Lit., el Portavoz de la Asamblea, o el Recopilador (de dichos); heb. Qohelet. En la Septuaginta esta palabra se tradujo como Eclesiastés (que significa miembro de la Asamblea), y de allí viene el nombre del libro en español.
Lit., el Portavoz de la Asamblea, o el Recopilador (de dichos); heb. Qohelet. En la Septuaginta esta palabra se tradujo como Eclesiastés (que significa miembro de la Asamblea), y de allí viene el nombre del libro en español.
Lit., pastorear. De manera alternativa, esta frase también podría traducirse como: alimentarse del viento (cfr. Os. 12:1); así también en todo el libro.
Salomón aplicó su corazón a inquirir y a averiguar todo lo que se hace debajo del cielo y pudo percatarse que todas las obras que el hombre hace debajo del sol son realizadas en un ciclo que se repite una y otra vez, y que ellas permanecen las mismas de generación en generación, a semejanza de los fenómenos naturales (vs. 3-7). Así pues, todas las cosas son fatigosas, nada puede saciarnos y nada hay que sea nuevo ni de lo cual se tenga memoria (vs. 8-11). En la conclusión a la que Salomón llega después de todas sus experimentaciones en la vida humana, todo es vanidad y correr tras el viento (vs. 2, 14). Tal conclusión a la que, por su sabiduría, llega el rey sabio, podría ser considerada una historia de la vida vana que lleva el hombre caído. Su conclusión, expresada en este libro, es como una endecha que se canta al ser humano cuyo fin es aflicción.
Todo lo develado a raíz de las experimentaciones del escritor así como de su búsqueda y de poner a prueba todas las cosas, no debe ser considerado como la revelación divina procedente de Dios con respecto a Su propósito divino para la vida humana, aunque fue incluido en las Escrituras bajo la inspiración del Espíritu Santo. Éstas son las conclusiones de la investigación hecha por el escritor mediante sus experimentaciones en el ámbito de la vida humana que el hombre caído lleva debajo del sol. Según el propósito divino, todas las palabras de conclusión pueden considerarse como proverbios, palabras de sabiduría, que sirven para dirigir a los hombres que cayeron y erraron el blanco a fin de que éstos retornen a Dios (12:1a, 13-14) y, de acuerdo con Su economía neotestamentaria, reciban a Dios en Su Hijo, recibiéndolo como su Redentor y su vida, de modo que puedan ser regenerados para ser Dios-hombres con miras a la realización de la economía eterna de Dios. Cfr. la nota Sal. 1:11a, párr. 2 y la nota Pr. 1:11a, párr. 2.
El libro de Proverbios recalca la sabiduría que el hombre recibe de Dios al tener contacto con Él, sabiduría que enseña al hombre cómo conducirse en su vida humana. Eclesiastés recalca la vanidad de vanidades de todo lo que hay debajo del sol, según el hombre lo comprende mediante la sabiduría que recibió de Dios. Sin importar cuán bueno, excelente, asombroso y maravilloso pueda ser algo, siempre y cuando pertenezca a la vieja creación, forma parte de la vanidad de vanidades que hay debajo del sol. Únicamente la nueva creación, la cual está en los cielos y no “debajo del sol”, no es vanidad sino realidad. El siguiente libro, el Cantar de los Cantares, recalca que Cristo es el cantar de cantares, la satisfacción de satisfacciones para la vida humana, lo cual es contrario a la vanidad de vanidades de todo lo que hay debajo del sol.
Esta palabra también puede traducirse como vapor, soplo; así también en todo el libro. El contenido de Eclesiastés es la descripción hecha por Salomón —después que se alejó de Dios (1 R. 11:1-8) y retornó a Él— de la vida que lleva la humanidad caída debajo del sol, esto es, de la vida que se lleva en el mundo corrupto (Ef. 2:12). Según este libro la historia humana, desde el principio hasta el presente, es vanidad. A raíz de todas las experiencias que Salomón había tenido de la vida humana debajo del sol, experiencias tanto positivas como negativas, él estaba profundamente impresionado y ocupado con la vanidad de vanidades de la vida que el hombre —alejado de Dios— lleva debajo del sol. El hombre fue creado por Dios con el más elevado y noble de los propósitos, a saber, expresar a Dios en Su imagen con Su vida y naturaleza divinas (Gn. 1:26 y la nota 3). Pero el enemigo de Dios, Satanás, el diablo, vino a inyectarse como pecado en el hombre que Dios había creado para Su propósito (Gn. 3:1-6). Mediante esta caída, el hombre y todo lo creado que Dios había confiado al dominio humano fue traído a la esclavitud de corrupción y fue sujetado a vanidad (Ro. 8:20-21). Por tanto, la vida humana en el mundo corrupto también se tornó en vanidad, en correr tras el viento (v. 14). El escritor tomó plena conciencia de esto y lo recalcó al máximo en su descripción. No obstante, él no se sentía completamente desilusionado a causa de esto; más bien, instruyó a los hombres de que existe una vía de escape de esta vanidad, esto es: retornar a Dios y tomarlo como Aquel que lo es todo para el hombre, su redención, su vida, sus riquezas, su disfrute, su placer y su satisfacción (Ec. 12:13), a fin de que el hombre todavía pueda ser usado por Dios para cumplir el propósito original que Él tuvo al crearlo y que, así, la economía eterna de Dios fuese llevada a cabo.