La fuente es el origen, el manantial es lo que mana de la fuente, su fruto, y el río es la corriente que fluye. Así pues, la expresión los manantiales de salvación implican que la salvación es el origen, esto es, la fuente. Dios, como nuestra salvación, es la fuente (v. 2); Cristo es los manantiales de salvación que nosotros disfrutamos y experimentamos (Jn. 4:14); y el Espíritu es la corriente que fluye de esta salvación que está en nosotros (Jn. 7:38-39).
Cristo, como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), es los muchos manantiales de la salvación que manan de la fuente de la salvación provista por el Dios Triuno, de quien, a su vez, los creyentes pueden sacar el agua de vida para disfrutarla (v. 3a; Jn. 4:14; Ap. 21:6). Cristo, como Dios encarnado, es la corporificación del Dios Triuno (Jn. 1:14a; Col. 2:9). Jesús, Jehová nuestro Salvador y nuestra salvación (Mt. 1:21), ha llegado a ser la fuente de nuestra salvación eterna mediante el proceso de Su muerte vicaria, cuya finalidad fue lograr la redención eterna provista por Dios (He. 5:9; 9:12). Ahora, con base en Su redención, Él, en calidad de Redentor nuestro, ha llegado a ser tanto nuestro Salvador como nuestra salvación.