Que el arca de Noé pasase por las aguas de la muerte para después reposar sobre los montes de Ararat tipifica el paso de Cristo por la muerte para después resucitar.
Que el arca de Noé pasase por las aguas de la muerte para después reposar sobre los montes de Ararat tipifica el paso de Cristo por la muerte para después resucitar.
El cuervo es un animal inmundo (Lv. 11:15), pues se alimenta de cuerpos muertos, esto es, de la muerte. El cuervo representa a los creyentes carnales que aman al mundo que ya fue juzgado por Dios y retornan al mismo para alimentarse de cosas propias de la muerte. La paloma (v. 8) es un ave limpia, pues se alimenta de semillas, esto es, de la vida. La paloma representa a los creyentes espirituales que permanecen en la vida de iglesia y atienden a la vida en el Espíritu.
El olivo tipifica al Espíritu, y la hoja de olivo recién arrancada representa la vida nueva que se halla en el Espíritu. Por tanto, la hoja de olivo era una señal de vida.
Ocho personas salieron del arca. Cristo resucitó en el primer día de la semana, esto es, en el octavo día de la semana anterior (véase la nota Jn. 20:11b); por tanto, el número ocho significa resurrección. Puesto que todos los creyentes, quienes componen la iglesia, estaban incluidos en la resurrección de Cristo (Ef. 2:6; 1 P. 1:3), ellos son personas resucitadas. Por ende, la vida que Noé y su familia llevaron después del diluvio representa la vida que la iglesia lleva en la resurrección de Cristo. Esto constituye una semilla de la vida de iglesia.
Ocho personas estaban dentro del arca cuando ésta pasó por el diluvio y vino a reposar sobre el monte. Por tanto, todo aquello que el arca experimentó vino a ser también la experiencia de los que se hallaban dentro del arca. Esto nos muestra que los creyentes, al estar en Cristo (1 Co. 1:30; Ef. 1:4), fueron crucificados con Cristo (Ro. 6:6; 2 Co. 5:14; Gá. 2:20a) y resucitados juntamente con Él (Ef. 2:6; Col. 2:12; 3:1). Debido a que nosotros estamos en Cristo, Sus experiencias han llegado a ser nuestras.
Gn. 12:7-8; 13:18; 22:9; 26:25; 33:20; 35:7; Éx. 40:29; 2 Cr. 1:5-6; Ap. 6:9
El altar tipifica la cruz de Cristo, y las ofrendas tipifican los distintos aspectos de Cristo (Lv. caps. 1—7 y las notas). Tanto edificar el altar como presentar ofrendas sobre él representan el hecho de que Cristo fue ofrecido a Dios mediante la cruz. En la vida de iglesia, lo primero que debemos hacer no es trabajar para Dios, sino ir a la cruz para ser aniquilados; luego, debemos experimentar a Cristo en Sus diferentes aspectos y ofrecérselo a Dios para Su satisfacción. Véase la nota Éx. 29:381.
Véase la nota Lv. 1:31a.
O, calmante.
La caída del hombre trajo la maldición (3:17); ofrecer Cristo a Dios —mediante la cruz y en la vida de iglesia— mantiene lejos la maldición y trae la bendición (v. 22; Gá. 3:13-14). La maldición máxima es la muerte, mientras que la bendición máxima es la vida (Sal. 133:3).
Noé edificó un altar y ofreció a Dios holocaustos (que tipifican a Cristo) a fin de agradarle (vs. 20-21), de modo que la tierra y sus sistemas naturales pudiesen ser conservados. La perpetua regularidad con la que se desarrollan incesantemente los diferentes ciclos de la naturaleza son la garantía provista por Dios de que el orden del universo será mantenido para la conservación de la tierra y el crecimiento de toda clase de organismo vivo, a fin de que el hombre pueda multiplicarse incesantemente y repoblar la tierra con miras al cumplimiento del propósito eterno de Dios (Gn. 1:26-28).