Todos los temores de Jacob eran producto de sus propias preocupaciones, y todo cuanto él hizo para salvarse —valiéndose de su destreza y habilidades naturales— fue en vano. Dios lo protegió de Labán apareciéndosele a éste en un sueño (Gn. 31:24), y Él, además, despertó el amor fraternal de Esaú por Jacob. Éstas fueron las maravillosas acciones realizadas por Dios para cuidar de Su escogido; por tanto, Jacob, que había recibido las promesas de Dios y estaba en camino a alcanzar la meta fijada por Dios, no debía temer lo que estuviera detrás o delante de él. En vez de confiar en sus propios esfuerzos, él debía haber descansado en Dios y en Su cuidado todo-suficiente (cfr. Fil. 4:6-7; 1 P. 5:7).