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Capítulos de libros «La Epístola a Los Hebreos»
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  • Véase la nota He. 10:111.

  • Lit., a perpetuidad. Así también en el v. 14.

  • O, completó. Cristo ya nos ha hecho perfectos y completos por medio de Su única ofrenda.

  • En el antiguo pacto, los sacerdotes permanecían de pie diariamente y ofrecían los mismos sacrificios una y otra vez, pues lo que ofrecían jamás podría quitar los pecados. Pero Cristo sí quitó el pecado (He. 9:26) al ofrecerse a Dios como el único sacrificio por los pecados, y luego se sentó por siempre a la diestra de Dios (v. 12). El hecho de que Él esté sentado en los cielos es una señal y una prueba de que los pecados ya fueron quitados. Está sentado allí para siempre. Por consiguiente, Él no necesita hacer nada más por el pecado; lo hizo de una vez y para siempre. El hecho de que Él esté sentado por siempre después de haber ofrecido un solo sacrificio por los pecados, está en contraste con el hecho de que los sacerdotes estuvieran de pie diariamente para ofrecer muchas veces los mismos sacrificios.

  • El pensamiento principal de los vs. 1-18 es que Cristo quitó los pecados, cumpliendo así todo lo que los sacrificios levíticos no pudieron cumplir. Ahora que Cristo ha quitado el pecado de una vez y para siempre, se nos imparte como la vida divina, para que por la obra de esta vida divina, lleguemos a ser la reproducción corporativa de Él mismo.

  • Aquí lo primero se refiere a los sacrificios del primer pacto, el antiguo pacto; lo segundo se refiere al sacrificio del segundo pacto (el nuevo pacto), el cual es Cristo. Conforme a la voluntad de Dios, Cristo vino al mundo para quitar los sacrificios animales del antiguo pacto y establecerse como sacrificio del nuevo pacto.

  • El Antiguo Testamento nos da una crónica completa de Cristo, ya sea por medio de palabras simples o por medio de tipos (Lc. 24:27, 44, 46; Jn. 5:39, 46).

  • Aquí la voluntad de Dios consistía en quitar lo primero, los sacrificios animales del antiguo pacto, para que lo segundo, el sacrificio neotestamentario de Cristo, fuera establecido. Así también en los vs. 9-10.

  • Lit., obras ilícitas. Véase la nota 1 Jn. 3:42.

  • Hoy en día el Lugar Santísimo está en los cielos, donde está el Señor Jesús (He. 9:12, 24). Entonces, ¿cómo podemos entrar al Lugar Santísimo mientras todavía estamos en la tierra? La clave es nuestro espíritu, al cual se hace referencia en He. 4:12. El propio Cristo que ahora está en los cielos también está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Como escalera celestial (Gn. 28:12; Jn. 1:51), Él une nuestro espíritu con el cielo y trae el cielo a nuestro espíritu. Por consiguiente, cada vez que nos volvemos a nuestro espíritu, entramos en el Lugar Santísimo. Allí nos reunimos con Dios, quien está en el trono de la gracia. Véase la nota He. 4:161.

  • Lit., recién abierto.

  • Éste es el segundo velo (He. 9:3) dentro del tabernáculo, velo que representa la carne de Cristo. Cuando la carne de Cristo fue crucificada, el velo fue rasgado (Mt. 27:51), abriendo así el camino para que nosotros, los que antes estábamos alejados de Dios, representado por el árbol de la vida (Gn. 3:22-24), entráramos en el Lugar Santísimo para tener contacto con Él y tomarle como el árbol de vida y así disfrutarlo. Esto denota que por haber sido crucificado nuestro viejo hombre junto con Cristo, tenemos un camino abierto para tener contacto con Dios y disfrutarlo en nuestro espíritu como nuestra vida y nuestro suministro de vida.

  • Acercarnos (al Lugar Santísimo) está en contraste con retroceder (al judaísmo) en los vs. 38-39.

  • Aquí los cuerpos y el agua pura se usan en sentido figurativo, como las manchas, las arrugas y el agua mencionados en Ef. 5:26-27. El cuerpo se refiere a nuestro ser exterior y visible, de la misma manera que el corazón se refiere a nuestro ser interior invisible. El agua pura se refiere a la palabra viva del Señor, que limpia nuestra conducta y nuestro andar externos (cfr. Jn. 15:3).

  • Para los creyentes hebreos, en sus tiempos y en su situación, dejar de congregarse habría sido abandonar la manera de tener contacto con Dios según el nuevo pacto, o sea, abandonar la iglesia y volver a su antigua religión, al judaísmo. Esto habría transgredido la administración de la gracia de Dios, lo cual constituye un pecado serio delante de Dios (v. 26).

  • Congregarnos como cristianos. En aquellos días los creyentes hebreos, que anteriormente iban a las reuniones del judaísmo, habían salido de éste. Después de creer en Cristo y de hacerse cristianos, asistían a las reuniones cristianas; esto equivalía a estar separados del judaísmo. Por lo tanto, el regreso de alguno de ellos a las reuniones del judaísmo, equivalía a separarse de las asambleas cristianas apropiadas, las cuales concuerdan con la economía neotestamentaria de Dios. Por lo tanto, Pablo los exhortó a que no dejaran de congregarse como cristianos.

  • Aquí pecar voluntariamente significa dejar de congregarse en la iglesia. Los creyentes hebreos habían sido instruidos a abandonar el judaísmo y permanecer bajo el nuevo pacto. Si a pesar de eso ellos hubieran vuelto al judaísmo, habrían dejado de congregarse en la iglesia. A los ojos de Dios esto habría constituido un pecado voluntario, ya que habría sido cometido después de haber recibido el conocimiento de la verdad, después de saber que Dios había abandonado el judaísmo, que fue formado según el antiguo pacto, y había iniciado un camino nuevo y vivo por el cual se podía acercar uno a Él conforme al nuevo pacto.

  • Aquí la verdad se refiere a las cosas reveladas en los capítulos y versículos anteriores; tales cosas les dieron a los creyentes hebreos el pleno conocimiento de que Dios había anulado el antiguo pacto y establecido el nuevo.

  • Si los creyentes hebreos hubieran abandonado la iglesia y regresado al judaísmo, no habría quedado sacrificio por los pecados de ellos en la economía de Dios, porque todos los sacrificios del antiguo pacto ya habían sido completamente reemplazados por el único sacrificio de Cristo. Puesto que Cristo se ofreció una vez y para siempre como sacrificio por nuestros pecados (He. 7:27; 10:10, 12), el sacrificio por los pecados cesó (v. 2). Cristo quitó el sacrificio por el pecado (v. 9) y se ofreció a Dios como el verdadero sacrificio por nuestros pecados.

  • Esto difiere de sufrir la segunda muerte, la cual es perecer en el lago de fuego por la eternidad (Ap. 20:6, 14; 21:8). Aunque no es posible que los creyentes se pierdan, sí es posible que sufran algún castigo dispensacional por sus fallas. Este castigo será mayor que el recibido por los que quebrantaron la ley de la letra.

  • En el nuevo pacto, el Hijo de Dios reemplaza todos los sacrificios del antiguo pacto. Si los creyentes hebreos hubieran vuelto al judaísmo para ofrecer cualquiera de los sacrificios antiguos, en efecto habrían pisoteado al Hijo de Dios.

  • Si los creyentes hebreos hubieran vuelto al judaísmo para ofrecer los sacrificios antiguos, confiando así en la sangre de los animales inmolados, en efecto habrían considerado la preciosa sangre de Cristo como algo común. Esto habría sido negar seriamente la obra redentora de Cristo.

  • Bajo el nuevo pacto, por medio de la sangre redentora de Cristo, los creyentes hebreos llegaron a ser partícipes del Espíritu Santo (He. 6:4), el Espíritu de gracia. Si ellos hubieran vuelto al judaísmo, el Espíritu de gracia que habitaba y operaba en ellos, habría sido ultrajado por el pecado voluntario de ellos.

  • La palabra griega no conlleva ningún sentido de represalia; más bien, implica una plena distribución de justicia a todos los partidos.

  • Un espectáculo exhibido al público, algo ridículo. Lo mismo sucedió a los apóstoles (1 Co. 4:9).

  • Esta posesión mejor y perdurable es la herencia eterna (He. 9:15), la herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible que está guardada en los cielos (1 P. 1:4). Bajo el antiguo pacto el pueblo judío heredó las cosas terrenales como su posesión; pero bajo el nuevo pacto, los creyentes heredan las riquezas celestiales como su posesión. Esta posesión mejor y perdurable era un gran incentivo para que los creyentes hebreos soportaran la pérdida de las cosas terrenales.

  • El galardón es algo adicional a la salvación eterna. La salvación eterna se obtiene por la fe, y no tiene nada que ver con nuestras obras (Ef. 2:8-9), mientras que el galardón es dado por lo que hacemos después de ser salvos (1 Co. 3:8, 14). Aunque seamos salvos, es posible que no recibamos un galardón sino que suframos pérdida, por carecer de obras que el Señor apruebe (1 Co. 3:15). El galardón nos será dado al regreso del Señor, de acuerdo con nuestras obras (Mt. 16:27; Ap. 22:12; 1 Co. 4:5). Lo que recibiremos será decidido en el tribunal de Cristo (2 Co. 5:10) y lo disfrutaremos en el reino venidero (Mt. 25:21, 23). El apóstol Pablo se esforzaba por obtener el galardón (1 Co. 9:24-27; Fil. 3:13-14; 2 Ti. 4:7-8). Aun Moisés tenía puesta la mirada en el galardón (He. 11:26 véase la nota 3). Aquí a los creyentes hebreos se les exhortó a no perder el galardón, el reposo sabático venidero (He. 4:9), el disfrute de Cristo y el reinado con Cristo en el reino venidero.

  • Con respecto a los creyentes hebreos la voluntad de Dios consistía en que ellos siguieran el camino del nuevo pacto (vs. 19-23) y permanecieran en la iglesia (v. 25), que no retrocedieran al judaísmo (vs. 38-39) sino que sufrieran persecución por parte del judaísmo (vs. 32-34). Al hacerlo, recibirían la promesa de un gran galardón (v. 35) al regreso del Señor (v. 37).

  • Aquí la ruina es el castigo mencionado en los vs. 27-31, que vendrá sobre aquellos que abandonen el nuevo pacto y regresen al judaísmo, pisoteando así al Hijo de Dios, considerando la preciosa sangre de Cristo como algo común, como la sangre de un animal, y ultrajando al Espíritu de gracia.

  • O, salvar, preservar, poseer. Nuestro ser consta de tres partes: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23), y nuestra alma es diferente de nuestro espíritu. En el momento en que creímos en el Señor Jesús y fuimos salvos, nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu de Dios (Jn. 3:6). Sin embargo, debemos esperar hasta que regrese el Señor Jesús para que nuestro cuerpo sea redimido, salvo y transfigurado (Ro. 8:23-25; Fil. 3:21). Con respecto a salvar o ganar el alma, todo depende de la manera en que procedamos con respecto a ello al seguir al Señor después de ser salvos y regenerados. Si hoy en día perdemos nuestra alma por causa del Señor, la salvaremos (Mt. 16:25; Lc. 9:24; 17:33; Jn. 12:25; 1 P. 1:9) y será salva, o ganada, cuando el Señor regrese (v. 37). Así que ganar nuestra alma será el galardón (v. 35) del reino para los seguidores del Señor que sean vencedores (Mt. 16:22-28).

  • Esta promesa es la promesa del reposo sabático hallada en He. 4:9, un reposo en el cual reinaremos con Cristo en el reino venidero. Ése será el gran galardón mencionado en el v. 35, que consiste en ganar el alma, como lo menciona el v. 39. Esta promesa depende de nuestra perseverancia y nuestra obediencia a la voluntad de Dios. Difiere de la promesa de He. 9:15. Véase la nota He. 9:152.

  • Después de este versículo y del siguiente, el cap. 11 nos da una definición completa de lo que es la fe.

  • Para los creyentes hebreos, retroceder al judaísmo equivalía a regresar a la ruina, la cual no es la perdición eterna, sino el castigo infligido por el Dios vivo (vs. 29-31). Véase la nota siguiente.

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