuros que habían sido ofrecidos a los ídolos. Los manjares provistos por el rey eran alimento contaminante, impuro, debido a que había sido ofrecido a los dioses que Nabucodonosor adoraba. Si Daniel y sus compañeros hubieran comido esos alimentos, ello habría sido equivalente a ingerir la contaminación, a recibir los ídolos y, por tanto, hacerse uno con Satanás (cfr. 1 Co. 10:19-21). En principio, ésta fue una tentación para que comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal, el cual hace que el hombre sea unido a Satanás (cfr. Gn. 3:1-6). Cuando Daniel y sus compañeros se negaron a comer los alimentos impuros de Nabucodonosor y, en lugar de ello, escogieron comer legumbres (vs. 8-16), en principio, ellos rechazaron el árbol del conocimiento del bien y del mal y tomaron del árbol de la vida, el cual hizo que ellos fuesen uno con Dios (cfr. Gn. 2:9, 16-17).

  • Es decir, un dialecto del acadio, usado por los sabios de Babilonia (cfr. Dn. 2:2).

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