Véase la nota Jn. 1:91; así también en los versículos siguientes.
Véase la nota Jn. 1:91; así también en los versículos siguientes.
El redil representa la ley, o el judaísmo como religión de la ley, en la cual el pueblo escogido de Dios fue preservado y guardado bajo custodia hasta que vino Cristo.
Los ladrones y salteadores (v. 8) representan a aquellos que entraron al judaísmo, pero no por medio de Cristo.
El ciego que recibió la vista en el capítulo anterior era una de estas ovejas. El Señor lo sacó del redil judío. Por lo tanto, este capítulo es continuación del Jn. 9.
Cristo es la puerta, no sólo para que los elegidos de Dios entren y así estén bajo la custodia de la ley, tal como hicieron Moisés, David, Isaías y Jeremías en los tiempos del Antiguo Testamento, antes que viniera Cristo, sino también para que los escogidos de Dios, como por ejemplo Pedro, Juan, Jacobo y Pablo, salieran del redil de la ley ahora que Cristo había venido. Aquí, pues, el Señor indica que Él es la puerta por la cual no solamente los elegidos de Dios pueden entrar, sino también por la cual los escogidos de Dios pueden salir.
Aquí los pastos representan a Cristo como el lugar donde se alimentan las ovejas. Cuando los pastos no están disponibles (como por ejemplo en el invierno o en la noche), las ovejas deben ser mantenidas en el redil. Una vez que los pastos están disponibles, no hay necesidad de que las ovejas permanezcan en el redil. Ser mantenidos en el redil es algo temporal y transitorio; disfrutar de las riquezas de los pastos es algo definitivo y permanente. Antes de la venida de Cristo, la ley era nuestro custodio y estar bajo la ley era algo transitorio. Ahora que Cristo ha venido, todos los escogidos de Dios deben salir de la ley y entrar en Él para disfrutarle como su pasto (Gá. 3:23-25; 4:3-5). Esto debe ser definitivo y permanente. Los líderes judíos, por no tener esta revelación, consideraban la ley, sobre la cual se basaba el judaísmo, como algo permanente. Como resultado, se desviaron de Cristo y no pudieron participar de Él como su pasto.
Gr. zoé. Esta palabra se usa en el Nuevo Testamento para denotar la vida divina y eterna.
Gr. psujé, alma; esto es, vida del alma, y así también en los siguientes versículos. Como hombre, el Señor tiene la vida psujé, la vida humana, y como Dios Él tiene la vida zoé, la vida divina. Él puso Su alma, Su vida psujé, Su vida humana, para efectuar la redención por Sus ovejas (vs. 15, 17-18) a fin de que participaran de Su vida zoé, Su vida divina (v. 10b), la vida eterna (v. 28), por la cual pueden formar un solo rebaño, bajo un solo Pastor, Él mismo. Como el buen Pastor, Él alimenta a Sus ovejas con la vida divina de esta manera y con este propósito.
Las otras ovejas son los creyentes gentiles (Hch. 11:18).
Un solo rebaño significa una sola iglesia, el Cuerpo de Cristo (Ef. 2:14-16; 3:6), producido por la vida eterna y divina del Señor, la cual Él impartió en Sus miembros a través de Su muerte (vs. 10-18). El redil es el judaísmo, el cual es de la letra y está lleno de regulaciones, y el rebaño es la iglesia, la cual pertenece a la vida y al espíritu.
Desde el año 170 hasta el año 168 a. C., Antíoco Epífanes, rey de Siria, invadió Jerusalén y saqueó el templo. Además, el 25 de diciembre del año 168 a. C. sacrificó una cerda en el altar y erigió una imagen en el templo, y de este modo contaminó y dañó el templo. Tres años más tarde, en el año 165 a. C., Judas Macabeo, un hombre valiente de Judá, purificó y restauró el altar y el templo. Él estableció el 25 de diciembre —el día en que el altar y el templo habían sido profanados— como el día de inicio de una fiesta sagrada de ocho días consecutivos de regocijo para celebrar el gran logro de la purificación y restauración del altar y del templo. Esta fiesta sagrada es la Fiesta de la Dedicación que se menciona aquí.
Véase la nota Jn. 5:431a.
La vida eterna (véase la nota Jn. 3:151) es necesaria para el vivir de los creyentes. La mano del Padre con la cual Él nos escoge en amor, conforme a Su propósito (Jn. 17:23; 6:38-39), y la mano del Hijo, con la cual Él nos salva por Su gracia para que se cumpla el propósito del Padre (Jn. 1:14; 6:37); ambas tienen el poder para guardarnos y son para la protección de los creyentes. La vida eterna jamás se agotará, y las manos del Padre y del Hijo jamás fallarán. Por lo tanto, los creyentes tienen una seguridad eterna y jamás perecerán.
Véase la nota Jn. 10:281a.
Véase la nota Jn. 1:61.
Aquí vemos que el Señor abandonó el templo y se fue al mismo lugar donde Juan el Bautista había dado el testimonio neotestamentario con respecto a Él. Esto significa que Él abandonó el judaísmo y vino al nuevo terreno, y allí muchos creyeron en Él.