En este libro, Cristo es revelado como el Dios-hombre. El Renuevo de Jehová se refiere a la deidad de Cristo, que manifiesta Su naturaleza divina, y el fruto de la tierra (Lc. 1:42) se refiere a la humanidad de Cristo con Su naturaleza humana. Como Renuevo de Jehová, Cristo procede de Dios, procede de la eternidad (Jn. 8:42; Mi. 5:2). Como fruto de la tierra, Cristo, poseedor de un cuerpo humano hecho del polvo (Gn. 2:7), brota de la tierra (cfr. Is. 53:2). En la restauración, para los de Israel que hayan escapado, Cristo en Su deidad será hermosura y gloria, y en Su humanidad —que expresa Su hermosura y gloria divinas— Él será excelencia y esplendor. El Renuevo de Jehová denota que mediante Su encarnación Cristo es un nuevo desarrollo de Jehová Dios para que el Dios Triuno en Su divinidad se ramifique extendiéndose a la humanidad (Is. 7:14; Mt. 1:22-23). Esto tiene como finalidad el aumento y propagación de Jehová Dios en el universo. El fruto de la tierra denota que Cristo, como Renuevo divino de Jehová, también llegó a ser un hombre de carne procedente de la tierra (Jn. 1:14; He. 2:14). Esto tiene como finalidad que el Dios Triuno sea multiplicado y reproducido en la humanidad. En calidad de hombre con la vida divina, Él es una semilla, un grano de trigo, que produce muchos granos, o sea, a Sus creyentes como Sus muchos hermanos, mediante Su muerte y resurrección (Jn. 12:24; 20:17; Ro. 8:29).
El Renuevo de Jehová denota las riquezas, el frescor, el vigor, el crecimiento y el poder productivo de la vida divina. El fruto de la tierra denota el producto generado, logrado y expresado en la humanidad de Cristo. Como se puede ver en los cuatro Evangelios, todo fruto generado por Cristo provino de la vida divina, pero fue producido en la humanidad de Cristo. En Cristo, el Dios-hombre, Dios y el hombre viven juntos como una sola entidad, donde Dios es la vida internamente y el hombre es el fruto externamente.