En la economía de Dios, el pueblo de Dios debía tener un solo altar, en Jerusalén. Todo el pueblo de Dios debía ir allí para ofrecer a Dios sus sacrificios a fin de adorarle y tener comunión con Él (Dt. 12:5-8). El relato al final de este capítulo sobre la edificación de otro altar que las dos tribus y media hicieron a orillas del Jordán indica que en lo referido a nuestro disfrute de Cristo, debemos evitar la división a toda costa. Para disfrutar al Cristo todo-inclusivo como nuestra buena tierra, es imprescindible constituir un solo pueblo, un solo Cuerpo, una sola iglesia universal que testifique en pro de Cristo. Véase la nota Dt. 12:51.