La buena tierra tipifica a Cristo (véase la nota Dt. 8:71). Aunque Dios nos asignó a Cristo como nuestra porción (Col. 1:12), para tomar posesión de Cristo y vivir en Él como nuestra tierra aún debemos combatir contra los enemigos espirituales (véase la nota Nm. 21:11a). No sólo debemos orar, sino también combatir. En realidad, no somos nosotros los que combatimos, pues Dios va con nosotros y combate por nosotros. Es nuestro deber combatir, pero no podemos cumplir este deber por nosotros mismos, sino sólo por fe en el Señor, o sea, en virtud del Señor mismo como nuestra vida y suministro de vida. Podemos cumplir con los requerimientos del Señor únicamente por la vida divina, la vida eterna, la cual es el Dios Triuno corporificado en Cristo (Jn. 14:6; 1 Jn. 5:11-12), quien es hecho real para nosotros como Espíritu vivificante (Jn. 14:16-20; 1 Co. 15:45). Véase la nota Dt. 8:31, párr. 2.