Este versículo, junto con Jn. 20:30-31, afirma que el Evangelio de Juan es la crónica de algunos eventos selectos cuyo propósito es dar testimonio de la vida y la edificación.
En la nota Mt. 28:202c, párr. 2, se nos señala que la ascensión del Señor no se menciona en Juan ni en Mateo. La razón por la cual no se menciona es que hoy en día, después de Su resurrección, el Señor todavía está en la tierra con Sus creyentes y permanecerá con ellos hasta el final de esta era, cuando Él se manifieste en Su gloria visible (1 P. 1:7; 2 Ts. 1:7), es decir, cuando Él regrese a la tierra en Su presencia visible (Mt. 16:27), para establecer Su reino visible. El Evangelio de Mateo revela y testifica que hoy, después de la resurrección, el Señor, quien es el Rey espiritual del reino invisible de los cielos, todavía está en la tierra en Su Espíritu de resurrección con el pueblo del reino de los cielos en Su presencia invisible; por lo tanto, Mateo no menciona Su ascensión de la tierra a los cielos. El Evangelio de Juan revela y testifica que el Señor, como el Dios Triuno, se hizo carne (Jn. 1:14) para ser el Cordero de Dios (Jn. 1:29) y, después de efectuar Su muerte redentora a favor del hombre, se transfiguró en resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) y entrar en aquellos que crean en Él, a fin de ser la vida de ellos por la eternidad, para nunca separarse de ellos; por lo tanto, habría sido inapropiado que Juan hablara de Su partida en ascensión.
Además, los cuatro Evangelios son una revelación completa de cómo el Dios Triuno vino para completar a Cristo, es decir, para hacer que Cristo fuera completo. El relato del Evangelio de Juan es crucial en este asunto. Nos muestra que el completamiento de Cristo, quien fue ungido y comisionado por Dios para cumplir Su propósito eterno, llevado a cabo por el Dios Triuno que se hizo carne a fin de unirse con el hombre. En primer lugar, por medio de Su muerte en la carne, Él efectuó la redención a favor del hombre, y luego por medio de la resurrección se transfiguró para llegar a ser el Espíritu a fin de poder entrar en los creyentes (Jn. 20:22) y unirse con ellos, para que ellos sean unidos al Dios Triuno (Jn. 17:21). Así, Él llegó a ser el Cristo, la corporificación de Dios, y puede quitar los pecados de los hombres y entrar en ellos para ser su vida a fin de que lleguen a ser hijos de Dios y miembros Suyos que constituyan Su Cuerpo como la plena expresión del Dios Triuno. Por consiguiente, Él está en ellos para ser toda su realidad y para estar con ellos de una manera invisible hasta que sus cuerpos sean redimidos y transfigurados, a fin de que ellos puedan entrar en Su presencia visible para ser completamente unidos a Él y ser exactamente iguales a Él y para llegar a ser la Nueva Jerusalén, la cual está por completarse, la morada mutua del Dios Triuno y Su pueblo redimido por la eternidad.